domingo, 7 de marzo de 2021

UN CASO DE SERVILISMO COLECTIVO. Por: Manuel Quintero E. En: El Gráfico, 1 de Enero de 1931.

Liminar:  Ahora nos asomaremos por la ventana desde la cual puede avistarse una más del servilismo piramidal. Betún y cepillo de manufactura criolla. Aunque este episodio de hace 90 años está circunscrito a la ciudad de Diriamba y tiene estamento de clase, del pecado original no escapan los perfumados de copete y tampoco los caitudos. El servilismo colectivo tiene arraigo en muchos ámbitos, sobre todo, en el estanque de la  política, donde muchos arriman para  succionar. 

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Escritores de Carazo

Sociología intuitiva

UN CASO DE SERVILISMO COLECTIVO


En: El Gráfico, “Semanario Nacional Ilustrado”- Editores propietarios: Ángel M. y Carmen J. Pérez e hijo, Ltd. Año VI.  Managua, D.N. 1 de Enero de 1931. Núm. 228.

         En una ciudad de nuestro país había una gran parte de la sociedad de alto copete que apenas llegaba a tender su tienda a aquel lugar cualquier foráneo intrépido o taimado, corría presurosa a insinuársele de modo humillante, doblegando el espinazo ante el recién llegado, a quien bien pronto elevaban a la más alta cumbre social del pueblo. La casa del foráneo se convertía a los pocos días en club o en casino, pues era allí donde se daba cita la mejor sociedad.

         Mientras esto ocurría, la media y la baja sociedad eran miradas por la alta con profundo desdén, con indiferencia suma.

         Cierto día se apareció en la ciudad un joven matrimonio compuesto de un galeno bien parecido y avaro y de una dama graciosa y atrayente. No pasaron muchos días sin que la casa del matrimonio ése, fuese convertida en el mejor centro de recreo de la ciudad. Los caballeros y las señoritas se gloriaban pronunciando con deleite indecible, a diestra y siniestra, los nombres del Dr. Alejandro Carranza  y de su esposa doña Margarita: era así como se llamaban los recién llegados.

         No había conversación, de cualquier índole que fuese, en que no figurasen  el Dr. Carranza y doña Margarita: ellos eran el plato del día; ellos lo llenaban todo; ellos ocupaban la mente de toda aquella sociedad, día a día, hora a hora, minuto a minuto.

         En el transcurso de un lustro que vivió en aquella ciudad el dichoso matrimonio, el Dr. Carranza fue Alcalde tres veces, Presidente honorario o efectivo de cuantas asociaciones políticas, religiosas o de orden social se establecieron; fue el médico preferido de todos los hogares y el ídolo de todos. Así también doña Margarita era la mimada del conglomerado social: en todas las fiestas ella era la reina; en los bailes, los más altos linajudos se disputaban el honor de danzar con ella, y daba lástima ver cómo las más orgullosas señoritas le rendían pelito homenaje, humildemente, servilmente.

         Comprendiendo cómo era aquella gente, el Dr. Carranza y su señora la explotaron a maravilla: en su farmacia no solo vendían medicinas, sino también legumbres, licores, sombreros de antigua usanza que los caballeros compraban a un alto precio con satisfacción, ý hasta varitas pintadas en diversos colores, que los niños de los ricos compraban con fruición para jugar con ellas.

         Un día cundió la noticia en la ciudad de que los esposos Carranza se irían rumbo a México. La sociedad se conmovió, las demostraciones de pesar por la ida de aquellos seres queridos fueron abundantes y servilescas. Lo más conspicuo de los caballeros acordó obsequiar al Dr. Carranza y señora con un espléndido banquete la víspera de su viaje.

         Y la hora del banquete llegó; y el momento del champán también llegó: los brindis menudearon ensalzando los méritos del Dr. y hasta hubo pasajes en ellos que culminaron en llanto.

         Tocó hablar al Dr. Carranza cuando ya su mente estaba exaltada por el mucho licor que había ingerido. Todos esperaban un discurso lleno de sentimentalismo y compuesto de frases empapadas de llanto. Más el Dr., acosado por tanto brindis, contestó en estos o parecidos términos:

“Señores:

         Jamás he estado en una población como ésta: vuestros corazones en vez de bondades derraman servilismo; vuestras almas abyectas fueron creadas para vivir de rodillas; en este pueblo no hay dignidad personal, mucho menos colectiva; sois soberbios, altivos y hasta crueles para con vuestros coterráneos que no tienen el baño dorado del dinero. En corrillos o en la soledad de las alcobas habéis destrozado el honor de algunas de vuestras principales damas, haciéndolas aparecer en secretos amoríos conmigo. Me habéis hecho un tanto rico merced a vuestro…”

         El discurso del Dr. Carranza fue interrumpido por los tenedores y los cuchillos que, empuñados por todos los comenzales (sic), se irguieron  en actitud amenazante contra el orador. La concurrencia se lanzaba contra el Dr. para lincharlo, cuando uno de los caballeros golpeando fuertemente la mesas, dijo en altas voces:

— ¡Alto, señores! No permito que toquéis a este hombre. Yo, al contrario de lo que vosotros pensáis en este instante, lamento que no lo hayáis dejado terminar su alocución. Hemos recibido de él una lección preciosa: debemos agradecérsela.

         Vosotros juzgáis que lo  que nos ha endilgado son insultos que merecen su castigo, tanto más cuanto que hemos sido exageradamente bondadosos con él y su señora. Son insultos, en verdad, pero benéficos para todos nosotros. Es la paga más valiosa, el agradecimiento más práctico que nos da el Dr. Carranza en cambio de nuestro proceder rastrero. Lo que él ha dicho tiene un valor inapreciable, es la verdad desnuda que hará cambiar la orientación social de nuestro pueblo. En lo futuro seamos cultos y atentos con todos los de afuera, pero con dignidad y con decencia: nada de servilismo, nada de abyección, nada que nos baje a la condición humillante en que hemos vivido. Levantemos por medio de la cooperación y el estímulo el nivel social y económico de muchos de nuestros conciudadanos que no ascienden por el medio ambiente estrecho e ingrato en que les ha tocado nacer.

         Y fue aquel acontecimiento, el origen de la renovación de aquel pueblo, la base granítica sobre la cual se levantaron caracteres de valor intrínseco.

                                               Manuel Quintero E.

Diriamba, Centroamérica.

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