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POR LA MORALIDAD PROFESIONAL
En: Las Revistas – Publicación Mensual Ilustrada.
República de Nicaragua, América Central. Director y Administrador: Heliodoro
Cuadra. Tercera Época, Año X – Managua, Julio de 1922 – Núm. 3.
Claudio González Rucavado
La epígrafe
que antecede encierra una verdad indiscutible, como que toda persona que se
respeta a sí misma, debe tomar en cuenta
esa sabia máxima del ilustrado sociólogo costarricense.
Se
nos ocurre dar este consejo en vista de la denuncia que se nos ha hecho, por el
correo urbano, acerca de la conducta de un Abogado, de esta ciudad, (*) quien ha cometido un
acto penado severamente por nuestras leyes y que, aunque se nos cita el nombre,
cosa que lamentamos, a ser cierto tal informe, ese profesional viste
indignamente la sagrada toga, reservada sólo a los inmaculados, a los íntegros,
a los que, respetando la majestad del Derecho, defienden honradamente los
intereses de su mandantes.
La
persona que nos ha enviado la carta de que nos ocupamos, no sabemos por qué
motivo, no tuvo el valor moral suficiente para poner su legítimo nombre al pie
de la misiva, pues ha usado de un nombre apócrifo: Ángel Pitú, persona imaginaria que salió de la mente del autor de
la zarzuela Adriana Angot, del género
francés.
Se trata,
pues, de un anonimista cobarde que ha querido sorprendernos y creemos que esto es
más que suficiente para poner en tela de juicio su –estamos seguros— falsa
afirmación y le hagamos presente a ese infame acusador público que su conducta
ha merecido, de nuestra parte, la más severa reprobación y que si no fuera que
él esté envuelto en el manto del Misterio, donde se mantiene afilándose las
uñas, como las <<
terribles arpías >>
del poeta, a esta hora el Código Criminal estaría aplicándole sus severos
artículos.
Porque no es con anónimos como se
desgarra la honra de un profesional. No es con anónimos, repetimos, como se
mata moralmente a una persona, que quizá por el rencor de un malqueriente, que
ha sido vencido en juicio, por despecho trata de poner en berlina a su defensor
de ayer.
En este momento, nosotros levantamos
nuestra voz de protesta contra el anonimista que pretende echa una pellada de
lodo contra ese Abogado, que sea quien fuere, tenemos la plena convicción, no
ha cometido aquel hecho punible, censurado por la sana moral.
Llega a tal extremo nuestro optimismo
en este asunto que ni aun los profesionales que se creen fracasados, serían
incapaces de cometer un hecho semejante, y debemos de manifestar que si nos
ocupamos del anónimo de la referencia ha sido por tratarse de un asunto sensacional,
talvez sin precedente en los anales del foro nicaragüense.
Ahora —por lo que pudiera suceder en el
porvenir— vamos a tratar, a la ligera,
esta cuestión, desde el punto de vista doctrinario para que la juventud, que se
inicia en la ciencia del Derecho, se compenetre de lo importante que es para
un profesional, tener bien sentada su
reputación y hacerse digno de la confianza de todos los que necesiten de sus
servicios.
Todo estudiante deberá tratar de ir
modelando su personalidad. ¿De qué manera? Primero, pesando en la balanza de la
Dignidad la conducta de sus maestros, tratando de acercarse al más sabio y
virtuoso de ellos: le pedirá sus consejos y se esforzará por tratar de
imitarle; y, segundo, hará un recuerdo de los principales abogados que en
Nicaragua se distinguieron por su honradez profesional reconocida: David y José
Miguel Osorno, Francisco Barberena, José María Noguera, Casimiro Arosteguí,
quien, siendo Magistrado, cometió una equivocación al poner en firme una
sentencia y que, habiendo advertido el error al verla publicada, lleno de pena,
dijo: <<¡Prefiero la muerte a la deshonra!>> Momentos después tomó
el tósigo fatal que le produjo la muerte instantáneamente. José Francisco
Aguilar, Vicente Navas, Bruno H. Buitrago, Manuel Cano, José Rosa Rizo, José
María Paniagua, Bernabé Portocarrero, Ladislao Argüello, Benjamín Guerra, Juan
Manuel Arce, Santana Romero, Perfecto Tijerino, Agustín Duarte, a todos estos
ciudadanos, una vez que el estudiante haya obtenido el birrete doctoral, los tendrá
presente en todos sus procedimientos.
Vamos a concluir citando las palabras
del honorable jurisconsulto don José María Hurtado: <<Debemos aplaudir y
admirar al Abogado honorable que sabe ser el sacerdote del Derecho, y que hace
de su profesión un amparo para los que demandan justicia. Por el contrario,
debemos maldecir al Abogado inconsciente de su profesión; al Abogado de mala
ley, porque es peor que el salteador de caminos: éste expone su vida y sólo
arremete contra el dinero que consigo lleva la víctima; aquél no sólo expone su
vida, sino que bien pagado es causa de la intranquilidad social. La moral
jurídica es lo primero que hay que infundir a todo estudiante de Derecho.
>>
HELIODORO
CUADRA
(*)
El anonimista no dice de dónde es natural ese Abogado – Nota de la
Redacción.
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