lunes, 7 de junio de 2021

POR LA MORALIDAD PROFESIONAL. (El Magistrado que prefirió la muerte a la deshonra). Autor: Don Heliodoro Cuadra. Managua, Julio de 1922.

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POR LA MORALIDAD PROFESIONAL

En: Las Revistas – Publicación Mensual Ilustrada. República de Nicaragua, América Central. Director y Administrador: Heliodoro Cuadra. Tercera Época, Año X – Managua, Julio de 1922 – Núm. 3.

La conciencia no es otra que la de rechazar todo lo que va, injustamente, contra nuestros semejantes. No dar cabida en el corazón a las malas acciones, eso es ser virtuoso, eso es ser honrado. 

    Claudio González Rucavado

         La epígrafe que antecede encierra una verdad indiscutible, como que toda persona que se respeta a sí misma, debe tomar en  cuenta esa sabia máxima del ilustrado sociólogo costarricense.

         Se nos ocurre dar este consejo en vista de la denuncia que se nos ha hecho, por el correo urbano, acerca de la conducta de un Abogado, de esta ciudad, (*) quien ha cometido un acto penado severamente por nuestras leyes y que, aunque se nos cita el nombre, cosa que lamentamos, a ser cierto tal informe, ese profesional viste indignamente la sagrada toga, reservada sólo a los inmaculados, a los íntegros, a los que, respetando la majestad del Derecho, defienden honradamente los intereses de su mandantes.

         La persona que nos ha enviado la carta de que nos ocupamos, no sabemos por qué motivo, no tuvo el valor moral suficiente para poner su legítimo nombre al pie de la misiva, pues ha usado de un nombre apócrifo: Ángel Pitú, persona imaginaria que salió de la mente del autor de la zarzuela Adriana Angot, del género francés.


         Se trata, pues, de un anonimista cobarde que ha querido sorprendernos y creemos que esto es más que suficiente para poner en tela de juicio su –estamos seguros— falsa afirmación y le hagamos presente a ese infame acusador público que su conducta ha merecido, de nuestra parte, la más severa reprobación y que si no fuera que él esté envuelto en el manto del Misterio, donde se mantiene afilándose las uñas, como las << terribles arpías >> del poeta, a esta hora el Código Criminal estaría aplicándole sus severos artículos.

         Porque no es con anónimos como se desgarra la honra de un profesional. No es con anónimos, repetimos, como se mata moralmente a una persona, que quizá por el rencor de un malqueriente, que ha sido vencido en juicio, por despecho trata de poner en berlina a su defensor de ayer.

         En este momento, nosotros levantamos nuestra voz de protesta contra el anonimista que pretende echa una pellada de lodo contra ese Abogado, que sea quien fuere, tenemos la plena convicción, no ha cometido aquel hecho punible, censurado por la sana moral.

         Llega a tal extremo nuestro optimismo en este asunto que ni aun los profesionales que se creen fracasados, serían incapaces de cometer un hecho semejante, y debemos de manifestar que si nos ocupamos del anónimo de la referencia ha sido por tratarse de un asunto sensacional, talvez sin precedente en los anales del foro nicaragüense.    

         Ahora —por lo que pudiera suceder en el porvenir—  vamos a tratar, a la ligera, esta cuestión, desde el punto de vista doctrinario para que la juventud, que se inicia en la ciencia del Derecho, se compenetre de lo importante que es para un  profesional, tener bien sentada su reputación y hacerse digno de la confianza de todos los que necesiten de sus servicios.

         Todo estudiante deberá tratar de ir modelando su personalidad. ¿De qué manera? Primero, pesando en la balanza de la Dignidad la conducta de sus maestros, tratando de acercarse al más sabio y virtuoso de ellos: le pedirá sus consejos y se esforzará por tratar de imitarle; y, segundo, hará un recuerdo de los principales abogados que en Nicaragua se distinguieron por su honradez profesional reconocida: David y José Miguel Osorno, Francisco Barberena, José María Noguera, Casimiro Arosteguí, quien, siendo Magistrado, cometió una equivocación al poner en firme una sentencia y que, habiendo advertido el error al verla publicada, lleno de pena, dijo: <<¡Prefiero la muerte a la deshonra!>> Momentos después tomó el tósigo fatal que le produjo la muerte instantáneamente. José Francisco Aguilar, Vicente Navas, Bruno H. Buitrago, Manuel Cano, José Rosa Rizo, José María Paniagua, Bernabé Portocarrero, Ladislao Argüello, Benjamín Guerra, Juan Manuel Arce, Santana Romero, Perfecto Tijerino, Agustín Duarte, a todos estos ciudadanos, una vez que el estudiante haya obtenido el birrete doctoral, los tendrá presente en todos sus procedimientos.


         Vamos a concluir citando las palabras del honorable jurisconsulto don José María Hurtado: <<Debemos aplaudir y admirar al Abogado honorable que sabe ser el sacerdote del Derecho, y que hace de su profesión un amparo para los que demandan justicia. Por el contrario, debemos maldecir al Abogado inconsciente de su profesión; al Abogado de mala ley, porque es peor que el salteador de caminos: éste expone su vida y sólo arremete contra el dinero que consigo lleva la víctima; aquél no sólo expone su vida, sino que bien pagado es causa de la intranquilidad social. La moral jurídica es lo primero que hay que infundir a todo estudiante de Derecho. >>

                                  HELIODORO CUADRA

(*)  El anonimista no dice de dónde es natural ese Abogado – Nota de la Redacción.

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