domingo, 30 de enero de 2022

EL CLUB AZOTEA Y OTROS RECUERDOS DE DON "MINCHO" Y PÉREZ VALLE. (Cosas Veredes Sancho Amigo). Por: Mario Fulvio Espinosa. La Prensa, 26 de febrero, 2006.

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COSAS VERDES SANCHO AMIGO

EL CLUB AZOTEA Y OTROS RECUERDOS DE DON “MINCHO” Y PÉREZ VALLE

Por: Mario Fulvio Espinosa

Como decíamos ayer, un grupo de “recordadores irredentos” de la perdida Managua nos reunimos periódicamente en la “Peña del Viejo Solitario”, lugar paradisíaco que un Mecenas anónimo ha puesto a nuestra disposición para que ahí, mimados por la bella Dane, hilvanemos recuerdos y conversemos sobre vivencias que anhelan salir del alma

SALVAR LOS RECUERDOS

Desde hace varios años en cada Luna Llena nos reunimos en la “Peña del Viejo Solitario para pescar añoranzas. En este lugar mítico los “recordadores irredentos” damos rienda suelta a la imaginación y las historias, cuentos y leyendas fluyen como una Fuente Castalia inspiradora.

Sabemos bien, los parroquianos de ese privilegiado lugar, quelas oportunidades de evocar cosas del pasado van perdiéndose en la vorágine de un sistema que pretende sepultar nuestra historia, para convertirnos en simples compradores compulsivos. Por tanto… urge poner a salvo los recuerdos.

Danae es una mujer alabastrina, los dioses le han concedido el privilegio de la belleza eterna de Venus y la prudencia y sabiduría de Minerva. Nosotros la vemos ir y venir por la regia casona caminando con sus pies alados, y le consultamos cuando es menester tener su opinión a fin de estrechar aún más nuestros lazos fraternos.

Al grupo original de invitados, entre los que figuran Ricardo Trejos Maldonado, Salvador Espinoza, Carlos Ocón, Manuel Aragón Buitrago, Wilfredo López, Alí Benito del Castillo, Luis Rocha y otros, a menudo agregamos invitados especiales. Esta vez ha llegado el abogado Benjamín Pérez y el acucioso investigador Eduardo Pérez Valle que desean también pescar recuerdos.

En esta noche del 13 de febrero la Luna ha decidido despojarse de todos sus velos, espléndida en su plenilunio con su luz ilumina el bello jardín donde, debajo de una pérgola de fragantes flores, permanecemos reclinados sobre suaves divanes, al mejor modo de los dioses del Olimpo.

La conversación de estos amigos es venturosa, cada quien tiene algo que decir y se respeta, por natural cortesía, a quien habla, nadie trata de interrumpir o aplastar a los demás con prolongadas intervenciones, y los otros escuchan atentos, a sabiendas que la mejor virtud del conversador es saber escuchar, además, todo lo que ahí se dice contiene excelsos valores, experiencia, sabiduría, tolerancia, buen humor, respeto, sentido de justicia, y nobleza de sentimientos.

LOS FASCÍCULOS DE LA PRENSA

         Pérez Valle trae a colación la publicación de fascículos que realiza LA PRENSA con informaciones y fotografías que revelan la vida cotidiana de los nicaragüenses desde inicios del siglo XX. “En uno de ellos –dice— apareció una fotografía de la Avenida del Centenario, ese grabado rescató recuerdos puesto que ahí aparece el edificio Carrión, frente a Ludeca, donde mi padre arrendaba un segundo piso que fue durante once años nuestro hogar”.

         Entrecierra los ojos Pérez Valle para evocar lejanías. Los años de infancia habitando en el centro de Managua, los primeros juegos y ensueños. “Siempre procuro, como labor impostergable, conversar con gente anciana, con esos viejitos octogenarios o nonagenarios que arriban al ocaso de la vida. Al extinguirse la vida, muere la historia en el encierro de la memoria”.

         “Quiero –agrega—, mencionar a algunos de estos sabios ancianos que aún viven y con los que debemos conversar cuanto antes, pues ellos son filón de la historia”. Uno de ellos es don Carmen de Jesús Pérez Cano, sucesor de la familia de don Horacio E. Pérez, el fundador de los Fotograbados Pérez. Creo que frisa los 81 años, pero se mantiene fuerte, centrado y rebosante en anécdotas y acontecimientos históricos.

         “Debemos recordar que don Horacio. E. Pérez fue, junto con don Juan Ramón Avilés, el fundador del diario La Noticia que por largos años fue el decano de los diarios nacionales. Por otra parte, don Carmen vivió en el centro de Managua teniendo como vecino al doctor Santos Jiménez –que también vive—, y fue comandante del Benemérito Cuerpo de Bomberos de Managua.

         Alí Benito del Castillo ha entrado como en trance, levanta su mano y todos volvemos hacia él la mirada. “La virtud de estos fascículos es muy simple, con retazos de historia cotidiana han despertado recuerdos que estaban dormidos y sin posibilidades de despertar. Nadie había tenido esa idea pues la tendencia general de los hombres es derivar de la política y la economía todos los acontecimientos de la historia. Por eso, al descubrir que existen otros valores más humanos que subyacen en los hechos, nuestro pueblo ha despertado de manera sorprendente, dirigiéndose a ellos con abundancia de testimonios gráficos”.

LOS 83 HIJOS DE DON ALBERTO SOLÍS

         Pérez Valle puntualiza que en el fascículo 130 de LA PRENSA figura un pequeño segmento anecdótico de la vida de don Alberto Solís Velásquez, el empleado público de más antigüedad laboral en Nicaragua. Don Alberto nació en Masaya el 3 de junio de 1876, fue hijo de don Miguel Ángel Solís (español), y de doña María Velásquez. Para el año 1963 don Alberto tenía 79 años de trabajar como empleado público, también para esa fecha ya tenía 83 hijos, entre legítimos y naturales, y más de cuatrocientos nietos.

         El 9 de noviembre de 1963 recibió una medalla de reconocimiento como el empleado más viejo al servicio del Gobierno, comenzó a ejercer el oficio de telegrafista bajo la dirección de don Telémaco Castillo, director de Comunicaciones duran el gobierno de don Roberto Sacasa, posteriormente fue subordinado de don Santos Castillo, quien al decir de Solís Velásquez “acostumbró sancionar a los telegrafistas que se equivocaban en transmitir o descifrar un mensaje telegráfico, ordenaba capturarlos, raparlos, untarles en la cabeza sebo serenado y luego los sometía al escarnio público”.

         El mismo don Alberto le contaba al periodista Pedro Rafael Gutiérrez (q.e.p.d.), que al llegar el año nuevo de 1900 muchas personas enviaron mensajes adoloridos de despedida a sus familiares y amigos, porque corrió la noticia que con el nuevo siglo llegaba el fin del mundo y se esperaba el desplome del cielo.

         Tres años y cuatro meses después del 63, LA PRENSA publicaba la noticia de la muerte del señor Solís, “que impuso récord en años de servicios y en número de hijos”. En el ocaso de su vida decía: “Estos momentos son para mí en extremo difíciles de definir. Me siento triste, enamorado, como he estado de mi viejo telégrafo, me duele verlo tirado en un rincón como si fuese una vieja guitarra”.

DON BENJAMÍN Y EL CLUB AZOTEA

         Calló Pérez Valle, hubo un momento de silencio y reflexión entre los habitúes de la Peña, el cual fue roto por Don Benjamín Pérez Fonseca, el amigo exprocurador de Derechos Humanos. “Yo quisiera traer al recuerdo el llamado Club Azotea, que después recibió el nombre del Club Terraza. Me ligan a ese lugar muchas vivencias sentimentales, pues mi padre, don Benjamín Pérez Aráuz fue administrador de ese local desde 1933 a 1947”.

         Se acomoda en su poltrona don “Mincho”, toma un trago de la jarra de delicioso chocolate que le ofrece Danae y prosigue:

         “El Club Terraza eta situado en los altos de la Casa Pellas, en la Avenida Roosevelt de nuestra amada Managua. Sus trabajadores eran personas gratas, afables, a las que eternamente agradeceré el trato cariñoso que siempre nos dispensaron, a mí y a mi hermano José Iván, que en ese tiempo éramos mocosos creídos, malcriados y pedantes.

         “Corrían los años cuarenta, Nicaragua era sencilla, sanas sus costumbres, honestas las gentes, los que robaban caían presos y presos quedaban, no hacían mansiones ni vivían en el boato como ahora. Nunca se pensó que la corrupción se vería como normal y hasta folclórica y pintoresca.

         “Las personas que conocían Estados Unidos o Europa no creo que llegaran a mil, de modo que llegar a un restaurante de lujo y pedir un Martín, un Tom Collins, un Manhattan, un Scotch, un Filet Mignon, un Chateaubriand era para que los encargados del lugar abrieran tamaños ojos. Sólo en la Azotea se podían pedir esos antojos con la seguridad de ser servidos al instante y con todas las de ley.

         “El pionero en el arte de tomar licores fue el señor Lupone, quien fue dueño del mejor hotel que tuvo Nicaragua antes de 1931, pero a la gente que hoy quiero rendir homenaje en esta rueda de amigos es a aquellas estrellas del bar y la bandeja que tanto nos quisieron. Comienzo con Ismael Flores López, a quien le encontrábamos un parecido total al actor italiano Rosano Brazzi, un día levó anclas para Estados Unidos y sólo nos dejó sus buenos recuerdos.

         “Otro fue Rosendo Bonilla de grata y feliz conversación que nos llamaba “cuates”, también se largó a Norteamérica y ya no regresó; luego viene el salonero Manuel López, era algo fuera de serie para halagar a la gente y para sacar propinas a pedernales como Mariano Argüello Vargas, hombre sabio pero duro y orgulloso igual que el coronel Alfonso Mejía Chamorro, de quien se decía que tenía cien pares de zapatos, la mitad de ellos “Florsheim”. Juan Ramón Ponce, el “Barón Ponce”, serio, reposado, le decían “el venerable”, pero a la hora de los tragos y andando entre lobos, como ni iba a aullar. Otros fueron Manuel Ortega, Enrique Fonseca y Juan José Guardado, siempre amables y afables”.

LA “MESA PAGANA”

         “También quiero rendir homenaje a un inolvidable y selecto grupo de hombres prominentes que eran infaltables del mediodía del sábado en adelante, en el Club Azotea, conformando lo que llamábamos la “Mesa Pagana” en la que se libaba con clase y categoría. Me refiero a los doctores Carlos A. Morales, Vicente Vita, Mariano Argüello Vargas, Augusto Cantarero, Antonio Barquero, Joaquín Cuadra Z., siendo notorio que cuando concurría también el general José María Moncada, ellos decían que había llegado la espada del liberalismo, puesto que Carlos A. Morales representaba la pluma de su partido. Al integrarse a esta mesa iniciaron brillante carrera política, entre otros los doctores Julio C. Quintana y Arnoldo Alemán Sandoval.

         “En lo que toca al área de restaurante encabezo mi lista con don Filadelfo Lacayo, un gran cuque –ahora se llaman cheff—, fue fraterno amigo de mi padre y manejaron juntos los servicios del Club Social de Jinotepe y del Casino de Casares en los años cincuenta al cincuenta y cinco. También mi homenaje a Socorrito Merlo y sus hermanos. Para todos los que he mencionado mi cariño y mi recuerdo y la ratificación de la frase: “Sólo morimos cuando nos olvidan”.

         La conversación prosigue amena en la “Peña del Viejo Solitario”, otros parroquianos deslían sus recuerdos. Pero para nosotros el espacio ha terminado.

NOSTALGIAS Y ALGO MÁS

         La publicación de los fascículos Memoria de ocho décadas de LA PRENSA ha despertado recuerdos que permanecían dormidos y sin posibilidades de despertar en la memoria de los nicaragüenses y en especial de los managuas. Ha bastado este pequeño incentivo para que todos deseen contribuir con sus nostalgias y aportes gráficos e la construcción de esta historia de la cotidianidad de nuestro pueblo.

 




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LA CHISPA UNA BODA Y EL BAILE DE SOMOZA Por Mario Fulvio Espinosa. En La Prensa 18 de junio de 2006

¿Recuerdan la Bajada de La Chispa? El anzuelo ha sido lanzado con buena carnada por Sergio Espinoza. Los parroquianos de La Peña del Viejo Solitario están como los peces “ñundos” de la Laguna de Masaya, prestos a devorar recuerdos en esta espléndida noche del 11 de junio. La Luna Llena abre más su enorme pupila de oro y aguza sus orejas sin aretes para escuchar lo que se dice y confirma en esta amable controversia de recordadores irredentos

Boda de románticos



La boda del doctor Carlos Marín Arcia con la joven Gloria Argentina Ortega Pérez ante los oficios religiosos del padre Argüello. Detrás figuran el señor Emilio Espinosa Carnevallini y el doctor Orlando Lacayo Palma. (15 de mayo de 1947). (LA PRENSA/ CORTESÍA.)

Un visitante distinguido, el doctor Carlos Marín Arcia, trajo a La Peña el recuerdo de su romántico noviazgo con la bella señorita Gloria Argentina Ortega Pérez.

Era la “jalencia” una época en que los jóvenes de aquellos tiempos nos trasladábamos a vivir entre nubes, allí venerábamos e idealizábamos a nuestra novia y soñábamos llevarla al altar como culminación a tanta adoración,

Las películas románticas en su mayoría explotaban el tema de la fidelidad a más no poder, así como ahora se sumerge al espectador en un mundo de vidrios rotos, explosiones, choques, bombardeos, tiroteos, lucha cuerpo a cuerpo y en general se muestra como ideal el mundo de la competencia cruel donde, por supuesto, siempre triunfa el más fuerte.

“Mi boda se realizó el 15 de mayo de 1947 —explica el doctor Marín—, en la Santa Iglesia Catedral de Managua, fueron nuestros padrinos el doctor Mariano Bermúdez Arcia y doña Pastora Ortega de Bermúdez, el sacerdote oficiante fue monseñor Manuel Argüello, más conocido como el padre Argüello.

Todos quieren hablar y por eso, en aras del orden y la prontitud, dispensamos el protocolo de las presentaciones y el placer sensual, romántico de describir la belleza siempre nueva de Danae, nuestra diosa y musa. Nos sumergimos, pues, en esa urgencia que aumenta nuestra inspiración y el numen de románticos recuerdos. ¡Qué delicia es compartir el pan de la fantasía y la chispa divina que da el vino del buen humor!

Como respirando aromas del recuerdo el ingeniero Oltio Cajina dice: “La séptima avenida noreste de Managua comenzaba en la Puerta del Sol, en la Calle 15 de Septiembre, bajaba hacia el Lago pasando frente al atrio de la iglesia de Santo Domingo, seguía rumbo al norte llegando a las esquinas de la Casa del Catecismo y de la inquieta Nadine (la muchacha más popular y chiquita del barrio), caminando un poco más, no podíamos pasar sin mirar de soslayo lo que ocurría en la Pensión Monimbó de Galifardo, para al fin, cruzando la Calle Momotombo, llegar al Parque de Candelaria. Frente a la esquina nororiental del parque, sobre un terraplén, estaba el taller de don Amadeo Rodríguez, uno de los mejores ebanistas de la ciudad.

“La séptima avenida terminaba al hacer topo con el cerco de cemento y madera de la Estación del Ferrocarril, pero unos noventa metros antes comenzaba una cuesta muy pronunciada —por cierto muy pequeña—, Bajada de La Chispa y que para nosotros era una pista mejor que la de Le Mans, para bajarla a todo ‘full’ con nuestras patinetas”.

RECORDANDO A PANCHITO HERRADORA

Pero… ¿Qué era La Chispa? La Chispa era una cantina situada a la izquierda de la calle sobre el recodo de un paredón. Era muy frecuentada por los mozos de carga y resto de trabajadores de la cercana estación del Ferrocarril. El más devoto de sus parroquianos era el director del periódico Y qué pues, el corpulentísimo Panchito Herradora y Plazaola, que ya conmovido y vacilante por los humos del alcohol se acostaba en la acera para evitar que los guardias se lo llevaran preso por ebriedad.

Para nosotros, cipotes vagos y callejeros, la Bajada de La Chispa era un sitio muy importante porque allí, sobre la pavimentada, realizábamos competencias de deslizamiento y velocidad. Yo me vanagloriaba de haber inventado la patineta “delta” porque la tabla tenía forma de triángulo, eso le permitía al amiguito que me empujaba por la espalda subirse al artefacto cuando éste agarraba gran velocidad.

¡Qué sabroso era aquello! El aire fresco nos daba en la cara y nosotros tejíamos la ilusión infantil de ir rompiendo la barrera del sonido… Y no nos daba pereza volver a subir la cuesta para iniciar una y cien carreras más.

Claro que en estas pruebas “de alto riesgo” no faltaban los accidentes, como el que tuve cuando una “Semilla de Jocote” brequeó una rueda de la patineta y salí volando de trompa contra el pavimento, por varios días anduve con la bemba inflamada. O cuando al girar la cuesta a mucha velocidad nos dábamos vuelta y salíamos con las patas al aire, a lo mejor golpeados pero muertos de risa.

SOMOZA EN EL CLUB TERRAZA

Calla el ingeniero Cajina, y Danae propone un brindis con chocolate por los heroicos “Corredores de La Chispa”. Hay unos segundos de silencio que aprovecha nuestro invitado de honor, el licenciado José María Talavera, para recordar la noche en que nuestros queridos miembros de La Peña, don Benjamín Pérez Fonseca y Eduardo Pérez Valle contaron algunas historias sobre el Club Terraza de Managua.

Yo también tengo mucho que decir sobre ese club porque en 1955 entré a trabajar a la OCAL (Oficina de César Augusto Lacayo), como encargado de esa oficina. Recuerdo que en ese tiempo eran empleados de esa oficina los señores Orlando Poessy Ortega, Marcos Lacayo, Ronald Arana, Guillermo Sánchez, Humberto Benard, Payo Solórzano, doña Élida Martínez y otros que no recuerdo.

Mucha confianza depositaron en mí don César Augusto y el licenciado Carlos Reynaldo Lacayo, a tal punto que me encomendaban a sus hijos para que los llevara al matiné del Cine González a ver las películas de William Boyd, Roy Rogers, Tom Mix y otros, cuando la entrada costaba tres córdobas a palco alto.

Pero hay otro suceso que nunca olvidé. Fue durante las fiestas agostinas de 1956, cuando llegó a Managua la célebre orquesta cubana La Sonora Matancera para presentarse en los mejores lugares de Managua y en algunos departamentos.

El día sábado 8 de agosto de ese año, llegué como de costumbre a la OCAL y me sale doña Élida y me dice: “Chemita, lleve por favor esas dos cajas de cerveza Budweiser (don César era el distribuidor), al Club Terraza, aquí está la factura pero si no pagan no entregue el producto”. “Y si no me pagan”, aduje. “Entonces llevátelas a tu casa”, me respondió la señora.

AHÍ ESTABA LA MATANCERA

Fui de mala gana, el Club Terraza estaba situado en los altos del Edificio Pellas en la Avenida Roosevelt y las oficinas de OCAL media cuadra abajo, frente al Banco Hipotecario.

Tuve que subir por el ascensor del taller de mecánica porque en la entrada de la Casa Pellas estaban unos guardias impidiendo el paso al ascensor. Entro y cuál es mi susto que veo a unos militares de alto rango de la GN (Guardia Nacional) vestidos de gala y a otros civiles en la misma guisa. ¿Qué pasa aquí? pregunté a un empleado amigo. “Mira —me dice—, lo mejor es que no te dejés ver porque si no te sacan, viene el general Somoza a la tertulia con La Sonora Matancera”.

Me puse a buen recaudo. Llegó el general Anastasio Somoza García vestido de frac, acompañado de su hija, los demás hijos y su guardia personal, era la primera vez en mi vida que miraba a Somoza García de cerca.

Entró de inmediato La Sonora Matancera acompañando a Celia Cruz. Estaba con ella Celio González, Nelson Pineda. Raúl Planas y los grandes músicos elegantemente vestidos de traje oscuro y lazo negro; Celia vestía una alegre falda de rumbera. Estaban ahí por supuesto el gran maraquero Carlos Manuel Díaz Alonso “Caito” y Rogelio Martínez, director del conjunto, con su inseparable guitarra.

Comenzaron a sonar los cobres y el primero que se presentó fue Celio González que cantó La Historia de un Amor del compositor panameño Carlos Almarán, cuyo apellido no era Almarán sino Eleta. Esa canción la grabó la Sonora con la voz del argentino Leo Marini.

SOMOZA SE FUE “A SEGUIRLA" 

Aquellas formidables y acopladas trompetas, el piano con sus oportunos registros, las rítmicas tumbas pronto llenaron de ritmo musical el ambiente. Todos los invitados comenzaron a bailar y Somoza fue el primero, de su calidad como bailarín me reservo la opinión, pero puedo asegurar que no perdía pieza, estaba a las puertas de otra postulación como candidato a Presidente de la República, cargo que venía ocupando desde 1934 cuando sucedió a Moncada,

Dominar la danza era pues, parte del ejercicio de su campaña proselitista que concluyó al mes siguiente cuando Rigoberto López Pérez interrumpió a tiros su baile en los salones del Club de Obreros de León.

Hasta hace poco mi amigo, el ingeniero Francisco Gutiérrez Barreto, en su libro ¿Qué le pasa a Lupita?, confirma la actuación de la Sonora en el Club Terraza. Solicité después más información al “matancerólogo” don Leonardo Torres y así me contestó: “Ve Chemita, yo estuve esa tarde en el Club Terraza porque era el chofer del Chato Lang, de ahí Somoza se llevó a la Sonora a la Loma de Tiscapa y después al Casino Militar. La muerte no avisa y estoy seguro que Somoza se hubiera carcajeado si alguien le hubiera dicho que sus días estaban contados”.

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