domingo, 30 de octubre de 2016

RAMÓN SÁENZ MORALES: NUESTRO PRIMER POETA MODERNISTA O POETA SEÑERO DEL MODERNISMO?


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RAMÓN SÁENZ MORALES
 (Fotografía de don Adán Díaz F.)

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Liminar de Eduardo Pérez-Valle, Director y Editor del Blogspot:

    Terminé de atisbar el libro titulado “Nicaragua el más alto canto”. Publicado en 2013, esta Antología de la poesía nicaragüense fue seleccionada por el poeta Héctor Avellán, con prólogo de Luis Morales Alonso. De esa reunión de autores  y poemas, en número de 111, Jorge Eduardo Arellano abordó el contenido (END-6/4/2013) con énfasis en no dejar pasar a los “omitidos con mérito”. Uno de ellos, en especial, motiva nuestro interés. Este poeta, digno de reconocimiento, es de los abandonados en las etapas cíclicas del sarro cognitivo, que sigue en aumento por carecer --entre nosotros-- de importantes fuentes primarias.

    Nacido en 1888, a los 40 años el poeta quedó en los brazos de la muerte. El repentino e infausto desenlace hasta hoy no logró arrancarlo envuelto en los olvidos de la lejanía. Por cierto, en el citado artículo, Arellano lo ubica entre “los modernistas señeros”, algo que acopla con la meritoria condición devenida de antiguos sitiales conferidos por intelectuales de su época, entre esos podemos citar a Juan Ramón Avilés, Luis Alberto Cabrales, Mario Sancho.

    Ramón Sáenz Morales no fue el 112 de la antología en mención, pero en estas páginas ahora ocupa el número uno mediante la importante valoración que fue escrita por Cabrales, en 1969. Tampoco, Sáenz Morales tuvo el final de aquellos versos estremecedores de su autoría que vieron luz en agosto de 1914:   

FUNERAL

   Muerto el pobre, colocaron su miseria en el áspero fondo de un cajón. Ahí quedó su tiesa palidez en una siniestra expectativa de cariátide.

   Al otro día, al derrumbarse el último tedio de la tarde sobre los quingos de la montaña, mansas beneficencias de pastores enterraron al pobre más allá del paisaje, casi por donde los breñales hacen sangrar a las tórtolas.

   A la paz medrosa de un follaje temblón quedó el cadáver, sólo bajo el misterio de la tierra negra que desmenuzaron las azadas.

   Que Dios vigile su olvido, —clamó un amable.

   San paz y  hasta allá, —murmuraron otros, fijos en la desconsoladora verdad de aquel frío hueco sin luz que acababan de llenar. Uno que estaba retirado, dejó volar un suspiro que hizo caer muchas hojas secas.

   Mientras tanto, el rebaño esparcido del difunto ponía lágrimas en el severo anochecer del valle…

    Junto a la enmienda de Cabrales, ya cercana al medio siglo, incluimos un artículo elaborado por Mario Sancho, que hemos localizado en el libro: La joven Literatura Nicaragüense, editado en Febrero de 1920. Y para redondear el contexto, compartimos tres anécdotas sobre Sáenz Morales escritas como homenaje por Juan Ramón Avilés, entre ellas, una en extremo curiosa: “La primer cuarteta de Alí Vanegas”. 


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Sáenz Morales por Edith Grön

RAMÓN SÁENZ MORALES

Por: Luis Alberto Cabrales*

    He aquí a un poeta injustamente preterido y olvidado. Fue, sin duda alguna, el mejor poeta modernista de Nicaragua, y precisamente por su calidad innegable de modernista fue silenciado por nuestra generación. Lo creímos defectuoso por falta de cultura auténtica, y realmente tiene los defectos de los seguidores de Darío que no supieron poner continencia en sus poemas y se dejaron llevar a ciertos extremos efectistas de menor calidad.

    Pero cuando leo historias literarias de otros países de nuestra América y veo ser tomados en cuenta a modernistas inferiores a Sáenz Morales pienso que debiéramos haber sido menos exigentes en cuanto a su justipreciación.

   Cuando digo de este poeta que fue nuestro mejor modernista tal vez alguien se pregunta: Bueno, ¿y Santiago Argüello? No tengo el menor recelo al declarar que don Santiago no fue modernista. Su caso es idéntico al de Chocano, a quien equivocadamente se le tuvo por tal. El torrente oratorio en la poética de Chocano debía haberlo clasificado como un mantenedor de la vieja prosopopeya española del XIX con algunas divergencias pseudoparnasianas. Y don Santiago agrava, más que Chocano, su prosopopeya. Es enfático hasta lo indecible. Lo era no sólo en su obra sino en su persona.

    Es para mi inolvidable una visita que junto con Adolfo Ortega Díaz le hice en San Salvador. Nos recibió como quien recibe a pajes o súbditos, con una artificiosa y amanerada petulancia. Allí estaba frente a nosotros, un sí no es insolente, con sus bigotes también enfáticos, con sus ojos chispeantes, su verbosidad abundosa y artificiosa, pleno de una hostigosa vitalidad senil. Muy lejos del porte señorial, y sin embargo modesto, y la palabra natural pero sabia, de don Salvador Calderón Ramírez, por entonces también en San Salvador.

    Nos habló mejor, arengó largamente, ocupándose sólo de su persona, de su gloria, como él mismo decía; de sus incontables triunfos en Cuba, en donde había sido conductor de la juventud. Salimos de él hastiados, desalentados, irritados y  jurando jamás volver a verle. Lo que cumplimos.

    Pues bien, don Santiago, fue juzgado en su época como el mejor modernista  hasta como el pontífice de nuestro pequeño parnaso de entonces. Él era quien consagraba a los jóvenes y “los armaba caballeros”, como él decía.

    Prueba de su pontificado y de su insufrible vanidad es el “espaldarazo” con que “consagró” a Sáenz Morales.

    He aquí como muestra uno de sus párrafos:

    “Y, a pesar de todo extravío juvenil, Ramón Sáenz Morales es poeta. Lo proclamo así, en alta voz, ante el pueblo de pecheros indoctos  de la behetría. Lo armó caballero. La Musa cálzale la espuela. El corcel está listo a la puerta, tascando el freno, tensa la brida, enjaezado y ferrado, inquieto y brioso, para el caracoleo”. Eso era, eso fue para don Santiago la poesía: “un caracoleo”.

    Pero vengamos a nuestro mejor modernista. Tenía Sáenz Morales, una melodiosa fluidez en el verso, pero a veces llegaba ---- como aquel: “Luego lució lo lila en un juego pueril de las eles. Pero en sus mejores poemas llega a grandes aciertos en imágenes, metáforas pinceladas impresionistas, epítetos, que le acercan a los más destacados poetas de su época, un Herrera y Reisig, por ejemplo.

     Demos algunas muestras de esos aciertos que a veces salvaban poemas enteros:

 “estancada agua lila de tu ojera”
 “Todo un parque de otoño hay en tu ojera”
 “De la hierba que crece en los caminos
  se desprende un adiós de mariposas”
  “El viento desarruga
  memorias a una anciana”
  “las sencillas cigarras empeñadas
  en hacer que se tueste su lamento”
 “entumecido sollozaba
 el cañuto pueril de un campesino”
 “hace falta un pastor de humildes canas”
 “parque de callejas soñolientas”
“Entero el aire oliera lo mismo que una flor”
“corazón de humo pobre por la brisa disperso”
“candor solariego”
“faldas ruralmente ruborosas”
“livianas sandalias pastoriles”
“corral oliente a hierba mal mascada”
“una de esas viviendas que en paz de Dios
humean”
“fuga matinal del río”
“la paja cordial de la cabaña”
“Yo nací sencillo. Soy como una gota
de rocío claro que se bebe el sol”.
“Soñar como el lírico que a la tarde inclina
su tallo en un dulce gesto de oración”
“zurciendo la hojarasca, rauda, como una hebra de pánico, hacia el monte se pierde una culebra”.
“Dolorosa, blanca ultrapascual
la de aquel ataúd ¡…Una doncella
había muerto en gracia matinal
Consternáronse tórtolas y estrellas”.
“Un nombre como el tuyo, enmontañado,
oloroso a vereda y a balido,
a surco, a hierbas, a terreno arado,
a milpa verde y platanar florido”.

    Véase en estos últimos versos la avasalladora influencia de aquel de Darío:

    “Esperanza olorosa a hierbas frescas”, que tanta resonancia ha tendio incluso entre grandes poetas muy posteriores, como Lorca y Neruda.

    Podría señalar más felices hallazgos poéticos pero los mencionados bastan para deducir de ellos que Sáenz Morales fue nuestro mejor modernista. En vano pueden buscarse en don Santiago, en su tupida obra poética, versos felices y  novedosos, que eran el sello del modernista. Sin embargo Sáenz Morales rehuyó el exotismo. Se reconcentró en cantar nuestra Sierra de Managua a su modo. Sin realismo, tomando de las poesías eglógicas de otros poetas todo su vocabulario Él nos habla de pájaros inexistentes, como turpiales ruiseñores, alondras, mirlos. De flores no brotadas en nuestros campos sino en páginas de libros ávidamente leídos: eglantinas. De árboles ausentes de nuestros paisajes: acacias, encinas, tilos. Nos habla de manzanas, aljófar, zagales, gaiteros, góndolas, molineras, alquerías, cortijos. En vez de tinajas ve ánforas. En vez de terneros, corderos.
   
    Esta fuga hacia lo irreal en un poeta llamado “cantor de las Sierras” fue en gran parte la causa de nuestro desvío con respecto a su poesía. No aceptábamos en él esa idealización de nuestros campos y campesinos. Así como no veíamos con ojos comprensivos las princesas  y marquesas de Darío. Pero sí –contrariamente— aceptábamos, con aceptación servil de los textos retóricos, las artificiosas églogas de Garcilaso; sus Tirrenos  y Alcinos, sus Fléridas, Filis, Filodoces,  Dinámenes, Climenes y Nisas. Debíamos haber sido más comprensivos, menos exigentes, ya que nuestras exigencias eran parciales, sólo contra él y no contra los Garcilasos de allende y aquende el mar. En realismo y veracidad  poéticas rurales, aunque pese a quien pese, Gabriel y Galán se lleva de pecho a Garcilaso.

    Más a pesar de todas esas fugas hacia lo imaginario, creo que Sáenz Morales fue el primero en logar aciertos nativos. Como todo poeta fue influenciado por el fluir de las estaciones, la seca y la lluviosa. Sus poemas como la Brava Quema, fue un esfuerzo por lograr el acento poético de lo nuestro. Como todos lo que venimos después de él, sufrió el influjo del tremendo verano y la felicidad indecible de las primeras lluvias. En sus descripciones veraneras tiene versos de gran expresividad:

                   “Verano, alto Verano, por qué suenas tan fuerte”

    En un solo verso acierta a dar la sensación de aquel viento bochornoso que asola campos y ciudades en tiempo de los soles marceños. Sensación mejor dada que en cualquier poema ulterior.

    Yo que he sido tan señaladamente marcado por el cambio de estaciones jamás pude escribir un poema por mí aceptable, sobre el aniquilante bochorno de nuestro terrible estío… por lo que llama Sáenz Morales “la omnipotencia cruel y hostil del verano”.

    ¡Cuántos esbozos míos fueron rigurosamente al cajón de la basura! Fue él, también, quien, quizá el primero, dio en verso la sensación indecible de la primera lluvia.

“Naranjero que enmarcas mí ventana
y en cuya fronda el alba se atenúa
¡cómo te ha lavado esta mañana
el agua en flor de la primer garúa!

    Yo, desde antes de ir al Pedagógico, había intentado dar esa sensación en el soneto Sinsonte. Pero todavía quedaban en él restos de lecturas europeas y su influencia. Luego escribí “Jaculatoria a la lluvia” que fue una imitación y calco de “Jaculatoria a la nieve” de Amado Nervo. Sólo hasta 1919 –ya en el Pedagógico— logré algo con “Dios te bendiga lluvia”, que tanto gustó entre mis compañeros:

             Dios te bendiga lluvia
             que caíste del cielo esta mañana
             y limpiaste de polvo los tejados
             y de tristeza mi alma”.

    Este comienzo es lo que valía, todo lo demás fue relleno, ripio. Hasta mucho más tarde di mi “Primer Aguacero” que tanto éxito tuvo en tres decenios.
 
    Me he extendido en estas notas personales para mostrar qué dura lucha era necesaria para llegar a la expresión nativa y directa, abandonando las influencias de lecturas y de sensaciones extranjeras.

    Sólo una vez se asomó nuestro poeta más allá del mar. Y fue para extasiarse en la Provenza de Mistral (tan leído entonces) y a la Provenza medioeval de los Juegos Florales. Por entonces aquí había Juegos Florales y en uno de ellos salió triunfante Ramón. Entonces cantó a su Reina:

“Has de saber, Señora, que vivo enamorado
de los días florales de Aviñón y Provenza”

Por esos mismos días se acercó mucho a la poesía convencional, aunque pasajeramente:

Todo esto pasa en una
 finca de las afueras;
 finca donde se gozan temporada de la luna”

“Señora, usted se pasa cuidando un canario;
tiene usted una constancia de agua clara y alpiste”

“Me gusta sorprenderla regando sus peonías”
“hasta ahora le digo que la quiero, Señora”.

“Y eso no debe ser. Dése cuenta, Señora
 que grave falta es darle espaldas a la aurora”

    Dos acontecimientos le alejaron momentáneamente de su Sierra. La muerte de Rubén Darío y la coronación de don Modesto Barrios. Él escribió los mejores poemas sobre Darío muerto,  y también cuando su primer aniversario.

“Rubén Darío ha muerto. Todos se acordarán
hoy que la luna mengua, de aquel cuarto creciente”.

     Sorprende la memoria precisa del acontecimiento celeste cuando la muerte y el aniversario. De los poemas en lamento y  elogio de Darío surgió un cuarteto que debiera estar en todas nuestras bocas:

“Poetas, todos los poetas, para todos levanto
este licor de aldea que mí espíritu encierra:
Si bebéis la mandrágora inefable del canto
nunca habléis de belleza sin conocer mi tierra”.

    La noche de la coronación de don Modesto Barrios fue noche memorable. Lo coronaron en un teatro que estaba donde últimamente estuvo La Noticia, frente a Catedral. Don Modesto, muy anciano, nos sorprendió por su voz aún fuerte y matizada. Fue tenido por el mejor orador de su tiempo, aunque varias veces el doctor Carlos Cuadra Pasos me dijo que don Enrique Guzmán consideraba mejor orador al licenciado Perfecto Tijerino Navarro. Este fue muy precoz. Diputado a los veintiún años, Ministro de Gobernación a los veinticinco. Murió a los treinta años. Tallo erecto de una estirpe de talentos que parece no extinguirse.

     En esa noche, pues, en que Managua se acordó de su olvidado anciano cargado de años y prestigios, Ramón Sáenz Morales recitó un hermoso poema, escrito en su nuevo estilo casi conversacional. Recordemos los mejores cuartetos:

Cuentan que Enrique Ibsen, el astro de las brumas, 
iba entre las mañanas tiernas de Cristianía
a quitar con un lienzo de suavidades sumas
la nieve que a su propia estatua le caía.

Pues bien, Maestro Modesto, bajo su fría edad,
tiene encendida el alma y el espíritu en fuego,
y a sus años les quita con su jovialidad
la nieve que a su estatua le quitaba el noruego”.

    A Ramón Sáenz Morales –muerto en relativa temprana edad— nunca le hicieron el homenaje que merecía. Luego fue preterido injustamente por nuestra generación. Sus poemas, dispersos en diarios y revistas, sólo fueron compilaos muy tarde con el título de Aires Monteros.

    Esa colección me ha servido para conocerlo mejor y escribir estas líneas de reconocimiento  y debida rectificación.

*En: La Prensa Literaria. Domingo 9 de Noviembre, 1969.

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Los de Hace 13 Años

De la Muchachada de 1913

Por: Mario Sancho*
Juicios

     ¡Dichosa la ciudad que tiene cerca una montaña! –ha dicho Juan Maragail— ¡una montaña y un poeta que cante esa montaña! Dichosa si descansa al pie de un monte, porque sus hijos han de aprovechar la perenne lección de fortaleza y alegría, de vigor y de bondad que les mantenga el alma erguida y sereno el pensamiento; porque la vista, cansada en la diaria labor, hallará alivio en los tonos azules y en las líneas majestuosas; y porque, ya sea que tras él mueran las tardes o nazcan las auroras, el trabajador, el obrero, el hombre de manos diligentes y espaldas afanosas que de otra suerte no conocería más que la fatiga del día y la quietud reparadora de la noche, podrá gozar al menos, en digno escenario, de los idílicos amaneceres en que el sol –cual otro viejo rey Midas— vuelve de oro todo lo que toca, o de los ocasos radiantes en que los celajes causan celos a las púrpuras de Tiro y a los tapices de Persia.

Dichosa, mas dichosa todavía, si tiene un poeta que cante las excelencias de ese monte, que celebre la industria de sus abejas, la música de sus pájaros y los perfumes de sus flores; que le haga epitalamios a la torcaz enamorada y elegías al guardabarranco solitario; que diga cómo es de suave la sombre del cedro fragante, de imponente la altitud del roble y  de placentera la cachaza de la ceiba que deja prender entre sus barbas centenarias a las felices oropéndolas, el nido de sus amores de un día, y que honre con versos armoniosos la feracidad del suelo que devuelve cien espigas por cada grano recibido, la ardua labor del campesino en los surcos y la abnegada dedicación de su mujer al hogar apacible.

         Un poeta que llene a conciencia este programa de cantos, es el complemento indispensable a la montaña para hacer la felicidad de la ciudad asentada a sus pies… Un poeta que descienda todos los días de la cima tranquila a la inquieta llanura, llevando como Moisés cuando bajo del Sinaí con las leyes que Dios le había dictado, el evangelio de la bondad, del amor, del trabajo, de la paciencia, de la benignidad y de la dicha, viene a ser, en el orden moral, algo así como la brisa en el orden físico; un mensajero eficaz entre los árboles y los hombres entre la tierra virgen y las calles holladas de malicias y de crímenes, entre la salud agreste y la enfermedad urbana, entre las fragancias del bosque y los malos olores de la ciudad.

Managua posée la montaña y el poeta que deseaba para todas las ciudades del mundo, aquel gran catalán cuyas palabras sirven de lema a estas líneas. Managua tiene sus sierras con los más lindos paisajes que puedan contemplar ojos humanos, con las más hermosas arboledas, con el más suave clima y con la tierra más agradecida a los afanes agrarios y más complacientes a las esperanzas rústicas. Tiene también un poeta, exquisito y sencillo al mismo tiempo, claro como el agua matinal, dulce como la miel fabricada por las rubias obreras en lo íntimo de la floresta, y armonioso como los pájaros en las amanecidas de mayo, cuando las alas se vuelven sedentarias en la tibieza del nido y los picos olvidan las frutas por los besos. Se llama este lírico pastor: Ramón Sáenz Morales.

*Del libro “La joven Literatura Nicaragüense”. Febrero de 1920.

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LA PRIMER CUARTETA DE ALÍ VANEGAS

    Al hogar de Juan de Dios Vanegas, en León, iban de cuando en cuanto los intelectuales de Managua: Ramón Sáenz Morales, José Olivares, Salvador Ruiz Morales y Juan Ramón Avilés, a pasar pequeñas temporadas, gratas a sus espíritus, en la siempre grata compañía del poeta dueño de la casa.

    Los pequeños hijos de Vanegas tenían gran cariño para los *muchachos de Managua*, y Sáenz Morales, con Ruiz Morales, gozaban del encanto del *nido ajeno*. Entre ellos y los chicos de casa había una gran camaradería, jugaban unos con otros a la pizizigaña, al trompo. Para los pequeñuelos, aquel ricito característico que colgaba sobre la frente de Sánez Morales era un juego más.

    Una tarde, Sáenz Morales se preparaba a salir de visitas, y estaba de pies conversando con Vanegas y su señora, cuando el hoy joven y distinguido poeta Alí Vanegas, como de siete años de edad, entonces entró corriendo, desde la calle, como quien dice disparado, y parándose en seco frente a Sáenz Morales le espetó, jadeante, esta cuarteta:

                         *Desde mi tierra he venido
                           pisando tierra caliente,
                           sólo por venirte a ver
                           colochito en la frente.*

    Y dicho esto, salió corriendo otra vez a la calle.

    Por la primera vez vimos inmutado a Sáenz Morales. Talvez sintió ganas de darle un cariñoso tirón de orejas al pequeño coplero, pero Alí Vanegas ya iba por lo menos a cien varas de distancia.

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