De Nueva York a la Calle de Enmedio
WILLIAM WALKER Y RICARDA CERDA, LAS HUELLAS DE UN ROMANCE. Por:
Pedro Rafael Gutiérrez. En: La Prensa, 13 febrero de 1977.
*Sobreviven dos nietas de Walker
*El abrazo de Jerez-Walker
* Pío Cerda, hijo del filibustero
*La Niña Antonia sin descendencia
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Polvo, piñuelas, chavalos con el ombligo pelado y la barriga
llena de parásitos, animan el paisaje que rodea la Calle de Enmedio, a tres kilómetros de Rivas, en un sitio donde se
detuvo el tiempo.
Por esa sórdida avenida donde en mejores tiempos se
cultivaba cacao con fines de exportación, pasó varias veces el General William
Walker en sus repetidas incursiones a
San Jorge, seguido de una bandera ostentosamente nacionalista que llevaba
bordada la enseña de “cinco o nada”, símbolo de la unidad centroamericana que
él quiso realizar por métodos muy particulares.
En una casita situada sobre ese viejo camino, de la que se
filtra un penetrante olor a café, vive la anciana Ana Antonia Castillo, una de
las dos nietas sobrevivientes de William Walker, atadas a modestas sillas por
los indescifrables lazos de la artritis deformante.
Doña Antonia, más propiamente la Niña Antonia, lleva a sus
tristes espaldas un cerro de recuerdos de su padre Pío Cerda, el único hijo del
filibustero William Walker. La Niña Antonia es una de los cinco hijos de Pío Cerda, nietos del que
un día fue Presidente de Nicaragua, por métodos tortuosos que en forma alguna
han sido abandonados por nuestros políticos.
En lo que se refiere a ella, con 91 años a cuestas, se detuvo
la sucesión de William Walker, virgen y
mártir como es, la cara de ese pergamino que imprimen los años, los brazos
tatuados por gruesas venas, profundas arrugas como los viejos mapas que llevaba
su abuelo metidos en una funda de cuero, para ubicar los sitios de una tierra
que si en verdad nunca comprendió, con seguridad amó intensamente.
WILLIAM Y RICARDA
El 18 de abril de 1849, la vida de William Walker sufrió un
cambio que significó abandonar proyectos, trazarse una nueva línea de conducta
y emprender una de las más pintorescas aventuras de la historia
latinoamericana.
Ese día murió en Nueva Orleans Ellen Galt Martin, la novia
sordomuda de William Walker, y el hombre se volvió taciturno.
De los labios del joven abogado, médico y periodista se
borró la palabra amor y olvidó las caricias. Si es que alguna vez las volvió a
intentar, dedicadas varios años después a una joven nicaragüense llamada
Ricarda Cerda, cuyos mensajes de amor tuvo que dirigir a Walker con los ojos,
las manos, y la entrega de su cuerpo, que debió haber tenido lugar en una noche
rivense, enmedio de los sobresaltos provocados por los cañones filibusteros.
La bella joven Cerda, ignoró que ella cabalgaba con Walker en los lomos de la historia.
De ese romance nació Pío Cerda, único hijo descendiente de
Walker, al que resulta controvertido llamar heredero del aventurero de
Nashville, calificado por unos de monstruo y por otros como “estrella del
norte”.
Walker cometió muchos errores, fue “desestabilizado” por los
capitanes de industria norteamericana, expulsado del país y fusilado en
Trujillo el 12 de septiembre de 1860, en un pueblo que vive 117 años después,
el mismo atraso del día en que frente a un pelotón de fusilamiento el General
Walker pronunciaba sus últimas palabras para confesarse católico y legítimo
Presidente de Nicaragua.
DON PÍO CERDA Y SU SUCESIÓN
Cuando Walker se fue del país se ignora si Pío estaba ya
nacido, o si, por el contrario, iba aún en el vientre la Ricarda, que por
cierto se contentó con tener ese único hijo al que le dedicó los mejores
cuidados.
Pío creció en el ambiente provinciano de Rivas y San Jorge,
y llevaba en la frente el sello de la sangre de Walker y en la cintura un lunar
que se consideraba característico de su legítimo ascendiente.
Pío Cerda tuvo cinco hijos, dos de ellos mujeres que aún
viven y que son los descendientes más cercanos del inquieto aventurero.
La Niña Ana Antonia Castillo, sin descendencia, vive en la Calle de Enmedio, en un cuarto pobre de
piso de tierra, aislada del mundo y sujeta a una inmovilidad de la que no podrá
salir jamás.
Sus ojos han perdido todo brillo y es como un montoncito de
cenizas apagado, sin más fuego interior que el compromiso de vivir por
reflejos.
Cuando la entrevistó el periodista, ella preguntó si eran
yanquis los que queríamos fotografiarla y si era posible que le ayudaran a bien
morir.
Su mundo es el que se asoma tímidamente por una puerta que
da a un patio sin horizonte y su piel seca parece estar a punto de quebrarse.
Por increíble que parezca, la vida sólo asoma por una enorme
llaga de erisipela que a ella la tiene sin cuidado.
No tuvo ningún hijo y los parientes más cercanos que la
visitan son sobrinos que la cuidan amorosamente.
DOÑA FRANCISCA, LA OTRA NIETA
A varios kilómetros de Rivas, en un caserío igualmente
triste, vive doña Francisca Castillo, la otra nieta de Walker, que se casó en
su juventud y que una numerosa descendencia.
Ella está igualmente paralítica y uno de sus hijos nos dijo
que pedía no la visitáramos por su estado de salud.
Es sin embargo muy
parecida a la niña Ana Antonia; muy parecida en su tristeza; muy
parecida en sus padecimientos; muy parecida, en fin, a todos los viejitos que
parecen hermanos, como se parecen entre sí, los chinos, los monos y los
policías.
Doña Francisca tuvo varios hijos y uno de ellos don Pío
Castillo, que lleva el nombre del hijo de Walker, atiende a su familia con
devoción ejemplar. Es un hombre modesto, dado al trabajo, parco en el hablar,
para quien ser descendiente de Walker no significa sino llevar una piedra en el
zapato.
En busca de su tía Ana Antonia lo encontramos en la Calle de Enmedio, naufragando en mares
de polvo, ignorando que fuese biznieto de Walker, y más aún, que su madre
estuviese aún viva, con lo que subía a dos el número de nietos de Walker.
Don Pío Castillo es un hombre grueso, blanco y difícilmente
podría señalarse su parentesco con el General Walker.
Ni siquiera imaginándose a Walker gordo, podría establecerse
una relación de parentesco entre éste y su descendiente.
Sin embargo, la naturaleza parece dar saltos. Un tataranieto
de Walker, descendiente de esta gente, heredó la silueta agresiva del
aventurero de Tennesee.
Orlando Bustos Alvarado podría servir de modelo a cualquier
pintor que quisiera reproducir la imagen de William Walker.
Es delgado, bajo, de ojos transparentes, de mirada
arrogante, de inteligencia muy despierta y lo que es más importante, biznieto
de don Pío Cerda, el hijo de William y de Ricarda.
EL ABRAZO IMPOSIBLE
El 29 de enero pasado, a las dos de la tarde, estábamos frente
a las puertas de la casa donde vive la Niña Ana Castillo.
Hacía exactamente 120 años que William Walker había marchado
de Rivas a San Jorge, pasando frente a esta misma casa, por el mismo camino
polvoriento, acaso saludando a la Ricarda y ordenando disparar en su honor una
salva de fusilería, mientras ella lo veía partir como algo inalcanzable,
mientras acariciaba sus trenzas y recogía del suelo un fino ramo de reseda que
se la había caído por la emoción.
120 AÑOS NO ES NADA
A las pocas horas las fuerzas de William Walker habían
tenido 80 bajas entre muertos y heridos y emprendían la retirada al cuartel
principal.
En esa ocasión y en un día como el que nosotros revivíamos
frente a la casa de su nieta, Walker había estado en la mira del General Máximo
Jerez, comandante del ejército nicaragüense en ese sector.
Ni la historia sabe si se vieron por entre las trincheras,
ni se conocen detalles sobre la reacción de Walker ante la derrota.
El hecho es que 120 años después, exactamente, sin una
mínima diferencia de minutos, nosotros habíamos logrado en la Calle de Enmedio, poner frente a frente,
el 29 de enero de 1977, a don Pío Castillo y a don Leonardo Jerez, biznietos de
William Walker y de Máximo Jerez, respectivamente.
Qué pasó en la mente de estos dos hombres cuando les pedimos
que posaran para La Prensa, nunca lo sabremos.
Cuando hacíamos la foto, un carromoto levantaba polvo en la Calle de Enmedio y por la nube de polvo
se filtraba el sol.
Nunca podré establecer si la silueta que se dibujaba en el
recodo del camino, era la del General Walker o la del doctor Máximo Jerez,
porque un apretón de manos de sus biznietos me hizo caer a la realidad de que
en la historia nada es imposible.
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Saludes Hermano, Excelente Reportaje Digno de Seguir sus Huellas,
ResponderEliminarCómplice de las aventuras de mi padre, no puedo mas que disfrutar de sus trabajos, de sus historias, siempre llenas de amor a la historia de su natal Nicaragua.
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