lunes, 18 de agosto de 2014

De Nueva York a la Calle de Enmedio. WILLIAM WALKER Y RICARDA CERDA, LAS HUELLAS DE UN ROMANCE. Por: Pedro Rafael Gutiérrez. La Prensa, 13 de Febrero de 1977.

De Nueva York a la Calle de Enmedio

WILLIAM WALKER Y  RICARDA CERDA, LAS HUELLAS DE UN ROMANCE. Por: Pedro Rafael Gutiérrez. En: La Prensa, 13 febrero de 1977.

*Sobreviven dos nietas de Walker
*El abrazo de Jerez-Walker
* Pío Cerda, hijo del filibustero
*La Niña Antonia sin descendencia

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Polvo, piñuelas, chavalos con el ombligo pelado y la barriga llena de parásitos, animan el paisaje que rodea la Calle de Enmedio, a tres kilómetros de Rivas, en un sitio donde se detuvo el tiempo.

Por esa sórdida avenida donde en mejores tiempos se cultivaba cacao con fines de exportación, pasó varias veces el General William Walker en sus repetidas  incursiones a San Jorge, seguido de una bandera ostentosamente nacionalista que llevaba bordada la enseña de “cinco o nada”, símbolo de la unidad centroamericana que él quiso realizar por métodos muy particulares.

En una casita situada sobre ese viejo camino, de la que se filtra un penetrante olor a café, vive la anciana Ana Antonia Castillo, una de las dos nietas sobrevivientes de William Walker, atadas a modestas sillas por los indescifrables lazos de la artritis deformante.

Doña Antonia, más propiamente la Niña Antonia, lleva a sus tristes espaldas un cerro de recuerdos de su padre Pío Cerda, el único hijo del filibustero William Walker. La Niña Antonia es una de  los cinco hijos de Pío Cerda, nietos del que un día fue Presidente de Nicaragua, por métodos tortuosos que en forma alguna han sido abandonados por nuestros políticos.

En lo que se refiere a ella, con 91 años a cuestas, se detuvo la sucesión de William Walker, virgen  y mártir como es, la cara de ese pergamino que imprimen los años, los brazos tatuados por gruesas venas, profundas arrugas como los viejos mapas que llevaba su abuelo metidos en una funda de cuero, para ubicar los sitios de una tierra que si en verdad nunca comprendió, con seguridad amó intensamente.

WILLIAM Y RICARDA

El 18 de abril de 1849, la vida de William Walker sufrió un cambio que significó abandonar proyectos, trazarse una nueva línea de conducta y emprender una de las más pintorescas aventuras de la historia latinoamericana.

Ese día murió en Nueva Orleans Ellen Galt Martin, la novia sordomuda de William Walker, y el hombre se volvió taciturno.

De los labios del joven abogado, médico y periodista se borró la palabra amor y olvidó las caricias. Si es que alguna vez las volvió a intentar, dedicadas varios años después a una joven nicaragüense llamada Ricarda Cerda, cuyos mensajes de amor tuvo que dirigir a Walker con los ojos, las manos, y la entrega de su cuerpo, que debió haber tenido lugar en una noche rivense, enmedio de los sobresaltos provocados por los cañones filibusteros.

La bella joven Cerda, ignoró que ella cabalgaba  con Walker en los lomos de la historia.


De ese romance nació Pío Cerda, único hijo descendiente de Walker, al que resulta controvertido llamar heredero del aventurero de Nashville, calificado por unos de monstruo y por otros como “estrella del norte”.

Walker cometió muchos errores, fue “desestabilizado” por los capitanes de industria norteamericana, expulsado del país y fusilado en Trujillo el 12 de septiembre de 1860, en un pueblo que vive 117 años después, el mismo atraso del día en que frente a un pelotón de fusilamiento el General Walker pronunciaba sus últimas palabras para confesarse católico y legítimo Presidente de Nicaragua.

DON PÍO CERDA Y SU SUCESIÓN

Cuando Walker se fue del país se ignora si Pío estaba ya nacido, o si, por el contrario, iba aún en el vientre la Ricarda, que por cierto se contentó con tener ese único hijo al que le dedicó los mejores cuidados.

Pío creció en el ambiente provinciano de Rivas y San Jorge, y llevaba en la frente el sello de la sangre de Walker y en la cintura un lunar que se consideraba característico de su legítimo ascendiente.

Pío Cerda tuvo cinco hijos, dos de ellos mujeres que aún viven y que son los descendientes más cercanos del inquieto aventurero.

La Niña Ana Antonia Castillo, sin descendencia, vive en la Calle de Enmedio, en un cuarto pobre de piso de tierra, aislada del mundo y sujeta a una inmovilidad de la que no podrá salir jamás.

Sus ojos han perdido todo brillo y es como un montoncito de cenizas apagado, sin más fuego interior que el compromiso de vivir por reflejos.

Cuando la entrevistó el periodista, ella preguntó si eran yanquis los que queríamos fotografiarla y si era posible que le ayudaran a bien morir.

Su mundo es el que se asoma tímidamente por una puerta que da a un patio sin horizonte y su piel seca parece estar a punto de quebrarse.

Por increíble que parezca, la vida sólo asoma por una enorme llaga de erisipela que a ella la tiene sin cuidado.

No tuvo ningún hijo y los parientes más cercanos que la visitan son sobrinos que la cuidan amorosamente.

DOÑA FRANCISCA, LA OTRA NIETA

A varios kilómetros de Rivas, en un caserío igualmente triste, vive doña Francisca Castillo, la otra nieta de Walker, que se casó en su juventud y que una numerosa descendencia.

Ella está igualmente paralítica y uno de sus hijos nos dijo que pedía no la visitáramos por su estado de salud.

Es sin embargo muy  parecida a la niña Ana Antonia; muy parecida en su tristeza; muy parecida en sus padecimientos; muy parecida, en fin, a todos los viejitos que parecen hermanos, como se parecen entre sí, los chinos, los monos y los policías.

Doña Francisca tuvo varios hijos y uno de ellos don Pío Castillo, que lleva el nombre del hijo de Walker, atiende a su familia con devoción ejemplar. Es un hombre modesto, dado al trabajo, parco en el hablar, para quien ser descendiente de Walker no significa sino llevar una piedra en el zapato.

En busca de su tía Ana Antonia lo encontramos en la Calle de Enmedio, naufragando en mares de polvo, ignorando que fuese biznieto de Walker, y más aún, que su madre estuviese aún viva, con lo que subía a dos el número de nietos de Walker.

Don Pío Castillo es un hombre grueso, blanco y difícilmente podría señalarse su parentesco con el General Walker.

Ni siquiera imaginándose a Walker gordo, podría establecerse una relación de parentesco entre éste y su descendiente.

Sin embargo, la naturaleza parece dar saltos. Un tataranieto de Walker, descendiente de esta gente, heredó la silueta agresiva del aventurero de Tennesee.

Orlando Bustos Alvarado podría servir de modelo a cualquier pintor que quisiera reproducir la imagen de William Walker.

Es delgado, bajo, de ojos transparentes, de mirada arrogante, de inteligencia muy despierta y lo que es más importante, biznieto de don Pío Cerda, el hijo de William y de Ricarda.

EL ABRAZO IMPOSIBLE

El 29 de enero pasado, a las dos de la tarde, estábamos frente a las puertas de la casa donde vive la Niña Ana Castillo.

Hacía exactamente 120 años que William Walker había marchado de Rivas a San Jorge, pasando frente a esta misma casa, por el mismo camino polvoriento, acaso saludando a la Ricarda y ordenando disparar en su honor una salva de fusilería, mientras ella lo veía partir como algo inalcanzable, mientras acariciaba sus trenzas y recogía del suelo un fino ramo de reseda que se la había caído por la emoción.

120 AÑOS NO ES NADA

A las pocas horas las fuerzas de William Walker habían tenido 80 bajas entre muertos y heridos y emprendían la retirada al cuartel principal.

En esa ocasión y en un día como el que nosotros revivíamos frente a la casa de su nieta, Walker había estado en la mira del General Máximo Jerez, comandante del ejército nicaragüense en ese sector.

Ni la historia sabe si se vieron por entre las trincheras, ni se conocen detalles sobre la reacción de Walker ante la derrota.

El hecho es que 120 años después, exactamente, sin una mínima diferencia de minutos, nosotros habíamos logrado en la Calle de Enmedio, poner frente a frente, el 29 de enero de 1977, a don Pío Castillo y a don Leonardo Jerez, biznietos de William Walker y de Máximo Jerez, respectivamente.


Qué pasó en la mente de estos dos hombres cuando les pedimos que posaran para La Prensa, nunca lo sabremos.

Cuando hacíamos la foto, un carromoto levantaba polvo en la Calle de Enmedio y por la nube de polvo se filtraba el sol.

Nunca podré establecer si la silueta que se dibujaba en el recodo del camino, era la del General Walker o la del doctor Máximo Jerez, porque un apretón de manos de sus biznietos me hizo caer a la realidad de que en la historia nada es imposible.

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2 comentarios:

  1. Saludes Hermano, Excelente Reportaje Digno de Seguir sus Huellas,

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  2. Cómplice de las aventuras de mi padre, no puedo mas que disfrutar de sus trabajos, de sus historias, siempre llenas de amor a la historia de su natal Nicaragua.

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