INTRODUCCIÓN
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El 22 de
abril de 1825 (tres años después de la muerte de Vado) tomó posesión de la
Jefatura del Estado, don Manuel Antonio de la Cerda. Se retiró más tarde, y
entró en ejercicio el Vicejefe don Juan Argüello.
En seguida
–aquí en Managua— tomó posesión del mando supremo don Manuel Antonio; y,
requirió a Argüello, para que le prestase obediencia. Argüello –socarronamente—
le contestó que llegaría a León a recibir las riendas del Estado.
El país se
dividió en dos bandos. Argüello dominaba León, Granada y Chontales. Y Cerda,
Managua, Rivas y Jinotepe.
No nos vamos
a detener en la narración de aquellas escenas de devastación y horror. Pero sí,
diremos, con la autoridad de Levy, que nadie podía permanecer neutral en la
contienda fratricida. Tenía que ser partidario de Argüello o de Cerda. Los dos
ellos pensaban que el que no estaba con ellos, estaba contra ellos. Con esto,
el discreto lector, podrá apreciar la situación de los nicaragüenses por
aquellos años.
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EL CRIMEN DE “LA
PELONA”. En: La Prensa, 13 de
Octubre de 1970.
El crimen de La Pelona…
En todas las Escuelas e Institutos en el cuso de Historia de
Nicaragua se les explica de una manera ligera y superficial a los alumnos
(razones de tiempo y programa) los sucesos conocidos como La Pelona.
Este suceso, como otros de gran interés de nuestra historia
los iremos publicando en nuestras ediciones de lunes por la tarde con fecha
martes, en la segunda página de la primera sección.
Hoy comenzamos con La Pelona. El crimen cometido que ha
pasado a la historia con ese nombre, es uno de los más brutales que registra la
interminable guerra civil en que ha vivido el país.
El relato del suceso es extraído en la Historia de Nicaragua
que escribió Jerónimo Pérez, con algunas Notas de Redacción.
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NO ES ISLA, ES CERRO
Contrario a lo que mucha gente cree y afirma, el mismo
Jerónimo Pérez en su relato, “La Pelona” no es una isla, sino una pequeña
península rematad por un cerro. Es decir que tiene conexión con tierra firme
por medio de una faja de tierra baja, la cual en algunos inviernos casi llega a
inundarse, pero nunca al extremo de permitir el paso de embarcaciones entre el
cerro y la tierra fi. En verano esa faja de tierra, deja para fácilmente
ganados y otros semovientes.
POR QUÉ TOCARON LA PELONA
“La Pelona” queda al otro lado de Granada, rumbo noreste.
¿Por qué la embarcación con los prisioneros que iba a San Carlos tocó allí…? Es
muy sencillo las embarcaciones pequeñas que cruzan el Gran Lago siempre toman
como primer rumbo esa zona para acercarse a las costas de Chontales que
generalmente son manas y continúan bordeándolas hasta San Miguelito primero y
San Carlos después. Esta ruta es usual hoy en día.
El relato que a continuación, fue la culminación de la
primera sangrienta guerra civil que tuvo Nicaragua independiente entre sus dos
primeras máximas autoridades: don Manuel Antonio de la Cerda como jefe y don
Juan Argüello como vicejefe.
EL RELATO DE PÉREZ
Vuelto don Juan Argüello del destierro, asumió el mando en
Granada que Ordóñez le quitó en León, y era tal su ansia de combates que sólo
hablaba de atacar al enemigo, por lo cual le llamaron don Juan ataque.
El gobierno de Cerda se había trasladado a Rivas, porque el
vecindario de Managua no le inspiraba confianza desde el ataque frustrado el
día de San Juan, pero no por eso los managuas eran enemigos de la causa
conservadora, sino que querían cambiar el personal de gobierno. En Rivas
sucedió lo mismo, pues los mismos partidarios y hasta sus propios parientes se
le convirtieron en desafectos. A esto contribuyeron los reclutamientos, las
contribuciones, y, sobre todo, la fusilación (sic) del doctor Gutiérrez y de
Casanova. (Este es un hecho histórico que merece abordarse por separado).
Y a proporción que estas sembraban el descontento, Cerda
desmantelaba el gobierno mandando las fuerzas del ejército, con que a las
órdenes de Baltodano mandó atacar la plaza de Granada.
Esta se vio en momentos de sucumbir, en tal extremo que
cualquier jefe, menos sencillo, la habría tomado. El vicejefe Argüello y sus
principales amigos estuvieron con lachas preparadas en el lago para escaparse,
y entonces fue cuando el Padre Estrada salvó la situación con un movimiento
último y desesperado. Mientras que él cargaba de frente, una compañía con buenos
oficiales, entre ellos Berroterán, salió a picar la vanguardia del cantón, y lo
verificó con tal denuedo, que él ejército de Baltodano huyó precipitadamente de
las cuadras próximas a la plaza, el día 30 de septiembre de 1828. La honradez y
lealtad del citado Baltodano le pusieron a cubierto de sospechas de traición,
pero al menos se creyó que algunos influyeron en su ánimo para que no atacase
ciertos puntos y lo hiciese cuando no debía, para el triunfo definitivo del
jefe Cerda.
En el último asalto faltaron elementos, a lo cual fue debida en
mucha parte la derrota. Estos elementos los había pedido el mismo Baltodano y
cabalmente los encontró en camino para Granada con auxilio de tente; de suerte
que si no se precipita a dar el ataque general, si triunfo había sido
infalible.
Como dijimos antes, el jefe Cerda, por asegurar la toma de
Granada, se quedó sin fuerzas, sólo con una guarnición cívica compuesta de
jóvenes parientes y amigos, y de unos
pocos soldados que custodiaban el cuartel al mando del Capitán Isidro Pérez.
Todo esto lo había hecho a pesar de los continuos amagos de asalto, en uno de
los cuales don Juan Ruiz, a la cabeza de los descontentos, luchó cuerpo a
cuerpo con el centinela del cuartel.
PRISIÓN Y MUERTE DE CERDA
Tal situación, empeorada por la derrota de Baltodano en
Granada, no podía durar mucho tiempo. Al fin Cerda fue preso, y entregado por
sus mismo deudos.
Los que tomaron el cuartel de Rivas no eran partidarios de
Argüello: hicieron la revolución creyendo arreglarse con éste pero Argüello era
más vivo que ellos y procuró hacerse dueño de la situación en los momentos
mismos del conflicto. Valladares Román que estaba en Masatepe con la división
liberal observando a Baltodano que permanecía en Jinotepe, desde la derrota de
Granada, recibió orden de marchar a Rivas y lo hizo con tal actividad que llegó
antes que Baltodano, que se dirigió al mismo punto con el proyecto de salvar al
Jefe Cerda de la prisión en que le tenían.
Cuando Baltodano llegó cerca de Rivas y vio que Valladares
le había ganado la delantera, disolvió sus tropas, y emigró para no volver más
a su patria.
Argüello, no satisfecho de haber mandado a Valladares, envió
también plenamente autorizado a su Ministro don Narciso Arellano, que marchó
por agua con una compañía y desembarcó en San Jorge, en donde partió en el acto
para Rivas.
En efecto, antes del arribo de Arellano, las coas andaban en
vacilaciones: ya se formaba un consejo para juzgar a Cerda; ya se declaraba
nulo; y a resolvían mandarlo a Granada; y juzgarlo de nuevo en el mismo Rivas.
Después de la llegada del Ministro, cesaron las vacilaciones; un consejo ad hoc
condenó ilegalmente al último suplicio al jefe de Estado, y la República tuvo
la desgracia de ver morir en un cadalso, y de ser salpicada con la sangre del primero
a quien como primer independiente, le había confiado sus destinos.
A su muerte se añadió el sarcasmo. La esposa de Cerda
ocurrió al vicejefe Argüello pidiéndole la vida de su esposo, inmediatamente
después que fue condenado, y éste accedió a la solicitud, pero detuvo al correo
en Granada, y (no) lo despachó hasta una hora en le fue imposible llegar antes
del término de la capilla. Así fue como, por más violento que anduvo, llegó la
resolución favorable cuando la terrible sentencia había sido ejecutada.
LA VENGADORA
Como doña Damiana Palacios que se decía esposa del doctor
Gutiérrez fusilado por Cerda, tomó parte muy activa en ese drama; como ella
salió al encuentro de Arellano; y como la presencia de éste determinó el giro
de los sucesos, el pueblo juzgó lógicamente que aquella mujer compró con su
impudicia la venganza que había jurado. Así se repite hasta hoy; pero el que
medianamente conozca el carácter de aquella revolución no puede creer que un
amor pecaminoso haya causado eficientemente la desgracia de Cerda. Su muerte
estaba resuelta en los consejos de Argüello y Arellano no hizo más que
aprovechar la oportunidad que le brindaba aquella mujer frenética, que quiso
tener la inicua vanidad de decir que ella, con sus favores, había colocado en
el patíbulo al precitado Cerda (N. R. Esta mujer merece también reportaje
aparte).
De los partidarios de Cerda, unos emigraron a Costa Rica;
otros se ocultaron en el país y otros cayeron presos al lado del jefe.
Desde luego, la ciudad de Rivas (entonces villa de
Nicaragua) se hizo el teatro de los acontecimientos, y el Vicejefe Argüello no
tardó en trasladar allá el gobierno.
Poco después remitieron a este departamento los presos en
aquellas cárceles siendo uno sólo de importancia, y era el licenciado don Juan
Aguilar. Entre los demás se contaba un negro extranjero llamado Cutaní,
sirviente doméstico del jefe Cerda, a quien persiguieron porque decían que
maltrataba y azotaba a los que su amo mandaba poner presos. A ese Cutaní lo
capturaron en un monte, lo castraron y lo redujeron a prisión.
Todos estos presos vinieron escoltados a Masaya, y era tal
la inmoralidad de aquella época, que una mujer, exaltada liberal, mandó hacer
alto a la tropa, y esta se paró para que
aquella dijese una arenga. En efecto, vociferó a los mencionados presos cuanto
quiso, e instó al pueblo para que vengase en ellos las injurias, que decía,
habían recibido los liberales de sus enemigos los serviles.
INVENCIÓN DE UN TRASTORNO PARA TRASLADAR LOS PRESOS A SAN JUAN DEL
NORTE
Los presos mencionados fueron conducidos a Granada,
asegurados en los calabozos del cuartel de prevención, y poco después comenzó
esta farsa: El Regidor, subteniente Juan Orozco (a) Catán, fue a la cárcel
donde se hallaba el Lic. Aguilar, y le manifestó que estaba fraguada una
revolución, cuyos fines no eran conocidos hasta entonces; desde luego este
cuento lo hizo de tal modo que impresionó al referido Aguilar, quien
inmediatamente llamó al jefe político Canuto Uriza y le manifestó lo que Catán
le había revelado, concluyendo con pedirle garantías para él y sus compañeros
de prisión.
El jefe político en el acto, fingiendo celo, por la vida de
ellos, pasó al alcalde 1º José Eusebio Urbina, la nota que dice:
“Del Jefe Político Departamental. Granada, enero 20 de 1829.
Ciudadano Alcalde Constitucional. Habiendo solicitado el licenciado Juan
Francisco Aguilar, que se hallaba preso en el cuartel de prevención de esta
plaza, el hablar conmigo este día lo verifiqué, y se me aseguró por el citado
Aguilar, que el C. Regidor Juan Orozco le había manifestado, que en ésta iba a
habar una revolución, ignorándose sus fines; y que aún cuando sea con algún
objeto bueno, es perjudicial y deshonroso a la tranquilidad pública y
autoridades constituidas, se servirá usted, en cumplimiento de sus deberes,
instruir información averiguar haciendo declarar al citado Orozco y evacuar las
citas que resulten del proceso hasta ponerlo en estado de proceder contra los
que resulten cómplices. D.U.L.D.U.
Ya debe suponerse que todo se hizo a medida del deseo,
estampando declaraciones como se necesitaban, de que resultó averiguando según
ellas, que era cierta la revolución y que en su objeto no era otro que el de
asesinar a los encarcelados, en cuya virtud el mismo jefe, resolvió ponerlos a
cubiertos trasladándolos en clase de detenidos a San Juan del Norte para
mientras el gobierno regresaba de Rivas y disponía lo conveniente. Para
verificar dicho traslado dirigió al comandante de Armas, que era Cándido
Flores, el oficio siguiente, el cual dio la contestación que también
insertamos.
“Del jefe político departamental. Granada enero 21 de 1829.
C. Comandante de Armas. Adjunto a usted el sumario averiguativo, que a mi
solicitud instruyó al alcalde 1º. De su mérito se deduce evidentemente la
realidad del desorden que se intenta hacer por la mayoría de los descontentos
con las providencias del Supremo Gobierno, que ha tomado conocimiento en las
causas de los reos que se indican en la presente, para que en su vista se sirva
con la posible brevedad, adoptar la providencia que sea más capaz de cortar de raíz el
trastorno que se asoma y cree ser la única que anunció en mi auto de esta
fecha, de que me dará el recibo correspondiente. D.U.L.C.U”.
“Comandancia de Armas de Granada. C.G. Departamental. Acabo
de recibir su nota fecha de ayer 21 del actual juntamente con el sumario que le
acompaña, y entendido de su contenido he dado mis providencias en esta virtud,
y debiendo caminar los reos por la boca del río San Juan, me preparará usted la
cantidad de 13 para socorrer la escolta que deberá marchar en custodia de
ellos: con lo que satisfago su citada. D.U.L., Granada, enero 22 de 1829. J.
Cándido Flores”.
LOS ASESINATOS
Todo preparado al intento el día 25 de enero (1829) sacaron
escoltados a los que llamaban reos, y fueron puestos a bordo de una piragua que
zarpó en la misma fecha.
Los citados presos, como hemos dicho, eran ocho: el
Licenciado don Juan Aguilar, sujeto de importancia por su saber y posición
social. El capitán Isidro Pérez, el valiente que (no) rindió la espalda la
noche en que cayó Cerda, hasta que recibió orden de su jefe. Leandro Wollop,
buen escribiente; Gabriel Cárcamo; Matías Vega; un señor Chavarría, llamado
culebra; un Briceño, y el negro Cutaní, sirviente del jefe Cerda.
La escolta que los conducía la formaban los oficiales Juan
Orozco Catán y un Santamaría, y unos pocos soldados entre los cuales eran
conocidos Teodoro Obando (a) Charrascal, el mismo Samuria que figuró en el
asesinato de Vado, un Cornavaca y Frite.
Zarpó, pues la barca el 25 referido, llevando los oficiales
la orden de ejecutar el crimen más horroroso de nuestra historia, y denunciarlo
por medio de un incendio en la isla llamada La Pelona. Esta señal debían
percibirla ciertos talayas que pernoctaban en un piso al oriente del convento
de San Francisco.
El 28, un poco avanzada la tarde, llegaron a la isla y
resolvieron desembarcar a pretexto de comer. Los presos se colocaron bajo un
pequeño árbol de guayabo para defenderse de los rayos del sol próximo a
sepultarse en el ocaso.
La tropa tomó aguardiente de un garrafón que llevaron para
distribuirlo hasta que se embriagasen y luego comenzaron a disparar tiros por
el aire, aumentando el desorden a proporción de la embriaguez. En tal estado y
fingiendo que los reos querían fugarse, disparaban sobre ellos, hasta que caían
bañados en su sangre.
En vano se postraban de hinojos y abrían los brazos
suplicantes; en vano las lágrimas, los ayes y lamentos; todo aquello era
diversión para la tropa embriagada y brutal que cumplía las órdenes más
inicuas. Al sacrificio sucedió el incendio y el incendio anunció el sacrificio
a los que avizoraban desde el alto de San Francisco, éstos corrieron a la
Prefatura (sic) diciendo: “Ni me busques”, palabras convenidas para que
supiesen que había visto la hoguera.
Los asesinos ataron piedras a los pies de los cadáveres, y
los arrojaron al abismo, creyendo que las aguas y las fieras ocultarían para
siempre el hecho de que eran responsables, sin saber que los crímenes muchas
veces quedan impunes de la justicia humana, pero casi nunca ocultos o
sepultados en el olvido.
El negro Cutaní se fingió muerto y en la noche pudo
escaparse, a pesar de las heridas que había recibido, y vagaba en la costa por
ver si descubría alguna embarcación que le sacase de aquel sitio. En efecto,
divisó una, que llamó incautamente, porque era la misma de los asesinos que
retornaban a Granada, y éstos conociéndole, se encubrieron hasta atraparlo, y
en seguida lo mataron.
Hubo una publicación célebre en esa época, porque refería el
suceso de que hemos hablado, la cual insertamos, pues quizá no exista otro
ejemplar que el que nosotros conservamos, y la juventud gustará de verlo.
EXCLAMACIÓN DE LAS VÍCTIMAS DE LA PELONA O NUEVA ISLA DE SACRIFICIOS
¡Árboles! ¡Piedras! ¡Aguas! ¡Vientos!... ¡Mudos testigos de
nuestro sacrificio atroz! Haced un esfuerzo y publicad nuestro horrendo
asesinato: decid a los hombres la abominable sangre fría, las espantosas
circunstancias con que se nos arrancó nuestra mortal existencia: hacedles
entender nuestra terrible suerte; anunciadles que el peor enemigo de la especie
humana es el tirano que sufre y promueve tan detestables… ¡Charrascal,
insensato!; ¡Charrascal, torpe instrumento de venganzas! Esforzados también;
escuchad nuestros lamentos; no olvidéis nuestros dolores y ayes, que tanta
impresión os hicieron; oíd los gritos de vuestra conciencia, y para aplacar
vuestras sombras, decid también a los hombres la bárbara extremidad a que os
arrastraron criminales influencias.
¡Árboles y piedras! Nunca rehuséis la benigna morada que
vuestros poros y cavidades distéis a la sangre con que os salpicaron nuestros
asesinos: ella será monumento eterno que recordará al navegante nuestra memoria
y le exigirá enérgicos y saludables sentimientos contra la tiranía.
¡Aguas y vientos!, conducid y guiad vuestros cadáveres a la
vecina costa, pera que su vista muestre a los hombres la nada que somos, y que
vuestro fracaso les enseñe a conocer en toda su extensión el peligro en todos
se encuentran… Los peces, las fieras que habitan las hondas linfas, respetarán
los restos de nuestros asesinados cuerpos. Conducidlos, aunque la tiranía nos
rehúse la sepultura, que los hombres de todos (los) cultos conceden a sus
semejantes, aún los más criminales.
¡Tirano injusto y cruel! Vos seréis comprendido en la
publicación de vuestras delincuentes maquinaciones. Sabed que la Providencia
vela por la conservación de la especie humana y tiene preparados cien caminos
para descubrir los grandes crímenes.
Pocos días después de la remisión de los presos, cuando no
se había publicado el asesinato de ellos en La Pelona, regresó de la villa de
Nicaragua (hoy ciudad de Rivas) el Vice Jefe Argüello con todo el cortejo de su
gobierno; y luego que se instaló en Granada, el Jefe Político Canuto Uriza le
dio cuenta del proceso que hemos mencionado, relativo a las causas del envío de
dichos presos a la Boca del San Juan, el cual acompañaban el oficio que dice:
“Ciudadano Ministro General del Gobierno del Estado de
Nicaragua. Del J.P.L Departamental. Adjunto
a U. la sumaria información que a mi solicitud instruyó al Alcalde 1ro.
sobre el desagrado que la tropa en general manifiesta por la impugnidad (sic) de
los reos que de Nicaragua vinieron presos a esta ciudad , y el peligro inminente
en que se hallaba la existencia de los citados con la permanencia de ellos en
ésta, y por lo que fue indispensable adoptar la providencia que en ella
aparece. D.U.L. Granada, febrero 3 de 1829. Canuto Uriza”.
A este oficio contestó el ministro Arellano el siguiente
despacho: Ministerio General del Gobierno Supremo del Estado. C.J.P.
Departamental. Recibí la nota de U. de hoy, y sumaria información que acompaña,
instruida por el Alcalde primero de esta ciudad; queda impuesto el Gobierno
Supremo de las grandes causas que motivaron la mandada de los presos a la Boca
del San Juan, verificada el 25 del próximo pasado a tiempo que el Gobierno
Supremo existía en la villa de Nicaragua. De su orden lo digo a U. en
contestación a su citada. D.U.L. Granada, febrero 3 de 1829. Arellano”.
En esta ministerial se advierte desde luego la cautela con
que fueron puestas las palabras “a tiempo que el G.S. existía en la villa de
Nicaragua”, para que sirviesen como de protesta de que sin conocimientos de los
gobernantes se habían mandado dichos presos a San Juan del Norte.
A continuación regresó la piragua con su tripulación
completa, y desde luego el oficial se apresuró a llevar la noticia de que un chubasco
había volteado la embarcación, y como los presos iban con grillos y atados con
cadenas unos a otros, ninguno había podido salvarse, esto es, todos habían
perecido.
Desde luego el Gobierno y empleados que ordenaron aquel
crimen sabían la ejecución por el incendio que se vio la noche del 28 de enero,
pero aparentaban sorprenderse al saber que se habían ahogado, y aún
interrogaban a la escolta y a la tripulación sobre el suceso para hacer creer
al pueblo que eran inocentes o nada responsables del resultado.
Pero el pueblo con el instinto admirable con que juzga y
raciocina decía: No hay tal naufragio, los presos han sido asesinados.
UN TESTIGO
¡Que torpe es el criminal! Los asesinos no se habían fijado
en un jovencito que don Juan Aguilar llevaba para su servicio, y éste con la suficiente razón para contar el
hecho, decía a todos la verdad.
Un individuo del pueblo dejó confundidos a los ejecutores
del crimen que declaraban en una de las oficinas contando el vuelco en la
piragua: “Y este niño, les dijo, ¿cómo pudo salvarse del naufragio?... ¿Quién
de ustedes los salvó?” Quizá hasta entonces (no) se fijaron en este testigo
singular y nulo ante los jueces, pero el más fidedigno ante la sociedad.
En medio de esta lucha sorda de los que contaban el
naufragio y los que lo contradecían, vino el cuerpo del delito a evidenciar el
asunto. Algunos cadáveres, arrojados por las olas, salieron por Tepetate, en la
costa norte de Granada, y a este aviso corrió una escolta a sepultarlos en la
arena y a detener al pueblo para que no los viese.
Los enterradores para ocultar más pronto los cadáveres
trozaban con puñales el pie de uno para zafar la cadena que lo ligaba al
otro; más a pesar de esto, los curiosos no dejaron de verlos y esparcieron la
verdad por todas partes.
El pueblo verá en ese suceso el dedo de la providencia:
imaginaba que los asesinados habían llegado a Granada, contra las leyes
naturales, acusando a los asesinos y pidiendo venganza de crimen tan horroroso.
Decían contra las leyes naturales porque habían surgido del fondo del lago a
pesar de las piedras que ataron a los pies, porque habían atravesado las
corrientes de las aguas, y porque los referidos cadáveres habían llegado
parados a la costa. Hasta el que los animales no los hubieran devorado, lo
veían como un milagro para el descubrimiento de la verdad.
El pueblo no comprendía que las precauciones de los asesinos
para ocultar el crimen, eran las mismas que habían de servir para demostrarlo.
No quisieron sepultarlos en tierra, porque creyeron que más tarde podrían abrir
los sepulcros. Prefirieron arrojarlos al agua, porque allí los animales
acabarían con los restos, y les pusieron pesos para que nunca saliesen a la
superficie.
Ellos no sabían que los cuerpos sólidos pierden mucho de su
peso entre los líquidos; que por consiguiente, lo que ataron a los pies de los
cadáveres no impedirían la elevación, y que esta debía por lo mismo efectuarse
en posición vertical, cabalmente la más a propósito para travesar las corrientes del lago que van
del N.O. al Sudeste, partiendo de Los Cocos al derramadero de San Juan. Los
vientos reinantes en esa estación son del norte o del este, en cuya virtud los
cuerpos flotantes, impelidos por ellos, pudieron atravesar las corrientes, y
naturalmente, arribaron a la playa de Granada. Así fue un hecho natural todo lo
que el pueblo calificaba de milagroso.
DIMITE ARELLANO
Se nos ha asegurado que el Comandante Flores, por satisfacer
al público que abiertamente acusaba a las autoridades de complicidad en el
asesinato, inició una causa, y que el gobierno le ordenó inmediatamente que
sobreseyese. Por esta orden el ministro Arellano hizo dimisión de su puesto, y
en su lugar fue llamado el Lic. don Agustín Vigil, el mismo que más tarde fue
sacerdote y el orador sagrado más culminante de nuestro país.
Descubierto el asesinato en toda su plenitud, cada empleado
procuró vindicarse echando a los demás la responsabilidad del crimen. La
renuncia de Arellano, sin duda, no tuvo otro objeto, y juzgando por el momento
en que la puso y por un acto en que no
hubo ni podía haber órdenes escritas ni públicas, sino las más secretas, debe
considerarse bastante par su vindicación, o al menos para suspender el anatema
consiguiente a un hecho tan horroroso.
Pero la verdad es que a pesar de la dimisión, el rumor
público siguió condenándole como participante de las órdenes dadas para el
asesinato. Nadie duda que el gobierno la dio, ya porque los subalternos no se
habrían aventurado a una ejecución tan grave, ya por la impunidad de que
gozaron aun después de patentizado el crimen. El público, pues no creyó que
sólo Argüello hubiese ordenado la muerte de los presos, y veía la expresada
renuncia como un lavatorio semejante al de Pilatos.
Al Lcdo. Vigil se le achacó también complicidad por la
aceptación del ministerio y por su importancia en el partido de Argüello. Se
refiere que aquel, con la gravedad de su palabra, defendía en público al
gobierno, y que a las personas de confianza les decía: “Los defiendo porque son
mis amigo, pero la verdad es que ellos mandaron a matarlos”.
Y, ¿Cómo habían de eximirse de la mancha los principales del
círculo de Argüello, si recaía también sobre todo el Partido Liberal que le
seguía?
Montesquieu, gran filósofo nada sospechoso a los
librepensadores dijo:
“¡Cosa admirable! La Religión Cristiana, que al parecer no
hace más que la felicidad de la otra vida, hace también la de ésta”. Meditad
estas palabras y veréis que encierran esta otra sentencia: “La Religión
Cristiana, que al parecer sólo castiga los delitos en la otra vida, los castiga
también en ésta”; y es la verdad expresada en los divinos libros, reconocida
por el género humano y confirmada por la historia desde el fratricidio de Caín
hasta nuestros días”.
Escuchad jóvenes, con atención. A Frite le amputaron ambas
manos. Samuria murió casi repentinamente de un do0lor en el estómago, tan
violento, que se creyó envenenado. Cornavaca murió en un punto llamado El
Arenal. Allín cenó con sus compañeros de viaje, a quienes contó el suceso de La
Pelona, hasta los ayes y los lamentos de cada moribundo; quedó dormido sobre la
arena y poco después recordó a sus amigos con iguales gritos y contorsiones que
los que había estado remedando. Estos creyeron que continuaba con la imitación
y no ocurrieron a auxiliarle; cuando se desengañaron que padecía un acerbo
dolor, ya era tarde, pues estaba agonizante.
Otro de los ejecutores, Obando, sirviente de don Fulgencio
Vega, cayó enfermo en su casa en el barrio Cuiscoma. El mismo Vega fue a verle
y aconsejó que llamasen un sacerdote: Obando hablaba con entereza, pero al ver
al padre que iba a auxiliarle, volvió la cara a la pared, y cuando éste le
habló para confesarle, había muerto.
No discutiremos la razón, la justicia o injusticia de este
procedimiento que viene desde la tragedia del paraíso; pero el hecho es que los
descendiente, los bandos con los de sus caudillos y los pueblos con los de sus
soberanos. Quien arguya en contra hallará mucho que hablar; pero el mundo
seguirá su marcha.
Por fortuna de la nación y del gobierno mismo de Argüello,
poco después de este suceso se cambió completamente el escenario político.
Recordarán nuestros lectores que el Jefe Cerda y vicejefe Argüello, entraron al
servicio en abril de 1825 y que siendo su período de cuatro años, terminó en
1829, en cuya virtud el mismo Argüello bajó del poder, y por cuanto por la gran
revolución que había precedido, no se había practicado elecciones de supremas
autoridades, le entregó a don Juan Espinosa, presidente del Consejo
Representativo, el cual lo ejerció hasta mayo de 1830, época en que entró a
servicio don Dionisio Herrera, mediante
la elección que recayó9 en este hábil político hondureño.
Herrera no estableció la paz en el Estado; pero al menos con
su habilidad dio tregua a la anarquía y los pueblos pudieron descansar de los
trastornos pasados. Para el mantenimiento de esa quietud sacó del Estado a don
Juan Argüello y a Goyena, los cuales no volvieron a Nicaragua, sino que
murieron, uno después de otro, en el hospital de Guatemala.
CONCLUSIÓN
Para el efecto de narrar sucintamente la vida de Argüello,
nos bastaría lo que hemos escrito. Pero nuestro propósito va adelante, y es que
deseamos que la juventud se impresiones con los ejemplos de la historia, para
que deduzca las reflexiones que son tan
necesarias a la moralidad del corazón; por eso le presentaremos el fin de los
más o menos complicados en el asesinato que acabamos de referir, para que se
convenzan que la justicia humana dejar impunes algunos crímenes pero nunca la
divina.
OTRAS MUERTES
Juan Catán arribó por puerto de San Ubaldo. Él y dos
compañeros estaban guarecidos bajo un árbol, porque llovía. Catán los instó que
se trasladasen a otro árbol más coposo, y como aquellos no aceptasen, él se
retiró solo… Acababa de colocarse, cuando un rayo puso fin a su existencia.
Cándido Flores murió en el destierro, lejos de su familia y
amigos.
A Canuto Uriza, curandero en uno de los pueblos de El
Salvador, le atribuyeron los indios el año 37, cuando la invasión del cólera,
que había envenenado las aguas, y le asesinaron en un motín.-
Arellano, joven aún, en medio de la opulencia, construyó una
casa suntuosa para disfrutarla con su gran familia. Pasó a Chontales a visitar
su hacienda, y allá comió pescado a que era muy afecto. Se indigestó y tomó un
medicina que no le hizo efecto; tomo mayor cantidad, y tampoco; y por último,
atormentado de una basca seca, expiró en aquel desierto, sin las comodidades y
auxilios que pudieran brindarle sus deudos
y toda la sociedad. Su cadáver fue sepultado allá; pero sus restos
fueron traídos a Granada.
El Lcdo. Vigil se asila en la Iglesia. Como sacerdote es sin
mancilla como orador no tiene igual. Es el ídolo y el orgullo del pueblo
granadino; pero un sentimiento de vanidad le convierte en un enemigo: emigra,
vuelve y cree que Granada le cierra sus puertas.
Entonces se retira a uno de
los pueblos más tristes de Chontales, en donde le enclava un destino
misterioso. Los admiradores de su saber y elocuencia quieren sacarle haciéndole
cura de alguna ciudad, canónigo y aún obispo, y a todo resiste con negativa inquebrantable.
El cólera le acomete y sus restos yacen en Teustepe.
Por último, don Juan Argüello, dijimos, murió en el hospital
de Guatemala, lejos de su patria, y ausente de su esposa y de su familia. Su
agonía fue larga, y en vez de la calma del cristiano, tuvo la desesperación que
le causaba la vista de Cerda, Vado, Aguilar, Pérez, Wallope, Cárcamo y otros.
Todos le asediaban en espectros; a todos nombraba, a todos imploraba que le
dejasen; huía del uno y encontraba al otro, hasta que la muerte le libertó de
tan horribles visiones.
Y en fin, jóvenes en verdad, en verdad os digo, que no sólo
recayó el estigma sobre la frente de los culpables, sino hasta en la tierra en
que el crimen fue ejecutado. Esta isla calva que veis en lontananza, inmediata
a la costa de Chontales, es La Pelona o Isla de Sacrificios. Los navegantes
extasiados en la grandeza del lago, y en la verdura lozana de las grandes y
pequeñas islas, de repente ven La Pelona y le ven con horror, porque la miran
como desolada por el incendio, y porque al punto recuerdan que allí se ejecutó
el hecho más bárbaro que refieren nuestros anales.[1]
[1] Es bien sabido en Granada
que los navegantes del Lago jamás pernoctan en esta isla, porque existe la
superstición de oírse en la isla durante la noche lamentos y ruidos extraños.
**************Ω Ω Ω Ω Ω Ω Ω**************
(Familia de Arellano
defiende)
UN FOLLETO SOBRE “LA
PELONA”. En: La Prensa, 20 de
Octubre de 1970.
“No haya cuidado: la
posteridad, si bien tarde, llega por fin con sus serenos juicios y su imparcial
justicia; y la verdad, libre de las tinieblas que la envuelven, brillará, a no
dudarlo, más temprano o más tarde con todos sus resplandores”.
FAUSTINO ARELLANO CABISTÁN
La supuesta
implicación de don Narciso Arellano en el asesinato de La Pelona, consignada en
la Biografía de don Juan Argüello escrita por don Jerónimo Pérez y publicada
originalmente en varios números de su periódico quincenal La Tertulia a
principios de 1876, fue demostrada a los pocos día por el hijo de aquél, don
Faustino, en el folleto El asesinato de La Pelona y el Lic. Jerónimo Pérez
(Granada, Imprenta de José de (Jesús) Cuadra, mayo de ese mismo año).
Para esa fecha, el carácter
sectario de las narraciones del cronista Pérez basadas en la poca verosímil
tradición oral, como sus errores e inexactitudes, eran reconocidos por sus contemporáneos.
Algunos de ellos se expresaban de sus tendenciosos relatos con crueles burlas;
don Enrique Guzmán, aludiendo a él, apunta en el “Retrato a pluma de Máximo
Jerez”: “…en Nicaragua, la palabra Licenciado se ha hecho, y con justicia,
sinónima de ignorante”.
Así don Faustino Arellano pudo
contestar con seguridad la “sobra de ligereza” y “falta de buen criterio” de
las acusaciones de don Jerónimo a su finado padre. Citando de la Historia de
los Girondinos de Lamartine (tomo 2, p. 131) la definitiva certeza de que
“jamás le es permitido a la historia acusar sin tener pruebas en que fundar su
acusación y de la Historia del Consulado y del Imperio de Thiers (tomo 15, p.
41) el postulado de que “toda buena crítica descansa sobre dos fundamentos: los
testimonios y la verosimilitud, preguntaba:
“…dónde están
las pruebas, dónde los fundamentos, los incidentes y circunstancias verosímiles
que puedan autorizar a nadie para presentar a Arellano como cómplice del
asesinato de La Pelona”.
La renuncia de
don Narciso del ministerio “por causa del sobreseimiento del sumario levantado
para averiguar el crimen en cuestión” fue considerada “la más valiente y
solemne protesta de la inculpabilidad del hombre acusado por Pérez con tan
remarcable injusticia”; Pérez, sin embargo, la tergiversaba.
A su
pretensión de “hacer pasar esta renuncia como uno de esos juegos hipócritas que
se hacen para salvar la pluma, como se dice vulgarmente, equivalentes al
lavatorio de Pilatos, como lo consigna él mismo” –seguimos citando al folleto—,
don Faustino oponía el testimonio irrecusable “de un sobreviviente
contemporáneo a aquellos sucesos”: don Macario Álvarez, cuya inapreciable
declaración, decía el mismo don Faustino, probaba cómo:
“…con cuánta
franqueza y energía Arellano condenó aquel hecho atroz; la indignación que
produjo en su alma generosa; su inmediata retira del ministerio, valiente
protesta que importaba nada menos que un desafío a muerte al puñal de los
sicarios”.
Don Macario,
respetabilísimo en esos años y “testigo presencial en las altas regiones del
poder” durante 1828 y 29, rendía homenaje a la verdad histórica expresando sus
impresiones imparciales:
“Arellano no
hizo esperar la dimisión del ministerio que servía, y no se volvió a ver más en el despacho, ni en
la casa del gobernante. En ese mismo día fue nombrado el señor Licdo. don
Agustín Vijil; yo fui encargado de llevar a la casa del señor Arellano la
comunicación en que se daba a reconocer al nuevo ministro. Todos creímos que
esa renuncia era una enérgica protesta contra aquel horrible asesinato, y para
alejarse de todo participio en los negocios políticos de aquella época aciaga,
cuya resolución fue aplaudida por toda la gente de corazón.
La conducta
del ministro Arellano era generalmente apreciada en aquellos días. Nadie le
consideraba cómplice, ni siquiera se ponía en duda su inocencia. De un carácter
franco, caballeresco y leal, sus sentimientos le alejaban de los manejos
impuros, y el circunspecto merecía las simpatías de todos los que tuvieron la
dicha de tratarle”.
Respecto a la
muerte de don Narciso por indigestión de pescado, es un invento más de don
Jerónimo, otro rumor que explotó para construir la narración del condenable
asesinato, del que siempre será responsable Argüello, tal como le convenía a
“su propio campo de acción política” anti-liberal, o más bien de furibundo
anti-argüellista.
Don Narciso,
según la tradición familiar, murió repentinamente en su hacienda chontaleña de
Quimachapa, asistido por su hija Elena y el cura de Acoyapa, del cólico miserere,
o sea, de un ataque de apendicitis.
Como el historiador José Dolores
Gámez en su Historia de Nicaragua (Managua, Tipografía “El País”, 1889. P. 399)
exculpaba a Argüello del crimen de La Pelona al sugerir que fue cometido sólo
por la tropa embriagada, el Jurado Examinador del concurso en que se premió su libro le hizo observar
que estaba “en abierta oposición con la tradición unánimemente aceptada en el
país” de la culpabilidad de Argüello.
Aceptando ésta al final de su
obra (p. 817), Gámez responde que esa “tradición unánime” no había sido “otra
que el odio de partido y de las familias ofendidas por Argüello”. “En él parece
–continúa— que se inspiró el licenciado Pérez para convertirse en eco de tan
grave acusación en lo que más lo confirma, según las circunstancias de que
Argüello murió pobre en Guatemala y en que todos los Ministros y amigos de
éste, a quienes supone cómplices en el asesinato, murieron o
desgraciadamente o lejos de su hogar”.
A Gámez le bastaba ese fundamento
para invalidar a don Jerónimo “como historiador del suceso de La Pelona”. En
esa misma página de su Historia (la 817) se refiere al folleto de don Faustino que juzgaba
documentado (ya que insertaba, además del testimonio de don Macario Álvarez,
una carta también inapreciable del expresidente don Vicente Quadra) y, en su
opinión, probaba “la obscuridad de las acusaciones del Licenciado Pérez”;
después de transcribir algunos conceptos del folleto, concluía:
“Entre las afirmaciones
apasionadas del Licenciado Pérez, sin otro fundamento que la palabra y la tradición vulgar, y los argumentos lógicos
y concluyentes del señor Arellano, nos ha parecido de estricta justicia
descidirnos (sic) por éste”.
El famoso folleto –según palabras
de Orlando Cuadra Downing— se ha reproducido cuatro veces: en tirada especial
(Managua, “Tip. El Renacimiento”, 1921) por don Felipe (María) Arellano, nieto
de don Narciso e hijo de don Faustino; parcialmente, sólo sus documentos en las
Obras históricas completas de don Jerónimo Pérez (Managua, Imprenta y Encuadernación
Nacional, 1928, pp. 547-551) editadas y prologadas por el historiógrafo Pedro
Joaquín Chamorro Zelaya; en la Antología del Pensamiento Nicaragüense (Revista
Conservadora, vol. 2, No. 7, febrero, 1961 pp. 103-107) de Orlando Cuadra
Downing y en la Revista de la Academia de Geografía e Historia de Nicaragaua
(Tomo XXXIII, julio a diciembre, 1967, pp. 33-45); las dos últimas llevan esta
“advertencia” de la primera reproducción fechada en Granada, diciembre de 1921:
“Con motivo de haber reimpreso El
Correo, diario que se edita en esta ciudad, la biografía de don Manuel Antonio
de la Cerda y actualmente la de don Juan Argüello; y como en esos escritos
aparece uno de mis antepasados, envuelto en los sucesos deplorables de La
Pelona, muy desfavorablemente, según el sentir del cronista Lcdo. don Jerónimo
Pérez, quien más de una ocasión ha caído en gravísimos errores, me veo en el
caso de reproducir la defensa que mi padre don Faustino Arellano, publicó en
favor de mi abuelo.
Al lector corresponde emitir su juicio
sereno e imparcial.
FELIPE M. ARELLANO
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