sábado, 5 de noviembre de 2016

LAS IDEOLOGÍAS EN NICARAGUA. LA ÉPOCA DE ZELAYA Por: Dr. Eduardo Pérez-Valle


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    La lucha ideológica en la Colonia se centra en torno a dos clases sociales: la de los peninsulares, que por los españoles se juzgan superiores a los demás, por tanto sujetos de privilegios; por oscuras y complicadas causas de orden sentimental odiaban cuanto no fuera español, incluso a los criollos, por no nacidos en España, a quiénes consideraban inferiores. La clase de estos últimos devolvía con creces el odio a los peninsulares. Como nacidos en América y descendientes a la vez de españoles conquistadores y primeros pobladores, atribuíanse superior condición y un derecho indiscutible a gozar de cuanta comodidad y ventaja pudiera brindar la tierra. Éstos formaban “las familias” de arraigo y abolengo.

   El amigo de la Patria, contra el criterio sostenido por El Editor Constitucional afirmaba que era un hecho la existencia en Guatemala de lo que se dio en llamar “espíritu de familia”. ¿Cómo lo demostraba? Porque el pueblo no podía elegir ni ser electo, no tenía personeros que sostuviesen sus derechos ni quienes los manifestasen; porque el sistema económico no tendía a distribuir la riqueza; porque la propiedad territorial había sido viciada desde su origen; porque era sólo una pequeña clase la que podía aproximarse a los empleos; y en tales circunstancias, concluía, “es preciso que  nazca el espíritu de la familia y se vaya fortificando con el tiempo. La simple solución del aspecto económico en el problema de la evolución colonial expuesto por Quesnay, colmaba las aspiraciones democráticas de Valle. Y sintetiza su más profundo anhelo: “Lo que deseamos nosotros es que se acabe el espíritu de familia y le subrogue el espíritu público: el bien general del pueblo de Guatemala, el bien más universal de toda la América”...

    Al consumarse la Independencia el grupo de los peninsulares desapareció. El triunfo de la idea de independencia fue el triunfo de los criollos sobre ese enemigo que podríamos llamar “natural”, por inveterado e intransigente. Pero quedaba otro, de nuevo cuño o de nueva promoción; una nueva clase social, forjada desde abajo, con lenta y eficaz persistencia, insurgió por fin vehementemente en la esfera política, con ánimo de avasallarlo todo: era la clase de los criollos carentes de linaje, elevados por su esfuerzo propio, merced a la instrucción. Al cabo de tres siglos de sorda gestación ve llegado su momento, al negarse la autoridad del rey y romperse el anillo excluyente de la aristocracia. Esta tercera clase, esta “clase media criolla”, si así pudiera llamarse, la forman ilustrados miembros del clero regular, universitarios, entusiastas de la Sociedad Económica y redactores de la Gaceta, entre ellos Larreynaga, uno de sus más activos y autorizados colaboradores.

    Así, pues, la lucha que se entablara antes de la Independencia entre los efímeros partidos seudo-ideológicos de “Gazistas” y “Cacos”, igualmente aristocráticos en origen y aspiraciones, se resuelve ahora en otra mejor fundamentada y más durable, perdurable, diríamos, entre criollos aristócratas y criollos demócratas, que conforman algo así como el germen lejano de los partidos tradicionales.

    Coronel Urtecho escribe en sus Reflexiones que en los días de la Independencia “los únicos que sabían exactamente lo que querían y para donde se encaminaban eran los comerciantes”. Estaban orientados –dice—sin conocer aún el nombre de su meta, hacia el capitalismo: libertad de comercio, de trabajo, de contratación. “Por primera vez –agrega—sentían que era posible enriquecerse sin trabas y sin límites”. Y concluye afirmando que los intelectuales de la Independencia no estaban “en condiciones de prever que trabajaban para sus aliados del momento, los ricos comerciantes, que en el futuro ejercieron un dominio absoluto sobre la economía y aun sobre la política de Centro América”. La cosa no es tan simple. No puede establecerse una clara diferencia entre dos sectores de población, comerciantes e intelectuales, temporalmente unidos; en la realidad ambas actividades se juntan por lo general en una misma persona. Las verdaderas diferencias se ubican en el terreno puramente ideológico, aunque las ideologías, naturalmente, determinen actitudes prácticas. Dejemos que Valle las señale: “Los voceros de la flamante opinión pública dividían sus aspiraciones en dos corrientes ideológicas: la conservadora, que propendía al mantenimiento del antiguo orden político y social, entreabriendo la puerta a las nuevas aspiraciones; y la liberal, que estaba imbuida en la necesidad de llevar a cabo un plan de reformas que permitiese al pueblo ceñirse la corona que le había prometido la Revolución Francesa”. El mismo Valle da cuenta de cómo en la mente y las aspiraciones de los burócratas, desde el Capitán General hasta los intendentes, obispos, prelados, alcaldes mayores y otros altos funcionarios, figuraba en primer término la implantación de un régimen monárquico constitucional, que como tal, brindara a sus súbditos lo que la monarquía absoluta negaba  --como el progreso sin las violencias de la revolución—o ponía en peligro con su intransigencia ---como el disfrute de los altos empleos o el usufructo de títulos, prebendas, latifundios y honores--. Tales eran las aspiraciones del “conservatismo emancipador”, como le llama Valle al partido mejor conocido por el apodo de los “serviles”, en oposición al de los “fiebres” o liberales exaltados. En la capital del Reino aquellos, que eran en mucho mayor número, jefeados por Valle, el canónigo José María Castilla atrajo a la causa al Cabildo Eclesiástico, y el marqués de Aycinena a los otros curas. Unidos el clero y la aristocracia, Gaínza estuvo a su merced. “Molina y Barrundia –escribe un conservador nicaragüense—jefes de los “fiebres”, ya habían expresado abiertamente por la prensa su volterianismo, eran tenidos por herejes y atraían poco pueblo. La aristocracia, el clero y la burguesía, al tomar en sus manos la causa independentista, lo hacían para evitar que las “nuevas ideas”, inspiradas en la Enciclopedia y en la Revolución Francesa, tomaran fuerza en Centro América. Apoderándose del movimiento de Independencia podían encauzarlo por el orden”.

    Orden: esta es la palabra prodigiosa, el báculo increíble que ha logrado mantener en pie hasta nuestros días al esqueleto tambaleante del conservatismo. En pleno siglo XX --¡quién lo creyera!— Aun hay ideólogos nuestros que con toda seriedad se ponen a definir: según el conservatismo, para obtener el bien público lo más importante es el orden, descansando en el Poder Divino y obrando en virtud de una prudente evolución; según el liberalismo, el bien público se alcanza a través de la innovación, movida por la libertad absoluta. He ahí, bien plasmadas, las líneas esenciales de las ideologías políticas que en nuestro país se disputaron las mentes durante el siglo pasado y buena parte del actual. Todavía al declinar el XIX podíamos forzar la lupa y establecer en el “liberalismo centroamericano” las notas generales y otras bien específicas. Entre las primeras, el odio a toda servidumbre moral y política, el laicismo; y la búsqueda exhaustiva de la prosperidad de la patria. Entre las últimas, el unionismo, que debe imponerse incluso por la fuerza, pues la construcción de una patria grande y poderosa es la salvación de los pueblos centroamericanos; y la “solidaridad de los partidos, suprema defensa del Estado”; por ello debe proponerse a la formación de un “partido radical”, único. En la otra banda circula un partido conservador propugnante de un liberalismo moderado, si es que puede concebirse, vergonzante, y que desde hace tiempo habría podido confesar Sieyes: “La energía de la insurrección entró en mi corazón”; pero nada más.

    Oigamos en una voz conservadora la narración del cambio: “En 1893 una minoría formada de jóvenes inteligentes, audaces y sin escrúpulos aceleró el manso liberalismo de los últimos gobiernos de los 30 años, y se apoderó de los Poderes Públicos, logrando la coyuntura de una revuelta realizada en Granada por los propios conservadores. Fue un paréntesis en el creciente liberalismo, de los gobiernos conservadores, el del doctor Roberto Sacasa, que intentó una reacción conservadora, pereciendo su régimen por la deslealtad de los que usó para realizar la reacción”. Zelaya, fanático liberal, como Jerez, educado en Francia, aprovechó la revuelta granadina contra Sacasa y maniobrando con habilidad instaló el primer gobierno liberal en Nicaragua. “La política del presidente Zelaya, que se apoyaba en esa minoría de jóvenes, fue de revolución en marcha. Siguiendo el ejemplo del liberalismo de Guatemala que actuó en 1871 se propuso destruir al Partido Conservador”. Su don de mando exhuberante se derramó en su gobierno dictatorial; e hizo de Nicaragua un centro activo del liberalismo centroamericano.

    Es digno de citarse como definitorio de lo que se proponía la revolución liberal un escrito de Gámez aparecido en El Pueblo de 4 de enero de 1896, que más parece los desplantes de un beodo o de un demente: “Nosotros hablamos como liberales que ayer no más pasamos sobre los cadáveres de hermanos para pisotear la ley escrita y el orden establecido, porque no nos convenía y lo juzgábamos necesario. ¿Podremos hoy pararnos en escrúpulos de tinterillos? ¿De cuándo acá ha sido el partido liberal en las Américas partido de la legalidad? Si alguna vez lo hubiera sido merecería infamia eterna por la revolución de julio. El partido liberal es partido de hechos; es la civilización que abre brecha en la muralla del pasado; es la reforma que se impone como da lugar sobre el legado de la Colonia. Y por esto echa exabrupto de su territorio las órdenes monásticas, proclama la libertad de conciencia, que escandaliza a las masas supersticiosas y hace todo aquello que la experiencia de las naciones cultas aconseja como bueno, sin importarle que la mayoría del país, imbuida de rancias preocupaciones, se oponga o no a lo que proyecta”.

    El 10 de diciembre de 1893, el mismo año de la asunción del poder por los liberales, fue promulgada la nueva Constitución, llamada “la Libérrima”, que sustituía a la de 1858. En ella se empieza por borrar la frase inicial “En presencia de Dios”. Define la Soberanía es una, inalienable e imprescriptible, y reside esencialmente en el pueblo. El anterior estatuto en capítulo especial dejaba bien sentado que la religión de la República era la católica, apostólica, romana y que el gobierno protegía su culto; ahora más bien se dispone que en Nicaragua no se podrá legislar estableciendo o protegiendo ninguna religión ni prohibiendo su libre ejercicio. La vieja Constitución contenía los derechos y garantías del ciudadano en sólo los 22 artículos de los capítulos VI y XXII. “La Libérrima” dedica los 42 artículos de su título V a tales derechos y garantías. Entre ellos son notables por los novedosos y por la significación que encierran los que determinan que nadie puede ser inquietado ni perseguido por sus opiniones; que las acciones privadas que no alteren el orden público, la moral, o que no dañen a tercero, estarán fuera de la acción de la ley; que no se pueden dar leyes que establezcan penas infamantes; que no podrá someterse el estado civil de las personas a una creencia religiosa determinada; que la emisión del pensamiento por la palabra hablada o escrita es libre y la ley no podrá restringirla; que tampoco podrá impedir la circulación de los impresos nacionales y extranjeros; y que los delitos de injuria o calumnia cometidos por medio de la prensa serán previamente calificados por un jurado; que se garantiza la libre enseñanza, siendo laica la que se costee con fondos públicos, y la primaria, además, gratuita y obligatoria; etc.

    Muy poco tiempo después de su triunfo el joven liberalismo nicaragüense traspasó las fronteras. En Honduras, con el apoyo de Zelaya, fue derrocado Vásquez e instaurado Bonilla. Esta acción alarmó a los otros gobiernos centroamericanos, que “comprendieron la peligrosa exhuberancia del liberalismo nicaragüense”. Y Zelaya, al calor de la alianza con el nuevo gobierno hondureño, sintióse respaldado, y adoptó una actitud personalista, que degeneró en pujos reeleccionistas. Los leoneses repudiaron la pretensión; y Zelaya se acercó a los granadinos, hablando de un fingido deseo de conciliación, que siempre había sido obstaculizado por los leoneses. El estallido ocurrió en febrero de 1896. Los cuarteles de León se sublevaron y Zelaya buscó el apoyo de los conservadores orientales; pero éstos decidieron permanecer neutrales. No obstante, los conservadores de Managua acuerparon a Zelaya, en espera de una política abierta, que mitigara el excesivo rigor que atribuían a los leoneses. También los conservadores granadinos se enrolaron al fin en la lucha para neutralizar a León. “Zelaya en esta vez –dice un autorizado comentarista—jugó con hábil maquiavelismo, que le permitió someter a leoneses y granadinos a su férrea dictadura. Consolidada ésta, dió rienda suelta a su sistema de revolución en marcha”.

    A esa acción los conservadores opusieron una resistencia sui generis, basada en la creencia de que poseían la mayoría en la opinión pública, que añoraba “la suave disciplina de los gobiernos de los 30 años”. Alegaban los méritos personales y sociales de un patriciado de que se creían herederos sus principales líderes: no oponían ideas ni programas contrarios a las que proclamaban los exaltados jóvenes del liberalismo. “Los viejos conservadores se afanaban por convencer al pueblo de que ellos eran los verdaderos liberales; y la juventud conservadora reclamaba a tiros de vez en cuando el cumplimiento de la Constitución de 1893”.

    Los conservadores que se consideraban conscientes decían que el fondo de “la Libérrima” era de un laicismo agresivo; y que el régimen había proscrito a la Iglesia de las relaciones con el Estado. En base a estos criterios mentidos o sinceros, intentaban reaccionar contra el liberalismo en defensa de la Iglesia marginada, más como táctica política que por motivo de fe, pues no existía en ellos un catolicismo tan activo que indujera en sus mentalidades la formación de programas sociales o políticos de esencia cristiana.

    “La libertad política en un ciudadano –dice Montesquieu—es esa tranquilidad de ánimo que proviene de la opinión que cada uno tiene de su seguridad; y para disfrutar de esa libertad es menester que el gobierno sea tal que un ciudadano no pueda temer a otro”. Debe excluirse el abuso de poder. Pero “es una experiencia externa que todo hombre que tiene poder se ve inducido a abusar de él y llega hasta donde encuentra límites”. El abuso se ve impedido sólo si “el poder detiene al poder”. Por eso el poder no debe ser único y concentrado  --concluye Montesquieu--. Debe haber una fragmentación del poder y cierta “distribución de poderes separados”.

    En las palabras de Jouvenel “Rousseau vio muy bien que los hombres del poder forman cuerpo, que este cuerpo está habitado por una voluntad de cuerpo, y que apunta a apropiarse la soberanía”. Le llama “el esfuerzo continuo del gobierno contra la soberanía”; y ve en él un “vicio inherente e inevitable que desde el nacimiento del cuerpo político tiende sin descanso a destruirlo, lo mismo que la vejez y la muerte destruyen, al fin, el cuerpo del hombre”.

    Con fecha 20 de junio de 1896 Zelaya expidió un decreto convocando a una Constituyente que debía reformar la Constitución de 1893 “en aquellos puntos que el Ejecutivo determinara”. De esta manera iniciaba Zelaya la labor absolutista y centralizadora de esa Asamblea; y al mismo tiempo usurpaba las atribuciones del Poder Legislativo, pues según la propia Constitución “toda reforma debía ser decretada por los dos tercios de votos de los representantes”.

    Según la ponderada opinión de Madriz “la Asamblea intrusa de 1896 despedazó la Constitución del 93”; fundó en Nicaragua el “absolutismo legal”; y abrió la serie de reelecciones que, con leves diferencias formales, hicieron de Zelaya “el discípulo más adicto  de Carrera”.

    Tras la instauración de la dictadura ocurre un disfuminarse de la ideología de la ideología, se pierden sus contornos. Las ideas, los principios del liberalismo son sólo un fantasma, que se agita en determinadas circunstancias, con fines claramente demagógicos. La sociedad está a la defensiva; y en esta situación la ideología pierde casi toda importancia para dar lugar a un interés más perentorio: la supervivencia.

    “El partido Conservador era cada día menos conservador”  --dice uno de sus más autorizados ideólogos. “La lucha terrible que mantenía sin gozar de tiempo de reposo para el estudio y la reflexión, lo iba transformando en un grupo silencioso de hombres que sólo creían en los hechos. No existía libertad para expresar pensamientos. Los viejos directores que meditaban en las cosas, se había retirado de la dirección. La imprenta de El Diario Nicaragüense, postrer refugio de las letras conservadoras, fue clausurada”... “En cuanto a la teoría conservadora que hubiera podido resultar de una filosofía de la historia de Los 30 Años, y de la opresión de Zelaya, para la formulación de un programa, nada se hizo. La teoría liberal dominaba las mentes de los jóvenes conservadores, al extremo de tenerse como signo de inteligencia las ideas liberales y de retraso el pensamiento católico”.

    La reforma de la Constitución se realiza inexorablemente, y con ella Zelaya destruye con su propia mano los principios liberales, como bien señala Madriz. Se suprime el artículo 29, que daba derecho a la exhibición de la persona aun contra las altas y reclutamientos militares hechos ilegalmente. Ahora el Ejecutivo puede perseguir legalmente a poblaciones y ciudadanos desafectos con levas y reclutamientos. La pena de muerte estaba abolida en Nicaragua. Tras la reforma “podrá aplicarse para mantener la disciplina militar”. A esto Madriz apunta que “consecuencia de esa reforma ha sido el cadalso de los Vanegas, de Rivera, de Francisco Luis Ramírez, de Gaitán, etc. y sobre todo, el horrible suplicio de Filiberto Castro y Anacleto Guandique, ejecuciones algunas de éstas, en particular las dos últimas, que nada tenían que ver con la disciplina militar. Se suprime el artículo que prohibía la prisión por deudas. Quedan suprimidos los incisos 11 y 12 del artículo 82, que desligaban del Ejecutivo la actuación administrativa de los empleados de Hacienda. Así quedan imposibilitados de perseguir el fraude si se interpone la voluntad del Presidente. Por la reforma el Congreso puede ahora autorizar al Ejecutivo para que enajene los bienes nacionales. Antes era potestad exclusiva del Congreso, que debía también fijar las reglas para la ocupación o enajenación de terrenos baldíos. También esto lo hace ahora el Ejecutivo. “Zelaya y sus amigos ---apunta Madriz--- preparaban con esa reforma un negocio muy productivo” Se agregó a las atribuciones del Poder Ejecutivo, la de legislar, en receso del Legislativo, en los ramos de Hacienda, Guerra y Policía. Con tal atribución el Presidente “es el principal Poder Legislativo en Nicaragua”; y puede reformar hasta el Presupuesto, cosa nunca vista en ninguna parte. Se suprimió la garantía del recurso de inconstitucionalidad, en asuntos no ventilables ante los Tribunales. Así el Ejecutivo puede vejar a los ciudadanos con leyes proscriptivas, retroactivas y contrarias a la Constitución, sin que nadie pueda contener sus desafueros. Esto anula todas las garantías, pues nadie puede hacerlas efectivas. La elaboración del proyecto de Presupuesto queda exclusivamente en manos del Ejecutivo. Queda suprimida la autonomía de los Municipios. Se suprime el artículo que permitía acusar al Presidente y a los Secretarios de Estado por delitos oficiales, hasta cinco años después de haber cesado en sus funciones. Se excluyen de la categoría de leyes constitutivas la de imprenta, la marcial, la de amparo y la electoral; toda garantía queda, pues, a merced de un decreto ejecutivo.

    Con la reforma de 96 queda suprimido en la Constitución todo lo que descentralizaba el Poder. Era más liberal –dice Madriz—la Constitución cachureca de 58, tan combatida por lo liberales. Así se dejaba sin bandera a la Revolución de julio y se hacía retrogradar las instituciones de la República al absolutismo de la Colonia.


    Para redondear esta rápida visión de las ideologías en la época de Zelaya sólo nos falta contestar a una pregunta que se ha venido quedando relegada: ¿fue Zelaya pro-intervencionista? La pregunta se circuncribe a la figura de Zelaya porque en torno a sus conpiscuos oponentes ideológicos o políticos todo el mundo conoce la respuesta. Y en relación con sus correligionarios, subalternos o pupilos, tal respuesta no interesa, pues a la postre sólo él pensaba y firmaba por todos. La contestación en lo referente a Zelaya es que sí, que también fue maculado del pecado de intervencionismo en diversas ocasiones. La primera el 23 de febrero de 1896, cuando el ministro Gámez pide el desembarco de marinos en Corinto y delega provisionalmente en el comandante del buque de guerra las facultades necesarias para la policía y seguridad del puerto. También se autoriza al comandante del buque estadounidense para que mantenga en vigor la clausura del puerto que se ha decretado. En esta ocasión el presidente Cleveland también dio instrucciones  para que las fuerzas avanzaran por tierra hasta León, si fuere necesario para la protección de sus súbditos. En 1899, a petición de Zelaya, fueron desembarcados en Bluefields marinos que retuvieron el puerto hasta la llegada de las tropas del gobierno. En otra ocasión  Zelaya de instrucciones al ministro Espinoza para que consiga ayuda diplomática y en pertrechos bélicos para realizar la Unión Centroamericana; Nicaragua dará en cambio a Estados Unidos por siete millones el derecho de opción al canal, protección aduanera y dos estaciones carboneras. La última vez, el 4 de diciembre de 1909, Zelaya solicita a Estados Unidos el envío de una comisión que venga a investigar si los actos de su administración han sido en detrimento de Centro América.

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jueves, 3 de noviembre de 2016

EN NICARAGUA, CÓMO SE INICIÓ LA CARRERA DEL CONTADOR PUBLICO. Por: Narciso Salas Chávez

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Liminar de EPV h., Director y Editor del Blogspot: 

   Don Narciso Salas Chávez, además de cofundador del Colegio de Contadores Públicos de Nicaragua, fue un excelente ajedrecista en la categoría de primera división.  Antes de 1979, lo conocí en las "finales" de varios torneos nacionales. Daba recias batallas. Fue parte de ese gremio colegiado a cargo de auscultar patrimonios, cifras ajenas en las "hojas columnares", de igual, en tiempos libres, dedicado a decidir y prever las jugadas sobre el tablero. Contemporáneo de grandes jugadores nacionales: Erick Rosales; Manuel Jarquín; Edmundo Dávila, Miguel Chávez, René Pilarte, Danilo Canda, Martín Guevara, y otros. 

   En 1983, elaboró el interesante artículo: "En Nicaragua, cómo se inició la carrera del Contador Público". Así que, al disponer de aquellos recuerdos en nuestro abundante Archivo, y por constituir un asunto de interés en el ámbito de esa formación y ejercicio profesional, lo reproducimos.

   Sobre el mismo tema, estimamos conveniente no dejar para otra ocasión,  la inclusión de otro antecedente que fue referido trece años antes, en 1970. Según fue debatido ante la opinión pública, el "Primer Contador Público de Nicaragua fue el señor Frederick Delmage Donkin, fallecido en el Hospital El Retiro, el domingo 11 de octubre de 1970, y que había nacido en Escocia en 1892. En 1964 fue el primer profesional contable en Nicaragua que obtuvo el título de Contador Público Autorizado, otorgado directamente por el Ministerio de Educación Pública. Este dato fue consignado en  ocasión de la muerte de Delmage Dokin, en La Prensa, 20 de Octubre de 1970.  

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En Nicaragua

CÓMO SE INICIÓ CARRERA DEL CONTADOR PÚBLICO*

Por: Lic. Narciso Salas Chávez
                                                 
    La carrera de Contador Público se inicia en Nicaragua, por la presión de los organismos internacionales que otorgaban préstamos al Estado y a las instituciones financieras, exigiendo la presentación de los Estados Financieros dictaminados por Contadores Públicos independientes. Esto sucedió por el año 1955, que es cuando el Ing. Aurelio Alva Sartoira, de nacionalidad peruana siendo Director de la Escuela Nacional Nocturna de Comercio, y aprovechando el local que ocupa dicha escuela, funda en Managua, la primera Escuela de Contadores Públicos, la que aceptaba en sus aulas a Contadores privados egresados de la Escuela Nacional de Comercio, bachilleres y maestros normalistas, los que con estudios de tres años recibían el título de “Contador Público”, ya autorizado para ejercer.

    También, unos años después de fundada la Escuela de Contadores Públicos y habiendo salido la primera promoción, el gobierno emitió un decreto, el cual facultaba a los contadores que no llenaban los requisitos para estudiar la carrera, pero que tenían diez años o más de experiencia, que mediante la toma de cursos relacionados con esta profesión que duraban unos seis meses, podían obtener el título de Contador Público. A estos Contadores, los egresados de la carrera los llamaban “Contadores Públicos de “dedo”. Este decreto tuvo un límite corto de tiempo y su función principal fue darles la oportunidad a los altos funcionarios del Gobierno, para que obtuvieran el grado profesional que correspondía al cargo que desempeñaban.

    Después de fundada la primera Escuela de Contadores Públicos y como resultado de la necesidad de auditores que tenía  la Dirección General de Ingresos, pues a esa fecha está en vigor la ley del I.R., hay crecimiento en los bancos existentes, se fundan nuevos bancos; la Superintendencia de Bancos, que era una dependencia del Ministerio de Economía, ejerce el control del sistema bancario, todo lo cual, da como resultado una demanda de auditores calificados la que podía ser satisfecha, dando lugar a nuevos centros para la enseñanza de esta carrera profesional. Así vemos que el Gobierno autoriza a la Escuela de Contadores Públicos y Administración; posteriormente al Instituto de Ciencias Comerciales y a la Escuela de Contadores Públicos de Nicaragua.

    Dada la necesidad de mejorar el nivel profesional del Contador Público, se amplió el plan de estudios a cinco años, mejorando notablemente el pensum académico del egresado. Época en que la Escuela de Contadores Públicos y Administración, se transforma en el Centro de Estudios Superiores “CES”, otorgando estos centros de enseñanza a sus egresados la Licenciatura en Contaduría Pública.

    La  UNAN y la UCA, también dieron acogida a esta carrera profesional con el plan de cinco años. En las ciudades de León, Chinandega y Jinotepe, también se autoriza la carrera de Contador Público.

    Con los egresados de todos estos centros de enseñanza, se ha logrado satisfacer en parte la demanda de los profesionales del control, pues las nuevas leyes dictadas en el proceso actual revolucionario, tales, como la ley creadora de la Contraloría General de la República, así como la formación de Despachos de Contadores Públicos, que ejercen su profesión en forma independiente, requieren con frecuencia más profesionales de esta rama.
   
    En la actualidad, todos los centros de enseñanza que impartían esta carrera, mencionados anteriormente, ya no operan, pues, únicamente la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua, como Rectora de la Educación Superior, ofrece la carrera de Contador Público.

    Los primeros Profesionales de la Contaduría Pública, se unieron en el año 1959, para formar el Colegio de Contadores Públicos de Nicaragua, con el objeto de protegerse mediante la autorización y así controlar a cada uno de sus miembros, a la vez promover el progreso de la Ciencia Contable, mediante el mejor desarrollo de la enseñanza, lo que se logró con la aprobación de la ley para el Ejercicio del Contador Público, de fecha 14 de abril de 1959, la cual se reglamenta mediante Acuerdo Especial el 29 de abril de 1967. Existe un Código de Ética Profesional, que rige para los Contadores Públicos miembros del Colegio, “que obliga a cada uno a cimentar su reputación, en la honradez, capacidad profesional y lo obliga a observar las normas de ética profesional más elevadas en todos sus actos, así como el decoro en su vida privada”.

    El Colegio de Contadores Públicos ha colegiado a unos 400 egresados, contando a la fecha con 200 miembros activos, los que en la próxima asamblea anual, elegirán a la nueva Junta Directiva, que es la responsable de la Dirección y Administración del Colegio.

*Publicado en: La Prensa, domingo 15 de Mayo de 1983. Pág. 5.

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Lic. Luis A. Lizardi Mc. Callums, quien fue Presidente de la Federación de Contadores Públicos de Venezuela, en compañía de Directivos y Miembros del Colegio de Contadores Públicos de Nicaragua. La Prensa, jueves 17 de Abril de 1980. Edición: 15,624.


domingo, 30 de octubre de 2016

RAMÓN SÁENZ MORALES: NUESTRO PRIMER POETA MODERNISTA O POETA SEÑERO DEL MODERNISMO?


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RAMÓN SÁENZ MORALES
 (Fotografía de don Adán Díaz F.)

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Liminar de Eduardo Pérez-Valle, Director y Editor del Blogspot:

    Terminé de atisbar el libro titulado “Nicaragua el más alto canto”. Publicado en 2013, esta Antología de la poesía nicaragüense fue seleccionada por el poeta Héctor Avellán, con prólogo de Luis Morales Alonso. De esa reunión de autores  y poemas, en número de 111, Jorge Eduardo Arellano abordó el contenido (END-6/4/2013) con énfasis en no dejar pasar a los “omitidos con mérito”. Uno de ellos, en especial, motiva nuestro interés. Este poeta, digno de reconocimiento, es de los abandonados en las etapas cíclicas del sarro cognitivo, que sigue en aumento por carecer --entre nosotros-- de importantes fuentes primarias.

    Nacido en 1888, a los 40 años el poeta quedó en los brazos de la muerte. El repentino e infausto desenlace hasta hoy no logró arrancarlo envuelto en los olvidos de la lejanía. Por cierto, en el citado artículo, Arellano lo ubica entre “los modernistas señeros”, algo que acopla con la meritoria condición devenida de antiguos sitiales conferidos por intelectuales de su época, entre esos podemos citar a Juan Ramón Avilés, Luis Alberto Cabrales, Mario Sancho.

    Ramón Sáenz Morales no fue el 112 de la antología en mención, pero en estas páginas ahora ocupa el número uno mediante la importante valoración que fue escrita por Cabrales, en 1969. Tampoco, Sáenz Morales tuvo el final de aquellos versos estremecedores de su autoría que vieron luz en agosto de 1914:   

FUNERAL

   Muerto el pobre, colocaron su miseria en el áspero fondo de un cajón. Ahí quedó su tiesa palidez en una siniestra expectativa de cariátide.

   Al otro día, al derrumbarse el último tedio de la tarde sobre los quingos de la montaña, mansas beneficencias de pastores enterraron al pobre más allá del paisaje, casi por donde los breñales hacen sangrar a las tórtolas.

   A la paz medrosa de un follaje temblón quedó el cadáver, sólo bajo el misterio de la tierra negra que desmenuzaron las azadas.

   Que Dios vigile su olvido, —clamó un amable.

   San paz y  hasta allá, —murmuraron otros, fijos en la desconsoladora verdad de aquel frío hueco sin luz que acababan de llenar. Uno que estaba retirado, dejó volar un suspiro que hizo caer muchas hojas secas.

   Mientras tanto, el rebaño esparcido del difunto ponía lágrimas en el severo anochecer del valle…

    Junto a la enmienda de Cabrales, ya cercana al medio siglo, incluimos un artículo elaborado por Mario Sancho, que hemos localizado en el libro: La joven Literatura Nicaragüense, editado en Febrero de 1920. Y para redondear el contexto, compartimos tres anécdotas sobre Sáenz Morales escritas como homenaje por Juan Ramón Avilés, entre ellas, una en extremo curiosa: “La primer cuarteta de Alí Vanegas”. 


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Sáenz Morales por Edith Grön

RAMÓN SÁENZ MORALES

Por: Luis Alberto Cabrales*

    He aquí a un poeta injustamente preterido y olvidado. Fue, sin duda alguna, el mejor poeta modernista de Nicaragua, y precisamente por su calidad innegable de modernista fue silenciado por nuestra generación. Lo creímos defectuoso por falta de cultura auténtica, y realmente tiene los defectos de los seguidores de Darío que no supieron poner continencia en sus poemas y se dejaron llevar a ciertos extremos efectistas de menor calidad.

    Pero cuando leo historias literarias de otros países de nuestra América y veo ser tomados en cuenta a modernistas inferiores a Sáenz Morales pienso que debiéramos haber sido menos exigentes en cuanto a su justipreciación.

   Cuando digo de este poeta que fue nuestro mejor modernista tal vez alguien se pregunta: Bueno, ¿y Santiago Argüello? No tengo el menor recelo al declarar que don Santiago no fue modernista. Su caso es idéntico al de Chocano, a quien equivocadamente se le tuvo por tal. El torrente oratorio en la poética de Chocano debía haberlo clasificado como un mantenedor de la vieja prosopopeya española del XIX con algunas divergencias pseudoparnasianas. Y don Santiago agrava, más que Chocano, su prosopopeya. Es enfático hasta lo indecible. Lo era no sólo en su obra sino en su persona.

    Es para mi inolvidable una visita que junto con Adolfo Ortega Díaz le hice en San Salvador. Nos recibió como quien recibe a pajes o súbditos, con una artificiosa y amanerada petulancia. Allí estaba frente a nosotros, un sí no es insolente, con sus bigotes también enfáticos, con sus ojos chispeantes, su verbosidad abundosa y artificiosa, pleno de una hostigosa vitalidad senil. Muy lejos del porte señorial, y sin embargo modesto, y la palabra natural pero sabia, de don Salvador Calderón Ramírez, por entonces también en San Salvador.

    Nos habló mejor, arengó largamente, ocupándose sólo de su persona, de su gloria, como él mismo decía; de sus incontables triunfos en Cuba, en donde había sido conductor de la juventud. Salimos de él hastiados, desalentados, irritados y  jurando jamás volver a verle. Lo que cumplimos.

    Pues bien, don Santiago, fue juzgado en su época como el mejor modernista  hasta como el pontífice de nuestro pequeño parnaso de entonces. Él era quien consagraba a los jóvenes y “los armaba caballeros”, como él decía.

    Prueba de su pontificado y de su insufrible vanidad es el “espaldarazo” con que “consagró” a Sáenz Morales.

    He aquí como muestra uno de sus párrafos:

    “Y, a pesar de todo extravío juvenil, Ramón Sáenz Morales es poeta. Lo proclamo así, en alta voz, ante el pueblo de pecheros indoctos  de la behetría. Lo armó caballero. La Musa cálzale la espuela. El corcel está listo a la puerta, tascando el freno, tensa la brida, enjaezado y ferrado, inquieto y brioso, para el caracoleo”. Eso era, eso fue para don Santiago la poesía: “un caracoleo”.

    Pero vengamos a nuestro mejor modernista. Tenía Sáenz Morales, una melodiosa fluidez en el verso, pero a veces llegaba ---- como aquel: “Luego lució lo lila en un juego pueril de las eles. Pero en sus mejores poemas llega a grandes aciertos en imágenes, metáforas pinceladas impresionistas, epítetos, que le acercan a los más destacados poetas de su época, un Herrera y Reisig, por ejemplo.

     Demos algunas muestras de esos aciertos que a veces salvaban poemas enteros:

 “estancada agua lila de tu ojera”
 “Todo un parque de otoño hay en tu ojera”
 “De la hierba que crece en los caminos
  se desprende un adiós de mariposas”
  “El viento desarruga
  memorias a una anciana”
  “las sencillas cigarras empeñadas
  en hacer que se tueste su lamento”
 “entumecido sollozaba
 el cañuto pueril de un campesino”
 “hace falta un pastor de humildes canas”
 “parque de callejas soñolientas”
“Entero el aire oliera lo mismo que una flor”
“corazón de humo pobre por la brisa disperso”
“candor solariego”
“faldas ruralmente ruborosas”
“livianas sandalias pastoriles”
“corral oliente a hierba mal mascada”
“una de esas viviendas que en paz de Dios
humean”
“fuga matinal del río”
“la paja cordial de la cabaña”
“Yo nací sencillo. Soy como una gota
de rocío claro que se bebe el sol”.
“Soñar como el lírico que a la tarde inclina
su tallo en un dulce gesto de oración”
“zurciendo la hojarasca, rauda, como una hebra de pánico, hacia el monte se pierde una culebra”.
“Dolorosa, blanca ultrapascual
la de aquel ataúd ¡…Una doncella
había muerto en gracia matinal
Consternáronse tórtolas y estrellas”.
“Un nombre como el tuyo, enmontañado,
oloroso a vereda y a balido,
a surco, a hierbas, a terreno arado,
a milpa verde y platanar florido”.

    Véase en estos últimos versos la avasalladora influencia de aquel de Darío:

    “Esperanza olorosa a hierbas frescas”, que tanta resonancia ha tendio incluso entre grandes poetas muy posteriores, como Lorca y Neruda.

    Podría señalar más felices hallazgos poéticos pero los mencionados bastan para deducir de ellos que Sáenz Morales fue nuestro mejor modernista. En vano pueden buscarse en don Santiago, en su tupida obra poética, versos felices y  novedosos, que eran el sello del modernista. Sin embargo Sáenz Morales rehuyó el exotismo. Se reconcentró en cantar nuestra Sierra de Managua a su modo. Sin realismo, tomando de las poesías eglógicas de otros poetas todo su vocabulario Él nos habla de pájaros inexistentes, como turpiales ruiseñores, alondras, mirlos. De flores no brotadas en nuestros campos sino en páginas de libros ávidamente leídos: eglantinas. De árboles ausentes de nuestros paisajes: acacias, encinas, tilos. Nos habla de manzanas, aljófar, zagales, gaiteros, góndolas, molineras, alquerías, cortijos. En vez de tinajas ve ánforas. En vez de terneros, corderos.
   
    Esta fuga hacia lo irreal en un poeta llamado “cantor de las Sierras” fue en gran parte la causa de nuestro desvío con respecto a su poesía. No aceptábamos en él esa idealización de nuestros campos y campesinos. Así como no veíamos con ojos comprensivos las princesas  y marquesas de Darío. Pero sí –contrariamente— aceptábamos, con aceptación servil de los textos retóricos, las artificiosas églogas de Garcilaso; sus Tirrenos  y Alcinos, sus Fléridas, Filis, Filodoces,  Dinámenes, Climenes y Nisas. Debíamos haber sido más comprensivos, menos exigentes, ya que nuestras exigencias eran parciales, sólo contra él y no contra los Garcilasos de allende y aquende el mar. En realismo y veracidad  poéticas rurales, aunque pese a quien pese, Gabriel y Galán se lleva de pecho a Garcilaso.

    Más a pesar de todas esas fugas hacia lo imaginario, creo que Sáenz Morales fue el primero en logar aciertos nativos. Como todo poeta fue influenciado por el fluir de las estaciones, la seca y la lluviosa. Sus poemas como la Brava Quema, fue un esfuerzo por lograr el acento poético de lo nuestro. Como todos lo que venimos después de él, sufrió el influjo del tremendo verano y la felicidad indecible de las primeras lluvias. En sus descripciones veraneras tiene versos de gran expresividad:

                   “Verano, alto Verano, por qué suenas tan fuerte”

    En un solo verso acierta a dar la sensación de aquel viento bochornoso que asola campos y ciudades en tiempo de los soles marceños. Sensación mejor dada que en cualquier poema ulterior.

    Yo que he sido tan señaladamente marcado por el cambio de estaciones jamás pude escribir un poema por mí aceptable, sobre el aniquilante bochorno de nuestro terrible estío… por lo que llama Sáenz Morales “la omnipotencia cruel y hostil del verano”.

    ¡Cuántos esbozos míos fueron rigurosamente al cajón de la basura! Fue él, también, quien, quizá el primero, dio en verso la sensación indecible de la primera lluvia.

“Naranjero que enmarcas mí ventana
y en cuya fronda el alba se atenúa
¡cómo te ha lavado esta mañana
el agua en flor de la primer garúa!

    Yo, desde antes de ir al Pedagógico, había intentado dar esa sensación en el soneto Sinsonte. Pero todavía quedaban en él restos de lecturas europeas y su influencia. Luego escribí “Jaculatoria a la lluvia” que fue una imitación y calco de “Jaculatoria a la nieve” de Amado Nervo. Sólo hasta 1919 –ya en el Pedagógico— logré algo con “Dios te bendiga lluvia”, que tanto gustó entre mis compañeros:

             Dios te bendiga lluvia
             que caíste del cielo esta mañana
             y limpiaste de polvo los tejados
             y de tristeza mi alma”.

    Este comienzo es lo que valía, todo lo demás fue relleno, ripio. Hasta mucho más tarde di mi “Primer Aguacero” que tanto éxito tuvo en tres decenios.
 
    Me he extendido en estas notas personales para mostrar qué dura lucha era necesaria para llegar a la expresión nativa y directa, abandonando las influencias de lecturas y de sensaciones extranjeras.

    Sólo una vez se asomó nuestro poeta más allá del mar. Y fue para extasiarse en la Provenza de Mistral (tan leído entonces) y a la Provenza medioeval de los Juegos Florales. Por entonces aquí había Juegos Florales y en uno de ellos salió triunfante Ramón. Entonces cantó a su Reina:

“Has de saber, Señora, que vivo enamorado
de los días florales de Aviñón y Provenza”

Por esos mismos días se acercó mucho a la poesía convencional, aunque pasajeramente:

Todo esto pasa en una
 finca de las afueras;
 finca donde se gozan temporada de la luna”

“Señora, usted se pasa cuidando un canario;
tiene usted una constancia de agua clara y alpiste”

“Me gusta sorprenderla regando sus peonías”
“hasta ahora le digo que la quiero, Señora”.

“Y eso no debe ser. Dése cuenta, Señora
 que grave falta es darle espaldas a la aurora”

    Dos acontecimientos le alejaron momentáneamente de su Sierra. La muerte de Rubén Darío y la coronación de don Modesto Barrios. Él escribió los mejores poemas sobre Darío muerto,  y también cuando su primer aniversario.

“Rubén Darío ha muerto. Todos se acordarán
hoy que la luna mengua, de aquel cuarto creciente”.

     Sorprende la memoria precisa del acontecimiento celeste cuando la muerte y el aniversario. De los poemas en lamento y  elogio de Darío surgió un cuarteto que debiera estar en todas nuestras bocas:

“Poetas, todos los poetas, para todos levanto
este licor de aldea que mí espíritu encierra:
Si bebéis la mandrágora inefable del canto
nunca habléis de belleza sin conocer mi tierra”.

    La noche de la coronación de don Modesto Barrios fue noche memorable. Lo coronaron en un teatro que estaba donde últimamente estuvo La Noticia, frente a Catedral. Don Modesto, muy anciano, nos sorprendió por su voz aún fuerte y matizada. Fue tenido por el mejor orador de su tiempo, aunque varias veces el doctor Carlos Cuadra Pasos me dijo que don Enrique Guzmán consideraba mejor orador al licenciado Perfecto Tijerino Navarro. Este fue muy precoz. Diputado a los veintiún años, Ministro de Gobernación a los veinticinco. Murió a los treinta años. Tallo erecto de una estirpe de talentos que parece no extinguirse.

     En esa noche, pues, en que Managua se acordó de su olvidado anciano cargado de años y prestigios, Ramón Sáenz Morales recitó un hermoso poema, escrito en su nuevo estilo casi conversacional. Recordemos los mejores cuartetos:

Cuentan que Enrique Ibsen, el astro de las brumas, 
iba entre las mañanas tiernas de Cristianía
a quitar con un lienzo de suavidades sumas
la nieve que a su propia estatua le caía.

Pues bien, Maestro Modesto, bajo su fría edad,
tiene encendida el alma y el espíritu en fuego,
y a sus años les quita con su jovialidad
la nieve que a su estatua le quitaba el noruego”.

    A Ramón Sáenz Morales –muerto en relativa temprana edad— nunca le hicieron el homenaje que merecía. Luego fue preterido injustamente por nuestra generación. Sus poemas, dispersos en diarios y revistas, sólo fueron compilaos muy tarde con el título de Aires Monteros.

    Esa colección me ha servido para conocerlo mejor y escribir estas líneas de reconocimiento  y debida rectificación.

*En: La Prensa Literaria. Domingo 9 de Noviembre, 1969.

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Los de Hace 13 Años

De la Muchachada de 1913

Por: Mario Sancho*
Juicios

     ¡Dichosa la ciudad que tiene cerca una montaña! –ha dicho Juan Maragail— ¡una montaña y un poeta que cante esa montaña! Dichosa si descansa al pie de un monte, porque sus hijos han de aprovechar la perenne lección de fortaleza y alegría, de vigor y de bondad que les mantenga el alma erguida y sereno el pensamiento; porque la vista, cansada en la diaria labor, hallará alivio en los tonos azules y en las líneas majestuosas; y porque, ya sea que tras él mueran las tardes o nazcan las auroras, el trabajador, el obrero, el hombre de manos diligentes y espaldas afanosas que de otra suerte no conocería más que la fatiga del día y la quietud reparadora de la noche, podrá gozar al menos, en digno escenario, de los idílicos amaneceres en que el sol –cual otro viejo rey Midas— vuelve de oro todo lo que toca, o de los ocasos radiantes en que los celajes causan celos a las púrpuras de Tiro y a los tapices de Persia.

Dichosa, mas dichosa todavía, si tiene un poeta que cante las excelencias de ese monte, que celebre la industria de sus abejas, la música de sus pájaros y los perfumes de sus flores; que le haga epitalamios a la torcaz enamorada y elegías al guardabarranco solitario; que diga cómo es de suave la sombre del cedro fragante, de imponente la altitud del roble y  de placentera la cachaza de la ceiba que deja prender entre sus barbas centenarias a las felices oropéndolas, el nido de sus amores de un día, y que honre con versos armoniosos la feracidad del suelo que devuelve cien espigas por cada grano recibido, la ardua labor del campesino en los surcos y la abnegada dedicación de su mujer al hogar apacible.

         Un poeta que llene a conciencia este programa de cantos, es el complemento indispensable a la montaña para hacer la felicidad de la ciudad asentada a sus pies… Un poeta que descienda todos los días de la cima tranquila a la inquieta llanura, llevando como Moisés cuando bajo del Sinaí con las leyes que Dios le había dictado, el evangelio de la bondad, del amor, del trabajo, de la paciencia, de la benignidad y de la dicha, viene a ser, en el orden moral, algo así como la brisa en el orden físico; un mensajero eficaz entre los árboles y los hombres entre la tierra virgen y las calles holladas de malicias y de crímenes, entre la salud agreste y la enfermedad urbana, entre las fragancias del bosque y los malos olores de la ciudad.

Managua posée la montaña y el poeta que deseaba para todas las ciudades del mundo, aquel gran catalán cuyas palabras sirven de lema a estas líneas. Managua tiene sus sierras con los más lindos paisajes que puedan contemplar ojos humanos, con las más hermosas arboledas, con el más suave clima y con la tierra más agradecida a los afanes agrarios y más complacientes a las esperanzas rústicas. Tiene también un poeta, exquisito y sencillo al mismo tiempo, claro como el agua matinal, dulce como la miel fabricada por las rubias obreras en lo íntimo de la floresta, y armonioso como los pájaros en las amanecidas de mayo, cuando las alas se vuelven sedentarias en la tibieza del nido y los picos olvidan las frutas por los besos. Se llama este lírico pastor: Ramón Sáenz Morales.

*Del libro “La joven Literatura Nicaragüense”. Febrero de 1920.

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LA PRIMER CUARTETA DE ALÍ VANEGAS

    Al hogar de Juan de Dios Vanegas, en León, iban de cuando en cuanto los intelectuales de Managua: Ramón Sáenz Morales, José Olivares, Salvador Ruiz Morales y Juan Ramón Avilés, a pasar pequeñas temporadas, gratas a sus espíritus, en la siempre grata compañía del poeta dueño de la casa.

    Los pequeños hijos de Vanegas tenían gran cariño para los *muchachos de Managua*, y Sáenz Morales, con Ruiz Morales, gozaban del encanto del *nido ajeno*. Entre ellos y los chicos de casa había una gran camaradería, jugaban unos con otros a la pizizigaña, al trompo. Para los pequeñuelos, aquel ricito característico que colgaba sobre la frente de Sánez Morales era un juego más.

    Una tarde, Sáenz Morales se preparaba a salir de visitas, y estaba de pies conversando con Vanegas y su señora, cuando el hoy joven y distinguido poeta Alí Vanegas, como de siete años de edad, entonces entró corriendo, desde la calle, como quien dice disparado, y parándose en seco frente a Sáenz Morales le espetó, jadeante, esta cuarteta:

                         *Desde mi tierra he venido
                           pisando tierra caliente,
                           sólo por venirte a ver
                           colochito en la frente.*

    Y dicho esto, salió corriendo otra vez a la calle.

    Por la primera vez vimos inmutado a Sáenz Morales. Talvez sintió ganas de darle un cariñoso tirón de orejas al pequeño coplero, pero Alí Vanegas ya iba por lo menos a cien varas de distancia.

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lunes, 17 de octubre de 2016

ASÍ ES NICARAGUA. Por: Horacio Fernández R.*


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De EPV h., Director-Editor del Blogspot:

Don Horacio Fernández R., al fallecer dejó entre nosotros una promesa incumplida: reunir en un libro todo lo que vivió y experimentó en Nicaragua y en el exilio. Este singular personaje perteneció a la generación que arrancó en los albores del siglo XX.  Siempre estuvo revestido de un incomparable talante; de esa destreza narrativa que suscita en el lector las ganas de llegar al final de los hechos. De regreso en Nicaragua con su apreciable familia fue parte de nuestro vecindario. El recordado maestro del periodismo, Profesor Ricardo Trejos Maldonado, contertulio en las festividades regulares de Dn. Horacio, al dedicarle un plausible artículo periodístico publicado en febrero de 1989 lo caracterizó  con el siguiente titular: "EL SIEMPRE SORPRENDENTE HORACIO FERNÁNDEZ R." 

En vista de ese vacío que dejó, volcaremos nuestras energías para reunir los escritos dispersos. Damos inicio a ese compromiso con este testimonio, jocoso, interesante, histórico, y sobre todo, lleno de esa ocurrencias que sólo él pudo almacenar a través de su denodada existencia. Salud Don Horacio!! Estamos en Nicaragua!!!

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ASÍ ES NICARAGUA!!

¡Cómo vibran en nosotros el viejo Managua! ¡El de antes del terremoto de 1931, el Managua donde sólo existía un campo de beis, el field de la Momotombo, un solo mercado, el San Miguel y un único teatro, “El Variedades”. Allí donde asistimos a las inolvidables series cinematográficas del celuloide mudo, como: Las calaveras del terror; La Mano que aprieta; La moneda rota; El misterio de la doble cruz; Ravengar; El clavel negro; El caballero de la medianoche; La gran jugada; La sortija fatal; La daga que desaparece; El conde de Montecristo; Nuestra Señora de París; Los miserables; Tarzán el hombre mono y dramas emocionantes como: El destino de la carne; El proceso Dreyfus; La mujer X.

¡Jamás volveremos a ver espectáculos iguales, menos, interpretados por actrices como la María Ladrón de Guevara o la sin par María Guerrero Díaz de Mendoza! Tampoco películas con astros de la talla de un Charles Hutchisson, Eddie Polo, Harold Lloyd, Tom Mix, Art Acord, Elmo Lincoln, Charles Chaplin, Max Linder, Adolfo Mejou, los Barrymore, Fairbanks, Ramón Novarro, John Gilbert, Rodolfo Valentino, Perla White, las Mack Seneck, Doroty Lamoore, Mary Pickford, Francesca Bertini, Shirley Themple, Pola Negri, Gloria Swasson, Priscila Dean y otros.

De la película “El clavel negro” tomó su nombre una banda de criminales y de “La gran jugada” lo tomó, Alfredo Castillo, para ponérselo a su negocio de cantina y billares. “La gran jugada” que fue muy popular en el viejo Managua.

En esa Managua, donde sólo había una cervecería, la de don Arturo Wallace, frente al Xolotlán y contigua a la mansión de don Teodoro Hocke. Wallace con otros inmigrantes que se fincaron en Managua, dieron prestigio al país entre ellos: Campari, Stadthagen, Re, Parodi, Frixione, Lupone, Luco y otros.

El italiano Napoleón Re, casó con la estimable dama Rosaura Fonseca y juntos procrearon distinguida familia. Don Napoleón fue dueño de la hacienda “El Paraíso” cercana a la Managua, también de la “Quinta Re”, donde ahora se halla el Mercado Oriental. Todavía queda allí una fundición de un digno descendiente de tan honorable familia, el activo industrial Silva Re.

El antiguo field de la Momotombo, jugaron, El Bóer, el Managua, el Japón, el Nueve Fuertes, el San Fernando, el Granada, León, Chinandega y la Costa Atlántica, lo mismo que famosas estrellas como el negro Pinock, Deshon, el Maqueado, Solís, (del sensacional Drop), el zurdo Argüello, Jolea, Píldora, la Crema, Timoty Mena y otros.

Estamos pasando la cinta del Managua de la Bibianita, de la Luisa Pintada, de la Beatriz Cárdenas, del Waterloo, de la Chela Matilde, de la Cota Bayunca, de la Ceiba Mocha, del romántico barrio de Pescadores, del de la Bajada de Carranza, de Cachirulo, de los Martínez, de la Piedra Blanca de Tiscapa, del cerrito de Chico Pelón, de la Quinta Nina.

¡Eso era el viejo Managua, donde el nicaragüense que lo había inundado, entre broma y broma chorreaba su ingenio y lo desparramaba a su gusto, porque el pinolero es ocurrente, decidor, bullanguero y peleador!

Una vez en Guatemala dijo Miguel Ángel Asturias: “¿Nicaragua?... ¡allí es donde el talento es peste!”

Por doquier había alegría, derroche de buen humor, de chistes y picardías:

“Ve… vos… ¿verdad que no es lo mismo decir Tomasito Urroz, que… tomá tu arrocito?

“¡Tampoco es lo mismo consulado general de Chile, que… general con su chile al lado!”.

Y los que tomaban parte en esos “no es lo mismo” reían a carcajadas rematando: “No es lo mismo decir mondongo de Tapachula, que… tápale chula el mondongo”. ¡Así era Nicaragua y sigue siendo!

Porque los nuevos managuas han salido aumentados y corregidos… demasiados vivos, tan vivos que un guatemalteco que vino al país a darse cuenta de lo que en verdad había de oposición a los Somoza, de vuelta en su patria, nos dijo: “ ¡En Nicaragua  no hay ninguna oposición al somocismo… lo que allí hay, es una solemne chapandonga!”

Figúrense que cuando me lustraba, pregunté al limpiabotas: “¿Y esa familia va a estar todo el tiempo en el poder?”  Y  al momento me respondió: “Paciencia piojo… que la noche es larga”. Y cuando le dije: “¿Cómo anda aquí la oposición a los Somoza?”, riendo me contestó: “Tres piedras y un… tenamaste.” No entendí lo que quiso decirme.

Después en un restaurante lleno de clientes, de una mesa gritaron: “¡Muera Somoza!” y de otra replicaron: “¡Viva nuestro general!” “¡el verdadero jefe!”, y cuando salieron del local, al despedirse, se dieron fuerte abrazo. Todos allí son lo mismo. ¡Esa es la oposición en Nicaragua… una solemne chapandonga! Nosotros callamos… porque en efecto, así es Nicaragua y quizás siga igual, indiferente… irresponsable!

Y si no, veamos: Ante el esfuerzo constante del gobierno revolucionario en su afanosa lucha por resolver la crisis económica, en defender los inválidos emolumentos que ganan los trabajadores y otras capas sociales, los agiotistas o hambreadores del pueblo, saboteadores declarados del proceso revolucionario persisten en su despiadada explotación. Los comerciantes se burlan de las disposiciones oficiales ignorando la magnanimidad de la revolución. A los precios de rigor para la canasta familiar, ponen los que ellos quieren y la extorsión sigue en marcha. ¡Nos ven cara de babosos! Nos tratan como a Bartolos! ¡Y cuando se le antoja, nos aprietan el cincho y se montan en uno!

Llegamos hasta a creer que tratan de reírse de nosotros, soltándonos el chiste que aún  falta, el de: “No es lo mismo Bartolomé Montoya, que… ¡Bartolo, me monto ya!


¡Así es Nicaragua!

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* Este artículo fue publicado en El Nuevo Diario del día sábado 2 de mayo de 1987.