sábado, 1 de marzo de 2014

MURIÓ VÁZQUEZ DÍAZ, PINTOR DE RUBÉN. Por: Dr. Eduardo Pérez-Valle


DANIEL VÁZQUEZ DÍAZ







   
   

    El 17 de Marzo (1969) recién pasado falleció en Madrid el pintor español Daniel Vázquez Díaz, a la edad de 87 años.

   Dos días antes había sufrido una trombosis, a cuya consecuencia le sobrevino la muerte.

  Ya no pintaba, y vivía para su familia, compuesta de su hijo, nuera, una nieta y dos biznietas, que le cuidaban con esmero y le llevaban los domingos a tomar el aire a la sierra.

 De una pintura fuerte, intelectual, expresionista, Vázquez Díaz conoció a Rubén Darío en París, e hizo de él la cabeza, tan divulgada, y el famoso retrato mural en hábito de cartujo.

 En 1867 Vázquez Díaz recordaba a Rubén –dice Cabezas—asociado a Nervo y Gómez Carrillo. Conoció a Rubén hacia 1911, cuando el poeta vivía en el Barrio Latino, en una calle cerca del Observatorio.

VÁZQUEZ DÍAZ EN LA PINTURA ESPAÑOLA

  Vázquez Díaz, como ninguno, ostentaba el título de maestro de la pintura española, contemporánea.

  Era el mentor artístico de centenares de discípulos dispersos en toda España, desde mucho antes de que se estableciera el magisterio universal de Picasso.

  Se formó artísticamente en París, pero con materia prima española. Con ambición española, con conciencia, pensamiento, evocación, nostalgia y visiones de España.

 A través de su larga existencia nunca vaciló su fe en el valor de su pintura. Y es extraordinaria su actitud rectilínea mantenida en toda su carrera artística, sin complacencias ni mixtificaciones pequeñas o grandes, ni aun en presencia de las más apremiantes situaciones, ni a la vista de las más suculentas tentaciones. No dio cuartel al mal gusto circundante, jamás torció su camino ni perdió vista su destino de apóstol del arte nuevo. Por eso pudo existir en medio de la aventura del cubismo, departir y compartir con sus fautores sin pizca de contaminación. Como alguien ha dicho, los más arrolladores ismos pasaron junto a él sin inmutarle.

COMIENZO Y FORMACIÓN

   Nació el 15 de Enero de 1882 en la villa de Nerva, provincia de Huelva. Tierra mineral, de hierro y cobre, rocas y cascajo, con apenas pizca de vegetación pobre  y descolorida. Pueblo también árido y excluyente. Sólo el Nervión ponía sus colores y exhalaba su frescura en aquel ámbito seco, de tonos ásperos.

  Su padre lo llevó a Sevilla, donde estudió bachillerato y comercio. Pasa a Madrid y de allí a París, por el camino de San Sebastián y Fuenterrabía. Aquí, aspirando el acre soplo del mar, el alma de Vázquez Díaz se transforma en presencia del paisaje vascuence: el mar Cantábrico, como un mar homérico, negro y barbullante, todo fuerza y poder; y el pueblecito recostado sobre frescos verdes, se yuxtaponen en su cerebro al reseco paisaje de la Nerva natal.

  En 1905 Vázquez Díaz está en la Ciudad Luz. Lleva en la mano la tarjeta que Monsieur Calisk  le dejara al comprarle su primer cuadrito en Sevilla, con la leyenda al dorso: “Para que me visite en París”. Calisk le recibe con los brazos abiertos, vende sus cuadros, en que los críticos descubren “solidez continental, inquietud marina y sensitiva inspiración”.

   A los dos años Vázquez Díaz expone en una sala de Montmartre. Es cuando Henri Barbusse da su voz de alerta: “¡Atención pintores! ¡Ha aparecido un valor que dará mucho qué hablar en el mañana!
Conoce a Modigliani, pleno de sensibilidad,; a Renoir, envejecido hasta lo increíble; el opulento Rodin y a su discípulo Bourdelle; a Cézanne, Gaugin, Sisley, Monet, Degas, Pisarro, Matisse; a Zuluaga, Durrio, Echavarría, a Juan Gris  y a Picasso.

PAISAJE. Por Vázquez Díaz
 










 En el apogeo del impresionismo, transcurrido el rococó, la consiguiente reacción neoclásica y después la no menos consecuente insurgencia romántica. La luz y el aire juegan en el cuadro; y en el lenguaje conciso del impresionismo se  expresa lo que ya asomó una vez en la obra de Velázquez, Goya, Fortuny…

  Flaubert había preconizado en la novela una puntual objetividad realista; predicado un arte desmaterializado en sus elementos de expresión, capaz de sostenerse por sí mismo, sin puntos de apoyo: es la marcha secular hacia la síntesis, que surge siempre tarde o temprano tras el análisis que lleva en sí la exposición clásica. Después vino Marineti, enarbolando la bandera de la insurrección futurista en sus manifiestos.

 En esta época, en París, Vázquez se mueve entre escritores, más que entre pintura y pintores. En la redacción de Mundial entabla contacto con Darío, Lugones, Rodríguez Larreta, Blasco Ibáñez, Gómez Carrillo, Amado Nervo.

 “Todos incuban el pensamiento de Flaubert”, aunque cada uno a su manera.

  Pero la asiduidad de Vázquez al círculo de Mundial no significa que su pintura se nutriese de las ideas de sus componentes. Aunque sí la concisión flaubertiana le preocupó como pintor, de la misma manera que preocupó a Monet  y a Cézanne a Rubén y Unamuno.

  Hay una influencia decisiva en la vida y obra de Daniel Vázquez Díaz, que determina esa disposición arquitectural, por grandes masas, que se observa en sus cuadros, así como su predilección por las formas escultóricas. Es la amistad profunda y  prolongada con Bourdelle, el genio discípulo y sucesor de Rodin.

   Vázquez Díaz, que admira la obra de Rodin, se admira y entusiasma ante la obra de Bourdelle. El joven pintor es presentado al maestro en medio del ajetreo del taller, en una época de intenso trabajo, que casi impide que el gran escultor le preste alguna atención. A los pocos días Vázquez le muestra algunos de sus cuadros. Bourdelle, después de verlos, observarlos, estudiarlos intrigado por su mensaje, confiesa lacónicamente: “creo en Usted”. Es el ansiado espaldarazo que robustece sus alas y  las hace aptas para emprender vuelos de águila…

   Entre la edad de Bourdelle y la de Vázquez Díaz había una diferencia de cerca de veinte años. No obstante algo muy fuerte los acercaba, ponía afinidad en sus temperamentos: la sensibilidad. La escultura de Bourdelle no es sólo forma; la pintura de Vázquez no es sólo pintura, --dice un autor--. He ahí el gran eslabón que los reúne espiritualmente.

  Establecida la relación de maestro a pupilo, Bourdelle le expresa su opinión de que “hacía falta a los pintores apreciar los lados de las cosas”. Es una advertencia clave en el desarrollo de toda la obra posterior de Vázquez Díaz.

  En 1911 contrajo matrimonio en Copenhague con la escultora danesa Eva Aggerholm, cuya escultura  como la de Bourdelle, siendo sobre todo forma, respira emoción. Es un encuentro estimulante para la obra del pintor. Juntos visitan asiduamente a Bourdelle en su estudio y en su tertulia.

   Un día Bourdelle le llama a trabajar con él en la decoración del teatro de los Campos Elíseos, la obra que colocó al maestro en el primer sitial del arte francés de esa época. Vázquez Díaz trabaja allí como un operario; pero aun esto mismo significa allí una distinción. Allí aprendió las primeras y más importantes nociones técnicas de la pintura al fresco, que más tarde debía aplicar en su grandiosa obra de La Rábida.

  Es interesante observar la reacción de Vázquez Díaz ante la irrupción del cubismo. Vázquez vive su furor. Lo han puesto en marcha Marinetti y Picasso. Otros lo adulteran y desvirtúan y aun el mismo Picasso cae en una etapa de excentricidad y anonadamiento, Vázquez Díaz resistió la marejada de la gran moda. Su intelectualismo lo salvó del naufragio que cobró tantas vidas de “cubistas”. Sus intercambios intelectuales con poetas, filósofos, escultores, sus amigos, coadyuvaron con su natural talento para darle una visión clara y  precisa de la ruta a seguir. La experiencia “cubista” sirvió para depurar y reafirmar las esencias de su arte. Durante los quince años de su estancia en París este arte fue aflorando los aportes modernistas que paradójicamente había aprehendido en los españoles antiguos. Quizás por esto en París le llamen “el Español”, porque en su obra está presente el sello étnico que aporta el Grego, los violentos juegos de luz de Ribera y Zurbarán, la concisión de Velázquez en su San Pablo y San Antonio, el pintoresquismo de Goya…

LUCHA Y TRIUNFO EN PARÍS

  En 1907 asiste por primera vez al libérrimo Salón de los Independientes. A pesar del enorme volumen de expositores, sus obras, tres en total, son notadas y elogiosamente comentadas por los críticos. Acude en los dos años subsiguientes.

   En 1910 decide concurrir al discrepante y  rebelde Salón de Otoño. Mucho se habló en la prensa de sus obras, y pude afirmarse que cosecho un triunfo sin contar con la anuencia de los consagrados pontífices de las exposiciones oficiales. En 191 presenta en la Exposición de Artistas Franceses su Romería al Cristo de la Vega: el cuadro es exhibido en sitio destacado y la crítica la colma de elogios. Por fin en 1912 acude a la Exposición Nacional con el Torero Muerto. El triunfo es clamoroso; se le confiere el título de “asociado” al exclusivo círculo, al cual lleva el año siguiente Los ídolos: fue exhibido en el salón de honor, y a su autor le valió el título máximo de “societaire”. Ese mismo año el cuadro fue expuesto en Londres, y el siguiente en Ginebra.

RUBÉN Y VÁZQUEZ DÍAZ

   Es precisamente en los años de sus triunfos en la Exposición Nacional de París que toca a Vázquez Díaz hacer los retratos de Rubén. Ya hemos esbozado al pasar las relaciones del pintor andaluz con el círculo de Mundial. Si bien es cierto que la empresa de Mundial juntó en su redacción artífices de la plástica y del verbo, no lo es menos que la relación entre Darío y los pintores y dibujantes notables era caso de rutina.

    Oliver Belmás en uno de sus más interesantes capítulos estudia con acierto esta realidad; y con él puede llegarse a la conclusión de que con los artistas plásticos tuvo Darío a veces, más amistad que con los poetas.

   Como lo estableció Marasso, las obras de Angélico, Boticelli, Guido Reni, De Chavannes, Boucher, Rubens, Watteau, etc., son fuente de inspiraciónen poemas de Prosas Profanas, Cantos de Vida y Esperanza, El Canto Errante.

  Azul está escrito con técnica de pintor, dice Oliver Belmás.

  En el período argentino (1893-1898) Darío convive en tertulias y redacciones con artistas plásticos. Y se inicia como crítico de arte. En el grupo del Ateneo intima con Carlos Zuberbuhler, Ernesto de la Cárcova, Eduardo Sívori y con Schiaffino, quien en su retrato en 1896, cuando se publican Prosas Profanas y Los Raros.

  A su llegada a España en 1899 lo toma en serio como crítico de arte. El resultado de sus observaciones aparece en varios artículos en La Nación, luego recogidos en España Contemporánea. –En uno de ellos—“Una Exposición”—se queja de que para los pintores españoles, tal y como se exhiben en la muestra del “Salón Amare”, no parece existir el mundo interior. Aun el paisaje, afirma, no es más que una reproducción inanimada de tierra, árboles y agua, solitarios o acompañados de figuras anecdóticas, “sin que la secreta vida de la naturaleza se presente una sola vez, y mucho menos el alma del artista”…”Velázquez pintaba la realidad, pero sus colores animaban no solamente rostros, sino caracteres, y con un bufón y un perro deja entrever todo un espectáculo histórico”. Goya es realista –agrega--, pero ponía en sus copias de lo natural quíntuple cantidad de espíritu. “Sus incursiones al bosque misterioso de las almas humanas le daban su singular dominio”.

  Por otra parte, afirma con énfasis: “No, no es ese el arte pictórico de la España de hoy”. Para él se hallaba bastante mejor representado en el Museo de Arte Moderno. Pero ha dejado constancia de su emoción por el realismo verdadero, animado al soplo milagroso de la sensibilidad.

  En París Darío convive con el torturado Henri de Groux, a quien le presentaron “la admiración, el arte y  la pobreza”; el “artista de horror y de misterio”, el de la concepción lujuriosa del encanto femenino, el del “Cristo de los ultrajes”; tan feo en la expresión de pavor y del espanto humanos; el del pincel dantesco de quien Baudelaire fue uno de los peligrosos guías en su senda de tinieblas y de espantos”.

  En París conoce también al colombiano Domingo Bolívar, “lleno de desencantos y de tristeza, a pesar de su buen humor y de su buen talento”; y a los mexicanos Enrique Guerra, Juan Téllez y Alfredo Ramos Martínez. Los tres hacen su retrato, y Guerra, que es escultor, le hace un busto de yeso. Pero el grande, el íntimo amigo es el acuarelista Ramos Martínez, de quien dice “es de aquellos artistas natos, que tienen hermanos en todos los siglos”. Con él pasea por los alrededores de París y visita el Louvre y el Luxemburgo, exposiciones y galerías. Le acompaña en Mallorca en 1907-1907. Le atiende en México en 1911.

  Andaluz y de Huelva, como Vázquez Díaz, es Francisco Pompey, que le sobrevive, pintor y escritor. También amigo de Rubén en París y autor de un poco divulgado retrato al óleo, en que aparece el poeta con aspecto de insignificante burócrata exitoso. Fue logrado en unas cuantas sesiones, cuando Pompey intimó con Darío en 1910, en París, donde vivía frente al Odeón. Se lo habían presentado en un café cercano al Panteón, adonde concurría porque se conservaba allí la mesa en la que conoció a Verlaine, cuando llegó a París por la primera vez.

  Rubén retorna a París después de su fracasada misión diplomática en México, cuando el hambre asedia a su familia en su apartamento de la calle Herschel.

  Se presenta el dibujante Leo Merelo a comunicarle el proyecto de los jóvenes uruguayos, ricos y emprendedores, Alfredo y Armando Guido, de fundar una revista de la que le ofrecen la dirección literaria, con sueldo de 400 francos mensuales. Merelo será el director artístico. Aunque el sueldo es miserable, en su apretada situación, Darío acepta. El No. 1 de Mundial sale en Mayo de 1911. Paralelamente publican otra revista, femenina, bajo el título Elegancias.

   Rubén colabora en Mundial con una reseña informativa histórico-geográfica sobre cada país de América; con los artículos de la serie “Cabezas”, sobre personalidades literarias y políticas de España y América; con cuentos, fantasías y  poemas. Parece que según lo convenido él tiene derecho a cobrar por tales aportaciones. Pero los Guido no quieren pagarle. Tampoco a otros colaboradores, por lo que Darío se ve envuelto en penosos incidentes, como el ocurrido con Blanco-Fombona, quien llegó a dispararle al rostro un puñetazo que afortunadamente no dio en el blanco.

   A pesar de todo, Mundial y Elegancias van adelante, y parecen rendir buenos dividendos a los Guido y Merelo. Proyectan una jira de propaganda de Alfredo Guido y el director por España y América, acompañados de cronista y fotógrafo. La inician en París el 27 de Abril de 1912. Darío pasa triunfalmente por Barcelona, Madrid, Lisboa. Es recibido con grandes honores en Río de Janeiro, Sao Paulo, Montevideo y Buenos Aires. Se enferma. Escribe –dictándola a Julio Castellanos—su Autobiografía, para “Caras y Caretas”; y para “La Nación” la Historia de mis libros.

  La siguiente  parada en el itinerario debía ser Santiago, pero la salud perdida a causa de tanto homenaje le obliga a regresar,  y en Noviembre está de nuevo en París, tras siete meses de ausencia.

  Vargas Vila considera la etapa de Mundial como el inicio para Darío de un “período de exhibicionismo de Circo, que anunció su decadencia, y fue tan fatal a su Gloria y a su Vida”.

  “Los empresarios –dice—se habían apoderado ya de él, y no lo soltarían; la sombra de Barnum, seguiría la sombra del Poeta, hasta estrangularla; hacía así, su primera jira, llevado por los empresarios de una Revista, que pensaban enriquecerse con la exhibición del Poeta”… “Los verdaderos amigos de Darío, admiradores  y cultores de su Gloria, permanecíamos con muy raras excepciones, lejos de ese movimiento de empresarios, que tomaban el nombre del Aeda, como una marca comercial, para literatura de Exportación”… “En medio del innoble tráfico de su nombre, que se ocultaba tras esta falsa admiración, pero, no tenía la fuerza de sustraerse a él…

además, era pobre, vivía de esos periódicos y de esas cosas…

 ¿qué hacer
 dejar hacer…
 así me lo decía él, muy triste, una tarde…

  “Allí me reveló todas las miserias, todas las explotaciones, de las cuales lo habían hecho, y lo hacían víctima…”

  De la jira de Mundial Vázquez Díaz tenía un sencillo recuerdo: alguien había advertido a Rubén: “Eso no es digno de Ud.”.

  Vázquez Díaz se había acercado a Rubén al iniciarse la publicación de Mundial, en la avalancha de recomendaciones y peticiones para ilustrarla. Era por entonces discípulo de Bourdelle.


  Con apuntes tomados al vuelo, en la redacción, ya que Rubén es difícil que pose, va plasmando en el taller la cabeza, tan famosa, “vigorosa, potente, monolítica y profundamente humana”. Se hallaba el poeta en la jira propagandística por América, cuando, para sorprenderlo gratamente, los redactores la insertaron en la sección “Cabezas”, que habitualmente él miso escribía, acompañada de un esbozo literario por Gómez Carrillo. Era aquel el No 16 de Mundial, y la página 319 del volumen III (Agosto de 1912).

  Vázquez Díaz pintó también en 1913 el famoso “retrato mural”, con hábito de cartujo, “el más interesante retrato que se hizo de Rubén”. Para él posó con el traje monacal, y aún se conserva alguna fotografía del poeta vistiendo el hábito, con el breviario en la mano izquierda.

  Al comenzar la guerra –decía Vázquez Díaz--, por miedo a ella o por causas de salud, Darío marchó a Mallorca. “Me invitó a que lo acompañase. Recuerdo aún sus palabras: Si no conoce el Paraíso, venga conmigo. Está en Marllorca”.

  Con la difusión de su nombre, en alas de la crítica, aún fuera del territorio francés, a Vázquez Díaz le llueven los encargos, obtiene buena venta de lo producido, goza de prosperidad económica, de trabajo sosegado y tranquilidad hogareña. Le ha nacido un hijo. Pero vino la guerra…

LA LUCHA EN ESPAÑA

  Su patria lo recibe con indiferencia y aun con hostilidad. En la Exposición Nacional le discuten la admisión. Logra exhibir el Torero muerto, la obra que había significado su triunfo en París, y apenas obtiene una tercera medalla, de consolación.














  No obstante, su vuelta de París fue para España una revelación. Y como supremo emisario del arte nuevo, propició una verdadera revolución estética, tanto entre los artistas a través de su acción magisterial, como en el público causando un cambio radical en la sensibilidad artística.

  Fue consciente de haber aportado a la pintura española un orden y un rigor que, según sus propias palabras, “se iba perdiendo en ella”.

  Entre 1918 y 1930 tuvo Vázquez Díaz que sufrir la ola de incomprensión y aún la adversidad de sus compatriotas. Sólo estaban con él algo así como una veintena de intelectuales, entre ellos Unamuno, Azorín, García Lorca y Juan Ramón Jiménez.

  Obtiene trabajo como ilustrador o reportero gráfico, primero en El Sol y luego en La Voz, dos de los periódicos nuevos, que tratan de modernizar su presentación.

  Concurre a todas las Exposiciones Nacionales.

 Nunca olvidó ni dejó de referir, ya no con amargura, sino con humor, que su amistad con Solana se debió a la frecuencia con que ambos se encontraban en la “Sala del Crimen” en los primeros años de su vuelta a España.

   “La crítica de aquellos días –refería--, si es que aquello podía llamarse crítica, ¡me tildó de cubista! ¡Qué cubismo ni qué gaitas! Oía decir que sólo gustaban mis dibujos. ¡Claro! Porque no comprendieron la pintura”.

   (Aun en la actualidad, Oliver Belmás afirma con despreocupada ingenuidad, que cuando Vázquez Díaz dibuja la cabeza de Rubén, siendo entonces discípulo de Bourdelle, “representa el cubismo moderado”. Sus cuadros son geométricos, pero no descomponen la figura”).

 En 1926 obtuvo segunda medalla con El Padre Getino. Y por fin, en 1934 alcanza la primera con el retrato de Dimitrí Tsapline. En esta ocasión aún hubo quienes quisieron desechar su obra, tildándola  de no española, aunque ya había producido sus murales de La Rábida.

  En 1951 obtiene el Gran Premio de la Bienal Hispanoamericana de Arte.

LA RÁBIDA

  El proyecto de decorar los muros del convento franciscano de Santa María de La Rábida, fue largamente acariciado por Vázquez Díaz. En la Exposición de 1925 presentó el proyecto del primer mural, El Navegante y El Monje, el cual interesó sobremanera a Alfonso XIII, visitante de la Exposición. 

  Después de innumerables conversaciones y trámites, vencidas todas las rémoras, hacia fines de 1928 inicia la obra; el 12 de Octubre de 1930, “Día de la Raza”, Vázquez pone su firma en el último fresco. Han quedado plasmados en los venerables muros las cinco páginas de la monumental inspiración: El Navegante y el Monje, El pensamiento del Navegante, Las conferencias, Heroicos hijos de Palos y de Moguer y Salida de las naves.


   En sus últimos años Vázquez Díaz opinaba que de volver a pintar su obra de La Rábida lo haría mejor. Decía de ella que únicamente fue la que lo divulgó como pintor, pero no la que lo hizo, porque él ya estaba hecho, es decir, consagrado por la fama, con Torero muerto y Los ídolos.

  No obstante, y sin que deje de apreciarse contradicción en sus juicios, también llegó a considerar los cinco frescos como un tanto carentes de seguridad estética. Lo que más le satisfacía de la obra era la composición mural, sobre todo en ciertos fragmentos. Y decía que quizás no estaba aún plenamente formado al emprenderla… “Pero me encontraba en el momento más pleno de ilusiones”…

LAS ÉPOCAS DE VÁZQUEZ DÍAZ

  Puede establecerse diversas épocas o etapas bien definidas en la creación artística de Vázquez Díaz, a saber:

ANDALUZA: colorista, decorativa y blanda murillesca.

VASCUENCE: el color pasa a segundo término, como auxiliar del dibujo, que se dramatiza y robustece.

SICOLÓGICA: es la de los retratos de intelectuales latinos, sus amigos, a la sombra de París. Hay en ella recuerdos del Greco y están presentes las esculturas de Bourdelle.

DE PLENA MADUREZ: en ella el maestro se mueve con toda libertad en los campos de las épocas anteriores, en su afán de superar los ideales que las inspiraron y las realizaciones que prohijaron. Así pudo pintar más de diez años después de La Rábida, La anunciación del Descubrimiento, en torno al mismo tema central; pinta nuevos retratos, paisajes, cuadros de género…

ÚLTIMOS AÑOS

  Según confesión propia, hacía muchos años había vuelto a lo que empezó cuando niño: al sentimiento virginal que hay en el albor de la juventud. Le había sido provechoso, decía, agregar a aquellos primeros años la etapa de cuarenta años de inquietud para llegar a ser más español. “Ahora estoy más con el Greco, Velázquez y Goya. Al principio incluso llegué a olvidarlos.

  Afirmaba que de haber continuado en París toda la vida, su nombre hubiera llegado a ser más universal, hubiera corrido aún más por el mundo. Pero hubiera sido un “ista”, como Gris y tantos otros; y no hubiera hecho lo que hizo.

   Vivió confiado y  sin temor a sufrir una etapa decadente. No la temía ni la creía.  “¡Vive en mí una ilusión tan alta! No cambiaré de ruta; pero aspiro a la superación de mi obra última”. Por eso decía que de volver a pintar incluso el archi-famoso retrato de Modigliani lo pintaría mejor.

  Con emocionada expresión explicaba el advenimiento supremo del sentimiento a infundir calor vital a  la obra de arte en gestación: “Siempre me ha ocurrido que al comenzar un cuadro lo pinta el cerebro; pero hay un momento en que éste llama al corazón y le dice: ¡te necesito para acabarlo!”

    Hacia 1962, acuciado tal vez por el vehemente amor a sus biznietas, le rondaba el deseo de pintar retratos de niños, como un último afán, y captar la inocencia de las miradas infantiles. “Ese misterio y esa inocencia es acaso lo que me queda por decir”.

   En ese mismo año confesaba: “Querría haber realizado el definitivo cuadro de don Miguel. Con su cabeza, tan estudiad por mí. ¡Porque la cabeza de Unamuno es la cabeza más bella que ha producido España! Es una obra que todavía me ilusiona… Lo tenía ya comenzado, y él me había posado dócilmente, en actitud y en movimiento. Era el retrato, grande en dimensión, cuya preparación tuve tan cuidada, previa la realización de una serie de dibujos matizados de movimiento, ya que la cabeza la tenía tan hecha. En él Unamuno habría de caminar por el paisaje vasco, descubierta la cabeza, teniendo atrás la vista de sus tierras”.

   Y del arte abstracto ¿qué opinión tenía?

    A los pintores abstractos –decía—se debe el descubrimiento de la materia. Comprendo que la materia, en la pintura, es una cosa hermosa. Claro está, cuando con  la materia se construye la estatua, dando vida a lo inorgánico. Pero sólo ofrecer algunas calidades de la materia, sin apoyo en ninguna representación, no lo creo suficiente: yo quisiera que el sentimiento expresivo informal se viera enriquecido de ese precioso sentimiento de la materia que la abstracción ha encontrado. Cada día soy más amigo de lo concreto. Matisse, Gris, Delaunay, Braque, Miró y Picasso, en tanta búsqueda, no han encontrado nada en el campo abstracto.

   Consideraba que lo abstracto se presentaba a veces inesperadamente, sin quererlo, en la obra en ejecución. En Piedra y  agua, pintado por mí en 1948 –decía--, muchos trozos son completamente abstractos.

   Y agregaba: “En la obra de todo buen pintor hay algún trozo de abstracto. Si ampliásemos un fragmento de la base de mi Retrato de una vida veríamos algo completamente abstracto. He encargado una foto para ampliar a un metro, a fin de satisfacer mi curiosidad”.

                                            Eduardo PÉREZ-VALLE
Managua, 1º de Abril, 1969

BIBLIOGRAFÍA

ARBOS BALLESTER, SANTIAGO: Vásquez Díaz, renovador de la Pintura Española. Managua, Diario “La Prensa”, Mayo de 1962.

CABEZAS, JUAN ANTONIO: Estuvieron a su lado (artículo sobre Rubén Darío). Madrid, Revista Mundo Hispánico, Septiembre de 1967.

DARÍO, RUBÉN: Opiniones. Páginas de Arte. Impresiones y Sensaciones. España Contemporánea. Obras Completas. Madrid, Afrodisio Aguado, S. A., 1950-1955.

GIL FILLOL, LUIS: Vázquez Díaz. Barcelona, Iberia, S. A., 1947.

MARASSO, ARTURO: Rubén Darío y su creación poética. Buenos Aires, Biblioteca Nueva (sin fecha).

OLIVER BELMAS, ANTONIO: Este otro Rubén Darío. Barcelona, Edit. Aedos, 1960.

TORRES, EDELBERTO: La dramática obra de Rubén Darío. Guatemala, Edit. del Ministerio de Educación Pública, 1952.

TRENA, JULI: Visita a Daniel Vázquez Díaz en su estudio vacío. Managua, Diario “Novedades”, 13 de Mayo de 1962.


VARGAS VILA, JOSÉ MARÍA: Rubén Darío. México, Edit. Don Quijote, 1964. 

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