RUBÉN DARÍO Y EL LITIGIO LIMÍTROFE. Por: Adolfo Calero-Orozco. En: La Prensa. Febrero de 1959.
Cuando don Alfonso Borbón, el rey de España que cargaba tras su nombre en números romanos el fatídico 13, mediante una resolución viciada de nulidad fue designado para emitir el conocido laudo de 1906, en el caso de nuestro litigio territorial con la hermana república de Honduras, el gobierno de Nicaragua nombró una comisión encargada de representar nuestros intereses ante el citado monarca europeo, que entonces tenía solamente veinte años de edad. Integraban la comisión el señor Crisanto Sacasa (un diplomático nicaragüense que nunca vivió en Nicaragua) y el discutido escritor José María Vargas Vilas, colombiano, a quien el régimen del general Zelaya mantuvo muchos años como cónsul general de Nicaragua en España.
Al saber Rubén de estos nombramientos, sintió vivos deseos de pertenecer el también a la delegación más que todo para ir a Madrid, ciudad que él amaba de corazón, escenario de lisonjeros éxitos suyos, y donde tenía excelentes amigos. Él estaba a la sazón en París, como cónsul de Nicaragua con el ridículo sueldo de quinientos francos mensuales; y conste que no había podido ser nombrado cónsul general por haberlo impedido el Ministro Medina, para proteger a la persona que desempeñaba tal cargo, un francés, amigo suyo, y también porque el señor Medina detestaba cordialmente al Poeta. Rubén escribió a su muy buen amigo Vargas Vila, residente en Madrid, exponiéndole sus deseos de formar parte de la misión nicaragüense y se logró su nombramiento, por gestiones de Vargas Vila y otros amigos de ambos, a pesar de la decidida oposición de don Crisanto.
Estas cosas las toca el Poeta muy someramente en su autobiografía y al referirse al señor Medina, lo llama tan sólo “antiguo diplomático de pocas luces”, palabras harto suaves si las comparamos con las muy claras y enérgicas que usa Vargas Vila al hablar de los mismos asuntos, como más adelante veremos.
Bien sabido es que la llamada comisión de límites tuvo una actuación desastrosa para nuestra patria, con lamentables resultados. Por lo que atañe al juicio, la entera maraña adoleció de tantas y tales irregularidades que su revisión se impuso. El famoso laudo ha sido desmenuzado por juristas e internacionalistas autorizados, como nuestro fallecido presidente don Diego Manuel Chamorro, el doctor Carlos Cuadra Pasos y tantos otros, y el asunto en toda su integridad ha de ser pronto conocido y resuelto en instancia final por la Corte Internacional de La Haya, integrada por magistrados justos y sabios, conforme detenido y documentado examen con presencia de las partes, etc…
Pero no se trata exactamente del juicio, sino de señalar la injusticia del desprestigio que así como así se ha pretendido acarrear sobre el buen nombre de Rubén Darío, el Poeta Sol, por su imaginaria participación en el infortunado fracaso de la delegación nicaragüense.
--“Rubén era un lirico, un egregio poeta”, --dicen sus benévolos detractores--, “y no podía esperarse de él una actuación atinada en materias que desconocía y para los cuales no tenía ninguna preparación”.
Nada más injusto, nada más inexacto. Si acaso nuestra heterogénea comisión de limites llegó a desarrollar algunas labores que merecieran llamarse así, Rubén no tuvo en ello arte ni parte, porque su jefe, el señor don Crisanto Medina, hizo negocio suyo el impedirlo a toda costa. A tal grado alcanzó la mala voluntad de este buen señor, que conociendo los inocentes deseos de Darío de ser recibido en audiencia real por don Alfonso XIII, pidió la entrevista y la celebró sin esperar a que llegar de París Rubén Darío, expresamente para lastimarlo; por cierto que el otro miembro de la Comisión, Vargas Vila, al enterarse de las maniobras del ministro de Nicaragua, “se enfermó voluntariamente” y don Crisanto asistió solito él a platicar con el rey.
Volviendo otra vez a la autobiografía de Rubén Darío, hallamos esta referencia a la actuación de don Crisanto: “El ministro Medina era el jefe de la Comisión; pero nunca nos presentó oficialmente, ni contaba ni quería contar con nosotros para nada. Vargas Vila tiene sobre esto una documentación inédita, que algún día ha de publicarse”.
Vargas Vila a su vez confirma lo anterior en su pequeño libro “Rubén Darío”, cuando en un asterisco del Capítulo XI, sobre el mismo tema, dice: “Como no me propongo hacer aquí la historia de esas negociaciones, que narro detenidamente en otra parte de mis Memorias, sino tocarla en cuanto la personalidad del Poeta aparece en ellas, suprimo todo comentario ajeno a ese objeto”.
“De estas Memorias quise yo adquirir un ejemplar por medio de la Editorial “Don Quijote” –Seminario 14—México, D. F. pero se me contestó que no las tenían, a pesar de que en el librito “Rubén Darío dicha firma es presentada como editores de las “Obras Completas de J. M. Vargas Vila”. Será muy interesante ese libro, el de las Memorias, por lo que el autor mismo y Rubén Darío dicen de ellas. Seguramente los consejeros y asesores del gobierno de Nicaragua en la importante cuestión del litigio, sí, conocen bien “la historia de esas negociaciones”.
Acerca de los comentarios que Vargas Vila no suprimió, puede decirse que son bastante reveladores los siguientes: “me apresuré a secundar sus planes (los de Darío, de formar parte de la Comisión de Límites), contra el querer del Señor Medina, que sentía por Darío un odio ciego, irracional, uno de esos odios que radican en lo más obscuro de la humana bestialidad.
“Se hablaba de un lejano drama de familia que ponía una frontera de sangre entre los dos; yo no lo creo”.
“Don Crisanto, odiaba a Darío, por lo mismo que odiaba a todos los hombres inteligentes: porque tener talento era a sus ojos un crimen; el más grande de todos los crímenes; “Yo creo que oscura y embrionariamente, hasta donde él podía raciocinar, tenía la idea confusa de que todo hombre de talento, le había robado el suyo, y que era por tener los otros tanto que él no tenía ninguno”. Y en otra parte cuenta algo muy conducente: “desilusionado sobre este asunto de la Misión, disgustado y humillado por la actitud rencorosa del señor Medina, el Poeta entristecido volvió a su Consulado en París”.
Más adelante, cubriendo los acontecimientos del año 1906, en su citado libro “Rubén Darío”, el mismo narrador, cónsul general en Madrid y por lo menos oficialmente, miembro de la comisión de límites, refiriéndose al punto concretado de los lamentables resultados, nos cuenta que a mediados del año, estos es, meses antes que Alfonso XIII emitiera su costosísimo laudo, “el señor Medina, disgustado por asuntos económicos con el Gobierno de Nicaragua, resolvió retirarse de la Misión en España, hasta que no fuese satisfecha su petición de dinero…”
“Aquiles, indignado, se retiró a su tienda; “y desde ella me escribió que la Misión quedaba a mi cargo, y que me deseaba un pronto y seguro triunfo… como ese muerto no era mío, no quise cargarlo sobre mis hombros, y fui a París para entregárselo al Sr. Medina haciéndole ver que él, debía ser el sepulturero de sus propios errores;
“Y Darío y yo hicimos entonces el pacto formal de no poner los pies en Madrid, hasta que el señor Medina, no hubiese liquidado esa factura de torpezas y de complicidades, que había sido su actuación en ese asunto…” (La puntuación de Vargas Vila se transcribe fielmente):
Es harto grave la acusación que el escritor colombiano presenta contra don Crisanto, torpezas y debilidades, de este buen señor resulta efectivamente sepulturero, más no --- de la confianza en mayor hora depositada en él por nuestro gobierno. Así se han escogido muchas veces los hombres que deben desempeñar trabajos de gran trascendencia para nuestra Patria y ahí los consiguientes tras y atrasos que se observan a lo largo de nuestra historia.
En todo caso, da la cuestionable autoridad del testimonio que hemos transcrito, y para mientras podemos echar mano de la Memoria antes mencionada, resulta evidente:
Que nuestro Ministro en Francia manejó las cosas de Madrid con sus extremidades inferiores,
Que Rubén Darío no tuvo absolutamente nada que ver con ese “muerto” y que antes bien su nombramiento pasara la Misión le valió “disgustos y humillaciones” que le brindó gratuitamente el jefe de la tal Misión;
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