miércoles, 16 de abril de 2014

LUIS ALEJANDRO VERGARA AHUMADA: EL ÓLEO HUMEANTE DE 1956. Por: Eduardo Pérez-Valle hijo


Escena de Andrés Castro en el instante que lanza la pedrada al rostro del filibustero en la Batalla de San Jacinto, durante la Guerra Nacional de 1856. Óleo sobre tela del pintor chileno Luis Vergara Ahumada.

A las 5:00 p.m. del 29 de agosto de 1856 ocuparon la Hacienda San Jacinto los nicaragüenses en cuyas conciencias e íntima convicción de lucha se agitaban sentimientos tormentosos, provocados por el horror y la injusticia flagrante cometida por la tropa filibustera esclavista al mando de William Walker; cuya desastrosa consecuencia nacional fue el resultado de absurdas e inveteradas inquinas políticas, según parece, de todos los tiempos y sucesivas generaciones. En agosto inicia lo que habría de constituir la acción bélica de la Guerra Nacional enclavada con mayor fuerza en la memoria colectiva nacional.

Esa batalla apareció por primera vez ante mí, imaginariamente recreada, a través de un maravilloso relato de mi padre. Mi niñez en cierne permitía captar poco los detalles de tantos episodios encontrados. Años más tarde, la “iniciación septembrina” continuó a través de un apretujado viaje en compañía de mis compañeros de colegio, con el calor casi reventando el termómetro. El día fue un suplicio patriótico; azotados por fuertes ventarrones, nuestros cuerpos terminaron en amasijo de sudor y tierra; el único alivio lo constituyó guarecernos detrás de las paredes de la vieja casona hacienda, dentro de la cual nuestras miradas recorrieron una deprimente exposición de objetos expuestos al público.

Nuestra lectura relacionada a la Guerra Nacional no tenía en aquel “museo” nada que evocara el pasado silente de aquellas paredes, corredores, y entorno, reconstruidos por primera vez en 1956 en ocasión de conmemorarse el centenario del épico enfrentamiento bélico. En nuestro desencanto, caminábamos en derredor, sin percatarnos que en cierto momento el grupo de amigos coincidíamos boquiabiertos con la mirada fija en una enorme pintura casi mural; un óleo sobre tela con bastantes colores cobrizos, ocres, en donde el autor logró trasladar en múltiples detalles el fragor del fiero combate. San Jacinto de 1856, y el ánimo juvenil retornaron a nosotros. Frente a ella evocamos los episodios históricos aprendidos.

Una animada conversación reinició ante la mirada cautiva del conglomerado. El propósito del artista fue nuestro. Realismo cautivante. Caites en los pies de los soldados del pueblo humilde. Huipiles manchados de la sangre generosa de nuestros antepasados. Cargas y descargas de fusilería. La única sentencia de pena capital escrita en piedra arrojadiza, lanzada justicieramente contra el rostro filibustero.

Volví al aula de clases con mis anotaciones. Entre los apuntes para la clase de historia anoté el nombre Luis Vergara Ahumada, autor del inmenso óleo sobre tela, el cual, debo confesar, durante muchas décadas sólo fue un nombre asociado a la complacencia resultante en aquel caluroso día en San Jacinto, donde una pintura había recobrado para nosotros el ánimo.

Siempre me interrogué porqué sobre la Guerra Nacional en general, preferimos historiar lo positivo, pero de los episodios vergonzosos, también ineludibles, referimos lo mínimo. La Piedra de Andrés, como fue titulado por su autor el célebre óleo sobre tela, es un homenaje al ardor patriótico, a la primera reconciliación nacional transitoria en aras del beneficio colectivo, y otros valores positivos; pero no reconstruye los hechos y los nombres perpetuos en la afrenta pública, a los traidores nacionales, cobardes, la mancebía política, y vileza sumisa, de la que también debemos aprender lecciones. Apátridas resueltos como Luisa Abarca, concubina de Byron Cole; Ubaldo Herrera el traidor y verdugo que enseñó a los filibusteros el camino exacto hacia Granada. Patricio Rivas, el presidente fantoche que prestó juramento ante el presbítero Agustín Vijil.

La semana pasada, cuatro décadas después del memorable viaje escolar a San Jacinto, fue agradable encontrar en el Palacio de la Cultura el “óleo humeante” del pintor Luis Alejandro Vergara Ahumada, cuyos datos biográficos hasta hace muy poco, no había podido concretar más allá de inconsistentes referencias personales.

A la suerte favorable debo el encuentro epistolar con uno de los hijos del pintor Vergara Ahumada, don Tristán Sigfrido Vergara Villarroel, quien, junto a su respetable madre, doña Aída del Carmen Villarroel Busto, viuda de Vergara, de actuales 85 años, y de su hermana Isolda, de 60 años, oriundas de Coquimbo, República de Chile, tuvieron la gentileza de proporcionarme tan preciada información. Además de los dos hijos chilenos, en Nicaragua, el artista procreó a Luis Alejandro Vergara Arteaga, de 45 años, quien reside en Bolivia.

Con esforzada y filial perseverancia, Tristán e Isolda han logrado reunir información del pasado familiar paterno, disperso por vicisitudes de la vida. Cuando el artista partió al extranjero en busca de mejores horizontes, ambos hijos del matrimonio Vergara Villarroel cifraban dos y tres años. Jamás volvieron a ver a su padre. Hasta hace tres años, felizmente conocieron a su único tío, Raúl Floreal Vergara Ahumada, de 85 años, también pintor profesional retratista, figurativo, con residencia en La Paz, Bolivia.

El maestro Luis Alejandro, nació en La Serena, Chile, el 8 de septiembre de 1917, hijo de Pedro Alejandrino Vergara Cortez y de Luisa Ahumada Martínez. Cursó primeros estudios de pintura en el Instituto Pinochet-Lebrun, en Valparaíso, Quinta Región de Chile. Años más tarde viajó a Madrid, España, para proseguir estudios en la Real Academia de San Fernando.

Fue incansable viajero; vivió temporalmente por muchos países de América, y a mediados de los años cincuenta ingresó a Nicaragua cargando bastidor, paleta y pinceles. En nuestro país realizó varias obras por encargo, entre ellas la famosa obra mural de San Jacinto, y los retratos de doña Lola Soriano de Guerrero, y el de doña Hope Portocarrero de Somoza.

La magnífica obra de este prolífico artista, diseminada en la región centroamericana, constituye una de las temáticas particulares más importante sobre la lucha independentista de Centroamérica, de sus personajes, y de sus heroicas gestas.

Luis Alejandro Vergara Ahumada falleció el 16 de enero de 1987, reposa en la Ciudad de La Paz, Bolivia. Al cumplirse el sesquicentenario del combate de San Jacinto, en el “óleo humeante” del maestro Vergara Ahumada la historia levanta el brazo de Andrés para impeler la certera piedra de nuestro decoro nacional.


* En: La Prensa, 14 de septiembre de 2006.

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