domingo, 5 de abril de 2015

ORIGEN DE LAS AGUAS DEL CHARCO VERDE (Leyendas Ometepinas). Por: José María Navas B. Mayo, 1927.

Dedicadas a mis buenos amigos Don Héctor Arcia. Dn. Salomón Juárez y Dn. Salvador Gómez, amistosamkente.  J. M. N.
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Hace algunos años di a conocer en las columnas de esta Revista una de las más terroríficas leyendas, que, de boca en boca, circulan entre los nativos de la Isla de Ometepe, sin embargo la historia del célebre Chico Largo, héroe de mi leyenda, quedó incompleta, faltándole interesantísimos episodios que hoy deseo dar a conocer.

Según me cuenta una ancianita octogenaria, simpática amiga mía, que a pesar del terror que Chico Largo le inspira, no vacila nunca en narrarme episodios de su vida, fue la madre de este brujo una repugnante vieja de cabello gris ahumado; rostro arrugado, lo mismo que los brazos y manos; ojos hundidos negros y pequeños; nariz larga y torcida hacia el lado izquierdo, boca descomunal y adornada por un único diente negro siempre asomado por entre los labios en la actitud de un macabro polizonte encargado de dar parte a la sin hueso de lo que sucede en el mundo exterior. El cuerpo delgado y con baúl a cuestas, fue alto en un tiempo, después encorvado  bajo el peso de los años. Sus miradas quemaban como lava de volcán. Esparcía el terror en su derredor. En el pueblo se hacía llamar por el cariñoso nombre de Mamá Bucha, pero este nombre no se lo daban por amor sino por horror.

De carácter irascible, oíasele frecuentemente blasfemar, murmurar y maldecir, por lo que sus vecinas, gentes sencillas y timoratas, concluyeron por abandonar su amistad y hacer el vacío en su contorno.

Cuando estaba ya bastante vieja vino al mundo Chico Largo sin que jamás se haya conocido a su padre. Fue pues Mamá Bucha la encargada de la educación de su hijo. Pero olvidando ella este deber primordial, encauzó mal sus primeros pasos, comunicó malas costumbres a su tierno corazón y estímulo el desarrollo de sus mala pasiones.

De manera que, criado Chico Largo en la soledad en que vivía su madre, y apesarado al ver que los jóvenes y niñas del lugar huían de él como de  un apestado, a causa de sus malas costumbres y de la peor fama que heredara de su madre, dedicó a otros seres el afecto insano de su corazón. Estos seres, objeto de su cariño, fueron los venados del Mogote, vecino cerro a cuyo pie tenía su mísera casucha.

En cambio, a los humanos nunca perdonó el haber rechazado su amistad. Un sentimiento de odio hacia ellos germinó en su corazón. Más profunda era aún su aversión contra la por Lupatchilt, la dulce morena de los ojos bellos y rostro apacible, a quien por su belleza llamaban Capullo de amor, y quien tuvo la desgracia de enamorar su corrompido corazón.

Ella había despreciado su cariño, porque era un cariño insano, hijo de uno corazón corrompido que repugnaba los puros ideales de su alma y echaba por tierra los sueños dorados de su joven fantasía.

Y él, al pie de un guabo, en las faldas del Mogote, evocaba diariamente la tarde en que, por última vez, se había presentado en casa de su amada.

Lupatchilt celebraba sus quince abriles: multitud de jóvenes de su edad, alegres y bulliciosas, sentadas alrededor de inmensas ollas de china, esparcían alegría y encanto a su alrededor.

Las marimbas, guitarras y chirimías, manejadas por diestros tocadores, confundían sus notas melancólicas con los gritos y risas que el gozo arrancaba a todos los presentes.

Al entrar él, a la fiesta se suspendió. Los músicos huyeron despavoridos, y los jóvenes, lanzando estridentes gritos de terror, huyeron a su vez cual bandada de palomas asustadas por el disparo del cazador.

       Sólo Lupatchilt, deseando librarse de una vez de las continuas asechanzas del indio, permaneció en su lugar. Púsose en pie de un salto con la agilidad peculiar a su raza (La sangre de Nicarao, uno de sus ascendientes hervía en sus venas) su rostro denotaba la indignación que la embargaba y sus miradas despedían fuego.

— “Capullo de amor, te traigo mi corazón, dígnate aceptarlo”, le dijo Chico Largo.

— Lo desprecio respondió la joven y ruego a Tamagostad, que pudra tu corazón y que tu cuerpo sea semejante al del caimán si nuevamente te acercas a mí. Y  dejándole con un palmo de narices huyo a su vez temerosa y asustada.

Y Chico Largo se había retirado con el corazón oprimido, ardiendo en ira y en deseos de venganza.

Desde ese día rogaba asiduamente a Quetzalcoalt, su dios favorito, le ayudara en su venganza, prometiéndole sacrificios humanos y ofrendándole flores y frutos del Mogote…

Una tarde, cuando el sol escondía su gran disco de fuego en las azules aguas del Cocibolca, y la luna, en su creciente, tímida primero y fulgurante luego, irradiaba sus plateados rayos sobre el verde follaje: cuando el céfiro mecía blandamente las copas de los árboles, como deseando adormecer las muchas canoras aves posadas en sus ramas, ante los ojos de Chico Largo, dilatados por el asombro, cabalgando en alas de la brisa vespertina apareció Quetzalcoatl.

Largo rato conversó el hombre con el dios.

Se ignora el pacto que firmaron, pero sí, se sabe que cuando Chico Largo quedó solo, una sonrisa de triunfo iluminó su rostro. Se internó en la espesura y encontrando un hermosísimo venado, lo ensilló con hojas secas y en él se dirigió a su casa.

Al aparecer delante de su mare, se quedó ésta estupefacta. Ante sus ojos asombrados tenía un elegante caballero, lujosamente vestido y montado en brioso corcel. Preguntó por Chico Largo y  al contestarle que estaba ausente, se retiró.

Al día siguiente, en su paseo acostumbrado, nuevamente encontró Chico Largo al venado maravilloso y de nuevo se transformó  en caballero apareciendo en esta forma a su madre.

Pronto las visitas se hicieron cotidianas. Mamá Bucha estaba cada vez más intrigada.

Aquel Señor elegante que todos los días detenía su corcel ante su puerta haciéndole invariablemente la misma pregunta y regresando siempre por el mismo lugar en dirección  al Mogote, excitaba grandemente su curiosidad, porque también las brujas son curiosas y no siempre sus filtros les descubren todos los secretos.

Una tarde, después de la visita del caballero, resolvió Mama Bucha esperar a su hijo y narrarle el caso.

Ya muy entrada la noche regresó éste a su casa. Salióle al encuentro Mama Bucha contándole como un apuesto joven diariamente llegaba a buscarla. Imperturbablemente le respondió Chico Largo: Madre, ese elegante joven soy yo.

Incrédula la anciana se echó a reír de su pretensión y su risa hacía danzar macabramente el único diente de su boca. Era un risa soez, tétrica, burlona y escandalosa, que el eco repetía lúgubremente aumentada en el silencio de la noche. Aquella carcajada hizo daño a Chico Largo. Pensó que aquella vieja podría ser un estorbo para sus planes futuros y resolvió deshacerse de ella.

Dominado completamente por sus malas pasiones carecía del respeto y cariño filial, y como consecuencia natural, quien mal la educó fue la primera víctima de sus depravadas costumbres.

Mandó a callar a su madre y como esta no obedeciese prontamente, púsole en la garganta su cuchillo de obsidiana. No la mató sin embargo, la amarró con sólidas ligaduras y transportándola a la falda del Mogote, la aseguró a un grueso Guanacaste… Y allí quedó Mamá Bucha…

Y ahí está aún hoy en día llorando amargamente su falta de energía y voluntad para educar a su hijo. Sus lágrimas son tan abundantes que han concluido por formar un riachuelo que serpenteando graciosamente por entre cañas y bejucales bajó a verter su caudal en un pequeño valle situado al pie del cerro en donde formó la laguna de Charco Verde, cuyas aguas saben de la amargura de Mamá Bucha.   

Capullo de Amor, la dulce morena  de los ojos bellos, la apacible Lupatchilt, desapareció, un día, de casa de sus mayores.

Quetzalcoalt, dios del viento, aliado de Chico Largo, la robó un día en una ráfaga transportándola a la choza del brujo solitario.

Tamagostad no dejó sin castigo el rapto de su amiga la bella Lupatchilt. Crió en el Charco Verde mojarras encantadas de las que, sin saberlo comió Chico Largo, y las que le transformaron en un enorme y coludo lagarto según lo predijo Lupatchilt.

La agradable viejecita que contó esta historia, asegura que todos los Jueves Santos se oyen en Charco Verde los amargos sollozos de Mamá Bucha. A las doce de ese mismo día sale del centro de la laguna un lagarto muy coludo, que nada en contorno de una linda joven que se baña y que dicen ser Lupatchilt, la dulce morena de rostro apacible… la de los bellos ojos… Y Quetzalcoatl, el dios malvado, también llega ese día, y complacido contempla su obra, rizando suavemente la líquida superficie y susurrando muy quedo entre el verde ramaje de los guanacastes… 

Moyogalpa, enero 20 de 1927. 

* Publicado en la revista “Educación”, Número 53. Año IX., Managua, Mayo de 1927. Dirección y Administración del Instituto Pedagógico. Impresa en la Tipografía Hospicio San Juan de Dios, León, Nicaragua, C.A.  36 pp.   

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Nota del Director-Editor del Blogspot: En remotos tiempos, la tradición oral ha tenido en las leyendas de cada país, una manera de esparcir el entretenimiento colectivo; círculos ávidos de escuchar relatos, esparcidos casi siempre con elevadas cargas de sugestión mental; a cada narración un propósito: tienen la particularidad que, en ellas siempre hay algún dato o referencia verdadera relacionada a la historia, geografía, costumbre y hábitos regionales. Por lo general, cada leyenda está asociada o conjugada con lo sobrenatural; algunas, por no decir casi todas, intenta apuntalar el miedo entre niños desobedientes; inducir a la práctica del ritual religioso; pautar costumbres sociales, infundir respeto, temores, advertencias, etcétera. Las leyendas conservan vida y llegan hasta el presente mediante la transmisión de una generación a otra, en ese ejercicio y entretenimiento colectivo, no escapan a las alteraciones del relato primigenio; de boca en boca aparecen variantes de esas leyendas, una veces a favor del género y, en otras, en detrimento de la coherencia, originalidad y, la amenidad. Una de estas leyendas bastante conocidas es de origen Ometepino, a ésta la nombran de diversas maneras, pero todas "las versiones" están relacionadas a una laguneta llamada "Charco Verde" en donde  un individuo al que identifican como "Chico Largo" ejerce el dominio de su alcance maléfico. Hemos traído el presente relato hasta este "mirador" de nuestra historia porque tiene la particularidad de ser, con toda probabilidad, el primer relato que fue escrito sobre "Charco Verde" y "Chico Largo". Don José María Navas B., con esa versión de 1927, antecedió a otros relatores: Pablo Antonio Cuadra, Francisco Pérez Estrada, y a la generación actual de ometepinos que le han hecho "sus agregados" leyendizando más la leyenda. 


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