Dedicadas a mis buenos amigos Don Héctor
Arcia. Dn. Salomón Juárez y Dn. Salvador Gómez, amistosamkente. J. M. N.
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Hace algunos años di a conocer en
las columnas de esta Revista una de las más terroríficas leyendas, que, de boca
en boca, circulan entre los nativos de la Isla de Ometepe, sin embargo la
historia del célebre Chico Largo, héroe de mi leyenda, quedó incompleta,
faltándole interesantísimos episodios que hoy deseo dar a conocer.
Según me cuenta una ancianita
octogenaria, simpática amiga mía, que a pesar del terror que Chico Largo le
inspira, no vacila nunca en narrarme episodios de su vida, fue la madre de este
brujo una repugnante vieja de cabello gris ahumado; rostro arrugado, lo mismo
que los brazos y manos; ojos hundidos negros y pequeños; nariz larga y torcida
hacia el lado izquierdo, boca descomunal y adornada por un único diente negro
siempre asomado por entre los labios en la actitud de un macabro polizonte
encargado de dar parte a la sin hueso de lo que sucede en el mundo exterior. El
cuerpo delgado y con baúl a cuestas, fue alto en un tiempo, después
encorvado bajo el peso de los años. Sus
miradas quemaban como lava de volcán. Esparcía el terror en su derredor. En el
pueblo se hacía llamar por el cariñoso nombre de Mamá Bucha, pero este nombre
no se lo daban por amor sino por horror.
De carácter irascible, oíasele
frecuentemente blasfemar, murmurar y maldecir, por lo que sus vecinas, gentes
sencillas y timoratas, concluyeron por abandonar su amistad y hacer el vacío en
su contorno.
Cuando estaba ya bastante vieja
vino al mundo Chico Largo sin que jamás se haya conocido a su padre. Fue pues
Mamá Bucha la encargada de la educación de su hijo. Pero olvidando ella este
deber primordial, encauzó mal sus primeros pasos, comunicó malas costumbres a
su tierno corazón y estímulo el desarrollo de sus mala pasiones.
De manera que, criado Chico Largo
en la soledad en que vivía su madre, y apesarado al ver que los jóvenes y niñas
del lugar huían de él como de un
apestado, a causa de sus malas costumbres y de la peor fama que heredara de su
madre, dedicó a otros seres el afecto insano de su corazón. Estos seres, objeto
de su cariño, fueron los venados del Mogote, vecino cerro a cuyo pie tenía su
mísera casucha.
En cambio, a los humanos nunca
perdonó el haber rechazado su amistad. Un sentimiento de odio hacia ellos
germinó en su corazón. Más profunda era aún su aversión contra la por
Lupatchilt, la dulce morena de los ojos bellos y rostro apacible, a quien por
su belleza llamaban Capullo de amor, y quien tuvo la desgracia de enamorar su
corrompido corazón.
Ella había despreciado su cariño,
porque era un cariño insano, hijo de uno corazón corrompido que repugnaba los
puros ideales de su alma y echaba por tierra los sueños dorados de su joven
fantasía.
Y él, al pie de un guabo, en las
faldas del Mogote, evocaba diariamente la tarde en que, por última vez, se
había presentado en casa de su amada.
Lupatchilt celebraba sus quince
abriles: multitud de jóvenes de su edad, alegres y bulliciosas, sentadas
alrededor de inmensas ollas de china, esparcían alegría y encanto a su
alrededor.
Las marimbas, guitarras y
chirimías, manejadas por diestros tocadores, confundían sus notas melancólicas
con los gritos y risas que el gozo arrancaba a todos los presentes.
Al entrar él, a la fiesta se
suspendió. Los músicos huyeron despavoridos, y los jóvenes, lanzando
estridentes gritos de terror, huyeron a su vez cual bandada de palomas
asustadas por el disparo del cazador.
Sólo Lupatchilt, deseando librarse de una vez de las
continuas asechanzas del indio, permaneció en su lugar. Púsose en pie de un
salto con la agilidad peculiar a su raza (La sangre de Nicarao, uno de sus
ascendientes hervía en sus venas) su rostro denotaba la indignación que la
embargaba y sus miradas despedían fuego.
— “Capullo de amor, te traigo mi
corazón, dígnate aceptarlo”, le dijo Chico Largo.
— Lo desprecio respondió la joven
y ruego a Tamagostad, que pudra tu corazón y que tu cuerpo sea semejante al del
caimán si nuevamente te acercas a mí. Y
dejándole con un palmo de narices huyo a su vez temerosa y asustada.
Y Chico Largo se había retirado
con el corazón oprimido, ardiendo en ira y en deseos de venganza.
Desde ese día rogaba asiduamente
a Quetzalcoalt, su dios favorito, le ayudara en su venganza, prometiéndole
sacrificios humanos y ofrendándole flores y frutos del Mogote…
Una tarde, cuando el sol escondía
su gran disco de fuego en las azules aguas del Cocibolca, y la luna, en su
creciente, tímida primero y fulgurante luego, irradiaba sus plateados rayos
sobre el verde follaje: cuando el céfiro mecía blandamente las copas de los
árboles, como deseando adormecer las muchas canoras aves posadas en sus ramas,
ante los ojos de Chico Largo, dilatados por el asombro, cabalgando en alas de
la brisa vespertina apareció Quetzalcoatl.
Largo rato conversó el hombre con
el dios.
Se ignora el pacto que firmaron,
pero sí, se sabe que cuando Chico Largo quedó solo, una sonrisa de triunfo
iluminó su rostro. Se internó en la espesura y encontrando un hermosísimo
venado, lo ensilló con hojas secas y en él se dirigió a su casa.
Al aparecer delante de su mare,
se quedó ésta estupefacta. Ante sus ojos asombrados tenía un elegante
caballero, lujosamente vestido y montado en brioso corcel. Preguntó por Chico
Largo y al contestarle que estaba
ausente, se retiró.
Al día siguiente, en su paseo
acostumbrado, nuevamente encontró Chico Largo al venado maravilloso y de nuevo
se transformó en caballero apareciendo
en esta forma a su madre.
Pronto las visitas se hicieron
cotidianas. Mamá Bucha estaba cada vez más intrigada.
Aquel Señor elegante que todos
los días detenía su corcel ante su puerta haciéndole invariablemente la misma
pregunta y regresando siempre por el mismo lugar en dirección al Mogote, excitaba grandemente su
curiosidad, porque también las brujas son curiosas y no siempre sus filtros les
descubren todos los secretos.
Una tarde, después de la visita
del caballero, resolvió Mama Bucha esperar a su hijo y narrarle el caso.
Ya muy entrada la noche regresó
éste a su casa. Salióle al encuentro Mama Bucha contándole como un apuesto
joven diariamente llegaba a buscarla. Imperturbablemente le respondió Chico
Largo: Madre, ese elegante joven soy yo.
Incrédula la anciana se echó a
reír de su pretensión y su risa hacía danzar macabramente el único diente de su
boca. Era un risa soez, tétrica, burlona y escandalosa, que el eco repetía
lúgubremente aumentada en el silencio de la noche. Aquella carcajada hizo daño
a Chico Largo. Pensó que aquella vieja podría ser un estorbo para sus planes
futuros y resolvió deshacerse de ella.
Dominado completamente por sus
malas pasiones carecía del respeto y cariño filial, y como consecuencia
natural, quien mal la educó fue la primera víctima de sus depravadas
costumbres.
Mandó a callar a su madre y como
esta no obedeciese prontamente, púsole en la garganta su cuchillo de obsidiana.
No la mató sin embargo, la amarró con sólidas ligaduras y transportándola a la
falda del Mogote, la aseguró a un grueso Guanacaste… Y allí quedó Mamá Bucha…
Y ahí está aún hoy en día
llorando amargamente su falta de energía y voluntad para educar a su hijo. Sus
lágrimas son tan abundantes que han concluido por formar un riachuelo que
serpenteando graciosamente por entre cañas y bejucales bajó a verter su caudal
en un pequeño valle situado al pie del cerro en donde formó la laguna de Charco
Verde, cuyas aguas saben de la amargura de Mamá Bucha.
Capullo de Amor, la dulce
morena de los ojos bellos, la apacible
Lupatchilt, desapareció, un día, de casa de sus mayores.
Quetzalcoalt, dios del viento,
aliado de Chico Largo, la robó un día en una ráfaga transportándola a la choza
del brujo solitario.
Tamagostad no dejó sin castigo el
rapto de su amiga la bella Lupatchilt. Crió en el Charco Verde mojarras
encantadas de las que, sin saberlo comió Chico Largo, y las que le transformaron
en un enorme y coludo lagarto según lo predijo Lupatchilt.
La agradable viejecita que contó
esta historia, asegura que todos los Jueves Santos se oyen en Charco Verde los
amargos sollozos de Mamá Bucha. A las doce de ese mismo día sale del centro de
la laguna un lagarto muy coludo, que nada en contorno de una linda joven que se
baña y que dicen ser Lupatchilt, la dulce morena de rostro apacible… la de los
bellos ojos… Y Quetzalcoatl, el dios malvado, también llega ese día, y
complacido contempla su obra, rizando suavemente la líquida superficie y
susurrando muy quedo entre el verde ramaje de los guanacastes…
Moyogalpa, enero 20
de 1927.
* Publicado en la
revista “Educación”, Número 53. Año IX., Managua, Mayo de 1927. Dirección y
Administración del Instituto Pedagógico. Impresa en la Tipografía Hospicio San
Juan de Dios, León, Nicaragua, C.A. 36
pp.
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Nota del Director-Editor del Blogspot: En remotos tiempos, la tradición oral ha tenido en las leyendas de cada país, una manera de esparcir el entretenimiento colectivo; círculos ávidos de escuchar relatos, esparcidos casi siempre con elevadas cargas de sugestión mental; a cada narración un propósito: tienen la particularidad que, en ellas siempre hay algún dato o referencia verdadera relacionada a la historia, geografía, costumbre y hábitos regionales. Por lo general, cada leyenda está asociada o conjugada con lo sobrenatural; algunas, por no decir casi todas, intenta apuntalar el miedo entre niños desobedientes; inducir a la práctica del ritual religioso; pautar costumbres sociales, infundir respeto, temores, advertencias, etcétera. Las leyendas conservan vida y llegan hasta el presente mediante la transmisión de una generación a otra, en ese ejercicio y entretenimiento colectivo, no escapan a las alteraciones del relato primigenio; de boca en boca aparecen variantes de esas leyendas, una veces a favor del género y, en otras, en detrimento de la coherencia, originalidad y, la amenidad. Una de estas leyendas bastante conocidas es de origen Ometepino, a ésta la nombran de diversas maneras, pero todas "las versiones" están relacionadas a una laguneta llamada "Charco Verde" en donde un individuo al que identifican como "Chico Largo" ejerce el dominio de su alcance maléfico. Hemos traído el presente relato hasta este "mirador" de nuestra historia porque tiene la particularidad de ser, con toda probabilidad, el primer relato que fue escrito sobre "Charco Verde" y "Chico Largo". Don José María Navas B., con esa versión de 1927, antecedió a otros relatores: Pablo Antonio Cuadra, Francisco Pérez Estrada, y a la generación actual de ometepinos que le han hecho "sus agregados" leyendizando más la leyenda.
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