martes, 11 de octubre de 2022

AGONÍA DE UN IMPERIO Por Eduardo Pérez-Valle (1924 - 1998)

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Don Miguel Larreynaga . Técnica Mixta. Obra del Dr. Eduardo Pérez-Valle

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1. La lucha política

EL PRIMER partido político se formó en Guatemala en torno del doctor Pedro Molina (Mazariegos: [1777 – 1854]: El Editor Constitucional. La idea que reunía a sus componentes era la de Independencia, que todos incubaban, aunque los motivos fueron muy diversos. No era este un partido ideológico, pues los móviles y los fines eran inmediatos, hasta de orden personal; no arrancaban de una madura ideología, ni pretendía implantarla o alcanzar su triunfo.

    Fenómeno peculiar de países donde las minorías ilustradas son ínfimas: los individuos disímiles en ideas políticas o religiosas solo se unen en momentos supremos y extraordinarios. Así, los criollos de abolengo, los que forman las familias, se acogen al alero de las ideas de Molina, solo porque les interesa el fin inmediato que persiguen: la Independencia. Por lo demás, a ellos mismo azota la tormenta de críticas que desata Molina contra la idea de aristocracia y privilegio, legado de la oligarquía colonial y del sistema de castas que implantó la colonia.

    En campo diverso, aunque no completamente opuesto, como erróneamente se ha creído cuando se estudia el caso superficialmente, apareció el periódico de Valle: El Amigo de la Patria, nombre que recuerda al Amigo del Pueblo, del ciudadano (Jean Paul) Marat [1743 – 1793]. No era este periódico opositor a la Independencia, dejémoslo bien sentado. Pero su nota característica era el anhelo de transformación del régimen colonial, transformación que eventualmente podría conducir a la liberación. Y en la crítica previa al planteamiento de tal transformación, quedaba al descubierto el fracaso total del régimen colonial, lo cual solo podía inducir el anhelo de la completa Independencia, como piedra fundamental para iniciar la construcción del nuevo edificio que se proponía.

    A la luz de la crítica de hoy, el periódico de Valle no pudo ser más decidido a favor de la transformación y la debida preparación moral y material que ineludiblemente conduciría a la liberación. La prédica de Valle conta los vicios del sistema colonial era demoledora. No obstante, su periódico no era popular, por la forma elevada y la profunda erudición de que hacía gala en sus exposiciones. Por eso la diseminación de sus ideas no inquietaba gran cosa a las autoridades españolas. Quizás consideraron la doctrina como un conveniente soporífero a la enervante de Molina; y entonces formaron partido en torno al periódico de Valle.

    Un partido de empleados y funcionarios españoles, y de quienes les son afectos, de españolistas, que los de otro bando llamó gazista, denominación a la supuesta afición de sus componentes a bebidas alcohólicas. A este remoquete los gazistas contestan llamando cacos a los del otro bando, formado en torno al periódico de Molina; también por una supuesta afición; esta vez a tomar como propio el patrimonio ajeno.

    El partido de los gazistas estaba formado –dice Marure— por los españoles europeos y de la clase artística. Pronto se hizo más fuerte, por varias razones: porque era suyo el auxilio de los gobernantes; porque alentaban en los artesanos la esperanza de que se prohibiera el comercio con Belice y la introducción de géneros de algodón, apoyados por un manifiesto del Capitán General don Carlos Urrutia en tal sentido; y porque muchos de sus miembros ricos comerciantes distribuían pródigamente el oro entre la clase ignorante y miserable, que venía sus votos arrastrada por la necesidad.

    Con estas ayudas el partido gazista ganó de plano las elecciones de diputados a Cortes y demás funcionarios constitucionales, de las municipalidades o ayuntamientos. El partido de los cacos, formado en torno a Molina y su periódico, lo componían los nobles y la mayoría de los que se llamaban independientes, liberales. A estos perjudicó mucho, o contribuyó notablemente a su fracaso electoral, su liga con los nobles. Se propusieron trabajar con más ardor por la independencia., y afina su astucia: crearon un “partido medio”, sin contacto con los nobles, pero ligado a los demás independientes (ajenos a los cacos).

    El paso fue acertado. El nuevo partido sirvió de núcleo o punto de atracción en torno al cual se fueron concentrando todas las fuerzas independentistas, cualesquiera fuesen sus diferencias ideológicas o de otra índole. Desaparece así de la escena el primitivo partido caco o, si se quiere, se remueve y adquiere mayor capacidad de arrastre popular botando el lastre de la nobleza.

    El grupo de los patriotas constitucionalistas desplegó en los preliminares de la Independencia un alto espíritu de conciliación, tendente a alcanzar la emancipación a espaldas de la violencia, sin lamentables efusiones de sangre. Este espíritu alentó la actividad de los ayuntamientos que culminó en la cristalización de Informes y Memorias destinados a las Cortes, con el germen de reformas administrativas que favorecían la libertad de comercio de las provincias, de su economía en general, más el desarrollo de su vida política y cultural.

    Son estos partidos transitorios que solo duran hasta que se proclama la Independencia y desaparecen automáticamente. La falta de una verdadera diferenciación ideológica es causa de este fenómeno; pues, como ya dije, si bien los grupos se formaron en torno a banderas ideológicas, como eran los periódicos políticos, en manera alguna puede decirse que sus componentes se identificaran con sus principios; y, por otra parte, tales corriente de pensamiento no eran de todo punto contrarias; solo señalaban como dos técnicas diversas para abordar el mismo problema; su curso las llevaba por parajes distintos a desembocar al mismo seno: el de la Independencia.

2. La astucia de Gaínza

LA JUNTA Provincial, reinstalada el 13 de julio de 1820, después de avanzar inútiles sugerencias, a moción del doctor Simeón Cañas [1767 – 1838] uno de sus miembros, optó por estrechar al débil Capitán General don Jacobo Urrutia, contrario a la idea de Independencia, que delegase el mando en el Sub-Inspector del Ejército, don Gabino Gaínza. Su edad avanzaba y su salud precaria no le permitieron ofrecer resistencia. Gaínza ingresó al mando el 9 de marzo de 1821. El día siguiente el presidente Urrutia, por medio de una circular impresa, dio cuenta a todos los Ayuntamientos de haber entregado el manto militar y político al Sub-Inspector de Milicias don Gabino Gaínza.


    En 1821 la revolución mexicana esta a punto de extinguirse, cuando la defección de Iturbide vino a reavivar su fuego, cambiando de raíz el curso de los acontecimientos. Se firmó el Plan de Iguala entre el coronel español y el general insurgente Guerrero, proclamando el Ejército de las Tres Garantías, a saber: conservación de la religión católica con exclusión de las demás, independencia de España; unión de los españoles y americanos, mediante la abolición de casatas y privilegios. Juntos Guerrero e Iturbide, El Ejército de las Tres Garantías fue de triunfo en triunfo hasta situarse a las puertas de México. En esas circunstancias llegó a hacerse cargo del Virreinato el Capitán General don Juan O´Donojú [1762 – 1821], quien considerando perdida la causa de España, desde la fortaleza del San Juan de Ulúa, inició arreglos con Iturbide. El 24 de agosto signáronse los Tratados de Córdoba. El gobierno español aceptaba el Plan de Iguala y se formaba una junta de 36 miembros para gobernar el país. Se convocaría a un Congreso que organizase convenientemente el nuevo Estado, una regencia se encargaría del Poder Ejecutivo, mientras venía contestación del Rey de España, a quien se ofrecía la corona para él mismo o para un familiar que señalase.

    Los acontecimientos de México, más por lo novedoso que por lo promisorio, soliviantaban los ánimos en Guatemala. Era plausible para la mayoría, ver derrotadas por todos los ámbitos del vecino país a las fuerzas que por tanto tiempo habían mantenido la dominación española, dominación que desde hacía tiempo era considera injusta, despótica y retrógrada. Los miembros de la Junta consideraban que en aquellos momentos de efervescencia política y de imperio constitucional, de manifestación de la voluntad popular a través del voto, a los cuales debían sacar el mayor partido, el hombre más apropiado para gobernar era Gaínza, la antítesis del rígido Bustamante, naturalmente impresionable, voluble de carácter, apto para seguir la dirección que señalase la opinión de Guatemala, quienes la tuviesen o pretendiesen tenerla.

    Dos son las corrientes de opinión pública que descubre (Alejandro) Marure [1805 – 1851] en Guatemala al conocerse la proclamación en México del Plan de Iguala. Una era la de los independentistas exaltados, del partido caco renovado, que querían la independencia inmediata, sin esperar los resultados de los sucesos de México y sin relacionarla con ellos. Estos fueron los liberales de más tarde. La otr4a era de quienes faltos de fe en el porvenir de una Centro América independiente, querían ver primero el éxito del Plan de las Tres Garantías y regular de acuerdo a ello lo que había de hacerse en Guatemala. Estos fueron dos anexionistas de más tarde. En la exposición de Marure un concepto se destaca con trazos inequívocos. Que el deseo de Independencia de España era casi general. Lo compartían el pueblo y los comerciantes. Quienes estaban divididos eran los políticos (tomando la palabra en su sentido más amplio), pues siempre se mantuvo una minoría realista, contraria a la Independencia.

    En lo que no había acuerdo era en el ulterior destino que debía darse a la nación: unos querían Independencia absoluta, de todo poder y por siempre jamás, otros optaban por la expectativa de los acontecimientos de Nueva España, para agregarse a ella, si consolidaba su Independencia: para estos la Independencia absoluta era solo un sustituto. Gaínza estaba dominado por los anexionistas; no obstante, el 10 de abril lanzó una proclama, según parece, dice Marure, redactada por don Manuel Montúfar, en que atacaba el Plan de Iguala y hacía una negra pintura del coronel Iturbide.

¿Qué fines perseguía esta publicación? Cubrir las apariencias previniendo un fracaso de la idea anexionista; salvar su responsabilidad ante la Corte, moderar a los liberales. Poco tiempo después mandó recoger el manifiesto. Con fines parecidos mandó procesar a los firmantes de una representación en que se le pedía proclamase la Independencia. Con igual volubilidad mandó luego suspender el procedimiento.

    Quedó al descubierto que las actuaciones de Gaínza solo perseguían su propio interés y conveniencia. Las fluctuaciones de esta búsqueda engendraban aquella aparente fluidez de su carácter, que hacía suponerlo un hombre gobernable. Pero en realidad no era sino un ambicioso; y era su ambición la que dirigía su carácter. Cuando los independentistas cayeron en la cuenta de esta realidad, atacaron este flanco, haciéndole entrever que si proclamaba la Independencia, en él quedaría siempre la primera magistratura de la Nación.

    Era tal la urgencia que veían los exaltados en proclamar la Independencia sin más tardanza, que no vacilaron en poner en ejecución un plan que, de tener resultado, hubiese metido a las tropas mexicanas en Centro América, dejándola a merced de Iturbide, quien hubiese podido decretar de inmediato la anexión.

    El plan consistía en solicitar el auxilio del general Bravo, qué permanecía en Oaxaca, para que los respaldase con las armas, si era necesario, pues ante la indecisión de Gaínza, estaban dispuestos a proclamar por sí la Independencia de Guatemala. En cumplimiento de este plan, que parece descabellado y que implicaba consecuencias que sus gestores estaban muy lejos de desear, salió en busca de Bravo don Cayetano Bedoya; pero al llegar a Ciudad Real lo sorprendió la nueva que su provincia ya había proclamado el Plan de Iguala. En esta situación llegaron al 14 de septiembre decisivas noticias de Chiapas. Comitán y Ciudad Real habían proclamado la Independencia; e igual cosa habían hechos Santa María, Villa Hermosa, Macuspana, Tehuantepec, Tuxtla y Huynanguillo, adhiriéndose al Plan de las Tres Garantías. Al conocer estas noticias Guatemala se conmovió. Una de las seis provincias que por siglos habían integrado el Reino, se separaba de sus hermanas y, ansiando vida propia, comenzaba a gravitar en la esfera de su poderoso vecino.

    El 15 por la mañana reuniose en Palacio la Junta convocada por Gaínza. En vez de los dos Ministros de la Audiencia que pedía el Capitán General a falta del Regente, llegaron los cinco: el propio Regente Francisco de Paula Vílchez [1776 – 1833] (que al parecer ingresó a Guatemala el 14), [Miguel] Larreynaga [1771 - 1847], don José Valdés [y Posada: 1773 - 1833], don Tomás O̕ Horan [1776 - 1824] y don Miguel Moreno [y Morán: 1780 - 1842]. El historiador [Manuel] Montúfar [y Coronado: 1791 - 1844], que fue testigo de los hechos de ese memorable día, dice que era un espectáculo tan raro como nuevo, ver los agentes y representantes del Rey de España reunidos con los hijos del país para discutir bajo la presidencia del primer agente del Gobierno si Guatemala sería o no independiente.

3. Ideología redentora

EN LA lucha ideológica cada anhelo que expresan nuestros próceres es, la lucha ideológica de cada anhelo, cada anhelo que expresan nuestros próceres es la denuncia de una deficiencia o de una injusticia en el régimen colonial. Como bien dice en una de sus valiosas obras Virgilio Rodríguez Beteta [1885 - 1967], a El amigo de la Patria no le interesaba tanto la independencia como la evolución colonial, sin violencia, para que el país, bajo la república o la monarquía, que es lo de menos para El Amigo, pudiera desarrollarse a la altura que exigían los tiempos.

    La lucha, en la Colonia, se centra en torno a dos clases sociales. La de los peninsulares, que por españoles se juzgan superiores a los demás, por tantos sujetos de privilegios. Por oscuras y complicadas causas de orden sentimental, odiaban cuanto no fuera español, incluso a los criollos, por no nacidos en España, a quienes consideraban inferiores. La clase de estos últimos devolvía con creces el odio a los peninsulares. Como nacidos en América y descendientes a la vez de españoles conquistadores y primeros pobladores, atribuíanse superior condición y un derecho indiscutible a gozar de cuanta comodidad y ventaja pudiera brindar la tierra. Estos formaban <<las familias>˃ de arraigo y abolengo.

    El Amigo de la Patria, contra el criterio sostenido por El Editor Constitucional afirmaba que era un hecho la existencia en Guatemala de lo que se dio en llamar <<espíritu de familia>˃. ¿Cómo lo demostraba? Porque el pueblo no podía elegir ni ser electo, no tenía personeros que sostuviesen sus derechos ni quienes los manifestasen; porque el sistema económico no tendía a distribuir la riqueza, porque la propiedad territorial había sido viciosa desde su origen; porque era solo una pequeña clase la que podía aproximarse a los empleos, y en tales circunstancias, concluía, es preciso que nazca el espíritu de familia y se vaya fortificando con el tiempo. La simple solución del aspecto económico en el problema de la evolución colonial expuesto por [François] Quesnay [1694 - 1774], colmaba las aspiraciones democráticas de [José Cecilio del] Valle [1780 - 1834]. Y sintetiza su más profundo anhelo: Lo que deseamos nosotros es que se acabe el espíritu de familia y le subrogue el espíritu público: el bien general del pueblo de Guatemala, el bien más universal de toda la América.

    Al consumarse la Independencia, el grupo de los peninsulares desapareció. El triunfo de la idea de Independencia fue el triunfo de los criollos sobre ese enemigo que podríamos llamar <<natural>˃, por inveterado e intransigente. Pero quedaba otro, de nuevo cuño o de nueva promoción, una nueva clase social, forjada desde abajo, con lenta y eficaz persistencia, insurgió por fin vehementemente en la esfera política, con ánimo de avasallarlo todo. era la clase de los criollos carentes de linaje, elevados por su esfuerzo propio, merced a la instrucción. Al cabo de tres siglos de sorda gestación ve llegado su momento, al negar la autoridad del rey y romperse el anillo excluyente de la aristocracia. Esta tercera clase, esta <<clase media criolla>>, si así pudiera llamarse, la forman ilustrados miembros del clero regular, universitarios, entusiastas de la Sociedad Económica y redactores de La Gaceta, entre ellos Miguel Larreynaga, uno de sus más activos y autorizados colaboradores.

    Así, pues, la lucha que se entablara antes de la Independencia entre los efímeros partidos seudo-ideológicos de <<gazistas>> y <<cacos˃>, igualmente aristocráticos en origen y aspiraciones, se resuelve ahora en otra mejor fundamentada y más durable, perdurable, diríamos, entre criollos aristócratas y criollas demócratas, que conforman algo así como el germen lejano de los partidos tradicionales.

4. Comerciantes políticos

    JOSÉ CORONEL Urtecho [1906 - 1994] escribe en sus Reflexiones que en los días de la Independencia <˂ los únicos que sabían exactamente lo que querían y para dónde se encaminaban eran los comerciantes. Estaban orientados, sin conocer aún el nombre de su meta, hacia el capitalismo>>; libertad de comercio, de trabajo, de contratación. <˂Por primera vez –agrega— sentían que era posible enriquecerse sin trabas y sin límites>>. Y concluye afirmando que los intelectuales de la Independencia no estaban <<en condiciones de prever que trabajaban para sus aliados del momento, los ricos comerciantes, que en el futuro ejercieron un dominio absoluto sobre la economía y aun sobre la política de Centro América>>. Pero la cosa no es tan simple. No puede establecerse una clara diferencia entre dos sectores de población, comerciantes e intelectuales, temporalmente unidos; en la realidad ambas actividades se juntan por lo general en una misma persona. Lo veremos después con detenimiento.

    Las verdaderas diferencias se ubican en el terreno puramente ideológico, aunque las ideologías, naturalmente, determinen actitudes prácticas. Dejemos que Valle las señale: Los voceros de la flamante opinión pública, dividían sus aspiraciones en dos corrientes ideológicas: la conservadora, que propendía al mantenimiento del antiguo orden político y social, entreabriendo la puerta a las nuevas aspiraciones; y la liberal, que estaba imbuida en la necesidad de llevar a cabo un plan de reformas que permitiese al pueblo ceñirse la corona que le había prometido la Revolución Francesa.

    El mismo Valle da cuenta de cómo en la mente y las aspiraciones de los burócratas, desde el Capitán General hasta los intendentes, obispos, prelados, alcaldes mayores y otros altos funcionarios, figuraba en primer término la implantación de un régimen monárquico constitucional, que como tal brindara a sus súbditos lo que la monarquía absoluta negaba (como el progreso sin las violencias de la revolución) o ponía en peligro con su intransigencia (como el disfrute de los altos empleos, o el usufructo de títulos, prebendas, latifundios y honores). Tales eran las aspiraciones del ˂<conservatismo emancipador>>, como le llama Valle, cuyas fuerzas vivas dirigía en Guatemala el Marqués de Aycinena.

    Y en cuanto se armó la trampa del Imperio Mexicano, con el cebo del Plan de Iguala, cayeron en ella. Decíamos que Coronel pasa por alto que en aquella época el intelectual y el comerciante se funden generalmente en una misma persona, y la péndola que anota minuciosamente el debe y el haber en los folios del comercio, casi siempre es la misma que escribe un pasquín o remite un tendencioso comentario político a la Gaceta o El Editor Constitucional.

    Así, la momentánea comunidad de intereses que Coronel observa entre comerciantes e ideólogos, pierde temporalidad y adquiere definitiva solidez. De este modo se fundamentan en Centro América las metas del liberalismo económico y del utilitarismo de tipo británico, a saber, la aplicación en todos los órdenes de la vida de métodos estrictamente científicos, insuflados de un empirismo rabioso, al estilo de [John] Locke [1632 - 1704] y [Étienne Bonnot de] Condillac [1714 - 1780]; y la implantación de los cultivos de exportación, de la industria y del comercio libre, como prístinas, infalibles e ineludibles fuente de riqueza.

    Es muy ilustrativa al respecto la correspondencia privada (a la vez familiar, comercial y política) de los ricos comerciantes establecidos en aquella época en las principales ciudades. Son notables las cartas de don Pedro Chamorro, notable granadino establecido en su ciudad natal, a su tío, corresponsal y agente comercial don Narciso Argüello, residente en León.

    En una de ellas le comunica el envío de dos garrafas con 70 galones de vino dulce a 28 pesos el galón. Le informa haber pedido a Cuba un barco para que arribe a San Juan del Norte en el mes de diciembre a cargar cacao, principalmente, que despachado a La Habana, dejar el 12 por ciento de ganancia y el valor se trae en mercaderías. Y que también tiene otro barco para Portobelo, que llevará carnes, quesos, sebo y otros víveres. Hace referencia al hecho de haberse construido recientemente una batería en San Juan del Norte, que da seguridad al puerto y al comercio que por él se hace, hasta el punto de que varios corsarios han pasado sin atreverse a entrar.

    Hasta aquí su interés estrictamente mercantil. Por otra parte habla de que en Granada, con ocasión de los últimos sucesos, se han hecho algunas <˂papeladas˃>, como la de conducir, cuando hay correo, las cartas y las personas al comandante de armas, para la entrega de aquellas, ˂<providencia irritante –comenta—, propia del sistema despótico y del espionaje>>. Y pasa a dar opiniones y consejos que le dicta su recta conciencia de mercader, como aquel de emanciparse de una liga que juzga de beneficiosos dudosos o nulos y hasta contraria en sus efectos: Lo que más conviene a nuestra Provincia es no depender de Guatemala, por oposición de intereses que hay entre sí, y que nuestra felicidad está en razón inversa de la de ellos o que a lo menos así lo han juzgado ellos siempre.

    Y señala caminos prácticos para alcanzar este ideal tan suyo, pero que no duda acoge toda la Provincia: No sé si me engaño, pero a mí me parece que lo que conviene es establecer autoridades competentes esa, independientes de Guatemala, y cuando esté sancionada la independencia de México, entrar bajo la separación de Guatemala y para esto, manifestarlo a toda la Provincia y explorar su voluntad, que será esta misma. Pero ¿de qué serviría alcanzar la meta, si por ello se destruyera la paz interna del país y se rompiera la armonía tan saludable del comercio?

    Debe conciliarse –aconseja— no se introduzca una discordia, ni se contraríe la voluntad general del pueblo, acordándose que no es solo León, sino el resto de la Provincia, por lo que convendrá ilustrar la opinión, señalar el verdadero interés, uniformar los votos y mantenerse a la expectativa.

    Larreynaga, como tantos otros de su clase, además de letrado y burócrata, era comerciante. Se hacía dedicado con éxito al comercio, afirma don Manuel Ubico en una Noticia Biográfica de nuestro compatriota. Como comerciante, al abrirse en Guatemala una suscripción bajo el título de ˂<Donativo Patriótico Voluntario>, cuyo producto debía resurtirse íntegro a España, para ayudas de la guerra, Larreynaga fue uno de los primeros en concurrir, dando dos zurrones o sobornales de añil de ciento y cincuenta libras cada uno, con expresión de que se remitiesen, como en efecto se remitieron, a Cádiz, para que produjesen mayor utilidad.

5. El carácter español

EN RELACIÓN al mercantilismo colonial, debemos dejar establecido que su destino fue ser siempre de muy baja ley, porque no había en el carácter español ninguna cualidad que lo favoreciese. Un gran español definía el carácter general de su nación como un compuesto de religión, valor y amor a su soberano, vanidad, desprecio del trabajo y excesiva propensión al amor.

    A estas seis piedras básicas se agregan las de adorno. En primer lugar, el orgullo, uno de los vicios más característicos de la nación española, según el resto de los europeos. Era tanto más hinchado cuanto más bajo el status social de quien lo padecía. Los nobles menos elevados eran los que más se referían a sus conexiones, entronques y enlaces. Los caballeros citadinos, inaguantables en punto a nobleza, que consideraban la de su ciudad como la más alta del reino, para admitir a un forastero en su morada, indagaban seriamente sobre sus remotos ascendientes.

    Pero el hidalgo de aldea traspasaba estos linderos: se pasea majestuosamente en la triste plaza de su pobre lugar, embozado en su mala capa, contemplando el escudo de armas que cubre la puerta de su casa medio caída, dando gracias a Dios y a su providencia de haberle hecho don Fulano de Tal. No se quita el sombrero, no saluda al forastero, quienquiera que este sea. Solo preguntará si es de casa solar conocida al fuero de Castilla, que escudo es el de sus armas y si tiene parientes conocidos en aquellas cercanías. Pero lo que pasma es cómo son de orgullosos los mendigos, que insultan a quien les niega limosna con alguna aspereza. De allí el decir popular: El alemán pide cantando, el francés llorando y el español regañando.

    Viene después el lujo, la abundancia y variedad de las cosas superfluas a la vida, que sangraba la economía española. Es provechoso para una nación y lo hubiera sido para España, el lujo que alimenta su propia industria, pues trae el bienestar general promoviendo una mejor distribución de la riqueza. Pero a nadie puede convenir el lujo impuesto desde fuera por influencia de las naciones industriales sobre las costumbres de los demás, persuadiéndolas de ser útil y hasta necesario lo que las deja sin dinero.

    No era el genio español propenso a la industria, ni la exigua población hubiese podido suministrar la necesaria mano de obra. De ahí que su balanza comercial siempre marcaba un amplio déficit, por causa, principalmente, del lujo. Pero esta situación era nueva. A raíz de la conquista de América se creó un lujo interno, alimentado por la industria nacional. Cuando sobrevino el desarrollo y ale auge de la industria extranjera, no fue muy difícil para esta imponerse a una nación donde ya era un hecho irreversible el gusto del lujo. Por este medio, las naciones industriales participaron, o despojaron a España del oro de América.

    A la luz de la ética de antaño, el lujo, esa <˂abundancia y variedad de las cosas superfluas a la vida>>, era siempre nocivo, por diversas razones, se decía: porque multiplica las necesidades de la vida, porque empeña la razón del hombre en cosas frívolas y porque dora los vicios y los hace apetecibles, y despreciable la virtud. Mas no escuchando las voces de la ética, solo atendiendo a los señalamientos de la política, el lujo aniquilaba la economía española, determinando una anemia profunda que habría de acarrear su ruina total.

    En cambio, era otra la disposición del espíritu anglosajón al capitalismo. Max Weber [1864 - 1920], que establece la correlación existente entre os fenómenos religiosos y los económicos, observa una definida influencia del protestantismo sobre el capitalismo moderno. En primer lugar, expone lo que puede llamarse el espíritu del capitalismo, espíritu que necesariamente emana o está embuido de una ética. Es fácil entonces anotar la relación.

    ¿Cuáles son los rasgos que definen ese espíritu? Organización racional de la empresa sobre la base de la propiedad privada y los principios científicos. Producción masiva para consumo masivo. Producción para el capital, que exige entusiasmo, eficacia, devoción, como si el trabajo fuese un fin en sí mismo, un por qué de la existencia humana y su más importante obligación. A este espíritu capitalista corresponde, sin ser exclusiva, como tipo ideal, la ética del protestantismo. Los que viven dentro de ella son los que pueden responder con más naturalidad y mejor acoplamiento a las tendencias capitalistas.

    Interesantísimo el planteamiento de Weber, que se opone a la tesis de [Karl] Marx [1818 - 1883], de que el factor económico es el determinante, y el determinado el factor ideológico. Según Weber el, con [Martín] Lutero [1483 - 1546] y con [John] Calvino [1509- 1564], habría preparado el advenimiento del capitalismo, preconizando la racionalización de la vida, valorizando las profesiones, consagrando al trabajo como deber; desviando la preocupación humana del ascetismo y aplicándola a su existencia en este mundo.

6. La economía frente a la Independencia

¿CUÁL ERA la situación económica que atravesaba Centro América en el momento de su independencia? El periódico [El Editor Constitucional] de [Pedro] Molina la sintetiza de esta manera: No hay casa de comercio en Guatemala que no se halle medio arruinada por Cádiz; muchas han sido envueltas en quiebras de los gaditanos, y muchas, si no todas, tienen gruesas sumas en vales reales, que no les pueden servir ni para el giro ni para la labranza. ¿Cuáles eran las causas de la pobreza del país? [José Cecilio del] Valle las señalaba:

    El haber construido las ciudades cerca de los minerales, abandonando las costas, aisló a la población, separándola de los puntos de contacto con las demás naciones, por donde debían venirle las riquezas que trae el comercio. La falta de caminos acentuó el aislamiento de poblaciones e individuos. El alto costo de los fletes, mayores que el valor de los frutos, hacía imposible su transporte. Solo el añil podía resistir esos costos. Por eso se convierte en cultivo único.

    Valle protesta contra este hecho, tan funesto a la economía nacional, entonces como ahora. En su periódico sustentabas y aplicaba las ideas económicas de Quesnay y sus fisiócratas: de Adam Smith [1723 - 1790], de [Thomas Robert] Malthus [1766 - 1834] y de Juan Bautista Say [1767 - 1832], y aún parece que las contemporáneas de [David] Ricardo [1772 - 1823]. Y se mostraba embebido en las reflexiones de [Gaspar Melchor de] Jovellanos [1744 - 1811], defensor de las nuevas doctrinas en España. Fue mérito de Valle el haber importado, aprehendido, elaborado, expuesto, defendido y aplicado en Centro América las modernas ideas económicas. Es conocida su convicción acerca de la necesidad de la Estadística como base de todo progreso:

    Los números –-decía—, que son las letras del libro grande de la naturaleza, son también los caracteres en que está escrita la ciencia del mundo político. El compás que sirve a la geometría es igualmente el instrumento de la política y economía civil. No hay Gobierno sabio sin el genio del cálculo, y no puede haber cálculo sin estadística. Un Gobierno que no conoce las tierras de la nación que rige ni los frutos que producen, ni los hombres que las pueblan, es un ciego que no ve la casa que habita; un administrador que para no aventurar medidas sin conocimientos debe ser ocioso por prudencia.

    Consecuentemente con su fe ciega en la redención del país por la Estadística, Valle aplica su espíritu crítico a sacar consecuencias de un cuadro estadístico del partido de, que un intendente tuvo la ocurrencia de formar. Concluye: Que las tres cuartas partes de la población solo tiene un tercio de las tierras. Que los tres cuartos de la población son de indios: hombres incultos, ignorantes, miserables y casi salvajes, que para favorecer a la población en general, ˂<elevando su fuerza moral˃>, hay que civilizar al indio y darle tierras distribuidas en pequeñas parcelas.

    Y en un discurso en la Sociedad Económica en 1812, opone a aquella dulce y engañosa salmodia de la feracidad de nuestro suelo, la riqueza de nuestras tierras, la rígida verdad de sus conclusiones: El pueblo donde haya mayor suma de trabajo, debe tener mayor suma de riqueza. Así afirmaba la ineludible necesidad de trabajar para crear riqueza. En el sistema colonial se cometieron, desde el principio, tres errores económicos de gran envergadura, que aherrojaron toda posibilidad de progreso y de éxito administrativo:

    1. Este nefasto sistema instauró y sostuvo el más completo parasitismo. Favorecidos con las encomiendas –dice [Antonio de] Remesal [1570 - 1619]—, el herrero apagó la fragua, el sastre cerró la tienda y tan lejos estaba de dar puntada, que aún no sabía cómo se llamaba la aguja y el dedal; el zapatero no conocía las hormas y enviaba por sus zapatos fuera de la ciudad; el carpintero huía de la azuela y trataba de jaeces y caballos. Y es que no habían venido a América a trabajar, sino a conquistar gloria sometiendo a los indios, y después fortuna.

    La vida de las colonias españolas fue siempre la de una sociedad que miraba con desdén el trabajo manual y lo confiaba a su abundante servidumbre de las castas inferiores. En cambio, como bien lo expresa [Mariano] Picón Salas [1901 - 1965], era muy distinto el tono de las pequeñas comunidades puritanas de Nueva Inglaterra, con sus sencillas casas de madera, su fuerte espíritu colectivista, su sicología rural, su complejo ético […] La vida era fácil, muelle, podría decirse, para el criollo en la provincias indianas, pues descansaba sobre el trabajo servil de los indios, y estaba exenta del acicate que representa el anhelo o la necesidad de mejorar la técnica económica.

    2. Sobre los vicios del parasitismo se amontonaban aún los del burocratismo exagerado. La burocracia se presenta a los ojos de la sociología genética como una consecuencia de la diferenciación predatoria en la sociedad. Es decir, al igual que la nobleza, procede de transformaciones sociales causadas por la guerra. Al constituirse el despotismo sobre las ruinas del feudalismo la nobleza territorial se convirtió en palaciega, reunida en torno al monarca formando la corte, para salvar sus privilegios. No obstante, estos fueron decayendo hasta recibir el golpe final asestado por la burguesía en 1789.

    3. Valle señaló la necesidad urgente de aprovechar los puertos del Atlántico, abriendo caminos hacia aquella costa, para aproximarse así a los puntos de consumo. Se perdían los frutos por falta de exportación, el labrador no podía incrementar sus cosechas, y el comercio permanecía entumecido por falta de caminos. Sin embargo, no se hicieron en América, no se hicieron jamás en Guatemala los análisis necesarios para conocer los recursos, y qué riqueza debía fomentarse en cada país. Sumergido el sistema educativo en la enseñanza del escolasticismo, jamás se pensó en establecer la de las ciencias naturales y de otras disciplinas que diesen a conocer las riquezas y ordenasen su explotación.

    A consecuencia del sistema económica imperante los campos más fértiles permanecían baldíos, el comercio era exiguo, la agricultura pobre, el capital nulo. Esta situación rebotada contra la minoría y producía su miseria, negándoles fondos que debían ser aportados para la agricultura y el comercio. Resultado de esta situación venía a ser la languidez de la población. En 21.000 leguas cuadradas que se calculaban, solo se contaba millón y medio de individuos. El reino de Guatemala, más vasto que España o Inglaterra, no alcanzaba la quinta parte de la población de estos reinos.

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