sábado, 6 de enero de 2024

Columna Dariana / UN POEMA DEDICADO “A DIOS” POR RUBÉN DARÍO. Por: Dionisio Camallo Fierros*. En: La Noticia. 26 de Abril de 1967.

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    Mediatizado por la emoción (por primera vez vengo a la América española, después de más de treinta años de familiaridad con sus libros y autores) me asomo a las páginas del diario nicaragüense LA PRENSA GRÁFICA, por complacer a su Director en los naturales deseos de difundir entre los compatriotas del gran RUBÉN DARÍO un patético entrañable y hondo poema suyo, prácticamente inédito a fuerza de olvidado. No lleva título, ni fecha, pero fácilmente se comprende que va dirigido “A DIOS”, y por su acento intimista y angustioso debe suponerse que ha sido escrito entre 1904 y 1910, o sea, en el período en que la voz del poeta se hace grave y se adensa doliente, logrando las más cimeras marcas de su dramático alpinismo: soneto “A Phocas el Campesino”, “Ganivet”, “De Otoño”, “Melancolía”, “La Dulzura del Angelus”, “Spes”, “Amo, amas…”, “Lo Fatal”, “Triste, muy tristemente”, “Los Nocturnos”, “Poemas del Otoño”, etc., etc.

    Poemas, todos citados, de impresionante escaladura, sometidos a la íntima presión de las altas atmósferas del espíritu que lo mismo pueden ser calificados, en profundidad y no en altura, como buceadores, momentos en los que RUBÉN se sumerge en la escalofriante conciencia, descendiendo a sus más misteriosas zonas abismales. Si, estoy seguro, o al menos tengo la corazonada (compulsas estilísticas ayudan a entenderlo así de que) los tres serventesios alejandrinos que hoy ofrendo a “los nicas”, pertenecen a la época que va desde “Cantos de Vida y Esperanza” que ya en 1905 mejor se llamaría de “agonía y desencanto”, a “Poema del Otoño y otros poemas” (1910). Ya no se trata de RUBÉN brillante y poroso, “pero en sus oros y en sus tules”, sino del acrisolado por las personales experiencias tristes y hendido por el taladro del color.

    Aun repito su maniático vocablo oro (quién sabe si no es una irradiación telúrica de su medio natal: “el nicaragüense sol de encendidos oros”), pero ya se trata de un oro simbólico y transustanciado, aquél de que está formada el áncora de la ilusión divina. El poeta se muestra en principio optimista, esperando, pero el cuarto verso de la primera estrofa, dijérase que es trasunto expresivo y entrecortado del llanto.

    Esa feliz y nerviosa consonancia interior: “y oro y lloro”, quizás sea juzgada defecto técnico por oídos poco avezados, pero ¡Cuánta compunción no sugerirá a las finas y adiestradas sensibilidades! Y aún se acentúa más el poder removedor en la segunda estrofa, con un impresionante verso inicial: “Más el don que diste de comprender me abruma”. Qué anonadadamente y cierta reflexión, destiladora de zumo agridulce; el de la grandeza y la servidumbre de la inteligencia.

    En efecto, ésta es un límite de gusanillo de luz cuando la colgamos en lo más alto del aqueróncito panorama sobrio. Solo la fe, ese talismán mágico, sordo y ciego, que se tiene o que no se tiene, pero que no se inventa, es capaz de vencer a esas “dudas candentes” (¡Genial y tremenda adjetivación!) que DARÍO confiesa haber mordido en ocasiones. Y ¡qué tono contagiador al confesarnos el poeta que llegó a tener miedo de la no presencia de Dios y al pasar la culpa de ello al gran pecado implícito en el arrojo (también señaladísimo triunfo de la humana estirpe) de morder la fruta de la ciencia! Fruta de la necesaria tentación intelectual, espuela y acicate del progreso del mundo. Fruta de gajos engañosos, que esconde el acíbar, y hasta el veneno, tras el néctar y la dulzura.

    Poema, en fin, a la altura de la ocasión en que se difunde, digna del alcance del día de hoy, y que no carece de un diluido antecedente dentro de la obra del propio DARÍO. En 1885, en la obra arrogante y juvenil, faltó aún de dolorosa experiencia, vuestro poeta escribió la extensa composición “El Porvenir”, que luego incluyó en “Epístolas y poemas” (Primeras Notas. Pues bien, las estrofas 13 y 14 del tiempo VII del mencionado poema, dice así (destacaré en mayúsculas los pasajes que corroboran mi punto de vista):

    Es el árbol del Génesis su CIENCIA: --quién saboree SUS AMARGOS FRUTOS, sentirá en la conciencia— del genio los sagrados atributos.

    En el árbol del Génesis sagrado –con la savia del hombre alimentado, --que ha crecido y crecido, --y sus ramas robustas ha extendido— para abrigar al hombre venidero; --que si al hombre pasado –ofreciera SU FRUTO, ENVENENADO— por la ruda intención de un Dios severo”.

    Qué distancia la recorrida por el cambiante lírico de Nicaragua entre estos versos difusos, opacamos doctrinales, y el apretado clamor que hoy os doy a conocer, que tampoco está exento de retórica andadura, y hasta de imperativos de fuerza de la consonante en los tres versos primeros. Sin embargo, ¡qué escalofrío de conjunto! y cómo nos damos por aludidos al enfrentarnos con un tema que es de todos! ¡que nos asedia cotidianamente!

    Y aún hay otro momento dariano relacionado con la plegaria “A DIOS”, el comienzo de la quinta estrofa del célebre “Nocturno”, “Quiero expresar mi angustia en versos que abolida / dirán mi juventud de rosas y de ensueños…”

    Se trata del instante en que el meditabundo formula la amarga evidencia: “El ánfora funesta del DIVINO VENENO— que ha de hacer por la vida la TORTURA INTERIOR…”

    Interior tortura decantadora alma de aquél que Don Ramón del Valle Inclán llamó “el índico y profundo RUBÉN DARÍO”. Cómo se me redondea ahora el sentido de su mensaje al ver allá, al fondo, a la derecha, el cónico Momotombo, y a sus pies el lago tranquilo, solo de cuando en cuando rizado por el ala invisible del genio del poeta. Volcán y lago que una vez más sirven de símbolo de la lenta combustión humana del vate “fue un pedazo de fina naturaleza puesta a arder) y del sueño de su combatido espíritu: remanse y espejarse en Dios. Que este lo haya otorgado a quien un día –pudo autodefinirse—“dulce alma de sufrimiento y de pasión”.

    En todo caso, no cabe duda que ha conquistado la tercera vida, teorizada en verso por el gran Jorge Manrique; la vida póstuma, la del buen crédito. Su lírica ha sabido resistir las erosiones del tiempo y se ofrece al paladar del oído, al tacto del alma, tierna y diamantina, elegante y lloradora.

    Qué felicidad proclamar hoy aquí, en Managua, no sin ser fiel a la lógica de la gratitud y expresar públicamente nuestro reconocimiento a la fragante Nicaragua, a través de la Comisión rectora de la conmemoración del Centenario, presidida por un motor de entusiasmo: el Ministro Sansón Terán, que en honor al gran Poeta ha convertido la capital de esta pequeña gran República en un lugar condigno, “en donde las famas erigen sus largas trompetas”.

    Y naturalmente que no podemos olvidarnos de la natal Metapa, de la hoy Ciudad Darío. Perteneció antaño al Departamento de Nueva Segovia. ¿Se olvidará hoy de ello, en mi distante España, Segovia la Vieja…?
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* Dionisio Camallo Fierros – (Ribadeo, España. 25 agosto de 1914 – Madrid, 16 de enero de 2000)

1 - Encabalgamiento: “Quiero expresar mi angustia en versos que abolida/ dirán mi juventud de rosas y de ensueños”. “…El horror/ de ir a tientas, en intermitentes espantos, / hacia lo inevitable, desconocido, y la/ pesadilla brutal de este dormir de llantos/ ¡de cual no hay más que Ella que nos despertará!”

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