De nuestra historia
INVOLUCIÓN CONCATENADA Y CONCORDANTE
Introducción: Por Eduardo
Pérez Valle h.
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Con el propósito de ilustrar sobre la involución en todos
los órdenes del desarrollo de nuestra Nicaragua, bastara como parte
introductoria, la referencia de nuestras primeras inquinas y violentos actos de
sangre y muerte: “El 22 de abril de 1825
tomó posesión de la Jefatura del Estado, don Manuel Antonio de la Cerda.
Se retiró más tarde, y entró en ejercicio el Vicejefe don Juan Argüello.” Al
poco tiempo, ambos personajes estaban en guerra por el poder absoluto. El país
dividido, Argüello dominaba León,
Granada y Chontales, y Cerda, Managua, Rivas y Jinotepe.
A este primer
antecedente, le siguió el asesinato de don José Zepeda, Jefe de Estado de
Nicaragua, muerto en León el 25 de Enero de 1837 por Braulio Mendiola*. Llegamos al 2015 y el recuento es largo, penoso, vergonzoso y triste. Las
inquinas y guerras intestinas han sobresalido por la inobservancia de aquella
máxima latina: Salus populi suprema lex est: La salvación del pueblo es ley
suprema, de allí que en Nicaragua, tampoco
la Ley Constitucional haya servido,
precisamente, para ese cometido.
NUESTRAS FRÁGILES CONSTITUCIONES POLÍTICAS
“Desde 1824 a 1950, en la desorientación Institucional,
Nicaragua tuvo más de una docena de Constituciones Políticas”; luego, diversos
regímenes aumentaron la cantidad hasta alcanzar en 2014, veinte constituciones
políticas entre promulgadas y Non Natas. En nuestra convulsa y repetitiva
historia, varias de estas reformas o supresiones, desencadenaron guerras civiles
y sangrientas degollinas.
Entre las reformas, destacan, las destinadas a perpetuar el
poder presidencial. La Constitución del 93 (Libérrima), de la que hubo caso
omiso, sirvió a 17 años continuos de dictadura que concluyó por la rebelión del
11 de Octubre de 1909 que logró la dimisión del General José Santos Zelaya.
El 28 de Julio de 1954, mediante Decreto No. 279; la bancada somocista (mayoría) reformó el
inc. 2º del Art. 204 y el Art. 350 de la
Constitución Política de 1939, con el objetivo de permitir la reelección de
Anastasio Somoza García, que al final encontró la muerte a balazos, en 1956.
En los días 28 y 29 de enero de 2014, la bancada sandinista
compuesta por 63 diputados más el voto de un diputado liberal-arnoldista, aprobaron la reforma del artículo 147 de la Constitución, trámite
iniciado el 10 de diciembre de 2013 que facultó la reelección presidencial.
Auxiliados de tres exponentes, traemos a la palestra pública
estos viejos pero vigentes artículos de nuestra realidad nacional; el primer testimonio, en versos, se remonta
al año 1870, pertenece al presbítero Rafael Villavicencio, el cual fue vejado
durante el Gobierno de don Fernando Guzmán (1812-1891) que fue presidente de
Nicaragua entre 1867 y 1871. Villavicencio fue víctima de la fratricida guerra
partidaria. Ocurrió al término de la guerra civil provocada por el intento de
golpe militar de 25 de Junio de 1869, cohonestado entre don Tomás Martínez en
alianza con el Gral. Máximo Jerez. Al
poeta Pablo Antonio Cuadra debemos “el rescate” de ese inestimable documento
poético testimonial del siglo XIX. Fue publicado en los suplementos dominicales
del diario La Prensa.
De igual manera, al poema del presbítero Villavicencio lo
apuntala otro trabajo del recordado historiador e investigador Franco Cerutti,
justipreciado “bibliófilo culto y selectivo, adicto a la lectura, coleccionista
de libros, conocedor de una cantidad descomunal de ellos y de editoriales,
ediciones y autores de medio mundo. Tenía un gusto literario exigente y seguro
y un olfato absolutamente confiable en cuanto a la seriedad de estudios y
ensayos que se publicaran. Polifacético y humano. Historiador, genealogista,
literato, periodista, crítico y en algún momento de su vida, director de
teatro, poseía un riguroso y agudo espíritu de investigación y la capacidad de
imaginar y reconstruir con viveza personajes, épocas y ambientes. Llegó a ser
profundo conocedor de historia y cultura centroamericana…” (Bernardini, Amalia:
En memoria de Franco Cerutti. La Nación, Costa Rica).
Cerutti, en carta dirigida a PAC., introduce, concuerda y
concatena al presbítero Villavicencio con el pensamiento de don Enrique Guzmán,
autor del artículo “Un Aniversario” escrito en 1878. Entre los tres autores,
carentes de cursilerías, dejan al descubierto la dolorosa situación de nuestra
historia recurrente, que no es de hoy, es de siempre.
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1870 – UN POEMA EN QUE LA HISTORIA SE REPITE - 1970
El Presbítero Rafael Villavicencio rescató
los cálices con las formas sagradas metiéndose entre las llamas de la Parroquia
de Granada cuando fue incendiada, junto con toda la ciudad, por orden de Walker.
Una estatua recuerda, en el atrio de la ahora Catedral de Granada, esta acción
heroica del sacerdote nicaragüense. Este mismo Presbítero, en 1870, sufrió un
escandaloso ultraje de la Policía: como era poeta narró el suceso en octavas y
lo publicó en su libreto en Managua, en 1871.
Quien
lea el poema –que copiamos fotográficamente del original— creerá estar leyendo
hechos actuales. A través de sus versos no sabemos qué nos sorprende más, si el
rodar de la historia, que a un siglo exacto vuelve a repetirse; o su triste
advertencia de que no hemos adelantado mucho en cien años.
PAC
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POEMA
He cantado la patria, y la victoria
El heroísmo, el
valor, la libertad,
Del guerrero las
proezas, y la gloria,
La virtud, el honor,
y la amistad;
La dicha verdadera, la ilusoria,
El placer, el dolor,
la dura suerte,
La esperanza, las
lágrimas, la muerte.
II
Ahora voi a publicar un hecho
Que un borron será
para la historia,
Sin que nadie se
crea con derecho
A negar una acción
que fue notoria;
Y si alguno se
atreve, yo desecho
Su palabra falaz,
atentatoria,
Contra Dios, la
verdad, el sentimiento,
Y el respeto debido
al juramento.
III
Era una noche de noviembre oscura,
Un aire suave en la ciudad
corria,
La ténue luz de la
celeste altura,
Cual un meteoro en
bóveda sombría.
Allá, de lejos entre
algazara ruda
Una música vibrar se
oía;
Yo silencioso para
Leon cruzaba,
Mientras la suerte,
¡ai! me acechaba.
IV
La suerte ingrata que cual vil tirano
Sorprende al hombre
en el ingrato mundo,
En quien me acecha
con sañuda mano,
¡La mano impía! ¡el
corazón inmundo!
Que la presa buscaba
de antemano,
Como lobo rapaz y
furibundo,
Todo, todo a su
placer cumplió
¡La víctima deseada
lo era yo!
V
Esa mano impiadada, ese instrumento
De la venganza mas
cruel y mas severa
Era el Policía que
el momento
Buscaba de saciar su
saña fiera.
Al grito: ¡capturarlo! que no es cuento,
Se vienen sobre mí
como panteras
La tropa, el
Policía… ¡hueste brava!
Que la paz del
vecino perturbaba.
VI
Tiró el caballo de la brida y luego,
Tomó la fuga con
veloz carrera
Oigo la voz del
Policía ¡¡Fuego!!
Y a las descargas me
tiraban mueras;
Y sin respeto, ni
piedad siquiera,
Su revolver descarga
sobre mí…
Pero la escena no
concluye aquí.
VII
Yo siempre en fuga para el Sur buscando
Iba, cual nave en
tempestad sombría;
La guardia toda, el
Policía infando,
Por el rumbo mismo
me seguía,
Como fiera que va
ronea bramando
Tras indefensa,
tímida ovejilla.
Que desmayada, sin
vigor ni aliento,
La rinde, y sacia su
voraz intento.
VIII
Cual débil nave que a merced del viento
Corre en las ondas
sin timón ni quilla,
Que encalla, o rompe
el huracan violento,
Y queda presa de la
mar bravía,
¡Así yo caigo!!
referirlo siento,
Entre las manos de
la guardia impia,
Que me trata con tan
cruel rigor,
Que no sentía de
sentir, dolor.
IX
¡Piedad! ¡piedad! una mujer esclama;
¡Es Sacerdote! otra
voz decía:
Sopla el demonio mas
y mas la llama:
Llévenlo al golpes!!
manda el Policía;
Y su revolver me
descarga. Es fama,
Que errando el tiro,
o bien la puntería,
Dió a mi caballo; de
la herida, cierto,
Que el otro día
resultara muerto.
X
Aquí fui víctima del furor mas soez,
Del odio ciego;
¡bárbaro atentado!
Que sella el alma
del indigno Juez,
Que a un Sacerdote
hiere despiadado.
Aqui mi sangre
derramada fue,
Y el sacrilego
crimen consumado…!
Si la nave social así camina
La
brújula apunta guillotina.
XI
Quebrado a golpes, la garganta herida,
Entre la tropa a la
prisión camino,
¡Sin que alma alguna
bienhechora, amiga.
Compadeciera mi
fatal destino!
Y la lengua feroz,
descomedida
Del despiadado
ejecutor ferino,
Me dirije
improperios cada instante.
Con voz atronadora y
arrogante.
XII
¡Ya encarcelado! ¡en un cepo duro!
¡Pasé la noche en
amargura viva!
¡Prisión impía!
¡calabozo impuro!
¡Funesta noche de
piedad esquiva!
Y el verdugo decía: aquí seguro
Queda el malvado liberal: la vida
Misma
le hubiera yo quitado…!
Pero
el tiro en el caballo ha dado…!
XIII
Brilla entre tanto la risueña aurora,
Y la siniestra
oscuridad se va,
Despunt el carro que
engalana a Elors
La luz argenta sobre
el lago ya.
El Sol los campos de
Managua dora,
¿Un nuevo día para
mí será?
¡Martir: sufriendo
mi dolor profundo!
Y dando gracias al
Señor del mundo.
XIV
Corre la voz del atentado cruel;
¡El pueblo todo a
compasión se mueve!
El buen sentido a su
conciencia fiel
La acción reprueba
del verdugo aleve,
Que en su delirio
conquistó un laurel!
¡Premio! que nadie a disputar se atreve.
Al gran manchego; que ¡pardiez! no es chanza.
Ni en la Isla
Barataria Sancho Panza.
XV
¡Y yo en el lecho del dolor quejoso!
¡Me siento grave!
pero Dios me ofrece
La mano amiga: el
brazo generoso
Del médico que allí
me favorece
Con esmero cordial y
religioso,
Que bien eterna
gratitud merece.
Porque el amigo: el verdadero amigo,
Es
conocido en el mayor peligro.
XVI
El despiadado ejecutor ufano
De su hechos se
jacta indiferente,
Que es de todo
corazón insano
Gloriarse en la
desgracia de un pasiente;
¡Me sumaria…!
¡testimonio vano!
Que
no lo borra de su torva frente
El anatema, que la Iglesia Santa
Fulmina en casos de
malicia tanta.
XVII
Dispensame lector: cuanto refiero
Es la santa
espresion de mi albedro
Y han dirigido mi
relato entero
El sentimiento, la
verdad, y Clío.
Si indulgente me
juzgas o severo
Tuyo es el juicio,
discimula el mio;
Yo inexorable bajaré
mi frente
Como víctima al fin;
pero inocente.
XVIII
Y diga cuanto quiera el Policía;
No me avisma el
sufrir; nada me irrita:
Que Dios lo juzgue
en el tremendo día.
Y entonces temblará
su alma precita.
De venganza, la sed
no me fastidia,
Que es heroica
virtud, y a Dios imita.
Quien benigno
perdona a su adversario,
A ejemplo de Jesus en
el Calvario.
Presbítero
RAFAEL VILLAVICENCIO
Managua,
abril 15 de 1871.
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CARTA DE FRANCO CERUTTI SOBRE UN ARTÍCULO DE
ENRIQUE GUZMÁN
DON ENRIQUE GUZMÁN (Archivo Dr. Eduardo Pérez-Valle) |
Managua, febrero 19 de 1970
Excmo. señor
D. Pablo Antonio Cuadra
Presente
Muy estimado amigo:
Excelente idea parecióme la de volver a publicar el poema CAPTURA Y
PRISIÓN del padre Villavicencio, tal como Ud. lo hizo en el número
correspondiente al 8 de febrero de los suplementos dominicales de La Prensa. Y también muy acertadas las pocas
palabras con las cuales Ud. indica que “a través de sus versos no sabemos que
nos sorprende más, si el rodar de la historia que a un siglo exacto vuelve a
repetirse, o su triste advertencia que no hemos adelantado mucho en cien años”.
No son muchos, desgraciadamente, los que gustan de semejantes lecturas y tan
sólo una minoría de ellos las complementa y enriquece con reflexiones ad hoc.
De
allí que la historia, contrariamente al
conocido refrán que la pregona magistra
vitae, nada o muy poco aprenda; y no por culpa suya, claro está, sino por
culpa de los que, al desconocerla, también pierden la oportunidad de sacarle
provecho. De allí por ejemplo –y entre los muchos que podríanse proponer— la
polémica harto conocida y, como el esfinge renaciente de sus propias cenizas,
de los jóvenes en contra de lo que hizo la generación anterior, el afán
anti-histórico de deshacer y destruir el pasado, de romper con toda tradición
hasta logar un “orden nuevo” etc. Generosa ilusión, no cabe duda, y que habla
muy alto de sus nobles anhelos, más que revela al mismo tiempo, escaso
conocimiento de los hechos e insatisfactoria madurez histórica.
Es
resabido que a los innovadores, revolucionarios Pirandello, Ionesco, Beckett,
etc. tarde o temprano se les brinda un sillón
académico o un Premio Nóbel, y que a mis excelentes amigos José Coronel
y Pablo Antonio Cuadra, tras pregonar la Anti-Academia y organizarla en la
granadina torre de La Merced, constituyen hoy en día el respaldo de la Academia
Nicaragüense de la Lengua…
Quizás
en aquel lejano entonces lo hubieran juzgado imposible, más en tantos años se
han familiarizado con las buenas lecturas y las sensatas meditaciones
históricas y estoy seguro que hoy en día lo conceptúan como muy natural. Tal
como yo también –dicho sea de paso— lo conceptúo. Huelga decir que no quiero
con esto rebajar en lo más mínimo la importancia de las Academias y de quienes
pertenecen a ellas, más bien subrayar –si fuera necesario— su positivo mérito y
la necesidad de ellas en una sociedad organizada según lógica y sentido común.
Y
no hablemos del desarrollo de la ideología políticas, trátese de fascismo o
comunismo –lo mismo da en este caso— que evolucionan (o, si se prefiere,
involucionan) desde una postura republicana, revolucionaria, obrerista hasta
convertirse en una dictadura derechista apoyada en la iglesia, la monarquía y
la plutocracia italiana, el primero; y acaban –el segundo— en reconocer el
principio de la plusvalía económica y de la iniciativa particular.
Frente a situaciones insatisfactorias, enredadas, a veces inaceptables,
los políticos y reformadores a menudo se preguntan: “¿qué hacer?”; “muy pocas veces: “¿qué pensar?”. Mas no cabe
duda de que la acción acertada, el remedio eficaz, la reforma que sirve,
únicamente son hijas del pensamiento, de la meditación, de la profundización de
la realidad en sus antecedentes históricos.
Por
esto, volviendo al Padre Villavicencio y a las razones que me han inducido a
dirigirme a Ud. esta carta, creo no solamente que la publicación del poema
aludido sea muy provechosa para los que sepan leer con espíritu histórico estos
viejos papeles, sino que valdría la pena seguir por este camino, establecer en
otras palabras un constante paralelismo de hechos y situaciones del pasado y
del presente, un cotejo de las realidades de hoy –ya sean políticas, sociales,
culturales, etc., con las de antaño—. Material no falta para tan interesante
tarea, y de no haber logrado otros resultados, siempre se habrá cumplido con
una finalidad educativo-cultural, pues muchos son los documentos parecidos al
poema del padre Villavicencio que siguen desconocidos hoy en día.
Para que no todo quede en palabras, a continuación le adjunto copia del
artículo que don Enrique Guzmán escribió con motivo de un aniversario de la
Independencia de C.A. y que hallé entre los documentos de mi archivo. También
se publicó hace casi un siglo en La Prensa, más en LA PRENSA de Granada. Está
fechado septiembre 14 de 1878, sin
embargo, por la mayoría de los conceptos expresados, por el lúcido, sarcástico,
impiadoso diagnóstico de los males del país, bien pudiera haberse escrito hoy.
Don Enrique gustaba de leer y reflexionar
sobre los hechos: por esto mismo, tras un sereno examen de la situación,
en vez de despotricar en contra de la generación anterior pregunta: “¿Qué
cuenta daríamos hoy de la obra de
nuestros padres?” Quien tenga conocimiento –aunque superficial— de la historia
nicaragüense de los últimos cien años, forzosamente deberá reconocer que su
pregunta es muy de actualidad.
Como lo es –estimado amigo— la triste advertencia de la historia, de
que, bajo ciertos conceptos no hemos
adelantado mucho en cien años.
Mientras una vez más dos de las repúblicas centroamericanas se enfrentan
en armas; mientras muchísimos de los problemas políticos y sobre todo
socio-culturales de todas ellas siguen sin resolver y por lo contrario se
agudizan siempre más, puede ser útil recordar estas palabras y reflexiones
desapasionadamente sobre la causa de tamaños males.
Afectuosamente le saluda su amigo.
FRANCO CERUTTI
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UN
ANIVERSARIO. Por:
Enrique Guzmán. Setiembre de 1878.
En la víspera del gran día de la patria, cuando de un extremo a otro de
la América Central se evocan los gloriosos e históricos recuerdos de 1821,
apartándose involuntariamente la vista y el pensamiento de la estrecha y
encendida arena donde los partidos nicaragüenses lucha hoy, como lucharon ayer,
con encarnizamiento digno de mejor causa, por conquistar el cetro de caña de
este pobre cacicazgo, por absurdas rivalidades lugareñas, por mezquinos
intereses de círculo y de campanario, --que, en nuestra vanidad y en nuestro
orgullo, elevamos al rango de altas cuestiones políticas y sociales.
Las microscópicas Repúblicas de Centro América van a cumplir mañana
cincuenta y siete años de edad.
El sol del Quince de Septiembre alumbrará una vez más el triste y desconsolador espectáculo de un pueblo que
nació sano y vigoroso, que próvida naturaleza obsequiará con infinitos dones y
que hoy, enfermo de espíritu y de cuerpo, pobre e ignorante, ni siquiera puede
apercibirse de la situación lastimosa en que se encuentra.
No hemos sido exactos al decir que las Repúblicas Centroamericanas van a
cumplir mañana cincuenta y siete años de edad, no; vinieron ellas al mundo algo
más tarde. Los patriotas de 1821, crearon una entidad política considerable,
que desapareció varios años después entre las orgías de la guerra civil; y es
seguro que nuestros padres estuvieron lejos, muy lejos, de imaginarse que,
andando el tiempo, sus hijos, ciegos y desinteligenciados, llegarían a
convertir en cinco ridículas e imperceptibles naciones soberanas, la antigua
Capitanía general de Guatemala, que el varonil esfuerzo de los colonos
insurgentes había transformado en la República de Centro América.
Va ser mañana día de fiestas oficiales, de gallardetes e iluminaciones
por bando de autoridad, de misas solemnes y Te Deum, de brindis y discursos, de
discursos sobre todo.
Se hablará un poco de los horrores de la conquista, se echará una rápida
ojeada sobre nuestra oscura y tranquila vida colonial, se traerá de paso a la
memoria medio siglo de lágrimas y sangre, y se maldecirá en todos los tonos a
España, nuestra madre.
Es una antigua costumbre que no pasa de moda. Sin embargo, ya sería
tiempo de reaccionar contra la rutina, de modificar, en parte al menos, el
programa de la fiesta, de olvidar un poco los virreyes, oidores y encomenderos,
para pensar en nuestras propias faltas, en nuestros crímenes de ayer y en
nuestra vergüenza de hoy.
No sería malo hacer un severo examen de conciencia en esta fecha
memorable. Quizás el recuerdo y remordimiento de los pasados extravíos, podrán
dar a los centroamericanos inspiraciones de cordura.
Los horrores de la conquista fueron obra del siglo XVI y la obra de
nuestros progenitores. Dejemos a los indígenas de pura sangre que aún quedan en
estas comarcas y cuya condición ha cambiado muy poco de trescientos años a esta
parte, fulminar contra la ferocidad de los conquistadores.
Maldecir a la España y hacerla responsable de nuestras desgracias, es
absurdo y es odioso. Ella nos dio lo que tenía y todo cuanto nos podía dar. Si
heredamos muchos de sus defectos, si la América Latina es, como la España
indolente, pendenciera, y casi ingobernable, no está bien que la hija reproche
a su madre las imperfecciones que ésta le transmitiera por ley ineludible de la
naturaleza.
Antes de denostar en lengua española a la nación noble y valerosa que
trajo a esta tierra de luz de la civilización, pensemos en la inmensa responsabilidad
que sobre nosotros mismos pesa, por haber gastado torpemente en cincuenta y
siete años de sangrientas bacanales, la preciosa herencia que nos legaran los
próceres de 1821.
¿Qué cuenta daríamos hoy de la obra de nuestros padres? –Qué hemos
hechos nosotros de la República de Centro América?
Ahí está a la vista de todos, para servir de ludibrio a los extraños y
para nuestra eterna confusión y eterna ignominia, el abigarrado cuadro de cinco
raquíticas nacionalidades engendro monstruoso del egoísmo y de la demencia.
No sería la América Central una gran potencia; no; pero al menos,
ocuparía en el concierto de las naciones un puesto igual al de Chile, Colombia
o Venezuela.
Políticamente, Centro América ha muerto. — Hoy puede decirse de ella lo
que se decía de Italia antes de 1859: —es una expresión geográfica.
De su cadáver han nacido las actuales republiquillas –infusorios,
verdaderas nacionalidades en miniatura, que no contentas todavía con su visible
pequeñez viven devorándose unas a otras, y son objeto de compasión para sus
vecinos, de vergüenza para sus hijos y de curioso estudio para el entomólogo.
El aniversario de mañana es, por tanto, el aniversario de un muerto.
Las envenenadas controversias; las rivalidades lugareñas, las iras, las
cóleras, las demencias, deben callar en esa hora solemne en que el espectro
ensangrentado de la patria se presenta a nuestra vista como una reconvención de
ultra-tumba, como el fantasma de Banquo ante los ojos del asesino Macheth.
¿Qué vamos a celebrar el Quince de Septiembre de 1878? — ¿Nuestra
emancipación Política de España? Pero, ¿qué hemos hechos de esa independencia?
Dirigid una mirada al Istmo de Tehuantepec al Estado de Veraguas y
mostradnos el punto luminoso que deba regocijar o alentar el alma del patriota.
Liberta, ilustración, fuerza, crédito, tranquilidad, todo nos falta.
Comparémosnos con cualquiera de las repúblicas hispanoamericanas, y
haremos más patente nuestra pequeñez y
nuestra miseria.
Ocupamos el último peldaño en la escala de las naciones, porque bastante
fuertes para la obra inicua de la separación, hemos sido impotentes para
reconstruir el edificio que levantaron los hombres de 1821.
¿Queréis saber lo que nuestro crédito en Europa? —Id a preguntar a las
bolsas de París y Londres.
La paz de Centro América es una eterna mentira; su cultura, escrita está
en las columnas de nuestra prensa periódica, la última del continente; libertad…
más vale no tocar este punto; de nuestra fuerza de nuestra respetabilidad ante
el mundo os darán razón Borland y Chatfield, Valmaseda y Maego, el Capitán
Lambton Loraine y el pseudo diplomático Von Bergen. ¡Cubrámonos la cara con
entrambas manos si todavía nos queda en ella una sola gota de sangre!
¿Qué festejaremos mañana? Una nacionalidad muerta, medio siglo de
anarquía, cincuenta y siete años de
dilapidaciones y escándalos, las bofetadas que hemos recibido de los poderosos,
el entronizamiento del cacicazgo, el triunfo definitivo quizá ¡Dios no lo
quiera! del fraccionamiento y de la insensatez.
Más vale que sin ruidos, sin iluminaciones ni banderas penetremos en lo
más íntimo de nuestra propia conciencia, recapitulemos las faltas cometidas,
analicemos con severa imparcialidad las causas que nos han traído al
estercolero en que yacemos, y pidamos a la historia consejo, al patriotismo
fuerzas y a la cordura inspiración.
Seamos sensatos, siquiera durante doce horas consecutivas; tengamos cada
año un día de reflexión y recogimiento. Pasado mañana volveremos a colgarnos el
traje pintarrajado y los cascabeles de la locura; hablaremos otra vez de
sufragio, de garantías, de libertad, de derechos, de coas que no hemos visto nunca;
hablaremos sobre todo en Nación y de Patria, de Nación que es una pobre
desconocida tribu, y de Patria que no tenemos porque nosotros mismos la
matamos.
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