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COMANDANTE CARLOS FONSECA AMADOR Cuando convalecía de los balazos recibidos en combate, en "El Chaparral". FOTO INÉDITA, CONSERVADA POR LA ESCRITORA MARÍA TERESA SÁCHEZ |
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Del Director del Blogspot:
En nuestro archivo histórico conservamos una copia mecanografiada de este relato, proporcionada por Juan Aburto a Eduardo Pérez-Valle. También, puede encontrarse en el suplemento cultural "Ventana", edición No. 267., del sábado, 8 de noviembre de 1986. Pág. 3. En esta interesantísima rememoración testimonial --quizás única, para la época y, la historia biográfica de Fonseca Amador--, podemos encontrar la "continuidad" o el "enlace" de ese derrotero de ideas que bullían en el espíritu inquieto de quien fuera el fundador del FSLN., y que dejó en esbozos durante el interrogatorio al cual fue sometido cuatro años más tarde, en 1958, después de participar en el Festival Mundial de la Juventud. Documento que hemos transcrito en este Blogspot, de forma íntegra, con el título: "El primer interrogatorio efectuado a Carlos Fonseca Amador en la Oficina de Seguridad Nacional".
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RECUERDOS DE CARLOS FONSECA.
Por: Juan Aburto.
Conocí a Carlos
Fonseca Amador por el año 1954, en casa de Manolo Cuadra. Residía éste frente
al costado norte del Parque de Candelaria, y a esa vivienda, atraídos por el
genio, la simpatía y popularidad de Manolo, asiduamente acudía multitud de
gente de la más variada formación y procedencia: poetas, periodistas,
escritores, bohemios, boxeadores, comunistas, pintores, obreros, intelectuales,
vagabundos, profesionales, extranjeros, trashumantes, individuos desconocidos,
curiosos o pintorescos, en fin, toda la gama humana que pudiera imaginarse. De
manera que el local manteníase siempre lleno de aquella concurrencia rara, de
la que constantemente salían unos y entraban otros, alguien portando oportuno
alguna botella y comidas, o libros, manuscritos, cuadros, dibujos, y se
producía el jolgorio. Siempre se encontraban allí no menos de 5 a 10 personas
presente, que desde por la mañana iniciaban la charla constante, el cordial
intercambio de comunicaciones, las presentaciones mutuas, siempre entre
chistes, relatos de aventuras, comentarios alegres y festivos, todo lo cual hacía
de la perenne reunión una jubilosa permanencia de los circunstantes.
Un día comenzó a
llegar un jovencito delgado, reservado y tímido, de ojos azules y mirada
melancólicas o severa. Supe que se llamaba Carlos Fonseca, pero nunca se
comunicaba con nadie, fuera de un saludo general y escueto. Únicamente le
hablaba a Manolo Cuadra y se situaba al margen de la tertulia. Generalmente ni
tomaba asiento; colocábase en un ángulo de la sala, apoyado a la pared y desde
allí observaba a cada uno de los contertulios y al grupo entero, que reía a
gritos y charlaba interminablemente.
Era evidente que
a Carlos Fonseca vivamente le impacientaba tal espectáculo, y nos miraba a todos
casi hosco, como con desaprobación y reproche. Creo que él lamentaba para sí y
condenaba en mente el hecho de que tantas inteligencias diversas y singulares
dilapidaran su saber, sus experiencias, su ponderación y juicio en banales
manifestaciones de buen humor perenne o acaso en consideraciones pasajeras
sobre una mera poesía, la que se daba entonces en nuestro medio y en el ámbito
extranjero.
Naturalmente que
no todo el tiempo se producían aquellos cónclaves
superficiales alegres de los “poetas”,
como nos llamaban a los que asistíamos diariamente al lugar, pues en otras
ocasiones, sobre todo cuando los asistentes no eran muchos, se generaban serias
conversaciones, polémicas, intercambio de opiniones sobre asuntos históricos –por
ejemplo— artísticos, sociológicos o de política internacional, discusiones en
que sobresalían con sus talentos, principalmente el propio Manolo Cuadra,
Guillermo E. Arce, Chepe Chico Borgen y Emilio Quintana.
Es el caso que
Carlos Fonseca desaparecía de repente, sin despedirse, y a los días volvía a llegar en igual forma,
asumía su extraña actitud pasiva, aparte de los otros, y desde su mismo rincón disponíase de nuevo a
observarnos. De improviso Carlos, aprovechando quizá un resquicio en la
habladera, un silencio momentáneo, se desprendía de su rincón rápidamente y
acercándose a Manolo Cuadra, que llevaba siempre la voz cantante, le interrumpió
diciendo cosas como estas:
— ¿Manolo, creés
vos que en este país domina enteramente la burguesía? Formulaba la pregunta y
se retiraba enseguida a su puesto, a esperar la contestación de Manolo. Este,
interrumpido y desconcertado por lo inusitado de la pregunta, recapacitaba un
momento, le daba breve respuesta y luego se volvía hacia el grupo que también
lo espectaba.
Al rato, Carlos
Fonseca, aprovechando otro instante propicio repetía lo mismo y preguntaba:
— ¿Manolo, se podría lograr una economía
dirigida?
O si no:
— ¿Manolo se podría lograr una alianza entre
campesino, obreros e intelectuales?
A veces Carlos me recordaba a Mariátegui,
cuando preguntaba:
— ¿Manoló, has
pensado si se produce ya un aliento común de liberación entre los pueblos
americanos?
O bien:
— ¿Manoló, existen y a los atisbos de una
literatura de izquierda en Nicaragua?
Manolo, como que
no se hallaba bien dispuesto de momento para afrontar aquellas interpelaciones
que ameritaban con frecuencia toda una disertación, o no podía atender la baraúnda
que formábamos todos nosotros y a la vez los serios interrogatorios que le
formulaba Carlos, entonces le contestaba con una medio humorada y lo contenía
un tanto.
Pero de todos
modos no podía dejar de sorprenderle –igual que al resto de los visitantes, y
así lo comentábamos ulteriormente— la originalidad, la profundidad y las
trascendencias de cada proposición, máxime que los exponía un jovenzuelo de
quien no esperábamos jamás que asumiera tan singular actitud pensante. Esa actitud
me revelaba a mí particularmente, que el joven Fonseca, a esa temprana edad, se
encontraba ya imbuido de profundas conturbaciones político-económicas, y que a
su mente y su espíritu eran un constante hervidero de ideas extraordinarias, de
detenidas meditaciones, de análisis constante de la realidad social de nuestro
país y del resto de América, y la contemplación avizora de un futuro de
transformación o cambio en las estructuras ideológicas del continente o del
mundo.
A veces Manolo invitábalo a comer –generalmente
mondongo— en el restaurante “Petit Cafe”, frente al otro costado del mismo
Parque de Candelaria. Íbamos todos juntos y Carlos se sentaba solo al extremo
de una larga mesa siempre tristón y meditativo, sin hablar con nadie. De
repente levantábase rápido y acerándose a Manolo Cuadra le hablaba al oído.
Quizá alguna nueva proposición sobre los mismos temas, que se le había ocurrido
repentinamente. Regresaba a su sitio y al poco rato volvía a hacer lo mismo
varias veces; lo que demostraba que no les daba nunca un punto de reposo a su
pensamiento revolucionario.
Años después
comprendí que todas aquellas profundas inquietudes de Carlos Fonseca Amador no
habían sido otra cosa que la gestación de los basamentos, los lineamientos, las
proyecciones y, en última instancia, los logros insignes de su obra gigantesca:
el FSLN que realmente vino a deparar la liberación del pueblo agotado por una
dictadura sanguinaria, como a preparar la transformación del futuro de
Nicaragua en el concierto universal de las naciones que se encaminan hacia un
mundo mejor.
Volví a encontrar
a Carlos Fonseca en 1956, en San José de Costa Rica, en casa del dibujante Toño
López. Esta vez lo vi a Carlos ya no sombrío como antes, sino más bien
jubiloso, más seguro de sí, constantemente alegre y coreando o completando los
finísimos chistes y agudezas de Toño, si bien sabía yo que por la noches Carlos seriamente dirigía
largas sesiones de trabajo de formación ideológica y estudios políticos a
grupos de exiliados nicaragüenses residentes allá.
Recuerdo que una
mañana fuimos con él a dejar una ropa a la lavandería. En esos días el poeta
Rigoberto López Pérez había ejecutado ejemplarmente al tirano Somoza García. Al
informar Toño López su nombre al empleado, éste le contestó:
— ¿López qué?
— ¡Pérez!, exclamó rápido Carlos Fonseca.
— Y así fue como,
por el ingenio instantáneo de Carlos, Toño López Bermúdez quedó inscrito allí
como Toño López Pérez, en homenaje íntimo a Rigoberto.
Pero ya no volví
a ver más a Carlos Fonseca Amador. Hasta que nos grabó a todos los
nicaragüenses su efigie en el corazón, cuando penetró a la inmortalidad.
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