jueves, 30 de julio de 2015

RECUERDOS DE CARLOS FONSECA. Por: Juan Aburto. 3 de Noviembre de 1986.


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COMANDANTE CARLOS FONSECA AMADOR
Cuando convalecía de los balazos recibidos en combate, en "El Chaparral".
FOTO INÉDITA, CONSERVADA POR LA ESCRITORA MARÍA TERESA SÁCHEZ
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Del Director del Blogspot: 

     En nuestro archivo histórico conservamos una copia mecanografiada de este relato, proporcionada por Juan Aburto a Eduardo Pérez-Valle. También, puede encontrarse en el suplemento cultural "Ventana", edición No. 267., del sábado, 8 de noviembre de 1986. Pág. 3. En esta interesantísima rememoración testimonial --quizás única, para la época y, la historia biográfica de Fonseca Amador--, podemos encontrar la "continuidad" o el "enlace" de ese derrotero de ideas que bullían en el espíritu inquieto de quien fuera el fundador del FSLN., y que dejó en esbozos durante el interrogatorio al cual fue sometido cuatro años más tarde, en 1958, después de participar en el Festival Mundial de la Juventud. Documento que hemos transcrito en este Blogspot, de forma íntegra, con el título: "El primer interrogatorio efectuado a Carlos Fonseca Amador en la Oficina de Seguridad Nacional".

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 RECUERDOS DE CARLOS FONSECA.

Por: Juan Aburto. 

    Conocí a Carlos Fonseca Amador por el año 1954, en casa de Manolo Cuadra. Residía éste frente al costado norte del Parque de Candelaria, y a esa vivienda, atraídos por el genio, la simpatía y popularidad de Manolo, asiduamente acudía multitud de gente de la más variada formación y procedencia: poetas, periodistas, escritores, bohemios, boxeadores, comunistas, pintores, obreros, intelectuales, vagabundos, profesionales, extranjeros, trashumantes, individuos desconocidos, curiosos o pintorescos, en fin, toda la gama humana que pudiera imaginarse. De manera que el local manteníase siempre lleno de aquella concurrencia rara, de la que constantemente salían unos y entraban otros, alguien portando oportuno alguna botella y comidas, o libros, manuscritos, cuadros, dibujos, y se producía el jolgorio. Siempre se encontraban allí no menos de 5 a 10 personas presente, que desde por la mañana iniciaban la charla constante, el cordial intercambio de comunicaciones, las presentaciones mutuas, siempre entre chistes, relatos de aventuras, comentarios alegres y festivos, todo lo cual hacía de la perenne reunión una jubilosa permanencia de los circunstantes.

     Un día comenzó a llegar un jovencito delgado, reservado y tímido, de ojos azules y mirada melancólicas o severa. Supe que se llamaba Carlos Fonseca, pero nunca se comunicaba con nadie, fuera de un saludo general y escueto. Únicamente le hablaba a Manolo Cuadra y se situaba al margen de la tertulia. Generalmente ni tomaba asiento; colocábase en un ángulo de la sala, apoyado a la pared y desde allí observaba a cada uno de los contertulios y al grupo entero, que reía a gritos y charlaba interminablemente.

     Era evidente que a Carlos Fonseca vivamente le impacientaba tal espectáculo, y nos miraba a todos casi hosco, como con desaprobación y reproche. Creo que él lamentaba para sí y condenaba en mente el hecho de que tantas inteligencias diversas y singulares dilapidaran su saber, sus experiencias, su ponderación y juicio en banales manifestaciones de buen humor perenne o acaso en consideraciones pasajeras sobre una mera poesía, la que se daba entonces en nuestro medio y en el ámbito extranjero.
    
     Naturalmente que no todo el tiempo se producían  aquellos cónclaves superficiales  alegres de los “poetas”, como nos llamaban a los que asistíamos diariamente al lugar, pues en otras ocasiones, sobre todo cuando los asistentes no eran muchos, se generaban serias conversaciones, polémicas, intercambio de opiniones sobre asuntos históricos –por ejemplo— artísticos, sociológicos o de política internacional, discusiones en que sobresalían con sus talentos, principalmente el propio Manolo Cuadra, Guillermo E. Arce, Chepe Chico Borgen y Emilio Quintana.

     Es el caso que Carlos Fonseca desaparecía de repente, sin despedirse,  y a los días volvía a llegar en igual forma, asumía su extraña actitud pasiva, aparte de los otros,  y desde su mismo rincón disponíase de nuevo a observarnos. De improviso Carlos, aprovechando quizá un resquicio en la habladera, un silencio momentáneo, se desprendía de su rincón rápidamente y acercándose a Manolo Cuadra, que llevaba siempre la voz cantante, le interrumpió diciendo cosas como estas:

     — ¿Manolo, creés vos que en este país domina enteramente la burguesía? Formulaba la pregunta y se retiraba enseguida a su puesto, a esperar la contestación de Manolo. Este, interrumpido y desconcertado por lo inusitado de la pregunta, recapacitaba un momento, le daba breve respuesta y luego se volvía hacia el grupo que también lo espectaba.

     Al rato, Carlos Fonseca, aprovechando otro instante propicio repetía lo mismo y preguntaba:

     — ¿Manolo, se podría lograr una economía dirigida?

     O si no:

      — ¿Manolo se podría lograr una alianza entre campesino, obreros e intelectuales?

       A veces Carlos me recordaba a Mariátegui, cuando preguntaba:

      — ¿Manoló, has pensado si se produce ya un aliento común de liberación entre los pueblos americanos?

      O bien:

      — ¿Manoló, existen y a los atisbos de una literatura de izquierda en Nicaragua?

     Manolo, como que no se hallaba bien dispuesto de momento para afrontar aquellas interpelaciones que ameritaban con frecuencia toda una disertación, o no podía atender la baraúnda que formábamos todos nosotros y a la vez los serios interrogatorios que le formulaba Carlos, entonces le contestaba con una medio humorada y lo contenía un tanto.

     Pero de todos modos no podía dejar de sorprenderle –igual que al resto de los visitantes, y así lo comentábamos ulteriormente— la originalidad, la profundidad y las trascendencias de cada proposición, máxime que los exponía un jovenzuelo de quien no esperábamos jamás que asumiera tan singular actitud pensante. Esa actitud me revelaba a mí particularmente, que el joven Fonseca, a esa temprana edad, se encontraba ya imbuido de profundas conturbaciones político-económicas, y que a su mente y su espíritu eran un constante hervidero de ideas extraordinarias, de detenidas meditaciones, de análisis constante de la realidad social de nuestro país y del resto de América, y la contemplación avizora de un futuro de transformación o cambio en las estructuras ideológicas del continente o del mundo.

     A veces Manolo invitábalo a comer –generalmente mondongo— en el restaurante “Petit Cafe”, frente al otro costado del mismo Parque de Candelaria. Íbamos todos juntos y Carlos se sentaba solo al extremo de una larga mesa siempre tristón y meditativo, sin hablar con nadie. De repente levantábase rápido y acerándose a Manolo Cuadra le hablaba al oído. Quizá alguna nueva proposición sobre los mismos temas, que se le había ocurrido repentinamente. Regresaba a su sitio y al poco rato volvía a hacer lo mismo varias veces; lo que demostraba que no les daba nunca un punto de reposo a su pensamiento revolucionario.

     Años después comprendí que todas aquellas profundas inquietudes de Carlos Fonseca Amador no habían sido otra cosa que la gestación de los basamentos, los lineamientos, las proyecciones y, en última instancia, los logros insignes de su obra gigantesca: el FSLN que realmente vino a deparar la liberación del pueblo agotado por una dictadura sanguinaria, como a preparar la transformación del futuro de Nicaragua en el concierto universal de las naciones que se encaminan hacia un mundo mejor.

     Volví a encontrar a Carlos Fonseca en 1956, en San José de Costa Rica, en casa del dibujante Toño López. Esta vez lo vi a Carlos ya no sombrío como antes, sino más bien jubiloso, más seguro de sí, constantemente alegre y coreando o completando los finísimos chistes y agudezas de Toño, si bien sabía yo que  por la noches Carlos seriamente dirigía largas sesiones de trabajo de formación ideológica y estudios políticos a grupos de exiliados nicaragüenses residentes allá.

     Recuerdo que una mañana fuimos con él a dejar una ropa a la lavandería. En esos días el poeta Rigoberto López Pérez había ejecutado ejemplarmente al tirano Somoza García. Al informar Toño López su nombre al empleado, éste le contestó:

     —   ¿López qué?

     —  ¡Pérez!, exclamó rápido Carlos Fonseca.

     — Y así fue como, por el ingenio instantáneo de Carlos, Toño López Bermúdez quedó inscrito allí como Toño López Pérez, en homenaje íntimo a Rigoberto.

     Pero ya no volví a ver más a Carlos Fonseca Amador. Hasta que nos grabó a todos los nicaragüenses su efigie en el corazón, cuando penetró a la inmortalidad.

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