CELEBRACIÓN DE LA PURÍSIMA EN EL SANTUARIO DE EL VIEJO
Por Edgardo Buitrago*
“Este hermoso
templo congrega todos los años a miles de romeros que, desde todos los puntos
de la República, –y aún de las hermanas de Centro
América—, llegan a rendirle su testimonio de amor y de devoción en su fiesta
del seis de Diciembre, conocida generalmente como: “la lavada de la plata”.
La fiesta empieza,
prácticamente, el veintiocho de Noviembre, al iniciarse en esta fecha la Novena
que debe terminar propiamente el seis de Diciembre.
Llegada esta
fecha, dan comienzo los actos desde las más tempranas horas de la madrugada.
Entonces, los miles de peregrinos llegados desde los días anteriores, se reúnen
en la iglesia a oír las primeras misas. Luego llega, –a las diez de la mañana—,
el momento solemne en que la histórica imagen es bajada de su trono y expuesta
a la veneración directa de los fieles, mientras miles de voces entonan cantos y
vivas y la Banda ejecuta el “Himno a la Virgen”.
Inmediatamente de
su descenso, la imagen es entregada a un grupo de damas que forman “la Guardia
de la Virgen”, quienes proceden a despojarla de las vestiduras que ha ostentado
durante todo el año y a colocarle las nuevas. El manto y “el vestido” quitados
se cortan en pedacitos que se reparten entre todos los concurrentes como
“reliquias”…
Y pasado todo
esto, se procede a “la lavada de la plata”, acto original y de gran
significación, que ha llegado a darle nombre a toda la festividad. Consiste en
sacar a la plaza que rodea a la iglesia, todos los objetos de palta, de oro (y
de otros metales), que adornan a la imagen o que se exhiben como “exvotos” en
testimonio elocuente de sus milagros. Los objetos pasan de mano en mano,
lavándose y limpiándose con los procedimientos populares de “restregamiento con
ceniza y limón”… ¡Y todos regresan íntegros a los Camarines de la Virgen!...
(Hasta la fecha, no hay noticia de que se haya perdido un solo en alguna
ocasión).
“Mientras se lava
la plata, se canta dentro y fuera del templo”.
“Los promesantes,
en grandísimo número, —sigue diciendo la referida crónica—, van en fila
interminable cumpliendo cada uno lo prometido fielmente a la Virgencita que en
un día de dolo oyó sus ruegos y mitigó sus penas. Es de verse, de admirarse; de
maravillarse la grandeza de una fe sin límites cual la que depositan aquellos
seres con lágrimas de amor y
agradecimiento ante los pies de María Santísima, en el cumplimiento de
sus sagradas promesas. Algunos van recorriendo de rodillas y vendados largos
trechos, desde la Puerta del Perdón hasta el Altar Mayor (unos ochenta metros);
otros se pasan también de rodillas y vendados largas horas de expiación, y mil
modos diferentes demostrativos a cual
más de la piadosa, de la profunda fe que se anida en sus rendidos corazones”.
“Los oficios
religiosos se prolongan hasta muy tarde, —continúa la crónica—, cuando la
sagrada imagen es restituida entre cánticos y oraciones a la cámara regia de su
Trono”.
“Durante el día
las gentes sencillas y las de granítica fe, se acercan reverentes a un sitio
especial donde les dan agua de la corona de la Virgen. Esta agua se obtiene de
un recipiente en el cual descansa por
unos segundos la corona que ha ornado durante todo el año la linda cabellera de
la Virgen. Unos la toma por gusto; otros porque creen firmemente que tiene la
virtud de una panacea y pretende aliviarse de viejas y rebeldes dolencias, y
hay que ver la fe y la fruición de
aquellas gentes tomando un poco de aquella agua”.
*Las Purísimas.
León. 1959.
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