viernes, 18 de noviembre de 2016

DE MRS. HANNA A LA DINORAH Por: Víktor Morales Henríquez


Principio y fin de la dictadura somocista
 Historia de medio siglo de corrupción

Homine imperito numquam quidquam injustius.

   Este no es un libro pornográfico; ni siquiera sensacionalista. Si aborda un tema delicado, éste ha sido transcrito al papel también de una manera delicada. Ha sido un notable mérito del autor trasladar, en un lenguaje sobrio, elegante y castizo el enorme cúmulo de detalles que, por su pobreza lexicográfica o por la misma naturaleza del hecho relatado, tuvieron que ser descritos por sus entrevistados de una manera necesariamente cruda.

   En todas las páginas de este libro, primero que aborda una faceta de los Somoza mantenida oculta a lo largo de todo su imperio, campea el más absoluto respeto a la moral pública y el apego más estricto a la verdad.

   Por las razones antes expuestas creemos que esta obra, si bien  no constituye un aporte trascendental para la bibliografía aparecida después de la caída de los Somoza, cumple con la finalidad de dar a conocer al pueblo de Nicaragua uno de los aspectos más vergonzosos de la tiranía y cuya existencia, mantenida más o menos encubierta por sus dos primeros representantes, alcanzó el pináculo de la depravación con el tercero y último de ellos.

PRÓLOGO

   La sentencia de Terencio, tan justa, tan exacta, tan sabia, se muestra también tan desoladoramente pobre cuando se la quiere aplicar a los Somoza, principalmente, a Anastasio Somoza Debayle, que se precisaría hacer acopio de todas las que en la Historia han tratado de definir y acusar a hombres y regímenes nefastos  y perversos… para desecharlas con un gesto de asombro y desaliento por su imposibilidad para describir a la terrible familia!

   Si Nicaragua tuvo que sufrir por partida triple la injusticia derivada de la ignorancia de los Somoza, es con el último de la negra dinastía con quien se alcanzan las simas más profundas de la descomposición social y se hunde a la República en los tremedales de la depravación, del vicio y de la total abyección…

   Porque en Somoza Debayle, obsceno hasta en su figura, se mezclan y confunden en diabólica fórmula los ingredientes de que fueron hechos sus antecesores varones para producir esa rara quintaesencia del mal y de la degeneración que es él.

   Como todos los imperios asentados en la opresión, el crimen  y el saqueo, el de los Somoza no iba a marcar una excepción en el destino histórico que los condena a desaparecer entre los puños crispados de esa paciente inmensa masa llamada pueblo, pero también inmensamente intransigente e implacable a la hora de reivindicar sus derechos pisoteados.

   Con este modesto trabajo queremos poner en evidencia del pueblo un aspecto de la vida de los Somoza, que, oculto o mal disfrazado en los dos primeros, cobró en el tercero, más inmoral y desvergonzado que su padre y su hermano, formas de verdadero escándalo nacional e incluso internacional.

   Sumido irracionalmente en un pasado lo suficientemente lejano y aleccionador como para no incurrir en sus mismos excesos (la Roma Imperial, la Francia pre-revolucionaria) Somoza  Debayle arrancó el velo con que más o menos púdicamente su padre y su hermano cubrían las desviaciones carnales de su corte y casi proclamó a voz en cuello el derecho al concubinato o al queridazco, en el que ya se refocilaba y contra el cual el pueblo lanzaba sus pullas desaprobatorias.

   (A pesar de esto. Anastasio Somoza Portocarrero, hijo mayor del último dictador nicaragüense, parecía ver con agrado y naturalidad el queridazgo que lesionaba la dignidad de su madre y lo confirma plenamente la íntima amistad que llegó a trabar con la querida oficial del tirano. Este sólo hecho, que muestra la absoluta amoralidad del joven prospecto para dictador, avala la afirmación del pueblo, que veía y a en él un tiranuelo en potencia, dotado con creces de la maldad, el sadismo y la ambición que padecieron su abuelo, su tío y su padre juntos).

   Las aventuras de alcoba, los devaneos y  conquistas entre cortesanos, los amores furtivos y prohibidos fueron y aún son, acontecimientos normales en cualquier lugar donde hay  hombre y mujeres reunidos. Pero en la corte de Somoza Debayle, en las postrimerías del siglo XX y en una sociedad cristiana y  occidental se llegó a elevar tanto el culto a los placeres venéreos, se exaltó y legitimó a tal grao lo que la moral  y la decencia públicas condenan por su ilegitimidad, que la violenta desintegración de esa corte tenía que producirse como una consecuencia lógica e inevitable.

   En la historia de los pueblos ha habido y existen aún gobiernos despóticos y totalitarios; saqueadores y venales; impopulares y antidemocráticos. Pero cuando a todas estas lacras se agrega el agravante de la pérdida del respeto a las más sanas costumbres del pueblo; del escarnio a la moral pública que las leyes consignan por escrito y la decencia dicta como íntimo imperativo en la conciencia de cada ciudadano, el derrumbe de esos gobiernos está definitivamente sellado.

   Es este aspecto del imperio de los Somoza, nunca antes abordado hasta hoy, el que queremos dar a conocer a nuestro pueblo. La aceptación de este trabajo será el mejor premio a nuestros esfuerzos.

Fato quodam, an quia praevalent illicitus metebuaterque ne in stupra feminarum illustrium prorrumperete
                                                    Tácito

CAPÍTULO I

EL LEGADO DE UNA “HERMANA”

   Vamos a comenzar este trabajo con una advertencia al lector, advertencia que, dado su poder de observación, será casi totalmente innecesaria: si hemos hechos uso de numerosas citas, en latín no ha sido por pedantería ni por demostrar erudición, (vicio, uno, del que afortunadamente nos consideramos exentos y envidiable condición, la segunda, de la que no nos hemos hecho merecedores) sino simplemente por necesidad.

   El imperio de los Somoza coincide tan plenamente en algunos aspectos con el imperio romano en su decadencia y con la Francia de la prerrevolución de julio de 1789, que no podemos sino apelar a esas citas para demostrar dichas similitud.

   Debido a que ésta no es exactamente una biografía de la familia Somoza sino que se trata de mostrar un aspecto de ella hasta ahora nunca abordado, ni siquiera en la forma más o menos superficial en que lo estamos haciendo, vamos prescindir, en lo posible de fechas y nombres de familiares.

   Pero como corresponde a Anastasio Somoza García (1895-1956) el triste papel de fundador de la dinastía más corrompida, en todas las acepciones de la palabra, de América (los Trujillo, únicos con los que se puede comparar la familia Somoza,, llegaron después y fueron sacados antes del poder) tenemos que colgar del cuello del viejo Tacho lo que Tácito escribió de Nerón con referencia a Claudia: “Por una especie de fatalismo o porque los frutos prohibidos son más atractivos: y se temía entre las más altas damas, la violencia de sus deseos”.

   Tal vez Tácito fue ingenuo al juzgar a las mujeres de la corte de Nerón, pero en descargo de Tacho Somoza  (sólo con respecto a las cortesanas) las que rodeaban al “emperador” nicaragüense no sólo no temían “la violencia de sus deseos”, sino que,  antes bien, deseaban interiormente ver posados sobre sí el interés y los ojos golosos del dictador.

   Pero nos hemos adentrado en la historia sin haber dicho antes cómo comenzó. En este punto, los nicaragüenses tenemos otra razón (¿y por qué no podría ser la primerísima? para ver con ojos resentidos y desconfiados a nuestros “hermanos” del norte.

   Porque fue una “hermana”, una hermosa y atractiva hermana del norte, la que cometió el imperdonable y fatal desliz cuyas trágicas consecuencias se prolongaron durante los últimos 46 años de nuestra historia.

   La hermana en cuestión no cometió el delito de incesto, pero sí el de adulterio, que, aunque grave y deshonroso para el directamente agraviado, no tiene punto de comparación con las sangrientas  y dolorosas consecuencias que de él se derivaron para la nación nicaragüense.

   A estas alturas conviene que hagamos un alto y  las reflexiones en que muchos que nos han precedido en el trabajo de escribir, se han adentrado: ¿es que siempre, detrás de cada episodio que ha cambiado la vida de los hombres y de los pueblos, habrá una mujer directamente responsable de él? Y para nosotros: ¿hubiera sido Somoza García lo  que fue si detrás de él no hubiera estado, aupándolo y dándole todo su apoyo, la adorable Mrs. Hanna, infiel esposa del embajador norteamericano en Nicaragua?

   Somoza no era un dechado de honestidad y de virtudes, ni mucho menos. Antes de su providencial encuentro con Mrs. Hanna había sido entre otras cosillas, falsificador de moneda y padre absolutamente irresponsable. (Si fue antes o después de casarse con la Salvadora Debayle cuando nació su hijo, José, producto de su unión con una humilde cocinera de la finca de su padre, detalle que no tiene importancia, cometió de todos modos una falta: o engañó, violentó o sedujo a la pobre cocinera o fue infiel a su recién adquirida esposa).

   Con estos antecedentes es absolutamente lícito pensar que Somoza ejercitó a cabalidad  sus artes como “latín lover” para obtener de la conyugalmente huérfana Mrs. Hanna (Mr. Matthews Hanna padecía de dos males comúnmente irreparables: era un típico gringo con todo lo que ellos significa y era además, pobre atenuante, un septuagenario) los preciosos favores y recomendaciones que ella, esposa del procónsul norteamericano podía brindarle a cambio de los suyos, absolutamente físicos.

   Alberto Vogl, en una serie de escritos anecdóticos sobre  sus relaciones con Tacho viejo, insinúa que él también pudo haber tenido relaciones con Mrs. Hanna, que parecía no hacer discriminaciones con nadie.

   Somoza ya estaba casado, pero indudablemente vio en la embajadora un formidable punto de apoyo para sus pretensiones de dominación y poder. Para él, la Hanna era un ave de paso, lo que no impedía que mientras estuviese aquí tratase de preservarla sólo para sí.
   Así lo dio a conocer a Vogl en cierta ocasión en que los dos coincidieron en una visita a Mrs. Hanna en la Legación Americana.

   “Estás en terreno vedado” advirtió amenazadoramente Tacho a Vogl, por quien la embajadora parecía tener algún interés. Era natural que a Somoza le preocupara que Mrs. Hanna desviara la atención sobre su persona, con las catastróficas consecuencias que de ello se hubieran derivado.

   Somoza se encargó  de que Mrs. Hanna olvidara muy pronto el episodio de Vogl.  Y cuando la embajadora abandonó la “aventura en Nicaragua” ya había hecho a su influyente pero para ella inútil esposo, cómplice del ascenso de Somoza a la jefatura de la recién creada Guardia Nacional de Nicaragua, cargo que conservaría hasta su muerte, dos decenios después, junto con el de Presidente de la República.

   No es, pues, un hecho para ser visto con indiferencia que la dictadura más oprobiosa de América, nacida de un acto delictuoso, como fue la traición de una esposa contra su marido, haya concluido también la más escandalosa traición de un esposo contra su mujer. Entre la germánica Mrs. Hanna que coronó en su ardiente y pecaminoso lecho al fundador de la dinastía y la provinciana nicaragüense Dinorah Sampson, última mujerzuela de los Somoza que apuró el cáliz del poder y la derrota de su  imperio, se desliza una corriente de putrefacción que infestó el ambiente de la patria durante casi medio siglo.

CAPÍTULO II

DEL AMOR ENTRE LOS CAFETALES AL VAIVÉN SOBRE LAS OLAS DEL LAGO

   De las correrías del mozo calavera y ruin en los umbrosos cafetales de la finca de su padre en San Marcos, que muchas veces vieron aumentado el rojo de sus frutas con el color de la sangre de los jóvenes campesinos por él desfloradas, voluntariamente o no, Somoza García conservaba apenas una como simple contabilidad de sus púberes víctimas.

   El vendedor de carros y estudiante de contaduría mercantil en los Estados Unidos tenía ya otras ocupaciones nada santas, como es suponerse, ni provechosas  para nadie que no fuera solamente él.

   Colocado al pie del monte del poder cuyas alturas habría de escalar sin dificultades ni competidores, Tacho interpretó la simbólica palmada de que la siempre bien agradecida e inconsolable Mrs. Hanna lo hizo depositario al despedirse, como una señal para lanzarse de cabeza sobre Nicaragua y sus riquezas, incluidas entre estas a muchas de sus más hermosas mujeres.

   De los proletarios y nada aromáticos calzones de manta de un centavo la yarda que tenía que desanudar con sus manos había pasado ya a los modernos “teddies” de seda que sus siempre bien perfumadas propietarias se sacaban tímidas o cohibidas unas; descarada o profesionalmente otras, pero todas con la idea de una buena recompensa en sus cabezas, bajo la urgente y lasciva mirada del incipiente dictador.

   Así, en virtud de estas convincentes pruebas de “inteligencia y capacidad”, ministerios, oficinas gubernamentales y particulares y hasta el mismo Congreso de la república se vieron poco a poco invadidos por una fosca y vulgar multitud de representantes del llamado sexo bello. ¡Era la apoteosis de la inmoralidad y la ignorancia! Y en este inmenso burdel en que Somoza había convertido el poder de la república, iban creciendo sus hijos… y aprendiendo bien la lección.

   Muy pronto, alrededor del insaciable “hombre fuerte” fue creciendo una nutrida red de agentes y comisionistas del sexo. Civiles de ambos sexos, pero mayormente mujeres e incluso militares recorrían campos y ciudades a la búsqueda, en una odiosa y despreciable labor de celestinaje, de la joven virgen (o no) cuyos atributos físicos despertaran los instintos bestiales del dictador. Del grado de satisfacción que éste demostrara dependía la cuantía de la comisión a ganar.

   De esta manera, en el ignominioso mercado de la carne el apetito concupiscente y la omnipotencia del tirano crearon y que la más baja ambición y escrúpulos de aquellos que lo abastecieron permanentemente ayudaron a mantener, el precio de la honra femenina estuvo regido por una sola ley: el que quisiera pagar la antojadiza demanda sexual del dictador.

   Niñas de 10, 12 y 15 años eran el manjar más apetecido y sus precios oscilaban entre 50 y  100 córdobas, esta última cantidad en caso de virginidad comprobada unida a una extraordinaria belleza física.

   En esto, el jefe de la pandilla no tenía que avergonzarse ante sus subordinados. Apellidos Bodán, Artola, Buitrago, García, Obregón, son aún pronunciados con odio por sus víctimas. Según testimonio de algunas de estas, la práctica del “fellatio” y el “cunnilinguae”, que consiste en el contacto oral entre hombre  y mujer, además de otras aberraciones contra natura, era de obligatoriedad entre estos depravados.

   El papel de abastecedores de carne humana, incluso la de sus propios familiares, para Somoza y sus militarotes, fue desempeñado por nombres tan “conspicuos” como el de la Paya Olivares (madre de Luis Valle Olivares, quien durante el mandato de Anastasio Somoza Debayle llegó a desempeñar cargos de Ministro) la que a su oficio como vendedora de lotería sumaba sin escrúpulos el otro y más productivo negocio; un tal Rosita, y, posteriormente, la lista se incrementó con el de la celebérrima Nicolasa Sevilla, exprostituta y jefa de las fuerzas de choque de los tres Somoza; Tina Lacayo, conocida como Tina Jelepate dueña de un burdel al que concurrían en calidad de visitantes asiduas, entre otras “honorables” matronas, las a la sazón jóvenes alegres Evangelina Montiel, esposa del general Gustavo Montiel y la esposa del también general Arnoldo García, apodado “Realito” por su insaciable afán de hacer dinero por cualquier medio.

   La historia de Montiel merece destacarse: hijo ilegítimo de un tal señor Marín, quien frecuentaba en su lancha haciendas de Chontales, en una de las cuales conoció a la madre de aquél, trabó conocimiento con la que posteriormente sería su esposa mientras ésta estaba casada con otro hombre. Un día Montiel y la esposa infiel fueron sorprendidos por el marido engañado, circunstancia de la que el joven suboficial salió bien librado gracias a su arma de reglamento. Pocos días después, Montiel fue enviado a otra dependencia del Ejército y posteriormente se casó con la infiel.

   (El caso de Montiel era típico y normal dentro del Ejército. Difícilmente podría encontrarse un oficial cuya esposa o él mismo no se hubieran visto envueltos en delito de adulterio. La infidelidad, que a fuerza de repetirse convertía a las esposas de oficiales en verdaderas prostitutas por placer, era lo más natural y corriente entre ellas).

   Y mientras el mundo se debatía entre los horrores de una segunda guerra internacional, Somoza García, ora en sus soberbias posesiones junto al mar, ora en la bucólica de sus magníficas haciendas; hoy en la isla del Amor, (rebautizada así por él luego de una bacanal en ese islote del lago de Mangua), mañana en la acogedoramente  cómplice y proxeneta mansión de algún amigo en el extranjero, el tirano, repetimos, parecía empeñado en hacer trizas mil veces el mitológico trabajo de  Hércules realizado en la cama con cien vírgenes en una sola noche.

    Un día, pocos años antes de la ejecución del dictador a manos del patriota Rigoberto López Pérez, los ojos de los capitalinos descubrieron un nuevo detalle que vino a sumarse al de las eternas bandadas de patos y zopilotes que manchaban el desolado paisaje del lago de Managua: la presencia de un yate que se balanceaba perezoso junto a una especie de embarcadero de cemento.

   Este yate habría de ser escenario de las últimas orgías del dictador y su pandilla. Con alguna frecuencia, al promediar la noche, la serena calma lacustre era rota por el chirrido de los frenos de numerosos automóviles de los que, a la luz de sus potentes faros, descendía la mista y frenética turba, ávida de alcohol y sexo.

   La costosa embarcación, comprada con los dineros del pueblo para los deliquios impuros de una élite opresora, habría de ser más frecuentemente usada por los dos herederos de la dictadura: Luis y Anastasio.
CAPÍTULO III

LA YOYA: ENGAÑADA PERO ABNEGADA

   Este capítulo lo hemos dedicado en su totalidad a los últimos días del fundador de la dinastía, Anastasio Somoza García en el Hospital Gorgas, de Panamá, adonde fue enviado por los norteamericanos luego de haber sido baleado mortalmente por el patriota nicaragüense Rigoberto López Pérez. No son los últimos momentos de Somoza García lo que interesan al propósito de esta obra, sino el hecho de que a través de ellos se puso de manifiesto la abnegación de la Salvadora Somoza, mil veces engañada por Tacho durante su vida conyugal.

   En este capítulo reproducimos textualmente un reportaje aparecido en el diario costarricense “La Nación”, que el escritor nicaragüense Alberto Toledo Ortiz recoge en su libro “Grandes reportajes históricos de Nicaragua”.

LA EXISTENCIA DE SOMOZA

   “El General Anastasio Somoza sólo “vivió” conscientemente en Panamá unas pocas horas. Las primeras después de su llegada al aeropuerto de Albrookfield y mientras se preparaban los médicos para someterlo a una serie de delicadas intervenciones quirúrgicas –el lunes pasado—. Desde que el General Somoza fue anestesiado para las operaciones que duraron cuatro horas y veinte minutos, jamás volvió a recobrar su conciencia ni a hablar. Prácticamente, para él, la existencia terminó al recibir la anestesia. Durante esta última semana, Somoza “existió” manteniendo la vida artificialmente, gracias a los empeñosos esfuerzos de la ciencia médica puesto a su servicio.

LAS ÚLTIMAS HORAS CONSCIENTES

   “El General Somoza aprovechó las últimas horas conscientes para confesar con un sacerdote de la Zona del Canal, declaró Reynaldo A. Galier, que ayudó a preparar el aposento en que se mantuvo a Somoza en el Hospital Gorgas. El Presidente nicaragüense no admitía la posibilidad de su propia muerte y se sentía seguro, sereno y confiado. Aceptó confesar siguiendo la costumbre católica de todos los que van a someterse a una operación aunque sus resultados sean poco dudosos. Durante las últimas horas, Somoza habló muy poco y no hizo alusiones políticas de ninguna naturaleza. No se quejaba de sus heridas y permanecía la mayor parte del tiempo con los ojos cerrados. Se notaba que respiraba con cierta dificultad. Erasmo Rivera, otro de los ayudantes del Hospital, aseguró que los médicos comenzaron a prepararle para la operación sólo unos pocos minutos después que llegó el paciente a la Sala del Hospital. Se le hicieron transfusiones (que ya no se le dejarían de poner ni un solo instante) y se le aplicaron inyecciones. Somoza se dejaba tratar sin hacer comentario alguno y pacientemente.

LA INSTALACIÓN DE SOMOZA

   “Somoza fue trasladado en una ambulancia del Hospital Gorga directamente a los aposentos en que se le instaló. Esos aposentos habían sido especialmente preparados para el Presidente Eisenhower, previendo el caso de que durante su estada en Panamá sufriera alguna dolencia. Somoza ocupó un pabellón entero del Hospital Gorgas, el No. 8. Es un ala de edificio de dos pisos. En la parte inferior se instalaron 17 personas del servicio nicaragüense del Presidente Somoza y su yerno, el Embajador Sevilla Sacasa. En la planta alta, en un cuarto especial, marcado en su puerta “Ward No. 8” fue instalado el General Somoza. Su esposa doña Salvadorita, se instaló en una habitación cercana pero no contiguo a la del paciente. Esa habitación se la turnaban la esposa del General Somoza, doña Salvadorita, y la hija suya, Lilliam de Sevilla Sacasa, esposa del Embajador Guillermo Sevilla, de manera que cuando una estaba a la cabecera del enfermo la otra descansaba.

QUIÉNES ENTRABAN AL CUARTO DE SOMOZA?

   “Contadísimas personas penetraron en el cuarto del Presidente Somoza desde el momento en que entró en él hasta el de su muerte. Estas únicas personas fueron las siguientes: Doña Salvadorita de Somoza, su hija Lilliam, el Embajador Sevilla Sacasa, el Mayor Ocón, los médicos y las enfermeras y tres asistentes de aseo específicamente seleccionados con anterioridad. Absolutamente ninguna otra persona, a excepción de dos sacerdotes, uno que entró el lunes pasado antes de la operación y otro el jueves pasado como a las diez y media de la mañana, penetraron en el “Ward No. 8” del Hospital de Panamá, sobre cuya puerta estaban fijos los ojos de todos los nicaragüenses, de casi todos los centroamericanos y de muchísimos norteamericanos.

VIGILAN ALIMENTACIÓN

   “Con excepción de dos día, el jueves y el viernes pasados el General Somoza no tomó alimentos de ninguna naturaleza. Los dos días citados, tomó algunos tragos de té y de café, pero estas bebidas no fueron preparadas en el Hospital Gorgas, sino en la Embajada y en el Consulado de Nicaragua en Panamá. Los familiares del General Somoza, doña Salvadorita, doña Lilliam y don Guillermo Sevilla, tampoco probaron bocado que no les fuera preparado en la embajada nicaragüense en la Ciudad de Panamá. Los alimentos eran traídos en automóvil, directamente de la sede de la Embajada al Hospital Gorgas por el Teniente G.N., Taleno, que viajó desde Managua y estuvo a cargo de éste y  otros servicios.

ESTADO DE ÁNIMO

   “Prácticamente, doña Salvadorita de Somoza no habló con nadie durante la semana que pasó en el Hospital Gorgas. Se le veía preocupada, silenciosa, pasearse rara vez por los más silenciosos todavía corredores del Apartamiento B. El estado de ánimo de aquella esposa era sin embargo, fuerte. Erasmo Rivera uno de los miembros del servicio, nos dijo sobre el particular: “Doña Salvadora es muy paciente, no come casi nada. De vez en cuando pide agua o “Ginger-Ale”. Habla muy poco y sólo tres veces le he visto que se pasee un poco por los corredores del alto para tomar un poco de sol. O está descansando en uno de los sillones de la habitación del General en donde está terminantemente prohibido hablar. Con su yerno, el señor Sevilla es con quien más le he visto conversar. En una ocasión la oí sollozando mientras conversaba con este señor, pero por lo general se le notaba serena y fuerte. Yo creo que siempre ha mantenido la esperanza de que el General se salve. En la planta alta no se escuchaba ningún ruido, así como en la baja reinaba gran actividad. Las caras serias de los detectives, por lo general recostados en las columnas de los corredores, el gesto preocupado del señor Sevilla  y el paso silencioso de las enfermeras  y médicos, daban un aspecto especial a aquel enorme apartamiento del hospital.

   Constantemente hubo por lo menos un médico a la cabecera del General Somoza. Regularmente el médico que estaba de guardia era el doctor nicaragüense Egberto Bermúdez, médico de cabecera del General Somoza por muchos años. Los doctores norteamericanos Willet, Shiley, Stuart, Cohen, Forsee, Hewitt, Surgeon y Heaton tuvieron una intervención directa en las operaciones de Somoza en el período de post-operatorio inmediato pero el que con más frecuencia le visitaba (cuatro o cinco veces diarias) era el doctor Antonio González Revilla, uno de los más eminentes, un neurocirujano que a pesar de sus pocos años (34 tiene de edad) ha ganado extraordinaria fama internacional. Los médicos tenían una salita para reunirse y conversar confidencialmente sobre el paciente. Absolutamente nadie obtuvo nunca de ellos  una declaración distinta a la contenida en los boletines especiales que el hospital suministraba oficialmente. En algunas ocasiones, conversaban en los corredores y en voz baja. Entonces se sabía que estaban muy preocupados. El doctor Bermúdez nos declaró lo siguiente: “Hace 17 y medio años que soy médico de cabecera del General Somoza. No me ha correspondido con él, un caso ni siquiera lejanamente comparable con el actual. Es un hombre muy fuerte y de una salud extraordinaria. Con excepción de la diabetes que padece y que se le ha controlado con facilidad mediante tratamiento adecuado por lo que nunca le ha causado molestias serias, no padece de nada. Si el general reacciona convenientemente a las medicinas que se le suministran se salvará sin duda alguna. Sólo que esa reacción no se produzca, el caso tendrá un desenlace fatal porque las heridas recibidas por Somoza son gravísimas.  Claro que se salva el caso de una complicación por el shock del que no ha salido todavía”. A una pregunta nuestra contestó: “Yo creo que debía haber salido de este shock y el hecho de que la reacción definitiva no se haya producido me preocupa mucho”.
SEVILLA SACASA

   “El Doctor Guillermo Sevilla Sacasa, en el Hospital Gorgas, no era aquel hombre cordial, afable y conversador tan conocido en Costa Rica. Estaba preocupado, nervioso  y taciturno. Hablaba casi sólo con los médicos. De vez en cuando iba a la planta baja para vigilar el trabajo o para pedir que se le  hiciera una comunicación con Managua. Acechaba ansiosamente las caras de los facultativos cada vez que salían del “Ward No. 8” y sólo se sobreponía en presencia de su esposa Lilliam o de su suegra doña Salvadorita de Somoza, tratando de consolarlas. Siempre vestido de blanco con corbata negra. Con los médicos hablaba en inglés y es posible que fuera el único verdaderamente enterado de la situación real del Presidente Somoza cuyo desenlace fatal es posible que se presumiera desde el día viernes en la mañana.- Después de la última visita de los médicos norteamericanos, en la mañana del viernes, Sevilla Sacasa estuvo más preocupado, más taciturno y más pensativo. Sin embargo, no dijo nada que pudiera llamar la atención. Recién llegado a Panamá, nos dio las siguientes declaraciones: “Especialmente quiero rehuir tratar temas políticos en estos momentos. En Nicaragua se hace una investigación sobre el atentado y como se realiza con cuidado  y despaciosamente, es seguro que arrojará  la verdad de los hechos. No quiero yo prejuzgar ni adelantar consideraciones que oportunamente serán dadas oficialmente. En cuanto al atentado sufrido por el General, lo he sentido muy hondamente, tanto como pariente suyo como por el convencimiento que tengo de que el General le ha hecho enormes bienes a Nicaragua. Entre ellos, el de haberle conservado la paz por mucho tiempo permitiendo así su desarrollo en todos los sentidos. Recibí la noticia en Washington y me consternó por lo inesperado, inmediatamente avisé al Departamento de Estado y cuando salí para Nicaragua, vi el enorme interés que el Presidente Eisenhower y el Gobierno de los Estados Unidos se tomaban por el asunto. Ellos condenan el atentado personal como arma política, ya que son un país de hombre de gran madurez política. En Managua sólo estuvo pocas horas, las necesarias para que los médicos personales del Presidente de los Estados Unidos examinaran al General y ordenaran su traslado a Panamá, el hospital más cercano que contaba con los implementos técnicos necesarios para un buen tratamiento del Presidente”.

LOS MÉDICOS NORTEAMERICANOS

   “Durante los primeros días, los médicos norteamericanos se turnaron a la cabecera del paciente. El miércoles dieron orden de que en vez de dos boletines sobre el estado del Presidente, se diera sólo uno en horas de la tarde. Aunque no llegaran a manifestar, es posible que hasta el jueves en la noche pensaran que el General Somoza se salvaría. No se puede asegurar  lo mismo del día viernes. En la mañana visitaron a su paciente antes de dirigirse al aeropuerto en donde tomarían el aparato para volver a los Estados Unidos. Cuando salieron de la habitación del Presidente Somoza estaban muy preocupados  y el General Heaton llamó aparte a Sevilla Sacasa y conversó con él. El aire de los dos era muy preocupado. Después de que se marcharon los médicos, el Doctor González Ravilla aumentó el tiempo de duración de sus visitas.

LA ÚLTIMA SEMANA

   Así fue como transcurrió la última semana de vida del General Somoza. Con cierta actividad semiburocrática que daba idea clara de que un presidente se encontraba en el Hospital Gorgas. Esa actividad se veía aumentada por el constante entrar y salir de los mensajeros del telégrafo, por los “botones” que llevaban ramos de flores a doña Salvadorita, por las caras de los periodistas que trataban de pescar algo que les permitiera armar una información.

   “En la Subsecretaría de Relaciones Exteriores del gobierno de Moncada, había un individuo que valido del cargo público citado y de sus habilidades criollas, llegó a ser amante de la esposa del embajador yanqui, Mr. Hanna. Tal subsecretario era Anastasio Somoza, quien, al fin, fue sugerido para la jefatura de la G.N., no sólo por haber recibido la educación que posee en los Estados Unidos, sino principalmente por la garantí política que daba al imperialismo  y por la influyente gestión de la amante que tenía, o sea Mrs. Hanna”.

                                  Armando Amador, en
                                                                       “Origen, auge y crisis de una dictadura”.

CAPÍTULO IV

LA VERDAD SOBRE EL CRÍMEN DE CARRANZA

   Y ya que el curso de la narración nos ha llevado a la costa del lago de Managua, haremos una leve digresión para dar a conocer a nuestros lectores la verdad sobre un horroroso episodio que conmovió a la soñolienta sociedad del Managua de los 40s., y que tuvo como escenario esa misma costa. Detrás de este caso, como en muchísimos sucesos similares anteriores y posteriores al que ahora describimos, está presente la figura de un Somoza, como ya se verá.

   Promediaba la década (1944-1945) cuando la tranquila población de Managua se vio sacudida por la publicación en los diarios locales, de una impresionante noticia: tres niñitos de corta edad habían sido encontrados muertos, al parecer por inmersión, en la llamada bajada de Carranza, en la costa del lago de Managua.

   Por de pronto estaban detenidos, como sospechosos de la autoría del crimen, un hombre y una mujer, aya de los niños.

   El caso, tal como lo conocieron los capitalinos de la época, fue descrito así por los diarios:

   Los tres hijos (de 9, 7 y 5 años) de un tipógrafo de apellidos Rodríguez Miranda salieron una tarde a dar un paseo por el parque de Santo Domingo. La “china”, siguiendo un plan presuntamente elaborado de antemano con el hombre, llevó a los niños a la costa del lago conocida como la bajada de Carranza, a regular distancia del parque.

    En ese sitio, sin que mediara motivación alguna, el hombre, identificado como Miguel Vásquez, procedió a ahogar a los niños, previo abuso sexual en el mayor de ellos.

   ¿Cuál fue el móvil del triple infanticidio? Ninguno de los dos detenidos, cuya participación en el crimen había sido ya obtenida mediante brutales y prolongadas torturas, supo explicar qué los movió a cometerlo.

   Esto fue, en resumen, lo que el público conoció del macabro suceso.

   Pero la horrenda verdad era muy distinta. Héla aquí: por aquellos días aparecieron pegados en las paredes de innumerables casas de Managua unos afiches  realmente ofensivos para el honor de la esposa y la madre del dictador, en los que esta aparecían copulando, una, con un caballo y la otra, con un hombre que tenía aspecto de norteamericano.

   ¿Qué relación tenían estos afiches con el crimen? Como hicimos ver antes, el padre de los niños era dueño de una imprenta en donde al parecer fueron hechos los afiches.

   Responsable o no de los mismos, el caso es que el tipógrafo Rodríguez Miranda había abandonado el país en esos días y conocer su paradero era lo que a la Guardia Nacional le interesaba por sobre todas las cosas.

   Así, esa tarde, cuando los niños paseaban como de costumbre por el parque, fueron subidos con la aya a un vehículo militar y llevados al sitio trágico. Aquí, el comandante de la patrulla, sargento Adolfo Álvarez, comenzó a interrogarlos, hundiendo en el agua la cabeza de cada uno de ellos. Al sacar en cierto momento  una cabeza, el sargento Álvarez comprobó con fastidio que el pequeño estaba muerto.
   Entonces, el interrogador actuó rápidamente a “inteligentemente”, tal como se lo habían enseñado sus superiores y procedió a eliminar a sus potenciales acusadores: ahogó también a los otros dos niños.

   Con la aterrorizada aya ya vería qué hacer después. A la trama que comenzaba a urdir se prestó providencialmente un pobre buhonero que vivía en los alrededores y que a esa hora regresaba a su casa. El sargento detuvo al buhonero y en compañía de la aya se los llevó a la Policía.

   Cuando el crimen fue descubierto, el sargento Álvarez ya tenía a sus sospechosos detenidos. A fuerza de gratuitas torturas obligó a confesar  a la pareja, que hasta entonces jamás se habían visto en la vida, la comisión del horrendo crimen.

   El “habilísimo” sargento Álvarez obligó a decir al buhonero que, al arrojar una piedra a uno de los niños que huía, (no dijo por qué) el proyectil le golpeó la cabeza y la criatura cayó en el agua y se ahogó.

   Entonces, de común acuerdo con la aya de los niños, con la que convivía (otra mentira obligada) se desembarazaron de los peligrosos testigos.

   Satisfecha con tener a los criminales en la cárcel, la opinión pública aceptó sin titubeos la deleznable confesión. Y como premio por sus esfuerzos, que lo llevaron al “esclarecimiento” del caso, el sargento Álvarez fue ascendido a teniente.

   Años más tarde, los dos acusados injustamente, el buhonero Vásquez y la aya Victoria Amador, murieron como secuela directa de las terribles torturas físicas a que fueron sometidos. El teniente Álvarez tuvo también una muerte dolorosa.

   Entonces y ahora, algunas preguntas se formularon sin una respuesta definitiva: ¿Cuál fue el origen del afiche? ¿Tenía alguna base real? Ciertamente, a pesar de las investigaciones realizadas, no encontramos una respuesta concreta. Y en vista de ello, no nos queda otro recurso que apelar a aquel malicioso refrán que el pueblo emplea en circunstancias similares, la mayoría de las veces con toda justificación: “Cuando el río suena, piedras trae”.

   “El ministro de Estados Unidos, Hanna, y su esposa, estaban embrujados por la personalidad efervescente de Tacho (Somoza). Mra. Hanna, considerablemente más joven que su esposo, adoraba el baile y Tacho bailaba tan bien… Pero antes de su muerte Moncada me relató cómo Hanna le había insistido que arreglase  a Somoza la sucesión presidencial.  Moncada vaciló: el partido Liberal había nombrado al Dr. J. B. Sacasa, que no se llevaba muy bien con Moncada. Pero, para complacer a los locamente cariñosos Hanna, y también para crear problemas a Sacasa, el viejo listo Moncada nombró a Somoza Comandante de la Guardia Nacional, cuando llegó el tiempo de reemplazar al comandante americano por un “hijo del solar nativo”.

                                                                       William Krehm en:
                                                                       “Democracia y tiranías en el Caribe”


CAPÍTULO V


LOS CELESTINOS

      “… ¡Oh amenazas de doncella brava! ¡Oh airada doncella! Oh diablo a quien yo conjuré”. En deuda te soy. Así, amansaste la cruel hembra con tu poder y diste tan oportuno lugar a mi habla cuando quise, con la ausencia de su madre. ¡Oh vieja Celestina! ¿Vas alegre?”.

    Aislada en sus habitaciones del palacio cuyos arcos, ojivas y hasta alguno que otro con minarete recordaban la arquitectura mora y que la miliunanochesca imaginación (por lo de los serrallos y harenes musulmanes) de su esposa había mandado levantar en lo alto de una loma desde la que se divisa toda Managua, la Salvadora Debayle cuidaba a distancia de sus cachorros y sus correrías.

    (Esto de cachorros se podría prestar a confusión. La misma mentalidad retorcida y enfermiza de Somoza García había ideado la instalación de un pequeño zoológico con fieras salvajes en cuyas jaulas introducía, débiles barrotes de por medio, a los enemigos políticos que caían en su poder. Pero los cachorros a que hacemos referencia en esta ocasión eran sus hijos Luis y Anastasio).

    ¡Y cómo se divertían estos cachorros en el delicioso coto de “caza” que la Managua puritana y gazmoña de la década de los 40s, significaba para dos jóvenes desocupados ahítos de poder y de dinero!

    (La única cachorra de la familia, Lilliam, se había ya casado con el joven abogado Guillermo Sevilla Sacasa tras un breve “flirt” con el hermano de éste, óscar. Para acercarse a su futura esposa, Sevilla Sacasa, que no era bien visto por papá Somoza en virtud de una despectiva declaración de aquél acerca de la condición de zafio del dictador nicaragüense, se valió de amigos que influyeron en el ánimo de la joven heredera. La boda, realizada el primero de febrero de 1943, fecha natalicia del tirano, fue sencillamente fastuosa y la grácil y encantador novia acaparó todas las miradas. Veinte años más tarde, la puritana encargada de cuidar una quinta en “Las Nubes”, que la ahora obesa señora de Sevilla arrendaba una vez al año a su dueño, el empresario radial Manuel Arana Valle, retiraba la vista con pudor y asco de las fofas desnudeces que la hija de Somoza, completamente ebria, exponía casi todas las noches al crudo frío del lugar en compañía de algún viejo amigo).

    Nombres de doncellas que parecían guarnecidas por la doble protección de su abolengo y su dinero eran secreta y maliciosamente pronunciados en relación con la nueva conquista  de alguno de los Somoza, rumor que luego se veía plenamente confirmado por el súbito viaje de “estudios” o “vacaciones” que la joven víctima emprendía y que no era sino un piadoso y frecuentemente socorrido recursos de los avergonzados padres para librar de las atroces burlas de la sociedad a su hija así marcada.

    Del insaciable apetito sexual de los Somoza, que parecía “no dar tregua a furor jamás”, quedan aún en el país centenares o millares de muy idóneos testigos.

    La desorbitada líbido de Luis Somoza, que lo hizo ayuntarse indiscriminadamente con cualquier mujer y que mereció de sus mismos guardaespaldas el calificativo de “zopilote”, que se aplica a esa clase de hombres, lo pudo haber puesto en situaciones realmente difíciles, aparte de los naturales problemas conyugales de ella derivados. 

    Obligado a reparar en algo la falta cometida contra la joven rivense Isabel Urcuyo, Luis Somoza accedió a casarse con ella, lo que, después de todo, no comprometía en manera alguna su libertad.

    Jóvenes reinas de concursos de belleza; novias de agrupaciones de productores agrícolas o industriales; mujerzuelas ambiciosas con o sin grandes atractivos físicos y hasta la hija del jefe de la Estación Central del Ferrocarril de Managua, una hermosa muchacha de apellido Portillo, desfilaron por el lecho de este moderno Procusto, salteador de honras y virginidades.

    (Entre las mujeres de la época de Luis que sobrevivieron en el somocismo hasta sus últimos momentos se encontraban la directora del Teatro Rubén Darío, llegada a ese cargo al parecer, por su adecuación con los “artísticos” desnudos que realizaba durante pasadas francachelas oficiales y una legisladora a cuyo paciente esposo se solía dar el apellido de aquella).

    Con Lucho, como era llamado familiarmente el segundo miembro de la dinastía, la productiva alcahuetería llegó a sus más doradas cimas.

  Un acto fisiológico tan natural tan íntimo como es el ayuntamiento de los sexos adquirió con los Somoza la contradictoria categoría de ser, al mismo  tiempo, privado y escandalosamente público, en virtud de la gran cantidad de personas que se veían involucradas en él.

    La cadena iniciaba con la persona que, siguiendo instrucciones de Somoza o actuando espontáneamente, hacía contacto con la mujer elegida. Ese cargo era desempeñado, en la misma Casa Presidencial, por un militar de baja graduación que al mismo tiempo trabajaba para la oficina particular de Somoza.

    Este hombre, a quien se conocía con los apodos de “Cajeta” y “Chila Culona”, sobrenombre este último otorgado por los custodios de Somoza por la similitud de sus facciones con las de una vieja rufiana de la ciudad, así apodada, se movía en la esfera de las esposas de ministros y de altos oficiales del Ejército

    Una vez concertada la cita, se preparaba la segunda fase de la operación. Ella estaba a cargo del primer ayudante de Somoza, el coronel Luis Ocón (este Ocón, uno de los más fieles perros de los Somoza, tenía en estas lides una vasta experiencia, adquirida en el burdel de la Jelepate, de la que fue uno de sus amantes) y del propio jefe de la Oficina de Seguridad Nacional, nuestro ya conocido general Montiel y consistía en inspeccionar, como se hacía para las presentaciones en público, el lugar donde Somoza y  su pareja se acostarían.

    Ese lugar podía ser alguno de los siguientes: en Las Mercedes, frente al Aeropuerto Internacional; el chalet de la hacienda San Juan, en el río Tipitapa; el chalet de la hacienda arrocera Altamira, en Boaco; la casa hacienda de Azacualpa; la casa hacienda de Nahualapa, en Rivas o el chalet del Ingenio Dolores.

     En su calendario, los agentes de Seguridad que velarían porque la sesión amorosa del Presidente se realizara sin ningún contratiempo, marcaban el día de la cita con las palabras “destace” o “pesa”, que reflejaban fielmente el carácter de la operación, que a sus ojos tenía una grosera similitud con el pesaje y sacrificio de una res.

    En Dolores fue la esposa de un general, vinculado familiarmente a los Somoza; su enfermera particular, en Nahualapa; en el chalet de Las Mercedes una aeromoza de La Nica; con la esposa de uno de sus agrónomos en la casa-hacienda de Azacualpa; en San Bernabé, la hermana de uno de sus campistos… Somoza se apropió a plenitud de aquella máxima latina que afirma que “de gustos y de colores no hay que disputar.

    Talvez debido a esta peculiar manera suya de vincularse con el pueblo a través de sus mujeres, es que Luis Somoza se granjeó la falsa apariencia de ser un gobernante campechano y amigo de las clases populares.

    Conocedores de esa “manía” suya, algunos jefes políticos del interior del país trataban de atraerse sus favores obsequiándole, después de alguna concentración política, con bacanales que tenían como saldo la pérdida de la virginidad de alguna doncella o al menos la adquisición de una nueva y hermosa querida para el presidente.

    Tal ocurrió durante una lunada ofrecida por las autoridades  locales en el caño Poza Azul, de Puerto Cabezas, para celebrar la entrega a Honduras del territorio en litigio. Se cree que por lo menos tres doncellas fueron desfloradas en la orgía de esa noche, durante la cual el Ministro de Hacienda de Somoza, de apellido Hüeck, corroboró la generosidad con que lo había dotado la naturaleza al hacer estremecer el aire con los gritos de la infeliz que le cupo en suerte.

    La noche siguiente, en Waspán, Somoza prosiguió su actividad, esta vez con la esposa de un gringo, que le fue graciosamente presentada por la alcaldesa de la población.

    Uno de los episodios más denigrantes ocurrió en la Isla de Ometepe, donde en cierta en ocasión Somoza pasaba vacaciones. El administrador de la propiedad, llamada San Ramón, se presentó un día en la casa-hacienda donde Somoza jugaba a las cartas con una hermosa presea: una joven y bonita maestra que condujo a lomo de mula desde Altagracia a la presencia del sucesor de la dinastía. ¡La representante de Palas entregada a la lascivia del sátiro!

    En ese mismo sitio Somoza recibió la noticia de la muerte de uno de sus mejores ayudantes y proveedores de carne joven para su chalet de Apante viejo, cerca de la villa de El Carmen.

   La indiscriminada voracidad sexual de Somoza, que lo llevó literalmente de recámaras palaciegas a tapescos campesinos, tuvo desagradables consecuencias para la familia.

    Tal es el caso de un joven ingeniero, que al decir de su madre, era hijo del citado expresidente y que en el año de 1978 se unió a las fuerzas populares que combatían a su tío. El muchacho, no obstante su pregonado parentesco con Somoza Debayle, fue encarcelado y sometido a bárbaras torturas, que obligaron a su madre a denunciar el caso ante el Senado de la República. Cupo al senador conservador Raúl Arana Montalván exponer la situación del sobrino de Somoza y pedir su libertad. (La madre del muchacho, una mujer que en su juventud debió haber sido muy hermosa, sostenía ya relaciones con Juan Moreno Aplicano, miembro de la custodia de Luis Somoza, condenado por los tribunales revolucionarios a 30 años de prisión).

    En 1968, Anastasio Somoza Debayle ve expirar a su hermano Luis con el corazón estrujado. Pero no es el corazón de Tacho el estrujado, ni es un amor imposible (¡imposible!) el causante del daño en el músculo cardíaco de Somoza, sino un enorme aneurisma que se ha presentado en la aorta presidencial para prolongar indefinidamente el plácido sueño del gobernante, tras un pantagruélico atracón de mariscos durante la cena de esa noche.

    Así discurrió la vida sibarita del segundo de los Somoza. Entre la mesa y el lecho, firmando sentencias de muerte o la desmembración del territorio nacional. Para resumir esta vida, sobre su tumba, ningún otro epitafio debió haber sido esculpido con mayor justicia que este: “Fueron incontables sus muertes y daños”.

Desaparecido su hermano Luis, Anastasio se ve solo a la cabeza de un grupo de herederos del poder (descontado él, desde luego, que ya ha tomado las riendas) el mayor de los cuales, su sobrino Luis, no llega aún a los 20 años de edad. Al hermanastro José, los sucesores del viejo Tacho le han asignado un papel honorario y vitalicio dentro del Ejército, al tiempo que permiten a su familia enriquecerse a manos llenas.

 Sin embargo, ni por un momento Somoza Debayle ha contemplado la posibilidad de que sea un representante de esas ramas de la familia el que le suceda en el trono. Ese puesto está reservado para su hijo mayor, Anastasio, al que manda a educarse teóricamente en los Estados Unidos y, a su regreso, en la práctica, pone al mando de un pequeño ejército especial.

Mientras tanto, el descontento entre grandes sectores de la población del país iba en aumento, de la misma manera que crecían el desempleo y los precios de los artículos de básica necesidad. Si en el París de 1789 se encendió en Saint Antoine la mecha de la revolución con la escasez de la harina para hacer pan y el altísimo precio alcanzado por este, que lo hizo inaccesible para el pueblo, en Nicaragua las mechas de la insurrección popular habrían de ser muchas más. 

Este era el panorama que primaba en el país cuando le tocó el turno al tercero y último de los Somoza ser su propietario.

Qué de infamias y de latrocinios: ¡cuánto dolor y cuánta sangre tachonaban ya el tenebroso camino abierto por sus antecesores! ¡Y cuántas veces más rapaz y sanguinario; más vil y depravado, más canalla y concupiscente había de ser este último de los Somoza, de tan diabólica estirpe!

Poniendo en uso un raro eclecticismo del mal, heredó de uno, copió y perfeccionó del otro y, de sí mismo, desarrolló y llevó hasta sus más altos grados las artes del robo, del asesinato, de la traición y del amor, tal como él lo concebía, que no hay, en la historia reciente de la Humanidad, otros ser que merezca compartir con él el triste sitial en que su vida y sus obras lo colocaro

“In iniquitatibus concepit me mater mea”. La frase tremenda del “Miserere” resonó espantosamente por todos los ámbitos de Nicaragua durante la negra y larga noche de Anastasio Somoza Debayle.

Saqueo, muerte y sexo. He aquí la fórmula de su gobierno. Y sobre estas tres columnas levantadas por su padre y su hermano, Somoza hizo construir un depósito de iniquidades tales que, agobiado por su peso, el aparentemente sólido soporte se derrumbó como un castillo de naipes. Entre quienes pudieron escapar a tiempo de la catástrofe estaba la querida preferida del tirano, la tristemente célebre Dinorah Sampson.

La Historia Universal recoge los nombres de incontables mujeres ligadas con los de hombres que de una u otra manera desempeñaron algún papel, positivo o no, en la conducción de sus pueblos. Pero jamás había tenido que ser testigo tan impotente de la asociación de una pareja de vulgares y adúlteros salteadores como de la que, para escarnio y baldón del pueblo nicaragüense, se prolongó por espacio de una larga década. En ese lapso de tiempo el país vivió la indecible vergüenza de ser alojamiento de un hombre que, desde la primera magistratura de la república, prostituía y vejaba escandalosamente, al vivir en abierto y ofensivo concubinato con una mujerzuela de la más baja estofa, los más sagrados y  elementales cánones de la sociedad y la familia.

Aunque el país estaba prostituido desde que  el nombre fue estampado en el documento oficial, con Somoza Debayle se llega al increíble límite de oficializar, de santificar, de extenderle carta de legitimidad a la escandalosa forma de vida amancebada sólo porque quien en tal situación se encontraba en vergüenza de vergüenzas, el propio Jefe de Estado. 

Para quienes la dislocada personalidad de Somoza merece la pena de un estudio, el hecho de que este egresado de West Point, con una esposa culta, de atrayente personalidad y de modales distinguidos y nadando él mismo en millones, se haya ayuntado, ya en plena madurez, con una mujer de la categoría de la Dinorah, en cuyo abono sólo hay que poner un rostro regularmente agraciado, no tiene nada de desconcertante.

Con ello, Somoza sólo sometía a prueba una vez más aquella antigua y castiza sentencia por la que “cada oveja busca su pareja”. O, para decirlo en términos más a tono con los tiempos: el mafioso, el pandillero, hallaba su feliz complemento en una mujer de su misma categoría.

Porque a Somoza, como se dice popularmente, le sobraron las mujeres. Sería muy prolijo y está realmente fuera del alcance de cualquier investigador, conocer, siquiera aproximadamente, el número de mujeres que pasaron por la vida del tirano.

En este sentido, el “radio de acción de Somoza fue tan amplio que abarcó dentro de él… a una familiar muy cercana del general Augusto C. Sandino, bajo cuya advocación y espíritu millares de nicaragüenses lucharon con las armas en la mano para echarlo definitivamente del poder.

Esa mujer, con la que incluso se dice que Somoza se habría casado de no haber sido convencido de lo contrario por su padre, a quien seguramente no llevaba muy tranquilo el recuerdo del asesinato del patriota, se llama Berta Zambrano y reside desde hace muchos años en la capital mexicana.

Dotada de un rostro delicadamente bello, Berta Zambrano nación también en Niquinohomo, cuna del General de Hombres Libres. Una sobrina de Sandino, Zoila América Zambrano Sandino, era hermana suya.

Somoza quedó evidentemente impresionado por la belleza de la muchacha y con la complacencia de ésta mantuvo unas relaciones muy estrechas que fueron cortadas cuando el padre de Somoza, al enterarse de ellas, lo envió fuera del país y Berta se trasladó a México.

Pocos años después y contra su gusto Anastasio contrajo matrimonio con su prima Hope Portocarrero, hija de un médico nicaragüense residente en la Florida y ciudadana norteamericana por nacimiento.

Para entonces Somoza comenzaba a derivar, inconscientemente, hacia su destino final, en lo que a su vida sentimental se refiere.

                                LA DINORAH: LADINA Y LADIE

Cuando Somoza trabó amistad y en qué circunstancias con la Dinorah, es algo que no nos ha sido imposible precisar con exactitud. Pero hay razones para creer que fue entre 1967 y 1968, a través de un seudoperiodista  llamado Julio Talavera Torres y uno de los muchos “amigos” de aquella.

Este Talavera, fundador de un Colegio de Periodistas que aglutinaba  a dos o tres tipos más de su ralea, solía ofrecer a Somoza, a nombre del periodismo nicaragüense, dos o tres rumbosas y productivas fiestas al año, valiéndose de cualquier pretexto.

Es posible que a una de estas fiestas asistiera con la Dinorah y se la haya presentado al dictador, quien se enamoró inmediatamente de ella.

Hasta ese momento, que significó para su vida una verdadera transformación, la Dinorah se prodigaba entre todos aquellos que tuvieron en sus bolsillos la suma mínima requerida para gozar de sus encantos.

Una amiga de la Dinorah, con la que entabló amistad en la oficina de Talavera Torres, la recuerda como una muchacha sencilla y de trato amable.

En ese entonces, la mujer que a la vuelta de poco tiempo habría de adquirir  una inmensa fortuna y un poder casi omnímodo sobre el país, vivía con su madre en una precaria casucha de madera en las vecindades de la Primera Sección de Policía, en Managua.

Hija de un cobrador de impuestos en el mercado de León, donde nació, la Dinorah jamás perdonó el abandono en que las dejó su padre y ya en la cima del poder y la riqueza no acudió nunca en ayuda de su anciano progenitor.

La conveniencia de establecer un símil histórico, para mayor comprensión de los lectores, con alguna pareja de la antigüedad o de los tiempos modernos, se estrella contra el formidable valladar de la singular personalidad de Somoza y su amante, que los excluye y aísla del resto de los hombres para situarlos, soberanos sin antes ni después, en el reino de la infamia sin par.

Nacidos en opuestas cunas, chapotearon juntos en un fétido lecho de fango cuyas salpicaduras mancharon el noble rostro del pueblo que tuvo la inmensa e inmerecida desdicha de verlos nacer entre los suyos.

Soberbia, procaz, lasciva, prepotente… Todas las aberraciones y bajezas del dictador hallaron campo abonado para reproducirse en ella.

A quienes le tocó servirla la recuerdan con temor y odio. Sí, anegada en alcohol, del que se emborrachaba en todas las gradaciones, sabores y colores a la vez caía bajo su turbia mirada algún miembro de la servidumbre de su mansión palaciega, todas las abyecciones y procacidades de la lengua eran insuficientes para colmar su mezquina y aberrada afición de humillar a todo aquel que seguía manteniendo su condición de pobre asalariado.

EL CASO DEL ÓLEO

Somoza trataba de frenar estos arrebatos de ira de su querida, que en algunas ocasiones llegaron a costar el pueblo nicaragüense muchos miles de córdobas, como en el del óleo del pintor chileno Vergara de Ahumada.

Enterada la Hope, a comienzos del idilio extramarital de Tacho, que éste había encargado al mencionado pintor la ejecución de un óleo de la Dinorah, ordenó a sus guardaespaldas que, una noche, destruyeran el estudio del pintor.

La orden fue cumplida a cabalidad, como era de esperarse, impuesto de lo ocurrido por la Dinorah, Somoza ordenó la restauración total del estudio del pintor. Pero no había éste retomado el pincel para continuar su obra cuando el estudio fue nuevamente arrasado por los nocturnos visitantes.

Esta graciosa guerra, sufragada con dinero del pueblo nicaragüense, se mantuvo por algún tiempo, hasta que Somoza decidió ponerle fin pidiendo al asustado pintor que abandonara el país. (La Dinorah nunca olvidó este agravio de su rival y en cierta ocasión rompió, en presencia de Tacho, un retrato dela Hope que decoraba el salón privado “El Pingüino”, en las instalaciones de la Fuerza Aérea).

Regocijado testigo de estos desplantes de reina de opereta y de sus deslices extra-Tacho era el hijo mayor del tirano, Anastasio Jr., bautizado por el inagotable buen humor del pueblo “el chigüín” de la dinastía.

“El chigüín”, pues, era uno de los más asiduos visitantes de la casa de la querida de su padre, a la que llegaba para tomar o conversar con su madre putativa o, en compañía de altos funcionario del gobierno  y militares, para discutir sobre diversos tópicos. Algunos de estos eran los militares Corrales y Genie y el secretario particular de Somoza, Solano Luna.

He aquí un ejemplo de la “honestidad” de la Dinorah bailando una noche en un night club de las afueras de Managua, el “Versalles”, perdió una pulsera, valorada en varios miles de córdobas, que su amante le había regalado.

Preocupada por la reacción de Somoza sí se llegaba a enterar de la pérdida de la joya, la Dinorah hizo publicar sin su nombre, un anuncio en el diario “La Prensa”, mediante el cual ofrecía una gratificación de cuatro mil córdobas a la persona que se la devolviera.

El anuncio tuvo inmediata respuesta, pues era precisamente una secretaria del diario, llamada Xiomara Wheelock, la persona que había encontrado la pulsera.

La Wheelock, una muchacha despampanante que vivía en concubinato con un árabe llamado Masad Dahma, se puso en contacto con el número telefónico indicado en el anuncio y dijo que la joya estaba a la orden de su dueña.

Cuando la Dinorah llegó a “La Prensa”, la Wheelock pidió la recompensa ofrecida. Pero a la vista de la joya, la Dinorah cambió de parecer y dijo que sólo podía pagar dos mil córdobas por ella.

La Wheelock que había sido previamente asesorada por el astuto Dahma, le contestó entonces que la pulsera estaba en poder de una señora de escasos recursos económicos que era realmente quien había encontrado la alhaja.

Tras unos instantes de vacilación, la Dinorah, quien había llegado acompañada por su enfermera particular, una panameña llamada Eneida Martínez, se retiró.

Pero ya había tomado su decisión para recuperar la joya. Esa misma noche, en un vehículo militar en el que se hizo acompañar por el exgeneral Iván Allegrett y varios agentes de la Seguridad, llegó a la casa de la Wheelock.

En tono violento, los agentes exigieron la entrega de la joya. Entonces la Wheelock los llevó a la casa del árabe Dahma, quien no se encontraba en ella.

La Wheelock dijo entonces a la Dinorah que la joya le sería entregada por una señora, en un punto y una hora que ella le fijaría posteriormente por medio de una llamada telefónica. 

Así fue. La mujer, una enviada de la Wheelock, entregó la joya y la enfermera de la Dinorak le dio los dos mil córdobas, la mitad de la recompensa ofrecida.

Algún tiempo más tarde, cuando Dahma fue detenido a raíz del incendio autoprovocado en su establecimiento comercial y que se extendió a varias otras tiendas, la esposa de Dahma, también árabe, solicito la ayuda de la Dinorah. Pero ésta se la negó rotundamente, recordando la “mala jugada” que aquél le había hecho.

(La enfermera Martínez, luego del triunfo de la revolución, fue desposeída de todos sus bienes y escapó hacia Miami. Posteriormente viajó al Paraguay, donde actualmente se encuentra al servicio de Somoza y su amante). 

                         GALLINA QUE COME HUEVO

Somoza trató por todos los medios de tener una amante de altura de su “posición”. Y si logró educarla gastronómicamente para que degustara los más exquisitos manjares y paladeara los mejores y más añejos vinos, no logró jamás de ella la absoluta fidelidad que le exigía.

Y, por lo menos una vez, fue testigo adolorido, pero amante sin remedio, de las frivolidades y devaneos de su casquivana querida. Fue durante un paseo a una de sus numerosas villas en el mar, al que viajó sin la compañía de Tacho.

Para amenizar el paseo fue llevado un cantante extranjero que hacía presentaciones en Managua. Impulsada tal vez por la buena presencia del cantante, o por la calidez de su voz o, más seguramente, por el alcohol que corría a torrentes por su sangre, la Dinorah se abalanzó sobre aquél y lo besó larga, apasionadamente…

De pie tras un muro que rodeaba la casa, Tacho, que había llegado sin estridencias, presenció la escena. Tras una violenta reconvención a su mujer y la orden de que el cantante desapareciera del panorama lo más rápidamente posible, Somoza se metió de nuevo en su carro y se marchó.

La Dinorah tenía una admiración narcisista por su pechos, que solía poner al descubierto en público muy a menudo, en una obsesionante y desleal competencia con los muy exiguos de su rival, la Hope.

Así la descubrió en cierta ocasión en uno de los salones de la casa, su cocinero, que tras murmurar azorado alguna excusa, salió dejando que el solitario admirador (y funcionario de Somoza) de las carnosas protuberancias, se hartase del espectáculo, como muy  posible y literalmente lo hizo


UN POEMA HECHO A LA MEDIDA

Entre la hermosa literatura de protesta y de gran contenido social que se ha escrito en nuestro país, figura un poema que refleja con fidelidad la situación que reinaba en Nicaragua hasta el 19 de Julio de 1979. Inexplicablemente, el poema no ha recibido la difusión que merece tal vez porque denuncia cosas que ya pertenecen al pasado.

Su autor es un médico masayés llamado Luis Adolfo Vivas. Vamos a reproducir de él sólo tres estrofas, que dan la mediad de su gran calidad. Se duele el poeta de que:

      “!Vienen sedas de la China para vestir desnudeces
                        de rameras oficiales; clases parásitas ricas,
                        clases parásitas pérfidas!
                        ¡Y en la cotona del indio… arañazos de miseria!
                        ¡Caramba, cuánta insolencia! ¡Caramba cuánta insolencia!
                        ¡Autos aerodinámicos ondulan las carreteras
                        cargados de carne inmunda,
                        de sadismo y de histeria; de vicio y concupiscencia! 
                        ¡Y en la carreta del indio…rechinando la pobreza!
                        ¡Caramba, cuánta insolencia! ¡Caramba cuánta insolencia!
                        Manjares, viandas exóticas
                        adornan con profusión la mesa del presidente.
                        ¡Oh banquetes burocráticos! ¡Oh festines babilónicos!
                        ¡Y en la cazuela del indio… lengüetazos de miseria!
                        ¡Caramba, cuánta insolencia! ¡Caramba, cuánta insolencia!.

      ¿En qué otro lugar podría encontrarse algo que denunciara de una manera a la vez tan vívida y vigorosa el espantoso estado de injusticia social en que nos debatíamos sino en los versos arriba transcritos?

   Como en el festín de Baltazar, los versos lapidarios de Luis Adolfo Vivas debieron haber sido inscritos en los muros de las casas de cada uno de los corrompidos acólitos de Somoza a manera de tremenda advertencia sobre el inminente y justo castigo a que estaban condenados por sus crímenes contra el pueblo.

   Mientras por los cuatro costados de la fastuosa residencia de la concubina presidencial un ejército de hombres y mujeres desocupados acompañados por sus hijos deambulaba desconcertado en la búsqueda de un mendrugo de pan que llevarse a la boca, en el comedor de la hetaira presidencial se servían exóticos y suculentos manjares en una fina y delicada vajilla sobre la cual se había mandado grabar, vanidad de vanidades, los nombres de la odiada pareja.

    (El tirano tenía especial predilección por el pollo asado, la langosta al vapor y la corvina. Su querida tenía un gusto similar: langosta a la termidor y pollo asado con salsa en mantequilla, rociados con whisky en las rocas y vino rosado. Por las noches gustaban devorar un churrasco, un filet mignon o paella, pidiendo como postres queque helado, toronja con queso o sidra con queso  y albaricoque).

   Es innecesario decir que la despensa de la cocina de la preferida del tirano estaba atestada de licores de toda clase  y de las más inimaginables poterías, sobre la cual la mujerzuela ejercía un rigurosísimo control para evitar la más mínima fuga de ella. Pero “!en cazuela del indio… lengüetazos de miseria!

   Para desplazarse en sus correrías por la ciudad o fuera de ella, la Dinorah era poseedora de una enorme flota de vehículos, entre los que destacaban tres automóviles Mercedes Benz (de los que distribuía su amante) y diez camionetas Cherokee. La custodia militar que el tirano le había asignado estaba compuesta por ocho soldados, quienes, junto con los dos choferes, de apellido Calero y Campos, tenían que permanecer en la casa mientras su dueña estuviera en ella.

   La Dinorah tenía casas de verano, perfectamente equipadas, en los principales balnearios del país, incluyendo la Costa Atlántica (Corn Island, San Carlos y Puerto Cabezas).

   En sus viajes al mar se hacía acompañar por su peinadora, una mujer llamada Castalia, su cocinero de turno (José Tapia o Manuel Flores) y la infaltable custodia militar.

   A pesar del maltrato a que los sometía y del enorme trabajo que les exigía desempeñar, el sueldo asignado a un cocinero llegaba apenas a los 1,200 córdobas al mes. El obsequio de una propina era un gesto tan escasísimamente visto en esa casa que el ocasional agraciado con ella llegaba a pensar que se trataba de alguna trampa para hacerlo caer en quién sabe qué delito.

   Un pasaje de la vida de la Dinorah que no llegó a ser aclarado totalmente es el concerniente a la existencia de  un supuesto hijo suyo, habido posiblemente con Somoza. Lo poco que se sabe de esto es lo que la mujer confió, en un momento de condescendencia con un cocinero, al que reveló que en breve realizaría un viaje a los Estados Unidos para “ir a ver al niño”. La natural imprudencia del empleado, que no profundizó en el tema, nos ha impedido conocer más sobre este asunto. 

   El 17 de julio de 1979, Anastasio Somoza Debayle huía precipitadamente del país, al que dejaba sumido en la ruina física y económica. En la ciudad norteamericana de Miami, refugio de grandes gánsteres latinoamericanos y, para él, primera escala de un vergonzoso y  triste peregrinaje, en inútil tentativa de evadir la ineluctable justicia del pueblo, se reunión con su amante, que lo había precedido en la fuga.

   A pocos miles de kilómetros de ahí, un pueblo desangrado, arruinado económicamente, destrozado en lo físico pero lleno a plenitud de una inmensa y extraña alegría al ver rotas en mil pedazos las cadenas que lo aherrojaron durante 45 años; de saberse,  por primera vez en su vida, absolutamente libre y dueño único, de ahora en adelante, de su historia y de su destino, sólo daba cabida en su pecho a un único afán: comenzar ya, sin pérdida de tiempo, la formidable tarea de su reconstrucción. A fin de cuentas, tenía ya en sus manos el sacratísimo premio de su libertad, ganada al costo de torrentes de sangre heroica y generosa y la amargura de que el responsable d todo su dolor escapara de sus manos momentáneamente, no iba a turbar esa felicidad. ¡Ahora sí podía gritar a pleno pulmón: por primera vez y para siempre: somos una república, como la quisieron nuestros héroes y mártires! ¡Dictadura, nunca más! ¡Por siempre paz, justicia, libertad!

CAPÍTULO VII

EL CHIGÜÍN: UN MONSTRUO QUE SE FRUSTRÓ

Nuestro trabajo debía haber concluido al llegar al final del párrafo anterior. Considerábamos que la meta que nos habíamos propuesto alcanzar, anunciada en el título de esta obra, estaba a medias lograda. Los tres Somoza que tiranizaron el país, quedaban apenas bosquejados en las páginas anteriores, con su tremendo fardo de maldad, materialmente imposible de exponer en todo su contenido.

   Pero desde hacía rato veníamos oyendo la voz de alguien que reclamaba, su legítimo derecho de ser incluido en esta obra. Y  decidimos complacerlo.

  Porque no hay que olvidar que uno de los rasgos más sobresalientes en la personalidad desquiciada del “chigüín” Somoza Portocarrero, al lado de su ferocidad y sadismo sin límites, es el de su incurable vanidad. Y  ella es la que nos ha pedido a gritos su inclusión aquí.


   Derribado súbita y violentamente el imperio levantado por su familia, Somoza Portocarrero se siente como el viajero retrasado que sólo alcanza a ver con una mezcla de asombro e ira impotente, cómo el avión que debía abordar levante el vuelo, dejándolo en tierra.

   Pero, obedeciendo a la finalidad de este trabajo, que nos circunscribe a mostrar sólo un aspecto de la tiranía que no fue muy del dominio público, nos contentaremos con dejar al delfín en su dorado exilio y buscar las huellas de sus no tan escasas depredaciones en nuestra tierra, no obstante los pocos años de vida transcurridos aquí.

   El símil con el pasajero rezagado, empleado un poco más arriba, pinta en sentido figurado la frustración de Somoza Portocarrero, para quien la toma del poder en Nicaragua era sólo cuestión de tiempo. Pero, por otro lado, lo describe con bastante exactitud.

   Dueño de la casa de juguetes que era para él Nicaragua, el “chigüín” tenía especial preferencia por los aviones de la Fuerza Aérea, que usaba a voluntad para desplazarse por todos los rumbos del país en sus giras amorosas.

   Cuatrimotores Douglas o el Jet ejecutivo de ocho plazas; helicópteros o avionetas: todo le pertenecía. El uso de cualquiera de estos aparatos estaba supeditado sólo a su capricho y  éste se imponía sin consideraciones de ningún tipo.

   Ocurría muy frecuentemente que despegaba de Managua en una avioneta y  diez días más tarde aterrizaba con un cuatrimotor, de entre los varios que permanecían en los hangares de los aeropuertos de sus innumerables propiedades.

   En estas giras se hacía acompañar de una cocinera, que preparaba las comidas de la pareja, cuyo elemento femenino era distinto en cada una, naturalmente.

   El “chigüín” tenía una amiguita en Diriamba por la que, a juzgar por la frecuencia con que solía salir con ella tenía preferencia.

   La amiguita ésta se hacía acompañar siempre por perritos, a los que llamaba “El arisco” y “La arisca”. Sus giras comenzaban frecuentemente en Pochomil, cerca de Diriamba, para trasladarse luego a Montelimar de donde después de algunos días, viajaban en avión hacia Corn Island.

   (El pago para el cocinero después de una de estas agotadoras giras nunca excedía los quinientos córdobas).

   Talvez atormentada por la infidelidades de su marido, la Hope no veía con agrado los amoríos de su hijo y en cierta ocasión que lo sorprendió en Montelimar con su querida oficial, una muchacha de apellido Martínez, nieta del general Roberto Martínez, los expulsó violentamente.

   Entonces la pareja lió sus bártulos y con su cocinero se trasladaron en avión a la hacienda que su padre poseía en Costa Rica, “El Murciélago”.

   La Hope era celosa con sus casas de veraneo  y en cada una de ellas había mandado colocar, en gran profusión, rótulos que indicaban que estaba vedado el uso de sus instalaciones, incluso para sus familiares. 

SEGUNDA PARTE

LA DINORAH: OTRA VERSIÓN Y OTROS DETALLES


   Dinorah Sampson Argüello era una oscura secretaria-recepcionista de una conocida emisora cuyo slogan es la “número uno en todo”. Muy jovencita, comenzó a hacer “caritas” a todos los locutores y narradores deportivos, quienes la invitaban a fiestas públicas y privadas, queriendo lucir a esta nueva recepcionista, que poseía méritos femeninos por encima de las que le habían precedido en tal posición.

    En esta emisora precisamente conoció a Julio Talavera Torres, un periodista que hizo de todo: fue comunista, liberal independiente, trabajó como fotógrafo en el diario “La Prensa”, fue director de radio-periódico, opositor y por último somocista. Se ufanaba de contar que el dictador Anastasio Somoza Debayle había sido su amigo de la infancia y que hasta le había lustrado los zapatos. En los últimos años de la dictadura somocista, Talavera Torres formó un fantasma llamado Colegio Nacional de Periodistas que, de colegiado, no tenía nada; agrupaba a seudoperiodistas que anualmente hacían la corte al dictador el Primero de Marzo, “Día Nacional del Periodista”, haciéndole creer que el periodismo nacional estaba agrupado alrededor del dinasta. Esta fiesta dejaba pingües ganancias al flamante Presidente del Colegio Nacional de Periodistas, el mismo Talavera Torres. También actuaban figuras como el comentarista Julio Vivas Benard, a quien le decían “Julio Vivas Venado” y rechoncho coronel-periodista, Lázló Pataky, de ascendencia judía.

   Esta fiesta la pagaba la Dinorah no con fondos suyos, sino por medio de la Secretaría de Información y Prensa, de donde salían las “libres” para la compra del whisky y el dinero para cubrir el resto de la fiesta. El Primero de Marzo de 1977 fue la última vez que este cuerpo “colegiado” se reunió con los Somoza, en el Casino Militar. Otro patrocinador de estas fiestas, Fausto Zelaya Centeno, llevó la palabra oficial; también estuvo presente el cubano Pedro Ramos Quiroz, ambos responsables directos del asesinato del Dr. Pedro Joaquín Chamorro, hecho criminal acaecido el 10 de enero de 1978 en los escombros de la Managua destruida por el terremoto del 23 de diciembre de 1972. Pero faltaba otra fiesta: la del Colegio Nacional de Periodistas, donde doña Dinorah debía tener su participación. En los días subsiguientes “los amigos” periodistas estaban presentes en una cena a la amante del “Jefe” Somoza en el Restaurante “Los Gauchos” propiedad del tirano. Esta daba una jugosa ganancia a Talavera Torres. Fue en esta que, el General Gustavo Medina tomó la palabra y dijo traer el “encargo” de la alta oficialidad de la Guardia Nacional para presentar sus respetos a Doña Dinorah, a quien llamaron “madrina” del Ejército Nacional” por sus “bondades” hacia el guardita desvalido.

   El único beneficiario con estas reuniones y cenas era Talavera Torres que conseguía  “libre introducciones” para vehículos y viajes al exterior en gira de paseo. Así pagaba la Dinorah a este periodista, a quien había conocido en la emisora “la número uno en todo”.

   La vigilancia militar y seguridad desplegada en los lugares donde estaba la Dinorah era exagerada. Cuatro agentes de la seguridad, a la entrada del Restaurante “Los Gauchos”, seis más en un jeep descapotado, rondando el interior del edificio dos oficiales, apostados cerca del comedor donde estaba la “señora” Dinorah, y  seis agentes de seguridad más, vestidos de civil con sendas pistolas de reglamento. Los oficiales revisaban las invitaciones y luego verificaban la lista en un libro rojo, aquel quien tuviera invitación y no estuviese registrado, era rechazado. Un conocido abogado, que cumplió condena en la Cárcel Modelo por asesinato, llegó a la reunión con un retrato al óleo de la Dinorah, como regalo de sorpresa. No estaba asentado entre los invitados, pero el obsequio rompió toda medida de seguridad. Era una representación de Doña Dinorah, muy favorita de ella y que además le gustaba en demasía al “Jefe” por haberla tomado él personalmente, con una cámara con lente gran-angular en su Hacienda Montelimar. Los días duros de esta oscura recepcionista de emisora, habían quedado atrás, cuando sólo hacía un tiempo de comida al día y tenía que salir con amigos a divertirse…

   A esta citas y reuniones con la Dinorah, no faltaba el Secretario de Información y Prensa de turno, (el último fue Rafael Oliverio Cano), así como el Secretario Privado, Edgard Solano Luna, un ex conservador de Masaya. Este era quien hablaba agradeciendo el homenaje en nombre de su “Jefa”, ya que ella por su poca instrucción no lera permitido hablar en público, a veces leía algún papelito que guardaba en su cartera, tres o cuatro frases cortas. Había grabaciones magnetofónicas, para cine, televisión y fotografías. Todo este material era enviado a ella, para después mostrárselo a su amante en la recámara especial de Casa Presidencial, o del Bunker, Montelimar, etc., donde el dictador gozaba con estos agasajos a su “mujer”. En circuito cerrado de televisión presenciaban juntos y en paños menores el fílmico. Todo esto mientras el pueblo se moría de hambre y en las ciudades y  montañas los ciudadanos y campesinos eran masacrados por la Guardia Nacional.

¿A DÓNDE FUE VICENTE?

   Un oficial de la novena promoción de la Academia Militar, originario de Corinto, Vicente Molieri, cayó en desgracia con el dictador Somoza, precisamente por lo que comúnmente se llama en Nicaragua “sospechas y cosas ciertas”. Este Molieri había sido graduado en el año 1954 y  era el oficial más joven de su promoción, de finos modales y bastante parecido. Molieri comenzó siendo acompañante de Dinorah Sampson; el dictador sintió celos, por cuanto, varias veces, encontró en la residencia de su amante, al oficialito de la Guardia Nacional. Sus airados reclamos eran rechazados por aquella, quien le aseguraba que no tenían fundamento.

   El Teniente Primero Vicente Molieri nunca tuvo un puesto de responsabilidad dentro de la organización del Ejército nicaragüense. El cargo más responsable fue el de instructor de cadetes en la Academia Militar, menos habría de tenerlos, cuando inició una caída en barrena, sólo por tener amistad con Dinorah.

   Somoza ordenó al GN-1 de la Guardia Nacional que pasara a la “casual” al Teniente Molieri. Esta posición dentro del Ejército era algo así como estar esperando órdenes de trabajo y muchos oficiales pasaban así años, sin que los mandaran a ningún Comando Departamental, estaban en el ostracismo castrense. Sin embargo, la Dinorah, siguió viéndose con Molieri; tenían entrevistas por teléfono y personales; el equipo de seguridad de la Sampson informó de tal cosa al “Jefe”. Este montó en cólera y ordenó al Jefe de Operaciones de la Guardia Nacional que transfiriera a Molieri a la montaña en misión de contra-insurgencia a combatir la guerrilla en el Frente Norte “Carlos Fonseca Amador”. Molieri no tenía ninguna experiencia anti-guerrillera, ni siquiera había patrullado en la ciudad y era lo que en la Guardia Nacional llaman un “pechuza”; siempre se mantuvo “camuflado” y nunca “daba la cara”, pero tenía que obedecer “órdenes superiores”.

   En la montaña estuvo bajo las órdenes del Capitán Edgard Altamirano. Una patrulla compuesta por 18 soldados acompañaban a Molieri en busca de guerrilleros del Frente Sandinista de Liberación Nacional (F.S.L.N.) El oficial nunca hizo contacto con los guerrilleros, según cuentan algunos miembros de la patrulla y en el informe que diera a sus superiores el Capitán Altamirano. Molieri se la pasaba en una hamaca, mientras los soldados hacían labores de vigilancia, cocina y un poco de posta y ronda.

   Un día, Molieri, inventó un combate, se hizo rasgar el uniforme, rodó cañada abajo y exhibió raspones en todo el cuerpo. En consecuencia pidió su traslado al Comando Central de Managua.

   Pero aquí, la superioridad no le creyó el cuento del combate, dándosele inmediatamente “la baja” del ejército por conveniencia de la Guardia Nacional. La Dinorah ni siquiera protestó por la acción de su “marido” Somoza, pero contaba a sus amistades íntimas de la mala acción por celos “infundado”.

   Molieri anduvo buscando trabajo y  se le cerraron las puertas en todas las dependencias autónomas y del gobierno central. Había contraído matrimonio, en segundas nupcias, con Diana Román, la hija del Coronel G.N. Manuel Antonio Román, militar de la vieja guardia somocista; la Dinorah no había estado de acuerdo con este casamiento; como tampoco nunca estuvo conforme con otra amiga suya, quien era su acompañante en todas las reuniones. Se trata de Norita Marín, hermana menor de Leandro Marín Abáunza, un ex Ministro de Somoza, quien fue “purgado” de la administración por malos manejos en los fondos públicos. La Norita era muy amiga de Dinorah, como también lo era el Coronel Rafael Lola, amante de Norita. Esta amiguita, contó cosas íntimas de Dinorah, cuando ésta le negó un favor, saliendo inmediatamente del cortejo y “rol” de sus amistades. El Coronel Lola siguió frecuentando la residencia de la Dinorah; Norita tuvo que abandonar el país. 

   Molieri quiso recobrar la amistad con la Dinorah y el dictador, pero le fue imposible. Quiso congraciarse con Somoza engrosando las filas de Juventud Liberal Somocista al lado de Chéster Escobar Ramírez, acusado de ser el jefe de la “Mano Blanca”. El ex oficial formó parte del directorio nacional y fue fiel asistente en un Congreso Anticomunista celebrado en Managua, en el año 1979, en el Teatro Nacional “Rubén Darío”. Nada de esto le valió. Eran grandes y hondos los resentimientos…

UN MODESTO REGALO

   Los cumpleaños de la Dinorah eran fastuosos. Se celebraban en la casa-finca de esta “dama”, situada sobre la carretera sur. Una mansión con circuito cerrado de televisión, aire acondicionado central, amplios jardines, baños con azulejos traídos de Italia, mármol de Carrara, llaves de oro y plateadas, aguas fría y  caliente, baños sauna, un pequeño gimnasio. La Dinorah hacía ejercicios físicos en un gimnasio particular, el “Hércules”, pero un día apareció una foto de esta dama ilustrando un anuncio del mencionado gimnasio en el diario “La Prensa”. Esto molestó tanto al dictador que amenazó con demandar al publicista de marras, pero la publicación había sido con la autorización de la Dinorah. Confesaba a sus amigas de corte, que había accedido a tal cosa, para darle celos a la “vieja esa” (se refería a la esposa de Somoza, Hope). Después negaría que era ella la de la foto, pero no había dudas. Ella quería ser modelo, pues se ufanaba de tener un “lindo” cuerpo.

   En uno de estos cumpleaños el dictador quiso agradar a su amiguita obsequiándole un automóvil deportivo “Mercedes Benz”, marca que distribuía en calidad de exclusivo desde la compañía DISMOTOR. Pero cuál sería su sorpresa, cuando uno de los ayudantes del tirano le dijo: “Jefe… la doña no está conforme con ese regalo, dice que ella quiere un BMW. Tomó el regalo y rompió la tarjeta  y dijo que usted  ya sabía sus gustos”. Somoza frunció el ceño y no contestó una sola palabra.

   Por la noche, cuando estaban todos los invitados celebrando el cumpleaños de la Dinorah, entró a la residencia un enviado especial con un automóvil BMW último modelo color biege con una cinta que decía: “Al amor de mi vida” (firmado): EL JEFE.

   Más tarde llegó el dictador con su tropel de ayudantes y guardaespaldas. Así gastaba el dinero del pueblo, haciendo derroche en regalos carísimos a su amante  del alma, la Dinorah Sampson.

   A estas fiestas concurrían personajes de todas las clases sociales, desde Ministros hasta Alexis Argüello, el campeón mundial pluma en compañía de su primera esposa Silvia. Más tarde el campeón contraería segundas nupcias con una colegiala de un instituto religioso y en tercera nupcias con Loretto Martínez, (hija de Roberto Martínez Abáunza) nieta del General Roberto Martínez Lacayo, quien fuera triunviro títere de Somoza, junto con Alfonso Lovo Cordero y Fernando Agüero Rocha. Silvia, la primera esposa de Alexis no gozaba de la amistad de la Dinorah quien, en muchas ocasiones le dijo al campeón: “En mi casa te quiero solo, no con esa mujer”.

   En esas fiestas de cumpleaños, el dictador se encerraba en un apartamento privado con sus íntimos. Al filo de la madrugada se hacían los bacanales más mundanos, bailes en paños menores al compás de música disco para terminar con las zambullidas en la piscina. La Dinorah salía a recibir a sus invitados. Uno de los Embajadores que más gozaba de la amistad de esta damisela era el Dr. Edgard Escobar Fornos, un diplomático nicaragüense muy hábil. En una ocasión le trajo, como regalo de cumpleaños, un conjunto de El Salvador, para que amenizara la fiesta. Los Hermanos Cortez de León y otro conjunto, de los hermanos Salinas, se turnaban durante la música. La ejecución de “María de los Guardias” del compositor nacional Carlos Mejía Godoy, era la preferida de la Dinorah pues ella decía que era “la Dinorah de la Guardia” y el “Jefe” gozaba con estas ocurrencias de su amada.

   Los más finos licores corrían como ríos durante estas fiestas, la carne de exportación y los más ricos bocadillos llegaban a hastiar. Durante la fiesta, ella se cambiaba hasta cuatro vestidos, primero lo lucía ante el “jefe”, después salía al patio a conversar con sus invitados.

   La abundancia en estas fiestas era pecado. Por las mañanas gentes del pueblo vecinos de la residencia de la Dinorah, esperaban por un plato de comida de los que había sobrado. Un guardia “vivo” sugirió a la Dinorah que, en vez de regalar esta comida a la gente vecina, la recogiera y la llevara al asilo de ancianos y al Hogar Temporal del Niño; la “doña” asintió, pero el guardita, ni tonto ni perezoso, recogió todo el sobrante de comida y lo vendió en un restaurante de Managua. Esto lo comentaba la servidumbre de la casa y los ayudantes militares.

DANZA DE MILLONES

   El contrabando era otro negocio que explotó autorizadamente la amante de Somoza. Los ingresos personales que este turbio negoció le dejó, tanto en córdobas como en dólares, no tienen límites. Aviones de carga de “La Nica”, --línea aérea propiedad de Somoza—, aterrizaban con mercaderías de toda clase. Grandes tiendas con nombres supuestos se levantaban en el comercio, para luego ser liquidadas. Nombres sociales como “Distribuidora de Mercaderías”, “Importaciones de Lujo”, “Implementos, S.A.”, fueron negocios de la Dinorah, en contubernio con altos oficiales de la Guardia Nacional.

   El coordinador de estos negocios era el tristemente célebre General de Brigada Reynaldo Pérez Vega, conocido como el “perro Vega”. Este tuvo los más jugosos puestos dentro del engranaje de la Guardia Nacional, pasando por el mejor; tal la Dirección General de Migración, que dejaba para el Director General del turno, una ganancia neta, de cinco millones de córdobas, después de pagar al personal de empleados y las dádivas y “coimas” a diferentes personajes, incluyendo al propio General Somoza y a su amante la Dinorah, que percibía medio millón de córdobas mensuales de los mismos “ingresos”. Había un ciudadano chino que tenía una cadena de supermercados, quien se encargaba directamente de hacer el nada limpio negocio, de traficar con sus mismo conciudadanos, a los que les quitaba una gran cantidad de dinero en dólares, a cambio de su ingreso  y residencia en el país. Dos hijos de este oriental eran oficiales de la Guardia Nacional, uno de éstos, ligados a la famosa “mano blanca”.

   El General Pérez Vega, quien fue ajusticiado por una célula del Frente Sandinista de Liberación Nacional, era quien directamente se entendía en todos los negocios de la Dinorah, pues gozaba de la confianza absoluta de ella. Personalmente este alto oficial se trasladaba al aeropuerto internacional “Las Mercedes” (ahora Augusto César Sandino) a recibir los embarques de mercaderías que eran distribuidas a las diferentes tiendas del comercio local. Otra era colocada en la tienda del Campo de Marte, la que era vendida a precios relativamente bajos, a la élite de los oficiales, clases y  alistados de la G.N. En esta forma se le hacía una competencia desleal al mercado local que pagaba sus impuestos al gobierno central. Esto fue denunciado por la Cámara Nacional de Comercio en diferentes ocasiones, pero el dictador uso oídos sordos, simplemente porque su amiguita era quien controlaba toda esta cadena de explotación.

AMOR SIN ESPERANZA

   Anastasio Somoza Debayle contrajo nupcias en 1950 con su prima Hope Portocarrero Debayle, por órdenes directas del dictador Anastasio Somoza García, su padre. Este no quería que su hijo se casara con Bertha Zambrano Granja, una guapa muchacha originaria de Niquinohomo de la tierra del General de Hombres Libres, Augusto César Sandino. Más tarde, Bertha contrajo matrimonio con un locutor-empresario de la radiodifusión azteca. Sin embargo, “Tachito” como se le llamaba a Somoza Debayle, continuó viéndose con Bertha y a menudo ésta visitaba Nicaragua, en avión privado de Somoza D., sus encuentros eran en la Hacienda Montelimar, donde hizo construir un campo de aterrizaje. Una vez Somoza D., le propuso a su padre que iba casarse con Bertita Zambrano Granja, y por respuesta obtuvo un puntapié en las nalgas. Después maquinó el casamiento con Hope, originaria de Tampa, Florida. Esta señora nunca quiso renunciar a su ciudadanía original.

   “¿Para qué?”, decía.

   “El General no necesita mi voto, tiene los quiere”.

   Los pleitos de Somoza con la Hope eran constantes.

   Por esto la señora de Somoza se mantenía más de la mitad del año fuera de Nicaragua en “misiones especiales”. La Hope le reprochaba a cada momento su mal carácter y sus funciones maritales nocturnas. Le advertía que el poder le había enloquecido. Durante las sesiones del Comité Nacional de Emergencia debido al terremoto del 23 de diciembre de 1972, un aprovechado de nacionalidad dominicana ofreció servilmente traer una trouppé de artistas mexicanos (hombres y mujeres) para un función a beneficio delos damnificados del terremoto. La Hope detectó que se trataba de un negocio de trata de blancas para el servicio exclusivo del flamante Presidente del Comité Nacional de Emergencia, que no era otro que Somoza Debayle. El dominicano salió de regreso a su país en el primer avión de República Dominicana que llegó con ayuda.

   --Este General no se compone— comentó la Hope—. Luego agregó: “No le basta el dolor y el sufrimiento del pueblo. Quiere tener tiempo para fechorías  y sodomías. Le odio, le odio…”. Se levantó intempestivamente de la sesión del Comité Nacional de Emergencia, fingió sentirse con malestar en la cabeza  se refugió en sus habitaciones en su residencia de “El Retiro”.

   Somoza Debayle palideció de cólera. Dio tres chupetazos a su puro habano y continuó la sesión.

   Al finalizar hizo comentarios con sus íntimos colaborares maldiciendo la hora en que se había casado con “esta señora”. 

   Ya le he dicho que no hable “mierdas”, profirió, añadiendo…. “Que se limite sólo a rendir su informe y nada más”.

   Un médico de apellido Rossman no le simpatizaba a Somoza. Se desconocen los motivos. Sin embargo, este galeno era el consentido de la Hope, que lo mantenía en un puesto de alto nivel en la Junta Nacional de Asistencia y Previsión Social.

   “No quiero a ese hombre en ese puesto. Poné a otro”.

   “No tengo con quién reponerlo y no tengo motivos para despedirlo”, contestaba la Primera Dama.

   “Somoza estuvo a punto de golpear a su esposa por estas “insolencias”. Cuando las discusiones llegaban al rojo vivo, la Hope tomaba el primer avión de su línea aérea La Nica, rumbo al exterior. Después de cada pleito, Somoza a su vez, dormía a pierna suelta con su dulce amada Dinorah Sampson, en la residencia fortificada de ésta, sobre la Carretera Sur.

   Durante las recepciones oficiales en las que Somoza había de aparecer, por protocolo, al lado de su esposa Hope, ésta llegaba de última cuando la ceremonia estaba por concluir. Se colocaba a su lado solamente para la fotografía oficial, unas sonrisas fingidas y después la Hope abandonaba el lugar.

   De estas peripecias, era informada la Dinorah, por los ayudantes de Somoza, ella con una sonrisa de oreja a oreja expresaba: “Son órdenes mías, es a mí a quien ama y a nadie más”.

   Para este tiempo, 1973, el matrimonio de Somoza-Portocarrero estaba al borde del divorcio, pero sólo por el escándalo social no se producía. Aunque en una ocasión la Hope le pidió 200 millones de dólares y una pensión vitalicia de 50 mil dólares mensuales por el divorcio. Somoza se negó a esta transacción. Las fotos que habrían de aparecer en el diario oficialista “Novedades” ya no eran censuradas por la propia Hope, quien seleccionaba las gráficas antes de su publicación, (no permitía que se publicaran fotografías donde apareciera con arrugas) o donde se notara su edad otoñal.

   Las fotos ahora se publicaban de acuerdo a la selección que hacía el fotógrafo y solamente una, y no en primera página, sino en la interiores. También eran órdenes de la Dinorah.

HOSTIAS PARA MI CUMPLEAÑOS

   La Dinorah Sampson nunca tuvo participación directa u oficial dentro del engranaje político de su “marido”, el dictador Somoza Debayle. Pero, como popularmente se llama en Nicaragua, por “debajo de la mesa” tenía un mando tremendo, además de las prebendas por los diferentes negocios ilícitos que tenían los militares de alta graduación, siendo además socios de éstos en cada compañía fantasma que fundaban con préstamos de Bancos y Entes Autónomos. En una ocasión un Gerente del Instituto de Comercio Exterior e Interior (INCEI) entidad supuestamente  para regular los pecios de los granos básicos y  evitar el agiotismo, actuó en forma contraria, cuando el INCEI compró una gran cantidad de arroz que resultó de baja calidad, el que hubo de venderse a un país centroamericano por orden de Somoza a bajo precio. Un delegado de la Dinorah, ni corto ni perezoso compró toda la existencia de ese arroz e hizo la negociación con el país vecino. Este Gerente al darse cuenta de la maniobra, quiso intervenir, pues quería que arroz fuera repartido o vendido a bajo precio al pueblo hambriento y tan sólo porque hiciera un comentario, fue despedido de su puesto. Lo más asombroso del caso fue que al Gerente de marras, lo “corrieron” del puesto por “malversación de fondos, por administrar mal la empresa”.

   Sin embargo, la Dinorah quería “algo bueno” en Nicaragua. Sus consejeros le presentaron un plan de realizar comuniones cada 5 de Diciembre, fecha del cumpleaños de su “marido”. Estas comuniones eran públicas, con la asistencia del propio Somoza, de sus Ministros y resto de bandidos. La Dinorah vestía, calzaba y obsequiaba un desayuno a estos niños que recibían la Primera Comunión, La Hope, por supuesto no asistía a esta ceremonia religiosa, pues siempre estaba fuera del país, en sus vacaciones forzadas. Un cura católico servil se encargaba de ofrecer la Santa Misa, impartir la comunión y pronunciar un sermón del más arrastrado servilismo. El Padre León Pallais, S. J.S., familiar de Somoza, fue uno de los oferentes de esta Misa. Monseñor Miguel Obando y Bravo, Arzobispo de Managua cuando conoció los antecedentes de este acto de “humildad” y de dónde procedía tal consagración las prohibió públicamente, pero siempre había curas dispuestos a prestarse a bendecir el evento religioso. La Dinorah se regocijaba por su cristiana acción, que desde todo punto de vista era inmoral. No era cierto que este gasto lo cubriera de su peculio personal, sino que salía de las costillas del propio pueblo nicaragüense, pues cada Ministerio aportaba cantidad fija cada año, y algunos oficiales presupuestarios llegaron al colmo de poner en partidas especiales esta erogación anual.

   Durante más de diez años estas Primera Comuniones fueron efectuadas en el local del Ministerio de Obras Públicas; otras se habían hecho en una Parroquia local. Pero desde que Monseñor y Bravo las prohibió, cobraron legitimidad en el lugar del Ministerio apuntado, porque como dijera uno de estos curas serviles: “Dios está en todas partes  y para estos actos de humildad y sometimiento, con justa mayor razón”.

   Inicialmente ofrecieron su Primera Comunión unos cincuenta niños, la cuota fue subiendo y  todavía para el 5 de Diciembre de 1978, siete meses antes de la estampida del dictador, concurrieron más de cuatrocientos niños, algunos ya muy grandecitos, pues los organizadores de tal concurso, sin falta el flamante Presidente del Colegio Nacional de Periodistas, habían “equipado” a muchachos que ya habían recibido su Primera Comunión, en los anteriores 5 de diciembre, pero con tal de presentar un número bastante aumentado, los vistieron de blanco, les pusieron corbatín, zapatos negros y su candela. Y  como después había un suculento desayuno, estos infantes, con tal de comer bien aunque fuera un tiempo de comida, se prestaban al “show” de la Dinorah. Los serviles Ministros y miembros del Estado Mayor de la Guardia Nacional, junto con sus esposas saludaban a su Presidente y le hacían creer que este acto era el mejor que se podía ofrecer en ocasión de su cumpleaños. La Dinorah se colocaba al fondo de la concurrencia y poco antes de terminar la Santa Misa, se salía del local, como no queriendo aparecer involucrada en su propia pantomima ya que por la noche venía la celebración del cumpleaños “a toda madre” con finos licores, comilona, “strip-tease”, mariachis, artistas nacionales y extranjeros, así como al final de la fiesta, todos a la piscina en paños menores. 

OTRA VERSIÓN

   El rufianismo, el robo, el vicio, la extorsión, eran una sucia amalgama en la dictadura somocista. Fue así como Somoza Debayle conoció a Dinorah Sampson, según otra versión.

   Un militar de alta graduación, quien fuera hombre de confianza de Somoza García y luego por herencia pasó al dictador en turno, organizó una bacanal en un yate anclado en el Lago de Managua. El entonces Teniente José Iván Allegrett fue el coordinador. Somoza concurrió a la velada nocturna y allí precisamente hizo los primeros contactos con Dinorah, le gustó la muchacha, comenzó a cortejarla y mandarla a buscar con sus ayudantes. La noche del  yate no estuvo con Somoza, pero los flirteos ente ambos fueron notorios. La Dinorah frecuentaba una casa de “amigas” en el Barrio El Calvario en Managua, donde hacia alardees de su  amistad con Somoza Debayle, hasta daba a conocer que el “hombre” le había puesto guardaespaldas o “agentes”, cuidando que no saliera con otro aunque todavía no tomaba posesión de su nuevo estado.

   Un día, Dinorah desapareció del mundo social donde antes se desarrollaba. Ya el “hombre” se había hecho cargo de ella y le alquiló una casa. Los amigos cercanos a Dinorah se fueron retirando; ella tenía a sus alrededores otra clase de gente, los Ministros, esposas de éstos y  amantes de los íntimos de Somoza fueron rodeando a la nueva “ama”, a la que rendían pleitesía y múltiples homenajes.

   Cuando un amigo de los acompañantes de la Dinorah frecuentaba mucho la casa de ésta, era seguido muy de cerca por los elementos de la seguridad asignada a ella. Fue así como un hijo del famoso Guillermo “Chato” Lang, de nombre Carlos solía acompañar a Dinorah en fiestas y reuniones; como era hombre de confianza, muy simpático, con domino del inglés y presunciones de “play-boy”, entonces el dictador entró en celos y en varias ocasiones le reclamó a su amante. Esta le contestaba que “simplemente era un amigo”, de los pocos que la acompañaban a ella, porque a un médico, (Dr. Jirón), que antes era el acompañante de turno, lo habían nombrado en un puesto de asistencia social que manejaba la Hope y parece le habían prohibido que siguiera en aquel papel. Carlitos Lang, no era bien vist por el genocida Somoza y buscaba la forma como decirle al muchacho que anda mal encaminado. 

   Una vez, durante una reunión social, llegó Carlitos muy bien “empaquetadito”, vestido al último modelo, fue directamente hacia donde estaba la Dinorah y le dio un sonoro beso. El dictador enrojeció de soberbia, tiró el puro habano al suelo  y habló con el muchacho.

  --“¿Qué andas haciendo?”—

  --“Según parece tenemos una amiga en común”—

  --“Nada de esto te conviene”—

  -- “Mejor te vas”—

   Carlitos, emulando a su padre, dibujó una sonrisa para encubrir su profundo miedo y abandonó la fiesta. Mientras esto sucedía, la Dinorah conversaba con otros amigos en un aparte comentando:   

   --“Ya está celoso el Jefe”
.
   --“De seguro que está corriendo de la fiesta a Carlitos”.

   --“Qué ceos de hombre”.

   Esa fue la última vez que Lang vio a la Dinorah. El Jefe siempre pensó que tenían una amiga en común.

   En el grupo mundano de Carlitos Lang, había también otro aprendiz de “play-boy” como el “wespointiano” Frank Kelly. Este quiso cortejar a una hija de Luis Somoza  Debayle. Comenzó yendo a recogerla al aeropuerto cada vez que ésta venía al país, la recibía con un beso y un ramo de flores, luego la acompañaba a su casa y nada más…

   En una ocasión, el propio Luis Somoza fue a recibir a su hija al viejo aeropuerto “Las Mercedes” y cuando vio a “Frankito” muy cerca de la escalerilla del avión le espetó:

   “¿Qué te traer Frank? No tenés categoría para enamorar a mi hija, hijo de p…”

   Y Frank Kelly salió con el rabo entre las piernas como alma que se la lleva el diablo.

   Más tarde la represalia no se hizo esperar. Kelly administraba una de las haciendas de las Sucesión Somoza y fue destituido, siendo acusado hasta de malversación de fondos. Pero después de muerto Luis Somoza, el dictador genocida le premió nombrándolo Cónsul General de Nicaragua en New York, precisamente en sustitución de Guillermo Lang, que había fallecido. En ese puesto lo sorprendió el triunfo sandinista del 19 de julio de 1979.

   Frank Kelly, siempre quiso ser amigo de la Dinoprah, pero le informaron de lo que había sucedido a Carlitos Lang y desistió de esa amistad, aunque le rendía saludos y servilismos en las reuniones informales y semioficiales. 

   Los salones de belleza que visitaba la Dinorah prácticamente eran reuniones de cuentos con “dimes y diretes”. Ella era muy “ligera de la lengua”. Gustaba hablar hasta de las intimidades con su “esposo”. Cuando concurría a estos salones llevaba consigo un perrito faldero de raza, el que estaba atento a todos los movimientos de su ama durante la permanencia en la sala de belleza.

   --Qué bonito perrito –dijo la maquillista—

   --Ah…  —contestó la Dinorah— “Este perrito tiene su historia. Viera las cosas que hace y lo que goza el “Jefe” con sus ocu

   ¡La moral, como puede verse, estaba por el suelo. Y pensar que el tirano quería perpetuarse en el poder!

EPÍLOGO

   Con las páginas que anteceden ha quedado descorrido apenas en una mínima parte, el velo que ocultaba una de las facetas de la vida de los Somoza. Con ella hemos dado cima a una ardua y detectivesca tarea realizada a lo largo de tres meses que nos llevaron a la búsqueda de las fuentes más ocultas y de más difícil acceso pero que, felizmente para nuestra empresa, resultaron ser también las más ricas en información.

   El vasto y  profuso material suministrado por esas fuentes, aunado al obtenido por el autor durante su trajinar en los campos del periodismo, han dado como resultado esta obra.

   Habríamos querido expresar nuestro reconocimiento público a todas esas personas, pero las razones que ellas adujeron para mantener sus nombres en el anonimato, exclusivamente de tipo familiar, nos veda, a nuestro pesar, de hacerlo así.

   De todos modos, vaya para ellas nuestro profundo agradecimiento. 

2 comentarios:

  1. Muy buenisimo, me encanto leer este material parte de la historia de centroameria, saludos desde El Salvador

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