miércoles, 24 de junio de 2020

PERSONALES DETALLES EN LA VIDA DE ALFONSO CORTÉS. Por Juan Felipe Toruño. 13 de Julio de 1969.


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"Yo tuve un órgano de Berbería / y manubrié sus acentos lejanos / viendo, con ojos de can, que moría/ un día azul, tras los robles ancianos". 

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PERSONALES DETALLES EN LA VIDA DE ALFONSO CORTÉS

En: El Centroamericano. León, Nicaragua, domingo 13 de Julio de 1969.

“Aquí en nuestro amado León éramos cinco fraternos en el grupo soñador: Mariano se ha convertido en un práctico señor, Toruño sigue triunfando, Carlos Marín ya murió”. (De “El Abrazo”, por Joaquín Sacasa, para Alfonso Cortés).

         Otro más en el desfile de los que integramos el movimiento innovador ─de la poesía─ que en León, Nicaragua se afianza en el 1920, precediendo a la Vanguardia que aparecer aglutinándose en el Taller San Lucas, Granada, 1927.

         ¡Alfonso Cortés!

         Estaba acumulando mayores agonías desde que se le trastornó la mente en un febrero de 1927, hasta morir físicamente el 3 de febrero de este año, 1969.

         ¡Alfonso Cortés! Hermano mayor. Hermano en el Arte, en el empuje para llegar al dominio de nuevos contenidos poéticos. Hermano en nuestra bulliciosa y gloriosa bohemia que principia en las tertulias vespertinas del “El Eco Nacional” y se afirma en la revista “Darío”, que fundé en 1º de septiembre, 1919 – primer homenaje con su apellido, a Rubén Darío, escapado éste a la eternidad en 6 de febrero, 1916. Hermano en nuestras irrespetuosas actitudes a los manejadores de la “cosa pública” y ante cierto clero; burlones delos políticos engolados, al designar nosotros candidatos presidenciales, a un buen hombre de negocios que se llamó Félix Pedro López y a un general, valiente pero medio ignaro, Vicente Lobo; activos revolucionarios fracasados en el intento para –en 1922— tratar de deponer al presidente Diego Manuel Chamorro. Hermano, sobre todo, en la franqueza y sinceridad de nuestros afectos.

         Hombre mentalmente superior, Alfonso: hasta –como Teófilo Gautier—en su musculatura para triunfos  en los Juegos Sagrados de la Helade cantados por Píndaro. Pero si fuerte y hercúleo físicamente, débil ante las durezas de la vida y tímido ante el femenino sexo. Nunca le conocimos visibles amoríos  y noviazgos menos. Huraño y callado; más cuando hablaba su pronunciación –que siempre fue igual— era con frases atropelladas entrecortadas, reticencia natural. Su mirada penetrante, fija en los ojos celeste-verdosos. Frente amplísima, algo manchada; nariz recta. El labio inferior un poco saliente. Alto porte y sereno. Al caminar, dejaba en oblicuo el pie derecho. Desaliñado el traje, gustando “poses” con ademanes de gran señor, que lo era; y poocas veces dejaba de fumar los apagosos (camananceros) “chilcagres”.

         En nuestros paseos al campo, saltaba sobre un potro, y corría cual centauro persiguiendo distancias. Sus gritos fortísimos se prolongaban sacudiendo los montes. En lucha con los novillos los doblegaba. Nadaba como un delfín. Le agradaba la guitarra y con ella repetía la canción que comienza, aire de danza en mayor: “Dicen que no se siente, la despedida, dile al que te lo dije, que se despida; que se despida ingrata,” etc. Al recitar, prefería, de Rubén Darío, “Eco y yo”:

                            Eco divino y desnudo
                            como diamante en el agua
                            mi rima éstos versos fragua
                            y necesita tu ayuda,
                            pues sólo peligros teme,
                                                                  eme…”

De Whitman:
                            ¡“Oh, Capitán! Mi Capitán”
                            Terminó nuestro espantoso viaje”

De Emilio Carrere:

                            “Pasábamos tristemente
                            las calles llenas de luna
                            y el hambre bailaba una
                            sarabanda en nuestra mente.
                            Al verla triste y dolia
                            yo la besaba en la boca;
                            ¡Alma mía, risa loca!
                            ¿por qué aborreces la vida?

                            Y un espíritu burlón

                            que entre las sombras había,
                            al escuchar mi canción,
                            se reían… se reía…” etc.

Y de él, su “Ritornelo”, que concluye:

                            “Quedaré para siempre, esta tarde divina
                            viendo temblar, desnuda, tras las hojas, la luna”.

         ¡Amigo, hermano! –Ya estás en los ámbitos del éter y de lo oculto en los que penetraste para resumirlos en tu poesía, integrándola con esos elementos que sólo sienten y ven y oyen los poetas, como tú. Ya saturas con tu espíritu el Enigma, formando parte de él. Y a –como Roerdenlin, Moresas o Nietzche, Epifanio, Mejía, de Colombia, y Napoleón Lara, salvadoreño— con tu muerte física, abandonaste la trepidación dislocada de tu mente. Eres nota en la música que oías y palpabas, y que venía a “lamer la epidermis de seda de las flores”.

         De los 21 que fuimos, estando en éstos también una poetisa que nació a las letras en el número 33, páginas 6 y 7 de la revista “Darío”—21 de Julio, 1921— y que fue descubierta por el hoy doctor José Trinidad Sacasa, alto lírico y caballero de las letras. Esa poetisa fue María Selva, que firmó con el pseudónimo Aura Rostand. Pues de esos 21 quedamos sólo: Mariano Barreto Portocarrero, Joaquín  Sacasa, León Aguilera –que vive en Guatemala— Antenor Sandino, Federicho Shennegans y yo.

         ¡Alfonso Cortés! Inerme para enfrentarse a la vida. Y la vida lo maltrataba, lo hería. Inepto para otra labor que no fuera poesía y con la poesía no se vive, menos en nuestros países incomprensivos en los que el dolo, la intriga y el servilismo, son aptos para regodearse en los festines gubernamentales o para sinecuras.

         No podía liberarse de las fuerzas que lanzaban a infiernos báquicos. Le fallaba la voluntad Hacía impulsos, levantábase y caía. Salió rumbo a México, a un congreso de periodistas para el que invitó el senador Rafael Martínez, pero ese congreso no se efectuó. Y  él, que iba eufórico, pleno de propósitos, cálculos, ilusiones y esperanzas, hubo de quedarse en Guatemala, junto con su compañero Mariano Barreto Portocarrero, que llevaban representación del “Eco Nacional” y de la revista “Darío”. Allí Alfonso dirigió temporalmente “El Unionista” y Mariano Barreto “El Perú”, órgano del consulado peruano.

         Cuando en 15 de septiembre, 1921, toma parte en los Juegos Florales centroamericanos de Quezaltenango, obtiene el primer premio con ODISEA DEL ITSMO; le dedica al Licenciado Adrián Recinos, al editarse. El Licenciado Recinos lo estimulaba. Decir lo demás, sobra. y sale de Guatemala de regreso, a fines de junio, llamado por su familia, por la grave enfermedad de su madre. Y el hombre que, con voluntad y esfuerzo –porque estaba equipado con talentos superiores—  no pudo vivir como decía en su poema “Inquietud”: “sólo en el horizonte puede estar nuestra casa”. ¡No pudo! Lo arrastró la corriente cruel de un sino adverso sin que tuviera fuerzas volitivas para oponérsele. Y, aquí, como en su “Fuga de Otoño”, por el recuerdo, se me sale el alma, situándose allá, en ese allá juvenil; y desde él, veo lo que siento en estos momentos, recordando y apreciando su situación.

         ¡Que dios egoísta, envidioso y fatal le taladraba su voluntad, su ánimo, sus propósitos, sus ilusiones? Sí como él proclamara en Guatemala, al dedicarle a Mariano Barreto Portocarrero el poema, citado ya:

“Vela azul es nuestra alma y el corazón es viento que empuja nuestros ímpetus mucho más que a los otros”.

¿Por qué, cumplido su deber para con su madre, esa alma y  ese corazón que eran vela y viento, no lo impulsaron en busca de los horizontes entrevistos? ¡Ah! Si alto, fuerte y potente corporalmente, débil, completamente débil para la lucha cotidiana; para anular los NO que están escritos para el ser humano en cada calle y  en cada camino de la vida, transformándolos en SI.

         Jamás censuramos a Alfonso. Lo admirábamos con afecto fraternal y teníamos esperanzas en que se elevaría sobre los obstáculos que a cada paso se colocan en nuestras senda; pero se le clavó la maldita conminación de Kratos, a que viviera saturado de perennes amarguras, por las que no protestaba, achacándolo a la muere, como lo dice en su “Carta a Modesto Salmerón”, amigo y compañero de aula, así:

         “Dios dispones en nosotros movimientos y  juegos; nos alaza la vida, nos conduce la suerte, nos levanta la gloria, y nos mata la muerte”.

         Me refiere a época anterior a su desquiciamiento mental.

         Cuando deliberábamos los dos sobre autores y letras, al mencionar a los franceses, el amante de Mallarmé y Prudhon, entre otros y yo de Banville Laforque y de Francis James, del que había traducido algo y que le enseñé, abría más los ojos al considerar mis conocimientos rudimentarios de tal idioma como el latín, por lo que un día, con el seudónimo Carlos Bostón, publicó en “El Eco Nacional” y que yo republiqué en el número 13 de “Darío” –marzo, 1920—, un artículo acerca de mi labor diciendo entre otros conceptos: “He de decir poca cosa de su obra realizada, aún es muy joven y es un talento en pie, valga decir… no tiene embotadores prejuicios.

         Si Juan Felipe no desespera, yo le auguro un porvenir brillantísimo; su personalidad es ya atrayente y sugestiva cuando uno trata de literatos y en todo caso, debemos creer que seres así nos prueban lo que puede realizar una energía sedienta de belleza y activa para laborar”.

         En 1918, intentó publicar una colección de sus poemas con el título MÚSICAS DE LA VIDA y hasta trazó el esquema. Lo alentaban varios amigos que le ofrecieron contribución económica, entre ellos Pedro Cardenal, don Alfonso Saravia y algunos parientes. Escribió el preámbulo “Avant Propos”, inserto en el tomo POESÍAS, que le editó su padre don Salvador Cortés; mas sus intentos quedáronse en eso y MÚSICA DE LA VIDA, no se publicó. Le llegó el “desaliento” y los originales quedaron entre múltiples papeles hasta que su padre –dicho ya— hizo, con algunos recortes e inéditos, que le editaran en la Imprenta Nacional, 1931.

         Imparcial como soy , reconozco que, a pesar de lo que se ha hecho con la producción de Alfonso, aunque sea para el debate –que éste es importante para cualquier libro— debe comprenderse y apreciar la admiración que para el poeta y su poesía, encienden las generaciones de Vanguardia y post-Vanguardia. Sí, para no errar, antes de hacer afirmaciones, es de rigor que se conozca la trayectoria del Aeda, desde sus comienzos, sin mistificaciones y sin equívocos voluntarios o involuntarios.

         En 1924, yo estando ya en San Salvador, llegué a Nicaragua. Lo vi, tres años antes de su enfermedad, magullado, pálido en su penosa  frustración. ¡Cuánta grandeza sometida a los pungentes contrastes entre su voluntad y su cuerpo! Creía él que le faltaba suerte y que por el ambiente no avanzaba. Le insinué viaje para acá, que aquí sería diferente. Yo, estaba entonces en condiciones de encontrarle algún lugar donde podría salvarse e ir después a países que él soñara. A mi insinuación se quedó viéndome con sus grandes ojos fulgurantes. Agustín Sánchez Salinas ofreció ayudarlo para el viaje. Estaba presente Federico Shennegans, que tal vez se acordará de ello y Agenor Argüello que, a la postre, él se vino para El Salvador.

         Son cosas estas de evocación de lo que fue vivo, bullente en nuestras inquietudes y afiebradas bohemias en la amada ciudad. Y lo escribo porque al evocar eso, me duele  y pienso que sí, por una parte, se hundió su mente en abismos; por otra, lo salvó. Sí. Lo salvó de esa corriente más arrasadora y túrbida, causando amarguras a los suyos y destruyéndose él en lo que era personalmente. y si su familia, su padre y hermanas, tal demencia les laceraba en lo más profundo del ser, ¿qué hubiera sido si hubiese continuado como iba en ese otro derrumbe? Quizá, por su lamentable estado mental, se hizo lo que Alfonso no podría hacer ni lo hubiese hecho en aquella otra situación. Y por ello el reconocimiento, la admiración y lo que se efectuó en honores y veneración, porque así es lo humano.

         Repito mi honda lamentación por lo que le ocurrió, al no poder enfrentarse a la vida sin realizar lo que él soñó.

(Alfonso en el Paraninfo de la UNAN hace dos años)... "Por eso mis palabras son silencio hablado..."

         La última vez que nos abrazamos fue el día viernes 20 de enero de 1967, durante el almuerzo en el simposio de la Universidad en la Semana Centenaria de Darío. Estaba yo frente a una mesa, junto con el doctor Nicolás Buitrago Matus. Este me dice: “Viene Alfonso”; torné a ver y él se acercaba, lento, callado, con los brazos hacia adelante. Fui hacia él, nos abrazamos. Cambiamos unas cuantas cariñosas frases, preguntándome si regresaba a El Salvador.

         “Ya no fumo –terminó— me hace mal.

         Ahora, a más de un mes de su nacimiento en lo eterno, evoco nuestros años de juventud, en la lucha constante por la vida y en nuestra bohemia, en la que repetidas veces hacíamos días de las noches leonesas, solemnes, silenciosas y  únicas.

         Hermanos en la promoción, estamos quedando solos. ¿A quién corresponderá cumplir con los mandatos de la Suprema Ley? Que ya Alfonso cayó.

                   “como un punto, negro y vago,
                   en la onda tímida del lago
                   para siempre jamás”.

San Salvador 10 de abril, 1969.



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