lunes, 10 de octubre de 2022

¿IMPIDIÓ RAFAELA HERRERA A LOS 19 AÑOS DE EDAD LA ENTREGA DEL CASTILLO? Por: Eduardo Pérez-Valle. En: Periódico "Semana". 1971.

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    Rafaela Herrera - El Castillo de la Inmaculada 

 Dibujos del Dr. Eduardo Pérez-Valle (1924 - 1998)


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Semana inicia con este con este artículo la presentación de la novedosa serie “Puntos Oscuros de la Historia de Nicaragua”. Se trata de una serie investigada especialmente para SEMANA por el profesor Eduardo Pérez-Valle. La serie continuará en las próximas semanas con los temas: “El final de las naves que descubrieron Nicaragua”, “El Traidor Gonzalo Noguera Rebolledo”, “La Verdadera Causa del Abandono de León Viejo” y las “Primeras dos Fortalezas construidas en el San Juan”. La serie ha sido preparada cuidadosamente durante el año 1971 y tomó 18 meses de investigación en archivos y documentos sólo consultados por los más estudiosos técnicos de la Historia de Nicaragua.

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    Durante años se ha vertido en las mentes juveniles absurdas e innecesarias invenciones en torno a la acción valerosa y la conducta ejemplar de Rafaela Herrera, que no necesitaba de las alas de la leyenda o del soplo fugaz de la fábula para ascender a las cumbres esclarecidas de la fama. Su condición de mujer y su indomable valor y  determinación ante el invasor extranjero le  han asegurado un sitial de honor entre los grandes de nuestra nacionalidad.

    Se ha cambiado la fecha gloriosa de 1762 por la de 1764; la edad de 19 años de la joven Herrera por la de 13. Se ha dicho que la fortaleza estaba sin comandante; que carecía de bastimentos; que los soldados negros y mulatos quisieron entregarla; que Rafaela “mandó cerrar las puertas del Castillo, tomó sus llaves, puso centinelas” y dio el santo y seña; subió al caballero, disparó el cañón y al tercer disparo mató al comandante inglés, por lo cual su gente desconcertada “poniendo el cadáver en un tapesco, se retiró huyendo y dejó libre el Castillo y la guarnición”.

    Algunos hacen morir al viejo castellano don Pedro de Herrera solo, “algunas horas antes de que los ingleses afrontaran las baterías”: dicen que la guarnición quedó acéfala, al mando de un sargento anónimo, el cual al ser requerido por el comandante inglés para que entregase las llaves, ya iba a obedecerle, cuando la niña Herrera “estimando como un legado el honor y responsabilidad de su difunto padre, cuyo cadáver tenía adelante, se negó a sufrir tamaña vejación, y constituyéndose en jefe del castillo, hizo regresar al heraldo con su contestación negativa.

    Pura invención es el pintoresco episodio en que la niña Herrera empapando sábanas de alcohol, las hizo flotar río abajo sobre ramas secas, contra los barcos invasores; y el enemigo –¡oh ignorancia!—“creyó que se trataba del tradicional fuego griego”.

    Algo diferente es la verdad histórica.

    En 1762 era gobernador de Nicaragua don Melchor Vidal de Lorca y Villena. España estaba en guerra con la nación inglesa, como inmediata consecuencia del Pacto de Familia firmado entre Carlos III y Luis XV. El reflejo de la guerra en las colonias no se hizo esperar. En Nicaragua desde el comienzo del año el gobernador tuvo noticias de exploraciones de los ingleses de Jamaica en las bocas del San Juan y la costa de Matina. 

    Hacía nueve años era comandante del castillo de la Pura y Limpia Concepción del capitán de artillería don José de Herrera y Sotomayor, de avanzada edad, digno hijo del fortificador de Cartagena de Indias, brigadier don Juan Herrera, y glorioso defensor el mismo del Castillo Grande y de Boca Chica, en 1741.

    El 17 de julio de 62 murió repentinamente el capitán Herrera y Sotomayor. Asumió la comandancia el alférez don Juan Aguilar y Santa Cruz, hombre de toda la confianza del Capitán General don Alonso Fernández de Heredia, por cuya expresa recomendación acababa de ser posesionado de la tenencia del castillo por el gobernador Vidal de Lorca, en reciente visita.

    El 29 de julio de aquel año, como a las cuatro de la madrugada, se escuchó un tiro de pedrero del puesto de vigía situado río abajo. Después una descarga de fusilería.

    Puesta en armas la guarnición, lista la artillería, se envió un bote a reconocer el puesto origen de los tiros: allí estaban los ingleses. Descubren a los exploradores y envían tras de ellos una canoa que los obliga a desembarcar y emprender la retirada a pie.

    Cerca de medio día ya estaban los ingleses a la vista del Castillo en siete piraguas grandes y multitud de cayucos. Hicieron algunos disparos de bala y metralla y se dispusieron a desembarcar en la margen sur, a cubierto de la artillería del fuerte.

    En botes transportaron parte de la gente a la orilla norte, con el propósito de que ocuparan posiciones río arriba, detrás de la fortaleza, y frente a ella.

A las tres de la tarde estaban dispuestos en cordón, arriba y abajo del río. Fue entonces que se produjo la memorable acción de Rafaela Herrera, de 19 años, hija del castellano muerto.

    Veamos lo que dice la crónica:

    Se retiraban del Castillo “dos caribes mansos para un rancho en que habían dejado sus mujeres, distante un tiro de fusil 400 metros de esta fortaleza; al llegar en su cayuco los dichos caribes cerca del rancho, se juntaron en el gran cantidad de zambos e ingleses; y pidiendo licencia al teniente la hija del difunto castellano para dispararles un cañonazo, concedida, lo apuntó y disparó con tanto acierto, que de los muchos enemigos que estaban juntos se vieron salir corriendo pocos”.

    “Con la confusión y estrago que causó este tiro con bala y metralla, pudo uno de los dichos caribes mansos escaparse al Castillo, en donde aseguró el destrozo grande que hizo el cañonazo; y que entre los muertos, uno había sido el inglés de los principales, a quien dio una bala en los pechos”.

    Desde ese momento se rompieron los fuegos, que continuaron por toda la noche. El día siguiente los ingleses pidieron parlamentar. Se acercó uno de ellos al baluarte de Santa Ana, que queda hacia el oeste, y pidió las llaves de la fortaleza en nombre de su Majestad Británica. El alférez Aguilar de Santa Cruz respondió que no entregaba el Castillo, y que estaba dispuesto a resistir “a cuanta acción intentasen”.

    El inglés pidió treguas, que fueron concedidas por el alférez pues deseaba meter en la fortaleza algunos cañoncitos y pedreros que habían quedado fuera, en casa del difunto Capitán Herrera.

    El 31 se acercó de nuevo el inglés a pedir las llaves y a plantear la amenaza de tomarlo por la fuerza al cabo de tres días si no se las daban. El alférez contestó proclamando su obligación de no entregar las llaves hasta morir o tener orden superior para ello.

    Se retiró el inglés y se rompieron los fuegos, que se mantuvieron por 48 horas. Pero el 3 de agosto, inexplicablemente, el enemigo había abandonado sus posiciones de río arriba. Sólo quedaban algunas guardias en los puestos de río abajo, mientras patrullas en cayucos se dedicaban a talar los platanares de las márgenes. Indudablemente se disponían a retirarse.

    Una descarga cerrada procedente de la montaña fue la señal para que las últimas guardias se reconcentrasen y pronto la campaña se vio libre de enemigos. 

    La crónica recoge también un aspecto con ribetes sobrenaturales. Dice que durante el sitio, mientras todos los hombres hábiles se empeñaban en la defensa, las mujeres allí refugiadas se entregaban al rezo en la capilla de la fortaleza, presididas por el capellán Fray José Villanueva.

    La víspera de la retirada que se atribuye a milagro de la Virgen Inmaculada, ocurrió un presagio: Cuando el fuego del enemigo iba decreciendo, a eso de las cinco de la tarde, un gorrioncito se introdujo en la capilla, y acogiéndose al trono de “Nuestra Señora de la Pura y Limpia Concepción de la Concha” estuvo un corto rato aleteando y cantando delante de la sagrada imagen. El pajarito salió de la capilla, volvió rodeándola toda por dentro, y desapareció.   

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