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En la Sonta de Extío –La Niña Chole— hay un poderoso sensualismo, refinado y audaz, como en varios poemas, cual aquél en que el cisne acaricia “las colinas de Leda”.
Balada al Marqués de Bradomín es una demostración de admiración y afinidad de Darío con Valle Inclán. Describe castillos, ruinas, campiñas; hace resaltar rostros aterrados, crímenes, escenas de misterio, la principal temática valleinclanesca. Es un poema sentimental, ahíto de sinceridad, finamente logrado, acerca de un escritor original, de un esteta, del “Manco de Madrid”.
DE LAS MUJERES
Casi toda la literatura del mundo gira en torno de las mujeres. Tenía que haber sido así y los será siempre. Y al fondo de la historia, en las amarras de los hechos, también está la mujer. Poetas de todas las épocas a ella se han referido. Por ello, tú, divino Ovidio, escribiste “El Arte de Amar”. Por las mujeres te entrelazaste con la leyenda y el poema, soberbio Aretino, flor del Renacimiento. Trazaste todo un inmenso cuadro místico medioeval, desventurado Dante, para poner en el sitio más bello a Beatriz.
Todo poeta comienza llorando algún amor imposible; unos lloran demasiado, hasta la cursilería, otros lo hacen con tal sentimiento que su llanto moja las almas de tanta gente sufrida y buscadora de consuelos.
Largo sería escribir sobre Rubén Darío y las mujeres, acerca de las carnes y hueso que le hicieron feliz como Francisca Sánchez, o que le enturbiaron la vida como la Murillo; acerca de las otras que están en las estampas del poema o taladas en ópalos, como “La Bailarina de los pies desnudos”, o como:
“y una gentil princesita,
tan bonita,
Margarita,
Tan bonita como tú”.
Podemos admitir que no está mal el poner un poema en un álbum, dedicado a una persona, a quien se admira o se ama; no poder ser extremistas en esta materia, sobre todo si acompañan a la composición, la sinceridad y el soplo inspirativo. Pero, a Rubén Darío se le fue la mano en aquello de las dedicatorias y de los versos para que consten en unas hojas de una mujer; algunos de ellos son sumamente interesantes como la carta a Madame Lugones, más otros son de valor muy secundario como aquel que titula “En el abanico de la señorita Lola Salazar”, en el cual compara a ella con Dios.
No todo había de ser definitivamente de alta calidad en Rubén Darío, como no lo es ni ha sido en la obra de escritor o artista alguno. La mayor parte de las creaciones rubendarianas tiene altos quilates y tal es la causa por la que merece un sitio destacado en el Parnaso. Inclusive son un tanto pesados ciertos poemas de ocasión como su canto a la Argentina y su Oda a Mitre; que debieron llamar mucho la atención en su tiempo y acaso contribuyeron a facilitar rutas para el triunfo del poeta que tuvo que afrontar una lucha constante, pese a sus buenos éxitos.
DE AMÉRICA A ESPAÑA
Nuestro Continente inspiró a Darío cantos elevados de sentido profundo, como aquel en que se dirige a Cristóbal Colón:
“Cristóforo Colombo, pobre Almirante,
ruega a Dios por el mundo que descubriste”.
En dicho poema se lamenta de las revoluciones y de las tiranías que aquejan a la América Latina; la suerte no ha variado para nuestro Continente, desde los tiempos de Darío hasta hoy. Los indios a quienes las montañas dieron sus flechas, eran buenos y vivían fraternalmente unidos, hasta cuando:
“Cuando en vientres de América cayó semilla
de la raza de hierro que fue España,
mezcló su fuera heroica la gran Castilla
con la fuerza del indio de la montaña”.
Después aconteció esa fusión, América ha vivido de revoluciones, períodos en que han fraternizado los Judas con los Caínes y en las cuales hemos visto “engalanadas a las panteras”. Este poema, con aciertos estupendos de expresión, en un enjuiciamiento histórico sociológico de la América.
Y también compuso elogios a Colombia, a la ciudad de Montevideo, a la República de Bolivia, a la República Dominicana. A Colombia debía su nombramiento de cónsul en Buenos Aires, lo que significó una ayuda inmensa en su vida, aun cuando le concitó algunos odios, entre ellos el del gran poeta José Asunción Silva.
Tutecotzimil es un poema de relieves épicos, en que el vate, manejando la piqueta, pule la roca, “en el terreno de la América ignota”. Evoca templos, fetiches, dioses, sombras remotas de un mundo misterioso.
Pueblos abolidos, secretos de la montaña, son invocados por el gran poeta de Nicaragua, que amó tanto a su Momotombo, “ronco y sonoro”. Pinta a los indios con plumas y carcajes, narra una leyenda sangriente, con profunda moción americana.
Los personajes americanos que han tenido significación creadora merecieron estudios y biografías, escritos por Rubén Darío, como José Enrique Rodó, Amado Nervo, Enrique Gómez Carrillo, Francisco García Calderón, Zorrilla de San Martín, Leopoldo Lugones. El poeta de las montañas del Oro mereció la honda estimación del que fuera vate del lago de Managua, perla y esmeralda.
Darío dirigió a Juan Montalvo una larga epístola como maestro de América: humanista, polemista, rebelde, algo quijotesco, un inspirado y audaz cervantino. Darío lo calificó de “gigante celebrado que creó la epopeya de la burla, mezclada con lágrimas dolientes”. El nicaragüense había leído con unción en sus primeros años, las obras de Cervantes y por tanto tenía un fondo preparado en su espíritu para admirar a Montalvo, el autor de los Capítulos que se le olvidaron a Cervantes. Las Letanías de Nuestro Señor Don Quijote es un homenaje cálido y pleno a Cervantes y a España, así como a Calderón, bajo cuya sombra espiritual estuvo permanentemente.
Por eso en otro poema dijo:
“La canalla escritora mancha la lengua
que escribieron Cervantes y Calderones”.
En Letanías pide a Nuestro Señor Don Quijote que ore por los que estamos sin savia, sin alma, sin vida, “sin pies y sin alas, sin Sancho y sin Dios”. Implora que nos libre Dios de falso paladines y, además:
“de las epidemias, de horribles blasfemias
de las Academias,
líbranos señor”.
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