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Según noticias que recibo de América, el profesor
norteamericano Thomas Irving acaba de publicar en Honduras una versión nueva
del nacimiento de Rubén Darío. Según esa versión –que sólo conozco por
referencias, consta— Rubén Darío resulta ser… hondureño. Dada la “arrebatiña”
que se hace con los genios, la cosa era de esperarse. Lo único extraño es que
no se haya producido antes. En efecto, la tesis del hondureñismo del poeta
aparece en la escena con un poco de reparto.
El caso me recuerda una visita que hice yo en el verano de
1934, al pueblo itocretense de Fódele. Coincidí con la visita que un grupo de
universitarios españoles hacia también a Fódele, para descubrir un busto de El
Grego, erigido en el pueblecito, en el caserío diría yo en que el pintor había
nacido. El bus (de Mariano Benlluire) estaba allí. Hubo fiesta municipal, con
discursos, banquetes, bailes típicos y flamear de banderas españolas y griegas
(conservo fotografías del acto). Año a bien, en la ciudad de Candía… también
hubo otro monumento conmemorativo del nacimiento de El Grego, porque “”Candía,
señor mío es la verdadera patria de El Grego, y no Fódele”, etc. ¡Acaso Homero
no es disputado por seis “cunas”! Acaso Colón
no tiene tres patrias: una italiana, otra española, otra portuguesa; y
dos tumbas, una en Sevilla, otra en Santo Domingo! ¡Acaso en Malloorca no se disputan homéricamente dos
“Residencia de Chopin”— con piano y todo— alegando cada una que “no es la del
frente, señor, sino ésta”!
Sin el más mínimo deseo de polémica –con cosas como la
nacionalidad de Rubén Darío no caben las polémicas— voy apadrinar a continuación lo que a mi modo
de ver es la única auténtica versión del nacimiento del poeta. Es la siguiente:
“A principios del mes
de enero de 1867, doña Rosa Sarmiento llegó a eso del mediodía, a la parte baja
del pueblo de Metapa barrio del Laborío, estacionando bajo un árbol frondoso de
tamarindo, árbol que todavía existe y el cual se alza a la orilla de la
entonces Calle Darío, que llega al río yendo de oriente a occidente
precisamente en la llamada Poza del Pájaro.”
“Encontrándose doña Rosa sesteando cuando pasó por allí doña
Cornelia Mendoza, que era la parturienta del pueblo, e informado doña Rosa de
esta particularidad, al regresar del río doña Cornelia la abordó para conversar
con ella, y de esa conversación resultó que ambas señoras simpatizaron. Doña
Rosa iba con dirección a un lugar
denominado Ominalapa, donde vivían familiares cercanos de ella, lugar distante
de unos cuarenta kilómetros de Metapa. Doña Cornelia le aconsejó que esperara
que llegara al pueblo alguno de sus parientes, pues solían llegar con alguna
frecuencia, para que tuviera noticias de ello pues el estado avanzado de
embarazo en que se hallaba no le permitiría caminar una jornada más, pues el
camino era muy malo. Doña Cornelia le ofreció hospedaje en su rancho, en el
que, aunque pequeño, le cedería una
pieza. Aceptó doña Rosa y se quedó en el pueblo, hospedada en la casucha de
doña Cornelia, que era de paja, de seis varas de largo por cuatro de ancho,
dividida por una pared de barro. Se componían, en consecuencia de dos piezas de
tres o cuatro varas cada una. Tenía una puerta del lado de la calle y otra al lado
del solar y el aposento (que así
llamábase a la pieza que daba al
oriente), tenía una pequeña ventana a ese mismo lado. También doña Cornelia estaba
en estado “interesante”, y transcurridos varios días después del arribo de doña
Rosa a Metapa, exactamente el 18 de enero de ese año de 1867, doña Rosa sintió
que le venían los dolores del parto y empezó doña Cornelia a atenderla.
“Pero aconteció, por lo que queda dicho, que horas después sintió
ella misma los dolores del parto, y por ese motivo se tuvo que recurrir a los
servicios de doña Agatona Ruiz que era señora de las principales familias del
lugar y práctica en esa clase de achaques, pues era madre de varios hijos. Y
fue ella quien atendió solícita, a las dos parturientas, quienes dieron a luz
el mismo día: doña Rosa, un varón, al que pusieron el nombre de Rubén; y doña
Cornelia otro varón, al que llamaron Dolores. Rubén tuvo alterada la salud y
por eso vivía para le echara “agua del socorro” lo que el señor Artola hizo con
mucho gusto, pues era amigo de la familia de doña Rosa.
“El niñito Rubén iba de varios meses de nacido ya, cuando lo
condujeron a León. Antes había permanecido doña Rosa recibiendo las visitas de
sus familiares, que le llevaban muchos regalos. En el patio de la casucha en
donde nació Rubén se alzaba otro rancho, también de paja y palenque, que servía
de cocina, el cual todavía existe”.
“Nadie pudo imaginarse entonces aquel niño nacido por
casualidad en un pueblecito de indios (aunque había algunos “ladinos”)
encarnaría la más alta gloria poética de la lengua castellana. Rubén nació en
una cama “de viento”, como llamaba entonces a las hechas de toscos pilares de
cedro forradas en el fondo de cuero de res. Doña Rosa le contaba a doña
Cornelia sus sufrimientos, pero no los motivos que le obligaron a buscar a sus
familiares de Ominalapa. En la comarca de Ispangual, un hermano o tío de doña
Rosa estaba casado con Cacia Sandino, la que según doña Cornelia le había hecho
relación de los sufrimientos de aquella. Decía la primera que cuando vinieron a
llevar a doña Rosa, no quería irse ni regresar a su lugar de origen, pero que
ella le había aconsejado que fuera, porque tenían un hijo y éste debería vivir
en donde podrían cuidarlo bien pues si no se lo llevaba no lo volvería a ver
después, refiriéndose a su salud delicada”.
“Todo lo que diga en contrario de este relato es incierto.
Contaba doña Cornelia que doña Rosa era mujer de nobles sentimientos y que
sufría mucho al recordar esos sucesos de su vida. Este relato verídico ha sido
hecho por los hijos de esta misma simpática campesina doña Cornelia, y el que lo ha comunicado en forma definitiva
es don Vicente Feroe Pérez, de Ciudad Darío quien hizo investigaciones
minuciosas en el escenario mismo de los acontecimientos.
PARÍS, 1961.
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