domingo, 23 de noviembre de 2014

EL NACIMIENTO DE RUBÉN DARÍO. Por: Eduardo Avilés Ramírez. En: El Centroamericano, 30 de Enero de 1962.


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Según noticias que recibo de América, el profesor norteamericano Thomas Irving acaba de publicar en Honduras una versión nueva del nacimiento de Rubén Darío. Según esa versión –que sólo conozco por referencias, consta— Rubén Darío resulta ser… hondureño. Dada la “arrebatiña” que se hace con los genios, la cosa era de esperarse. Lo único extraño es que no se haya producido antes. En efecto, la tesis del hondureñismo del poeta aparece en la escena con un poco de reparto.

El caso me recuerda una visita que hice yo en el verano de 1934, al pueblo itocretense de Fódele. Coincidí con la visita que un grupo de universitarios españoles hacia también a Fódele, para descubrir un busto de El Grego, erigido en el pueblecito, en el caserío diría yo en que el pintor había nacido. El bus (de Mariano Benlluire) estaba allí. Hubo fiesta municipal, con discursos, banquetes, bailes típicos y flamear de banderas españolas y griegas (conservo fotografías del acto). Año a bien, en la ciudad de Candía… también hubo otro monumento conmemorativo del nacimiento de El Grego, porque “”Candía, señor mío es la verdadera patria de El Grego, y no Fódele”, etc. ¡Acaso Homero no es disputado por seis “cunas”! Acaso Colón  no tiene tres patrias: una italiana, otra española, otra portuguesa; y dos tumbas, una en Sevilla, otra en Santo Domingo! ¡Acaso  en Malloorca no se disputan homéricamente dos “Residencia de Chopin”— con piano y todo— alegando cada una que “no es la del frente, señor, sino ésta”!

Sin el más mínimo deseo de polémica –con cosas como la nacionalidad de Rubén Darío no caben las polémicas—  voy apadrinar a continuación lo que a mi modo de ver es la única auténtica versión del nacimiento del poeta. Es la siguiente:

“A principios  del mes de enero de 1867, doña Rosa Sarmiento llegó a eso del mediodía, a la parte baja del pueblo de Metapa barrio del Laborío, estacionando bajo un árbol frondoso de tamarindo, árbol que todavía existe y el cual se alza a la orilla de la entonces Calle Darío, que llega al río yendo de oriente a occidente precisamente en la llamada Poza del Pájaro.”

“Encontrándose doña Rosa sesteando cuando pasó por allí doña Cornelia Mendoza, que era la parturienta del pueblo, e informado doña Rosa de esta particularidad, al regresar del río doña Cornelia la abordó para conversar con ella, y de esa conversación resultó que ambas señoras simpatizaron. Doña Rosa  iba con dirección a un lugar denominado Ominalapa, donde vivían familiares cercanos de ella, lugar distante de unos cuarenta kilómetros de Metapa. Doña Cornelia le aconsejó que esperara que llegara al pueblo alguno de sus parientes, pues solían llegar con alguna frecuencia, para que tuviera noticias de ello pues el estado avanzado de embarazo en que se hallaba no le permitiría caminar una jornada más, pues el camino era muy malo. Doña Cornelia le ofreció hospedaje en su rancho, en el que, aunque pequeño, le  cedería una pieza. Aceptó doña Rosa y se quedó en el pueblo, hospedada en la casucha de doña Cornelia, que era de paja, de seis varas de largo por cuatro de ancho, dividida por una pared de barro. Se componían, en consecuencia de dos piezas de tres o cuatro varas cada una. Tenía una puerta del lado de la calle y otra al lado del solar  y el aposento (que así llamábase  a la pieza que daba al oriente), tenía una pequeña ventana a ese mismo lado. También doña Cornelia estaba en estado “interesante”, y transcurridos varios días después del arribo de doña Rosa a Metapa, exactamente el 18 de enero de ese año de 1867, doña Rosa sintió que le venían los dolores del parto y empezó doña Cornelia a atenderla.

“Pero aconteció, por lo que queda dicho, que horas después sintió ella misma los dolores del parto, y por ese motivo se tuvo que recurrir a los servicios de doña Agatona Ruiz que era señora de las principales familias del lugar y práctica en esa clase de achaques, pues era madre de varios hijos. Y fue ella quien atendió solícita, a las dos parturientas, quienes dieron a luz el mismo día: doña Rosa, un varón, al que pusieron el nombre de Rubén; y doña Cornelia otro varón, al que llamaron Dolores. Rubén tuvo alterada la salud y por eso vivía para le echara “agua del socorro” lo que el señor Artola hizo con mucho gusto, pues era amigo de la familia de doña Rosa.

“El niñito Rubén iba de varios meses de nacido ya, cuando lo condujeron a León. Antes había permanecido doña Rosa recibiendo las visitas de sus familiares, que le llevaban muchos regalos. En el patio de la casucha en donde nació Rubén se alzaba otro rancho, también de paja y palenque, que servía de cocina, el cual todavía existe”.

“Nadie pudo imaginarse entonces aquel niño nacido por casualidad en un pueblecito de indios (aunque había algunos “ladinos”) encarnaría la más alta gloria poética de la lengua castellana. Rubén nació en una cama “de viento”, como llamaba entonces a las hechas de toscos pilares de cedro forradas en el fondo de cuero de res. Doña Rosa le contaba a doña Cornelia sus sufrimientos, pero no los motivos que le obligaron a buscar a sus familiares de Ominalapa. En la comarca de Ispangual, un hermano o tío de doña Rosa estaba casado con Cacia Sandino, la que según doña Cornelia le había hecho relación de los sufrimientos de aquella. Decía la primera que cuando vinieron a llevar a doña Rosa, no quería irse ni regresar a su lugar de origen, pero que ella le había aconsejado que fuera, porque tenían un hijo y éste debería vivir en donde podrían cuidarlo bien pues si no se lo llevaba no lo volvería a ver después, refiriéndose a su salud delicada”.

“Todo lo que diga en contrario de este relato es incierto. Contaba doña Cornelia que doña Rosa era mujer de nobles sentimientos y que sufría mucho al recordar esos sucesos de su vida. Este relato verídico ha sido hecho por los hijos de esta misma simpática campesina doña Cornelia,  y el que lo ha comunicado en forma definitiva es don Vicente Feroe Pérez, de Ciudad Darío quien hizo investigaciones minuciosas en el escenario mismo de los acontecimientos.


PARÍS, 1961. 

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