domingo, 23 de noviembre de 2014

GRANADA EN LOS PRIMEROS AÑOS DEL SIGLO XIX. Por: José Batres Montúfar. Septiembre 12 de 1837.

MERCADO DE GRANADA EN 1825
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Introducción:
     
La revista “CENTROAMERICANA” en su número 22 viene a confirmar con creces su altos méritos ya conquistados a través de una larga y excepcional existencia. Con magnífico material y estupendas fotografías y reproducciones de arte, los seis países del istmo, se presentan a través de sus páginas dando muestras de la abundancia y calidad de su cultura. Sea para el intercambio y el inter-conocimiento centroamericano, sea para favorecer la unidad y la vinculación, sea para llevar el mensaje del istmo hacia el resto de América, sea para atraer el turismo o llamar la atención del mundo hacia este centro del Nuevo Mundo, la revista “CENTROAMERICANA” es una labor inapreciable de su sacrificada y activa directora Carmen Sequeira que a pesar de su estado de salud ha seguido manteniendo erguida esta bandera de cultura y fraternidad Centroamericana. De su número 22 entresacamos una interesantísima carta del famoso escritor guatemalteco José Batres Montúfar, que es un cruel análisis de la orgullosa Granada, tan alabada en la época colonial, tan altiva en años posteriores y tan tristemente provinciana y decaída en 1835. Las interesantes observaciones y anotaciones de Batres Montúfar coinciden con algunos comentarios de José Coronel Urtecho sobre la decadencia granadina al degenerar su patriciado de ganadero y agricultor en tendero y comerciante.  (En: La Prensa, 4 de Diciembre de 1960).-

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MERCADO EN LA PLAZA DE GRANADA, 1856
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GRANADA EN LOS PRIMEROS AÑOS DEL SIGLO XIX. Por: José Batres Montúfar. Septiembre 12 de 1837.

Carta de José Batres Montúfar guatemalteco, a los suyos.
Granada, septiembre 12 de 1837.

Mis queridos:
   
    Vino en fin la temida correspondencia en que U. U. contestan a mi carta del 12 de junio: gracias a Dios que no había sucedido ninguna desgracia hasta el 18 de agosto.

     La causa de mi laconismo en los correos anteriores ha sido estar siempre muy débil el día de correo porque desde la primera enfermedad que tuve en San Juan recaía constantemente a los ocho o diez días de faltarme las calenturas, que duraban cuatro y siete días. En el río de San Juan me atacaron del mismo modo, pasaron y me volvieron aquí al día siguiente de haber llegado; fue, según cierto médico, una terciana doble, pero a mi entender, era calentura de la que llaman resistencia porque al pasar la calentura grande quedaba la chica, y sobre esta volvía la grande sin salir del todo ni un momento. Esta es la primera vez que paso 18 días sin tenerla, y creo que ya no volverá porque aquí se puede guardar dieta, que es lo que me faltaba en San Juan.

    Otra vez hablaremos de Juan, porque aún no me siento con valor para hacerlo a U. U. sobre una cosa tan triste: daré razón  de cómo vivo aquí, para lo que será bueno una ligera idea de Granada. Del lago daré razón tan luego como haya copiado el bosquejo formado en el viaje a la boca, único trabajo que piensa don Juan en emprender durante estos 3 meses que siguen porque cada uno lo hará en su propio cuarto mientras nos reponemos y pasan las aguas. Basta saber que el lago parece un mar de agua dulce y que su hermosa playa dista menos de medio cuarto de legua de la plaza mayor.

    La ciudad está situada sobre un terreno llano y muy frondoso como la mayor parte de estos terrenos: en sus alrededores hay en lugar de milpas y otras sementeras que exigen suma limpieza, unas chácaras, que llaman chagüites, con platanares y cacaguatales, algunos tienen jiquilite y a esto atribuyo la insalubridad del clima en algunos meses del año; estos chagüites regularmente tiene puntos de vista hermosísimos descubriéndose por el lado del Este el lago (que aquí llaman playa: agua de la playa, navegar en la playa, atravesar la playa, etc.), al Sur, un antiguo volcán que llaman cerro Mombacho  y al Norte, los cerros de Chontales.

    En el interior de la ciudad no puede ser peor: una plaza con hierba, pedazos de portal en extremo inferiores al que está enfrente de la Catedral de la Antigua; una parroquia también inferior a las iglesias comunes de San Salvador, pero que tiene dos torres por campanarios: la una negra y vieja y la otra nueva y blanca: además de la parroquia, hay seis iglesias inferiores en proporción: la Merced con una torre de 33 varas de alto: San Francisco, San juan de Dios (casi capilla), Guadalupe, Jalteva, que es Jocotenan de aquí, San Sebastián, que no conozco. Las calles son estrechas, algo tortuosas las más y desempedradas, excepto dos o tres. Las casas regularmente son altas por el calor que es como el de Sonsonate, feísimas, desordenadas, sin patios decentes. No hay una pila ni fuente pública en toda la ciudad, sino pozos cuya agua sirve para usos ordinarios de la cocina, pues la que se bebe es del lago, o de alguna vertiente a media legua de distancia. No hay azoteas y los aleros exteriores son enormes, lo que tiene su utilidad en cambio de la desgraciada figura que resulta de su excesiva anchura.

    En ninguna casa falta una tienda, por lo común menos surtidas que aquellas de la cuadra de Arrivillaga, como la de Cáceres, etc.: y todas las señoras son cajeras sin exceptuar más que las de las familias en que sobran niñas, porque en ésas, una vende en la tienda y las otras no; todo el mundo vende medicinas y drogas; quizá por la peste o por las disenterías que cada cual saber curar, y las señoras que conozco hasta aquí trabajan algo para vender, en coser, bordar y cualquier otra cosa semejante.

    El mercado de víveres se hace debajo de los portales y se le llama teangui como en San Luis Potosí, y éstos son muy baratos y de excelente calidad. El pan, que es caro, se parece en su peso, consistencia y sabor a la piedra de pómez, por lo que los extranjeros y yo comemos gallete; la carne se vende a 4 libras por un real; por medio real se compran los sesos de 4 reses; las gallinas valen un real; los huevos son desde 4 hasta 8 por medio; la lengua de una res vale medio; el arroz 4 reales la arroba; el queso a 2 pesos arroba y el más fino de mantequilla, a dos reales libra; el maíz se vende a un peso la fanega. Otros artículos son más o menos baratos, como pescado de agua dulce que abunda, principalmente guapotes de pie y medio de largo, mojarras negras, coloradas y amarillas, sardinas del país; los guapotes valen de 3, o 4 por medio; las mojarras 12 por medio; los huevos de gallina acaban de decirme que llegan hasta 12 por medio; por igual precio dan 12 cebollas, 2 docenas de ajos o 30 plátanos, no todo junto sino cada uno de los artículos mencionados: la sal vale uno y cuatro reales el almud; la leña vale a 60 u 80 rajas por un real y el carbón no lo conocen sino el de brasas apagadas en la cocina: las tortillas valen a 8 por medio real, pero son enormes, de un pie de diámetro y verdaderos pistones de jornalero; casi nunca les llaman tortillas, sino por sus accidente: una rellena, es decir, pupusa, de San Salvador; una revuelta, molida la masa junto con el queso; una vacía, que son las que prefiero, es la que no tiene nada de añadidura: así al plátano no le llaman casi nunca por su nombre sino un verde, un maduro, un amarillo, etc. A la fruta muy tierna llaman fruta seleque o que está seleque: un guineo seleque cocido es el mejor regalo para una granadina, que jamás ha comido pavo relleno porque no le gusta y lo tiene por dañoso; pero el guineo seleque se lo dan a un convalesciente que acaba de libarse de una fiebre o de una disentería, mientras le prohíben el pan como comida perjudicial. Otra vez daré una lista de precios corrientes porque ahora se me han olvidado la mayor parte, y  U. U. verán que esta baratez está compensada con la carestía de lo que no es víveres.

    La gente es en extremo hospitalaria, afable y obsequiosa: todo el mundo con familiaridad y cordialidad: por supuesto no hay mucho tono, ni etiqueta ni elegancia ni nada que parezca europeo; se reciben las visitas en los corredores, de confianza desde la primera vez: nadie usa casaca ni excusa el sentarse en una butaca. Los hombres de aquí, contra la regla general en América, son hombres pulidos que las mujeres, quizás porque todos van a Nueva York o Jamaica a hacer su negocio.

    Todos usan muchos provincialismos: “Agüe Chepita dame una rellena y guineíto seleque”. Agüe señora, deje que le echen la rellena, sólo que quiera una vacía. Agüe mejor dame una revuelta bien pañaneada (el maíz mondado y bien molido): la cocinera se pone a moler tiluite y viene el almuerzo. La siguiente décima compuesta 30 y tantos años ha por un vecino de Segovia en Chontales, da una idea del carácter general del país; charrería que había en el vestido de que no queda sino la inclinación y el mucho oro que usan las mujeres, idea de aristocracia entre Lacayos, Espinosas, O᾽Horanes, Chamorros y otros mil, afición al juego, a la diversión y a la chanza, etc. Todo es cierto, excepto el vestir de grana que en aquel tiempo lo era.

El granadino es pomposo,
mucho ofrece y nada da;
todo de grande se va,
tahúr, fiestero y bullicioso.
Es de genio muy jocoso,
agudo y desaplicado,
es de carácter honrado,
todo soberbia y grandeza;
pero en llegando a la mesa
es queso y plátano asado.

Efectivamente, aquí el verdadero pan es el verde cocinado o asado; usan de la tortilla rellena o revuelta en el almuerzo, con frijoles, arroz, carne guisada y alguna otras cosa; llaman chocolate una bebida compuesta de cacao y maíz; chocolate puro al de sólo cacao sin canela; un tibio es esto mismo sin azúcar (desde 4 hasta 12 reales arroba); nunca es muy blanco; en fin, todo, es a manera de tiste; a éste llaman pinol y no les gusta ni lo saben hacer tan bueno como en San Salvador, tiste llaman a una composición de maíz pujagua (de salpor) o de maíz común, no sé cuál de los dos con cacao (que piensan ser tan bueno como el de Guatemala, como piensan de todos en todas las provincias) sin canela: es blanco, pinolillos sorben una exorbitante cantidad cuando no hay peste y entonces usan mucho el chocolate de leche, siendo regularmente el almuerzo a las media de las ocho, a la media de las nueve; ahora que escribo es la media de las once de la noche y no voy a acostarme por no ser lacónico y por continuar este pelorio ligero, el primero que doy desde que la pesadumbre me mantiene de mal humor: ya U. U. ven que este es pelorio de buen agüero y continuaré con permiso de la Dolores.

    La pronunciación es mu y defectuosa, principalmente en la gente del pueblo he oído decir a una muchacha veni entate migue, tal es el odio q᾽ tienen a la “s” y a ciertas consonantes finales: se dice buscar, extornudar y casi bucar; ¡más claro” quiere decir por supuesto axiado  (¡no faltaba más!) aviado que no equivale a sí; pipe (hermano o hermana) es una expresión de cariño, y come horriblemente la última sílaba, dicen: hay pipitá qué dolor tengo en el extomago, agua pipé ya extaboxx con el cólera bebé agua de jiñocuagua (palo de jiote) con eso se le quita. Sería menester un diccionario entero para explicar los provincialismos: ¡soplá tilinte, Santo Antonio!, dice un marinero llamando al viento y creyendo hablar como chapetón en encaja su tilinte muy persuadido de que habla español: no queda tan persuadido el pasajero que lo oyó pero no por eso emprende una disputa con el patrón (piloto) de la piragua porque no le tendría cuenta.
   
     En lo mejor tengo que suspender ésta, porque son las 10 y media de hoy 15, y a las 12 sale el correo. Recibí y agradecí mucho las tostadas y lápices, quiero unas roscas pastillas o tablillas o panecillos de chocolate bueno: unos chiquadores y algunos dulces secos de primera calidad porque son para mostrarlos: poco sí, para que no crezca mucho la encomienda.

     El P. Orán, mi ex – huésped, quiere un par de barrites de punto de seda negros.

     Adiós, su

           Pepe.

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