MERCADO DE GRANADA EN 1825 |
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Introducción:
La revista “CENTROAMERICANA” en su número 22
viene a confirmar con creces su altos méritos ya conquistados a través de una
larga y excepcional existencia. Con magnífico material y estupendas fotografías
y reproducciones de arte, los seis países del istmo, se presentan a través de
sus páginas dando muestras de la abundancia y calidad de su cultura. Sea para
el intercambio y el inter-conocimiento centroamericano, sea para favorecer la
unidad y la vinculación, sea para llevar el mensaje del istmo hacia el resto de
América, sea para atraer el turismo o llamar la atención del mundo hacia este
centro del Nuevo Mundo, la revista “CENTROAMERICANA” es una labor inapreciable
de su sacrificada y activa directora Carmen Sequeira que a pesar de su estado
de salud ha seguido manteniendo erguida esta bandera de cultura y fraternidad Centroamericana.
De su número 22 entresacamos una interesantísima carta del famoso escritor guatemalteco
José Batres Montúfar, que es un cruel análisis de la orgullosa Granada, tan
alabada en la época colonial, tan altiva en años posteriores y tan tristemente
provinciana y decaída en 1835. Las interesantes observaciones y anotaciones de
Batres Montúfar coinciden con algunos comentarios de José Coronel Urtecho sobre
la decadencia granadina al degenerar su patriciado de ganadero y agricultor en
tendero y comerciante. (En: La Prensa, 4
de Diciembre de 1960).-
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MERCADO EN LA PLAZA DE GRANADA, 1856 |
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GRANADA EN LOS
PRIMEROS AÑOS DEL SIGLO XIX. Por: José Batres Montúfar. Septiembre 12 de
1837.
Carta de
José Batres Montúfar guatemalteco, a los suyos.
Granada,
septiembre 12 de 1837.
Mis
queridos:
Vino en fin la
temida correspondencia en que U. U. contestan a mi carta del 12 de junio:
gracias a Dios que no había sucedido ninguna desgracia hasta el 18 de agosto.
La causa de mi laconismo en los correos
anteriores ha sido estar siempre muy débil el día de correo porque desde la
primera enfermedad que tuve en San Juan recaía constantemente a los ocho o diez
días de faltarme las calenturas, que duraban cuatro y siete días. En el río de
San Juan me atacaron del mismo modo, pasaron y me volvieron aquí al día
siguiente de haber llegado; fue, según cierto médico, una terciana doble, pero
a mi entender, era calentura de la que llaman resistencia porque al pasar la
calentura grande quedaba la chica, y sobre esta volvía la grande sin salir del
todo ni un momento. Esta es la primera vez que paso 18 días sin tenerla, y creo
que ya no volverá porque aquí se puede guardar dieta, que es lo que me faltaba
en San Juan.
Otra vez hablaremos
de Juan, porque aún no me siento con valor para hacerlo a U. U. sobre una cosa
tan triste: daré razón de cómo vivo
aquí, para lo que será bueno una ligera idea de Granada. Del lago daré razón
tan luego como haya copiado el bosquejo formado en el viaje a la boca, único
trabajo que piensa don Juan en emprender durante estos 3 meses que siguen
porque cada uno lo hará en su propio cuarto mientras nos reponemos y pasan las
aguas. Basta saber que el lago parece un mar de agua dulce y que su hermosa
playa dista menos de medio cuarto de legua de la plaza mayor.
La ciudad está
situada sobre un terreno llano y muy frondoso como la mayor parte de estos
terrenos: en sus alrededores hay en lugar de milpas y otras sementeras que
exigen suma limpieza, unas chácaras, que llaman chagüites, con platanares y
cacaguatales, algunos tienen jiquilite y a esto atribuyo la insalubridad del clima
en algunos meses del año; estos chagüites regularmente tiene puntos de vista
hermosísimos descubriéndose por el lado del Este el lago (que aquí llaman
playa: agua de la playa, navegar en la playa, atravesar la playa, etc.), al
Sur, un antiguo volcán que llaman cerro Mombacho y al Norte, los cerros de Chontales.
En el interior de
la ciudad no puede ser peor: una plaza con hierba, pedazos de portal en extremo
inferiores al que está enfrente de la Catedral de la Antigua; una parroquia
también inferior a las iglesias comunes de San Salvador, pero que tiene dos
torres por campanarios: la una negra y vieja y la otra nueva y blanca: además
de la parroquia, hay seis iglesias inferiores en proporción: la Merced con una
torre de 33 varas de alto: San Francisco, San juan de Dios (casi capilla),
Guadalupe, Jalteva, que es Jocotenan de aquí, San Sebastián, que no conozco.
Las calles son estrechas, algo tortuosas las más y desempedradas, excepto dos o
tres. Las casas regularmente son altas por el calor que es como el de
Sonsonate, feísimas, desordenadas, sin patios decentes. No hay una pila ni
fuente pública en toda la ciudad, sino pozos cuya agua sirve para usos ordinarios
de la cocina, pues la que se bebe es del lago, o de alguna vertiente a media
legua de distancia. No hay azoteas y los aleros exteriores son enormes, lo que
tiene su utilidad en cambio de la desgraciada figura que resulta de su excesiva
anchura.
En ninguna casa
falta una tienda, por lo común menos surtidas que aquellas de la cuadra de
Arrivillaga, como la de Cáceres, etc.: y todas las señoras son cajeras sin
exceptuar más que las de las familias en que sobran niñas, porque en ésas, una
vende en la tienda y las otras no; todo el mundo vende medicinas y drogas;
quizá por la peste o por las disenterías que cada cual saber curar, y las
señoras que conozco hasta aquí trabajan algo para vender, en coser, bordar y
cualquier otra cosa semejante.
El mercado de
víveres se hace debajo de los portales y se le llama teangui como en San Luis
Potosí, y éstos son muy baratos y de excelente calidad. El pan, que es caro, se
parece en su peso, consistencia y sabor a la piedra de pómez, por lo que los
extranjeros y yo comemos gallete; la carne se vende a 4 libras por un real; por
medio real se compran los sesos de 4 reses; las gallinas valen un real; los
huevos son desde 4 hasta 8 por medio; la lengua de una res vale medio; el arroz
4 reales la arroba; el queso a 2 pesos arroba y el más fino de mantequilla, a
dos reales libra; el maíz se vende a un peso la fanega. Otros artículos son más
o menos baratos, como pescado de agua dulce que abunda, principalmente guapotes
de pie y medio de largo, mojarras negras, coloradas y amarillas, sardinas del
país; los guapotes valen de 3, o 4 por medio; las mojarras 12 por medio; los
huevos de gallina acaban de decirme que llegan hasta 12 por medio; por igual
precio dan 12 cebollas, 2 docenas de ajos o 30 plátanos, no todo junto sino
cada uno de los artículos mencionados: la sal vale uno y cuatro reales el
almud; la leña vale a 60 u 80 rajas por un real y el carbón no lo conocen sino el
de brasas apagadas en la cocina: las tortillas valen a 8 por medio real, pero
son enormes, de un pie de diámetro y verdaderos pistones de jornalero; casi
nunca les llaman tortillas, sino por sus accidente: una rellena, es decir,
pupusa, de San Salvador; una revuelta, molida la masa junto con el queso; una
vacía, que son las que prefiero, es la que no tiene nada de añadidura: así al
plátano no le llaman casi nunca por su nombre sino un verde, un maduro, un
amarillo, etc. A la fruta muy tierna llaman fruta seleque o que está seleque:
un guineo seleque cocido es el mejor regalo para una granadina, que jamás ha
comido pavo relleno porque no le gusta y lo tiene por dañoso; pero el guineo
seleque se lo dan a un convalesciente que acaba de libarse de una fiebre o de
una disentería, mientras le prohíben el pan como comida perjudicial. Otra vez
daré una lista de precios corrientes porque ahora se me han olvidado la mayor
parte, y U. U. verán que esta baratez
está compensada con la carestía de lo que no es víveres.
La gente es en
extremo hospitalaria, afable y obsequiosa: todo el mundo con familiaridad y
cordialidad: por supuesto no hay mucho tono, ni etiqueta ni elegancia ni nada
que parezca europeo; se reciben las visitas en los corredores, de confianza
desde la primera vez: nadie usa casaca ni excusa el sentarse en una butaca. Los
hombres de aquí, contra la regla general en América, son hombres pulidos que
las mujeres, quizás porque todos van a Nueva York o Jamaica a hacer su negocio.
Todos usan muchos
provincialismos: “Agüe Chepita dame una rellena y guineíto seleque”. Agüe señora,
deje que le echen la rellena, sólo que quiera una vacía. Agüe mejor dame una
revuelta bien pañaneada (el maíz mondado y bien molido): la cocinera se pone a
moler tiluite y viene el almuerzo. La siguiente décima compuesta 30 y tantos
años ha por un vecino de Segovia en Chontales, da una idea del carácter general
del país; charrería que había en el vestido de que no queda sino la inclinación
y el mucho oro que usan las mujeres, idea de aristocracia entre Lacayos,
Espinosas, O᾽Horanes,
Chamorros y otros mil, afición al juego, a la diversión y a la chanza, etc.
Todo es cierto, excepto el vestir de grana que en aquel tiempo lo era.
El granadino es pomposo,
mucho ofrece y nada da;
todo de grande se va,
tahúr, fiestero y bullicioso.
Es de genio muy jocoso,
agudo y desaplicado,
es de carácter honrado,
todo soberbia y grandeza;
pero en llegando a la mesa
es queso y plátano asado.
Efectivamente,
aquí el verdadero pan es el verde cocinado o asado; usan de la tortilla rellena
o revuelta en el almuerzo, con frijoles, arroz, carne guisada y alguna otras
cosa; llaman chocolate una bebida compuesta de cacao y maíz; chocolate puro al
de sólo cacao sin canela; un tibio es esto mismo sin azúcar (desde 4 hasta 12
reales arroba); nunca es muy blanco; en fin, todo, es a manera de tiste; a éste
llaman pinol y no les gusta ni lo saben hacer tan bueno como en San Salvador,
tiste llaman a una composición de maíz pujagua (de salpor) o de maíz común, no
sé cuál de los dos con cacao (que piensan ser tan bueno como el de Guatemala,
como piensan de todos en todas las provincias) sin canela: es blanco,
pinolillos sorben una exorbitante cantidad cuando no hay peste y entonces usan
mucho el chocolate de leche, siendo regularmente el almuerzo a las media de las
ocho, a la media de las nueve; ahora que escribo es la media de las once de la
noche y no voy a acostarme por no ser lacónico y por continuar este pelorio
ligero, el primero que doy desde que la pesadumbre me mantiene de mal humor: ya
U. U. ven que este es pelorio de buen agüero y continuaré con permiso de la
Dolores.
La pronunciación es mu y defectuosa,
principalmente en la gente del pueblo he oído decir a una muchacha veni entate
migue, tal es el odio q᾽
tienen a la “s” y a ciertas consonantes finales: se dice buscar, extornudar y
casi bucar; ¡más claro” quiere decir por
supuesto axiado (¡no faltaba más!)
aviado que no equivale a sí; pipe (hermano o hermana) es una expresión de
cariño, y come horriblemente la última sílaba, dicen: hay pipitá qué dolor
tengo en el extomago, agua pipé ya extaboxx con el cólera bebé agua de
jiñocuagua (palo de jiote) con eso se le quita. Sería menester un diccionario
entero para explicar los provincialismos: ¡soplá tilinte, Santo Antonio!, dice
un marinero llamando al viento y creyendo hablar como chapetón en encaja su
tilinte muy persuadido de que habla español: no queda tan persuadido el
pasajero que lo oyó pero no por eso emprende una disputa con el patrón (piloto)
de la piragua porque no le tendría cuenta.
En lo mejor tengo que suspender ésta,
porque son las 10 y media de hoy 15, y a las 12 sale el correo. Recibí y
agradecí mucho las tostadas y lápices, quiero unas roscas pastillas o tablillas
o panecillos de chocolate bueno: unos chiquadores y algunos dulces secos de
primera calidad porque son para mostrarlos: poco sí, para que no crezca mucho
la encomienda.
El P. Orán, mi ex – huésped, quiere un par
de barrites de punto de seda negros.
Adiós, su
Pepe.
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