jueves, 26 de octubre de 2023

COLUMNA DARIANA - "DARÍO": APELLIDO QUE ES MÍO ÚNICAMENTE / RUBÉN. Por: Alejandro Miranda. En: La Noticia. 21 Septiembre de 1967

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COLUMNA DARIANA

“DARÍO”: APELLIDO QUE ES MÍO HOY ÚNICAMENTE. Por: Alejandro Miranda. La Noticia. 21 Septiembre de 1967.

    Liberal doctrinario, fundador de la famosa librería “Las dos carátulas” cuya significación fue de gran importancia para el desarrollo científico y literario de nuestra sociedad en el primer cuarto de este siglo.

    El nombre de Rubén Darío se ha hecho grande ya en América: el “poeta niño” se convirtió en gigante para escalar las cimas de ese monte mitológico conocido con el nombre del Olimpo.

    Cerebro ardiente y fantasía soñadora, imaginación poderosa que vuela en alas de lo ideal, pensamiento atrevido que se remonta más allá de lo azul en el espacio; sí, eso encontramos en la obra literaria de Rubén. Nació artista y con su plectro divino hizo sonar esa lira de mágicos sonidos que se esconde tras el velo inconsútil de la madre naturaleza.

    A Rubén se le acusa de decadente y se le tiene por Maestro de esa Escuela en nuestros países indohispanos; pero no seré yo quien se atreva por eso a lanzar sobre él el más leve reproche: los sueños del poeta cuando son como doradas mariposas que revolotean en torno d la luz de la palabra, ¿qué importa que los colores que brillan en sus alas sutiles sean de polvo impalpable que se pierde con el más ligero soplo, si así aparecen tan bellas y primorosas y recusan la mirada siquiera por un momento?

    En las poesías de Rubén se bebe la miel de la armonía: hay en sus cantos bélicos, sonidos de clarines y tambores que se oyen claramente, así como en aquella traducción de Las Campanas de Edgar Poe, hecha por Domingo Estrada, se percibe el sonido del bronce allá a lo lejos, pero claro y evidente: ese es el gran poder de la armonía.

    Desde años atrás, que fue nombrado Cónsul General de Colombia en Buenos Aires, allá reside el célebre antor de las glorias de Chile.

    Tan luego el Gobierno de Colombia suprimió aquel consulado, Darío ocupó a principios del corriente año, el puesto de Secretario privado del Director General de Correos y Telégrafos de la Argentina.

    Las noches tempestuosas que han pasado sobre su vida, como él dice, le han llevado a aquellas playas extranjeras; pero no olvida a Centro América y mucho menos a Nicaragua, lugar donde nació.

    Los golpes más rudos que ha sufrido lo han hecho escéptico: para él ya no hay familia, ya no hay amigos, ya no hay afecciones de esas que ligan al hombre con el hogar donde vio la luz primera.

    Sobre esto oigamos lo que dice a su amigo y antiguo compañero de letras, el señor don Román Mayorga Rivas, en una carta que le escribió en Febrero de este año:

“¿Y en verdad, tengo yo a qué volver? No. ¿Familia? ¿Tengo yo, he tenido yo familia acaso, en toda aquella gente de mi apellido, apellido que es mío, hoy únicamente?”

    ¡Cuántos no extrañarán oír eso que dice Rubén!

    Pero si supieran las decepciones que sufre un hombre del temperamento de Rubén, con las indiferencias de la familia y de sus amigos, le darían la razón.

    Más adelante, agrega en la misma carta:

    “Tengo un hijo y un recuerdo sagrado: esa es mi familia. Amigos dirás. Pues si míos amigos de infancia, que son los únicos, se han concluido también. Unos han muerto, otros se han alejado; otros cuando he llegado, me han mirado como a un extranjero, me han tratado sin la confianza de los primeros años. He encontrado una generación nueva que yo dejé en la infancia”.

    “En fin, cada vez que me he acercado a la tierra en que nací, ha sido para padecer. Oh, Román, tú sabes las tristezas morales de mi niñez, las penas de mi juventud: sabe también, amigo mío, ¡las cosas dolorosas del hombre!...

    “Qué más decirte de mí? Que hago una vida de trabajo. Que he dado a la prensa sobre todo a “La Nación”, en estos tres años, lo suficiente para tres o cuatro libros. Que continúo y continuaré en la brega”.

    Eso basta para demostrar lo que sufre moralmente el gran poeta centroamericano en sus horas de nostalgia, allá lejos, en la New York de Hispanoamérica.

    ¡Y pensar que tiene sobrada razón en sus quejas que envueltas en acíbar hemos leído en esa carta!

    Y en poco está que no exclame como aquel antiguo romano ¡oh tierra ingrata, no poseerás mis huesos!

    ¡Y yo sería el primero en decir: tiene razón!

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