Columna Dariana
La fineza de su
oído, el Don Musical que revelaba. En:
La Noticia. 3 de Octubre de 1967.
Por: Luis H. Debayle
Médico
eminente, escritor y poeta, gran amigo de Darío desde la infancia y hasta el último
momento de su vida.
No puedo menos que recordar, época y escenas
que, fija con fotográfica exactitud están en mi memoria. Tus comienzos, tus
amores, tu timidez, natural retraimiento interpretado erróneamente por
intelectos mediocres, tu carácter y originalidad personal, cuyo sello he visto
estampado en tus obras, en las etapas de tu vida literaria y en tus misma
innovaciones y conquistas. Desde entonces pudimos leer los que te conocimos
bien aquel mandamiento promulgado más tarde en tu Decálogo literario: “El clisé
verbal es dañoso porque encierra en sí el clisé mental y juntos perpetúan la
anquilosis, la inmovilidad”.
Bien presente tengo tu disposición
especial por el dibujo, probada en el admirable retrato de Mr. Swan, que valió
al improvisado artista la honra de colocar su obra en el salón de nuestro Club.
Y la sutil fineza de tu oído, el don
musical que revelaste en los rudimentarios teclados del acordeón y del armónium,
y que más tarde le hizo gustar música wagneriana, siendo a mi entender esta
facultad admirable de tu artística personalidad, la clave, en parte, de la
delicadeza de su ritmo y de la obra de innovación sintetizada en su singular
teoría de la MELODÍA IDEAL. Porque has querido ir hacia el porvenir “siempre
bajo el divino imperio de la música, --música de las ideas, música del verbo”.
Y eres hoy, como lo confirma el eminente crítico musical español Subirá, “el óptimo
músico de sonoridades wagnerianas de bellos ritmos y de ideas bellísimas.
Como
quisiera tener aquí presente aquel personaje decorativo, rico influyente, con
etiqueta de sabio e incapaz de comprender los quiméricos sueños del poeta y los
vuelos del arte, espíritu hecho en molde, como abundan entre nosotros, para
quien sólo existía la clásica verdad rutinaria, y que el ver mi cariño rayano
en admiración por tí, me preguntó extrañado:
—¿Y qué encuentra Ud., de extraordinario
en ese joven? Tus grandes hechos han confirmado plenamente mi previsión, y mi
respuesta de entonces.
Tú podría contestar hoy, mejor que yo lo
hiciera; y mejor que nosotros. Marcelino Menéndez Pelayo, Valera y otros más
que han proclamado la exactitud de tu numen.
Y José Enrique Rodó, al escribir “Es el
leader de la literatura hispanoamericana. Y Emilio Castelar al enviarte su
discurso en la Academia Española: “Mi cariño, mi amistad, mi admiración constante,
usted los tiene”.
Y Juan R. Jiménez: “Es indiscutible que
Rubén Darío, caballeresco y emocionante, es el poeta más grande de los que actualmente
escriben castellano”.
Y Francisco Navarro Ledesma: “Muerto Campoamor,
la lengua castellana cuenta por fin, con un gran poeta de ideas y sensaciones,
a quien ni el mismo Zorrilla le igualaría en el sentido musical”.
Y Martínez Sierra. “Rubén Darío ha hecho
vibrar la música de la lengua española para cantar, complejas maravillas,
cisnes, mujeres, inquietudes, boscajes, marchas de triunfo, madrigales,
filosofías viejas florecidas en corazones nuevos, galanterías inmortales,
flores y centauros”.
Y González
Blanco, y Justo Sierra: “Es el poeta múltiple; es el poeta complejo; es el
poeta inquieto; es el poeta atormentado; es el poeta admirable…” “Es evidente
que ha entrevisto y nos ha hecho entrever un color más en la poesía castellana
un ultra violeta que no conocíamos”.
Y Elysio Carvalho, se explicaría: “Es un
artista refinado, aristócrata y suntuoso, que practica el arte del sueño, el
culto a lo irreal y al idealismo puro… es uno de los mayores, si no el mayor de
los poetas de la América española, en estos momentos de la raza y de la lengua”.
Y el coro de los hombres de arte y
discípulos y admiradores de tu obra de regeneración y renacimiento, podría
juntar su colectiva exclamación ante la homérica figura: “Es no sólo un poeta
eminente, ¡sino el príncipe de los poetas del habla castellana!
Cuantas veces se recordaron aquí mismo
escenas de tu infancia, la portentosa precocidad de tu talento: y cómo tu nombre
repetido con orgullo por los padres, producía el éxtasis de admiración en las juveniles
almas de los niños.
El destino quiso ponerme en contacto con
las principales etapas de su vida: en la infancia, en la escuela, en su primer
viaje a España, en su vuelta triunfal a esta tierra querida; en sus triunfos
recientes de Europa y América del Norte, y por último, en su enfermedad y en su
muerte.
Reclamo un sólo honor: haber desde nuestra
niñez, amado al amigo, y adivinado al genio.
Hace algunos años di la bienvenida a este
peregrino del ideal.
Su corazón enternecido vertió su lágrima
filial sobre la “crin amada su viejo León” –Y dijo:
Mis ilusiones y mis deseos y mis Esperanzas,
me dicen que no hay Patria pequeña, y León es hoy a mí, como Roma o París”.
Y aun resuena en mis oídos su frase
emocionada respondiendo a la salutación en mi hogar:
“Aquí
un verbo ha brotado que inspira y perdura,
Aquí
se ha consagrado a la eterna armonía
Por
las rosas de idea que han dado al alma mía
En
sus pétalos frescos, la fragancia más pura.
Suaves
reminiscencias de los primeros años
Me
brindaron consuelos en países extraños;
Y
hoy sé por el destino prodigioso y fatal
Que
si amarga y dura la sal de que habla el Dante
No
hay miel tan deleitosa, tan dulce y tan fragante,
Como
la miel divina de la tierra natal.
Vino entonces a depositar sobre el altar
de la Patria los trofeos y las coronas de sus triunfos.
Y esta vez volvió al viejo nido, cual ave
mortalmente herida, a reclinar su frente moribunda en el regazo materno, para
que recogiésemos su último aliento y para que sus sagrados despojos glorificasen
esta patria querida y desgraciada, tan digna por mil títulos de nuestro afecto;
para que su tumba irradiase su luz inmarcesible sobre el orbe civilizado.
Para Grecia, Homero; para Italia, el Dante;
para Inglaterra, Shakespeare; para Francia Víctor Hugo; para Nicaragua, para
Centro América, para la América Latina. Rubén Darío.
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