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Crónica de Avilés Ramírez
RUBÉN DARÍO, FEDERICO MISTRAL Y LA TIMIDEZ. Por: Eduardo Avilés Ramírez. En: El Centroamericano. 16 de Julio de 1967.
Rubén Darío fue un gran tímido. Podría llenar una página entera señalando las pruebas de aquella completa e inexplicable timidez que le cortaba los impulsos. Era un hombre que caminaba en la vida como desarmado, un hombre-niño. Su generación no tenía nada que ver con esa tremenda deficiencia. Y yo estoy convencido de que su incomunicación con Federico Mistral se debió exclusivamente a su timidez.
Mistraliano y dariano, y hasta medio provenzal, yo he realizado investigaciones minuciosas sobre aquella incomunicación. Hace más de cuarenta años enseñaba yo, en Maillene, a la viuda de Mistral, el poema que Rubén dedicó al autor de “Mireille”. Ella no sólo no lo conocía, sino que tenía la casi seguridad de que Mistral tampoco lo conoció.
Por mucho que se ha investigado en la Provenza me ha sido imposible saber cuáles fueron los nexos de amista literaria que pudieron existir entre el gran felibre y Rubén Darío. Con mi amigo Federico Mistral (“neveu”), creador y director de la revista “Langue Dʼ Oc”, de la cual yo fui su corresponsal para la lengua española, investigamos en sus archivos y en el copioso volumen de la “Correspondencia General de Mistral”, en donde están consignados hasta los mensajes más insignificantes, de las gentes más humildes de Francia y del mundo, que le escribían, ¡el nombre de Rubén Darío no figura en ninguna parte! Si amistad existió, o sólo nexo epistolar, entre el gran poeta de la Hispanidad y el glorioso poeta de la Provenza, alguna huella habría quedado. Ahora bien, la Correspondencia General de Mistral y el Archivo de Rubén Darío de Madrid son mudos. Todo indica que Mistral no se enteró siquiera de que en uno de sus libros el poeta máximo de la lengua castellana le dedicaba un poema.
En caliad de diplomático –no en calidad de poeta—, Darío fue invitado a asistir a las fiestas del Jubileo de Mistral en Arlés, las cuales se efectuaron los 29, 30 y 31 de mayo de 1909. El primero de ellos consagrado a la inauguración del Museo Arlatán (museo logrado gracias a que Mistral le dedicó todo el dinero de su Premio Nóbel); el segundo a la inauguración de la estatua de Mistral en Arlés, en su presencia; el tercero a la representación de “Mireille” en las ruinas grandiosas del teatro romano de Arlés.
Rubén pidió permiso al gobierno de Nicaragua para ausentarse de Madrid, a fin de asistir a las fiestas mistralianas de Arlés. El gobierno de Nicaragua se lo concedió. Pero Rubén no fue a las fiestas, a pesar de que en ellas hubiera podido conocer a Mistral. Y, sin embargo, Rubén escribe su “Oda”… en 1909 como si la hubiera compuesto exprofeso para las festividades de Arlés, a las cuales, repetimos, estaba invitado. Yo tenía esperanzas de encontrar el nombre de Rubén Darío en la lista de los personajes extranjeros que intervinieron en esas festividades.
Contribuyeron con dinero para la fundición y erección de la estatua de Mistral, entre otros personajes extranjeros: Carmen Sylva, reina de Rumania, una princesa griega, el príncipe de Mónaco, profesores y poetas alemanes, suecos, luxemburgueses, holandeses, irlandeses, austríacos, catalanes, españoles, italianos, belgas. En Chicago y en Nueva York funcionaron los Comités Pro-Estatua a Mistral. El mismo Presidente Teodoro Roosevelt envió su contribución; William Chapman escribió un poema especial y Mistral se lo agradeció en carta pública; Murray-Butler, en fin, pronunció un discurso el 22 de mayo de 1909 en Fullerton-Hall. ¡Sólo Rubén Darío no figura en estas listas!
Todo el mundo se sabe de memoria aquellos versos que comienzan:
“Mistral, la Copa Santa llena
de santo vino
alza el mundo por ti,
y lleva nueva sangre el corazón latino
su límpido rubí”.
Y la terminación es la siguiente:
de santo vino
alza el mundo por ti,
y lleva nueva sangre el corazón latino
su límpido rubí”.
Y la terminación es la siguiente:
“Y que sobre los mares lleven los vientos libres
la divina verdad”
la divina verdad”
Luego no resuelve el Archivo de Madrid. Uno supone que entre Mistral y Darío existieron nexos, aunque sólo hayan sido de carácter epistolar y lírico. Pero no quedan rastros materiales, y es allí que debieran hablar tanto la Correspondencia General de Mistral como el Archivo de Madrid, que siguen mudos. ¿A qué debemos atribuir esa mudez? ¿Y por qué habiendo recibido Darío permiso del gobierno de Nicaragua para ir a Arlés, a última hora no fue? ¿Y por qué su nombre no figura en la Correspondencia General de Mistral? ¿Por qué su viuda me declaró en 1926, que aquellos versos ella no los conocía y que posiblemente tampoco los conoció Mistral?
Después de investigar durante muchos años y sobre el terreno, habiendo tenido entre mis manos todos los documentos, llego a la conclusión de que la timidez invencible de Rubén le impidió hasta enviar a Mistral su propio elogio y homenaje. Increíble, pero real, Mistral era sensible al panegírico y, hombre del Mediodía mediterráneo, gran amigo de Cataluña y de Castilla, era expansivo, comunicativo y a veces hasta eufórico. ¿Cómo no rendirle las gracias al poeta de la Hispanidad por aquel homenaje lírico, incluido inclusive en uno de sus libros?
Yo consulté el caso con la misma Gabriela Mistral –admiradora de Mistral, al extremo de que usó el seudónimo “Mistral” precisamente en su honor, y quien además fue Cónsul de Chile en Aviñón y hablaba el provenzal mejor que el francés—, y ambos llegamos a la conclusión de que su invencible timidez hizo que Mistral desconociera su homenaje. Es éste, creo, el caso más espectacular que se conozca en la historia de la poesía universal, entre gentes del mismo ejercicio apolíneo. En el fondo de Rubén, repito, había un niño. Era como un hoplita griego, desarmado en plena batalla. O como un ángel asilado en el cielo por ausencia completa de nervios, en las alas.
París, 1967.
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