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PRIMERA INDUSTRIA EN EL MANAGUA DE HACE 50 AÑOS (1917). Por: Juan García Castillo. En: El Centroamericano. 27 de agosto de 1967.
Las Coreitas, proveedoras de Sanguijuelas. – Las alquilaban. – Había que devolverlas vivas y limpias. –Muertas, doble valor
En una de mis crónicas sobre el Managua de ayer, hablé muy a la ligera de unos de los medicamentos que aplicaban los profesionales de antaño: las sanguijuelas.
Era una verdadera industria la provisión de ellas en el Managua de ayer, para curar ciertas dolencias. Proveedoras exclusivas eran unas ancianitas: las Coreitas, familiares muy cercanas, según me dicen, del actual Ministro de la Guerra, Coronel Mejía Chamorro.
Vivían frente donde todavía existe el primer templo evangélico que hubo en Managua, en el barrio Santo Domingo. Era una casa de “pretil alto”.
De los managuas de cincuenta años arriba, creo que muy pocos, no fueron sometidos al tratamiento de los animalitos esos.
Eran los benditos tiempos en que los médicos desconocían o mejor dicho no practicaban la cirugía.
Las sanguijuelas, venían a llenar los bien provistos depósitos de las Coreitas, de lejos. Las cogían en los ríos, en la parte sur y occidental del departamento. Eran unos animalitos como lombrices, lustrosos, coloraditos, cuya especialidad era chupar en el cuerpo humano, el “pus”, “la sangre mala”.
Había constante solicitud de sanguijuelas en la casa proveedora.
—Niñas Coreitas, dice mi mamá que le alquile dos docenas de sanguijuelas.
—Está bien, niño, pero ya sabe que las que vengan muertas valen el doble.
Porque la tarifa era de 25 centavos por cada animalito, muertas valían el doble. Desde entonces se aplicaba aquello de una mula muerta…
En unas ollitas, color negro, estaban las sanguijuelas. De allí las extraían con amor, con cariño, las Coreitas y cuidadosas las colocaban en el “trasto” que el cliente había llevado.
Repugnantes, los animalitos sabían muy bien su oficio. Colocadas sobre el divieso o la parte en que había infección, se acomodaban acuciosas y principiaban a chupar. De coloraditas se convertían en negras. Parecía que iban a reventar.
Figúrese el lector, una docena de sanguijuelas succionando el pus de un divieso de regulares dimensiones.
Ellas reemplazaban al bisturí del cirujano, los médicos de entonces no gustaban o no sabían de eso de operar. Eran mejor las sanguijuelas que obraban por sí solas.
Hay un caso eficaz del uso de las sanguijuelas por un médico moderno, aunque muchos no creen en ellas.
El Doctor Alberto Ramírez Martínez, ya fallecido, tenía un enfermo con una infección en un oído. Era una intervención quirúrgica delicada y el doctor, aunque graduado en una universidad francesa, no se atrevía a operar. Recurrió a las sanguijuelas. El animalito o los animalitos se acomodaron en el órgano auditivo y extrajeron el pus. El enfermo sanó y vive todavía.
Terminada la labor, los arrendatarios de los animalitos tenían que devolverlos limpios, como los recibieron, a sus dueñas. Al “limpiarlas”, algunas de ellas morían. Eran renuentes a arrojar la “sangre mala” o la sustancia purulenta que habían extraído. Salvaron muchas vidas.
En aquella época, ningún médico hablaba de “rajar” al paciente. Las sanguijuelas de las Coreitas eran más eficaces que cualquier operación. Fue una industria próspera y única en el Managua de antaño, que producía dinero a las viejecitas que cultivaban en ollitas de barro con agua, las indispensable y “maravillosas” sanguijuelas.
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