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COLUMNA DARIANA
QUISO QUE SUS DESPOJOS FUERAN PARA SU PATRIA. Por: Santiago Argüello. En: La Noticia, 20 septiembre de 1967.
Abogado, filósofo,
profesor, ensayista, poeta y orador. Autor de numerosas obras como “Ocaso”, “El
Poema de la locura”, “La vida en mí”, “El vaquero del Cortijo”, “Mi mensaje a
la Juventud”, “El Divino Platón”, etc.
Vuelven a desatarnos la ausencia
nuestra doble fraternidad de corazón y de intelecto, me dijo cierta noche, bajo
el cielo de España, junto a un tren que se iba, tras un abrazo largo de triste
despedida. Y una lágrima me cegó las pupilas. Mas luego, una esperanza amanecía
en lo más hondo de mi ser; una esperanza que tiñóme de rosa mis nublados, y me
secó la lágrima. ¡Volveremos a vernos!
Y hoy… fui yo quien lo vio irse… y las
lágrimas que ciegan mis pupilas y me queman los párpados no podrán sonrosarse
ni secarse con el amanecer de una esperanza, porque la sombra de ausencia
postrera es la sombra infinita, de una infinita noche sin aurora.
Rubén yacía sobre un lecho de enfermo,
en el rincón de una provincia francesa. Sentíase morir. ¡En el cuarto
alquilado, la noche de una angustia flotaba sobre la soledad! Era el silencio como
la tiniebla del sonido, y era la sombra como el silencio de la luz.
Y sintió el poeta, enfermo, que en la
mente le dolía una idea y que en el corazón sangraba un sentimiento. Era la
idea de la Patria, y el sentimiento de expirar lejos de ella. Era su Nicaragua,
su tierra desgraciada, abatida por la tempestad y asolada por el infortunio: la
tierra en que él pensaba siempre, la que llevó entre sus ansias, la que no
salió jamás de sus instintos, y que debía ser por la atracción de los destinos,
regazo de agonía, mortaja para su cadáver y osario para sus huesos.
Y esa idea y ese sentimiento fueron
creciendo en él como una obsesión de moribundo. Y, cuando más no pudo, cogió el
poeta a su enfermero de la mano, y le rogó escribir lo que él dictara. Y lo que
aquellos labios, al parecer indiferentes, dictaron, era como el poema de un
desbordante amor de hijo, cristalizado en lágrimas.
“La República Argentina fue una tierra
de gloria para mí, dijo él. Háblase ya de conservar mi cadáver. Lo agradezco.
Pero quiero otra cosa; que mis despojos sean para Nicaragua. Ya que mi patria
no me guardó vivo, que me conserve muerto”.
Y el dedo de Dios le señaló el camino.
El vino lentamente paso a paso, a
recibir el beso con que sellaron su fuga de la vida los mismos labios que lo
besaron al nacer en la cuna.
Él ya tiene el regazo de madre que quería.
Y ella, la Patria, ya se vió convertida en una esplendorosa tumba de la
gloria de su hijo.
Si tú sientes sed de altura,
y del éxtasis la
estrella ves que en ti, débil fulgura,
sí en místicos
instantes, en la calma
de tu cansado ser,
tienes empeño
de buscar solo a
Dios, único dueño;
y en el lago
hiperbóreo de tu alma
pasa la góndola
del sueño,
entra…
La capilla
te espera; y el
coro
su regazo te
ofrece de sombras, cada vela brilla
mientras rezonga
el ritmo del órgano sonoro.
Parpadeando
invertida lágrima de oro.
Y sobre el raso virginal del manto de
la
Madre
María,
temblará sutilmente
una frágil
corriente
de suave luz, como
un lejano día
Y entre ese fulgor suave como alpina
cumbre,
y en un bajel del
cielo ribereño,
te vas a ver pasar
sobre la lumbre,
embarcado en la
góndola del sueño.
El órgano sonando…
Tú, medio hundido
en tu cojín de incienso
sobre intangibles olas
navegando…
Y en el místico ardor de su delirio,
cogerás la
custodia entre sus manos,
y pegarás tus
labios al martirio
que en la forma se
imprime; tus humanos
labios ansiosos de
blancura,
místicos labios,
labios sabios,
labios que buscan
otros labios
para arrancarle la
amargura,
labios que anhelan
lo sagrado,
labios sedientos
de la hiel,
labios que buscan
el costado
para sorber la
sangre en él.
Y, al sordo son de una salmodia,
pondrás sobre tu
rostro la custodia.
Y en esa custodia,
con sus rayos rojos,
te cubrirá los
ojos
mientras la casta
forma, la que tu alma invoca,
un albo sello te
pondrá en la boca.
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