jueves, 26 de octubre de 2023

COLUMNA DARIANA - QUISO QUE SUS DESPOJOS FUERAN PARA SU PATRIA. Por: Santiago Argüello. En: La Noticia, 20 septiembre de 1967.

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COLUMNA DARIANA

QUISO QUE SUS DESPOJOS FUERAN PARA SU PATRIA. Por: Santiago Argüello. En: La Noticia, 20 septiembre de 1967.

Abogado, filósofo, profesor, ensayista, poeta y orador. Autor de numerosas obras como “Ocaso”, “El Poema de la locura”, “La vida en mí”, “El vaquero del Cortijo”, “Mi mensaje a la Juventud”, “El Divino Platón”, etc.

         Vuelven a desatarnos la ausencia nuestra doble fraternidad de corazón y de intelecto, me dijo cierta noche, bajo el cielo de España, junto a un tren que se iba, tras un abrazo largo de triste despedida. Y una lágrima me cegó las pupilas. Mas luego, una esperanza amanecía en lo más hondo de mi ser; una esperanza que tiñóme de rosa mis nublados, y me secó la lágrima. ¡Volveremos a vernos!

         Y hoy… fui yo quien lo vio irse… y las lágrimas que ciegan mis pupilas y me queman los párpados no podrán sonrosarse ni secarse con el amanecer de una esperanza, porque la sombra de ausencia postrera es la sombra infinita, de una infinita noche sin aurora.

         Rubén yacía sobre un lecho de enfermo, en el rincón de una provincia francesa. Sentíase morir. ¡En el cuarto alquilado, la noche de una angustia flotaba sobre la soledad! Era el silencio como la tiniebla del sonido, y era la sombra como el silencio de la luz.

         Y sintió el poeta, enfermo, que en la mente le dolía una idea y que en el corazón sangraba un sentimiento. Era la idea de la Patria, y el sentimiento de expirar lejos de ella. Era su Nicaragua, su tierra desgraciada, abatida por la tempestad y asolada por el infortunio: la tierra en que él pensaba siempre, la que llevó entre sus ansias, la que no salió jamás de sus instintos, y que debía ser por la atracción de los destinos, regazo de agonía, mortaja para su cadáver y osario para sus huesos.

         Y esa idea y ese sentimiento fueron creciendo en él como una obsesión de moribundo. Y, cuando más no pudo, cogió el poeta a su enfermero de la mano, y le rogó escribir lo que él dictara. Y lo que aquellos labios, al parecer indiferentes, dictaron, era como el poema de un desbordante amor de hijo, cristalizado en lágrimas.

         “La República Argentina fue una tierra de gloria para mí, dijo él. Háblase ya de conservar mi cadáver. Lo agradezco. Pero quiero otra cosa; que mis despojos sean para Nicaragua. Ya que mi patria no me guardó vivo, que me conserve muerto”.

         Y el dedo de Dios le señaló el camino.

         El vino lentamente paso a paso, a recibir el beso con que sellaron su fuga de la vida los mismos labios que lo besaron al nacer en la cuna.

Él ya tiene el regazo de madre que quería.

Y ella, la Patria, ya se vió convertida en una esplendorosa tumba de la gloria de su hijo.

Si tú sientes sed de altura,

y del éxtasis la estrella ves que en ti, débil fulgura,

sí en místicos instantes, en la calma

de tu cansado ser, tienes empeño

de buscar solo a Dios, único dueño;

y en el lago hiperbóreo de tu alma

pasa la góndola del sueño,

entra…

         La capilla

te espera; y el coro

su regazo te ofrece de sombras, cada vela brilla

mientras rezonga el ritmo del órgano sonoro.

Parpadeando invertida lágrima de oro.

 

         Y sobre el raso virginal del manto de la

                                               Madre María,

temblará sutilmente

una frágil corriente

de suave luz, como un lejano día

 

         Y entre ese fulgor suave como alpina cumbre,

y en un bajel del cielo ribereño,

te vas a ver pasar sobre la lumbre,

embarcado en la góndola del sueño.

 

         El órgano sonando…

Tú, medio hundido en tu cojín de incienso

sobre intangibles olas navegando…

 

         Y en el místico ardor de su delirio,

cogerás la custodia entre sus manos,

y pegarás tus labios al martirio

que en la forma se imprime; tus humanos

labios ansiosos de blancura,

místicos labios, labios sabios,

labios que buscan otros labios

para arrancarle la amargura,

labios que anhelan lo sagrado,

labios sedientos de la hiel,

labios que buscan el costado

para sorber la sangre en él.

 

         Y, al sordo son de una salmodia,

pondrás sobre tu rostro la custodia.

Y en esa custodia, con sus rayos rojos,

te cubrirá los ojos

mientras la casta forma, la que tu alma invoca,

un albo sello te pondrá en la boca.






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