sábado, 25 de octubre de 2014

BIBLIÓFILOS, BIBLIÓMANOS, LIBROS, LIBRERÍAS Y BIBLIOTECAS DE PRINCIPIOS DEL SIGLO XX.

BIBLIÓFILOS, BIBLIÓMANOS, LIBROS, LIBRERÍAS Y BIBLIOTECAS DE PRINCIPIOS DEL SIGLO XX

Por: Eduardo Pérez-Valle h.


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Muchas historias yacen tras una referencial lápida de cementerio; mensajes sumidos en ese letargo  indescifrable e inseparable del despojo humano.  Bien se dice que, con la desaparición física de cada hombre mueren historias y secretos.

Observando aquel inmenso “hotel de tránsito” de cuerpos inertes, repleto de lápidas con evocaciones, nombres y fechas, no dejamos de pensar que el epitafio dedicado al difunto contiene referencias cortas y mensajes no atrapados en el idioma o el detalle plus ultra; esa inscripción no perceptible donde subyace el hecho no contado o inacabado.

Libros, periódicos y documentos históricos son el otro “más allá” de la muerte. Ellos almacenan a perpetuidad lo que fue dicho, descubierto, imputado, sostenido, inquirido, polemizado, develado, testimoniado, la heredad y sus circunstancias. Los libros son el Alter Ego, atrapan de todo, el pasado científico, histórico… remoto y cercano; a través de ellos acontece la primera “resurrección de los muertos”, sobre todo, en ese espacio vital llamado Biblioteca, Hemeroteca, Archivo, donde permanecen los vasos comunicantes o la única “máquina transportadora del tiempo”, el libro.

Decía en sus últimos días de vida, el ilustre don Marcelino Menéndez y Pelayo, observando las estanterías de su biblioteca repletas de volúmenes: “¡Qué lástima morirme cuando me queda tanto por leer!”. Precisamente ahora, mediante ese “médium” llamado libro nos damos cita con él. ¿Qué sería de nuestro excelso Rubén Darío, sin el libro? ¿Y qué sería del mundo y las letras, sin Darío y sus libros?


Los 132 años de la Biblioteca Nacional (1882), son parte del acontecer educativo y cultural. Asimismo, en esa Historia del “ir y venir” de los libros en Nicaragua, surgen personajes ilustres perpetuados en el recuerdo. Destacan por haber sido caracterizados proveedores de ese alimento llamado saber.

PANCHO PÉREZ, real proveedor de la "Vanguardia" y  de
la "reacción", nuestro caro librero de la Librería
Barata.  Caricatura de Joaquín, Zavala Urtecho.
Asimismo, rodeado de libros vivió don Francisco Pérez Duarte, mi abuelo paterno, conocido popularmente como “Pancho Pérez”, librero e intelectual granadino que a principios del siglo XX abrió su primera librería en Granada y con la posterior apertura de la primera sucursal de “Librería Barata” en la ciudad de Managua, se sumó al acontecer de las Bibliotecas nicaragüenses en los años 1932 y 1933.

En la década de los años diez, al irrumpir el siglo pasado, la ciudad de Granada tenía cita permanente con la cultura nacional y universal en las instalaciones de esa Librería. Recién finalizaba la Primera Guerra Mundial, con las consecuencias de una gran escasez de libros en Nicaragua. Don Francisco Pérez Duarte, aquel personaje a quien los granadinos recuerdan asemejado a la desgarbada figura de don Alonso de Quijano a quien de mucho leer y del poco dormir se le secó el seso, se las ingeniaba para no quedar ni dejar desabastecido al público lector y al estudiantado de Granada; estableció el sistema de canje; entregaba un libro nuevo, a cambio de dos o tres usados. Aquella actividad solventó temporalmente la crisis en materia de libros.

La primera gran biblioteca particular que compró don Pancho Pérez, fue la que vendió  Don Salvador Barberena Díaz, el otrora Director del Instituto Nacional de Oriente, y  fundador del Colegio Particular de Varones.




En aquellos años Don Pancho prestaba o donaba libros a los estudiantes de escasos recursos. Los diarios le publicitaban su preciosa mercancía cultural, y en artículo periodístico de la época fue anunciado el arribo de don Francisco Pérez Duarte y su Librería Barata a la capital. Managua lo recibió en Diciembre de 1932 con los primeros 800 volúmenes, instalándose frente al “Salón Eléctrico”. Fue todo un acontecimiento, la gente estaba maravillada de esa verdadera librería, distante de aquellas que por inexacta definición popular, le dan la acepción a tiendas que venden sacapuntas, lápices y engrapadoras.


Antes del terremoto de 1931, el mercado del libro en la ciudad de Managua lo dominaba la “Librería Matus” localizada en el Costado Sur del Mercado Viejo. La importación de títulos era variado, destacaban los libros de técnicas industriales, mineras, agrícolas, agropecuarias; así lo demuestra uno de los avisos de arribo de títulos y autores:




Manual de Artes y Oficios, por Nemirasto; Historia Universal, por Cantú;  El Hombre de Hierro, por Feval; La Educación de sí mismo, por Durville;  Diccionario de la Lengua, por Barcia; Economía Política, por Gide; Manual de Lechería, por Rossinon; Curtido y Elaboración de Pieles, por Billon;  Cales, Cementos y Morteros, por Soria; Oro, Plata y Platino, por Noguer;  Harinas y Féculas, por Bellgin; Tratado de Fotografía, por Niewenglowski;  Ciencias Naturales, por Caustier.

BIBLIOTECAS DESPUÉS DEL TERREMOTO DE 1931

Los managuas apenas empezaban a recuperarse del demoledor terremoto de marzo de 1931, y la actividad del libro en Nicaragua iba reanimándose. El gremio de periodistas capitalinos fueron los primeros en respaldar la propuesta de don Manuel Monterrey, el fundador de la Biblioteca del Periodista, que inició con 1,000 volúmenes. La ceremonia celebrada el 8 de Mayo de 1932, en el Salón de Actos de la Biblioteca Nacional de Nicaragua,  fue inaugurada por Don Juan Ramón Avilés y Don Sofonías Salvatierra leyó el discurso de clausura preparado por el director de La Prensa, Don Pedro Joaquín Chamorro Zelaya.[1] Treinta y siete periodistas y personajes que suscribieron el Acta de Fundación:

Josefa T. de Aguerri, Juan Ramón Avilés, Fco. Huezo, José Miranda, José María Lanzarías, Gratus Halftermeyer, Manuel Sandoval Pasos, Pedro Joaquín Chamorro, Adolfo Calero Orozco, Rosendo Argüello, Constantino Pereira, Felipe Ibarra, Luis Felipe Hidalgo, Francisco Moreira Gómez, Octavio Rivas Ortiz, Fernando Buitrago Morales, Leonardo Montalván, Sofonías Salvatierra, Carlos A. Castro, Gustavo Mercado, Alfredo. W. Hooker, Salvador Buitrago Díaz, Alberto Aguilar Tablada, Apolonio Palazio, Manuel Rosales, José Manuel Sandino, Manuel Monterrey, Trini Medal, Andrés Vega Bolaños, David García, Perfecto Hidalgo, Rodolfo Torres, Emilio Rothschuh, Heliodoro Cuadra, Rubén Leitón, Rubén Mendieta.

El 2 de octubre de 1933 fue recibida la noticia del Gobierno de España sobre la decisión de fundar bibliotecas en cada una de las capitales de Centroamérica, como obsequio de España a cada Gobierno. El de Nicaragua, por el conducto de Relaciones Exteriores, pidió fuese instalada en la Biblioteca Nacional para ser mejor atendida.


En esa época creció la competencia, aparecieron nuevas librerías; Don Raúl Lacayo S., anunciaba la apertura de “Librería Selecta”, la cual instaló en su casa de habitación, contigua a los talleres del diario La Prensa.

No obstante, en esos años la única librería bien surtida de Managua fue “La Barata” de Don Francisco Pérez Duarte, incluida en el “Registro de Establecimientos de Comercio y Empresas o Negocios Matriculados en Managua, D. N., en el año 1934”. En esa lista aparecen cinco propietarios de librerías: Carlos Heuberger, dueño de la “Librería Alemana”; Horacio Pérez; Herminia Peña viuda de Prado; Raúl Lacayo S., y Francisco Pérez Duarte.



El almacén-“librería” de Carlos Heuberger vendía bolsas de manila, papel, etc. Don Horacio E. Pérez estaba en el contexto de la imprenta y el periodismo, él, era hermano del Bachiller del siglo pasado, Don Carmen Jesús Pérez, director del periódico “La Aurora”, creado en 1883 para informar –principalmente— sobre las actividades del obrerismo en la capital y el interior del país; la familia de Don Carmen de Jesús Pérez fue pionera en la técnica de la Litografía y el Fotograbado, en Nicaragua. Doña Herminia v. de Prado y Don Raúl Lacayo S., era parte de la oferta de artículos de oficina, más que de libros.

ANTEPROYECTO DE LA PRIMERA BIBLIOTECA MUNICIPAL

Algo inusual sucedía con el vertiginoso ascenso de la lectura en Managua, el Distrito Nacional anunciaba en los periódicos nacionales del 20 de agosto de 1933, que don Andrés Largaespada, primer vocal del Comité Ejecutivo del Distrito Nacional, preparaba el anteproyecto  para la creación de la primera Biblioteca Municipal. Seis meses antes del referido anuncio, Don “Pancho Pérez” con la Librería Barata ya ocupaba local en la misma casa donde estaba el Bar Gambrinus en la Avenida del Campo de Marte, después conocida como Avenida Roosevelt, frente al Banco Caley Dagnall y Co., local alquilado al matrimonio de Don Juan Letz y Doña Bernabela de Letz.

Seis meses antes del anuncio sobre la Biblioteca Municipal, Don Francisco Moreira Tijerino, reconocido intelectual de la Managua aldeana, mediante un artículo de opinión publicado en el diario La Noticia del 2 de agosto del 33,  instaba al Gobierno y a la población a unir esfuerzos a fin de fundar la “Biblioteca Rubén Darío”, cuyo objetivo central sería la de reunir toda la obra del Poeta, cuanto se hubiera escrito en el mundo sobre su obra y vida; disponiéndola de manera ordenada para que fuera de utilidad para los nicaragüenses.

Moreira Tijerino exhortaba a la ciudadanía en general, a levantar una suscripción pública de obras escogidas, iniciándola él, con la donación de los primeros treinta volúmenes que ponía a la orden del Distrito Nacional, a la vez que sus servicios profesionales, la idea nunca partió de la línea de salida.

“BIBLIOTECA CENTROAMERICANA”

El 15 de Septiembre de 1940 fue inaugurada la Biblioteca Centroamericana, sugerida y apoyada por el doctor Teodoro Díaz Medrano, Embajador de Guatemala ante el Gobierno de Nicaragua. Propuesta acogida un año antes por los demás Embajadores centroamericanos acreditados en nuestro país: Dr. César Virgilio Miranda representante de El Salvador; Dr. Julián López Pineda representante de Honduras; de Costa Rica, don Vicente Urcuyo Rodríguez; y, en representación de Nicaragua, el Doctor Antonio Barquero, Viceministro de Relaciones Exteriores. Ese 15 de septiembre de 1939 fue levantada el Acta creadora de la Biblioteca Centroamericana, y la redacción estuvo a cargo de Don Salvador Jirón, funcionario de la embajada de Guatemala

Concebida como Biblioteca de “asuntos centroamericanos”, la primera sede fue en la Embajada de El Salvador, donde fueron instalados cinco estantes y 500 libros de diversos autores las cinco repúblicas. En 1967 la biblioteca contabilizaba 10,000 títulos.


El Director y bibliotecario permanente fue Don Gratus Halftermeyer. La afluencia era tal que en un poco más de 30 años de funcionamiento, el personal siempre fue de dos personas, el señor Halftermeyer y la Señora Graciela González, la que fue su Primera Directora.  

Desde la precaria disponibilidad monetaria, Don Gratus publicaba el “Boletín de la Biblioteca Centroamericana”, un poco más de 38 ediciones de forma continua, interrumpida por el terremoto de 1972.

De manera personal emprendió las actividades de búsqueda de lectura especializada a fin de conformar un Fondo Bibliográfico relacionado con la obra de Rubén Darío. Esa fue la primera vez que el Estado de Nicaragua –gracias a Halftermeyer[2]— tenía modesta participación en la formación de un Fondo Especial Dariano, de esa manera y con todo tipo de tropiezos humanos y de la naturaleza, llegamos a la génesis de la Biblioteca Rubendariana, aumentada con la valiosísima biblioteca particular de Don José Jirón Terán, adquirida por el Estado de Nicaragua y que está en resguardo y dispuesta al público en la Biblioteca Nacional en el actual “Palacio de la Cultura”.

BIBLIOTECA DE SENADORES  Y DIPUTADOS

En todo ese vaivén de libros, libreros y librerías, empezaron a surgir otras propuestas con la intención de organizar bibliotecas propiedad de diversos gremios. No faltaron los Diputados y Senadores de la República,  Alejandro Astacio redactó y sometió el anteproyecto de Ley. En Abril de 1933, la iniciativa destinaba quinientos córdobas del Presupuesto General de Gastos de la República para la adquisición anual de libros de carácter jurídico, económico, político-sociales, y en general las que fuesen de interés para es Poder del Estado. Proyectada “exclusivamente para servicios de senadores y diputados y para todas aquellas personas que conforme las leyes tengan acceso a las Cámaras de Diputados y Senadores”.


Lo antes consignado forma parte de los incipientes intentos y los pírricos logros en materia de Bibliotecas y usuarios. Nuestra Biblioteca Nacional fundada durante el período presidencial de Joaquín Javier Zavala y Solís (1879-1883) empezó con 5,000 volúmenes; el primer Director de la Biblioteca fue don Miguel Brocio; y ésta terminó destruida por el terremoto de 1931. Posteriormente fue reorganizada en otro sitio.

Después del terremoto de 1931, la cosa estaba tan animada, que aparecieron las autoridades del Distrito Nacional con un acuerdo –sin precedente—  de organizar la primera biblioteca en la Penitenciaría Nacional; lo que no sucedió.

Las Bibliotecas y las Librerías “hicieron ruido” durante ese época temprana del siglo XX. La “Librería Barata” llegó a importar más de quince mil volúmenes en el año,  provenientes de una comunicación bien establecida con las principales Casas Editoras de España, Francia y la Argentina.

LIBRERÍAS, TÍTULOS Y NOVEDADES EDITORIALES

Esos 15 mil volúmenes era la oferta básica de la Librería Barata. Refería el prestigioso bibliófilo y bibliómano don Francisco Pérez Duarte, que los libros más leídos o la literatura predilecta y con mayor demanda en 1934, eran las obras de Waldo Frank, Luis de Orteyza, Paul Morand y Hugo Wast. Y los libros más vendidos en Nicaragua eran: “Grandezas y Miserias de una Derrota” y “Sin novedad en el frente”.

Si bien esta librería no fue la famosa librería inglesa Foyle en la calle Charing Cross de Londres, en donde se recibían de veinte a treinta mil cartas diarias atendidas por Guillermo Alfredo Foyle, ni don Pancho Pérez tenía en su capital los setenta millones que en 1951, a los 71 años ya poseía el famoso editor Garnier, el “Quijote Pancho Pérez” fue el primer librero de este país en elaborar periódicamente un “Catálogo de Novedades”, con índice selectivo y otro general de los autores nacionales y extranjeros que estaban en el inventario. Experto como sólo él, conocía cada autor y el libro página a página, y con propiedad se trasladaba entre sus amigos y clientes, entregando el catálogo y avisándoles que el vapor llegaría a puerto con los nuevos títulos.

Entre los numerosos títulos de aquella época que ocupan sitio de nuestra biblioteca particular, con el sello de “Librería Barata de Francisco Pérez Duarte”, están: Tres Titanes: Miguel Ángel, Rembrandt, Bethoven, por Emil Ludwing;  Indología por Vasconcelos. Albiñana, Bajo el Cielo Mexicano; Aggard, Cleopatra; Remarque, Sin Novedad en el Frente; Aimé, Crónica del Crimen; Goethe, Fausto; Cervantes, El Quijote; Shakespeare, Dramas; Benito Pérez Galdós, Memorias; Paul Morand, Cerrado de Noche; Thorton Wilder, El Puente de San Luis Rey; Almela Vives, El Ocaso de los Pieles Rojas. Casanova, Mesalina; Guido de Verona, La mujer que inventó el amor; M. L. Barre, Museo Secreto de Nápoles; Martínez Sierra, Carta a las mujeres de España; Jean Martel, Confesiones de Ciemenceau; Eduard Herriot, El Laborismo Británico; A. Kupin, El Burdel; Ravage, Cinco Hombres de Frankfort; Blanco Fombona, Diario de mi vida; Francisco Nilli, Fugado del Infierno Fascista; Carlos Pereyra, La Juventud Legendaria de Bolívar; Fullop Miller, Rasputín; Carl Du Prel, La Magna Ciencia Social; Shakespeare, Obras Completas; Beumelburg, Barrera de Fuego; Michael Vaucaire, Bolívar, El Libertador; Paul Margarite, La Garzona; Marcelino Domingo, La Escuela de la República; M. Carrete, La Duquesa de Abrantes; Condesa de Alnois, La Reina Hortencia; Rubén Sánchez Díaz, Jesús en la Fábrica; Ossendowky, La Última Hora; Del Mar, Alcapone… obras de Hatkinson, Beals, Marden, Elinor Glym, Buchner, Kautsky, Ortega y Gasset, Verdaguer, Giovanni Papini, Berdiaff, Luis Kuhne, Yacoliév, César Falcom. Basta para dar una idea bibliográfica mínima de aquel tiempo de ediciones y lecturas.

ADVENIMIENTO TARDÍO DE NUESTRA HEMEROTECA NACIONAL

Según campea entre nosotros la modorra y la incuria nacional, las cosas básicas relacionadas al progreso advienen más tarde que en cualquier país de nuestro continente; si hemos tejido historia con el asunto de los libros, no dejaremos de mencionar, aunque sea de manera somera, otro importante aspecto relacionado con el acervo histórico y cultural de cualquier país: la Hemeroteca.

Antes de 1971, en nuestro país no existió algo tan esencial como es, la Hemeroteca Nacional, reunida, dispuesta u ordenada con la técnica apropiada. No estaba “en la comprensión” de los gobernantes y gobernados. Es de justicia darle el merecido reconocimiento al recordado intelectual Don Arturo Cerna Salgado, quien desempeñó el cargo de Director de la Biblioteca Nacional de Nicaragua. Este ciudadano empezó en Agosto de 1971, la organización de la Sección Hemerográfica adjunta a la Biblioteca Nacional. De acuerdo con la propuesta de Don Arturo, la institución escogió el nombre de Don Juan Ramón Avilés para la nueva Sección dedicada “exclusivamente a la Guarda y Archivo de todos los Periódicos que se editen en Nicaragua, especialmente los Diarios, Revistas o Semanarios que reflejan las informaciones generales del país, en sus movimientos políticos, económicos y culturales, en que se desenvuelve la vida de Progreso de la Nación en sus distintos órdenes”.[3]


BIBLIÓFILOS Y BIBLIÓMANOS

Esta incursión al pasado también fue entretejida en un ambiente circundado por libreros repletos de libros que están destinados a formar parte de la Primera Biblioteca y Archivo Histórico Público-Comunitario  en la ciudad de Managua. Un proyecto que palpita fuerte y llevo marcado en el entrecejo. Cerca de 28 mil títulos componen este acervo y fortalecen nuestro esfuerzo que rinde merecido tributo a dos ilustres intelectuales y personajes de la Enseñanza, el Profesor  y Matemático José Rafael Carrillo Díaz (1918-1993†) y el Doctor Eduardo Pérez-Valle (1924-1998†).

Ambos fueron propagadores de cultura  y educación. Muchos nicaragüenses recordamos el aquilatado prestigio del insigne educador y matemático Don Rafael Carrillo Díaz, de quien escuché decir a un viejo exalumno: “el hemisferio cerebral del lado derecho le trabajaba con la exactitud fáctica del lado izquierdo, lo mismo le resultaba de fácil discernir y construir la realidad basada en los números como hacerlo a través de los diversos géneros literarios y la cultura en general”. El Profesor Carrillo Díaz poseía esa febril inquietud por la buena lectura y reunió una biblioteca compuesta por algo más de 1.000 títulos, celosamente resguardados por su familia. A principios de este año, nuestro Proyecto tuvo el privilegio de recibirla en donación, y ahora está destinada al Subproyecto  Neuronas Creativas de Nicaragua.    


VEINTIOCHO MIL LIBROS Y UN ARCHIVO HISTÓRICO PARA INICIAR

Este recordatorio histórico-cultural abre nuestra campaña por hacer efectiva la puesta en valor de todo el acervo cultural; ponerlo a disposición de personas e instituciones  interesadas.

Si te animaste a leer este artículo y eres de los que tienen al perro y al libro como inseparables amigos, ya sabes de qué se trata todo esto, por lo tanto, escríbenos para darte mayor información o bien, envíanos tus sugerencias. Los libros en idioma castellano son bien recibidos, escríbenos para indicarte dónde puede remitirlo (s). 



Nuestra patria siempre ha contado con destacados cultores de la educación y la cultura; pléyade de notables que hicieron y hacen esfuerzos personales por cubrir ésta esencial labor de promover la lectura.  Bajo la imperecedera gratitud hacia ellos, esperamos que con el esfuerzo y la contribución de todos, las bibliotecas y los lectores se multipliquen. La peor enfermedad contra la que debemos batallar en cada relevo generacional, y que resulta más terrible y asolador que el mismo ébola, es el virus de la ignorancia y la brutalidad, contra ella sólo existe una vacuna: el libro como supremo maestro y conducto del aprendizaje disciplinado.


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[1] La Noticia, del 10 de Mayo de 1932.
[2] Don Gratus Halftermeyer falleció en Marzo de 1976. Fue autor del libro “Historia de Managua”. donde según  lo definió el doctor Luis Zúñiga Osorio,, “traslada al papel de imprenta, todos los cuadros autóctonos de nuestra capital, la vida de sus principales hombres y de los personajes y pueblos. En la “HISTORIA DE MANAGUA” está reflejado todo lo primitivo, típico y vernáculo que hubo en nuestra Managua, cuando era una pequeña Villa y surgió a la categoría de ciudad y posteriormente elevada a Capital de la República” (La Prensa, 31 de marzo de 1976).

[3] Director de la Biblioteca Nacional ha establecido la Hemeroteca “Juan Ramón Avilés”.” En: El Centroamericano, martes 10 de agosto de 1971. No. 15,790.

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