lunes, 13 de octubre de 2014

LA TRAGEDIA DEL ORO: LA SILICOSIS. Por Eduardo Pérez-Valle. En: La Prensa, 17 de mayo de 1959.

La tragedia del oro

LA SILICOSIS. Por: Eduardo Pérez-Valle. En: La Prensa, 17 de Mayo de 1959.

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Se llamaba Miguel Torres Argueta. Después de trabajar unos 10 años en la India había venido a dar al Sanatorio de Aranjuez, en busca de una salud que hacía mucho tiempo había perdido para siempre. Tenía alrededor de un año de haber llegado, sufriendo una silico-tuberculosis avanzada. Sintiendo que la vida se le escapaba, lenta pero incontenible, llegaba a hablar con el Director del Sanatorio en busca de un poco de consuelo en su situación.

Hablaba de su hijo, su único hijo de pocos años que no tardaría en quedar huérfano, abandonado a todas las adversidades de la existencia. Su hablar angustiado y angustioso era tardo y entrecortado, por un gran cansancio. Tres palabras… y un descanso; dos palabras… y un descanso aún mayor. Se encontraba en el estado en que el tejido pulmonar ha sido substituido por grandes huecos o “cavernas”; y en las partes donde aún existe se halla convertido prácticamente en piedra, de manera que ya no puede cumplir las vitales funciones respiratorias.

Torres Argueta fue trasladado al Hospital General de Managua, porque se consideró que las condiciones de altura de Aranjuez le estaban acelerando y haciendo más penosa la muerte. En Managua duró sólo 15 días, y los 60 tanques de oxígeno que consumió en su trabajosa agonía, cuyo valor ascendían a 7200 córdobas, no salieron de los dineros de la mina donde había dejado los pulmones, sino de los escuálidos y atormentados fondos de la Asistencia Social.

La cantidad pagada por la mina en concepto de indemnización por la muerte de este obrero no llegó siquiera a los 3,000 córdobas.

¿QUÉ ES LA SILICOSIS?

De la conferencia dictada por el especialista doctor Del Palacio el pasado 20 de Abril, en el Club de Universitarios resumimos los siguientes conceptos ilustrativos que no constituyen necesariamente una versión literal de las palabras del facultativo.

A ciertas afecciones pulmonares de tipo fibroso, crónico en su mayoría, causadas por inhalación de polvos de diversa naturaleza, se les conoce con el nombre de “neumoconiosis”. Entre estas enfermedades la principal es la SILICOSIS, dada su gravedad, su frecuencia y su asociación con la tuberculosis. Es causada por la inhalación de partículas de SILICE libre, mineral abundante en la corteza terrestre hasta el punto de constituir un 28% de la misma. La sílice o bióxido de silicio se presenta en estado amorfo e hidratado bajo el nombre de ópalo; o bien en estado anhidro y cristalino, como cuarzo y calcedonia; la amatista es cuarzo color violeta y el ágata y el ónix son mezclas de cuarzo y calcedonia. El cuarzo, la forma más extendida del sílice, cristaliza en prismas exagonales bipiramidados, es más duro que el acero, no lo atacan los reactivos a no ser el ácido fluorhídrico, y no se funde si no es en el horno eléctrico.

La forma cómo la sílice ataca y arruina los pulmones del hombre es bastante simple y comprensible. Las partículas que logran llegar a lo íntimo de la red pulmonar de ventilación, son disueltas por los exudados naturales coadyuvados por el anhídrido carbónico, hasta que forman soluciones coloidales, falsas soluciones que constituyen la forma de transporte del sílice. Así se pone en contacto con los glóbulos blancos llamados macrófagos, los cuales van englutiendo las micelas o partículas de sílice en suspensión. La forma habitual del organismo de deshacerse de microbios y cuerpos extraños y nocivos aquí falla por completo, porque los macrófagos son incapaces de digerir la sílice, que permanece intacta mientras ellos mueren. La defensa natural ha fracasado plenamente y lo que ha hecho es incluir las partículas de sílice en los tejidos del pulmón. Ahora sólo falta que el ataque persista y el proceso se repita para que en un dado tiempo se formen por agregación los “nódulos silicóticos”, verdaderos pedruscos dentro del pulmó; y la agregación de éstos llega a constituir las “placas silicosas”, cuando el delicado órgano, constituido para la ejecución de vitales intercambios gaseosos entre la sangre y el aire, ya casi se ha convertido en una lápida.

Se necesita cierta concentración de polvo de sílice en el aire que se respira, para que existan probabilidades de contraer la enfermedad. Ya un 20 a 25% es peligroso. En ciertos ambientes recargados con 75 a 80%, como las fábricas de vidrio, basta un baño para que se produzca una silicosis avanzada. Los polvos más finos, de partículas de menos de dos micrones son los más peligrosos por la mayor facilidad con que pasan a constituir micelas coloidales.

La enfermedad puede evolucionar oculta por una aparente buena salud. Pueden pasar algunos años sin que se presente síntomas. Pero ya en esta etapa las lesiones pueden ser descubiertas por los rayos X. Luego se presenta dificultad para respirar (disnea) cuando se ha hecho algún esfuerzo o hay motivo de cansancio. En los últimos grados esta dificultad existe aun cuando el enfermo esté acostado, en reposo absoluto.  Puede haber tos, dolor en el tórax, falta de apetito y enflaquecimiento. La muerte viene por complicaciones  como neumonía o tuberculosis, de las cuales el organismo ya no puede defenderse; o por el llamado corazón pulmonar, que es una dolencia cardíaca derivada del padecimiento pulmonar. Cuando la silicosis es pura las hemorragias son raras y la tos es generalmente seca, con poca expectoración. Pero cuando está complicada con tuberculosis los síntomas se acentúan: la tos se hace a veces insoportable, con abundante expectoración mezclada con el polvo que se ha respirado. La SILICO-TUBERCULOSIS representan de un 75 a un 95% de todos los casos de silicosis.

El diagnóstico de la enfermedad lo hace el médico valiéndose del examen clínico, los rayos X y las pruebas clínicas de laboratorio. Es vital el diagnóstico radiológico, por la cual el equipo y la técnica se empleen para él deben ser de gran calidad. También deben practicarse exámenes de sangre, electrocardiogramas, estudios químicos de sangre y aire espirado, cateterismo cardíaco, broncoespirometría, y otras pruebas de técnica no menos delicada.

Se ha comprobado plenamente la existencia de las llamadas neumoconiosis latentes, en que la enfermedad se manifiesta, por ejemplo, unos ocho años después de haber dejado el obrero el ambiente inductor; y no hay que olvidar que en todos los casos la silicosis continúa su evolución aun cuando el trabajador abandone definitivamente sus labores.

Para la prevención de la terrible enfermedad podrían adoptarse las siguientes medidas que ya se han adoptado en todos los países donde existe verdadera justicia y autoridad, humanismo y caridad:

1)     Acortamiento de las jornadas mediante el empleo de mayor número de obreros.
2)     Examen de ingreso obligatorio y rechazo de los afectados del corazón y aparato respiratorio.
3)     Control periódico, clínico y radiológico, de todos los empleados;
4)     Uso de filtros para respirar (máscaras, etc.);
5)     Recuento minucioso y periódico de partículas en el aire;
6)     Reducción del porcentaje de partículas mediante métodos húmedos, como cortinas de agua, rocíos artificiales, etc.;
7)     Aislamiento de los topes y fondos en que la concentración de partículas sea excesiva;
8)     Sistema eficiente de ventilación;
9)     Ejecución de explosiones solamente entre turno y turno;
10)Inhalación de polvos de aluminio, que reducen la nocividad de la sílice libre.

Como todos sabemos, todas estas medidas, de la más vital y estricta necesidad, están muy lejos de haber sido adoptadas en la forma debida en las minas de Nicaragua. En algunas de ellas, en determinada época, se ha provisto a los “muleteros” de máscaras protectoras, botas de goma, etc. Pero han sido arranques aislados, originados quién sabe en qué inquietudes de la conciencia del gerente, sin llegar a representar, ni siquiera lejanamente, la adopción de un sistema completo y permanente.

No es extraño que al conocerse la presencia de una comisión investigadora o de algún funcionario “fenómeno”, de los pocos que tratan de cumplir con su deber, los mineros aparezcan pulcros, alimentados y contentos como niños que van el primer día a la escuela. Pero este fachadismo sórdido y fugaz sólo cuida la supervivencia del crimen masivo, calculado y frío en esa Siberia nicaragüense que son las minas y de cuya triste realidad dan alguna cuenta los datos extraídos del cotidiano vivir (mejor dijéramos morir) de los mineros y las escasas y mutiladas cifras veraces que pueden obtenerse.


Cabe recordar aquí el caso concreto de los mineros de Siuna, quienes al visitarlos la comisión investigadora de 1949, se apresuraron a declarar que la alimentación de arroz, carne y frijoles que ese día les daban por su dinero no era la habitual, que solía ser mucho más escasa y de peor calidad. Y el caso de Bonanza, donde había buen equipo radiológico y dizque hacían exámenes de admisión y chequeos periódicos, que arrojaron un monto anual de sólo 8 enfermos tuberculosos hospitalizados, y esto entre obreros, parientes y particulares: al ser examinados en presencia de la comisión un grupo de 50 trabajadores, resultaron 27 (el 54%) enfermos de tuberculosis, silicosis y silico-tuberculosis. Y esto en Bonanza, donde el vicegerente de esa época, Mr. R. J. O᾽Neill pretendía estar construyendo el paraíso de los mineros. 

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