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Hoy he tenido una
de las emociones literarias de mi vida más profundas y turbadoras.
Era el mediodía.
Caían sobre el Sena y sobre los quais, sobre los árboles y sobre las casas,
plumitas ligeras de nieve. Hacia un frío de lobos. Las plumitas se acumulaban
sobre las aceras y sobre os abrigos de
los transeúntes, en las ramas esqueléticas y negaras de los árboles. Iba yo con
un amigo sobre el quai de Conto, echando vistazos lentos sobre los libros y
sobre las estampas del mercado de Libros Viejos de París, esa vasta almoneda de venerables ediciones, rastro de
la literatura de la poesía y de la ciencia de la inmensa capital científica,
poética y literaria del mundo. A nuestra izquierda se alzaba, con un manto de
nieve sobre sus hombros duros, la casa en que nació Anatole France. A nuestra
derecha, el Sena arrastraba anchas placas de hielo bajo un leve tul de neblina
azulina.
Me quedé de una pieza, como dicen en España. ¡No
quería creer lo que veían mis ojos! – El volumen estaba dedicado por la propia mano
de Rubén Darío… ¡a Remy de Gourmont Textualmente reza así esa histórica
dedicatoria:
Remy de Gourmont,
con la admiración y afecto de
Rubén Darío
París,
1906.
Comenzamos a hojear el volumen. Viejas,
viejísimas prosas que resbalaban a trechos espaciados en la memoria y que
estaban allí intactas, casi virginales. De pronto llegamos a la página 49. Es
un capítulo que se titula: Libros Viejos
a Orillas del Sena.
─
¡Qué casualidad! ─
le digo a mi amigo ─
¡y yo que acabo de comprar este libro viejo a orillas del Sena! Vamos a ver lo
que dice…
Lo que dice es triste. Se queja, el pobre
gran hombre, de que los libros vengan a parar, la hojita de la dedicatoria
arrancada, a esta vasta almoneda, a este indescriptible panteón de las glorias.
Dirigiéndose a sus colegas de América, les dice en un párrafo: “Los que enviáis
libros a estos literatos y poetas, a estos queridos
maestros, no sabéis que irremisiblemente vais a parar al montón del libros
usados de los muelles parisienses. He comprado, entre otras obras de amigos
míos, un tomo dirigido a Jean Richepin por un joven hispanoamericano, tomo de
estudios sobre autores de Francia, en los cuales estudios hay uno dedicado al
susodicho maestro, ditirámbico, ultrapindárico. La dedicatoria, lo más
respetuosamente escrita, y dentro del libro, en la parte dedicada a Richepin,
una carta sentida y humilde. Pues bien, Richepin ni se dio cuenta del libro, ni
le importó un ardite la dedicatoria, ni tocó la carta, y por treinta céntimos hice
el rescate…”
Me quedé frío, con el volumen de Opiniones en la mano. No fue sino hasta
después de haber leído este terrible párrafo que me di cuenta de que estaba
desflorando, hoja por hoja, el libro de Darío. ¡Remy de Gourmont no lo había
leído! ¿Es que siquiera se dio cuenta de la dedicatoria? ¿Y de que el libro
contenía un ensayo sobre el mismo Gourmont?
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*Este artículo fue publicado en la revista “ARIEL”. Quincenario antológico de Letras, Artes, Ciencias y Misceláneas. San José de Costa Rica, 1 de mayo de 1940. Serie XXII. Número 65. Pág.1631. Director: Froylán Turcios.
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