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RUBÉN DARÍO. León, Nicaragua, 1899. |
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Yo creo que habéis
oído hablar del Reverendo Padre Juan José Sahagún de la Santísima Trinidad
Reyes. Nació en la risueña Villa de San Miguel de Tegucigalpa y Heredia. Se
instruyó en letras divinas y humanas en la vieja ciudad de León y en la noble
ciudad de Guatemala. Dióse en cuerpo y alma al altar. Compuso misas, música
sagrada, villancicos a la Virgen María, pastorelas para divertimiento de los
jóvenes. Fundó con otros tegucigalpenses, la Sociedad del Genio Emprendedor y
del Buen Gusto, que más tarde llegó a ser la Universidad Central de Honduras.
Dijo del General Cabañas en un verso inmortal que, laurel de vencedor llevaba
aún vencido. Se burló del General Morazán en décimas que todavía recuerdan los
separatistas. En tiempos de escasez regaló el maíz de la casa contra la
voluntad de su hermana, sosteniendo que Dios daba ciento por uno. Casi llegó a
ser obispo. Y por fin un día, sin cansarse de hacer el bien, de rendir culto a
su verdad y de hacer loas a la belleza, entregó su alma al Señor. Pero el Padre
Reyes, como acertadamente expresa Marcelino Menéndez y Pelayo, fue en el siglo
diecinueve un sobreviviente del siglo trece. Inspiróse en los sagrados
comienzos castellanos. Su espíritu se halló muy cerca de Gonzalo de Berceo, el
inolvidable Arcipreste y el Marqués de
Santillana. Y renunció a todo lo demás, en cuenta el siglo de oro, el Padre
Granada, Fray Luis de León, Santa Teresa, Lope, Calderón y el inmenso Manco de
Lepanto. Como del Padre Reyes me interesa el poeta, diré someramente que su
concepción artística respondió justamente al estado cultural de Honduras en la
mitad del siglo décimo nono. El feudalismo estaba crudo. Y él en arte era un
reflejo del feudalismo. Los campesinos leen y representan las pastorelas con el
mayor gusto. Pero los hombres mejor informados no pueden menos que sonreír. Sin
pretensiones de ningún género si a mí se me pidiera opinión, diría a mis
paisanos: ¡Por Dios, ya no hablemos del Padre Reyes!
La revolución del
71 en Guatemala repercutió en Honduras. Gracia a ella llegaron al poder Marco
Aurelio Soto y Ramón Rosa, ambos racionalistas y ambos románticos. La corte
republicana tuvo su poeta en el cubano José Joaquín Palma. El cisne de Bayamo
demostró que sabía improvisar en fiestas patrióticas, bailes, banquetes, paseos
a Valle de los Ángeles, en fin, la mar. Y
claro, tuvo imitadores. Manuel Molina Vijil, Carlos Alberto Uclés,
Rómulo Durón y tantos otros que escribieron versos, imitaron a Palma en sus
décimas apretadas de caballeros vestidos de hierro, princesas encantadas,
castillos solitarios y todo eso que es feudalismo de un nuevo tipo y que
todavía tiene admiradores en los rezagados.
Cantó Rubén Darío
en Nicaragua, y las letras hondureñas se tornaron hermosas. Apareció José
Antonio Domínguez escribiendo audazmente el Himno a la Materia y fugándose de
la vida a la manera de Silva. Froylán Turcios cultivó el simbolismo y dio a conocer por medio de sus revistas
admirables las literaturas extranjeras. Juan Ramón Molina aspiró a la nitidez
que alcanzó Guillermo Valencia. Luis
Andrés Zúñiga escribió versos que tiene puntos de contacto, por la sutil
melancolía y el poder evocador, con los líricos portugueses. Rafael Heliodoro
Valle ha dado una poesía que es un vivo sentimiento idealizado de la infancia y de la tierra natal, de la que recoge y amplía sus leyendas. Alfonso Guillén Zelaya
es el poeta del modernismo panteísta; en su poesía tiene la religión de la
tierra y el culto de las aguas, a la manera de los grandes poetas primitivos.
Hay más espíritus cultivadores del arte y creadores de belleza. Pero aquí sólo
quiero referirme a los mayores.
En otras ramas,
Paulino Valladares siempre tuvo a la vista la prosa de Los Raros. Salatiel Rosales, el escritor más documentado de
Honduras. Céleo Dávila y Abel García Cálix. Joaquín Bonilla y Alejandro Cabrera
Reyes Julián López Pineda y Guillermo Bustillo Reina. Gregorio A. Velásquez y
Federico Peck Fernández. Y paro de contar.
No ha sido una
imitación servil la de los hondureños. El vate de Cantos de Vida y Esperanza no hizo más que señalar los horizontes,
los vastos horizontes. Hoy, como el maestro está en su santo sepulcro en León,
y no hay un guía que tenga igual o parecida audacia, las letras hondureñas
están de capa caída. Barba Jacob ha influenciado un poquillo. Pablo Neruda,
otro poquillo. Vicente Huidobro, otro. Federico García Lorca, otro. Pero hasta
allí. Porque hay que convenir que en nuestros tiempos todo lirismo tiene que
resultar fallido ante el dramatismo del mundo.
De lo anterior
sacamos la conclusión de que Darío fue el propulsor de las letras hondureñas en
el período del llamado modernismo. La conclusión la podemos generalizar a toda
Centro América. Pero hoy, como no hay maestro, no hay letras. Y aquí viene el objeto preciso de estas líneas.
Como no hay maestro hay que seguir estudiando a Darío en sus acuerdos y
discrepancias con nuestros tiempos. Hay que buscar la ruta, a causa de él. O
por lo menos que siquiera no se apague la devoción por el arte y la belleza. Dicen que los niños griegos
aprendían a leer en la Ilíada. Si yo pudiera haría que los niños
centroamericanos recitaran todas las mañanas versos de Cantos de Vida y Esperanza. A fin de mantener, cierto tono lírico,
cierto entusiasmo y cierta fe en los corazones que heredarán nuestras miserias,
y también, si las tenemos, nuestras grandezas.
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* Medardo
Mejía. Poeta, gran escritor hondureño, [[periodista] y académico. En sus obras
manifiesta los problemas sociales que se vivieron en su país, y además ver la
gran valentía por luchar contra todos aquellos que querían hacer daño a las
personas humildes. Ha sido uno de los escritores más polifacético y prolífico
dentro de las letras hondureñas. Ensayista e historiador, trabajó con muy buen
suceso géneros como la poesía, el cuento y el teatro, además, no sólo se formó
en el periodismo, sino que lo ejerció con gran acierto. Influido por la
filosofía marxista, su interpretación histórica estética está basada en el
Materialismo Histórico y dialéctico. Fundó la Revista Ariel, (1964-1976),
retomando la labor de difusión iniciada por Froilán Turcios Canelas. (Datos
biográficos tomados de Internet).
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Publicado en la revista “ARIEL”. Quincenario antológico de Letras, Artes, Ciencias y Misceláneas. San José de Costa Rica, 15 de noviembre de 1938. Serie X. Número 30. Director: Froylán Turcios.
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