viernes, 7 de febrero de 2014

HABLA EL QUE ARMÓ A  RIGOBERTO LÓPEZ. En: La Prensa, Jueves 4 de Octubre de 1979. Año LII. Número 15,435.

Adolfo Alfaro en Nicaragua

El capitán José Adolfo Alfaro, uno de los protagonistas del complot para ajusticiar a Anastasio Somoza García y quien brindó el revólver 38 que descargó el héroe Rigoberto López Pérez en la humanidad del tirano, recordó para La Prensa, todas las incidencias en que participó antes de que se consumara el plan.

Con más de 20 años de residir en El Salvador, país de donde nació la conspiración, Alfaro recuerda aun vivamente y lleno de profunda admiración al poeta Rigoberto López Pérez, “quien fue el de la iniciativa y jamás abandonó la idea de ejecutar a Somoza, como una vía única en esos tiempos para terminar con sus inagotables ansias de explotación y crimen en este desventurado país.

ABRIL DE 54

En su amplio relato, hace alusión además a los sucesos de abril del 54, donde tomó participación activa en el frustrado plan de capturar al fundador de la dinastía, para erradicarlo del poder.


De hablar fluido y  de aspecto reposado, el capitán José Adolfo Alfaro, hombre rico en anécdotas confabulatorias, apura una taza de café, al tiempo que muestra una serie de periódicos salvadoreños.

Todos hacen referencia a la captura de criminales nicaragüenses, “quienes pagados por la familia Somoza, me asediaron para asesinarme en San Salvador. Hubo un colombiano que hasta fue detenido con chaleco. Siempre que salía de mi casa creía que era el último día”, afirma.

Ahora, con el triunfo sandinista y una vez derrocada la dictadura, el capitán Alfaro, hace referencia por primera vez en forma pública de los hechos en que se vio involucrado.

Tras señalar que por los sucesos de abril, pasó 12 meses asilado en la embajada de Costa Rica, lapso que utilizó para escribir una larga carta de protesta a Somoza, indica que por más de 24 años pasó fuera de sus lares patrios.

“Estando en El Salvador, a comienzos de 1956, se presentó en mi casa el Teniente Guillermo Marenco, quien sin rodeos me dijo: “Capitán, aquí está Rigoberto López Pérez, quien dice que está capacitado para matar a Somoza”.

Afirma que después de contactarse con el héroe, conversó mucho con él. “Llegamos hasta en horas de la madrugada, en ese primer encuentro detecté la notable firmeza de carácter y la irreductible decisión de cumplir su palabra hasta las últimas consecuencias”.

“Rigoberto era un idealista puro. Continuaron las reuniones, donde analizábamos a fondo la situación de Nicaragua. Cada vez que hablábamos su disposición al sacrificio, para liberar a Nicaragua de la pesada carga de la dictadura afloraba en todos los temas”, subraya.

NO HABÍA ODIO

Dentro de la febriles sesiones de la preparación del plan, que consumieron centenares de horas, el capitán Alfaro, señala que Rigoberto López Pérez, no era un hombre que odiaba pero sí era un hombre que amaba inmensamente a su patria, en esos tiempos aherrojada al régimen militar somocista.

“Yo tenía que cerciorarme, hasta qué punto era sincero Rigoberto y para eso, no duró mucho tiempo. Sus expresiones eran tan claras y diáfanas como su misma poesía y llegamos a la conclusión que el principio del fin de la barbarie y la vergüenza que cobijaba a Nicaragua, sólo podía lograrse mediante el atentado”.

“A Rigoberto López Pérez le repugnaba… le asqueaba todo lo que estaba ocurriendo y eso le daba fuerza a su espíritu de sacrificio por su pueblo”, reafirmó.

Prosiguió señalando que, fue Rigoberto López Pérez, quien concibió la idea de eliminar al tirano. “Él inspiró el plan, lo cultivo buscando los contactos y  lo consumó, sabiendo que no resultaría con vida en la acción”.

“Porque debemos de estar claros de una cosa, yo le consigné a Rigoberto, que en el atentado no había ninguna alternativa de que resultara vivo”.

NO SABÍA DE ARMAS

Recordó que en una de las tantas conversaciones que sostuvo con el héroe, mostró varias armas que tenía en su casa, “pero Rigoberto en realidad a esas alturas no sabía nada de eso”.

Advirtió que en El Salvador, comenzó a enseñarle el manejo de armas cortas y se empeñó en señalarle que cuando perpetrara la acción, disparara del pecho para abajo, ya que el dictador siempre utilizaba chalecos contra balas.

“Le hice ver que los ángulos de tiro efectivo, eran viables por los costados y la parte baja”.

“La primer pistola que utilizó Rigoberto López Pérez, en las prácticas preliminares, fue una automática que era de mi propiedad. En ese tiempo yo tenía un negocio de fumigar casas a domicilio y fui donde el Teniente Noel Bermúdez”.

EL REVÓLVER

“En esa casa me encontré con un revólver 38, espléndido, como traído a la medida para la trama que se estaba desarrollando y le pedí a Bermúdez, que lo cambiáramos por mi pistolita automática”.

“Bermúdez un tanto desconfiado me dijo que cuál era el interés en ese revólver, por lo que no me quedó más remedio que decirle: Vamos a echarnos a Somoza y la necesitamos”.

Se completó la transacción y así se consiguió el arma, que días más tarde, tronaría estruendosamente ante la angustiada mirada del dictador, cuando caía abatido en la ciudad de León.

Ya con el revólver ideal conseguido, Rigoberto López Pérez –continúa-, hizo un primer viaje a Nicaragua, para sondear la situación y preparar a los que en Nicaragua iban a participar en el complot.

“Hubo un segundo viaje, donde llevó el revólver, pero no tuvo oportunidad de acercarse al tirano. Esa vez estaba dispuesto a actuar”.

Dijo además el capitán Alfaro, que en las postrimerías del plan, “hice unas consultas con respecto al cianuro de potasio y se me dijo que el veneno podía quemarse sin surtir efecto, si se disparaba de 10 a 20 metros

Las balas las preparó un señor de apellido Castillo –nicaragüense- ahuecando los proyectiles y el cianuro que fue proporcionado por el Dr. Eduardo Ugarte, quien lo sacó del Hospital Rosales”.

“Para conocer la efectividad del veneno, tuvimos que sacrificar un perro, al que disparamos un balazo en una pierna. El can murió casi instantáneamente”, añadió.

“Ya con todas la pruebas realizadas y en el mes de septiembre, nos fuimos a despedir a Rigoberto al aeropuerto y aún recuerdo cuando le dije: “Rigo, si por cualquier circunstancia no lo va a ejecutar, si pierde el ánimo o se pone nervioso, mejor se regresa a El Salvador. Su respuesta fue categórica: “VOY A SER TODO LO POSIBLE POR ACTUAR… NO VOY A REGRESAR” (Posteriormente Rigoberto no usó balas con cianuro).

LA CARTA DE GAITÁN

“Indudablemente que el plan no se limitaba a ajusticiar a Somoza. Como en algunas oportunidades yo había platicado con el coronel Gaitán y  mutuamente externábamos descontento con la situación, él me manifestó que iba a ver si podíamos hacer algo”.

“Ahí fue donde se me ocurrió hacer una carta para Gaitán, anunciándole que en un término no mayor de 30 días, iban a ocurrir sucesos trascendentales dentro de las filas del ejército que debía aprovechar con creces. Le hacía ver de que era su última oportunidad de que asumiera la jefatura del ejército y su descendencia humilde, hecho que tenía valor para que actuara”.

“Confié la carta al capitán Enrique Callejas, quien expresó estar dispuesto a hacer llegar la carta a Gaitán, pero en realidad, la nota nunca llegó a su destino”.

MISIÓN CUMPLIDA

“El 21 de septiembre de 1956, por la radio me enteré de la noticia. Se había inmolado Rigoberto López Pérez, para dar el primer golpe a la sangrienta dinastía. Los exiliados nicaragüenses salimos alborozados a las calles, mientras que las marimbas emitían incesantemente interpretaciones folklóricas. Rigo había cumplido su palabra, jamás echó un paso atrás”.

Sobre los sucesos de 1954, el capitán Alfaro, uno de los alzados contra Anastasio Somoza, dijo que fue contactado por el teniente Guillermo Duarte, en ese entonces segundo jefe de la Academia Militar.

El plan de tomarse la Loma de Tiscapa, para arrestar a Somoza, fue preparado en todos sus detalles por el capitán Jorge Rivas Montes, el coronel Gómez y Pablo Leal, que era el brazo político de la acción.

En principio, Alfaro discutió una serie de detalles y hubo un momento de creer que no era factible el plan. Pero una vez que fue destacado para que fuera a la Loma de Tiscapa, a realizar un sondeo de los puestos y ángulos de asalto, se convenció de que podía ejecutarse. “También estaba involucrado el Dr. Pedro Joaquín Chamorro, Lacayo Farfán, Hernán Robleto y otros que se me escapan”, agregó.

En la Academia Militar estaban de acuerdo para entrar en acción Jorge Cárdenas, el Tnte. Silva y en el Campo de Marte el mayor Paladino, quien era comandante de una compañía.

“A mi juicio, aunque hubo otros factores que abortaron la sublevación, entiendo que también la afectó un incidente que tuvo el Mayor Paladino con Roberto Martínez Lacayo, lo que provocó que relevaran del cargo a Paladino por unos días”.

“Después ya todos saben, Somoza descargó su ira con una brutal represión que dejó decenas de muertos, entre ellos mi hermano el teniente Agustín Alfaro, quien cayó junto con Manrique Umaña, liándose a tiros con los que pretendían capturarle”.

“También cayó José María Tercero y, Báez Bone fue capturado y amarrado de sus muñecas con alambres de púas. Hubo más muertos y más torturados, todo fue una pesadilla”.“Fue entonces como me asile en la embajada de Costa Rica, donde procedí a elaborar la carta al tirano donde le remojaba todos desmanes absolutistas y criminales”.

LA CARTA

En la carta a Somoza, el capitán Alfaro, puntualiza que el levantamiento de abril, fue impulsado por las pretensiones reeleccionistas del dictador. “Fue su gira abierta y  descarada de propaganda, lo que los congregó por la fuerza a reclamar resuéltamente por la fuerza, lo que se negaba por el derecho del sufragio al pueblo nicaragüense”.

En la misiva le recuerda que después de dar el golpe de Estado al Dr. Juan Bautista Sacasa, en sus campañas políticas, hizo gala y admiración de las doctrinas y procedimientos nazi-fascistas, al tiempo que le remacha que fue el organizador de las fuerzas de choque “Camisas Azules”, los que asaltaron al periodista Juan Ramón Avilés y dañaron la imprenta El Pueblo de don Alfredo García.

Asegura que hizo todo lo posible por evitar el golpe al Dr. Leonardo Argüello, “haciendo gestiones personales con sus hijos, Luis y Anastasio y con Guillermo Sevilla Sacasa.

En la carta pone como testigo al coronel Francisco Boza, “cuando Somoza, lleno de soberbia descargó un fuerte e impulsivo golpe sobre una mesa, cuando le insinué que aceptara una solución a la situación planteada”.

También recuerda que “inexplicablemente el Golpe de Estado, no provocó de inmediato derramamiento de sangre, pero sí engendraron los movimientos revolucionarios de la Mina "La India", el que fue sofocado con bárbara crueldad y se hizo correr la sangre sin reparo, para el terror del pueblo”.

Los ejecutores de esa orgía sangrienta fueron entre otros Pablo Rivas, Guido, los que además propiciaron bárbaros asesinatos en Ciudad Darío.

Le recordó al tirano en la carta, que cuando fue asaltado el puesto G. N. del Muelle de los Bueyes, en 1948, donde pereció un cabo G.N., el capitán Alfaro, le pidió que le designara comandante de la patrulla de combate. “Mi objeto al hacerme cargo de la limpieza, era evitar atropellos y crímenes en gente trabajadora y abandonada al campo”.

Ahí mismo le remoja, cuando le instruyó Somoza, de una fatal orden: “Toda persona en conexión con los alzados o tomada prisionera, deber ser fusilada”. Inmediatamente le respondí que para mí, sólo morirá la persona que perezca en la lucha, pero avanzados y capturados no serán muertos”.

Consigna que Somoza le asignó a un teniente Wheelock, a quien tildó de “un criminal enloquecido muy parecido a Alegrett”. Este cayó en combate, después de haber asesinado atrozmente a un humilde campesino, a quien torturó hundiéndole decenas de veces su bayoneta en la espalda, para luego degollarlo.

También expresa que durante esta operación, fue capturado el teniente Luis Emilio Gutiérrez, entre los insurgentes, “y estando en mi casa recibí la visita de su hijo Anastasio, al tiempo que llegaba el periodista Ernesto Barahona, quien me solicitó un reportaje.

Yo dije y apareció en Flecha, que el teniente Gutiérrez, estaba detenido, noticia que Somoza se apresuró a desmentir lo mismo que el coronel Gaitán, porque ya estaba en la lista de los que iban a ser fusilados”.

En otro de los extractos de su carta a Somoza, refiere que cuando fue designado como comandante en los minerales de Bonanza, encarceló al gerente Mr. Benjamín C. Warnick, quien gozaba del apoyo del Dr. Juan Bautista Sacasa.

El encarcelamiento se produjo cuando los mineros, protestaron porque se les pagaba sus jornales con tarjeta, para comprar en los comisariatos sin darles dinero en efectivo. “Esa vez, Somoza me apoyó, pero porque se trataba de una acción contra un allegado de Sacasa”.

Así cerró sus impresiones el capitán Alfaro, sobrino político del dictador, quien siempre se creyó omnipotente y jamás pensó que en El Salvador, arrancaría la inquietud inquebrantable de Rigoberto López Pérez, para iniciar la brecha de eliminación a la dictadura.


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