sábado, 8 de febrero de 2014

SANTIAGO ARGÜELLO. Por: Carlos Cuadra Pasos. En: La Noticia, Febrero 3 de 1964.





SANTIAGO  ARGÜELLO.  Por: Carlos Cuadra Pasos. En: La Noticia, Febrero 3 de 1964.

Nota: Discurso publicado por el diario La Noticia, en homenaje a la memoria de Dn. Carlos Cuadra Pasos. Reproducción del discurso de contestación al pronunciado por Santiago Argüello cuando fue recibido en la Academia Nicaragüense de la Lengua.

Señores Académicos:

Me ha tocado en suerte, pronunciar mi primer discurso académico para recibir en nuestra Corporación al laureado poeta Santiago Argüello. Difícil sería la tarea de emitir aquí un juicio crítico cabal sobre esta personalidad, que constituye uno de nuestros más altos prestigios literarios en la actualidad y en el tiempo. La copa de la vida de Argüello ha sido colmada de triunfos, que han rebasado sobre las fronteras de nuestra patria, para llevar lejos la corriente de la fama.

Hay épocas fecundas en los países para la producción de hombres inspirados. Estas épocas pueden estar precedidas en la historia por otras silenciosas, de desgracias, desgarramientos y de lucha. Los unos son tiempos de abono, y los otros tiempos de cosecha. Tal la segunda mitad del siglo pasado en Nicaragua. Primero, la época sangrienta y callada de la Guerra Nacional, durante la cual no se escucha un canto, parece que las aves hubiesen emigrado de nuestras selvas. Después, sobre el sacrificio de una generación que sirvió de abono, vino la florescencia de escritores que hicieron sonar sus instrumentos de prosa y verso, para expresar en la lengua española los sentires, las aspiraciones, los deseos, los anhelos, las admiraciones y las abominaciones de la compleja alma nicaragüense, mezcla de castellana e indígena.

Entre estos escritores se destacan como dos flores mecidas por la brisa de la poesía, Rubén Darío y Santiago Argüello. Hay muchas semejanzas y también mucha diferencia entre estos dos cantores de nuestra fauna poética. Ambos fueron precoces. Poetas niños. En sus infancias, los dos figuraron como pequeños príncipes que recorrían entre aplausos la ciudad patriarcal y colonial de León: juguetes encantadores de aquella sociedad, que les mostraba al forastero como prodigios, y ponía en ellos sus complacencias, escuchando sus iniciaciones musicales y las bellas ocurrencias de sus númenes ineducados todavía.

Eminencia en las letras hispanas es la poesía de Rubén Darío. Dificilísimo es para un cantor, cualquiera que sea su voz y su trino, cantar a dúo con el que llevaba una guzla en la garganta. Sin embargo, Argüello lo hizo sin deslucir. En la poesía del hogar tiene Argüello cuerdas más delicadas. Darío no tuvo paladar para esas mieles. En fabricar su propia personalidad, en edificar el yo inteligente y activo, productivo para la sociedad en que se ha de vivir, nuestro Darío era un inepto, y Argüello le aventaja en puntos.

Se dice que para el arte hay naturalezas expansivas, que tienden a saltar fuera de sí, derramarse espontáneamente en oraciones artísticas; naturalezas encontradas, que acaparan conocimientos e ideas para embellecerse ellas mismas; y naturalezas armónicas que llevan en el ánimo la ponderación de las otras tendencias, y primero se perfeccionan, para darse después al público.

Darío fue una naturaleza expansiva. Su imperativo artístico desde muy temprano le habló claro y le dijo: tu eres cosa leve, alada y sagrada, que traes los cantos de los huertos y de los vegetales, las musas. Pájaro inquieto, alzó el vuelo temprano, ensanchó su personalidad diluyéndola, y se perdió para Nicaragua al generalizarse, al humanizarse, haciéndose mundial.

En cambio, Argüello siguió su proceso de formación equilibrando las dos naturalezas, expansiva y concentrada. Edificó su propia personalidad y hasta que se sintió en la plenitud de una naturaleza armónica, alzó el vuelo hacia otras regiones.

Sólo un hombre bien formado puede resistir, sin mengua de su propio ser, sucesivas aclimataciones ideales. Argüello prosiguió esas aclimataciones, sin romper el hilo tenue, pero vibrante que el ataba a su origen; y por eso sin dejar de remontarse alto en el espacio, nunca ha dejado de ser, como dejó de ser Darío, un continental, un americano, y reconcentrada más su personalidad, un nicaragüense.

A los hombres que forjan de esa manera su personalidad no les habla el imperativo vocacional en la mañana de la vida y en voces claras, y tienen por consiguiente que probar muchas sendas antes de decidirse por el camino definitivo. Argüello anda y desanda en su juventud sobre tierras diversas. Recorre un trecho en la abogacía y regresa hastiado. Se adentra en el bosque de la política y se vuelve; y por último se ha lanzado con gallardía a las aguas corrientes y sonoras de la oratoria.

No puedo olvidar en esta ocasión, aunque con el recuerdo cause molestia al egregio poeta, que mi primer conocimiento personal con él, lo hice en ese campo accidentado de la política, de que parece abominar. De Argüello son estas palabras, que copio de su último libro “Letras Apostólicas”: “La política tiene encrucijadas que el corazón de la belleza no trajina jamás. La belleza es amor con buche de jilguero; la política es hambre con garra de milano”.

La política no es tan solo esa fea pasión delineada por el poeta. Es también ejercicio de la inteligencia, actividad mental, arte elevado. Bien pudo haber permanecido el poeta en ese terreno sin rasgar sus vestiduras de aristócrata del pensamiento; siempre, como me le decía en amistosas charlas tenidas en Tegucigalpa el año de 1921, cuando nos encontramos en un recodo del camino de la política centroamericana y en plena vía de la amistad, y como lo expresa en su mencionado libro “Letras Apostólicas” siempre “que no se alucine con esas igualdades absurdas, virus gangrenoso de las democracias, que, lo mismo en los hombres que en la naturaleza, no saben distinguir entre una planicie y una cumbre, entre un Cuasimodo y un Narciso, o entre un sargentón y un Alejandro”.

La política es arte difícil. Arte creador y arte ordenador. Para ser fructífera la política, tiene que ser obra  de artistas y de inspirados, y por eso decae cuando apartan de ella las manos, los artistas, Waldo Frank en su “Primer Mensaje a la América Hispana”, expresa esta idea: “América tiene que ser creada por los artistas. Quiero decir artistas de todo orden: artistas del pensamiento y de la palabra, de la arquitectura de las formas plásticas, de la música; y también artistas de la ley, de la concordia y de la acción”.

Argüello sintió el ansia de cumplir esa misión de los artistas expresados por Waldo Frank, para edificar nuestra América; sintió la brasa del entusiasmo en su naturaleza harmónica (sic), y para ponerla en mayor actividad abrazó resueltamente el arte de la oratoria. Para ello no necesitó salir del reino de la poesía porque poetas y oradores se dan las manos. Para ambos la imaginación es el elemento primordial de sus construcciones. El poeta y el orador espigan en los mismos dorados trigales de la fantasía y recogen sus flores en los jardines de la espontaneidad. El pueblo expresa de manera precisa, como sólo él sabe fijar los conceptos, el de esa identificación del arte del poeta y el arte del orador, cuando dice de ambos, que nacen y no se hacen. Sólo se diferencia el uno y el otro, en que en los vuelos de la imaginación el poeta se desprende del suelo y va más suelto y más libre, mientras que el orador debe permanecer atado por los hilos sutiles, pero irrompibles, a las realidades.

Regresa Argüello triunfante de su éxodo por todo el continente, poeta y orador, con su mochila rebosante de argentada pedrería; enriquecidos en ideas y conocimientos, convertido en ave viajera que va de paso, cautivando y enseñando. Sólo por esa ausencia de Argüello se puede explicar que no haya sido de los primeros en ocupar asiento en nuestra Academia, que sin él, se sentía incompleta. Hoy le tenemos ya para prestigio del Instituto; y la acabamos de ver, siempre gallardo y aristócrata, pedir plaza con su elocuente palabra de orador y abrir la puerta con mano maestra.

Todavía este respetable auditorio ha de estar deslumbrado, por las luminosas imágenes y encantado por la música de las frases del discurso del nuevo académico, cuando ha de despertarle de su arrobamiento mi voz fría y desapacible, que pregunta, ¿podría ser la estética base de toda educación? La teoría de Herbart es la primera en confundir la ética y la estética. Schiller, poeta como Argüello, fía al buen gusto el inocular en la juventud la veneración hacia las ideas morales. En cambio,  Jacques Maritain, filósofo moderno, en sus “Diálogos”, dice: “Los poetas se quejan de los moralistas. Ellos confunden constantemente el arte y la moral, con detrimento de los dos. La confusión de los valores estéticos y de los valores éticos, es una de las calamidades de nuestra época”.

Para entrar en el comentario de la materia con  que tanta denosura ha desarrollado nuestro poeta, principio por preguntarme: ¿qué es la belleza? Argüello dice en su discurso: “Lo bello es el más fino de los goces y el que hace que revienten las flores en el opaco corazón de los hombres”. Sobre esta definición está sentada la tesis, en el discurso, de que no puede haber más preparación educativa que aquella que decididamente nos hacia lo bello. La tendencia ética y la tendencia estética como tendencias espirituales, coinciden en que ambas deben estar determinadas por el desinterés. Esta circunstancia común hace que sean confundidas en las tesis de los poetas. Pero filosóficamente la ética es una tendencia esencialmente práctica, mientras que la estética es puramente especulativa. Cuando mi alma aprueba, por un proceso ético, cierta belleza moral, esa aprobación se resuelve en un impulso que me mueve a practicar la virtud que corresponde tal belleza. En cambio, cuando yo apruebo una belleza por un proceso puramente estético, mi alma se detiene en lo emotivo y contemplativo, y sólo es movida para alabar dicha belleza.

Si tomamos la estética como base de toda educación, si para formar el espíritu del hombre lo hemos de vaciar, por decirlo así, en los moldes de la belleza, cabe insistir en la definición de lo bello, a la cual no se ha llegado de una manera precisa, a pesar de haber sido objeto de disquisiciones filosóficas desde la más remota antigüedad. Menéndez y Pelayo, en su admirable “Historia de la ideas estéticas en España”, copia uno de los diálogos que Xenofonte escribe en sus “Recuerdos socráticos”, y en el cual se plantea graciosamente la dificultad de fijar el concepto de belleza.

“ ¿Qué es la hermosura? ---Pregunta Aristipo.
 --- Muchas cosas, ---responde Sócrates
--- Pero son cosas semejantes entre sí?
---Algunas son muy semejantes.
--- Y cómo puede ser bello lo que difiere tanto de otra cosa bella?
---Llamo hermoso y bueno todo lo que es acomado a su fin”.

Como en los tiempos de Grecia continúa hoy sin fijar el concepto de lo bello, porque lo que es hermoso para una cosa puede ser fea para otra, o como, decía el mismo Sócrates, lo que es hermoso en la carrera resulta feo en la palestra, la casa que es buena para el invierno es mala para el verano. Para nosotros los cristianos la belleza absoluta solo ha residido en la tierra en el Verbo Encarnado, que al decir de Menéndez y Pelayo, “aún que no vino a enseñar estética, presentó en su persona y en la unión de sus dos naturalezas, el prototipo más alto de la hermosura, y el objeto más adecuado del amor, lazo entre los cielos y la tierra”.

Solo en El se exhibe la belleza por todas las fases y sin contradicciones, solo de El se puede decir en verdad que es belleza por dondequiera que se le mire; o como de manera elocuentísima se expresa San Agustín: “Es hermoso como el Verbo de Dios, hermoso en el vientre de la Virgen, hermoso en la tierra, hermoso en los milagros, hermoso en los azotes, hermoso invitando a la vida, hermoso cuidando de la muerte, hermoso al recobrarla, hermoso en el madero de la cruz, hermoso en el sepulcro, hermoso en el cielo”:

Con la indecisión del concepto de lo bello resultaría difícil sentar toda educación sobre la base de la estética; pero en cambio es indudable que es ella uno de los más eficaces coadyuvantes para preparar el espíritu y educar al hombre. Nuestro poeta dice: “Dios es la felicidad y es muy cierto, pero para llegar a esa felicidad el hombre necesita muchas veces recorrer un camino de amargura, una vía dolorosa y en ese dolor reside también la belleza. La disciplina del sufrimiento de eminentemente educativa. La lágrima ante la muerte ajena es tan diamante como la gota de agua sobre la flor. Ese Verbo Encarnado, causa y efecto de hermosura, lloró también ante la tumba de un amigo, ante el sepulcro de Lázaro.

No se puede negar la influencia poderosa de la estética en la educación. Las buenas formas en la sociedad, que tan felices resultados producen para el bien vivir, que es parte de la felicidad, pertenecen a los dominios de la estética. Indudablemente un hombre bien educado, de finas maneras, de exquisito porte, es más apto para emanar la dicha hacia los que viven bajo su influencia, que el ordinario y grosero, que suele alterar con sus brusquedades el concierto de las buenas relaciones. Se cuenta de San Francisco de Sales, que en la soledad oscura y silenciosa de su celda de fraile, practicaba los buenos modales como si estuviese en un salón. Se disciplinaba con elegancia, andaba acompasado, comía con finura. Otro de los frailes le preguntó sorprendido y criticón:

--Por qué usted, Padre, en su celda, come y  se mueve comedido y remilgado, como si fuera un duque en presencia de un Rey?
--Porque estoy siempre en presencia de Dios; contestó el Santo.

Pero cuando la estética salta de su categoría de auxiliar valioso, a la base primera de la educación, viene el peligro de que los jóvenes caigan en el dilentantismo, que encierra el individualismo dentro de la torre de marfil agudiza las naturalezas concentradas y hace que el hombre sabio no sea útil a sus semejantes. Además, robustece demasiado el orgullo y lleva a la persona a creerse un Dios sobre la tierra, capaz de darse la ley a si mismo, o entienda y goce la belleza a su modo.

A este respecto dice Argüello: “Poner en capacidad de leer belleza en el libro de la vida es educar. Milton leyó belleza en la poesía; en la estatuaria Miguel Ángel Galileo en la ciencia; San Francisco de Asís en el amor.

Pero yo agrego que también Tomás Quincey leyó belleza en el delito, y escribió su libro perverso y perturbador: “La estética del crimen”.

Nuestro poeta en la balanza finísima de su psicología, no puede menos de notar el desequilibrio que se produce al intentar poner a la estética como único contrapeso regulador de la medida del alma, y exclama: “El conocimiento es la estética en la inteligencia y el amor es la estética del corazón”:

El amor es un regulador más eficaz que la belleza para el equilibrio de las potencias del espíritu. Platón decía: “Yo nada sé fuera de una exigua disciplina de amor”: Cuando Argüello balancea la belleza y el amor, se aproxima al ideal cristiano y sólo falta para empaparse de él, declarar como Jacques Maritain; que “para escoger el corazón como emblema hay que consagrarse al único corazón que no miente, y ese está coronado de espinas”.

Poniendo como base de la educación el ideal cristiano se pone a los jóvenes en la senda de la virtud, que es mejor que la de la belleza, no de la ética, cuyo imperio es más rico que el de la estética.  Insisto en el término de la estética reducido a un poderoso auxiliar en la educación. El poeta nos dijo en su discurso que hay que principiar por el amor a la limpieza. Está bien. Pero sobre la limpieza está la virtud. Lo limpio es blanco, lo virtuoso es cándido. Trataré de explicar mi pensamiento con una comparación.

El poeta nos cuenta un bello apólogo: “El cisne boga sobre agua cristalina. ¡Cómo derrama su elocuencia en frases de blancura el inspirado orador! Pero el cisne fue sorprendido en la laguna por un cerdo que le salpicaba de inmundicia. El cisne no deseaba relacionarse con el cerdo y rehuía el contacto; y por eso, cuando se ve salpicado de lodo, muere. Nos deja el poeta en marco de nácar el ideal de la pura belleza.

Paralela al prólogo voy a contar brevemente una anécdota de Abraham Lincoln, que he leído en una hermosa y sentida biografía escrita por un negro. Lincoln paseaba una tarde a caballo por el campo, cuando observó que en una laguna fangosa pataleaba un cerdo en la desesperación de la agonía, porque se estaba ahogando. Lincoln incontinente saltó del caballo entró en la laguna y salvó del sufrimiento de morir ahogado al pobre animal, que incomprensivo le salpicó de inmundicia. Una persona que vio a Lincoln acometer tal acción, le preguntó el motivo que había movido su ánimo para tan extraña empresa. Lincoln contestó yo no puedo ver sufrir a ningún ser vivo sin protegerlo. El biógrafo comenta que Lincoln no consintiendo que sufriera un cerdo, aprendió a no consentir que sufriera una raza oprimida; y por esa escala ascendió a ser el redentor de los esclavos, una de las antorchas que iluminan la historia de la humanidad.

El cisne rehuía el contacto con el cerdo. Lincoln lo buscó. El cisne es la limpieza. Lincoln, la virtud cristalina. El cisne era aseado. Lincoln sublime.

Siento no poseer sutilidad y delicadeza de expresión para hacer percibir a mis oyentes las vibraciones que adivino en las más delicadas cuerdas del arte de Santiago Argüello, cuya alma miro evolucionar en el desenvolvimiento de saludable espiritualismo. Su ascenso hacia el ideal cristiano está en marcha. Jacques Maritain en sus mencionados “Diálogos” al hablar de la conversión religiosa de Oscar Wilde, realizada en hora postrera, dice: El sacerdote llegó a tiempo para salvar su alma, pero llegó tarde para salvar su arte. El arte está encerrado en el tiempo; para él no existe misericordia in extremis”:

Igual cosa se puede decir de nuestro Darío, para quien la absolución cristiana llegó cuando su lira sublime había terminado de vibrar en toques bellísimos, pero muchos de ellos paganos y sensuales.

Quisiera tener yo aliento poderoso para aupar a Argüello en ese ascenso decidido y espiritual. Deseara el soplo de un profeta para hacerlo lograr pronto la cumbre; para que divisando desde esa altura el paisaje de su propia poesía, deje volar su pájaro mágico resueltamente, tempranamente, hacia el único corazón que no engaña, hacia el corazón que está coronado de espinas.

Nuestro poeta salvará su arte.

                                                                   HE DICHO.



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