martes, 11 de febrero de 2014

TIPITAPA  CUADRA, CAMPISTO Y TROVADOR: La muerte al galope. Por: Mario Cajina Vega. En: La Prensa, 11 de Diciembre de 1978.
*** 
Probó la cincha de fuego, tanteó los aperos apocalípticos y apreció los bríos del esperado caballo infinito, a la hora en que diciembre humedece el mugido del ganado, la frescura raleante del viento mañanero y el blanco espumoso batir del ordeño en los baldes cuajados de leche, cuando todo el corral huele a majada, con antaños de infancia. El potro inmóvil, junto a él, no era de los pelos conocidos: ni moro azulejo, ni bajo (“alazán tostado, antes muerto que cansado”), ni rosillo, ni ruano, ni azabache. Aquel relincho hablaba de la inmortalidad y bajo los sudaderos se agitaban ijares urgentes. Desde el catrecito de campaña, tendido al aire liso de la casa de Tipitapa, el antiguo cowboy entrevió que la dura bestia inmóvil quería domarlo al revés y buscó cómo reunir el lazo antes de afianzarse en los estribos, pero el ignoto garañón silencioso se azotó y el jinete sonámbulo ya sólo pudo aferrarse con una mano al arzón de cuero crudo y con la otra, agitar bajo el cielo de Nicaragua, su viejo sombrero color de intemperies.

Así, a las 4 a.m., albardeando el alba, el corazón de Ramiro Tipitapa Cuadra, mío, se desbocó hacia su última galopiadita... No era de los pelos conocidos. Ni retinto ni tordillo. Cimarrón de raza. Fiero, torzal y güevos.
*** 
Soy de los que quedan y debo acomodarme las lágrimas, porque dan cáncer en los párpados. El mismo moribundo germen de este Siglo XX. La emoción, en mí y en las candilejas, tiene una dignidad parecida al misterio. Si acudo a la utilería del humor, es para pedirle prestado al ropavejero de la nostalgia. Tipitapa Cuadra tuvo siempre el buenhumor por grito de campo; por soga y rodeo. En la grupera de su pasitrotero el alarido abierto caía con gaza de carcajada. ¡Lazó sin pendejadas! ¡De cacho-y-barba! Y quien no cabalgó con él, no debe hablar idioteces. Su gracejo traía la flor del llano enfrenada por la caricatura urbana. Con vigor vernáculo y cadencia folklórica, reunía en sus ocurrencias a la hacienda y a la venta, a la pulpería y a la finca. Aquella estampa de chaquetilla tejana, botas de tacones altos, camisa hollywoodense de broches y cordones, y stetson beige tostado por el Sol, era la encarnación del ganadero libre, del socarrón personal, de la pezuña y el viento, de la alforja y la siesta.

Hablando, arreaba nombres y nostalgias: Macantaca, Quilalí, El Silencio, Las Goteras, La Cañada del Miedo...comarcas, montañas, llanos, que traían el rostro de la geografía y la fábula de la toponimia. La jornada de Tipitapa Cuadra empezaba en Cabo Gracias a Dios, bajaba por Bluefields, enrumbaba por Amerrisque, y remataba en las cabeceras del río San Juan. Su índice era, sobre el mapa, una brujúla trémula. ¡Ramiro Tipitapa Cuadra!

Vistió gualdrapas de sargento cuando su amor por la aventura lo hizo desertar de los cigarrillos a escondidas, de las pajas matinales y de las calles de una Masaya insoportablemente años 30, para enrolarse en las filas G.N. contra Sandino. El guerrillero divino lo conoció, le tendió la mano, bromearon juntos, y asesinado el héroe por esa felonía de que sólo los Somozas pueden hacer gala con galardones de chacales, Ramiro Cuadra Vega, consideró de honor aberrar del khakhi filibustero y alistarse en el puño sin dedos de la oposición, mucho antes de que hubieran nacidos esos valientes chavalos que ahora son prisioneros... ¡Por algo hermano de Manolo Cuadra! ¡Por algo en estas venas familiares, se enciende la misma sangre que conoció, sin desmentirla, la pólvora sagrada de San Jacinto!

Y vinieron las andanzas y los años. Las sonrisas y los despojos. El baúl y la dolencia. Trabajó con camisola de pionero, en-la-una-vez-interminable-carretera-al-Rama (y a los bolsillos de aquel tahúr de cinco estrellas), se internó en las remotidades de Terrabona para sacar arcilla y pérdidas, despaló recuerdos, reforestó madrigales, ensilló hembras (y las desensilló), agitó litros, cantó tonadas, besó las playas de su natal San Juan del Sur, bohemio en Managua a risa limpia con la generación de Sergio Ramírez, hizo también de cafetalero en las lóbregas hondonadas caraceñas, se enamoró de una ternera que tenía ojos de monja adúltera, se dejó estafar por un banco y otros ladrones, se casó con una guitarra, se divorció de una gasolinera, aceptó como poetas a los amigos de Robertito Cuadra, transó con un doctorado alcoholis causa de la UNAN, volvió a Chontales (y a los amores) reprechando lomas y quebradas, viajó a California para conocer los desiertos y las mejores cascabeles, compró un camión que parecía carromato, mandó postales iluminadas con tequila, se hizo pasar en Thuantepec, como pariente de Agustín Lara para seducir a una tía del músico morfinómano, se carió los dientes en la costa de Mazatlá, (adyacente al Mar de Cortés), trabajando una pipa de ámbar, y acunó con todo el cariño posible a la nietecita que era su amor y su holgura. Total: un hombre en masculino. Costurones de la virilidad del macho. Y acentos increíbles de la ternura del patriarca que se creía en los Trópicos –aunque la Biblia, madre del Corán, petrolífero y del capital marxiano, no nos dé ejemplos criollos de estos sementales.

En tales trajines, lanzando humoradas y solazando epigramas, se le ocurrió salir a los encuentros reeleccionistas de Somoza, El Viejo. Una mañana dominguera, desde aceralta y casa de aleros en la calle de El Calvario, Masaya y Nicaragua escucharon y se regocijaron con el burlesco Manifiesto de los Comesalteados, proponiendo su candidatura famélica contra la perpetuación de la dinastía personificada por la panza innoble de Guillermo Sevilla Sacasa. El coro fue nacional y la risa, con cosquillas de sarcasmo, sacudió hasta a los calzoncillos del cuartel y a las chinelas de los barrios. Después, aparecieron, como crítica de costumbre, para que el portero menosprecie al infame ministro y al peor magistrado, sus inolvidables “postalitas”. Género único. Sarcasmo y sátira. Tipitapa Cuadra ---como le dio por firmarse--- era ya el símbolo nacional de la risa.

En ese calendario un terremoto trastabilló a Managua. Y Ramiro  practicó la más sana de sus irreverencias: tomó el primer bus hacia las ruinas, chineando un Niño Dios de porcelana, y cuando el pasaje le preguntó ¿para qué lo llevaba?, él contestó, inimitable: “para que vea la cagada que hizo su papá”. No-habrá-otro-epitafio-sobre-aquella-Managua...
***

Pero vivir y reír cholla los lomos. Los años montan su mampuesta artera. La carcajada, al resón de los tiempos, no es guatuza irónica sino mueca de dolor; la espada sonriente ofrece su espalda sangrante. Tipitapa Cuadra, sufrió de soledad en sus lejanías utópicas. Tenía una finca, bautizada como “Las Nalgas” por pura jodedera, y era un desheredado; tenía familia, y era otro desarraigado. La tragedia personal de su hijo mayor (inválido a culatazos) casi lo postra. Las muertes de los amigos legendarios se le acumularon en las arterias: el Chele Adrián Martínez, fugitivo perdónimo hacia Los Ángeles, cuya guitarra rasgó las serenatas de las aguas sobre el río en Semanasantas de veranos hoy idos, el guardia Jiménez, raso desperdigado que una vez se salvó de una emboscada taponeando con un dedo palúdico, la escopeta del general Pedrón; y Serafín Postome, a quien Ramiro, míticamente, atribuía la mitad de sus sonrisas, personajes al que no le pudo estrechar la mano ni brindar a solas cristiano conocido de Nandasmo para abajo.

Las tardes  ---me dijo una vez Tipitapa, al pie de un mondongo en Masatepe--- son largas. En la madrugada chúcara no vio el ocaso de su día sin ponientes.
****

Caminamos junto al féretro. Luis Aguilar García, El Gato, cuñado de la canción “Peyeyeque”, se voltea y me confiesa: lo mató la falta de risa, pues en Nicaragua, ya sólo lloramos. Cierto es, dice a mi lado el Prof. Trejos Maldonado, este país es una mierda. Sonrío, un poco a lo triste; la esperanza no es mal pañuelo.

Hermoso y yacente para la novia del mañana; tostado, al socaire del buen alcohol; digno, con la elegancia que otorga en el último visado la eternidad a quiénes la vestimos en vida, y hasta guiñándole un párpado inconcluso a las amistades (esa piel de risa que hoy sangra luto), tal, bajo una mirilla de cristal, vimos a Tipitapa Cuadra y le acomodamos, a ras del cuello que ya no trasegará ron ni cususa, la corbatita de lazo del buen vaquero.

De buen vaquero, sí... Del campisto, del cowboy, del charro mexicano y del gaucho argentino (patria de potros que él cabalgó). De todos los jinetes que sienten, bajo los talones, el planeta Tierra como un a montura redonda y una estampida contra el infinito, a trancos de relinchos y corcoveos de risa. Nicaragüense puro. Esas espuelas no las alcanza nadie.

En su lápida, acostado junto a su padre como cabe a los hijos bien nacidos, campea el epitafio americano que Diez-Canedo tejió sobre la pampa de Don Segundo Sombra:

Sólo se fue por el llano.
Dejó atrás rancho y potrero
y en el último lindero
nos dijo adiós con la mano.

La Vega 7-XII-1978.-


No hay comentarios:

Publicar un comentario