sábado, 12 de julio de 2014

GRANADA EN GRABADOS DE MEDIADOS DEL SIGLO XIX: IGLESIA DE LA MERCED; CASA DE GUARDIA Y EL MERCADO EN LA GRAN PLAZA. Por: Dr. Eduardo Pérez-Valle

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IGLESIA DE NUESTRA SEÑORA DE LA MERCED, GRANADA, NICARAGUA. Dibujo de 1856

Por el Dr. Eduardo Pérez-Valle:

Tomado del Frank Leslie᾽s Illustrated Newspaper, del 9 de Agosto de 1856, con el siguiente comentario:

Esta iglesia está considera por los habitantes de Granada, como una de las cosas curiosas de la ciudad. Debido a su gran tamaño, abarca un área sumamente grande, inmediatamente detrás de la plaza. Dá la impresión de haber sido muy linda su arquitectura y decoración. Aún ahora sus ruinas, bastante dañadas por el paso de los años, presentan una impresión magnífica y pintoresca, especialmente cuando se le ve desde la aldea india en la base del volcán Mombacho, o desde el camino que lleva a León. El presente dibujo, hecho por nuestro propio artista, es una fiel reproducción de la escena en todos sus detalles”.

Según el artículo, hay una leyenda en los lados de una de sus torres, que dice:“Se empezó esta obra 6 d᾽ Agosto A. D. 1781, y se acabó al 25 de Jenero. A. D. 1783, con 32 Vs. Sin la cruz”.

En el lado oriental de la torre de la Merced aparecen dos inscripciones que resumen su historia. La leyenda superior, a su vez la más vieja, reza así:

SE EMPEZÓ ESTA OBRA EL 6 DE AGOSTO DE 1781. Y SE ACABÓ A 25 DE ENERO DE 83. CON 33. VS. SIN LA CRUZ.

La inscripción inferior dice:

FUE DEMOLIDA HASTA SU MITAD EN LA GUERRA CIVIL DE 1854. Y RESTAURADA Y  MEJORADA EL AÑO DE 1862. BAJO LA DIRECCIÓN DEL MAESTRO ESTEBAN SANDINO. CONTRIBUYO A ESTA OBRA EL FERVOROSO ZELO DEL PRESBÍTERO D. J. ANTONIO CASTILLO.

Los historiadores Ortega Arancibia y Jerónimo Pérez cuentan lo sucedido a la gallarda torre de la Merced durante la desastrosa contienda de 1854, encerrado don Fruto en la ciudad y puesto sitio por las tropas de Jerez. Dice Ortega: “En la torre de la Iglesia de la Merced se situó un cazador con la única arma de precisión, que un extranjero puso al servicio del gobierno, y desde esa altura blanqueaba a las fuerzas que ocupaban la Iglesia de Jalteva como cuartel general; Pineda y el General Jerez fueron puesto fuera de combate por la bala del cazador que estaba en la torre de la Merced; Pineda pasado por una bala en la región torácica, y Jerez rota la rótula, que le obligó a hacer cama por mucho tiempo en la Sacristía de la Iglesia de Jalteva”.

Dice Pérez que un norteamericano, Henrique Doss, que con el grado de teniente coronel de artillería se brindó al servicio del gobierno, “fue el que más daño hizo a los democráticos desde la cúpula de la torre en que se mantenía apostado con el rifle en la mano”. Continúa: “Recibieron aviso en Granada que venía de León para Jalteva una pieza de artillería de grueso calibre traída con el objeto de destruir la torre de La Merced, que dominando a todo Jalteva hacían desde allí los rifleros constante daño a los democráticos. En la noche del 3 / de Julio / resolvió Chamorro salir personalmente hasta Masaya, ciudad distante doce millas al noroeste de Granada, a donde se decía que había llegado la referida pieza; y en efecto, al amanecer el 4 salió por la línea norte con una compañía de preferencia. A las diez del día entró a Masaya, sin resistencia, porque los empleados y guarnición que allí estaban huyeron para Nindirí, pueblo tres millas distante al noroeste de Masaya. El objeto principal de tomar el cañón no lo consiguió porque había ya pasado para Jalteva, pero mandó recoger las oficinas y destruir algunos depósitos de víveres que estaban listos para conducirlos al cantón”.

Ortega prosigue: “Procedente de Yuscarán había llegado al Cantón de Jalteva un señor Radicati, de origen italiano, recomendado por el General Cabañas como buen artillero, el cual escogió la mejor pieza y en la noche la emplazó con todas las condiciones del arte en el atrio de la Iglesia de Jalteva y al amanecer despertó a los granadinos con el estampido del primer tiro de su cañón, acertando con precisión matemática contra la torre de la Merced que servía de atalaya a los tiradores del ejército que defendía la plaza, desde cuya altura dominaba el perímetro que ocupaba el enemigo, haciéndoles mucho daño. Con pertinaz insistencia por algunos días no cesó el cañón de Radicati de poner una vida fuera de combate, redondeando la atalaya y el baluarte por la mitad de su altura hasta que dio en tierra con la esbelta torre de la Merced, justo orgullo del granadino”.

Pérez concluye: “Un espantoso cañoneo se dirigió ese mismo día / 24 de diciembre / a la torre de la Merced, hasta que a las cinco de la tarde cayó el cuerpo superior y el cimborrio, haciendo un estruendo terrible. Mil gritos acompañados de la música marcial felicitaron en Jalteva el derribo de la torre”.

Sólo resta agregar que el cañón de grueso calibre empleado por Ricaldi contra la torre de la Merced era una culebrina a cañón largo que apedillaban el San Pedro.


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CASA DE GUARDIA EN LA PLAZA, GRANADA, NICARAGUA. DIBUJO DE 1856.

Por el Dr. Eduardo Pérez-Valle 

Tomado del Frank Leslie᾽s Illustrated Newspaper, del 19 de Julio de 1856.

El presente nos ofrece algunas observaciones interesantes con relación al mercado. “La lista de artículos que se venden en la plaza, como mercadería en una tienda del Oeste, incluye una variedad muy numerosa para detallarse: toda clase de frutas tropicales, naranjas, piñas, cocos, bananos, limas, limones y muchas otras más.

Además de las frutas hay gran variedad de vegetales, pipianes, cebollas, batatas, tomates, sandías, maíz, arroz, frijoles y gran variedad de otros artículos. Las mesas está cubiertas de varias clases de dulces, hechos principalmente de harina y azúcar, coco y azúcar y otros ingredientes, mientras que por el suelo sobre los canastos tienen a los pollos, pescados, iguanas (especie de animal como la largatija pero grande como un polo y bastante agradable al paladar), cerdos, y huevos de tortugas. Esos dos últimos artículos se encuentran con gran facilidad y en grandes cantidades en las costas del lago y algunas veces los mimos nativos traen las tortugas para venderlas.

La “casa de guardia” o cuartel de Granada, fue también conocido en la segunda mitad del siglo XIX bajo el nombre de “cuartel principal”, pues también había una pequeña guarnición en la casa de la pólvora, en el camino de Masaya. Su ubicación era la misma de la primitiva fortaleza de Granada, construida por Francisco Hernández de Córdoba, fundador de la ciudad; y donde él mismo fuera encerrado poco antes de su ejecución por orden de Pedrarias.

“Temprano cada mañana –dice la crónica—, cuando los centinelas dejan la guardia, una muchedumbre de mercaderas con sus varios productos va llenando la plaza. Los principales encargados del transporte son los indios, que fluyen a la ciudad de todas direcciones por innumerables veredas, con sus enormes cargas a la espalda, suspendidas de la cabeza por una ancha cinta que hacen pasar por la frente” (y-que llaman mecapal). Cargado de esta manera, cada uno de ellos puede llevar tanto como una mula y caminar por millas con su trotecito. Llegando a la plaza, descargan y venden rápido a los vendedores al menudeo, y regresan al campo. La esquina junto al cuartel es el principal sitio de estos comerciantes, y desde temprano en la mañana se pueden ver sus grupos por allí. Sin embargo, a las nueve todos se han ido, para volver en la mañana con nuevos productos”… “Los precios de estos artículos se fijan según el trabajo empleado en cortarlos y traerlos al mercado”… “Cuando el sol del mediodía cae sobre la plaza, los comerciantes suspenden sus negocios y el mercado queda desierto. Las mujeres han hechos sus ganancias, ya ahora pueden buscar el fresco retiro que les ofrecen sus hamacas, y en la siesta de la tarde soñar con alegres caballeros y progresistas americanos”… “A la derecha / en el grabado / se ve una parte de la residencia del ministro Wheeler”.

Dice Walker que al entrar la Falange y sus auxiliares democráticos a la ciudad todas las puertas y ventanas estaban cerradas. Pasada la confusión inicial, empezaron a entreabrirse cautelosamente. “La del ministro americano fue tal vez la primera  en abrir la suya. El salón, el aposento y el patio presentaban un espectáculo curioso. Ochenta o cien mujeres y niños apiñados habían buscado protección bajo los pliegues de la bandera americana. Allí estaba la dama gentil que creía que todos los demócratas eran ladrones y asesinos por cuanto hacían la guerra a la vieja aristocracia del país; allí la humilde criada que se imaginaba que los leoneses le iban a matar, porque su padre o su hermano habían seguido a su amo legitimista en vez de tomar las armas para defender los derechos de su clase. En la imaginación de ambas un filibustero era una especie de centauro, con más de bruto que de hombre, y grande fue su sorpresa al oír hablar a los americanos con suavidad y verlos portarse con mesura, pasado el alboroto de la refriega. Walker fue un momento a casa del ministro para responder a algunas peticiones que allí le hicieron”… “Se tomó un prisionero de consideración –continúa Walker—, D. Mateo Mayorga, Secretario de Relaciones Exteriores de Estrada, dejándole bajo su palabra en casa del ministro americano”.

Dice Walker que “cerca de cien individuos fueron libertados de sus cadenas con la toma de Granada. Habían sido presos por delitos políticos y algunos sentenciados a muerte”. Es de observar por nuestra parte que estos presos deben haber permanecido en el cuartel, y quizás alguno, haciendo honor a una vieja costumbre colonial, en los interiores de la casa de gobierno, que también hacía frente a la plaza mayor. “Entre otros estaban presos –continúa Walker—, D. Cleto Mayorga, yerno de D. Patricio Rivas y primo de D. Mateo Mayorga, el ministro de Relaciones Exteriores; un americano llamado Bailey, preso según dijo, por sospechas de ser favorable a la causa democrática, y un joven de apellido Tejada, hermano de D. Rafael Tejada, comisionado por el gobierno de Estrada para el arreglo de las diferencias entre la República y la Compañía Accesoria del Tránsito. Todos estos prisioneros pidieron armas y se les incorporó a las filas democráticas, de modo que antes de la noche del 13 el total de la fuerza que ocupaba a Granada llegó a cerca de 450 hombres”.

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EL MERCADO EN LA GRAN PLAZA, GRANADA, NICARAGUA. DIBUJO DE 1856.

Por el Dr. Eduardo Pérez-Valle

Tomado del Frank Leslie᾽s Illustrated Newspaper, del 21 de Junio de 1856.

El presente artículo dice: “El mercado abre todas las mañanas y bien merece la pena una visita, aún para aquellos que no deseen comprar algo. Las mujeres, en número de unas doscientas o trescientas, se congregan en este lugar para exhibir sus lustrosas frutas, huevos, iguanas, cigarros, aves y otros artículos que componen la dieta normal en este clima. Pero la atracción principal para los extranjeros que visitan este lugar es el alegre y vistoso atavío de estas pintorescas señoritas. Las faldas son de percal y muy largas de dos capas con paletones y ambas con adornos brillantes en las orillas. La cabellera, azabache y ondulada, la usan a veces suelta cayendo sobre la espalda. Otras llevan en alto el cabello, pero siempre le dan el característico toque de lucir una flor en la cabeza, ya sea detrás de la oreja o encima del peinado. Es casi imposible pasar al lado de una de estas jóvenes y no admirarlas”.

En el mismo número del Frank Leslie᾽s Illustrated Newspaper se publican dos dibujos de la plaza mayor de Granada, en una vista desde el este, en el otro desde el oeste.

El pie del primero dice así: “El General Walker pasando revista a las tropas en la plaza mayor de Granada, capital de Nicaragua”. Es importante este dibujo porque detalla muchas cosas, entre ellas los edificios que limitaban la plaza por el oeste, como la casa de Walker (en el sitio de la actual casa Pellas), con su arcada en el piso bajo y su baranda en el alto. Se ve un cañón apuntando hacia Jalteva, apostado en el arranque de la Calle Real; y más allá, la torre y otras dependencias del Hospital San Juan de Dios. Walker, el brazo extendido, espada en mano, dirige las evoluciones de dos pelotones de soldados, a los compases de una banda de cuatro músicos, ante  un público en su mayor parte femenino. El comentario que acompaña a este dibujo dice que el artista “aprovechó el momento en que el General Walker y su ejército aparecieron en la Plaza a su regreso de la sangrienta batalla de Rivas”. Aquí hay un error garrafal, pues el mismo Walker nos dice que “cuando las destrozadas fuerzas de la República entraron en la capital era ya más de la medianoche”.

El otro dibujo, con la plaza vista desde el suroeste, es el que aquí se reproduce. Parece, por las actitudes de las figuras, que ya han pasado algunos días desde el desastre de Rivas: las mujeres del mercado entregadas a sus negocios, los soldados pasando el tiempo con displicencia, quizás haciendo tristes reminiscencias y comentarios en torno al revés sufrido,  y que el mismo Walker se vio obligado a reconocer en tono amargo: “En cuanto a los americanos, después de que pasó el primer entusiasmo del ataque, fue imposible hacerlos asaltar las casas en que los costarricenses se ocultaban”… “Muchos de los soldados, extenuados por la primera carga, arrimaban sus fusiles a la pared, dejándose caer en el suelo, y era difícil hacerlos entrar en acción”… “Fue imposible conseguir que ninguno de los elementos de la fuerza repitiese el ataque con el vigor desplegado al principio”… “Walker estaba preparando la retirada, y cuando oscureció se llevaron los heridos y los impedidos a la iglesia”… “Los que estaban de muerte se dejaron cerca del altar mayor; a los demás se les dieron caballos para la marcha. Era más de la medianoche cuando todo estuvo listo, y la fuerza salió de la ciudad despacio y en silencio, llevando los heridos en el centro”.
En el dibujo son interesantes las dos figuras femeninas de la derecha, en primer término, una desplumando un ave, otra despiojando un niño; también lo son las de los filibusteros, los de primer término y los que están en la calle, todos reflejando la derrota.

La sección que se presenta en detalle, como tema central, es el costado sur de la plaza, donde funcionaba el mercado bajo los portales. A lo lejos e ven la iglesia parroquial, el cuartel principal (“casa de guardia”) y una casona que debiera ser la residencia del ministro americanos, Míster Wheler; pero ésta tenía corredores  y barandas a la calle. (Quizás haya ocurrido en esto algún error de interpretación de parte del grabador Hoecomb). La disposición de los dos últimos edificios en torno a la plaza  parece un tanto irregular, pues no concurren a darle la forma rectangular que siempre tuvo..

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