DON PASTOR PEÑALBA:
PRECURSOR INDISCUTIBLE DE NUESTRA ESCUELA DE BELLAS ARTES[1]
Por: Eduardo Pérez-Valle h.
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A partir de esta publicación dedicada a las Artes Plásticas
y también, a las Artes Populares, inauguramos el Blogspot: UMBRAL DEL ARTE NICARAGÜENSE, espacio en el cual deseamos
reunir, de forma coherente, el pasado y el presente de la creación plástica.
Sobre todo, que el público pueda
apreciar las obras artísticas y a través de ellas, encontrarse con los dueños de
esa imaginación y de esas técnicas. Deseamos que en este propósito o “juicio
estético” no existan “seducciones literarias” previas al encuentro, entre cada
obra y el espectador.
Entre los provechos, deseamos entregarles la posibilidad de
descubrir, divulgar y, quizás, adquirir
el “arte joven”, por cierto, prolífero, prometedor, pero que en su gran mayoría
nunca ha recibido opiniones oportunas o reconocimientos técnicos en el ahora y
cada vez más estrecho espacio del periodismo cultural nicaragüense. En
contraposición a lo antedicho e impuestos como estamos del avance tecnológico,
el mejor medio de información y “enlace” lo facilita la Internet, por tal
razón, esta iniciativa la desarrollamos en este medio de grande afluencia.
Incluidos en este modesto emprendimiento cultural el
criterio de la historicidad y el criterio de la originalidad –bajo otro enfoque, no hegeliano—, decidimos
“asomarnos en la ventana histórica” para localizar al verdadero fundador de la
Escuela Nacional de Bellas Artes, mérito que siempre ha sido adjudicado a Don
Rodrigo Peñalba, y del que, injustamente ha sido despojado –por ignorancia— su padre, Don Pastor
Peñalba.
La inclusión de todas las épocas artísticas empieza por
identificar el origen de la formación académica en Nicaragua. En esta Galería
caben todas las ejecuciones de estilos,
afloramiento de los viejos y de los nuevos motivos e inspiraciones;
etapas y derroteros, sin olvidar espacio para el podio de lo consagrado, porque
el Arte también tiene escalafones, y el paso del tiempo desliza velos para
adjudicar el éxito verdadero o el fracaso rotundo.
Pues bien, estimamos que la exactitud en la información
histórica es indispensable; ella no requiere de resbaladizas lucubraciones de
cientificidad dudosa. Los contextos y los personajes de nuestra historia de las
artes plásticas tienen traslapes o heredades, de una generación a otra, ceñidos
a los diversos juicios de valor que comporta la crítica de arte. Esperamos desarrollar el juicio estético,
como diría Litré: “mecanismo del juicio frente a las obras...” Por ahora,
conozcamos alguna información sobre el precursor indiscutible de nuestra
Academia de Bellas Artes.
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LAS INSTITUCIONES DE
LA PINTURA NICARAGÜENSE
Por Eduardo Pérez-Valle
Un numeroso grupo de noveles pintores, en plena juventud, en
los salones del Instituto Pedagógico de Managua, exponen sus pinturas y sus
anhelos artísticos. Aquellos pintores fueron llamados los “Espíritus Selectos”.
Tales “jóvenes aficionados” desentumecieron una anquilosada
Academia de Bellas Artes. A partir de aquel 17 de agosto de 1933, los brillos
irradiados por Ramón Ignacio Matus, Ernesto Brown, Salvador Sacasa, Guillermo
Castillo, Rodrigo Peñalba y otros, levantaron el ánimo de los pintores más
viejos que estaban en dicha Academia. Los pintores agrupados en ella no tenían
local para sus prácticas y el aprendizaje. Fueron los jóvenes pintores de los
años treinta, quienes por primera vez, y a partir de aquella exposición que
juntó lo viejo con lo nuevo, se empeñaron en conseguir la ayuda estatal, y de
amigos del arte, para obtener un local como sede, y lucharon por “hacer surgir
el aliento artístico en el pueblo nicaragüense”.
Esos pintores solicitaron al Distrito Nacional “una pieza
con instalación eléctrica, ya sea en una escuela nacional o en alguna casa
barata donde establecer la Academia de Pintura”.
El apoyo de la prensa nacional, y de los Hermanos de las
Escuelas Cristianas, fueron importantes para los acontecimientos derivados de
aquella exposición que impulsaría otros hechos de la pintura nicaragüense,
tales como la aparición del Círculo de Bellas Artes, y la formación por primera
vez en la historia nacional de una Academia Nacional de Bellas Artes, a la cual
volvería diez y seis años más tarde, Rodrigo Peñalba”, con el conocimiento
agigantado y la vocación de maestro, que trasladaría el relevo generacional y
cualitativo a la pintura nicaragüense. La historia está afirmada en un orden
progresivo, aquellos jóvenes que fundaron la Academia Nacional de Bellas Artes
se perpetuaron para Nicaragua, juntando sus flamas en la antorcha que quedó en
manos de Rodrigo Peñalba.
EL “CÍRCULO DE BELLAS ARTES”
A nuestro país llegó en los años treinta, un español de
rimas métricas y cadencias quien animose a exponer en un extenso artículo
periodístico las razones y objetivos para fundar lo que él llamó el Círculo de
Bellas Artes. Este poeta de nombre Luis Álvarez Pastor, luego de este esfuerzo,
no fructificó, en el mismo año se marchó del país en busca de nuevos
horizontes, su proyecto lo expone por primera vez en “La Prensa” del 19 de
febrero de 1933. Una de sus más entusiastas colaboradoras fue doña Chepita de Aguerri,
quien facilitó su casa de habitación par ala reunión de la primera clase de la
Sección de Declamación del Círculo de Bellas Artes. En posteriores fechas con
la participación de un seleccionado grupo de mujeres, emprenden el montaje de
la primera obra teatral, “Canción de Cuna” escrita en 1911 por Gregorio
Martínez Sierra (1881-1847), libreto que se mandó a traer a La Habana.
Entre otras actividades se tomaban a los aspirantes las
entrevistas de rigor, y las clases iniciaban con dicción y voz.
El “Círculo de Bellas Artes”, emprendió a través de su
dinámico promotor y fundador, la creación de la “Sección de Pintura”. Álvarez
Pastor escribía sobre el tema: “Se establecerá una Academia diaria o intermedia
diurna o nocturna, según las disposiciones del Director de la misma. A los
designados por el Director se le facilitarán materiales para poder llevar a
efecto su obra. Una vez terminada ésta, el artista lo exhibirá en el “Círculo”
y si logra que sea adquirida por un particular, el importe de la venta menos un
pequeño tanto por ciento para ayuda de los gastos efectuados, pasará a poder
del alumno que la haya ejecutado. Celebrará exposiciones permanentes y
exposiciones parciales de dibujos, acuarelas, óleos, crayones, pastel, etc.
Podrá adicionarse la parte de grabados en madera y cuanto el Director a su
juicio, estime sea compatible con esta Sección. Celebrarán concursos bajo las
bases que estime oportuno, para el mayor despertar del arte”:
TRES INSTITUCIONES DIFERENTES
Tres nombres e instituciones diferentes de la pintura
nicaragüense: la Academia de Bellas Artes, el Círculo de Bellas Artes y la
Escuela Nacional de Bellas Artes. Después de los ajustes sobre el Círculo de
Bellas Artes, que precisamente fue una presentación con nuevo nombre de la
pintura de nuestro país, reseñaremos la historia de esta última. Como dijimos,
ni la Academia de Bellas Artes, ni el Círculo de Bellas Artes tuvieron sede
oficial y permanente. Era frecuente que los pintores expusieran de forma
individual y cargaba con la venta de sus obras. En ocasiones exponían en el
Parque Central, actividad que se radicaría y que el mismo Rodrigo Peñalba
implementara con sus alumnos de los años 50.
Eran los tiempos en que los pintores trataban de saltar por
encima de las secuelas económicas del terremoto de 1931; y de las consecuencias
de la guerra contra la ocupación norteamericana en el país. Aún así, hubo
pintores como el masayés Ernesto Ortega, luego de exponer en 1932 sus pinturas
en la Biblioteca Nacional, en su totalidad obras de motivos regionales, al
precio máximo de diez córdobas; posteriormente en busca del sustento diario las
expuso el 8 de mayo del mismo año, en el Club de Oficiales de los interventores
norteamericanos. Los títulos de aquellas obras proporcionan ideas del regionalismo
en la pintura de don Ernesto Ortega: “La Vieja Tejedora”; El corredor de mi
casa; Calle del Caimito; El Parque Central; La Parroquia de mi pueblo; Tarde
del Trópico; Paseo Tuckler; Camino de la Feria; De Tiempos Coloniales; Una
refresquería; El último Toro Venado; Laguna de Masaya y Vendedora de Frutas,
entre otros.
Otro de los pintores que se estableció en Managua e el año
de 1932, fue Pedro Ortiz hijo, vivía y tenía su estudio media cuadra al
occidente de la plazoleta de la Estación. En junio del 32, Ortiz se ganaba
algún dinero decorando la Casa Presidencial.
Don Horacio Cordero M., participa para el 33 en la
Exposición Nacional de la Industria Nicaragüense, Cordero llegó con sus trabajo
fotográficos en oro y plata, en aquella ocasión expuso además de fotografías,
el busto en cemento blanco de don Félix Pedro Zelaya R., que sería colocado por
la administración presidencial del doctor Juan Bautista Sacasa en el parque de
Niquinohomo.
El antiguo templo de Santo Domingo, recibió el 5 de
diciembre de 1933, en la parte superior de su fachada una de las últimas obras
monumentales del escultor granadino y profesor de la Escuela Nacional de Bellas
Artes, don Tránsito Sacasa, quien tres años más tarde falleciera. Este
multifacético artista, hizo para dicha iglesia una estatua del Sagrado Corazón
de Jesús, en cemento y con más de una tonelada de peso.
En la capital ocurrían las principales actividades
artísticas; los artistas llegaban a Managua, unos para quedarse a vivir, y
otros para darse a conocer y exponer sus obras, además de encontrarse con sus
colegas de la pintura y la escultura.
Habría muy pronto un acontecimiento que tendría
significación histórica de trascendental importancia, la fundación de la
Academia Nacional de Bellas Artes, la cual durante cinco meses se fortaleció
para poder anunciar su nacimiento, tras haber defendido su posición ante un
proyecto escultórico que se debatía públicamente.
DEBATIENDO SOBRE EL MONUMENTO A RUBÉN DARÍO
Al fin en 1933, con 17 años a cuestas, el “Comité Pro-Bronce
Darío”, tras un accidentado proceso de convocatoria a participar en la
elaboración de los anteproyectos para erigirle
al Vate un monumento en el parque de su nombre, se reúne en pleno para
examinar los dos únicos proyectos
presentados, el del escultor italiano Ángel Mazzei de la “Casa Luisi” de
Pietrasanta, Italia; y el del italiano Mario Favilli, radicado en Granada,
Nicaragua.
Designan a tres notables intelectuales del Comité, para un
dictamen definitivo: los doctores Hildebrando Castellón, Joaquín Vijil, y el
ingeniero José Andrés Urtecho. Al cabo de unos días, y entre otras opiniones
solicitadas, la Academia de Bellas Artes dio la suya; la Comisión recomendó
asumir la responsabilidad “de erigir un monumento a Darío, digno de su genio,
de su memoria, del país, y de nuestro esfuerzo. La escogencia está
estrechamente limitada entre dos proyectos únicos sobre los que ha recaído
desfavorable dictamen de la Academia Nacional de Bellas Artes, lo mismo que la
opinión de algunos diletantes de importancia, consultados oportunamente”. En
consecuencia, debe ampliarse el período de recepción, y promoverse el envío de
nuevos proyectos. Finalmente el dictamen indicaba: “En aso que nuestras
indicaciones no fueran favorablemente acogidas por el Comité y se quisiese
proceder a una solución inmediata del
asunto optando por uno de los proyectos presentado, creemos que la ejecución de
la estatua del poeta debe ser hecha, en todo caso, bajo la firma de un escultor
de reputación reconocida, y que el Comité deba especificar no sólo todos los
detalles del conjunto sino todas las condiciones del arreglo”.
Queda plenamente claro que ya se habla de la Academia
Nacional de Bellas Artes, y con la importancia que la sociedad le da en aquella
época, la consultan sobre asunto de gran interés. Al hacerse público el
dictamen, los ataques de uno de los dos bandos en que se dividió la opinión
pública, enfilan contra la posición de la Academia, parten del dividido “Comité
pro-Bronce a Darío”.
Un artículo anónimo en el “Diario Moderno” lleva a la
Academia al punto de dar una respuesta
en los siguientes términos: “La Academia de Bellas Artes no va a
discutir sus propios méritos, ella ha lanzado una opinión razonada y debe ser
combatida con razones. ¿Quién puede ser el árbitro? ¿Acaso el articulista
anónimo o su amigo, aquel que viajó desde Florencia a Washintogn tan sólo para
aprender que la Academia de Bellas Artes
está formada por aficionados? O quizás
los propios Favilli y Mazzei, representantes comerciales de las casas
fabricantes”. La carta finaliza: “La Academia de Bellas Artes no ha tenido a la
vista en ninguna ocasión el proyecto de Bourdelle; pero el articulista lo
aparta y aconseja con toda su autoridad quedar con uno de los últimos. Este
pecado no nos mancha. Por último, si éste grupo de aficionados que lee y
estudia y en el que figuran elementos que conocen los museos y monumentos de
Europa y los Estados Unidos, con
preparación estética para aprovecharse de este conocimiento, se pone en
ridículo al dar una opinión solicitada, qué diremos del reporte que no dedica
sus actividades más que a la persecución de los escándalos sociales, y que a la
hora menos pensada, sin ser solicitado y con un apasionamiento de muy dudoso
origen, se atreve a dar opiniones sobre arte? Aquí cabe la conocida frase: Si
la Academia censura malo, si un anónimo aplaude, peor”.
El 25 de septiembre el debate quedó enterrado, ese día el
Monumento a Darío fue inaugurado, dizque según la maqueta que Favilli presentó.
Pero desde mayo de 1932, tras casi ocho meses de preparación de condiciones, de
manera resuelta los Académicos, y los “Espíritus Selectos” proceden a dar el
paso trascendental para la historia institucional del arte en Nicaragua.
NACE OFICIALMENTE LA ACADEMIA NACIONAL DE BELLAS ARTES
El 5 de diciembre de 1933, con la exactitud histórica que
los documentos respaldan, nace solemnemente la ACADEMIA NACIONAL DE BELLAS
ARTES, y se realiza el mismo día, la Apertura de la Primera Exposición Nacional
de Pintura y Dibujo. Su Presidente y Director Académico fue don Pastor Peñalba;
su Secretario, Ramón Ignacio Matus; y uno de sus vocales Ernesto Brown. El
Salón de la Academia quedaba contiguo a La Nueva Prensa. El discurso de
apertura estuvo a cargo del periodista Gabry Rivas y el de clausura correspondió
al doctor Ramón Romero.
Varios artistas se sumaron al acto, Arturo J. Medal ejecutó
un solo de piano y Guillermo Castillo demostró sus dotes de tenor; la poetisa
Yolanda Caligaris entregó al público los versos de su inspiración, y finalmente
cantó Margarita Espinosa, y Luis Felipe Hidalgo recitó varios poemas. Transcurrido el acto, quedó abierta la exposición al público.
DON PASTOR PEÑALBA
Sin lugar a dudas, don Pastor Peñalba significa para la historia de la pintura nicaragüense
el baluarte conductor, el amigo y maestro, parte del importante puente que
indeteniblemente seguirán cruzando nuevas generaciones de pintores en el tercer milenio. Él es, realmente, quien
debe por justicia llevar el calificativo de verdadero impulsor del arte en
Nicaragua en aquellas décadas, otorgado por los hechos innegables. Nadie en los
años 20 y 30 del pasado siglo hizo tanto como él en enseñanza y organización de
los artistas, los que él edificó, incluido a su hijo Rodrigo. Habrá otros, como
el recordado Enrique Fernández Morales de quien en su en su Historia de la pintura
nicaragüense, Jorge Eduardo Arellano dice que tan sólo a los veintiuno años de
edad “impulsó el arte en Nicaragua". Don Pastor alcanzó mayores logros, llamado
por sus discípulos, amigos y periodistas “decano de los artistas expositores,
vibrante impulsor del arte y el alma de la Academia de Bellas Artes”. Aun con los innegables méritos de Morales Fernández, el lugar le corresponde a
Peñalba.
PRIMERA EXPOSICIÓN DE DIBUJO Y PINTURA
EN 1933
La Primera Exposición Nacional de Dibujo y Pintura fue todo
un éxito. El joven de 25 años, Rodrigo Peñalba, destacó con una de las más
admiradas pinturas de la exposición, “un notabilísimo cuadro regional: La
Carreta”. Peñalba es objeto de los mayores elogios a través de los artículos
que la prensa nacional le dedica al trascendental acontecimiento. Don Pastor
Peñalba acompaña a sus alumnos, reprodujo los rincones de Managua, y la crítica
le define como “una ejecución limpia y brillante”.
Rodrigo Peñalba, conocido como “el artista del pincel
atrevido”; presentó dos tipos de obras: pintura regional y una colección de
retratos calificados de maravillosos. Y de él se decía que, “se observaba en su
obra expuesta una fuerte tendencia a la nacionalización de nuestra pintura”.
De Ernesto Brown destacaba la impresión del color, “de la
luz y la atmósfera con una técnica personal”. Presentó una colección de
paisajes y se le destaca como uno de los mejores paisajistas de Nicaragua. “El
distintivo de Brown era la capacidad de captar y devolver en el lienzo la apariencia
real de la naturaleza".
Guillermo Castillo, a quien sus compañeros cariñosamente
apodaban “Tonelada” por su corpulenta contextura física, no sólo trabajó la
técnica de la acuarela, sino que presentó una cabeza modelada en barro,
finamente estilizada.
“Alma fina y delicada de artista, imprime en cada una de sus
obras el sello de su personalidad inimitable”. Este era Ramón Ignacio Matus,
quien participaba con el objeto que le había de caracterizar, el retrato a
lápiz. Este diriomeño mereció el reconocimiento de sus compañeros artistas;
ante los importantes sucesos que hemos relatado, sus colegas dibujantes y
pintores habían bautizado su agrupación con las siglas ADAPRIM, cuyo
significado era: “Escuela de Pintura Ramón Ignacio Matus”, y don Pastor Peñalba
refiriéndose a él, decía: “Ramón tiene en su elaboración, aquello que le hace
tener siempre el carácter de nuevo”, en clara alusión a la destreza y limpieza
de sus trazos.
Entre otros que integraron aquella agrupación: Carlos Mejía,
Fernando Ampié; Gonzalo Obando, doctor Gonzalo Ocón Vela, Elías A. y Guillermo
Castillo, Rodrigo Peñalba, Ramón Ignacio Matus, Ernesto Brown, y el maestro
Pastor Peñalba. Alberto de Trinidad en su obra mantenía “una fidelidad
fotográfica”; y en su temática eran pequeños formatos de “rincones de Managua”
en acuarela.
Con estos acontecimientos, incorporamos nuevas páginas a la
historia de las artes en Nicaragua, con toda certeza se pueden reproducir sin
temor a equivocaciones.-
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[1] Publicado en Nuevo Amanecer Cultural, sábado 27 de
diciembre de 1997.
Publicado en Revista
de la Academia de Geografía e Historia de Nicaragua, Segunda Época, Tomo
LXV. Agosto, 2007. Págs. 155 a 162.
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