A 35 años del asesinato de Bill Stewart ...
ENCUENTRO CON LA IDENTIDAD DEL VICTIMARIO
Por: Eduardo
Pérez-Valle hijo
* El periodista de 37
años, era reportero de la ABC News
*Somoza Debayle no
pudo hablar porque comprometía la identidad de…
*El tiempo se encargó
de poner al homicida frente a los ojos de la Historia
BILL STEWART (Internet) |
Estos hechos deben el
haber visto la luz a la insistencia de
amigos que me pidieron darle forma y publicarlas, y al vivo deseo de hacer justicia
y honrar la memoria de miles de jóvenes nicaragüenses que murieron asesinados
como el periodista mártir, Bill Stewart. Ese pasado debe contarse para que
jamás regrese…
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Nunca he dejado las cosas o resoluciones definitivas a la
intuición, siempre he preferido ponerles el peso de la prueba y del
razonamiento lógico, aunque admita que para algo ha de servir el viejo
refranero popular. Así pensé y así sucedió la primera vez en que miré el rostro
de aquel individuo marcado por rastros duros, corpulento, poseía una mirada
intensa, cargada sobre una enorme testa cuadrangular poblada por cabello de
corte bajo y crespo. El interlocutor era un sexagenario “encubierto” por la
aplicación evidente de tinte.
En aquella apariencia física había algo que en el primer
momento no lograba asociar. Hablamos sin que nuestras miradas descendieran,
puesto que, nuestras estaturas casi coincidían por encima de los 6 pies. Era de
caminar pausado y erguido, siempre avanzaba con paso marcial. Lo conocí a finales del año 1992, en el mismo sitio donde
lo habían confinado en 1980, tras ser sentenciado a purgar 30 años de prisión
por haber pertenecido a la Guardia Nacional de Nicaragua.
Desde la primera vez, hubo algo en aquel semblante cuyo
conjunto de caracteres me sugerían rasgos fenotípicos y genotípicos muy
distintivos, o sea, rasgos tanto físicos como conductuales, fácilmente
asociables a cierto personaje de la dinastía somocista, o bien para ajustarlo
al hablar popular del nicaragüense, “éste era cagado al pariente”. Este guardia
había sido indultado en el año 1989; por algo más de 8 años aprendió a fabricar
mampuestos y otros productos de arcilla en la antigua Cerámica Chiltepe, que
fue ocupada por el Sistema Penitenciario Nacional como parte de la “reeducación
de internos”.
Era adusto y de hablar pausado, pero no por ello, conmigo no
perdía sus ganas de charlar un rato. Durante esos años y después de aparecer en
la lista de los indultos publicados en La Gaceta, Diario Oficial, No 65, del 7
de abril de 1989, el indultado número 1423, prefirió quedarse a vivir en las
inmediaciones de aquella fábrica localizada en la Península de Chiltepe,
cercana a la Laguna de Jiloá, donde ya tenía nuevos familiares, una mujer, una
hija, y varios entenados que también laboraban en esa industria.
Aquel sitio, un encuadrado de dudosos trabajadores
cargados con inciertos antecedentes, aunque nadie tenía la osadía de manifestarse
auténtico criminal, ya sabíamos que la relación contractual estaría marcada por
esos detalles relevantes que diario, de forma precavida, auscultábamos con la
mirada y el oído.
Real y verdaderamente, en ese lugar aprendimos que era
necesario estar preparados a recibir sorpresas desagradables, y aterradoras. La
variedad de historias atrapadas en el silencio de aquellos hombres no era
simplemente una limitada y anónima serie estadística.
Los puestos laborales estaban determinados por las fronteras
de la experiencia y por la edad. Había un grupo de hombres que sobrepasaban los
50 años, y el resto eran adultos jóvenes, para ese tiempo el personal en buena parte había dejado de estar
conformado por exG.N., quienes una vez recibido el indulto se marcharon para
jamás volver, esa situación disgregó “secretos atrapados”..
Aunque el grupo empezó a escindirse, “el Kaibil” como solían
apodarlo los trabajadores de esa empresa, continuó con sus labores tal como si
estuviera bajo un régimen de estricto cumplimiento militar, y las
administraciones aseguraban que en veinte años de ningún modo agregó alguna
inasistencia, pero ese tiempo no fue lo suficiente para completar los
antecedentes de aquel sombrío e inescrutable sujeto. Tenía costumbres
castrenses.
Él tenía identificada mi procedencia, sabía que ambos
pertenecíamos a bandos opuestos y en esa historia ya estaba claro, a grandes
rasgos, de mi pasado militar dentro de la Revolución Popular Sandinista; quizás
eso ponía la cosa un tanto más refractaria. Por otra parte, en aquella amalgama
de Empresa privada y “colectivo obrero”, algunos operarios lo llamaban
“Kaibil”, mientras otros, los más jóvenes e imprudentes, hacían comentarios
sarcásticos, al repetir retazos de rumores relegándolo a la retaguardia militar
de la G.N., con sombrero y cuchara de cocinero.
Ninguno de los indicios obtenidos lo acercaba a la cocina,
todo apuntaba al Guardia de raciones frías abiertas en el terreno del desafío
militar. Acomodé mi horario en aquellos menesteres fabriles y durante un tiempo varié mis
labores de consultor independiente; iba en pos de verificar varios indicios que
imponían un abordaje hábil y directo. El
tema me fatigaba, pero no tenía más alternativa, que encontrar la historia en
esas conversaciones repulsivas.
La vigilancia de aquella empresa era alternada con el apoyo
de miembros de la Asamblea de Cogestión Obrera, ese día le correspondió turno
al “Kaibil”, a quien le fue entregada la escopeta Remington de corredera
calibre 12, previa advertencia de un desperfecto mecánico que el Jefe de Taller
–que se decía experimentado en armas— no había podido solucionar. Esa noche
decidí presentarme con el pretexto de supervisar, y la noche se vino encima,
mientras el “Kaibil” con evidente destreza desarmaba el arma y luego de ir al
taller volvió con ella reparada.
FABIO ALBERTO SALGADO RODRÍGUEZ |
— ¿Vamos, eso que hiciste exige de conocimiento previo?
— “Estos dicen haber sido militares y ya ves, ni siquiera
pueden desarmar esta escopeta”, me dijo.
— ¡Vamos, no vengas con generalidades, que por allí escuché
decir que también eres buen cocinero!
Con voz pausada y grave prosiguió:
— “Todo exG.N., tiene la obligación de cumplir cualquier
misión, toda tarea relacionada con la rutina diaria del campamento o del
acantonamiento. Ese cuento mal echado surge porque yo fui, durante algún
tiempo, jefe de las bodegas de avituallamiento. Ahí despachaba todos los
pedidos de la tropa. ¿El que no me conoció es porque no estuvo ahí? ¿Si estuvo
en la Guardia, saben que Fabio Alberto Salgado Rodríguez, mejor dicho, “Somoza”
fue miembro del Primer Batallón Blindado y después fui miembro del Batallón de
Combate General Somoza, fundado el 1º de diciembre de 1956”.
— ¡Sí, desde luego! Murmuré, sin tener idea hasta dónde me
permitiría llegar con mis preguntas.
Yo, no aguardaba precisamente una confidencia importante,
capital y decisiva, pero la plática fue internándose…
Entre los datos confiados, en ese agitado día, supe que “El
Kaibil”, bautizado como Fabio Alberto Salgado Rodríguez, fue parte de los 160
soldados de Nicaragua enviados a combatir en la República Dominicana junto a las
tropas interventoras norteamericanas pertenecientes a la primera Brigada de la
82ª División Aerotransportada que aplastó el levantamiento armado popular del
Partido Revolucionario Dominicano (PRD) y el Movimiento Revolucionario 14 de
Junio, surgido en apoyo de Juan Bosch.
Llegué a convencerme que ese hombre –el dizque cocinero— era
testigo “ciego y mudo” de interioridades insospechadas e inimaginables. Así, en
febril relato me dio algunos detalles de su participación en Río Blanco y
Waswala, antes y durante las maniobras de contrainsurgencia de la operación CONDECA, Águila VI, que agrupó en 1976 a
miles de soldados enviados por las dictaduras de El Salvador y Guatemala.
DOS NIETOS “OCULTOS” EN LA DINASTÍA SOMOCISTA
Este asunto ya no era
sólo de mera filiación militar, la historia completa surgía del verdadero
apellido, el “disfrazado” origen genético, conservado bajo otro nombre consignado en la
cédula de identidad ciudadana emitida por el Consejo Supremo Electoral de
Nicaragua. Entonces, en esa misma captación, debía ampliar y desembrollar el
parentesco, además del derrotero a través del “Somoza” sustituido por el
“Salgado Rodríguez”.
Aquellas conversaciones me dejaron muchas veces pensativo. A
partir de entonces comencé a buscar otros datos, conclusiones claras. Decidí continuar
y requerí explicaciones:
— ¿Por qué los Guardias te decían “Somoza”?
— “Soy nieto del General Anastasio Somoza García”, sobrino
de Luis y de Anastasio Somoza Debayle, porque mi padre fue Papa Chepe”.
— ¿Eres hijo de José Rodríguez Somoza?
— “¡Sí! y él también fue el padre de Reinaldo Salgado
Rodríguez, ya fallecido, quien alcanzó el grado de Tnte. G. N., y lo mataron
durante los combates contra Germán Pomares en Jinotega. Sólo me quedó otra
hermana que vive en los Estados Unidos, ella se llama Yolanda Mercedes Medina
Salgado, casada con un señor de apellido Wong, que fue dueño de un supermercado
por donde inicia la carretera a Masaya.
— ¿Pero tiene otros hermanos por parte de padre?
FABIO ALBERTO SALGADO RODRÍGUEZ |
JOSÉ RODRÍGUEZ SOMOZA (AL CENTRO). Es evidente el parecido físico con FABIO A. SALGADO RODRÍGUEZ |
— “Es cierto, pero esa gente jamás mantuvo relaciones con nosotros.
A “Papa Chepe” esos le salieron “virecos, eran cuatro hijos: José, Julio,
Miguel y Leonel Rodríguez Abrego”.
— ¿Cómo fue tu niñez y la de tus hermanos?
“Todos crecimos distantes de “Mama Julia”, doña Julia García
de Somoza, que habitaba en la hacienda El Porvenir, en San Marcos, Carazo. Nuestra
madre fue una humilde trabajadora, primero allá en Carazo, y después en la
Hacienda Santa Feliciana cercana a Tiscapa, en toda esa extensión, ahí donde
fue el restaurante Los Gauchos. “Papa Chepe” nunca nos reconoció como hijos legítimos,
pero su esposa, doña Leonor Abrego nos conoció, sabía de nuestra existencia. Todo sucedió
igual a la relación escondida de mi abuelo con mi abuela llamada Claudia
Rodríguez Sánchez, ella hacía quehaceres en la hacienda El Porvenir, y de esa
relación nació mi padre, José Rodríguez Somoza”.
— ¿Por qué ingresaste a la Guardia Nacional?
— “Yo trabajaba en la hacienda Santa Feliciana, y después
decidí incorporarme a la vida militar, en donde nunca tuve ningún privilegio y
empecé como soldado raso”.
— ¿Fuiste procesado en los Tribunales Populares
Antisomocistas?
— “¡Ya ves…! Me condenaron a 30 años de prisión, pero jamás supieron quién era yo, en realidad. Con el indulto de la Violeta quedé libre”.
— ¿Puede decirme la circunstancias de tu traslado a esta
fábrica, para trabajar como reo al servicio del Sistema Penitenciario Nacional?
— “No me vas a creer, pero esto se le debo a una mujer
casada con un coyol del FSLN, ella llegó a la Cárcel Modelo y me miró entre los
presos, nos conocíamos desde antes, se me acercó y me dijo que ella me ayudaría
a salir, después me trasladaron a la Chiltepe, y aquí estoy contando la
historia”.
— ¿Quién es esa mujer?
— “Esta viva y tiene
un buen puesto, mejor dejémoslo ahí”.
— ¿Dónde están tus familiares, tu anterior esposa e hijos?
— “Tengo varias hijas, ellas nacieron en León, que por
cierto prefiero no ir mucho por esos lado, ahí dejé algunos enemigos… Una
trabaja como profesora en la UNAN. Ellas ya están casadas y tienen familia. Con
ellas me veo, cuando puedo”.
EL ASESINATO DE BILL STEWART EN UNA CONFESIÓN ESCUETA PERO CLARA
Todo empezó durante otro breve intercambio con aquel guardia,
entre nosotros hubo opiniones encendidas, opuestas, relacionadas con el
desarrollo de la guerra en los barrios orientales de Managua. A Fabio Alberto
Salgado Rodríguez y al suscrito nos separaban muchas cosas, convicciones y
valores diametralmente opuestos, pero también, en aquellos recuerdos, en donde
a mí me interesaba oír, desentrañar, también estuvimos separados por el cauce
que atraviesa el barrio Riguero y corre paralelo a la pista de Residencial El
Dorado, el reparto en donde, en la primera cuadra queda mi casa. De un lado la
guerrilla, del otro, la Guardia somocista. Ya había escuchado que él –durante
la insurrección final, había operado en esa zona, y, ¡repentinamente! a mi interlocutor
lo “traicionó” el pasado, o derivó en la psicología del criminal… aunque este
sujeto no era el Raskólnikov de Crimen y Castigo con “el alma torturada y una
conciencia llagada en carne viva”.
EL ATAÚD DE BILL STEWART EN EL AEROPUERTO DE MANAGUA |
En el habla de este sujeto era usual escuchar la expresión
“darle agua”, la empleaba cuando polemizaba con algún contradictor –del ámbito de trabajo— lo increíble es que lo
tomaban como algo irrelevante, propio de un bromista, sin embargo, ese era el
lenguaje acostumbrado por los Guardias durante la perpetración de muchos
asesinatos atroces.
Miles de televidentes de diversos países quedaron atónitos
ante uno de los dos crímenes perpetrados en las calles del populoso barrio
Riguero en la mañana del día 20 de junio de 1979. La filmación mostraba al hombre
indefenso, puesto de rodillas y después acostado boca abajo sobre el pavimento,
dispuesto así por aquel Guardia Nacional al servicio de la dictadura somocista,
que a continuación le asestó varios disparos de fusil, causándole la muerte
inmediata.
Cursaban los días que conducirían al triunfo militar del 19
de Julio, la revolución triunfante que marcó el feliz momento en que fue derrocada la dictadura precedida por Anastasio
Somoza Debayle. La persona asesinada por aquel Guardia Nacional que actuó en
compañía y complicidad de otros miembros de esa patrulla militar, fue el
periodista Bill Stewart, de 37 años, quien trabajaba para la ABC News con sede
en los Estados Unidos de Norteamérica; minutos antes, esos mismos guardias
habían ultimado al traductor de Stewart, un
joven nicaragüense, de 27 años, cuyo nombre era Juan Francisco Espinoza
Castro.
El asesinato de Bill Stewart está incluido en el
irreprimible comportamiento criminal de la Guardia Nacional engendrada y
mantenida bajo los dictados del sistema de gobierno somocista. Los crímenes
perpetrados no pueden ser objeto de simples explicaciones de la conducta humana
aislada, es imprescindible juntar diversidad de hechos e interpretarlos desde
la sociología y la psicología, elaborarlos a partir de los diversos componentes
y antecedentes de la sociedad nicaragüense.
La orientación de la delincuencia tiene, según de dónde ella
provenga, las justificaciones más asombrosas, tanto así por ilógicas, como por
la irracionalidad o puerilidad mostrada
por los hechores o por aquellos adyacentes del contexto criminal, con interés
de sostenerlas. Así hemos conocido la fría impasibilidad donde el discurso
justifica brutalidades y barbaries. Del
crimen de Bill Stewart, la familia Somoza ha esgrimido:
"Puede ser cierto de que a ciertos oficiales de la
Guardia Nacional se les pasó la mano, cometieron excesos, no cabe duda. Lo de
Bill Stewart, el periodista norteamericano, fue horrible, lo vimos en la
televisión, eso fue lo que no toleraron los Estados Unidos. No obstante, no
todos saben que aquel oficial de la GN ya había estado más de dos semanas en
combate, perdió los estribos e hizo una barbaridad, eso no es correcto, pero hay que ver los dos lados del
cuento."[1]
Ahí, en las diversas versiones de la familia Somoza siempre
estuvo la complicidad, el oxígeno del monstruo draconiano. La columna vertebral
o el aparato de sostén del somocismo siempre fue el asesinato, selectivo y
serial. Eso quedó demostrado otra vez, cuando los camarógrafos Jim Céfalo y Jack Clark lograron
grabar la muerte de Stewart, ya no estábamos ante la conocida “ley fuga”, del
prisionero muerto al “intentar” escaparse, esa vez el asesino y la víctima
quedaron en el testimonio fílmico.
SOMOZA, MENTIROSO Y
CONTUMAZ, PROTEGIÓ AL SOBRINO
Reinaldo y Fabio, de apellidos Rodríguez Salgado,
paradójicamente, los “Somoza ocultos”, fueron los únicos de la dinastía que
estuvieron en un frente de batalla en contra de las fuerzas populares del
Frente Sandinista de Liberación Nacional. El primero murió en combate, y el
otro, con la propia mano criminal de un Somoza terminó de ponerle la lápida a
la tenebrosa dictadura que su familia amamantó.
Ahora, repasemos con la ayuda de un artículo periodístico,
elaborado treinta años después a partir de diversas fuentes, lo que rodeó e
implicó el asesinato de Bill Stewart:
“El gobierno de Anastasio Somoza informó que a Bill Stewart
y Juan Francisco Espinoza los había matado un francotirador sandinocomunista.
En ese momento Somoza no sabía que existía la grabación en la que se aprecia al
guardia golpeando y disparándole a Stewart. La grabación, transmitida después
desde la habitación 307 del Hotel Intercontinental, le dio la vuelta al mundo y
era repetida constantemente por la televisión estadounidense”.
“Un día después de los asesinatos, la asociación de
periodistas extranjeros, encabezados por un periodista del periódico Washington
Post, leyó un documento de protesta a Somoza durante una conferencia que
brindaba el mandatario”.
“El rostro de Somoza estaba desencajado. Le habían
descubierto la mentira con la que quería deslindar responsabilidad en los
asesinatos e incriminar a los sandinistas. Los Estados Unidos rompieron
relaciones con Nicaragua inmediatamente”.
ANASTASIO SOMOZA DEBAYLE |
“Otras versiones periodísticas informaron después que el
guardia era de apellido Álvarez y que
había llorado el día en que el nuevo gobierno sandinista lo enjuició, pero
personas que conformaron el Poder Judicial en los primeros años de la
revolución sandinista dijeron no recordar si se había enjuiciado o no al
asesino de Bill Stewart”.
“El periodista Nicolás López Maltez considera que los
guardias que mataron a Stewart y a Juan Francisco, si es que eran diferentes
personas, aún es un secreto, porque no cree en la versión de que murió en
combate contra los sandinistas”.
“El capitán Justiniano Pérez, segundo jefe de la EEBI,
indicó en una entrevista que le hizo el periodista Fabián Medina que los
guardias que habían actuado en contra de Stewart y Juan Francisco lo habían
hecho por un estrés tremendo y sin que nadie se los ordenara”.
“Fue la acción de un solo sargento”, dijo Pérez, quien agregó que el guardia fue relevado y después de la guerra no supo qué pasó con él y que también desconoce si fue sancionado o no”.
Extracto de la crónica: "Imágenes de la ejecución de un reportero", elaborada por Félix Pacheco
“La crónica resulta horripilante. En primicia…
"De la patrulla de seis o siete, se adelanta un guardia, del
que sólo se ha sabido que se apellidaba
Álvarez y que lloró con amargura
ante un tribunal sandinista. El guardia echa el alto. De los tres
periodistas (Bill, Cefalo y Clark) que viajan con el intérprete y el conductor
en una furgoneta por la Pista Portezuelo y acaban de desviarse para tomar la
avenida de los Mártires del 1º de Mayo, dos se guarecen entre los matorrales y
desenfundan las cámaras, a la vez que se adelanta Bill como responsable del
equipo. Enseña su acreditación de prensa y trata de decir que no habla español
y que es periodista gringo".
"El guardia encañona a Bill y le grita: “Ponte de rodilla,
hijueputa, ponte de rodillas”. Bill, que lleva pantalón blanco, camisola de
manga corta a cuadros, de cuello desabrochado y raya marcada al lado izquierdo
del pelo –muy negro, sin canas-, se arrodilla con los brazos en cruz, pide
clemencia y suplica: “No (hablo) español, no español, yo periodista”. El
militar ordena a Bill que se tumbe: “¡Acostate, hijueputa!” Bill se tumba boca
abajo.
EL CAMARÓGRAFO DE STEWART JUNTO AL ATAÚD |
El reportero levanta la cabeza, con mirada derrotada y
suplicante, a la vez que repite: “No español, yo periodista, yo periodista”.
El guardia, que sostiene el arma con ambas manos, la deja de
pronto en la izquierda sólo, avanza de nuevo hacia Bill y, sin piedad, acciona
con la derecha el subfusil apuntando a la nuca de aquel cuerpo tendido en el
suelo y que de repente salta sobre los adoquines, casi simultáneamente con el
disparo".
UNA ESTRATAGEMA
FALLIDA
La escena de la ejecución de Bill ha durado 42 segundos, tan
largos y espantosos como los 42 años que llevaba la dinastía de Somoza
masacrando a Nicaragua.
A continuación y a sangre fría, los guardias matan al
intérprete, el nicaragüense Juan Espinosa Castro.
Los mismos guardias urden la estratagema de eliminar
testigos. Su idea era matar también al conductor de la furgoneta, Pablo Tiffer,
y a los otros dos periodistas, arrojando después los cadáveres a una cuneta de
zonas frecuentadas por el FSLN (Frente Sandinista de Liberación Nacional), para
echar la culpa a los guerrilleros antisomocistas.
En su intento de salvar el pellejo, Tiffer convence a los
guardias de que él dirá que los autores del asesinato fueron efectivamente los
sandinistas. Los guardias caen en la trampa de Tiffer, el cual, con ayuda de
los otros dos reporteros, recoge el cadáver de Bill y lo lleva al hotel
Intercontinental, junto con el material filmado.
El invento de la patrulla no cuajó y la Guardia Nacional
difundió el siguiente comunicado: “En el día de hoy, cuando viajaban en su
coche `Mazda´, en cumplimiento de su trabajo, perdieron la vida al aproximarse
a una barrera de la Guardia Nacional, en el barrio Reguero, en el sector
oriental, el periodista norteamericano Bill Stewart, de la `ABC News´, y el
ciudadano nicaragüense Juan Francisco Espinosa Castro, que le servía de
intérprete.”
[1] Las últimas horas del poder. Artículo publicado en: Semanario 7 Días, Edición 303 del 12 al
19 de julio del 2001. Entrevista a los
hermanos Luis Ramón Sevilla Somoza y Alejandro Sevilla Somoza.
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