ANÉCDOTAS DEL GRAL. MONCADA: UNA PITONISA EN VENECIA. Por: Juan García Castillo. En: El Centroamericano.
León, 24 de junio de 1967.
JOSÉ MARÍA MONCADA TAPIA |
El Presidente Moncada inauguró la costumbre de las
residencias de verano de los Presidentes. La suya era la Quinta Venecia , situada a
orillas de la laguna de Masaya, al lado de Motastepe.
Una vez el extinto Presidente Somoza García se
trasladó a la “Isla del Amor”, la Isla de los Pájaros en el lago de Managua, y que por cierto
hasta se produjo el milagro de que el gobernante se convirtiera en escritor de
leyendas románticas, ofreciendo una prosa sobre la isla que le servía de
residencia.
Se hizo costumbre que los reporteros, durante cada una
de las épocas en que esos gobernantes gustaban vivir a orillas de un lago o de
una laguna, fueran hasta allá para las entrevistas.
El Presidente Moncada, un domingo invitó a los
reporteros de los diarios de Managua para que fueran a pasar un día en su
propiedad “Venecia”.
El extinto don Fernando Córdova, que era
Sub-Secretario de Fomento, fue el encargado de conducirnos en automóviles.
Pero no íbamos solo nosotros los reporteros, sino que
también formaban parte de sus invitados un argentino, que se decía médico
psíquico-analítico y su señora esposa, una guapa “gaucha”, que era Vidente, Adivinadora del Porvenir.
Llegamos a “Venecia”. El general Moncada, como
anfitrión, estuvo magnífico. La frase irónica del Gobernante, la puya
inteligente, para éste y el otro compañero. Ninguno quedamos indemnes de la
ironía presidencial.
A eso de las tres de la tarde, el general Moncada
principió a dar muestras de cansancio, talvez de los concurrentes, aunque no de
la guapa gaucha y dijo a ésta:
---Señora, usted que adivina el futuro, que conoce el
porvenir, quiere venir a este salón del segundo piso para que me augure mi
futuro. Pero debe venir usted sola, porque no quiero que nadie se de cuenta de
sus augurios.
La vidente subió al segundo piso, quedando su esposo,
el médico psicoanalista en el primero, con nosotros.
La sesión duró más de una hora. El doctor argentino,
se mostraba inquieto y miraba con recelo al centinela que estaba con el arma
calada en el primer peldaño de la escala que conducía al segundo piso.
Nosotros nos vinimos a eso de las cuatro de la tarde y
el doctor argentino quedó allí, esperando que su esposa terminara de augurarle
el porvenir al general Moncada. El general gustaba mucho que las mujeres
hermosas le predijeran su futuro. Era una de sus debilidades. Al día siguiente,
la pareja de argentinos se fue de Nicaragua.
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