--No sabía que usted fuera gallina, con pescuezo y todo; ni que su cuerpo fuera como un violón, con cuerdas y clavijas.
Aquí la viejecita dejaba escapar una risita nerviosa, y protestaba moviendo negativamente la cabeza:
--Usted me comprende, doctorcito.
--Bueno, pues vamos a ver cómo aflojamos esas cuerdas y aliviamos ese cólico.
--Pues verá, no es que quiera dármelas de sabia, pero yo bien recuerdo que mi tía Carmita, que siempre padeció los mismos malestares, se curaba como con la mano frotándose el pes... digo, el cuello con aceite eléctrico, y la barriga con manteca de azahar serenada, entibiaba un ratito en el sol, para que vaporizara el hielo de la noche. ¡Ya le digo! ¡Era como con la mano!
El doctor Socarrón contenía una sonrisa, y escuchando pacientemente aquellas magníficas recetas, contestaba pausadamente, con gran seriedad y convicción:
--Pues de esos mismos medios nos valdremos ahora, sólo que convenientemente reforzados, como lo aconseja el adelanto de la ciencia. Usted verá: el aceite eléctrico le agregaremos unos granitos de alcanfor sublimado, ¿sabe usted?, para penetración, y adiós cuerdas reventadas... ¡perdón!, encogidas o adoloridas; y para el cólico, pues la misma mantequita de azahar serenada, sólo que mezclada con unas gotitas de yodo oficinal, del inglés, el del cabrito, por cualquier cosa, y una raspadita de nuez moscada española, que es la mejor, porque la nuez moscada encauza los aires por su buen camino, que es lo que necesitamos, y por eso se la ponen a los pudines, para contrarrestar los efectos del huevo y del polvo Royal, que son tan coliquientos.
La viejecita había escuchado absorta aquella sesuda exposición científica; y tragando gordo y con los ojos aguados, exclamó:
--¡Milagro! Milagro de mi doctor Socarrón y mi San Ramón! ¡Ya no tengo dolores! Son tan buenas esas unciones, que con sólo nombrarlas, los dolores se espantan, pero que me las preparen, por si las moscas. ¡María! ¡Buscame el trisagio de San Ramón para rezárselo a mi doctorcito antes que se vaya!
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