Doña Margarita Debayle de Pallais, recuerda, como si fuera ahora, los días en que ella inspiró el poema del famoso Rubén Darío. En: Bohemia, 25 de Junio de 1965.
Es cierto que sólo las personas de gran sensibilidad, son capaces
de disfrutar con el tiempo de los gratos recuerdos. Si en alguien puede tener
plena aplicación este pensamiento es en Margarita Debayle viuda de Pallais la
musa infantil de Rubén Darío.
La Margarita de hoy, honorable matrona a quien sus hijos
y nietecitos rodean con animada
algarabía en demanda de una caricia tierna y espontánea, dista mucho de ser la
Margarita de ojos dulces y soñadores con cuyos dorados bucles jugueteaba el viento
de la playa, cuando un día el poeta le preguntó “Margarita ¿quieres que te
cuente un cuento?” Sin embargo ambas poseen algo que las confunde e identifica,
que las pone fuera de la acción transformadora del tiempo, y ayer como hoy,
hace palpitar con igual emoción las gratas impresiones. Ese algo es el mismo
aliento que inspiró a Rubén, un día en la playa, junto al rumor de las olas en
una tarde otoñal.
Las almas nobles y delicadas se buscan y se juntan,
Margarita era una niña, y Rubén, el poeta laureado que retornaba al solar
patrio en busca de sosiego y redención. Aquella tarde, cuando Darío y la niña
se encontraron en la playa, él le hizo un cuento a la manera de los poetas: “Margarita
está linda la mar, y el viento trae esencia sutil de azahar…”
Margarita Debayle vive hoy, vivirá siempre, rodeada de muchos
recuerdos del gran vate nicaragüense. Con verdadera devoción conserva sus cartas,
fotos y versos manuscritos. Ama con ternura cada objeto, y cuando habla de
Rubén, lo hace con mística y sentimental inspiración. Parece como si escuchara
todavía en su boca: “Este era un rey que tenía un palacio de diamantes… y una
gentil princesita, tan bonita Margarita, tan bonita como tu…”
La vida de los hombres, como el curso de los ríos, nunca retorna
a sus cauces originales; pero a veces es posible revivir los recuerdos que el tiempo
se ha llevado para siempre. Esto es lo que Margarita Debayle hace cada vez que
evoca el nombre de Darío. Lo revive en su recuerdo, y en su palabra entusiasmada,
parece haber un aleteo, el mismo quizás, que escuchaba el poeta cuando bajaban
hasta su lado los ángeles de la inspiración.
--“Me pienso en otros sitios a ratos, los sitios en que de
niña contemplé de cerca al poeta insigne. Yo no fui nunca capaz de imaginar
entonces la significación del encuentro, la importancia de ser Margarita, la
musa de Rubén Darío”, dice la viuda de Pallais, mientras acaricia material
autógrafo de Darío.
Doña Margarita Debayle, viuda de Pallais, es una dama con
fortuna poética. Ni un solo gran inspirado de su tierra ha dejado de
consagrarle versos, Fernando Buitrago Morales en junio 11 de 1920 le decía: “Margarita,
me han dicho que el estanque, profundo y apacible de tus ojos, forma espejos
muy hondos”.
Alberto Ordóñez Argüello también le dijo: “Ay Margarita
Debayle, dulce madam de Pallais, vengo de la mar y estaba oscura de la guerra
cruel. No era la mar de tu cuento, linda mar que vio Rubén”.
El hombre que a fine del siglo pasado deslizó una emoción nueva
en la poesía de habla castellana tenía en el notable médico Luis H. Debayle, a
uno de sus mejores amigos. Doña Margarita, la heredera legítima de los papeles
de su padre, tiene con orgullo las cartas y tarjetas cruzadas entre su padre y
Darío.
Era el año de 1908. Ya Rubén había dejado de ser, hacía
mucho tiempo, el poeta niño. “Azul” lo había lanzado a la fama en Chile. Luego
vendrían Buenos Aires, Nueva York y París. Ocho años antes de que muriera en la
ciudad de León, dejó en el álbum de la pequeña Margarita su poema famoso: “Margarita,
está linda la mar”.
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