martes, 3 de junio de 2014

INSTITUTO PEDAGÓGICO DE  MANAGUA: HISTORIA DE UNA CENTURIA DE  CONTRASTES

Por: Eduardo Pérez-Valle hijo

El Instituto Pedagógico de Managua, en cuanto a la enseñanza siempre fue un centro de prestigio, marcado por apellidos y por capacidad de pago colegial. Esta institución  nunca fue ajena a los variados contrastes educativos y coyunturas políticas del país. Digámoslo así, en estos cien años, fue un sitio de ideas combinadas, entre educadores y educandos. El crédito de la actual centuria  incluye los aciertos de esa política educativa, renovada,  trasladada de una generación a otra, en las que, algunos períodos fueron más centelleantes que otros.


Instituto Pedagógico: 1946. 1ª fila, sentados de izq. a derecha: 
Profesores: Felipe Valenzuela; “El Cura Avellán”; Francisco Granados. Alfredo Cardoza Solórzano; Juan Barbieri. 2ª fila, sentados: Hno. Hipólito; Hno. Antonio Garnier; Dr. Emilio Álvarez Lejarza; Hno. Eugenio. Prof. Cristino Paguaga.  3ª fila de pie: Mr. Allan E. Burn; Carlos H. Ramírez; Dr. Cayetano Espinoza Valdés; Abelardo Matus; Hno. Basilio; Dr. Joaquín Morales Cruz; Hno. Bernardo; Hno. Argeo Gabriel y profesor Pablo Hernández. 4ª fila de pie: Prof. Gilberto Moreira; Hno. Gil; sin identificar; Hno. José; Prof. Eduardo Pérez-Valle.

Desde su fundación, en 1913, muchos esclarecidos personajes participaron en los primeros treinta años de docencia; también, entre el profesorado siempre hubo destacados exalumnos. En los años 40, ese conjunto de educadores fue resultado de la conjunción de un notable claustro de Hermanos Cristianos, de reconocidos profesionales, complementado por destacados estudiantes universitarios de la Universidad Central de Nicaragua.  

De esa época educativa conservamos dos viejas fotografías, resguardadas en nuestro archivo histórico, las que fueron tomadas hace 67 años. Ellas vinieron en mi ayuda para relatar esta primera parte de sucesos lasallistas, a la que tuve el honor de ingresar como párvulo del jardín de infancia, y  en cuyas aulas de  forma continua asistí a clases durante otros doce años.  

Pues bien,  a finales de los años treinta, y en la primera mitad de los cuarenta, unidos en ese trabajo docente participaron los siguientes Hermanos Cristianos: Antonio Garnier (Antonio Hipólito Madaule), Argeo Gabriel, Hipólito (José Rivet), Bernardo, Eugenio, y Basilio. El doctor Alfredo Cardoza Solórzano es a la sazón, el único profesor laico, lasallista de aquellos años que está con vida, ya se aproxima a los cien años de edad.

Alfredo Cardoza Solórzano, Carlos Frixione, y mi padre Eduardo Pérez-Valle quien tuvo a cargo asignaturas de Dibujo, Ciencias Naturales, y Geometría Plana y del Espacio, fueron profesores del IPM en ese período, y a la vez, estudiantes universitarios de la Universidad Central inaugurada el 15 de septiembre de 1941, cuyo cierre definitivo lo ordenó el régimen somocista el 2 de julio de 1946, decisión adoptada “por subvertir el orden [los estudiantes], abandonando sus tareas universitarias”.

Los estudiantes universitarios también fueron precursores de la Escuela Anexa del Instituto Pedagógico de Managua, donde eran admitidos niños  cuyos padres afrontaban dificultades para sufragar colegiaturas.

De esos predecesores no menos definitorios fueron el doctor Emilio Álvarez Lejarza, el doctor Cayetano Espinoza Valdés, doctor Felipe A. Valenzuela, doctor Tomás Zamora Prado; los profesores y, más adelante graduados como doctores en diferentes ciencias: Paulo Hernández, Carlos Humberto Ramírez, Abelardo Matus, Cristino Paguaga, Francisco Granados, Juan Barbieri, Francisco Martínez, el profesor Avellán a quien los estudiantes le decían “El Cura Avellán”. Joaquín Morales Cruz. En el grupo hubo dos inmigrantes radicados en Nicaragua: Hans Ravens Immo, de ascendencia alemana, llegó a Nicaragua allá por 1935; y el profesor de ascendencia inglesa, Mr. Allan Edwin Burns, quien años más tarde fundó la Escuela de Inglés Hamilton.

Tres profesores laicos de aquella generación fueron los que dieron el servicio más prolongado en las aulas del Pedagógico: el doctor Ricardo Paiz Castillo, Francisco “Panchito” Martínez, y  Abelardo Matus, por más de cuarenta años siempre vistieron de saco y corbata en el solemne acto de educar. Así los conocimos la generación lasallista de los años 70s. En cuanto al profesor Matus, impartió clases por más de dos décadas. A finales de los años sesenta vivió en el barrio Buenos Aires, costado Sur del colegio Bautista.

No todos los recuerdos quedan en el lugar que merecen. Anteriores y posteriores épocas a la referida, no tenían como escapar de la tornadiza política nacional, en ese sentido es imprescindible recordar ejemplos no menos importantes de notables exalumnos del IPM que derivaron en una posición patriótica, nacionalista, más comprometida con su época.

Con certeza, siempre hubo alumnos querellados con la supuesta educación “apolítica” dentro del IPM, o que derivaron en situaciones más comprometidas con la dramática realidad nacional.

En la juventud del consagrado intelectual, don Edelberto Torres Espinoza, formaba parte del estudiantado del Instituto Pedagógico de los Hermanos Cristianos, de Managua; Torres Espinoza había sido escogido para leer una composición literaria ante nutrida concurrencia. “Su trabajo fue, de previo, censurado. Al acto concurría el entonces Presidente de Nicaragua, Emiliano Chamorro y altos oficiales de la Marina de los Estados Unidos, que mantenían a dicho régimen. Veía elevarse todas las mañanas frente a su colegio, la bandera de las barras y de la estrellas. Comenzó a leer; pero, en cierto momento, inspirado por el patriotismo (apartándose de los escrito), dijo: --Bandera mía de Nicaragua, iluminada antes por las estrellas del cielo y oscurecida ahora por las estrellas del Norte--. La falta fue considerada imperdonable; y el joven Torres hubo de salir hacia Guatemala a completar estudios”.

Durante mi época de estudio, destacan dos entrañables compañeros de colegio, ambos tenían la sensibilidad de los poetas, eran jóvenes de elevada conciencia social, de palabras sin antifaz; pero la heredad fue menos fecunda porque murieron tempranamente. A José Mendoza le decíamos “Chepe Huevo”, porque a final de cada mes la tijera y el peine dejaban ver un cráneo un tanto oval. Fue consecuente con sus ideas sociales, heredadas en bellos poemas reunidos en un libro  in memoriam  que publicó el Centro Nicaragüense de Escritores.

Mendoza se dedicó a combatir con firmeza a la dictadura somocista; después del triunfo militar decidió defender la revolución sandinista; más tarde tomó el camino de la lucha internacionalista junto a guerrilleros argentinos del Movimiento Todos por la Patria que el 23 de enero de 1989 atacaron el Regimiento de Infantería III de La Tablada, en la república de Argentina. Ese día Mendoza escribió los últimos y más bellos versos elegíacos de la vida. ¿Dónde estará enterrado? A ciencia cierta, nadie lo sabe, --dicen que su cuerpo quedó en una fosa común--; cada vez que abro la correspondiente Memoria anual del IPM, me encuentro con su rostro sonriente. Dicen por ahí, que fue él y no otro el que puso rodilla en tierra, con el lanzacohete al hombro para montar a Somoza Debayle en la barca de Caronte.

Diré que entre nosotros, los alumnos lasallistas de los decisivos años insurreccionales, hubo un buen grupo de conspiradores antisomocistas de diferente envergadura. Por esos días nadie daba indicios de lo suyo, algo que sólo un encuentro inesperado podía cambiar. Reservado e inadvertido pasó Carlos Romero Vega, nuestro compañero al que lo distinguía escribir versos, encontrar acordes, y rasguear la guitarra en los momentos de recreo.  Estábamos en cuarto año de secundaria, cuando compuso  la canción “Gaviotas de alas blancas”, la que obtuvo un lugar cimero en el concurso local de la Canción OTI. Carlos murió el 16 de enero de 1979, cambió la guitarra por el fusil en el Frente Sur “Benjamín Zeledón”.

Alguien dijo con total certeza que la verdadera educación es la que puede reconocerse en el pueblo, en los ciudadanos cuyo legado es indeleble. Esa generación de los años 30 y 40 permanece viva, lo demuestran los abundantes y buenos frutos de las sucesivas generaciones.  



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