“La Historia, Tribunal de Última Instancia”
NICARAGUA TUVO SU CASO DREYFUS. Por el Dr. Emilio Álvarez Lejarza.
En: La Prensa, 5 de agosto de 1969.
Nota de
Redacción. – Hace casi un siglo y medio, exactamente en 1828,
precisamente en el mes de Agosto, Nicaragua tuvo su caso Dreyfus. José Anselmo
Sandoval, Comandante General de Granada,
fue juzgado por traición. El proceso estuvo rodeado de cierta atmósfera
de intrigas, de maniobras de elementos que pretendían eliminar a Vado para
ascender políticamente.
Vado fue condenado a destierro, pero
cuando lo sacaron para llevarlo a San Juan del Norte, alguien lo acuchilló. El
caso cobró sensación en la primera mitad del siglo XIX, pero después se diluyó
en el tiempo y los documentos que se guardaron fueron muy pocos. Sin embargo,
116 años después, (en 1944) el historiador y político Dr. Emilio Álvarez
Lejarza logró reconstruir el proceso y comentarlo. El Dr. Álvarez tituló su
artículo con el mismo título con que lo encabezamos hoy: “La historia es
Tribunal de última instancia”.
El autocabeza levantado por el Juez
de Granada en 1828 decía: “Siendo repetidas las denuncias que este Juzgado ha
tenido de la negra e infidente disposición en que se hallaba en días pasados el
Con. Comte. Gral. de esta Plaza José Anselmo Sandoval de hacer entrega de ella
al partido beligerante en Managua y Nicaragua (Ch) para investigar la verdad
del hecho…
Como se ve, ya el juez estaba
prejuzgando al referirse a “la negra e infidente disposición” del Comandante
General de la Plaza, José Anselmo Sandoval… Y el comentario que el Dr. Álvarez
Lejarza escribió, tanto sobre los antecedentes políticos del proceso, como
sobre éste y su terrible desenlace, es el siguiente:
I
El proceso
por traición seguido contra José Anselmo Sandoval Vado ha permanecido
arrinconado por espacio de 116 años.
Se salvó de
la incuria de los hombres y de la vorágine de nuestras guerras; y de los
incendios y terremotos, sabe Dios como…
José Anselmo
Vado nació en Granada en 1794. En 1826, fecha de su asesinato, tenía esposa y
tiernos hijos. Su cuñado don Nicolás de la Rocha (A) alcanzó muy buena
reputación y era hombre de consejo.
Fue uno de
los próceres de 1811 y 1813, progenitor del jurisconsulto don Jesús de la
Rocha, del historiógrafo don Pedro Francisco, del lingüista don Juan Eligio, y
de otros que tuvieron posición descollante en el país, entre otros el Dr.
Máximo H. Zepeda y el Dr. Sebastián Salinas.
Don Nicolás
y sus hijos protestaron siempre por el asesinato de Vado y sostuvieron que fue
una víctima –como tantos otros— de la iniquidad de la época, tan preñada de
inquietudes, zozobras y abusos.
II
El 22 de
abril de 1825 (tres años después de la muerte de Vado) tomó posesión de la
Jefatura del Estado, don Manuel Antonio de la Cerda. Se retiró más tarde, y
entró en ejercicio el Vicejefe don Juan Argüello.
Enseguida, –aquí en Managua— tomó posesión del mando supremo don Manuel Antonio; y,
requirió a Argüello, para que le prestase obediencia. Argüello –socarronamente—
le contestó que llegaría a León a recibir las riendas del Estado.
El país se
dividió en dos bandos. Argüello dominaba León, Granada y Chontales. Y Cerda,
Managua, Rivas y Jinotepe.
No nos vamos
a detener en la narración de aquellas escenas de devastación y horror. Pero sí,
diremos, con la autoridad de Levy, que nadie podía permanecer neutral en la
contienda fratricida. Tenía que ser partidario de Argüello o de Cerda. Los dos
ellos pensaban que el que no estaba con ellos, estaba contra ellos. Con esto,
el discreto lector, podrá apreciar la situación de los nicaragüenses por
aquellos años.
Oigamos esta
narración del primer Presidente de Centroamérica, el prócer don Manuel José
Arce:
“En Nicaragua permanecían algunos
restos de la división que pacificó aquellos pueblos a principios del año 1825.
El Vic-Jefe C. Juan Argüello, que obtenía el Poder Ejecutivo de aquel Estado,
por ausencia del Jefe C. Manuel Antonio de la Cerda, instaba vivamente para que
se retirara aquella tropa; yo lo resistí con toda firmeza porque sabía las
consecuencias que iba a traer el abandono de un país enfermo de guerra civil;
pero Argüello logró favor en el Congreso; y el Gobierno ya no pudo sostener el
bien de Nicaragua. Cuando avisé al Cuerpo Legislativo que evacuaría el
territorio la pequeña fuerza de El
Salvador, que mantenía la paz entre los nicaragüenses y que con palpable
falsedad se vociferaba que los oprimía, dije: “que muy luego vería el Congreso
arder otra vez la tea de la discordia en aquel Estado”.
“A poco se encendió la guerra civil que
ha destruido lo que pudo escaparse de las matanzas e incendios del año… 1824:
Nicaragua ya no existe si no es para dar
lecciones de temor, que deben estudiar todos los que deseen regir la
República”.
“Era el Estado más precioso de
Centroamérica por todas sus cualidades y hoy es un país destrozado por el
encarnizamiento más atroz, donde han fijado su trono los asesinatos, los
robos y las violencias de todas
especie”.
“El emporio del Centro se ve regado
de escombros. Y, más que por hombres es habitado por las fieras que han
amontonado un estupendo desorden”.
“Nicaragüenses: ¿por qué no fuisteis
socorridos? ¿Por qué fuisteis desamparados? Ah, se hizo de moda contradecir,
desaprobar, todo lo que el Gobierno hacía y ésta es la causa de vuestra ruina. (Memoria
del General Manuel José Arce, Páginas 53 y 54).
LES ENVENENÓ EL ALMA
No hay tal
que hubiese lucha por ideas y ni siquiera de clases, puesto que tanto Cerda
como Argüello eran de la nobleza criolla granadina y los más destacados
patriotas del años 1811. Juntos fueron condenados a muerte y juntos sufrieron
el presidio en Ceuta, con que les fue conmutada la pena capital.
Dice Pérez
que el contacto que tuvieron estos dignos caballeros con los presidiarios de
Ceuta, les envenenó el alma; y que quizá los grandes dolores que sufrieron, les
exasperó hasta la morbosidad.
La verdad
histórica es que los dos jefes hicieron una guerra inmisericorde y feroz. Ni
Cerda ni Argüello se sentían seguros en los territorios que dominaban. Carecían
de ideales, y, es sabido que los personalismos descansan sobre fundamentos
deleznables e inseguros.
Vivían ellos
en continua zozobra e inquietud. Temían las rebeliones de los pueblos que
sojuzgaban, los cuales ya no soportaban tanta devastación y abuso y, más aún,
temían las traiciones de los militares en que confiaban.
El 14 de
septiembre de 1827, Cleto Ordóñez depuso a Argüello (B). El astuto Ordóñez
quizo dar forma legal a su rebelión y al efecto, después de hacerse rogar, tomó
posesión de la Jefatura Militar de manos del Cabildo de León y don Pedro Oviedo
quedó como Jefe Civil. Este es el mismo que el año 1830 aparece como Fiscal
Suplente de la Corte Suprema de Justicia.
Argüello
huyó a El Salvador, y quedaron frente a frente Cerda y Ordóñez. Hubo quien
pensara que era mejor vivir en paz; pero esta voz se ahogó y siguió la guerra
con el mismo encono y ferocidad.
El 19 de
junio de ese mismo año (1827) destituyó Cerda a Casanova y a Gutiérrez, los
jefes militares (colombianos) más encumbrados de su régimen. Les siguió proceso
y los fusiló. La historia –al comentar la muerte de los colombianos— más condena
a Cerda por impolítico que por injusto.
El 28 de
junio siguiente se rebeló Managua contra Cerda y aunque éste logró dominar el
movimiento armado, se trasladó a Rivas en busca de mayores seguridades.
Enseguida
cae Ordóñez, Argüello regresa al país de incógnito y se esconde en una finca
aledaña a Granada. Según Pérez, Argüello no entró a Granada porque temía a
Sandoval Vado, a la sazón Comandante General del Ejército en Granada.
El 5 de
agosto del año 1828 Sandoval Vado, como Jefe, y el Padre José María Estrada,
como segundo, asaltaron la plaza de Jinotepe con 1.800 hombres. Jinotepe estaba
defendida por Baltodano con apenas 200 hombres. La derrota de los atacantes fue
tremenda. Esta es la acción marcial llamada de Las Gamarras.
Baltodano era
un valiente: pero la historia dice que el triunfo se debió a la dirección
técnica del Licenciado don José Sacasa (Sacasas desde entonces), partidario de
Cerda.
Seis días
después de esta acción de Las Gamarras se inicia el proceso contra Sandoval
Vado en Granada. Declaran en el sumario secreto, personas que más tarde figuran
como astros de primera magnitud en el cielo de la Patria.
III
Jerónimo
Pérez (Cfr. 533) dice: que como no pudieron condenar a Sandoval Vado a pena
capital, le impusieron la de destierro; que una patrulla al mando del Capitán
Santiago Berroterán, sacó al reo de la prisión con el objeto de llevarlo al
puerto y de allí embarcarlo a San Juan del Norte; que el reo, creyendo que lo
llevaban al patíbulo, pidió sacerdote para que lo confesase, y se lo negaron, diciéndole
que nada había en su contra
Al entrar la
noche (probablemente a fines de agosto de 1928) montaron al reo en una bestia;
más como iba engrillado, le llevaba por delante Saturnino Martínez, alias
Capita.
La patrulla
con el reo salió de San Francisco, tomó dirección hacia el norte y al llegar a
la esquina, hoy de la sucesión Mondragón, dobló hacia el oriente y después
pasaron por la callejuela detrás de San Francisco.
Siguieron la
Calle del Arsenal y al llegar a la Calle del Martirio, que quizá lleva ese
nombre por lo que allí pasó, se armó el alboroto.
Hubo
disparos de arma, indudablemente al aire, pues nadie resultó herido, más que el
infortunado Sandoval Vado, de una profunda puñalada que le infirió Capita,
según unos y según otros, una tal Zamuria.
Después
Capita arrojó al suelo el cuerpo de Sandoval. Cayó éste sobre una piedra
saliente de la calle, la cual quedó manchada de sangre por mucho tiempo, como
testimonio de la iniquidad de los hombres.
Este
asesinato es el precursor del horrendo crimen de La Pelona. Los asesinos se
valieron del mismo ardid para justificarse ante la historia: dicen que sacaban
a los reos de la prisión para darles garantías; y cuando van de camino, los
asesinan.
Pero la
historia es el Tribunal de Última Instancia
IV
Afirma Pérez
que todos estuvieron de acuerdo en que Argüello y “sus amigos” ordenaron el
asesinato de Vado, pero absuelve al Padre Estrada.
En esa dura
y áspera vida nicaragüense, las traiciones y las rebeliones mantenían a los
hombres en continua inquietud. Todos se miraban de soslayo, en desconfianza
mutua terrible.
Sandoval
Vado fue derrotado en Jinotepe no obstante la superioridad de sus fuerzas y se
creyó que se dejó vencer. La “venta” palabreja que con tanta frecuencia se
repite en nuestras guerras civiles. Por otra parte, estaba ya en los aledaños a
Granada, el terrible Argüello, quien temía a Sandoval y ansiaba restaurarse en
el poder.
Vamos ahora
a filosofar. ¨Estos “amigos de Argüello”, ¿dudaban de la lealtad de Vado? Pueda
ser.
¿No sería
más lógico suponer que creyeran que tuviesen más confianza en Argüello como
Jefe Militar, que en Sandoval Vado?
¿No es más
creíble suponer que se sentían más tranquilos con la Jefatura de Argüello que
con la de Sandoval?
Puesto que
querían deshacerse de Vado, y como no eran capaces de un asesinato, pensaron en
formarle proceso a fin de deshacerse de él y al propio tiempo, facilitar el
regreso de Argüello, quien, como sucedió, en efecto, asumió el mando supremo
después de la muerte de Vado.
Ordenar el
asesinato, tan sólo Argüello era capaz de hacerlo, porque Argüello, en
diferentes ocasiones, dio muestras de ser sanguinario y feroz.
El mismo
Pérez, olvidando sus anteriores cargos contra “los amigos de Argüello”, ya al
finalizar su BIOGRAFÍA DE ARGÜELLO, pinta el cuadro de la agonía de éste (Cfr. 545).
Dice que en vez de la calma del cristiano, en trance de muerte, tuvo Argüello
la desesperación que le causaba entre otros, el espectro de Vado. A todos los
que asesinó, nombraba –dice Pérez—. “A todos les imploraba que le dejaran. Huía
del uno y encontraba al otro, hasta que la muerte lo libertó de tan terribles
visiones”.
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