jueves, 12 de junio de 2014

“La Historia, Tribunal  de Última Instancia”

NICARAGUA TUVO SU CASO DREYFUS.  Por el Dr. Emilio Álvarez Lejarza. En: La Prensa, 5 de agosto de 1969.

Nota de Redacción. – Hace  casi un siglo y medio, exactamente en 1828, precisamente en el mes de Agosto, Nicaragua tuvo su caso Dreyfus. José Anselmo Sandoval, Comandante General de Granada,  fue juzgado por traición. El proceso estuvo rodeado de cierta atmósfera de intrigas, de maniobras de elementos que pretendían eliminar a Vado para ascender políticamente.

Vado fue condenado a destierro, pero cuando lo sacaron para llevarlo a San Juan del Norte, alguien lo acuchilló. El caso cobró sensación en la primera mitad del siglo XIX, pero después se diluyó en el tiempo y los documentos que se guardaron fueron muy pocos. Sin embargo, 116 años después, (en 1944) el historiador y político Dr. Emilio Álvarez Lejarza logró reconstruir el proceso y comentarlo. El Dr. Álvarez tituló su artículo con el mismo título con que lo encabezamos hoy: “La historia es Tribunal de última instancia”.

El autocabeza levantado por el Juez de Granada en 1828 decía: “Siendo repetidas las denuncias que este Juzgado ha tenido de la negra e infidente disposición en que se hallaba en días pasados el Con. Comte. Gral. de esta Plaza José Anselmo Sandoval de hacer entrega de ella al partido beligerante en Managua y Nicaragua (Ch) para investigar la verdad del hecho…

Como se ve, ya el juez estaba prejuzgando al referirse a “la negra e infidente disposición” del Comandante General de la Plaza, José Anselmo Sandoval… Y el comentario que el Dr. Álvarez Lejarza escribió, tanto sobre los antecedentes políticos del proceso, como sobre éste y su terrible desenlace, es el siguiente:
I

El proceso por traición seguido contra José Anselmo Sandoval Vado ha permanecido arrinconado por espacio de 116 años.

Se salvó de la incuria de los hombres y de la vorágine de nuestras guerras; y de los incendios y terremotos, sabe Dios como…

José Anselmo Vado nació en Granada en 1794. En 1826, fecha de su asesinato, tenía esposa y tiernos hijos. Su cuñado don Nicolás de la Rocha (A) alcanzó muy buena reputación y era hombre de consejo.

Fue uno de los próceres de 1811 y 1813, progenitor del jurisconsulto don Jesús de la Rocha, del historiógrafo don Pedro Francisco, del lingüista don Juan Eligio, y de otros que tuvieron posición descollante en el país, entre otros el Dr. Máximo H. Zepeda y el Dr. Sebastián Salinas.

Don Nicolás y sus hijos protestaron siempre por el asesinato de Vado y sostuvieron que fue una víctima –como tantos otros— de la iniquidad de la época, tan preñada de inquietudes, zozobras y abusos.

II

El 22 de abril de 1825 (tres años después de la muerte de Vado) tomó posesión de la Jefatura del Estado, don Manuel Antonio de la Cerda. Se retiró más tarde, y entró en ejercicio el Vicejefe don Juan Argüello.

Enseguida, –aquí en Managua— tomó posesión del mando supremo don Manuel Antonio; y, requirió a Argüello, para que le prestase obediencia. Argüello –socarronamente— le contestó que llegaría a León a recibir las riendas del Estado.
El país se dividió en dos bandos. Argüello dominaba León, Granada y Chontales. Y Cerda, Managua, Rivas y Jinotepe.

No nos vamos a detener en la narración de aquellas escenas de devastación y horror. Pero sí, diremos, con la autoridad de Levy, que nadie podía permanecer neutral en la contienda fratricida. Tenía que ser partidario de Argüello o de Cerda. Los dos ellos pensaban que el que no estaba con ellos, estaba contra ellos. Con esto, el discreto lector, podrá apreciar la situación de los nicaragüenses por aquellos años.
Oigamos esta narración del primer Presidente de Centroamérica, el prócer don Manuel José Arce:

“En Nicaragua permanecían algunos restos de la división que pacificó aquellos pueblos a principios del año 1825. El Vic-Jefe C. Juan Argüello, que obtenía el Poder Ejecutivo de aquel Estado, por ausencia del Jefe C. Manuel Antonio de la Cerda, instaba vivamente para que se retirara aquella tropa; yo lo resistí con toda firmeza porque sabía las consecuencias que iba a traer el abandono de un país enfermo de guerra civil; pero Argüello logró favor en el Congreso; y el Gobierno ya no pudo sostener el bien de Nicaragua. Cuando avisé al Cuerpo Legislativo que evacuaría el territorio la pequeña  fuerza de El Salvador, que mantenía la paz entre los nicaragüenses y que con palpable falsedad se vociferaba que los oprimía, dije: “que muy luego vería el Congreso arder otra vez la tea de la discordia en aquel Estado”.

“A poco se encendió la guerra civil que ha destruido lo que pudo escaparse de las matanzas e incendios del año… 1824: Nicaragua ya no existe  si no es para dar lecciones de temor, que deben estudiar todos los que deseen regir la República”.

“Era el Estado más precioso de Centroamérica por todas sus cualidades y hoy es un país destrozado por el encarnizamiento más atroz, donde han fijado su trono los asesinatos, los robos  y las violencias de todas especie”.

“El emporio del Centro se ve regado de escombros. Y, más que por hombres es habitado por las fieras que han amontonado un estupendo desorden”.

“Nicaragüenses: ¿por qué no fuisteis socorridos? ¿Por qué fuisteis desamparados? Ah, se hizo de moda contradecir, desaprobar, todo lo que el Gobierno hacía y ésta es la causa de vuestra ruina. (Memoria del General Manuel José Arce, Páginas 53 y 54).

LES ENVENENÓ EL ALMA

No hay tal que hubiese lucha por ideas y ni siquiera de clases, puesto que tanto Cerda como Argüello eran de la nobleza criolla granadina y los más destacados patriotas del años 1811. Juntos fueron condenados a muerte y juntos sufrieron el presidio en Ceuta, con que les fue conmutada la pena capital.

Dice Pérez que el contacto que tuvieron estos dignos caballeros con los presidiarios de Ceuta, les envenenó el alma; y que quizá los grandes dolores que sufrieron, les exasperó hasta la morbosidad.

La verdad histórica es que los dos jefes hicieron una guerra inmisericorde y feroz. Ni Cerda ni Argüello se sentían seguros en los territorios que dominaban. Carecían de ideales, y, es sabido que los personalismos descansan sobre fundamentos deleznables e inseguros.

Vivían ellos en continua zozobra e inquietud. Temían las rebeliones de los pueblos que sojuzgaban, los cuales ya no soportaban tanta devastación y abuso y, más aún, temían las traiciones de los militares en que confiaban.

El 14 de septiembre de 1827, Cleto Ordóñez depuso a Argüello (B). El astuto Ordóñez quizo dar forma legal a su rebelión y al efecto, después de hacerse rogar, tomó posesión de la Jefatura Militar de manos del Cabildo de León y don Pedro Oviedo quedó como Jefe Civil. Este es el mismo que el año 1830 aparece como Fiscal Suplente de la Corte Suprema de Justicia.

Argüello huyó a El Salvador, y quedaron frente a frente Cerda y Ordóñez. Hubo quien pensara que era mejor vivir en paz; pero esta voz se ahogó y siguió la guerra con el mismo encono y ferocidad.

El 19 de junio de ese mismo año (1827) destituyó Cerda a Casanova y a Gutiérrez, los jefes militares (colombianos) más encumbrados de su régimen. Les siguió proceso y los fusiló. La historia –al comentar la muerte de los colombianos— más condena a Cerda por impolítico que por injusto.

El 28 de junio siguiente se rebeló Managua contra Cerda y aunque éste logró dominar el movimiento armado, se trasladó a Rivas en busca de mayores seguridades.

Enseguida cae Ordóñez, Argüello regresa al país de incógnito y se esconde en una finca aledaña a Granada. Según Pérez, Argüello no entró a Granada porque temía a Sandoval Vado, a la sazón Comandante General del Ejército en Granada.

El 5 de agosto del año 1828 Sandoval Vado, como Jefe, y el Padre José María Estrada, como segundo, asaltaron la plaza de Jinotepe con 1.800 hombres. Jinotepe estaba defendida por Baltodano con apenas 200 hombres. La derrota de los atacantes fue tremenda. Esta es la acción marcial llamada de Las Gamarras.

Baltodano era un valiente: pero la historia dice que el triunfo se debió a la dirección técnica del Licenciado don José Sacasa (Sacasas desde entonces), partidario de Cerda.

Seis días después de esta acción de Las Gamarras se inicia el proceso contra Sandoval Vado en Granada. Declaran en el sumario secreto, personas que más tarde figuran como astros de primera magnitud en el cielo de la Patria.

III

Jerónimo Pérez (Cfr. 533) dice: que como no pudieron condenar a Sandoval Vado a pena capital, le impusieron la de destierro; que una patrulla al mando del Capitán Santiago Berroterán, sacó al reo de la prisión con el objeto de llevarlo al puerto y de allí embarcarlo a San Juan del Norte; que el reo, creyendo que lo llevaban al patíbulo, pidió sacerdote para que lo confesase, y se lo negaron, diciéndole que nada había en su contra

Al entrar la noche (probablemente a fines de agosto de 1928) montaron al reo en una bestia; más como iba engrillado, le llevaba por delante Saturnino Martínez, alias Capita.

La patrulla con el reo salió de San Francisco, tomó dirección hacia el norte y al llegar a la esquina, hoy de la sucesión Mondragón, dobló hacia el oriente y después pasaron por la callejuela detrás de San Francisco.

Siguieron la Calle del Arsenal y al llegar a la Calle del Martirio, que quizá lleva ese nombre por lo que allí pasó, se armó el alboroto.

Hubo disparos de arma, indudablemente al aire, pues nadie resultó herido, más que el infortunado Sandoval Vado, de una profunda puñalada que le infirió Capita, según unos y según otros, una tal Zamuria.

Después Capita arrojó al suelo el cuerpo de Sandoval. Cayó éste sobre una piedra saliente de la calle, la cual quedó manchada de sangre por mucho tiempo, como testimonio de la iniquidad de los hombres.

Este asesinato es el precursor del horrendo crimen de La Pelona. Los asesinos se valieron del mismo ardid para justificarse ante la historia: dicen que sacaban a los reos de la prisión para darles garantías; y cuando van de camino, los asesinan.

Pero la historia es el Tribunal de Última Instancia

IV

Afirma Pérez que todos estuvieron de acuerdo en que Argüello y “sus amigos” ordenaron el asesinato de Vado, pero absuelve al Padre Estrada.

En esa dura y áspera vida nicaragüense, las traiciones y las rebeliones mantenían a los hombres en continua inquietud. Todos se miraban de soslayo, en desconfianza mutua terrible.

Sandoval Vado fue derrotado en Jinotepe no obstante la superioridad de sus fuerzas y se creyó que se dejó vencer. La “venta” palabreja que con tanta frecuencia se repite en nuestras guerras civiles. Por otra parte, estaba ya en los aledaños a Granada, el terrible Argüello, quien temía a Sandoval y ansiaba restaurarse en el poder.

Vamos ahora a filosofar. ¨Estos “amigos de Argüello”, ¿dudaban de la lealtad de Vado? Pueda ser.

¿No sería más lógico suponer que creyeran que tuviesen más confianza en Argüello como Jefe Militar, que en Sandoval Vado?

¿No es más creíble suponer que se sentían más tranquilos con la Jefatura de Argüello que con la de Sandoval?

Puesto que querían deshacerse de Vado, y como no eran capaces de un asesinato, pensaron en formarle proceso a fin de deshacerse de él y al propio tiempo, facilitar el regreso de Argüello, quien, como sucedió, en efecto, asumió el mando supremo después de la muerte de Vado.

Ordenar el asesinato, tan sólo Argüello era capaz de hacerlo, porque Argüello, en diferentes ocasiones, dio muestras de ser sanguinario y feroz.

El mismo Pérez, olvidando sus anteriores cargos contra “los amigos de Argüello”, ya al finalizar su BIOGRAFÍA DE ARGÜELLO, pinta el cuadro de la agonía de éste (Cfr. 545). Dice que en vez de la calma del cristiano, en trance de muerte, tuvo Argüello la desesperación que le causaba entre otros, el espectro de Vado. A todos los que asesinó, nombraba –dice Pérez—. “A todos les imploraba que le dejaran. Huía del uno y encontraba al otro, hasta que la muerte lo libertó de tan terribles visiones”.


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