domingo, 1 de junio de 2014

HUELLAS DE LA PROSTITUCIÓN EN NICARAGUA. Por: Eduardo Perez-Valle / LA "CONGA ROJA". En Semana, 1972.

HUELLAS DE LA PROSTITUCIÓN EN NICARAGUA

Por: Eduardo Pérez-Valle 


Llegué a vivir temporalmente a Granada en los días inmediatos al terremoto de 1972. Antes de esa época, hasta 1975, las circunstancias familiares nunca habían sido trastocadas en todos los órdenes. Atravesé del candor infantil que estuvo encerrado entre las paredes de mi casa en Managua, al vecindario de aparente calma y sosiego de aquella ciudad colonial, en donde al inicio de la cuadra estaba localizada la casa de mi tía Luisa, construida a finales del siglo XVIII,  donde nació mi padre, en el año 1924.

Ubicados a corta distancia de la Plaza Indígena de Jalteva,  la 1ª. Calle Sur es particularmente conocida por la pronunciada bajada que termina en “La Hoyada”, donde las aguas del invierno se internaban dentro del “Arroyo de Carita”. Nuestra nueva y temporal morada era una casa con dos puertas a la calle, protegida de las fuertes escorrentías por un petril alto,  había sido edificada con altísimos horcones que también sobresalían por encima del nivel de las gruesas paredes de adobe, cubiertas por el tejado dividido a dos aguas.

Entre las experiencias menos agradables, tuve que agregar el cotidiano  calvario del inusual aseo corporal, porque a las primeras luces del día me tocaba enfrentar el agua recolectada en la pileta del baño, que mi delgadez la recibía vertida con pana, provocándome sobresaltos, frío y espasmos. En ese sitio no había lugar para solitarios impulsos...

Por las circunstancias impuestas, en aquella ciudad tuve que aprender a cautelar mi existencia, orientarme y cuidarme solo. Por primera vez fui transeúnte sin compañía, iba y volvía a pie del colegio; otras veces solía ir hasta la Calle Corral, en busca de mi padre, que gracias a la gentileza de “Pancho” López Pérez, el ilustre matemático y profesor de generaciones, hijo de mía tía Isabel, le había brindado dentro de su casa un espacioso salón, donde estuvo resguardada la biblioteca y el archivo histórico que había sido trasladado en algunos vagones del ferrocarril.

En aquella nueva agenda semanal estaba incluida la visita sabatina al mercado; llevábamos la lista de los productos encargados por mi tía, y muy temprano salíamos hacia nuestro objetivo en trayecto sin vueltas o recodos, en total línea recta. Ahí, frente al edificio del mercado, calle de por medio, por años divisé una y otra vez el cuerpo y el rostro de esa muchacha, llena de publicidad gestual ante el portal de aquel sitio llamado “El Yoyo”.

Fue difícil desembuchar mis ideas o encontrar confidente para hablar acerca de ese detalle de la jovencita del portal, la que aparentaba 20 o 22 años de edad.

En las tardes solía asistir al colegio Salesiano, donde la actividad deportiva y musical era de grande afluencia, los muchachos eran atraídos tanto por las animadas competencias de balompié y de balonmano, asimismo por la “recompensa deportiva” al final de la jornada, consistente en gaseosa y el respectivo “pico” a reventar de miel elaborado en la popular panadería de “El Güico” que inundaba con agradable aroma toda la vecindad de la esquina sureste frente a la iglesia de Jalteva; en medio de aquella multitud de niños y adolescentes, mis visitas estaban asociadas al ajedrez y, a un trombón de vara –propiedad de la orquesta del Colegio--, en cuya boquilla jamás pude pegar los labios entrecerrados, y menos que lograra darle flujo de aire. Esa idea de ser músico la desterró “Chimino”, el popular músico granadino y  maestro de instrumentos viento-metal, no anduvo con rodeos y en actitud bondadosa intentó que yo aceptara hacer sonar dos grandes platillos de bronce.    

Lo mío, en realidad estaba confinado al milenario juego árabe. Sentado frente a esas 64 casillas, en el ajedrez tuve un buen pasatiempo, entre torneos y juegos relámpagos con reloj a la vista; cultivé buenas amistades. Uno de mis habituales contrincantes fue el primero que supo darme los relatos en respuesta a mis preguntas sobre la vida cotidiana de Granada. Así comprendí por qué frente al “Yoyo” pasaba la muchedumbre fisgona, y también, chupa cirios, come santos y caga diablos.

Alguna vez escuché al cura de la iglesia La Merced, hacer alusiones al tema con la hiperbólica regañina hacia los dos géneros: “mujeres velad por los maridos, y hombres, reprimid la actitud ardiente”. Según deduje más tarde, el sermón estaba soportado en los datos brindados al cura por un reconocido ginecólogo a cargo de labores de profilaxis pública. A tal extremo llegó el regaño desde el púlpito, que nunca olvidé aquel final de greguerías: “Recordad, el mercado de Granada no es para mujeres de impuro comercio”.  

Bajo ese aprendizaje, creí estar preparado para darle detalles a mi padre y conversar un poco. En las noches me sentaba a esperarlo en el atrio de Jalteva, a la orilla de una perilla, llegaba después de cumplir con el trabajo habitual, relacionado con la Historia, ciencia que tanto lo apasionó; también, en esa época cursaba estudios nocturnos en la Universidad Centroamericana por lo cual siempre abordó el último autobús proveniente de Managua; aquella rutina incluía la compra de la cena en la fritanga de la Bemilda, a orillas de la Placita, y la jornada mermaba las horas de sueño, reducido entre 5 y 6 horas, hasta que al siguiente día, a las 5:30 de la madrugada volvían las aborrecidas panadas de agua fría.

Por fin hablamos de mis inquietudes, y con su proverbial forma de enseñar tomé todos los consejos atinentes. Le conté que siempre en la inmediación del mercado había mujeres de “impuro comercio”… Siempre tengo el placer de reírme a solas motivado por el recuerdo de la sonora carcajada que le provocó el relato. –Sabes, —me dijo— siempre se ha dicho que a esas mujeres no les espanta la Toca alta y puntiaguda de estos clérigos, aquí mismo, en Granada, a nombre de terceros, los curas conocen y bautizan  “itos” e “itas”, apellidos en diminutivo, concebidos por fámulas y engendrados por hombres (con desvelos crónicos) con nombre y apariencias honestas, a eso debemos los diminutivos en apellidos paternos. 

Así llegó el día en que pudimos regresar a vivir en Managua. En esos años, junto a mis antiguos compañeros del Instituto Pedagógico de Managua, el paso del tiempo nos había distanciado de la niñez y de la pubertad. Los grupos de escolaridad, y las amistades, se consolidaban alrededor de otros intereses que sobrepasaban las fiestas de fin de semana; por lo general, los planes eran trazados conforme la disponibilidad de los vehículos que tenían asignados por los respectivos padres. Mis hormonales amigos “alfas” empezaron a otorgarles  “derecho de ciudadanía” a estas mujeres de amores tarifarios.

Las “escapadas” ocurrían los días viernes, y el siguiente lunes estaba destinado a la confesión con el cura que llegaba al Colegio para celebrar la misa. En los siguientes días, durante los recreos concedidos entre las clases, era habitual el círculo de narradores metidos en los detalles más sórdidos e inimaginables, le daban impulso sexual al imaginario y encendían los motores del siguiente fin de semana. Otros, animosos, invitaban a lo que nunca habían participado. En esos trances, no faltaban las burlas contra cualquier disenso o que ellos juzgaran virginal comportamiento. 

No fui ajeno a las sórdidas burlas de mis afectos amigos de colegio; hubo alguien que se le ocurrió compararme con Roberto de Arbrissel, religioso bretón al que se le recuerda como "convertidor de prostitutas"; mi silencio siempre fue más lacerante que cualquier frase en disputa. Aquel compañero de clases, el promotor principal de las puterías, lo apodamos “la golondrina”, que por asuntos de transmisión hereditaria –me han dicho—  ahora reconocen a los hijos y nietos.

Alguna vez, en aquel círculo hasta los ilustré sobre la procedencia del remoquete, porque en las ocurrencias perversas, pensaban, al igual que muchos viejos habitantes de la vieja Managua, que estaba asociado a las mujeres de placer fingido que vendían caricias y coitos furtivos en las esquinas de la Avenida Roosevelt, donde en los meses de diciembre, en el tendido eléctrico anidaban miles de estas aves. Valga decir que ese sobrenombre ya era utilizado en nuestro país  desde mediados del Siglo XIX y principio del XX.

En realidad, hacia principios del siglo XVI, en “la ciudad episcopal” de Estrasburgo, ciudad francesa, las casas de prostitución llegaron a multiplicarse en tal cantidad, que en los burdeles no había espacio para alojar a esas mujeres de "amores disolutos”; “y no encontrando albergues (Picken-gaff), hubieron de invadir los campanarios de la catedral y demás iglesias”. [1]

Aquellos compañeros de colegio nunca tuvieron seso destinado al análisis de las diversas e inveteradas causas y  consecuencias de la prostitución, simplemente, ellos saciaban el instinto. Más de uno, alguna vez, llegó preocupado porque tenía ardores y secreciones, cuando eso acontecía, “la golondrina” que era hijo de médicos, y además encabezaba las visitas a la “Casa Amarilla”, el famoso prostíbulo en el barrio San Luis, les recetaba y proporcionaba los frascos de Penicilina.

La historia de las “golondrinas” está expuesta en  documentos del Strasburgo medieval, estos testimonian: “Los espectadores de estos haremes abiertos a la lubricidad pública enviaban sus agentes y corredores hasta a los países estranjeros a buscar mujeres, que alquilaban su cuerpo por contrato, y que una vez presas en los klapper o burdeles de Strasburgo, se veían reducidas a una condición peor que la esclavitud”.

“Por lo que hace a las golondrinas o ribaldas de la catedral, dice una ordenanza de 1521, se las dejará en ella por quince días más, después de los cuales se les hará prestar juramento de abandonar la catedral y otras iglesias y lugares santos…”.

Pues bien, sustanciado el detalle, regreso –en esta introducción—, a mis viejos amigos de colegio, los que en 1977 quedaron atrapados en diversas sensaciones y estados de ánimo; acongojados, sueltos en insultos, y hasta fui blanco de aquellas protestas, recuerdo que alguien dijo: "ya ves, éste jodido se quedó virgen...". Estaban conmocionados  por el incendio de la casa de dos pisos construida de tablas en donde ellos llegaban a “cargarse de pecados” para confesarlos los días lunes. La famosa “Casa Amarilla” quedó hecha cenizas a causa de un operativo militar del Frente Sandinista de Liberación Nacional. El siniestro ocurrió durante el fuego cruzado con miembros de la Guardia Nacional habituados a ese burdel, a pocas cuadras de la desaparecida “Central de Policía”, donde ahora es la sede “Ajax Delgado, de la Policía Nacional de Nicaragua.

Ahora, en 2014, ya no hay operativos guerrilleros para ejemplificar sobre la mala asechanza de la prostitución, para eso, nos dicen  y sostienen,  existen “los prudentes límites” de las asociaciones estatales encargadas de procurar derechos humanos. El periodismo nacional informaba en julio de 2013: “Hasta el momento las trabajadoras del sexo organizadas tienen oficinas en Matagalpa, en Estelí y ahora en Managua, de la Iglesia Pío X, 1 cuadra al sur y 1 abajo. María Elena Dávila, coordinadora de la Redtrasex, representante de la organización “Girasoles” en Estelí, dijo que la organización cuenta con 800 agremiadas, aunque destacó que un estudio realizado por el Fondo Mundial señala que son aproximadamente 11 mil a nivel nacional.”

Así fue y así estamos… “bajo el régimen de las costumbres”.  ¿Y si hubiese un subregistro en esa cifra? Entonces, es probable que existan más “golondrinas” de lo aseverado; 11 mil mujeres de amores tarifarios nos hace inferir que ya somos país de burdeles privilegiados. Cada asociación de "impuros comercios" posee Personalidad Jurídica dictada por la Asamblea Nacional de Nicaragua. Ahora es tiempo de asomarnos en otra “ventana”, desde donde podamos localizar a fornicarios, taberneros, burdeleros y rufianes (as), porque no hay lo uno sin lo otro. 



[1] Puede consultarse HISTORIA DE LA PROSTITUCIÓN por Pedro Dufour. Libros del siglo XIX. Historia de la prostitución en todos pueblos del mundo desde la antigüedad más remota hasta nuestros días. Obra necesaria para los moralistas, útil para los hombres de Ciencia y Letras, e interesante para todas las clases (hasta el reinado de Luis XIV). Traducida ampliada y continuada hasta nuestros días por Amancio Peratoner. Ilustrada con láminas de Eusebio Planas. (Versión Castellana de Cecilio Navarro) (Biblioteca hispano-americana) Establecimiento Topográfico- Editorial de Juan Pons. 3ª Edición. Barcelona. 1876. Tomo II.  pp. 385, 386.

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UNA NOCHE EN LA CONGA ROJA En: Semana, febrero de 1972

“Ya que no puedo decírtelo al oído por la suerte cruel que nos separa, quiero decirte por medio de este canto que no puedo seguir sufriendo tanto. Tú me haces falta…” El disco suena una vez más, hasta la desesperación.


Basta… parece gritar la muchacha morena y la rokonola queda muda, es el ambiente de la “Conga Roja”. Hasta el nombre trae la sensación de movimiento, sudor, acción, fatiga, el baile de la conga, maraca y tumba, el rojo cuando el cuerpo, agotado en frenética danza está casi extenuado.

Pero esta Conga, aunque Roja, es, aún dentro del vicio, angustiosa danza de pequeños cuartos que se abren y se cierran, billetes que pasan de las manos a esconderse y el rojo, sangre derramada en ratos de violencia. Cuando “SEMANA” se interesó en este lugar abominable, otros dos crímenes se habían producido, causando otras dos víctimas.

GRACIAS A DIOS…

La pregunta cruel, obscena, salta en la mesa y la respuesta es rápida, agresiva, como queriendo desvanecer cualquier duda…

--Gracias a Dios yo no soy tan relaja, aquí vienen algunos que creen que pueden hacer los que les de la gana. Desde antes que me metiera a esto hay cosas que no me gustan.

La plática entra en confianza. Surgen nombres de lejanas y apartadas regiones, olor a campo e inocentes costumbres. La misma historia con pequeñas variantes, pero siempre la imagen de una sociedad que hunde y condena a la vez, hasta encontrar un nuevo ser que explotar en las más humillante de todas las formas.

Pero en la “Conga Roja” hay un elemento más absurdo que en otros sitios. Las muchachas, la mayoría entre los 17 y 25 años no viven en el local. Habitando en pequeños cuartuchos y apartados barrios, al caer la tarde van apareciendo, algunas ya vestidas y maquilladas, otras a alistarse en el pequeño cuarto que cada una tiene asignado.

Son raras las veces que dejan de llegar. Nadie las va a traer y pareciera que nadie controla a las que no lleguen. Sin embargo, como si hubiera un pacto terrible, como si tuvieran tarjetas colocadas junto al marcado de mayor precisión, mejor que en cualquier oficina, en hora determinadas, vienen y se marchan, semejando mariposas que por la noche son atraídas por una luz que en este caso las conduce a la más densa oscuridad.

15 CUARTOS Y UN PALOMAR

Construidos en un angosto corredor, maloliente a desechos humanos, 15 pequeños cuartos, donde la proximidad hace que la intimidad se pierda, las jóvenes entran y salen, unas veces lentamente y otras dando la impresión que es una pareja de amantes, la mayor parte del tiempo dejando claro que es una simple relación comercial, como si fuera un negocio más, y… en el fondo lo es.
No es raro el cliente, pasado de tragos, al que hay que conducir de la mano para que no se extravíe, igual que un turista llevado por el guía en medio de antiguas ruinas.

15 cuartos alineados uno frente al otro. Más allá, junto al bar, una pequeña escalera que conduce a un alto, al “palomar”, en donde hay 4 cuartos, ahora fuera de uso por estar dañados, vienen a completar el laberinto donde muy pocas han encontrado el regreso.

LA NOCHE DE LOS PELONES

--Mucho le tiran a esto, cuenta una de las jóvenes, pero la culpa la tienen “los pelones”, esos del batallón. El día de pago vienen “sueltos”, como animales. Dichosamente son sólo dos días. Esos son los que arman los pleitos y corren los clientes, andan con sus bayonetas.

--Primero se pican y después comienzan a andar de cantina en cantina armando alboroto. Yo ni loca me gusta andar con uno de esos. Son muy relajos.

La “Conga Roja”, situada a una cuadra de la gasolinera del Triángulo, tiene además en las proximidades otros prostíbulos y cantinas. Ojos Pardos, el Cuarto Bate, Veracruz, son sitios donde los hechos de sangre, escándalos ocurren con frecuencia tal que los vecinos parecen tener la impresión de vivir en los tiempos del antiguo oeste.

Es rara la semana que los medios informativos no dan a conocer que en la “Conga Roja” o los otros lugares mencionados, pero sobre todo en la “Conga Roja” no hay heridos y hasta muertos.

Recientemente una niña resultó herida de bala, todo lo anterior sin que las autoridades den una explicación al hecho de que estos sitios continúen abiertos y funcionando tranquilamente.

“Los pelones”, según una de las jóvenes de la “Conga Roja”, llegan en grandes grupos, hasta de cincuenta, en traje de civil aunque llevando sus bayonetas, las que emplean a la hora de los pleitos. Son agresivos con los clientes y estos llegan poco los dos días que están libres “los pelones”. A veces se pelean entre sí, siendo entonces mayor el escándalo pues se forman bandos rivales.

LA SALA PRINCIPAL

Los daños que tantos escándalos han causado, obligaron a los dueños de la “Conga Roja” a iluminar bien el local, a fin de poder identificar a los culpables en caso haya intervención policial. Sólo una lámpara roja pegada al techo da al ambiente un poco de penumbra. Los cobradores de la Policía llegan todos los sábados a recoger el impuesto.

En las paredes, fotos de conocidos políticos se mezclan con cuadros de mujeres desnudas, y en el fondo una pintura deja ver una terraza junto a un lago surcado por un velero y varios cisnes.

Aunque la rokonola está al fondo, cerca del bar, las parejas pueden bailar donde se les ocurra, haciéndolo frecuentemente junto a las mesas que ocupan el salón principal, situado a la entrada que da a la calle, permaneciendo el resto de puertas y ventanas cerradas, lo que no permite mucha ventilación, aumentando el calor y haciendo bochornoso el ambiente.

Esa es la Conga Roja. Identificada plenamente con el sucio y maloliente baño que hay al fondo del corredor donde están situados los 15 pequeños cuartos. Sitio de explotación  y delitos. Tal vez uno de los más conocidos y antiguos prostíbulos de Managua, quizás también la muestra más clara para contestar la pregunta que hiciera el Comandante de Policía de Managua al Arzobispo Monseñor Obando, al decir: “Que nos señalen dónde están los prostíbulos”.

Ante lo anterior, se levanta desafiante la “Conga Roja”.

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El negocio más antiguo

LA PROSTITUCIÓN EN MANAGUA. En: La Prensa, 15 de febrero de 1972.

“Tengo nada más que tres chiquillas; pasen, pero van a tener que esperar un rato”.

Se cierra la mirilla o la ventana, según el caso –y la matrona sobre la puerta de calle a los visitantes—. El ambiente interior está en relación al barrio. Al igual las mujeres, así en las zonas céntricas de la ciudad se presenta a la vista del cliente un lugar grato, consola con sonido estereofónico, muebles modernos, luces atenuadas, mujeres jóvenes, maquilladas hábilmente. En los sectores del ahora difunto Arbolito hacia abajo, el panorama es otro: mujeres no tan cuidadas, piezas oscuras y estrechas, son –unos y otros, —  los prostíbulos.

No son los únicos sitios donde algunas mujeres venden sus cuerpos. Existen además las casas de cita. A diferencia de los prostíbulos están en locales más discretos. Allí no hay Flor de Caña, ni Whisky, y los vecinos no tienen que reclamar por ofensas a la moral. Estos locales los dirige generalmente una prostituta escogida “a retiro” por edad. Cumple las funciones de enlace. Posee una lista de muchachas, entre las cuales figuran desde amas de casa a empleadas públicas y privadas y otras que escapan a la imaginación delos puritanos, con sus respectivos teléfonos y horarios en que pueden acudir a citas de esta naturaleza. Cobran un promedio de 150 córdobas por sus servicios.

En este tipo de negocio, los clientes son seleccionados con lupa.

Un tercer nivel se realiza por intermedio de algunos choferes de taxis. Un grupo de prostitutas elegantes, también operan en combinación con hoteles de categoría; por supuesto estas son las que perciben mayores ingresos.

Al margen de ellos actúa el submundo de la prostitución: las patines: (llamadas también según una amiga “las golondrinas”) mujeres y hasta hombres que recorren las principales calles, en especial la Avenida Roosevelt, en busca de varones y homosexuales.

Este comercio sexual tiene preocupada a la policía. Recientes detenciones practicadas por la correspondiente sección especializada han detectado este negocio en una etapa de creciente desarrollo.

La novedad en los prostíbulos son los cuadros plásticos. En ellos, un grupo de dos o más mujeres, previo pago de varios cientos de córdobas, se desnudan y realizan diversas prácticas de lesbianismo. 

En la opinión de un médico amigo, “las mujeres han llegado a mostrar fuertes inclinaciones anormales en los últimos tiempos”.

Los prostíbulos tienen épocas buenas o malas, según el número de visitas que reciben de las autoridades. Los clientes se retiran, con lo cual quedan prácticamente eliminados y tiene que buscar un nuevo local (lo confirma uno situado junto al parque Candelaria). También hay días buenos y malos, los días domingos casi cero de utilidad, igualmente los lunes, martes y miércoles; los jueves y viernes es bueno y los sábados se funciona a tablero vuelto.

Antes de medianoche –relataba Natacha, una aislada— podemos cobrar hasta C$150.00. y en la discusión llegamos a C$70.00. menos; a las tres o cuatro de la mañana se llega casi por amor.

La existencia de prostíbulos es ilegal en Nicaragua, pero la prostitución es tolerada y en algunos casos, sometida a controles sanitarios. Las mujeres son fichadas y se les otorga un carnet sanitario para su control médico.

Esta es la prostitución “1972”. Para los asiduos visitantes, la policía no guarda peligrosidad mientras no tengan órdenes de detención pendientes, pueden gozar, tranquilos Lic. Ricardo Rufati. 

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Militar justifica su posición

MAGISTRADO DE SUPREMA SEÑALA A LA POLICÍA. En: La Prensa, 26 de Febrero de 1972.

Fuentes calificadas del Ministerio de Salud Pública, declararon ayer que el control que la Policía ejerce sobre la prostitución en Managua es ilegal.

Historiando sobre asunto, las fuentes indicaron que la prostitución en Nicaragua hasta el año de 1955, en que se dictó la famosa “ley Castillo” que vino a abolir el reglamento del 18 de abril de 1927.

La ley Castillo, publicada en La Gaceta del primero de junio de 1955, abolió ese reglamento por recomendación del V Congreso Centroamericano de Venereología de 1954, y contempla penas para los delitos de lenocinio y mancebías y para todos aquellos elementos que propicien las actividades de la prostitución.

Nuestras fuentes indicaron que aunque esa última ley no señala específicamente cuál es la autoridad que se encargará de hacer cumplir, la prostitución cae por razones técnicas y científicas en el resorte de Salud Pública, como el principal organismo que cuida y vigila la salud por la salud del público nicaragüense.

Más aún, manifestaron las fuentes, en el citado V Congreso Centroamericano se recomendó a los gobiernos del área, eliminar el control policíaco sobre la prostitución calificándolo como un sistema “tan infamante como inoficiosa práctica”.

Sin embargo, las causas torales por las que el control de la prostitución ha fracasado en Nicaragua las expone el magistrado de la Corte Suprema de Justicia, doctor Felipe Rodríguez Serrano quien en un folleto titulado “Evolución de la legislación en Nicaragua sobre Prostitución” publicado hace algunos años por el doctor E. Mendieta, dice lo siguiente, refiriéndose casualmente a la ley de 1955:

“Con la derogación del antiguo reglamento la nueva política se asentaba en dos pilares: la labor del Ministerio de Salud educando, investigando, detectando, curando y previniendo los casos,  tratando de reducir la prostitución”. El otro, la COLABORACIÓN de la Policía en descubrir, perseguir, capturar, clausurar las casas de prostitución, focos de infección venérea, escándalos y crímenes, etc…”

Pero allí, continúa observando el doctor Rodríguez Serrano, “es donde falla la acción abolicionista de la ley Castillo.

Lanzando una valiente y enérgica acusación contra las autoridades policiales, el magistrado de la Corte Suprema manifiesta seguidamente:

“Con honrosas excepciones una buena parte de los Jefes de Policía de la República, ha consentido unas veces a amigos y subalternos haciéndose de la vista gorda, la explotación de los lenocinios. En otras ha participado directamente en el negocio del cual se lleva la tajada del león”. Agregaba el doctor Rodríguez Serrano en aquel entonces que si por su parte Salud Pública ha fallado en parte es por sus limitaciones presupuestarias.

Finalmente, el doctor Rodríguez Serrano puntualiza: “Por el momento, desde el punto de vista jurídico, hay prohibición de la prostitución; desde el punto de vista sanitario, no hay control de la prostitución, y desde el punto de vista policíaco, no hay persecución de la prostitución”.

Nuestras fuentes de Salud Pública indicaron sobre el particular que esos comentarios del magistrado de la Corte Suprema continúan en su plena vigencia, más aún ahora que el control de las meretrices lo tiene totalmente la autoridad policial.

Por otra parte, desmintieron nuestros informantes las acusaciones vertidas por el Comandante de Policía en el sentido de irregularidades de funcionarios de salud, señalando además que los exámenes que practica el médico de la Policía son completamente anticientíficos.

Justificando su dicho, las fuentes manifestaron que los exámenes semanales que practica la Policía a las prostitutas  no es válido, porque una persona que padece de gonorrea crónica da negativo en el examen, haciendo que la enfermedad se propague, pues solamente el cultivo (de alto costo) es el método que detecta eficazmente la gonorrea en la mujer.

Los informantes admitieron que es cierto que cuando Salud controlaba la profilaxis venérea, se les daba a las meretrices una constancia de 21 días después de un examen completo de sangre V.D.R.L. y de inyectarles 2.4000.000 unidades de penicilina.

Luego las pacientes se presentaban a los 21 días para que se les aplicara otras dosis igual de penicilina, sistema con el cual se conseguía eliminar definitivamente la sífilis y prevenir en un 65% que contrajeran la gonorrea.

Según lo aseverado por nuestros informantes, la Policía se hizo cargo del control de la prostitución desde hace más de 6 meses, y como no contaba con los elementos científicos necesarios, contrató al doctor y militar Manuel A. Rugama.

Conforme lo declarado por las fuentes, en Managua se estima que operen unas mil prostitutas en forma abierta y tres por cada una de éstas en forma clandestina, o sean cuatro mil en total.

Añadieron que según estadísticas también estimadas, se calcula que en los últimos 5 años la prostitución se ha incrementado en un 70% en Managua y en un 40% en los puertos terrestres y marítimos, y que en el resto de la ciudades, León y Granada, son los que tienen mayores incrementos.

Se nos señaló igualmente que las enfermedades venéreas han aumentado a niveles alarmantes por diversas causas: uso de pastillas anticonceptivas, marihuana y demás drogas, lectura de material pornográfico, películas de tipo erótico, pérdida de la fe católica, liberación en la mujer de sus costumbres y tradiciones, etc., etc.

Todas estas causas hacen que la mujer haya perdido miedo a las enfermedades venéreas y éstas han invadido colegios de segunda enseñanza, universidades, oficinas públicas y privadas, etc.

Finalizaron indicando nuestros informantes, que todas estas secuelas de honda perturbación social se deben precisamente al hecho de que el control de la prostitución esté en las manos de la Policía, lo cual esta niega, acusando a su vez a las secciones de Sanidad de no mantener un examen obligatorio.

NO COBRA

El Dr. y Mayor Manuel Adán Rugama, retó ayer a cualquier mujer de vida liviana, a que le presente recibos o documentos de que él haya cobrado por “revisar” a estas mujeres.

De esa manera, el Dr. Rugama aclara su situación. Afirmó que él recibió un memorándum del Comandante de la Policía, su jefe inmediato, para que efectuara esas labores.

El memorándum dice textualmente: “se servirá practicar exámenes ginecológicos a todas las mujeres que se lo soliciten”.

El Dr. Rugama, afirma que recibió el memorándum el 23 de marzo del pasado año. El Comandante Rodríguez, dijo Rugama, le pidió que atendiera a meretrices y gente de escasos recursos.

“Sacrificando mi tiempo, lo hice con todo gusto”, expresó el médico Rugama, agregando que la atención, se extiende a familiares de los guardias de la Policía y de los presos.

Agregó que él consiguió que varios especialistas atendieran a pacientes que así lo ameritaban. Pero por estos servicios él no cobraba ni un centavo. Que es la Policía la que sufraga los gastos y que él no sabe de dónde consiguen el dinero.

Agregó que ésta era una emergencia que beneficiaba a la ciudadanía. Su labor es transitoria. Afirmó, que no sabía por qué el organismo autorizado no trabajaba satisfactoriamente.

Dijo que exámenes que debían efectuarse cada diez días, los hacían a los 45, y que eso no puede dejarse al tiempo, ya que la mayoría de las enfermedades venéreas tiene un tiempo de incubación de 10 días máximo.

120 A 150 SEMANALES

Finalmente, el Dr. Rugama dijo que atendía un promedio de 120 a 150 mujeres de vida airada cada semana, y que el índice de enfermas era de un 30 por ciento.

Por su lado, el Comandante de Policía mostró documentos de los gastos que en esa “clínica” hace la Policía.

“Si esto se considera malo, y lo que estamos haciendo es dañino, se suspenderá”, expresó un poco molesto el Comandante Rodríguez Somoza.

Mostró las siguientes cifras de gastos en la “clínica” para atención de meretrices: Octubre: C$689.45. Noviembre: C$1.437.50. Diciembre: C$1,392.90. Enero: C$1,214.05. 

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