miércoles, 21 de mayo de 2014

FIESTA Y CULTURA POPULAR DE NICARAGUA. Por: Dr. Eduardo Pérez-Valle. En: La Chachalaca. Año 1; Vuelo 3; Diciembre 1982.

FIESTA Y  CULTURA POPULAR DE NICARAGUA. Por: Dr. Eduardo Pérez-Valle. En: La Chachalaca. Año 1; Vuelo 3; Diciembre, 1982.

La fiesta popular es en Nicaragua un medio tradicional de reforzar los lazos internos constitutivos del grupo local. El ciclo de festividades que jalonan el año, con su obligatoriedad y la prohibición de trabajar, se superpone una cuadrícula del espacio visible por lugares del culto y celebración. Pues el marco de la generalidad de las fiestas populares lo proporciona el culto a los santos 







Mientras las fiestas se suceden a lo largo del año, iglesias, capillas, nichos, efigies, definen una topografía sagrada: encontramos lo sagrado difuso en todas partes y siempre. Ocasión de la más intensa descarga emocional en un espacio restringido, las fiestas reúnen las generaciones, los sexos. Contribuyen a abonar en el ser de cada quien el sentimiento de ser parte de un todo social, del cuerpo de la población y son cultura popular en acción, a través de variados y eficaces medios: creencias, ritos, cantos, lo mismo que teatro, música, danza, etc.

La fiesta y lo sagrado van de la mano. La fiesta interrumpe el decurso de la existencia cotidiana de la comunidad. En medio de la fiesta, lo sagrado va envuelto como vivencia difusa. La piedad popular (peregrinación, procesión, etc.) constituye un soporte en donde en medio de la fiesta tiene lugar el ingreso a otro espacio: el espacio de lo sagrado, de lo primordial. Existe una respiración escondida que la devoción popular hace circular en la sociedad nicaragüense. Sin ella, la vocación ascética u orgiástica de los intelectuales, la violencia de las pasiones, la dureza de la vida campesina, la realidad cotidiana de la explotación y de la opresión política, habrían sido muy difíciles de resistir y  de dominar. La teología de la liberación aplicada en estos años, en alguna medida, en las comunidades de base de Nicaragua, como teología no desmitologizadora, teología fundamentalista, tiene en cuenta la existencia de esa clase de devoción.


Son dignos de atención los rasgos principales del perfil esencial de estas fiestas en que lo sagrado se involucra siquiera como pretexto:

* Libertad  y desborde: en alas de la alegría y del bullicio, de juegos, risas y música, comida y bebidas se llega al exceso y al libertinaje; y si nos descuidáramos, al desenfreno y la orgía.

* Constituye un ritual público de la magia homeopática (“lo semejante produce lo semejante”). De ahí la comida, la bebida; la danza, que sí es de puro regocijo procura la abundancia de las cosechas, y si lleva tintes guerreros termina siendo una verdadera sesión de entrenamiento bélico; las risas y la incontinencia traerán alegría y fecundidad. Con la forzada presencia del santo homenajeado, siquiera como causa inmediata en cuanto ocurre y se ejecuta, los hechos que bajo otra luz podrían interpretarse como desafíos temerarios, aquí se transforman en ritos propiciatorios para obtener la benevolencia y la protección del santo.

* La igualación social no deja de ser un anhelo, que a veces pareciera que cobra la realidad ante la autoridad y hasta favoritismo divino de que goza el santo de la fiesta. Todos los participantes están igualados por la necesidad urgente de protección y favores; el de baja condición toma importancia ante la perspectiva de ser un escogido; y  el que se considera importante cree efectuar una buena y productiva inversión al revestirse aunque sea temporalmente de humildad, la necesaria para codearse con los pobres y secundarlos en su actitud adulatoria. Aunque está de por medio una gran variedad de impulsos psicológicos, motivos religiosos y circunstancias sociales, el resultado es una definida tendencia igualitaria de jerarquías y castas ante la autoridad del festejado.

* Preocupación por futuro: obtenida  en cierto grado la unidad social bajo la autoridad constituida y generalmente aceptada del santo, resulta insoslayable pensar en los beneficios que puedan derivarse, en el campo particular y los que sean de utilidad general. Se quiere el retorno de tiempos mejores,  o la conquista, de una vez, de lo que hasta el momento no ha sido más que una vana esperanza.
Se vino convirtiendo en política muy recurrida aprovechar las costumbre religiosas de los indios, asimilándolas al cristianismo, cuando las características lo permitían.

No hay nada que extrañar. Esto de la incorporación de creencias y ritos paganos al cristianismo fue practicado por todas partes y en diversas épocas. Tal ocurrió, para traer un ejemplo fácil, con incontables fiestas célticas, y San Agustín, al no poder convertir a los galos, no dudó en incorporar la totalidad de sus fiestas a la liturgia de la iglesia, donde todavía perduran y son celebradas en las mismas fechas.

Los indios, mostrándose muy conformes, guardaban ocultos ídolos y ritos. De aquí que toda celebración (procesión) podía tener un doble significado.

Los indios niquiranos o nicaraguas, pobladores del istmo de Rivas, confesaban no ser naturales de esta tierra, sino procedentes, a través de sus progenitores, de Ticomega y Maguateca, en México.


A preguntas de los frailes contestaban que creían en Tamagastad y Cipaltonal (dios y diosa) como creadores del cielo, la tiera, las estrellas y todo lo demás. Creían en Quiateot, como el dios que envía la lluvia, con truenos y relámpagos; sus padres Omeyateite y Omeyatecígoat, vivían en el cabo del mundo, donde sale el sol.

Para pedir agua iban a un templo o teoba, donde sacrificaban muchachos y muchachas; cortadas las cabezas, echaban sangre a los ídolos de piedra que ahí tenían.

Estos templos tenemos, como vosotros los cristianos las iglesias –decía uno de los caciques--, porque son templos de nuestros dioses; ahí les damos sahumerios y  pedimos que nos den salud cuando estamos enfermos, y agua cuando no llueve. El cacique mayor de todos hace la oración y permanece en esta rogativa un año continuo, sin salir del templo; cuando al fin sale, se hace gran fiesta de comer y de cantar. Luego se busca otro cacique importante que entra y permanece en el templo de la misma manera.














Hace ya mucho tiempo que nuestros dioses no vienen ni les hablan; pero antes lo solían hacer, según nuestros antepasados. En un año tenemos veintiún días de fiesta, para no trabajar en ellos, sino holgar y emborracharse, cantar y  bailar alrededor de la plaza. Nuestros antepasados nos dejaron los ídolos hechos de piedra, y conforme a su modelo hacemos otros que tenemos en nuestras viviendas, para cuando queremos conseguir alguna cosa, rogarles que nos la den, así como la buena salud. Pero estos ídolos de casa no les ofrecemos sacrificios.

Veamos ahora cómo anda las fiestas religiosas en la actual ciudad de Masaya y el pueblo indio Monimbó, que es hoy uno de sus barrios. En la ciudad de Masaya, en la festividad de San Jerónimo (30 de septiembre), salía a las calle el Toro-Venado “de rama”, de carácter foklórico, siquiera sea por lo remoto de su origen.

El despertar era al son de violines de talalate de Güisquiliapa y de guitarras, de gritos estentóreos en honor de San Jerónimo “Doctor”. La noche anterior, en casa de la “promesanta”, se habían prodigado mancarronas (rosquillas), tamales, tibio, chicha y café.

Por la mañana se toca pito y tamborcito, desde temprano, para que todo mundo alistara máscaras y atavíos, originalmente muy pobres y estrafalarios. Las máscaras era de palo o de huacales con olotes como narices; se llevaban leontinas de maíz y sombreros de palma adornados con flores de jalacate, sardinillo o malinche; y en la mano una rama de malinche, guásimo o madero, de donde le vino el nombre de Toro-Venado “de rama” a este Toro-Venado de primitivo.



La figura central del desfile era una muchacha hermosa, llamada María, la que tal vez originalmente fuese una hija del cacique. Tenía que ser acompañada por unos cincuenta disfrazados, para defenderla del ataque de animales dañinos, principalmente el Tigre, que también se suma al desfile y a la danza, llevando una piel de dicho animal a manera de delantal, otra cubriéndole las espaldas, y una tercera a manera de gorro. Se llama Toro-Venado al desfile, a la danza y al grupo. Y  es también un Toro-Venado cada uno de los participantes, a excepción de María y del Tigre.

Los comparsas llevan a San Jerónimo “Doctor” ofrendas como una iguana disecada, un garrobo, una ardilla, un mono, un gato de monte o un mico de palo. Y  los que van disfrazados de mujer pueden ir barrigonas, a pedir a San Jerónimo que el niño nazca sano; o ya con el niño entre los brazos, representado por un muñeco de palo o de trapo, a pedirle al “Doctor” que le cure de alguna enfermedad.














El grupo se encamina al son del pito y del tamborcito hacia la iglesia. La danza es sencilla y a veces se abandona o desfigura ante la monotonía del son, compuesto de cuatro partes poco diferenciadas. Cuando más alegres van los bailantes, por los guacales de chicha ya ingeridos, aparece el Tigre en acción, arremetiendo a cuerazos a la comparsa, al compás de la música, que trata de reflejar sus movimientos. En el alboroto de esas arremetidas del Tigre se repite con insistencia el grito general de “¡Jule, María, que te agarra el Tigre!” En el habla popular nicaragüense, la palabra jule es una invitación a correr, y se usa habitualmente dirigida a perros y otros animales.

Tras la llegada a la iglesia, los Toro-Venados regresan a casa de la dueña o “promesanta”, donde son atendidos a cuerpo de rey con alimentos y bebidas.

El Toro-Venado tradicional fue abandonado como espectáculo hacia 1937. En fecha reciente se ha querido revivir, más con aportes extraños, modernos y grotescamente burlescos, que lo privan de su antiguo valor.

Hablemos ahora de la Fiesta de San Lázaro (Domingo de Lázaro o Procesión de los Perros), que exclusivamente se celebra en Monimbó en la iglesia de la Magdalena y en torno a ella.

La imagen venerada, probablemente de origen colonial, es de un hombre barbado, descalzo con túnica corta y de aspecto enfermizo, la cabeza vendada y con llagas en rodillas y piernas; apoyado en un báculo, a sus pies dos perritos que lamen sus heridas. Es el mismo Lázaro bíblico, que pedía limosna a la puerta del rico Epulón. Es pues un personaje mítico, que nunca tuvo existencia real, a diferencia de Lázaro verdadero, canonizado, el hermano de Marta y María Magdalena, muerto bajo el flagelo de la lepra y resucitado a los tres días por Jesucristo, según el relato evangélico.

Sin duda el culto va dirigido a este Lázaro verdadero, pero se generó una confusión y se pusieron al santo características imaginarias, del Lázaro ficticio.

La fiesta se realiza en dos días, sábado y domingo inmediatamente anteriores al Domingo de Ramos. El Sábado Santo es traído de su camarín a una mesa con manteles y flores, al alcance de promesantes y devotos; todo el día hay disparos de cohetes y repiques de campanas; por la noche hay vela, con música y juegos de pólvora. En la plaza y en el atrio se han instalado ruedas de caballitos y taburetes, ruletas y otros juegos, y chinamos que venden refrescos, licores y fritangas.

Algunos de los promesantes, que ofrecieron repartir chicha gratis, terminan bañándose con los chingastes. A esto el pueblo llama gráficamente “baño de chingastes” o “chicha de sudor” y también se produce en otras fiestas populares religiosas.

En la fiesta de Lázaro también se dan los juegos de Cuepas, los Dulces de Concha y el Desfile de los Perros. En el juego de cuepas se trata de acertar con una pelota de cera a otra pelota igual que el adversario sitúa en el piso del atrio. Los dulces de la Concha proceden de los pueblos de La Concepción y San Juan de la Concepción del departamento de Masaya, y son de excelente artesanía, elaborados de azúcar y limón, con graciosas y delicadas formas de muñecos, animales, frutas, flores, objetos diversos, inmaculadamente blancos, decorados con trazos de anilina roja.

Para el Desfile de los perros, los promesantes llevan a sus perros muy aseados y adornados con flores, cintas y papeles de colores. Se compra a la puerta del templo una candela de cebo, la que se enciende delante del Santo; se deposita la limosna y se reza, hasta que la candela se consume. Es muy atrayente por su colorido este Desfile de los Perros, único en todo el país; como también lo es la fiesta en general, exclusiva del barrio de Monimbó, antiguo pueblo de indígenas, extremadamente pobres y asaz necesitados de auxilios extraordinarios.

En Masaya, en torno a San Jerónimo hay celebraciones religiosas y diversiones populares desde el 20 de septiembre hasta el último domingo de octubre: más o menos 40 días.

El 20 de septiembre por la noche es la “Gran Alborada”, en la plaza del Santo: juegos artificiales y música.

Del 21 al 29 es la novena. Entretanto van llegándolos fiesteros a instalar chinamos con toda clase de juegos y diversiones (ruletas, toros-rabones, etc.), cantinas, comiderías, charlatanes, adivinos y prostitutas. Se instalan ruedas giratorias de caballitos, chinitos (pequeños taburetes), carros chocones, ola giratoria, y la llamada “rueda Chicago”. Esto se extiende de San Jerónimo a otras dos plazas. La de la Asunción y la de Estación ferroviaria.

En esta ocasión hay una “Gran Exposición de Artesanías”, montada por la municipalidad.

Entre las diversiones simultáneas vale mencionar el tope de los toros (29 septiembre) y la lidia o corrida de los mismos a la manera del país, el concurso hípico, las carreras de caballo, el desafío del “palo lucio”, para ver quién es capaz de ascender por él y atrapar el premio colocado en su cúspide; y las “alboradas” a base de juegos artificiales.

En el período de las fiestas, el Santo sale en procesión en dos ocasiones: el 30 de septiembre, día de la fiesta; y el 7 de octubre, día de la “octava”. El 30 el Santo va de su propia iglesia a la de la Asunción, sobre la Calle Real; después de una misa solemne, regresa por donde fue. El 7, en cambio, se desvía por numerosas calles, de toda categoría. En la procesión del 30 también participa la imagen de San Miguel Arcángel, cuyo día fue el 29. El pueblo se reúne, los pasea y les rinde homenaje conjuntamente.

San Jerónimo va sobre gruesas andas de bambú cubiertas por una montaña de flores; San Miguel va adornado con cintas de colores que se enrollan en su espalda flameante.

En el apretujado desfile van numerosos conjuntos de baile con sus respectiva marimbas, guitarras y tambores. A estos grupos se los denomina con el nombre genérico de “bailes”. Los más atrayentes, bien definidos y cultivados son los Bailes de las Inditas. El Toro-Venado “de rama”, en que los Toro-Venados, con disfraces casi uniformes, defendían, blandiendo ramas contundentes, a una aparente reina o princesa que presidía el desfile. Aquí se ostentan los más variados disfraces, muchas veces remedando y haciendo mofa de políticos impopulares. Un personaje imprescindible es la Vieja del Toro-Venado, con máscara negra, arrugada, dientona y mechuda; y en la mano una bulliciosa sonaja.

Otro es el Macho-Ratón, con cabeza de macho en actitud de mordisquear, y cuerpo de ratón, terminado en la cola característica. Los toros-venados que lo rodean tratan de manosearlos, y él se defiende a dentelladas. Todo al son de una música adecuada. El Tigre, que es otro disfraz, con pieles de este animal adelante y atrás, después de muchas vueltas, al fin se encuentra con el Macho-Ratón, y  se arma la pelea. Allí entran los toro-venados a castigarlos y separarlos valiéndose de las ramas de malinche que portan; y también entre la Vieja agitando la sonaja; por fina aparece el Alcalde de Vara, tocando tatil (pito) y tumcún (tamborcito), y establece la paz.

Por otro lado están los promesantes, a veces avanzando arrodillados, sostenidos por manos caritativas, a veces con los ojos arrasados en lágrimas y musitando cosas ininteligibles o profiriendo gritos desaforados a consecuencia del estado histeroide en que se encuentran.













Buena parte de los concurrentes se empeñan en lanzar gritos y consignas, impregnadas del desabrido sabor “político” acostumbrado por años y años: “¡Viva el que todo lo puede! ¡Viva el patrón de este lugar!” Es lo que siempre habían querido escuchar los politiqueros que viven a expensas de la confianza del pueblo. Pero era dudoso que a un verdadero santo le fueran agradables tales adulaciones. Los “políticos” desacreditados, como algunos de los que se han llamado “presidentes de la República” han asistido para dar su brincadita, bailando en honor a San Jerónimo; pero en realidad buscando manipular al pueblo y dejarlo para la explotación mediante la benévola interpretación de aquella bufonada carente de motivación honesta y de sentido real y valedero. 
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