lunes, 5 de mayo de 2014

EL CATRE DE UNA LANGOSTA MARINA



— Por: Eduardo Pérez-Valle hijo—

        De repente, nuestra apacible historia vecinal sufrió un cambió total. Aquel día, uno que no fue de tantos, apareció una cuadrilla que instaló a la orilla de la calle principal del vecindario un enorme y llamativo rótulo luminoso de restaurante, ilustrado con un plato sopero en el que sobresale una gran langosta, en donde anuncia: «Especialidad en Mariscos».

    Pasó el tiempo, y así como encendieron las luces de la inauguración, al referido negocio le llegó el apagón del fracaso. El «rótulo marisquero» quedó para sugestión visual de los transeúntes que al filo del mediodía se interrogan sobre qué comer para aplacar los jugos gástricos.

        Tras varios meses de cierre total, vimos salir del local los bártulos destinados al servicio gastronómico y de inmediato entraron otros diferentes enseres. Pero, en el rótulo la sopa de langosta siguió humeante, en espera del «clic» de un nuevo negocio. Más pronto que tarde, las oleadas del rumor llegaron hasta el ávido oído vecinal... ¿ahora qué? ¿Qué tipo de negocio instalarán?

        La respuesta llegó al día siguiente. Esperaba por la luz verde del semáforo, cuando un cipote metió la mano a través de la ventana de mi vehículo y, dejó caer una «hoja suelta». Publicitaba la «Gran inauguración del centro de masajes Delikattese» y en grandes números el precio promocional: «Todo por doscientos córdobas». ¡Ay jodido! El advenedizo vecino y «culinario empresario» cambió las mesas para servir sopas y puso camas para servir masajes.

        Otro día, de regreso a mi casa, abordé un taxi, no sin antes decirle dónde me llevaría y preguntarle cuánto cobraba por el recorrido solicitado. Cuando el taxista escuchó la dirección le asomó una maliciosa expresión en el rostro, y sin más, con un Sí cabeceado me invitó a subir. Mirándome por el retrovisor, más pronto de lo esperado empezó a hablar... 

    —oiga amigo, inquirió ¿ya visitó el lugar de los masajes? 
    — ¡No me diga, va a echar su «canita al aire!»―  

        Pensé en la certeza que encierra el adagio: «en pueblo chiquito infierno grande». Durante todo el recorrido el taxista con ánimo desbordado le daba manivela al tema. Cuando por fin llegué, le dije que se detuviera un poco antes de mi casa, descendí del auto, y el hombre sobrecogido con sus libidinosos pergeños mentales, ni siquiera ponía atención al billete que yo le agitaba con el brazo estirado, el taxista volvía una y otra vez a mirar la casa de color lila, como tratando de hallar el resquicio a través de las grandes ventanas polarizadas.

    En las siguientes dos semanas, alguien en mi casa no faltó con sus preguntas, ese fue mi hijo de trece años: 

    — ¿Por qué tantas mujeres entran y salen de esa casa? ¿Qué hacen ahí?—  

       Para no darle largas al asunto, le dije que buscara en la biblioteca la novela «La Casa Verde», de Vargas Llosa, y que después que la leyera tendría la respuesta. Ni siquiera me dejó terminar… ¡Ahhh!, exclamó, entonces ahí vive Anselmo, y El Dorado ahora es Piura… con razón….

    Después de todo eso, el asunto dejó de ser literario, y con mi hijo inicié otra plática, de reflexión. Nunca será suficiente —le dije ― hablar a los jóvenes de hoy y del mañana, de los grandes retos que la sociedad tiene frente a la degradación de la mujer. Las causas que inducen o promueven el lenocinio. Porque a través de la vida comprenderás que es mucho el abismo que existe entre moralidad y realidad, como harto difícil sería hallar en Nicaragua un astronauta y mucho menos que pretendamos, equívocamente, hacer apología o convertir Nicaragua en tierra de ascetas; porque el mismo ascetismo —coinciden muchos tratadistas― en la historia condujo a fantásticas manías sexuales.

        Mi vecindario se convirtió en un interesante laboratorio, y si el registro diario fuese la bitácora de un barco, el rumbo anotado nos llevaría muy adentro del mar de sorpresas; lo cual, entre otras aspectos, corroboró  que la fornicación escondida pinolera puede más que la abstinencia sexual absoluta y, muchos tienen en boca una cacareada fidelidad de alcoba. ¡Ver para creer! No se equivocó el Papa León VII en decir que «la continencia no era de este mundo». Quizás pretendió decir que algunos curas por asuntos corporales y no espirituales, no usan calzoncillos.

        Así era, putales y las puterías volvieron a proliferar en nuestro país como la existencia multiplicadora del mosquito transmisor del dengue, ahora la pandemia era bajo la variante “sopa de langosta marina” o “masajes terapéuticos”. 

    Esa situación entraña una descomposición social progresiva, puesto que, detrás de la explotación de la prostituta por lo general está el rufián (a), circula la droga, acecha el SIDA, la coima, la «amistad policial», «la inversión financiera», el matón, el desprecio a los valores humanos y a la moralidad, en fin...

        En aquella ocasión una de las consecuencias directas de tener cercano un antro de vicio, recayó sobre cualquiera que osara caminar por esa calle. Nadie estaba exento, esposas, hijas, hermanas, domésticas, todo lo que fuera hembra, que habitara en nuestro reparto. Sólo por el hecho de verse obligadas a salir a la calle principal, eran víctimas de la malicia enfermiza de algunos tipos de la estofa humana, de los enmascarados que abundan en nuestro medio, entre buseros, taxistas, y de cualquier incontrolado mental tetosterónico.

        Además de estar metidos en tremendo problema de vecindad, mis  pensamientos sólo iban en una dirección, porque mi hijo con socarronería solía decir: “cómo vas a acabar con nuestra nueva dirección domiciliar, del putal 20 varas al Sur”.

    Pronto me encontré desempolvando ideas y experiencias en el almacén de los recuerdos. No había otra, volver a enterrar los «tiempones de la rufianería». Recordé el régimen de Somoza, cuando los altos oficiales de la Guardia Nacional manejaban testaferros que controlaban ese tipo de negocios, como el conocido caso de un ex miembro de la Oficina de Seguridad Nacional de Somoza, de apellidos Avendaño Midence, dedicado a fomentar y explotar locales de prostitución junto con su concubina de apellido Montoya. Fueron propietarios del prostíbulo «Los Ángeles», en las inmediaciones de El Arbolito, concurrido por los grandes tiliches de la G.N., como Alesio Gutiérrez, Nicolás Valle Salinas, Gustavo Montiel, el siniestro asesino Óscar Morales. En la crónica de aquella época se relata que la concubina de Avendaño Midence, herró, igual que un semoviente, a una niña matagalpina que había secuestrado en Matagalpa. (El Nuevo Diario, 17/Agosto/1980).

        Hubo reconocidos traficantes de menores, como “La Amparo”, “La Tina Jelepate”, “Wicho” y la dueña de “La Casa Amarilla”. En la actualidad son demasiadas las denuncias públicas sobre “Trata de Blancas, proxenetismo, pedofilia, etc. A propósito de lo antedicho, como dato casual, recuerdo que fue precisamente de una casa de El Dorado, desde  partió la escuadra guerrillera que en 1978 le pegó fuego a la «Casa Amarilla», prostíbulo ubicado en las inmediaciones de la Central de Policía de Somoza que en la actualidad ocupa el Departamento de Patrullas «Ajax Delgado».

        Cuando la sociedad está enfrentada a enormes problemas necesita rápidas y fuertes respuestas. Sin tartajeos. Los habitantes de un sector de El Dorado dieron batalla para evitar cualquier nuevo intento destinado a reabrir el negocio del «rótulo de marisco». Sin embargo, valga decir que, en todo noble y justo propósito siempre hay algún vecino caracterizado por su indiferencia o por la cobardía, pero en general, la mayoría estuvo dispuesta a dar recia batalla. Ante nuestra presión sin tregua, la Policía Nacional cerró el sitio, mientras Anselmo Langostero, obtuvo otro lugar para sus mujeres de “amores libres”. En el segundo intento hasta el simbolismo le llegó con tinte bíblico, la nueva dirección de las Magdalenas no redimidas quedó establecida desde la Rotonda de la estatua del Jesús “manos arriba”, 75 metros hacia el Este.

        Sobre las Casas de Cita o Mancebías recae, entre otras, la Ley del 20 de Mayo de 1955 publicada en La Gaceta, Diario Oficial en fecha del primero de junio del mismo año. La involución en la que este pueblo se ha ido sumergiendo puede llevarnos a situaciones irreparables, aquí no sólo se trata de enfrentar los males del Clientelismo Político, o del Tráfico de Influencias, o de un Sistema Judicial que es un verdadero muladar. Ante nuestro particular problema de vecindario, se trataba de nunca volver a escuchar aquella inverosímil explicación que le dio a un periodista el ex capitán de la Guardia Nacional de Somoza, Pablo Aguilar, «rectificando», «todo está bien pero esa mujer lo calumniaba porque él la había obligado a que en su establecimiento se admitiera el examen del inspector de profilaxia». Oportunamente, La Prensa de Pedro Joaquín Chamorro replicó con exactitud: «¿Cuáles inspectores de profilaxia, si la prostitución está prohibida?» (La Prensa, 13 Marzo/1970).

      El colmo de un sistema que se pudre en el vicio y la inmoralidad, quedó patentizado cuando sin reparos las celestinas de los putales reclamaban (cuando Somoza) que «estaban al día con sus pagos a las autoridades».

    Siempre que un régimen de gobierno se distingue por dilapidar el erario público, parte del dinero se imanta hacia alegres damas de compañía. Al pueblo de Nicaragua ya no le resulta extraño que, en cada escándalo de peculado, malversación, fraude, las cortesanas están ahí, mimetizadas por el billete. La historia nacional está llena de Mesalinas; el caso más conocido fue el de la Dinorah Sampson, concubina de Anastasio Somoza.

    En un artículo de la periodista Ximena Ortúzar, anotaba en alusión del dictador paraguayo Alfredo Stroessner y sus amantes, que «algunas amasaron fortunas de varias decenas de millones de dólares a fuerza de trabajar mucho en el catre». En nuestro país ¿cuántos casos murmura nuestro pueblo? Hace poco me contó una amiga, que ella estaba en el gimnasio, donde encontró a cierta muchacha, conocida de la universidad, la que, entre cada rutina de ejercicio también ejercitaba la lengua. Le dijo que ella “necesitaba mantenerse en forma, pues la tarea que «enfrentaba» no era nada fácil con el «novio casual», puesto que, en cada encuentro «para comerse el tocinito tenía que comerse al chancho”.


    ¿Qué harías si un día de tantos en tu vecindario reaparece la «Conga Roja», el «Cuarto Bate» o la «Casa Amarilla?  

    La última vez que regresé con mis pensamientos al Plato Sopero, concluí que el asunto es un tanto peligroso para los débiles… y que hembras y machos deben estar ojo visor con el matrimonio, el noviazgo… deben protegerse ante todo y contra todo, porque como solía decir un buen amigo marinero que ya se fue en la barca de Caronte: “Ni lo dudes…en esta vida…jala más un pelo de mico…que un cable de barco”, y ahora, en Nicaragua, los putos y las mujeres de "amores tarifarios" tienen derechos concedidos, brillan como “Girasoles”, y la Asamblea Nacional les otorgó algo mejor que el viejo examen de profilaxia del putrefacto régimen somocista: Personalidad Jurídica para "actuar", con ropa o sin ella. 

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