— Por: Eduardo Pérez-Valle hijo—
De repente, nuestra apacible historia vecinal sufrió
un cambió total. Aquel día, uno que no fue de tantos, apareció una cuadrilla
que instaló a la orilla de la calle principal del vecindario un enorme y
llamativo rótulo luminoso de restaurante, ilustrado con un plato sopero en el
que sobresale una gran langosta, en donde anuncia: «Especialidad en Mariscos».
Pasó el tiempo, y así como encendieron las luces de la
inauguración, al referido negocio le llegó el apagón del fracaso. El «rótulo
marisquero» quedó para sugestión visual de los transeúntes que al filo del
mediodía se interrogan sobre qué comer para aplacar los jugos gástricos.
Tras varios meses de cierre total, vimos salir del
local los bártulos destinados al servicio gastronómico y de inmediato entraron
otros diferentes enseres. Pero, en el rótulo la sopa de langosta siguió humeante, en espera del «clic» de un nuevo negocio. Más pronto que tarde, las
oleadas del rumor llegaron hasta el ávido oído vecinal... ¿ahora qué? ¿Qué tipo de
negocio instalarán?
La respuesta llegó al día siguiente. Esperaba por la
luz verde del semáforo, cuando un cipote metió la mano a través de la ventana
de mi vehículo y, dejó caer una «hoja suelta». Publicitaba la «Gran inauguración
del centro de masajes Delikattese» y en grandes números el precio promocional:
«Todo por doscientos córdobas». ¡Ay jodido! El advenedizo vecino y «culinario
empresario» cambió las mesas para servir sopas y puso camas para servir masajes.
Otro día, de regreso a mi casa, abordé un taxi, no sin
antes decirle dónde me llevaría y preguntarle cuánto cobraba por el recorrido
solicitado. Cuando el taxista escuchó la dirección le asomó una maliciosa
expresión en el rostro, y sin más, con un Sí cabeceado me invitó a subir.
Mirándome por el retrovisor, más pronto de lo esperado empezó a hablar...
—oiga
amigo, inquirió ¿ya visitó el lugar de los masajes?
— ¡No me diga, va a echar
su «canita al aire!»―
Pensé en la
certeza que encierra el adagio: «en pueblo chiquito infierno grande». Durante
todo el recorrido el taxista con ánimo desbordado le daba manivela al tema.
Cuando por fin llegué, le dije que se detuviera un poco antes de mi casa,
descendí del auto, y el hombre sobrecogido con sus libidinosos pergeños
mentales, ni siquiera ponía atención al billete que yo le agitaba con el brazo
estirado, el taxista volvía una y otra vez a mirar la casa de color lila, como
tratando de hallar el resquicio a través de las grandes ventanas polarizadas.
En las siguientes dos semanas, alguien en mi casa no
faltó con sus preguntas, ese fue mi hijo de trece años:
— ¿Por qué tantas
mujeres entran y salen de esa casa? ¿Qué hacen ahí?—
Para no darle largas al asunto, le dije que
buscara en la biblioteca la novela «La Casa Verde », de Vargas Llosa, y que después que
la leyera tendría la respuesta. Ni siquiera me dejó terminar… ¡Ahhh!, exclamó,
entonces ahí vive Anselmo, y El Dorado ahora es Piura… con razón….
Después de todo eso, el asunto dejó de ser literario, y
con mi hijo inicié otra plática, de reflexión. Nunca será suficiente —le dije ―
hablar a los jóvenes de hoy y del mañana, de los grandes retos que la sociedad
tiene frente a la degradación de la mujer. Las causas que inducen o promueven
el lenocinio. Porque a través de la vida comprenderás que es mucho el abismo
que existe entre moralidad y realidad, como harto difícil sería hallar en
Nicaragua un astronauta y mucho menos que pretendamos, equívocamente, hacer
apología o convertir Nicaragua en tierra de ascetas; porque el mismo ascetismo
—coinciden muchos tratadistas― en la historia condujo a fantásticas manías
sexuales.
Mi vecindario se convirtió en un interesante
laboratorio, y si el registro diario fuese la bitácora de un barco, el rumbo
anotado nos llevaría muy adentro del mar de sorpresas; lo cual, entre otras
aspectos, corroboró que la fornicación
escondida pinolera puede más que la abstinencia sexual absoluta y, muchos
tienen en boca una cacareada fidelidad de alcoba. ¡Ver para creer! No se
equivocó el Papa León VII en decir que «la continencia no era de este mundo».
Quizás pretendió decir que algunos curas por asuntos corporales y no
espirituales, no usan calzoncillos.
Así era, putales y las puterías volvieron a proliferar
en nuestro país como la existencia multiplicadora del mosquito transmisor del
dengue, ahora la pandemia era bajo la variante “sopa de langosta marina” o
“masajes terapéuticos”.
Esa situación entraña una descomposición social
progresiva, puesto que, detrás de la explotación de la prostituta por lo
general está el rufián (a), circula la droga, acecha el SIDA, la coima, la
«amistad policial», «la inversión financiera», el matón, el desprecio a los
valores humanos y a la moralidad, en fin...
En aquella ocasión una de las consecuencias directas de tener cercano un antro de vicio, recayó sobre cualquiera que osara caminar por esa calle. Nadie estaba exento, esposas, hijas, hermanas, domésticas, todo lo que fuera hembra, que habitara en nuestro reparto. Sólo por el hecho de verse obligadas a salir a la calle principal, eran víctimas de la malicia enfermiza de algunos tipos de la estofa humana, de los enmascarados que abundan en nuestro medio, entre buseros, taxistas, y de cualquier incontrolado mental tetosterónico.
Además de estar metidos en tremendo problema de
vecindad, mis pensamientos sólo iban en
una dirección, porque mi hijo con socarronería solía decir: “cómo vas a acabar
con nuestra nueva dirección domiciliar, del putal 20 varas al Sur”.
Pronto me encontré desempolvando ideas y experiencias
en el almacén de los recuerdos. No había otra, volver a enterrar los «tiempones
de la rufianería». Recordé el régimen de Somoza, cuando los altos oficiales de la Guardia Nacional
manejaban testaferros que controlaban ese tipo de negocios, como el conocido
caso de un ex miembro de la
Oficina de Seguridad Nacional de Somoza, de apellidos
Avendaño Midence, dedicado a fomentar y explotar locales de prostitución junto
con su concubina de apellido Montoya. Fueron propietarios del prostíbulo «Los
Ángeles», en las inmediaciones de El Arbolito, concurrido por los grandes tiliches
de la G.N ., como
Alesio Gutiérrez, Nicolás Valle Salinas, Gustavo Montiel, el siniestro asesino
Óscar Morales. En la crónica de aquella época se relata que la concubina de
Avendaño Midence, herró, igual que un semoviente, a una niña matagalpina que
había secuestrado en Matagalpa. (El Nuevo Diario, 17/Agosto/1980).
Hubo reconocidos traficantes de menores, como “La Amparo ”, “La Tina Jelepate ”, “Wicho”
y la dueña de “La Casa
Amarilla ”. En la actualidad son demasiadas las denuncias
públicas sobre “Trata de Blancas, proxenetismo, pedofilia, etc. A propósito de
lo antedicho, como dato casual, recuerdo que fue precisamente de una casa de El
Dorado, desde partió la escuadra
guerrillera que en 1978 le pegó fuego a la «Casa Amarilla», prostíbulo ubicado
en las inmediaciones de la
Central de Policía de Somoza que en la actualidad ocupa el
Departamento de Patrullas «Ajax Delgado».
Cuando la sociedad está enfrentada a enormes problemas
necesita rápidas y fuertes respuestas. Sin tartajeos. Los habitantes de un sector
de El Dorado dieron batalla para evitar cualquier nuevo intento destinado a
reabrir el negocio del «rótulo de marisco». Sin embargo, valga decir que, en
todo noble y justo propósito siempre hay algún vecino caracterizado por su
indiferencia o por la cobardía, pero en general, la mayoría estuvo dispuesta a
dar recia batalla. Ante nuestra presión sin tregua, la Policía Nacional cerró
el sitio, mientras Anselmo Langostero, obtuvo otro lugar para sus mujeres de
“amores libres”. En el segundo intento hasta el simbolismo le llegó con tinte
bíblico, la nueva dirección de las Magdalenas no redimidas quedó establecida
desde la Rotonda
de la estatua del Jesús “manos arriba”, 75 metros hacia el Este.
Sobre las Casas de Cita o Mancebías recae, entre
otras, la Ley del
20 de Mayo de 1955 publicada en La
Gaceta , Diario Oficial en fecha del primero de junio del
mismo año. La involución en la que este pueblo se ha ido sumergiendo puede
llevarnos a situaciones irreparables, aquí no sólo se trata de enfrentar los
males del Clientelismo Político, o del Tráfico de Influencias, o de un Sistema
Judicial que es un verdadero muladar. Ante nuestro particular problema de
vecindario, se trataba de nunca volver a escuchar aquella inverosímil
explicación que le dio a un periodista el ex capitán de la Guardia Nacional
de Somoza, Pablo Aguilar, «rectificando», «todo está bien pero esa mujer lo
calumniaba porque él la había obligado a que en su establecimiento se admitiera
el examen del inspector de profilaxia». Oportunamente, La Prensa de Pedro Joaquín
Chamorro replicó con exactitud: «¿Cuáles inspectores de profilaxia, si la
prostitución está prohibida?» (La
Prensa , 13 Marzo/1970).
El colmo de un sistema que se pudre en el vicio y la
inmoralidad, quedó patentizado cuando sin reparos las celestinas de los putales
reclamaban (cuando Somoza) que «estaban al día con sus pagos a las
autoridades».
Siempre que un régimen de gobierno se distingue por
dilapidar el erario público, parte del dinero se imanta hacia alegres damas
de compañía. Al pueblo de Nicaragua ya no le resulta extraño que, en cada
escándalo de peculado, malversación, fraude, las cortesanas están ahí,
mimetizadas por el billete. La historia nacional está llena de Mesalinas; el caso
más conocido fue el de la
Dinorah Sampson , concubina de Anastasio Somoza.
En un artículo de la periodista Ximena Ortúzar,
anotaba en alusión del dictador paraguayo Alfredo Stroessner y sus amantes, que
«algunas amasaron fortunas de varias decenas de millones de dólares a fuerza de
trabajar mucho en el catre». En nuestro país ¿cuántos casos murmura nuestro
pueblo? Hace poco me contó una amiga, que ella estaba en el gimnasio, donde encontró
a cierta muchacha, conocida de la universidad, la que, entre cada rutina de
ejercicio también ejercitaba la lengua. Le dijo que ella “necesitaba mantenerse
en forma, pues la tarea que «enfrentaba» no era nada fácil con el «novio
casual», puesto que, en cada encuentro «para comerse el tocinito tenía que
comerse al chancho”.
¿Qué harías si un día de tantos en tu vecindario
reaparece la «Conga Roja», el «Cuarto Bate» o la «Casa Amarilla?
La última vez que regresé con mis
pensamientos al Plato Sopero, concluí que el asunto es un tanto peligroso para
los débiles… y que hembras y machos deben estar ojo visor con el matrimonio, el
noviazgo… deben protegerse ante todo y contra todo, porque como solía decir un
buen amigo marinero que ya se fue en la barca de Caronte: “Ni lo dudes…en esta
vida…jala más un pelo de mico…que un cable de barco”, y ahora, en Nicaragua,
los putos y las mujeres de "amores tarifarios" tienen derechos concedidos, brillan como “Girasoles”, y la Asamblea Nacional
les otorgó algo mejor que el viejo examen de profilaxia del putrefacto régimen
somocista: Personalidad Jurídica para "actuar", con ropa o sin ella.
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