¿ES CIERTO QUE LA CATEDRAL DE LEÓN ESTABA DESTINADA A LIMA? Por: Dr. Eduardo Pérez-Valle. En: Semana, 1971.
Nada más falso. Ya el Padre Pereira, con su
acostumbrada sencillez, dice en su "Cartilla",
refiriéndose a la catedral leonesa, que los planos fueron hechos por el
“arquitecto real”, quien envió de Guatemala los trazados de los subterráneos
sobre que descansa el colosal monumento.
El “arquitecto real” fue el Maestro Mayor de
Arquitectura de Guatemala Diego de Porras. A él se deben los planos originales
del edificio, y bajo su dirección se inician los trabajos en 1747.
Este maestro Diego de Porras quizás sea el hijo del
famoso José de Porras o Porres (la terminación es indica el origen levantino del apellido), quien vivió de
1639 a 1703 y trabajó en diversas obras en Guatemala, especialmente en la
construcción de la segunda catedral.
Sobre la construcción de este edificio y el papel
desempeñado por José de Porras hay una historia interesante. Los trabajos se
iniciaron bajo la dirección del Ing. don Martín de Andujar.
Porras fue contratado como “maestro menor”, ganando
seis reales diarios, mientras que Andujar cobraba pesos anuales.
Ocho años más tarde, no sabiendo cerrar los arcos y
habiendo errado en muchos pormenores de la obra, Andujar es despedido “por la
poca práctica e inteligencia que tenía en la materia”, y lo sustituye José de
Porras, con el dictado de “Obrero mayor”:
Aunque no puede afirmarse, puede creerse que el
maestro Diego de Porras sea el descendiente de aquel distinguido arquitecto
que, dicho sea de paso, murió sin haber aprendido a escribir.
Diego de Porras vivió en Guatemala al menos durante el
período que va de 1710 a 1740. Había nacido en 1678.
En 1713 trabaja en el Colegio de Cristo. En 1717, en
su calidad de “maestro mayor de arquitectura”, reconoce los daños ocasionados
por el terremoto de San Miguel al Palacio de los Capitanes Generales y al
Convento de Santa Catalina.
En 1726, en compañía de otro arquitecto, Felipe de
Porres, quizás un pariente suyo (quien no sabía firmar), reconoce las
reparaciones efectuadas en el Convento de San Agustín.
Continúa trabajando en diversas obras en la capital
del reino, y hasta 1740 puede rastrearse su nombre vinculado a obras cada vez
más importantes.
Hay en los documentos una laguna difícil de colmar,
hasta que se le encargan las trazas y la dirección de las obras de la nueva
catedral leonesa.
Cargado de años y de experiencia llega el maestro
Porras a León en 1747. Cuenta 69 años. Los planos que traza son los de un vasto
edificio de cinco naves de norte a sur, por diez tramos de oriente a poniente.
Los soportes han de ser 66 enormes pilastras de planta
cruciforme, del tipo de las del santuario del Cristo Negro de Esquipulas.
La techumbre se compondrá de 50 bóvedas de diversos
modelos, coronadas por 19 linternillas de graciosos perfiles.
Las naves mayor y del crucero se elevarán sobre las
laterales y en su intersección una hermosa cúpula cubrirá la capilla mayor.
Se prescinde de cerrar las capillas laterales para dar
a la perspectiva interior un aspecto más grandioso.
A los lados en los formidables muros, que tendrán dos
varas y media de espesor, hay grandes ventanales de medio punto.
Este edificio, concebido según los cánones del
monumental estilo antigüeño, está destinado a resistir a los más fuertes
terremotos: de allí su aparente falta de esbeltez y su desmesurada anchura y
solidez.
El laborioso obispo Martín de Bullón y Figueroa se
muestra complacido. El proyecto que trae reminiscencias del que ya es el más
famoso santuario de Centroamérica, y que compite ventajosamente con la
grandiosa catedral de Panamá, que a la razón se construye, se aprueba
entusiastamente.
Sin tardanza comienzan las excavaciones para los
cimientos, que bajarán siete varas, hasta asentarse en la roca viva del
subsuelo.
Un terremoto había destruido en 1532 el edificio del
Colegio Tridentino (Seminario), que ya contaba 72 años de existencia. Se
encomendó al maestro Porras la ejecución de trazas y presupuesto para volver a
construirlo. La dirección de las obras se confió al presbítero Francisco
Benites de Salafranca, quien con los padres Briceño de Coca y Bernardo Valdez,
por esa época entendían en León en obras de arquitectura.
Si bien las obras de la catedral habían sufrido
considerable retraso así por la muerte inesperada del obispo Marín, como por el
desaliento y casi oposición de su sucesor, Moral de Santa Cruz, con la
elevación al episcopado del antiguo deán, el nicaragüense Vílchez y Cabrera,
iniciaron una etapa de sereno y continuo desarrollo.
Don Juan Carlos de Vílchez y Cabrera era natural de
Pueblo Nuevo, en el actual departamento de Estelí. Durante 16 años ejerció el
decanato y en los diez siguientes el obispado.
En todos ellos, en completo acuerdo con el maestro
Porras, impulsó las obras con gran energía y dedicación. Pero el maestro Porras siente el peso de los
años. En 1766 cumple 88 años. Su salud es precaria. Un perenne cansancio doble
su cuerpo y encoge su espíritu.
El obispo que experimenta el clímax de su entusiasmo
constructivo, le trae de Guatemala, un cirineo, el profeso lego mercedario Fray
Pedro de Ávila, “diestro arquitecto”, quien recibe del prelado el costo de su
viaje, alimentación y alojamiento en su propia morada, y veinte pesos mensuales
“para el calzado”, que según parece sufre serio desgaste en el trajín
edificatorio. Fray Pedro, más que dirigir las obras, arbitra los materiales, en
acuerdo y compañía del maestro Porras.
Agotados los recursos, hubieron de suspenderse las
obras en 1767. Se envió a la
Corte un estado que cubría desde 1757, pues el obispo, no
queriendo “que le tomasen las cuentas como a un sobrestante”, se negaba a
concurrir a las juntas de administración con el gobernador y los oficiales
reales. Acompañaba a ese estado una planta que se señalaba el adelanto de las
obras.
En ese diseño aparece estampada por última vez la
firma y rúbrica del maestro Diego de Porras. En adelante su nombre desaparece
por completo de planos, nóminas y otros documentos, por lo que puede pensarse
que alguna dolencia grave le impide ocuparse de la construcción, que queda al
cuidado de Fray Pedro de Ávila. En torno a este, son escasas y fragmentarias
las noticias que se conservan. En 1769 aún trabaja en la catedral, y en 1776 ya
no se encuentra en Nicaragua.
El obispo Vílchez, también sumido en la vejez y la enfermedad, nombró superintendente al
arcediano Cristóbal Díaz Cabeza de Vaca, quien a la muerte del prelado asume el
gobierno de la diócesis y se esfuerza en la continuación de las obras.
En septiembre de 1776 el arcediano da cuenta al
gobierno de haber ocurrido en aquellos días la muerte del maestro mayor que
había delineado la catedral y seguido
las obras hasta el estado en que se encontraban, y pide el envío de un nuevo
arquitecto que lo sustituya.
El maestro Diego de Porras, diseñador y principal
constructor de la catedral de León, dejó este mundo a la respetable edad de 98
años. Es indudable que sus restos reposan en el mismo templo que el construyó.
En todo el proceso de la construcción de la catedral
de León no encontramos nada que la relacione con la de Lima. Tampoco en la vida
sencilla y diáfana del maestro Porras. Ya vimos cómo se trasladó desde
Guatemala, planeó la catedral e inició su construcción; murió y fue sepultado
en nuestro suelo.
Totalmente distinta es la historia de la Catedral de Lima, a cuya
concepción y ejecución, está ligado el nombre de Francisco Becerra, nacido en
Trujillo de Extremadura en 1545 y muerto en Lima en 1605 (cuando aún no se
había efectuado el traslado de León), dejando ya cerradas las bóvedas de su
catedral.
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