miércoles, 14 de mayo de 2014

¿ES CIERTO QUE LA CATEDRAL DE LEÓN ESTABA  DESTINADA A LIMA? Por: Dr. Eduardo Pérez-Valle. En: Semana, 1971. 

Nada más falso. Ya el Padre Pereira, con su acostumbrada sencillez, dice en su "Cartilla", refiriéndose a la catedral leonesa, que los planos fueron hechos por el “arquitecto real”, quien envió de Guatemala los trazados de los subterráneos sobre que descansa el colosal monumento.

El “arquitecto real” fue el Maestro Mayor de Arquitectura de Guatemala Diego de Porras. A él se deben los planos originales del edificio, y bajo su dirección se inician los trabajos en 1747.

Este maestro Diego de Porras quizás sea el hijo del famoso José de Porras o Porres (la terminación es indica el origen levantino del apellido), quien vivió de 1639 a 1703 y trabajó en diversas obras en Guatemala, especialmente en la construcción de la segunda catedral.

Sobre la construcción de este edificio y el papel desempeñado por José de Porras hay una historia interesante. Los trabajos se iniciaron bajo la dirección del Ing. don Martín de Andujar.

Porras fue contratado como “maestro menor”, ganando seis reales diarios, mientras que Andujar cobraba pesos anuales.

Ocho años más tarde, no sabiendo cerrar los arcos y habiendo errado en muchos pormenores de la obra, Andujar es despedido “por la poca práctica e inteligencia que tenía en la materia”, y lo sustituye José de Porras, con el dictado de “Obrero mayor”:

Aunque no puede afirmarse, puede creerse que el maestro Diego de Porras sea el descendiente de aquel distinguido arquitecto que, dicho sea de paso, murió sin haber aprendido a escribir.

Diego de Porras vivió en Guatemala al menos durante el período que va de 1710 a 1740. Había nacido en 1678.

En 1713 trabaja en el Colegio de Cristo. En 1717, en su calidad de “maestro mayor de arquitectura”, reconoce los daños ocasionados por el terremoto de San Miguel al Palacio de los Capitanes Generales y al Convento de Santa Catalina.

En 1726, en compañía de otro arquitecto, Felipe de Porres, quizás un pariente suyo (quien no sabía firmar), reconoce las reparaciones efectuadas en el Convento de San Agustín.

Continúa trabajando en diversas obras en la capital del reino, y hasta 1740 puede rastrearse su nombre vinculado a obras cada vez más importantes.

Hay en los documentos una laguna difícil de colmar, hasta que se le encargan las trazas y la dirección de las obras de la nueva catedral leonesa.

Cargado de años y de experiencia llega el maestro Porras a León en 1747. Cuenta 69 años. Los planos que traza son los de un vasto edificio de cinco naves de norte a sur, por diez tramos de oriente a poniente.

Los soportes han de ser 66 enormes pilastras de planta cruciforme, del tipo de las del santuario del Cristo Negro de Esquipulas.

La techumbre se compondrá de 50 bóvedas de diversos modelos, coronadas por 19 linternillas de graciosos perfiles.

Las naves mayor y del crucero se elevarán sobre las laterales y en su intersección una hermosa cúpula cubrirá la capilla mayor.

Se prescinde de cerrar las capillas laterales para dar a la perspectiva interior un aspecto más grandioso.

A los lados en los formidables muros, que tendrán dos varas y media de espesor, hay grandes ventanales de medio punto.

Este edificio, concebido según los cánones del monumental estilo antigüeño, está destinado a resistir a los más fuertes terremotos: de allí su aparente falta de esbeltez y su desmesurada anchura y solidez.

El laborioso obispo Martín de Bullón y Figueroa se muestra complacido. El proyecto que trae reminiscencias del que ya es el más famoso santuario de Centroamérica, y que compite ventajosamente con la grandiosa catedral de Panamá, que a la razón se construye, se aprueba entusiastamente.

Sin tardanza comienzan las excavaciones para los cimientos, que bajarán siete varas, hasta asentarse en la roca viva del subsuelo.

Un terremoto había destruido en 1532 el edificio del Colegio Tridentino (Seminario), que ya contaba 72 años de existencia. Se encomendó al maestro Porras la ejecución de trazas y presupuesto para volver a construirlo. La dirección de las obras se confió al presbítero Francisco Benites de Salafranca, quien con los padres Briceño de Coca y Bernardo Valdez, por esa época entendían en León en obras de arquitectura.

Si bien las obras de la catedral habían sufrido considerable retraso así por la muerte inesperada del obispo Marín, como por el desaliento y casi oposición de su sucesor, Moral de Santa Cruz, con la elevación al episcopado del antiguo deán, el nicaragüense Vílchez y Cabrera, iniciaron una etapa de sereno y continuo desarrollo.

Don Juan Carlos de Vílchez y Cabrera era natural de Pueblo Nuevo, en el actual departamento de Estelí. Durante 16 años ejerció el decanato y en los diez siguientes el obispado.

En todos ellos, en completo acuerdo con el maestro Porras, impulsó las obras con gran energía y dedicación.  Pero el maestro Porras siente el peso de los años. En 1766 cumple 88 años. Su salud es precaria. Un perenne cansancio doble su cuerpo y encoge su espíritu.

El obispo que experimenta el clímax de su entusiasmo constructivo, le trae de Guatemala, un cirineo, el profeso lego mercedario Fray Pedro de Ávila, “diestro arquitecto”, quien recibe del prelado el costo de su viaje, alimentación y alojamiento en su propia morada, y veinte pesos mensuales “para el calzado”, que según parece sufre serio desgaste en el trajín edificatorio. Fray Pedro, más que dirigir las obras, arbitra los materiales, en acuerdo y compañía del maestro Porras.

Agotados los recursos, hubieron de suspenderse las obras en 1767. Se envió a la Corte un estado que cubría desde 1757, pues el obispo, no queriendo “que le tomasen las cuentas como a un sobrestante”, se negaba a concurrir a las juntas de administración con el gobernador y los oficiales reales. Acompañaba a ese estado una planta que se señalaba el adelanto de las obras.

En ese diseño aparece estampada por última vez la firma y rúbrica del maestro Diego de Porras. En adelante su nombre desaparece por completo de planos, nóminas y otros documentos, por lo que puede pensarse que alguna dolencia grave le impide ocuparse de la construcción, que queda al cuidado de Fray Pedro de Ávila. En torno a este, son escasas y fragmentarias las noticias que se conservan. En 1769 aún trabaja en la catedral, y en 1776 ya no se encuentra en Nicaragua.

El obispo Vílchez, también sumido en la vejez y  la enfermedad, nombró superintendente al arcediano Cristóbal Díaz Cabeza de Vaca, quien a la muerte del prelado asume el gobierno de la diócesis y se esfuerza en la continuación de las obras.

En septiembre de 1776 el arcediano da cuenta al gobierno de haber ocurrido en aquellos días la muerte del maestro mayor que había delineado la catedral y  seguido las obras hasta el estado en que se encontraban, y pide el envío de un nuevo arquitecto que lo sustituya.

El maestro Diego de Porras, diseñador y principal constructor de la catedral de León, dejó este mundo a la respetable edad de 98 años. Es indudable que sus restos reposan en el mismo templo que el construyó.

En todo el proceso de la construcción de la catedral de León no encontramos nada que la relacione con la de Lima. Tampoco en la vida sencilla y diáfana del maestro Porras. Ya vimos cómo se trasladó desde Guatemala, planeó la catedral e inició su construcción; murió y fue sepultado en nuestro suelo.


Totalmente distinta es la historia de la Catedral de Lima, a cuya concepción y ejecución, está ligado el nombre de Francisco Becerra, nacido en Trujillo de Extremadura en 1545 y muerto en Lima en 1605 (cuando aún no se había efectuado el traslado de León), dejando ya cerradas las bóvedas de su catedral.

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