domingo, 25 de mayo de 2014

LAS IGLESIAS DE SUTIABA. Por: Dr. Eduardo Pérez-Valle

Arquitectura Mestiza

LAS IGLESIAS DE  SUTIABA. Por: Dr. Eduardo Pérez-Valle

Existen algunos documentos que concurren a ubicar en el tiempo la erección de las iglesias de Sutiaba, aún que no con la precisión deseable.

El primero en el testamento cerrado del Corregidor de Sutiaba don Diego Rodríguez Menéndez otorgado ante el escribano Joseph de Guzmán el 25 de Enero de 1703, testamento en que “deja legados de dinero en plata a “las dos iglesias de Subtiava”, a las de Telica, Posoltega; Quezalguaque y Nagarote (II, p. 12).

Por el testimonio de los autos hechos por el escribano Joseph de Guzmán a pedimento del capitán don Bartolomé González Fitoria y Valdés, en mayo de 1705, sabemos que las dos iglesias a que hace mención el testamento antes mencionado son la Parroquial y Santiago. A la fecha aquella se construye, permaneciendo aún sin techar las naves; la otra en cambio estaba ya techada, si bien no puede afirmarse que estuviese completamente acabada: en ella el maestro carpintero ensamblador Juan Hernández, alias Juan Telica, trabaja en el retablo par la capilla mayor de la “iglesia nueva” (IX).

Ese mismo año de 1705 la Audiencia de Guatemala en vacante de la presidencia, removía a don Bartolomé González Fitoria  del cargo de Corregidor de Sutiaba que ocupaba interinamente desde 1703. Fue nombrado para sustituirlo el capitán don Manuel de Medrano y Solórzano, cuya administración fue inoperante, cuando no desastrosa. Repuesto en el cargo González Fitoria, por recomendación real, en 1708, según parece, aún no ha sido terminada la Iglesia Parroquial. Existe un testimonio de 1710 que da cuenta de la terminación de la iglesia por el mismo González Fitoria. Este ejemplar funcionario finalizó su mandato hacia 1718, según Molina, de quien tomamos los anteriores datos (IV). Ayón afirma que en 1715 fue nombrado Alcalde Mayor de El Realejo, por acuerdo del 25 de Febrero (I. T.II. p. 289). De paso, debe recordarse que las denominaciones de Alcalde Mayor y Corregidor, según autorizada opinión, “no implicaban diferencia alguna en cuanto a las facultades jurisdiccionales de una y otra autoridad (VII, pp. 267, 268).

Puede creerse que en los cinco u ocho años en que González Fitoria tuvo el oficio después de 1710, debe haberse dedicado con el empeño que le era tan característico al perfeccionamiento de los dos primeros templos de Sutiaba y quizás también a la construcción de algunos otros.

De aquí, por escasez de fuentes, nos vemos precisados a dar un salto en el tiempo, hasta 1751, año en que el obispo Morel de Santa Cruz realiza su Visita Apostólica. Ya están construidas en Sutiaba las seis iglesias conocidas “de tres naves, adobes y teja, con su altar mayor y una moderada decencia” (V. P. 63). Esto quiere decir que cuatro de tales iglesias, San Pedro, Veracruz, San Sebastián y San Andrés, fueron construidas en la primera mitad del siglo XVIII, entre 1710 y 1751. No ha de haber sido pequeña la obra que en relación a estos edificios debió cumplir el señor González Fitoria, primero como Corregidor y más tarde como Gobernador de Nicaragua, cargo para el que fue nombrado hacia 1731 (I. T. II. 239).

En tiempos de Morel, la administración de estas iglesias “corre a cargo de un cura; antes eran dos; desde el año de setecientos se suprimió el otro” (V. p. 68).

De las seis iglesias de Sutiaba sólo quedan en pie la Parroquial  y San Pedro. Las otras sólo han dejado sus ruinas, sus vestigios, que cada día se borran más a causa de la intemperie y el abandono.

Ha resultado fácil, en relación a los templos de Sutiaba, echar toda la culpa de su ruina al bárbaro Malespín “que con sus 4.000 soldados entró por Sutiaba a León destruyendo e incendiando.

Por órdenes de Malespín, dice refiriéndose a la Parroquial, “se destruyó la cúpula incendiando la iglesia y se le hizo otras tantas averías. Cuando estuvo en Sutiava entró por el lado de San Felipe y de ahí siguió por la orilla de la población hasta llegar. Acampó en Sutiava y comenzó su entrada en la ciudad arrasando con todos los edificios y cuanto iba encontrando a su paso. Destruyó totalmente las iglesias de Veracruz, San Andrés, San Sebastián y la de San Pedro (III, p. 14).

Si hemos de tomar en cuenta el testimonio de Ortega Arancibia que vivió en mucho los hechos que narra, la cosa no es tan simple.

“El 26 de noviembre de 1844 –dice Ortega—se cambiaron las primeras descargas de fusilería con el ejército honduro-salvadoreño, que se llamó ejercito protector de la paz, disparando  sus cañones sobre la plaza de León desde la plaza de San Juan, en donde situó su campamento” (VI, p. 60).

“No había cañones krup, ni rifles: los morteros de aquel tiempo mandaban sus bombas sobre la plaza con escaso éxito; los fusiles de chispa, no alcanzando larga distancia, obligaban a los combatientes a pelear más de cerca, y se hacía mucho estrago, en la larga retirada que tenían que hacer hasta San Juan, repelidos vigorosamente por los soldados de la plaza que les hacían muchas bajas.

A los tres días llegaron cuatrocientos indios de Matagalpa armados de flechas.

A los cinco días llegó al campamento de San Juan una compañía de rivenses, con fusiles”… (Id., p. 61).

“El fuerte de la defensa de los sitiados consistía en los recursos que de toda clase recibían por el lado de Subtiava, que estaba bien defendido; los sitiadores celebraron un consejo de guerra, y conforme lo resuelto por dicho consejo, al día siguiente hicieron un movimiento de exploración del campo de Subtiava los Generales Muñoz Guardiola y Quijano, llevando cuatrocientos hombres; y las trincheras de la plaza serían atacadas.

El resultado de la exploración dio a los sitiadores los conocimientos más importantes: los auxilios de víveres, tropa y todos los elementos que venían a la plaza de las poblaciones occidentales les entraban por Subtiava, defendida por una fortificación, de un cuadrilátero dotado de cañones hábilmente manejados por buenos artilleros”… (Id. p. 70).

El Gral. Guardiola, con mirada de experto soldado –dice Ortega—, encontró un punto vulnerable al cuadrilátero de Subtiava. Era en una casa esquinera, de doble puerta dividida por el típico pilar: una puerta estaba dentro de la fortificación, pero la otra daba al campo abierto y por ella entraban y salían.

Ortega detalla el plan de ataque en la siguiente forma:

“La tropa auxiliar que había pedido el Gobierno provisorio granadino llegó de Matagalpa y Segovia, y Malespín en Consejo de Guerra dispuso dar un asalto a la fortaleza de Subtiava, de modo vigoroso, hasta tomarla, para lo cual llevaría doble número de soldados, entre los cuales irían los felipeños como conocedores de la topografía que se había estudiado en la acción anterior, y los mismos jefes, añadiendo a Choto y Bracamonte. Llevarían, además, una compañía de gastadores de Matagalpa con hachones embreados, machetes y todo lo necesario, pues tendrían que hacer un gran rodeo para atacar la fortaleza por el lado Sur. Allí llamarían fuertemente la atención para dar el asalto por el Norte en el punto vulnerable que Guardiola había visto”. (Id. p. 71).

Cabe explicar que Ortega usa las palabras fortificación, fortaleza, baluarte, en sentido lato. La llamada “fortaleza de Subtiava” no era sino un conjunto de manzanas y calles defendidas con trincheras, barricadas y  artillería convenientemente dispuestas para cerrar el paso hacia el centro de la ciudad. Por otra parte, estas manzanas fortificadas no estaban en el pueblo, hoy barrio de Subtiava, sino contiguo a él, pero en León propiamente dicha: su límite occidental era la Calle de la Ronda.

El ataque al cuadro llamado de Subtiava se efectuó a los 65 días del sitio de León. Ortega narra así los pormenores de la acción:

…“El General Guardiola, hondureño, comandando seiscientos hombres, salió en la madrugada del 19 de enero de 1845 del cantón de San Juan, con los generales Belloso, Quijano y Bracamonte, y dando un rodeo llegó a la plaza de Subtiava, y mandó al Gral. Bracamonte que atacase por el lado Sur al cuadrilátero que esta al terminar la calle real de la ciudad y a considerable distancia de la casa cural de Subtiava, que ocupaba el primer jefe de la expedición, cubierto por la Iglesia Parroquial de los fuegos de los cañones de dicha fortaleza, que debía ser embestida con furor, dando tiempo a Quijano a que se lanzase por la parte del lado Norte cuando se le ordenase.

Los fuegos se rompieron nutridos por el sur, y Belloso por el norte hizo funcionar sus cañones contra la artillería del cuadrilátero. Los gastadores, divididos en cuatro partidas, machete en mano, partieron simultáneamente por las calles del pueblo, con los hachones encendidos, poniendo fuego a todas las casas del pueblo, pronto las llamas y el humo se divisaron desde las torres de la Catedral y atónitos los sitiados vieron que los defensores del cuadro Sutiaba lo abandonaban, por acudir a ver si salvaban a sus familias, lanzadas de sus hogares por el fuego abrazador. El General Quijano, aprovechándose del pánico que se apoderó del enemigo, mandó hacer descargas contra los fugitivos que corrían hacia el lugar donde gritaban las mujeres y hacían estruendo terrible las maderas de las casas que caían desplomadas por el incendio. Aquel era el momento del asalto, según el plan convenido, y el General Quijano penetró por el punto vulnerable, la puerta del ángulo noroeste de la fortaleza”… (Id. pp. 72, 73).

Después vino la orgía de Malespín, borracho por la victoria y el alcohol. Pero todo fue contra León, no contra Sutiaba. Ocurrió el saqueo de la ciudad, el asesinato del Padre Crespín y del Gran Mariscal, las exacciones, prisiones, fusilamientos y atropellos por doquier.

Ortega rechaza lo afirmado por Gámez en su Historia de Nicaragua, de que “en la toma de la plaza, la mayor parte de la ciudad fue pasada a cuchillo”. Dice que diez meses después de concluida la guerra fue a reconocer la ciudad y no encontró el cuadro de desolación que haría suponer lo aseverado por Gámez, antes bien “las gentes de comercio en movimiento, llenas de animación y vida; las indias de Subtiaba, por las aceras de las casas, iban y venían con sus cestos en la cabeza llenos de icacos, cangrejos y conchas de mar  y otros mariscos que traen a vender a la ciudad, junto con frutas, verduras y otros productos de sus sementeras” (Id., pp. 78, 79). Las casas quemadas estaban principalmente en la Calle Real y detrás de Catedral, en el sitio donde ahora se levanta el Mercado.
Visitó Sutiaba. “Y aunque ya habían vuelto a hacer algunas casas pajizas, aún se veía el estrago que había hecho el incendio: negros estaban los horcones de las casas y aún había ceniza y carbones” (Id., pp. 79).

De todo lo narrado y descrito por Ortega Arancibia podemos extraer las siguientes conclusiones:

1º- No hay mención específica de que se haya incendiado el templo ni edificio público alguno.

2º- El incendio de Sutiaba, de acuerdo al fin que perseguía, parece haberse cebado primordialmente en las viviendas, para obligar a los indígena defensores del cuadrilátero a abandonarlo y acudir en socorro de sus familias.

3º- A Malespín le corresponde la responsabilidad de haber sido el Primer Jefe del ejército invasor. Además, la decisión de atacar el cuadro de Sutiaba e incendiar este pueblo fue tomada en consejo de guerra de Malespín y sus generales y  edecanes.

4º - Pero los directores inmediatos de la táctica incendiaria, y probablemente sus gestores intelectuales, fueron Guardiola, Muñoz, Quijano, Choto y Bracamonte. Los ejecutores fueron los indios matagalpas que reforzaban a los sitiadores.

5º- Los daños ocasionados a los templos sería lógico ponerlos en cuenta de los sitiados, que no de los sitiadores, quienes podían servirse de ellos para su protección.

En 1849 llegó Squier a nuestro país. Estaba fresco aún el recuerdo de la guerra de Malespín y sus horrores. Pero la Iglesia Parroquial de Sutiaba conservaba intacta la media naranja de su torre. Tal muestra el dibujo que Squier publica en su libro sobre Nicaragua (VIII).

Es innegable que a la llegada de Squier ya había en Sutiaba algunos templos en ruinas. En primer término la llamada “Iglesia de Las Mercedes de Sutiaba” (tal como dice él mismo y repite Levy en sus Notas Geográficas y Económicas), que no es otra que la de San Sebastián, como lo muestra el dibujo que el mismo Squier inserta frente a la página 325 del tomo primero. Además, está la referencia expresa: “Perdidas en los montes aledaños de Sutiaba hay otras ruinas e iglesias abandonadas, vivienda ahora de pájaros y murciélagos”… (VIII. T. I., p. 325). Esta alusión, creemos debe referirse a Santiago, pues Sonerstern, que registró esta iglesia en el Plano de León de su mapa de Nicaragua de 1858 (aunque le da el nombre equivocado de San Pablo), pone a continuación: arruinada. En el mismo plano aparece ubicada Veracruz (con error de una cuadra de distancia); Sonnerstern la llama “Capilla”, nada más; pero lo que ahora nos interesa  es que no hay indicación de que a la fecha estuviese en ruinas, como Santiago.

IGLESIA DE SUTIABA, 2007
En el plano de Sonnerstern no aparecen San Sebastián ni San Andrés, pues caen fuera del recuadro. De San Sebastián ya sabemos por Squier que estaba arruinada en 1849. Y no sería muy aventurado suponer que ya estuviese abandonada en 1837, cuando, dice Squier, fueron a echar ahí los cadáveres de las víctimas del cólera (Ibid).

A San Andrés podrían referirse un dibujo y una fecha: 1857. El dibujo, según referencia de segunda mano que no hemos podido comprobar, ilustra uno delos reportajes que sobre nuestra Guerra Nacional publicaba el periódico norteamericano Harper᾽s Weekly, y es obra de un dibujante filibustero, según se dice. Representa una iglesita de León, delante de la cual un “general” criollo, a caballo, cutacha en mano, arenga a un pelotón de soldados nicaragüenses. El caso es que la iglesita del dibujo no corresponde a ninguna de las conocidas de León. Y si no es pura fantasía, o la ermita de Dolores o San José de aquel tiempo, no puede ser otra que San Andrés de Sutiaba. Ahora bien, San José no aparece aún en el plano de 1858; y Dolores está citada en forma imprecisa, no señalado con una cruz el sitio de su ubicación, como se hace con las demás iglesias. ¿Era acaso tan sólo un proyecto o una construcción precaria, provisional?

Queda, pues, en el terreno de lo hipotético, a la espera de informes concluyentes, el que tal dibujo  del Harper᾽s Weekly, de 1857, corresponda al templo de San Andrés de Sutiaba.

BIBLIOGRAFÍA

I – AYÓN, TOMÁS: Historia de Nicaragua. Escuela Profesional de Artes Gráficas. Madrid, 1956.

II – BUITRAGO MATUS, NICOLÁS: León: la sombra de Pedrarias. Revista Conservadora. Nos. 22 – 45. Managua, Julio 1962 – Junio 1964.

III – La Iglesia de Subtiava, obra de arte hispanoamericano. Revista Conservadora. No. 17. Editorial Alemana Managua, Febrero, 1962.

IV – MOLINA ARGÜELLO, ARGÜELLO: Notas al Testimonio de los autos hechos a pedimento del capitán Don Bartolomé González Fitoria, en Sutiaba el 25 de Mayo de 1705. Revista Conservadora. No. 17. Managua, Febrero, 1962.

V – MOREL DE SANTA CRUZ, PEDRO AGUSTÍN: Visita Apostólica, topográfica, histórica y estadística de todos los pueblos de Nicaragua. Managua, 1909.

VI – ORTEGA ARANCIBIA, FRANCISCO: Historia de Cuarenta Años (1838 – 1878). Madrid, 1957.

VII – JOSÉ MARÍA OTS CAPDEQUÍ: Instituciones (Col. Historia de América y de los Pueblos Americanos). Barcelona, 1959.

VIII – SQUIER, E. G.: Nicaragua: its people scenery, momuments, and the proposed Interoceanic Canal. New York, 1852.

IX – Testimonio de los autos fechos de pedimento de el Capitán Don Bartholomé González Fitoria y Valdés, Justicia Mayor que fue del Partido de Sutiaba, en la Provincia de Nicaragua, sobre ser mantenido en la posesión en que se halla de tal Justicia Mayor y no corra el proveimiento fecho en el Capitán Don Manuel Medrano y Solórzano Pueblo de Subtiava. 25 de Mayo de 1705. (Archivo General de Indias. Legajo: Audiencia de Guatemala 257)”. Revista Conservadora, No. 17. Managua, Febrero, 1962.  

IGLESIA DE SUTIABA, RESTAURADA

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