Arquitectura Mestiza
LAS IGLESIAS DE SUTIABA. Por: Dr. Eduardo Pérez-Valle
Existen algunos documentos que concurren a ubicar en el
tiempo la erección de las iglesias de Sutiaba, aún que no con la precisión
deseable.
El primero en el testamento cerrado del Corregidor de Sutiaba
don Diego Rodríguez Menéndez otorgado ante el escribano Joseph de Guzmán el 25
de Enero de 1703, testamento en que “deja legados de dinero en plata a “las dos
iglesias de Subtiava”, a las de Telica, Posoltega; Quezalguaque y Nagarote (II,
p. 12).
Por el testimonio de los autos hechos por el escribano Joseph
de Guzmán a pedimento del capitán don Bartolomé González Fitoria y Valdés, en
mayo de 1705, sabemos que las dos iglesias a que hace mención el testamento
antes mencionado son la Parroquial y Santiago. A la fecha aquella se construye,
permaneciendo aún sin techar las naves; la otra en cambio estaba ya techada, si
bien no puede afirmarse que estuviese completamente acabada: en ella el maestro
carpintero ensamblador Juan Hernández, alias Juan Telica, trabaja en el retablo
par la capilla mayor de la “iglesia nueva” (IX).
Ese mismo año de 1705 la Audiencia de Guatemala en vacante
de la presidencia, removía a don Bartolomé González Fitoria del cargo de Corregidor de Sutiaba que ocupaba
interinamente desde 1703. Fue nombrado para sustituirlo el capitán don Manuel
de Medrano y Solórzano, cuya administración fue inoperante, cuando no
desastrosa. Repuesto en el cargo González Fitoria, por recomendación real, en
1708, según parece, aún no ha sido terminada la Iglesia Parroquial. Existe un
testimonio de 1710 que da cuenta de la terminación de la iglesia por el mismo
González Fitoria. Este ejemplar funcionario finalizó su mandato hacia 1718,
según Molina, de quien tomamos los anteriores datos (IV). Ayón afirma que en
1715 fue nombrado Alcalde Mayor de El Realejo, por acuerdo del 25 de Febrero
(I. T.II. p. 289). De paso, debe recordarse que las denominaciones de Alcalde
Mayor y Corregidor, según autorizada opinión, “no implicaban diferencia alguna
en cuanto a las facultades jurisdiccionales de una y otra autoridad (VII, pp.
267, 268).
Puede creerse que en los cinco u ocho años en que González
Fitoria tuvo el oficio después de 1710, debe haberse dedicado con el empeño que
le era tan característico al perfeccionamiento de los dos primeros templos de
Sutiaba y quizás también a la construcción de algunos otros.
De aquí, por escasez de fuentes, nos vemos precisados a dar
un salto en el tiempo, hasta 1751, año en que el obispo Morel de Santa Cruz
realiza su Visita Apostólica. Ya están construidas en Sutiaba las seis iglesias
conocidas “de tres naves, adobes y teja, con su altar mayor y una moderada
decencia” (V. P. 63). Esto quiere decir que cuatro de tales iglesias, San
Pedro, Veracruz, San Sebastián y San Andrés, fueron construidas en la primera
mitad del siglo XVIII, entre 1710 y 1751. No ha de haber sido pequeña la obra
que en relación a estos edificios debió cumplir el señor González Fitoria,
primero como Corregidor y más tarde como Gobernador de Nicaragua, cargo para el
que fue nombrado hacia 1731 (I. T. II. 239).
En tiempos de Morel, la administración de estas iglesias “corre
a cargo de un cura; antes eran dos; desde el año de setecientos se suprimió el
otro” (V. p. 68).
De las seis iglesias de Sutiaba sólo quedan en pie la
Parroquial y San Pedro. Las otras sólo
han dejado sus ruinas, sus vestigios, que cada día se borran más a causa de la
intemperie y el abandono.
Ha resultado fácil, en relación a los templos de Sutiaba,
echar toda la culpa de su ruina al bárbaro Malespín “que con sus 4.000 soldados
entró por Sutiaba a León destruyendo e incendiando.
Por órdenes de Malespín, dice refiriéndose a la Parroquial, “se
destruyó la cúpula incendiando la iglesia y se le hizo otras tantas averías.
Cuando estuvo en Sutiava entró por el lado de San Felipe y de ahí siguió por la
orilla de la población hasta llegar. Acampó en Sutiava y comenzó su entrada en
la ciudad arrasando con todos los edificios y cuanto iba encontrando a su paso.
Destruyó totalmente las iglesias de Veracruz, San Andrés, San Sebastián y la de
San Pedro (III, p. 14).
Si hemos de tomar en cuenta el testimonio de Ortega
Arancibia que vivió en mucho los hechos que narra, la cosa no es tan simple.
“El 26 de noviembre de 1844 –dice Ortega—se cambiaron las
primeras descargas de fusilería con el ejército honduro-salvadoreño, que se
llamó ejercito protector de la paz, disparando
sus cañones sobre la plaza de León desde la plaza de San Juan, en donde
situó su campamento” (VI, p. 60).
“No había cañones krup, ni rifles: los morteros de aquel
tiempo mandaban sus bombas sobre la plaza con escaso éxito; los fusiles de
chispa, no alcanzando larga distancia, obligaban a los combatientes a pelear
más de cerca, y se hacía mucho estrago, en la larga retirada que tenían que
hacer hasta San Juan, repelidos vigorosamente por los soldados de la plaza que
les hacían muchas bajas.
A los tres días llegaron cuatrocientos indios de Matagalpa
armados de flechas.
A los cinco días llegó al campamento de San Juan una
compañía de rivenses, con fusiles”… (Id., p. 61).
“El fuerte de la defensa de los sitiados consistía en los
recursos que de toda clase recibían por el lado de Subtiava, que estaba bien
defendido; los sitiadores celebraron un consejo de guerra, y conforme lo resuelto
por dicho consejo, al día siguiente hicieron un movimiento de exploración del
campo de Subtiava los Generales Muñoz Guardiola y Quijano, llevando
cuatrocientos hombres; y las trincheras de la plaza serían atacadas.
El resultado de la exploración dio a los sitiadores los
conocimientos más importantes: los auxilios de víveres, tropa y todos los elementos
que venían a la plaza de las poblaciones occidentales les entraban por
Subtiava, defendida por una fortificación, de un cuadrilátero dotado de cañones
hábilmente manejados por buenos artilleros”… (Id. p. 70).
El Gral. Guardiola, con mirada de experto soldado –dice Ortega—,
encontró un punto vulnerable al cuadrilátero de Subtiava. Era en una casa
esquinera, de doble puerta dividida por el típico pilar: una puerta estaba
dentro de la fortificación, pero la otra daba al campo abierto y por ella
entraban y salían.
Ortega detalla el plan de ataque en la siguiente forma:
“La tropa auxiliar que había pedido el Gobierno provisorio
granadino llegó de Matagalpa y Segovia, y Malespín en Consejo de Guerra dispuso
dar un asalto a la fortaleza de Subtiava, de modo vigoroso, hasta tomarla, para
lo cual llevaría doble número de soldados, entre los cuales irían los felipeños
como conocedores de la topografía que se había estudiado en la acción anterior,
y los mismos jefes, añadiendo a Choto y Bracamonte. Llevarían, además, una
compañía de gastadores de Matagalpa con hachones embreados, machetes y todo lo
necesario, pues tendrían que hacer un gran rodeo para atacar la fortaleza por
el lado Sur. Allí llamarían fuertemente la atención para dar el asalto por el
Norte en el punto vulnerable que Guardiola había visto”. (Id. p. 71).
Cabe explicar que Ortega usa las palabras fortificación, fortaleza, baluarte, en
sentido lato. La llamada “fortaleza de Subtiava” no era sino un conjunto de
manzanas y calles defendidas con trincheras, barricadas y artillería convenientemente dispuestas para
cerrar el paso hacia el centro de la ciudad. Por otra parte, estas manzanas
fortificadas no estaban en el pueblo, hoy barrio de Subtiava, sino contiguo a
él, pero en León propiamente dicha: su límite occidental era la Calle de la
Ronda.
El ataque al cuadro llamado de Subtiava se efectuó a los 65
días del sitio de León. Ortega narra así los pormenores de la acción:
…“El General Guardiola, hondureño, comandando seiscientos
hombres, salió en la madrugada del 19 de enero de 1845 del cantón de San Juan,
con los generales Belloso, Quijano y Bracamonte, y dando un rodeo llegó a la
plaza de Subtiava, y mandó al Gral. Bracamonte que atacase por el lado Sur al
cuadrilátero que esta al terminar la calle real de la ciudad y a considerable
distancia de la casa cural de Subtiava, que ocupaba el primer jefe de la
expedición, cubierto por la Iglesia Parroquial de los fuegos de los cañones de
dicha fortaleza, que debía ser embestida con furor, dando tiempo a Quijano a
que se lanzase por la parte del lado Norte cuando se le ordenase.
Los fuegos se rompieron nutridos por el sur, y Belloso por
el norte hizo funcionar sus cañones contra la artillería del cuadrilátero. Los gastadores,
divididos en cuatro partidas, machete en mano, partieron simultáneamente por
las calles del pueblo, con los hachones encendidos, poniendo fuego a todas las
casas del pueblo, pronto las llamas y el humo se divisaron desde las torres de
la Catedral y atónitos los sitiados vieron que los defensores del cuadro
Sutiaba lo abandonaban, por acudir a ver si salvaban a sus familias, lanzadas
de sus hogares por el fuego abrazador. El General Quijano, aprovechándose del
pánico que se apoderó del enemigo, mandó hacer descargas contra los fugitivos
que corrían hacia el lugar donde gritaban las mujeres y hacían estruendo
terrible las maderas de las casas que caían desplomadas por el incendio. Aquel
era el momento del asalto, según el plan convenido, y el General Quijano
penetró por el punto vulnerable, la puerta del ángulo noroeste de la fortaleza”…
(Id. pp. 72, 73).
Después vino la orgía de Malespín, borracho por la victoria
y el alcohol. Pero todo fue contra León, no contra Sutiaba. Ocurrió el saqueo
de la ciudad, el asesinato del Padre Crespín y del Gran Mariscal, las
exacciones, prisiones, fusilamientos y atropellos por doquier.
Ortega rechaza lo afirmado por Gámez en su Historia de
Nicaragua, de que “en la toma de la plaza, la mayor parte de la ciudad fue
pasada a cuchillo”. Dice que diez meses después de concluida la guerra fue a
reconocer la ciudad y no encontró el cuadro de desolación que haría suponer lo
aseverado por Gámez, antes bien “las gentes de comercio en movimiento, llenas
de animación y vida; las indias de Subtiaba, por las aceras de las casas, iban
y venían con sus cestos en la cabeza llenos de icacos, cangrejos y conchas de
mar y otros mariscos que traen a vender
a la ciudad, junto con frutas, verduras y otros productos de sus sementeras”
(Id., pp. 78, 79). Las casas quemadas estaban principalmente en la Calle Real y
detrás de Catedral, en el sitio donde ahora se levanta el Mercado.
Visitó Sutiaba. “Y aunque ya habían vuelto a hacer algunas
casas pajizas, aún se veía el estrago que había hecho el incendio: negros
estaban los horcones de las casas y aún había ceniza y carbones” (Id., pp. 79).
De todo lo narrado y descrito por Ortega Arancibia podemos
extraer las siguientes conclusiones:
1º- No hay mención específica de que se haya incendiado el
templo ni edificio público alguno.
2º- El incendio de Sutiaba, de acuerdo al fin que perseguía,
parece haberse cebado primordialmente en las viviendas, para obligar a los
indígena defensores del cuadrilátero a abandonarlo y acudir en socorro de sus
familias.
3º- A Malespín le corresponde la responsabilidad de haber
sido el Primer Jefe del ejército invasor. Además, la decisión de atacar el
cuadro de Sutiaba e incendiar este pueblo fue tomada en consejo de guerra de
Malespín y sus generales y edecanes.
4º - Pero los directores inmediatos de la táctica
incendiaria, y probablemente sus gestores intelectuales, fueron Guardiola,
Muñoz, Quijano, Choto y Bracamonte. Los ejecutores fueron los indios matagalpas
que reforzaban a los sitiadores.
5º- Los daños ocasionados a los templos sería lógico
ponerlos en cuenta de los sitiados, que no de los sitiadores, quienes podían
servirse de ellos para su protección.
En 1849 llegó Squier a nuestro país. Estaba fresco aún el
recuerdo de la guerra de Malespín y sus horrores. Pero la Iglesia Parroquial de
Sutiaba conservaba intacta la media naranja de su torre. Tal muestra el dibujo
que Squier publica en su libro sobre Nicaragua (VIII).
Es innegable que a la llegada de Squier ya había en Sutiaba
algunos templos en ruinas. En primer término la llamada “Iglesia de Las
Mercedes de Sutiaba” (tal como dice él mismo y repite Levy en sus Notas Geográficas y Económicas), que no
es otra que la de San Sebastián, como lo muestra el dibujo que el mismo Squier
inserta frente a la página 325 del tomo primero. Además, está la referencia
expresa: “Perdidas en los montes aledaños de Sutiaba hay otras ruinas e
iglesias abandonadas, vivienda ahora de pájaros y murciélagos”… (VIII. T. I.,
p. 325). Esta alusión, creemos debe referirse a Santiago, pues Sonerstern, que
registró esta iglesia en el Plano de León de su mapa de Nicaragua de 1858
(aunque le da el nombre equivocado de San Pablo), pone a continuación:
arruinada. En el mismo plano aparece ubicada Veracruz (con error de una cuadra
de distancia); Sonnerstern la llama “Capilla”, nada más; pero lo que ahora nos
interesa es que no hay indicación de que
a la fecha estuviese en ruinas, como Santiago.
IGLESIA DE SUTIABA, 2007 |
En el plano de Sonnerstern no aparecen San Sebastián ni San
Andrés, pues caen fuera del recuadro. De San Sebastián ya sabemos por Squier
que estaba arruinada en 1849. Y no sería muy aventurado suponer que ya
estuviese abandonada en 1837, cuando, dice Squier, fueron a echar ahí los
cadáveres de las víctimas del cólera (Ibid).
A San Andrés podrían referirse un dibujo y una fecha: 1857.
El dibujo, según referencia de segunda mano que no hemos podido comprobar,
ilustra uno delos reportajes que sobre nuestra Guerra Nacional publicaba el
periódico norteamericano Harper᾽s
Weekly, y es obra de un dibujante filibustero, según se dice. Representa
una iglesita de León, delante de la cual un “general” criollo, a caballo,
cutacha en mano, arenga a un pelotón de soldados nicaragüenses. El caso es que
la iglesita del dibujo no corresponde a ninguna de las conocidas de León. Y si
no es pura fantasía, o la ermita de Dolores o San José de aquel tiempo, no
puede ser otra que San Andrés de Sutiaba. Ahora bien, San José no aparece aún
en el plano de 1858; y Dolores está citada en forma imprecisa, no señalado con
una cruz el sitio de su ubicación, como se hace con las demás iglesias. ¿Era
acaso tan sólo un proyecto o una construcción precaria, provisional?
Queda, pues, en el terreno de lo hipotético, a la espera de
informes concluyentes, el que tal dibujo
del Harper᾽s Weekly,
de 1857, corresponda al templo de San Andrés de Sutiaba.
BIBLIOGRAFÍA
I – AYÓN, TOMÁS: Historia
de Nicaragua. Escuela Profesional de Artes Gráficas. Madrid, 1956.
II – BUITRAGO MATUS, NICOLÁS: León: la sombra de Pedrarias. Revista Conservadora. Nos. 22 – 45.
Managua, Julio 1962 – Junio 1964.
III – La Iglesia de
Subtiava, obra de arte hispanoamericano. Revista Conservadora. No. 17. Editorial Alemana Managua, Febrero, 1962.
IV – MOLINA ARGÜELLO, ARGÜELLO: Notas al Testimonio de los autos hechos a pedimento del capitán Don
Bartolomé González Fitoria, en Sutiaba el 25 de Mayo de 1705. Revista
Conservadora. No. 17. Managua, Febrero, 1962.
V – MOREL DE SANTA CRUZ, PEDRO AGUSTÍN: Visita Apostólica, topográfica, histórica y estadística de todos los
pueblos de Nicaragua. Managua, 1909.
VI – ORTEGA ARANCIBIA, FRANCISCO: Historia de Cuarenta Años (1838 – 1878). Madrid, 1957.
VII – JOSÉ MARÍA OTS CAPDEQUÍ: Instituciones (Col. Historia de América y de los Pueblos
Americanos). Barcelona, 1959.
VIII – SQUIER, E. G.: Nicaragua: its people scenery,
momuments, and the proposed Interoceanic Canal. New York, 1852.
IX – Testimonio de los
autos fechos de pedimento de el Capitán Don Bartholomé González Fitoria y
Valdés, Justicia Mayor que fue del Partido de Sutiaba, en la Provincia de Nicaragua,
sobre ser mantenido en la posesión en que se halla de tal Justicia Mayor y no
corra el proveimiento fecho en el Capitán Don Manuel Medrano y Solórzano Pueblo
de Subtiava. 25 de Mayo de 1705. (Archivo General de Indias. Legajo: Audiencia
de Guatemala 257)”. Revista Conservadora, No. 17. Managua, Febrero, 1962.
IGLESIA DE SUTIABA, RESTAURADA |
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