lunes, 5 de mayo de 2014

SAN CARLOS 77, MODERNA BATALLA DE SAN JACINTO. Por Eduardo Pérez-Valle. En: El Nuevo Diario, miércoles 13 de Octubre de 1982. Pág. 10.


   En la toma de San Carlos el 13 de octubre de 1977 participaron varios contingentes sandinistas,  procedentes de diversos lugares. Eran en total 27 elementos, de Solentiname 12.

   El objeto de la operación era agarrar a la guardia en lo que ella creía su propia terreno y darle una soberana paliza. Destruir el mito de que el ejército somociano era invencible e inyectar esperanza y entusiasmo en el alma del pueblo y de su vanguardia.

   Los preparativos para esta acción venían realzándose desde seis meses atrás, consistiendo, principalmente, en acopio de armas y entrenamiento. El plan a realizarse se tenía definido desde hacía quince días, es decir, desde finales de septiembre. El 5 de octubre Alejandro Guevara inició una escuelita militar en Solentiname, para entrenamiento, muy efectiva.

      Antenor Ferrey Pernudi y José Valdivia

   Los responsables de la operación serían: José Valdivia (“Marvin”) primer comandante; y Antenor Alberto Ferrey Pernudi, segundo comandante.

   El punto clave, donde debían juntarse todas las fuerzas participantes, y de donde partirían al combate, era la Hacienda Santa Isabel, al sur-este del campo de aterrizaje y al pie del cerro denominado La Loma, de unos 40 metros de elevación sobre el nivel del Lago, estribación del cerro de Laurel Galán. A esta Hacienda Santa Isabel también se le denomina La Loma, como el cerro, y en ella tenía su asiento una empresa de transporte llamada El Tránsito. Aquí era el alojamiento de los revolucionarios.

   Entre los planes a realizar estaba la celebración, la noche del 12, de una fiesta en honor al candidato para alcalde de Jorge Gross. El objetivo era juntar y emborrachar a somocistas y guardias; y si era posibles tomar algunos prisioneros. Diez sandinistas concurrieron, entre ellos Ferrey, y aunque se logró la borrachera y el desvelo, no se concretó la toma de rehenes.

   A eso de las 4 de la tarde, Ferrey había sido llamado urgentemente, a Los Chiles, para comunicarse por teléfono en San José con Humberto Ortega y Carlos Coronel. Había fallas en los planes originales de tomar simultáneamente varios lugares de Nicaragua: Granada, Masaya, Chinandega, Cárdenas (en Rivas) y Dipilto (en Nueva Segovia); y se pretendía detener las acciones temporalmente. Antenor protestó que ya era tarde, que no se podía echar pie atrás. La gente había sido movilizada y sólo esperaba la orden de atacar. Del otro extremo del hilo telefónico llegó la voz: -- ¡Dénle viaje!

  Todos los demás ataques planificados se detuvieron. Sólo Dipilto fue atacado simultáneamente.

   El 12 ya Ernesto Cardenal se había ido a Costa Rica y asimismo William Agudelo y su esposa Tere. Sólo quedaban en Solentiname los guerrilleros activos. La comunidad de Mancarrón era un campamento militar.

   Todavía había problemas. ¿Qué hacer con los familiares? ¿Se van o se quedan? Tras la duda se dispuso que se trasladaran a Costa Rica, dejando el regreso para después del éxito. El padre de los Guevara se encargó del traslado.

   A las 6 de la tarde se reúne la gente de la Comunidad. Le ponen gasolina y encienden el motor de la luz. Cierran todas las casas y las enllavan. Alejandro esconde las llaves debajo de los ladrillos de la biblioteca y enseña a Laureano Mairena el escondite, para en caso de muerte o de tardanza en volver, que puedan valerse de los escasos víveres que aún se guardaban.

   ¡Pero tenían seguridad del triunfo y de que pronto volverían!

   Laureano había ido en la panga a dejar a la madre de Alejandro y a las dos muchachas casadas, Esperanza y Elena, a la bocana del río Boca Ancha, de donde podían caminar a Los Chiles.

   A eso de las 7 se disponen a salir. Dejan las luces encendidas y bajan al muelle: Alejandro Guevara y sus hermanos Julio Ramón y Donald; Nubia Arce (después esposa de Alejandro), Bosco Centeno y Laureano Mairena. Son seis combatientes que portan cinco armas, únicas de que disponían: una ametralladora M-3, una carabina M-4, un rifle 22, un rifle Garand y una escopeta 12.

   Se embarcan en el “San Juan de la Cruz” y atraviesan el Lago: son alrededor de 30 kilómetros.

  Ya estaba en La Loma, esperándolos, otro contingente  de Solentiname: Myriam, Iván y Gloria Guevara, hermanos de Alejandro; Pedro Pablo Meneses, Felipe Peña (“Joya Martínez”) y Elvis Chavarría.

    La panga arribó a eso de las nueve a Punta Limón, en Santa Isabel, donde con una luz roja los espera un enviado. Carballito, quien llegó montado.

  Quitan el motor y lo esconden, meten el bote en unos zacatales, y toman rumbo a las casas de la hacienda. Pero Carballito, nervioso, pierde el camino y pasan como tres horas chapaleando todo en unos potreros.

    Llegados a La Loma a eso de la media noche, algunos duermen un rato. Otros vigilan a dos muchachos detenidos, que habían llegado en la mañana, sin saber nada, y que después se sumaron a la lucha.

   De la guardia somociana había un total de 35 hombres entre oficiales y soldados, repartidos entre el Comando o Comandancia, edificio ubicado al oeste de la plaza, frente al costado norte de la iglesia, y el Cuartel, antes llamado La Fortaleza, que corresponde a la defensa colonial del acceso al Lago de Nicaragua, construida en el Siglo XVIII (1780), bajo el nombre de Castillo de San Carlos de Austria, cuando los ingleses se posesionaron del Castillo de la Inmaculada, río abajo. Sobre los terraplenes de esta fortaleza, en tiempos no muy remotos, se construyó un segundo piso de madera, ahora en muy mal estado a causa del tiempo y la humedad.

    Además de esos 35 guardias había unos cuantos números regados en oficinas bancarias y aduaneras. Y los jefes desperdigados en sus casas o en las casas ajenas.

 Juntos todos los revolucionarios se procedió al recuento y distribución de las armas. El total de lo recogido era: dos carabinas deportivas y dos militares; dos rifles Garand; una metralleta M-3, una ametralladora Browning y otra San Cristóbal, vieja; algunas escopetas, y rifles 22; tres granadas de fragmentación y dos de demolición; y tres bombas de gases de combate.

 Además de los dos comandantes, Valdivia y Ferrey y de los doce elementos aportados por Solentiname, hay trece elementos más, de otras procedencias, que hacen un total de veintisiete. Los últimos son: Álvaro y William Ferrey (hermanos de Antenor), William González, Ernesto (El Chato) Medrano, Richard Lugo, Freddy Sobalvarro, Carlos Aragón, Emiliano Torres, Jen Kinlock, Juan Sequeira Pineda, Santiago Carballo (Carballito), Roberto Pichardo y Bayardo Rocha.

   El plan fundamental era el siguiente: se formarían tres escuadras: dos de ataque, que se enfrentarían al cuartel y al comando; y otra móvil, que neutralizaría a los guardias sueltos, protegiendo así la retaguardia de las otras dos.

   A las cuatro de la mañana del trece, suben dieciséis de las dos escuadras de ataque en una pequeña camioneta Toyota, de tonelada y media, que se detiene en el cementerio, a cien varas del cuartel; bajan del vehículo y atraviesan los patios del Barrio Escondido para tomar posiciones.

   La columna de Ferrey se queda frente al costado norte de La Fortaleza, y Valdivia se sitúa al sur, en la plaza, frente a la entrada, a cincuenta varas.

   En la iglesia próxima tocan las campanas; una vieja saca una imagen de la Virgen. Comienza una procesión y comienza el tiroteo. La orden de los jefes era de avanzar desparramados, pero en punta. Alejandro va delante, encabezando el grupo de asalto con su M-3. Sufre una caída con todo el equipo, por un resbalón. Mientras rueda, ve detrás la luz de un foco de mano. Le dispara una ráfaga, y mata al cocinero del cuartel, que venía a trabajar.

   Como a las cuatro y veinte minutos se hizo el primer llamado por megáfonos a la guarnición; que se rindan, que están rodeados. Silencio. Apagan las luces, responden con tiros.

   Hacia las cuatro y media, nuevo llamado y nueva andanada en respuesta. Se generaliza entonces y se mantiene más allá de las seis el intercambio de tiros, con perifonemas intercalados para establecer la responsabilidad del ataque y su simultaneidad con otras acciones similares en todo el país. El tableteo de la Browning era incensante y devastador.

     A eso de las seis y quince el comandante Valdivia (“Marvin”) ordenó el asalto al cuartel. Pero una bala proveniente del Comando o de la Iglesia le hirió gravemente en el brazo.

   Fue sacado de inmediato y llevado a Los Chiles, rumbo a San José, mientras su escuadra quedaba al mando de Alejandro Guevara.

    Otra bala enemiga destroza una pierna de El Chato Medrano, que queda tumbado manando sangre, sin poder avanzar. Estos reveses, en vez de amilanarla, enardecen a la escuadra, que tira contra el Comando las granadas y las bombas de gases de que disponía. Sólo dos de cada clase explotaron. Pero fue suficiente para iniciar en el reducto un período de lamentos y de intentos desesperados de evasión que fueron reprimidos por los atacantes.

  A las seis y treinta Alejandro y dos compañeros más avanzaron rápidamente por la plaza y pusieron pie en la entrada de La Fortaleza. Hicieron dos intentos de penetrar, pero fueron contenidos con nutrido fuego de frente. Entonces decidieron esperar la llegada de los demás.

   De pronto Alejandro ve que el El Chato, desde el suelo en que yacía, levanta una mano ensangrentada, como pidiendo socorro. Alejandro le grita: --¡Venite para acá!--  ¡Arrastrate, yo te voy a cubrir! –y comienza a disparar hacia arriba, perforando el tambo del piso alto, donde estaban los guardias defensores. El Chato, arrastrándose, pudo acercarse, diciendo que se sentía mal. Tras el tableteo y el ruido de vidrios y cosas quebradas, Alejandro pensó en darle fuego a todo aquel maderamen viejo del segundo piso del Cuartel. Pidió gasolina para ello. Pero llegaron a sus oídos los quejidos y lamentos de los guardias heridos que aún quedaban y desistió.

   De día, los aviones volaban cada vez más bajo. La ametralladora Browning, el arma más pesada de los insurgentes, se había fundido. Se quiso repararla, pero en vano. Se perdió mucho tiempo en ello.

   Aquí cabe observar que la comunicación telegráfica de La Fortaleza y del comando se mantuvo constantemente, pues el encargado de cortar las líneas no cumplió su misión. Así se explican los vuelos de reconocimiento desde tempranas horas y el rápido envío de refuerzos desde Morrillo, ocho kilómetros al norte, en la costa del Lago, donde la EEBI realiza a la sazón prácticas de campaña.

   Se comenzó a pensar en la retirada, lo que despertaba la cólera de El Chato. Opinaba que no debían abandonar las posiciones conquistadas, y si era necesario morir allí. Como era imposible salir del pueblo con él y tirarse a los llanos y a los pantanos, pedía que lo mataran o le dieran un arma para hacerlo, “pues yo no quiero quedar así” –decía---. Por fin El Chacal le dejó un Garand, pues era de la misma opinión y más tarde se aplicó la misma receta.

   La retirada se hizo por el San Juan y por Santa Isabel. Alejandro y compañeros se fueron a buscar botes para cruzar el río. Doña Merceditas Gross, valiente y buena señora, los recibió en su casa, aunque temblando. Tras perder el tiempo queriendo echar a andar una panga grande, sin gasolina y sin llave, que los hubiera podido llevar muy lejos, la propia doña Merceditas les aconsejó los botes de canaletes, y luego el camino a pie a través del llano.

 En la retirada fueron capturados Felipe Peña, Donald Guevara y Elvis Chavarría, del contingente de Solentiname. Los dos últimos fueron después asesinados por la guardia. Con ellos, las bajas revolucionarias como secuela de esta acción ejemplar, aleccionadora, ascienden a cuatro, contando a Medrano y a Roberto Pichardo, caído en combate.

   Por otra parte, resultaron catorce guardias muertos y doce heridos.

   Con este operativo el FSLN dejaba de andar exclusivamente a hurtadillas o a salto de mata, perseguido por la guardia. Y ésta dejaba de ser de una vez por todo el monstruo sagrado, invencible, al que tanto había que temer y del que había que ocultarse.  Guardadas las distancias en el tiempo, hay una gran similitud entre el significado de esta acción y la gloriosa acción de San Jacinto. Ambas anuncian el advenimiento de una era de libertad.

RECUERDAN 34 AÑOS DE ASALTO A CUARTEL SAN CARLOS. Por Tatiana Rothschuh. En: El Nuevo Diario. 19 de octubre de 2011

Sobrevivientes, familiares y amigos, es parte del grupo que recordaron a los caídos del 13 de octubre. Fotografía: Tatiana Rothschuh.

Precisamente a las 4:15 del amanecer del 13 de octubre pasado, en que 34 años atrás se produjera el ataque al cuartel de San Carlos, donde estaba acantonada la guardia nacional del dictador Anastasio Somoza, en vez de balas, sonaron morteros, cohetes y bombas y se dejó escuchar: ¡Vivan los héroes y mártires del 13 de octubre!

Y en ese fresco amanecer, en el parque “Chato Medrano”, frente a donde ahora funciona el Centro Cultural “José Coronel Urtecho”, la melodía de “octubre floreció en Solentiname”, del cantautor Carlos Mejía Godoy, fue entonada por los artistas riosanjuaneños Eddy Chavarría, hermano de Elvis uno de los caídos, y la joven también exponente del canto Marvely Villalta.

Ernesto Chato Medrano, Elvis Chavarría, Donald Guevara y Roberto Pichardo, son quienes murieron en el ataque al cuartel de San Carlos, ese 13 de octubre en que el Frente Sur planeaba tomarse esa posición para trasladar después a la guerrilla por el lago Cocibolca hacia Cárdenas y reforzar a las fuerzas que perseguían liberar parte del territorio.

Los sobrevivientes

Bosco Centeno, Laureano Mairena, Alejandro Guevara y en ese entonces su esposa Nubia Arcia, Julio Ramón, Miriam, Gloria e Iván, todos Guevara, José Arana y Felipe Peña, sobrevivieron después que el puñado de hombre y mujeres salieron de Solentiname en la lancha “San Juan de la Cruz”, desembarcaron por el lago en Punta de Limón y se dirigieron a la guarnición en la fortaleza del siglo XVIII, comandada por el coronel Fajardo. Llevaban carabinas, sub ametralladoras M-3 y fusiles Garand, pero la toma resultó una acción fallida.

Entre el grupo que el pasado jueves rememoró esa gesta heroica, se encontraban dos sobrevivientes: Bosco Centeno y Héctor Iván Guevara. Ambos no pueden evitar el llanto al revivir la muerte de los compañeros que integraban la columna.

Recuerdan que octubre es de “dolor y sufrimiento”, pues perciben que los gobernantes y políticos que dirigen el partido sandinista pretendan desconocer esa gesta en la historia y a sus protagonistas.

Iván Guevara califica la acción como “error táctico”, porque aunque en el cuartel se encontraban unos 20 guardias, quienes comandaron el asalto desconocían la presencia de unos 500 soldados que Somoza mantenía en Morrillo y quienes al amanecer reforzaron el cuartel, desembocando en persecución y matanza brutal contra los que huyeron y quienes colaboraron con los guerrilleros.  “Allí murió mi hermano Donald, ahora se han olvidado de los caídos”, dijo Iván.

Bosco Centeno sostuvo que “mientras haya quienes recordemos a nuestra caídos, la gesta de Sandino, de Zeledón, habrá historia”. A juicio del ex guerrillero, “es necesario cultivar en la nueva generación amor, respeto y recuerdo por nuestros caídos”.

El 13 de octubre la alcaldía municipal dio de asueto el día para los trabajadores locales y aunque la dirección política del partido de gobierno no tenía actividad planificada, por la noche en la tarima del Malecón turístico, la juventud sandinista realizó una actividad cultural y competencia de perros.



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