FIESTA Y CULTURA POPULAR DE NICARAGUA. Por: Dr. Eduardo
Pérez-Valle. En: La Chachalaca. Año
1; Vuelo 3; Diciembre, 1982.
La fiesta popular es en Nicaragua un medio tradicional de
reforzar los lazos internos constitutivos del grupo local. El ciclo de
festividades que jalonan el año, con su obligatoriedad y la prohibición de
trabajar, se superpone una cuadrícula del espacio visible por lugares del culto
y celebración. Pues el marco de la generalidad de las fiestas populares lo
proporciona el culto a los santos
Mientras las fiestas se suceden a lo largo
del año, iglesias, capillas, nichos, efigies, definen una topografía sagrada:
encontramos lo sagrado difuso en todas partes y siempre. Ocasión de la más
intensa descarga emocional en un espacio restringido, las fiestas reúnen las
generaciones, los sexos. Contribuyen a abonar en el ser de cada quien el
sentimiento de ser parte de un todo social, del cuerpo de la población y son
cultura popular en acción, a través de variados y eficaces medios: creencias,
ritos, cantos, lo mismo que teatro, música, danza, etc.
La fiesta y lo sagrado van de la mano. La fiesta interrumpe
el decurso de la existencia cotidiana de la comunidad. En medio de la fiesta,
lo sagrado va envuelto como vivencia difusa. La piedad popular (peregrinación,
procesión, etc.) constituye un soporte en donde en medio de la fiesta tiene
lugar el ingreso a otro espacio: el espacio de lo sagrado, de lo primordial.
Existe una respiración escondida que la devoción popular hace circular en la
sociedad nicaragüense. Sin ella, la vocación ascética u orgiástica de los
intelectuales, la violencia de las pasiones, la dureza de la vida campesina, la
realidad cotidiana de la explotación y de la opresión política, habrían sido
muy difíciles de resistir y de dominar.
La teología de la liberación aplicada en estos años, en alguna medida, en las
comunidades de base de Nicaragua, como teología no desmitologizadora, teología
fundamentalista, tiene en cuenta la existencia de esa clase de devoción.
Son dignos de atención los rasgos principales del perfil esencial
de estas fiestas en que lo sagrado se involucra siquiera como pretexto:
* Libertad y desborde: en alas de la alegría y del
bullicio, de juegos, risas y música, comida y bebidas se llega al exceso y al
libertinaje; y si nos descuidáramos, al desenfreno y la orgía.
* Constituye un
ritual público de la magia homeopática (“lo semejante produce lo semejante”).
De ahí la comida, la bebida; la danza, que sí es de puro regocijo procura la
abundancia de las cosechas, y si lleva tintes guerreros termina siendo una
verdadera sesión de entrenamiento bélico; las risas y la incontinencia traerán
alegría y fecundidad. Con la forzada presencia del santo homenajeado, siquiera
como causa inmediata en cuanto ocurre y se ejecuta, los hechos que bajo otra
luz podrían interpretarse como desafíos temerarios, aquí se transforman en
ritos propiciatorios para obtener la benevolencia y la protección del santo.
* La igualación
social no deja de ser un anhelo, que a veces pareciera que cobra la realidad
ante la autoridad y hasta favoritismo divino de que goza el santo de la fiesta.
Todos los participantes están igualados por la necesidad urgente de protección y
favores; el de baja condición toma importancia ante la perspectiva de ser un
escogido; y el que se considera
importante cree efectuar una buena y productiva inversión al revestirse aunque
sea temporalmente de humildad, la necesaria para codearse con los pobres y
secundarlos en su actitud adulatoria. Aunque está de por medio una gran variedad
de impulsos psicológicos, motivos religiosos y circunstancias sociales, el
resultado es una definida tendencia igualitaria de jerarquías y castas ante la
autoridad del festejado.
* Preocupación
por futuro: obtenida en cierto grado la
unidad social bajo la autoridad constituida y generalmente aceptada del santo,
resulta insoslayable pensar en los beneficios que puedan derivarse, en el campo
particular y los que sean de utilidad general. Se quiere el retorno de tiempos
mejores, o la conquista, de una vez, de
lo que hasta el momento no ha sido más que una vana esperanza.
Se vino convirtiendo en política muy recurrida aprovechar
las costumbre religiosas de los indios, asimilándolas al cristianismo, cuando
las características lo permitían.
No hay nada que extrañar. Esto de la incorporación de
creencias y ritos paganos al cristianismo fue practicado por todas partes y en
diversas épocas. Tal ocurrió, para traer un ejemplo fácil, con incontables
fiestas célticas, y San Agustín, al no poder convertir a los galos, no dudó en
incorporar la totalidad de sus fiestas a la liturgia de la iglesia, donde
todavía perduran y son celebradas en las mismas fechas.
Los indios, mostrándose muy conformes, guardaban ocultos
ídolos y ritos. De aquí que toda celebración (procesión) podía tener un doble
significado.
Los indios niquiranos o nicaraguas, pobladores del istmo de
Rivas, confesaban no ser naturales de esta tierra, sino procedentes, a través
de sus progenitores, de Ticomega y Maguateca, en México.
A preguntas de los frailes contestaban que creían en
Tamagastad y Cipaltonal (dios y diosa) como creadores del cielo, la tiera, las
estrellas y todo lo demás. Creían en Quiateot, como el dios que envía la
lluvia, con truenos y relámpagos; sus padres Omeyateite y Omeyatecígoat, vivían
en el cabo del mundo, donde sale el sol.
Para pedir agua iban a un templo o teoba, donde sacrificaban
muchachos y muchachas; cortadas las cabezas, echaban sangre a los ídolos de
piedra que ahí tenían.
Estos templos tenemos, como vosotros los cristianos las
iglesias –decía uno de los caciques--, porque son templos de nuestros dioses;
ahí les damos sahumerios y pedimos que
nos den salud cuando estamos enfermos, y agua cuando no llueve. El cacique
mayor de todos hace la oración y permanece en esta rogativa un año continuo,
sin salir del templo; cuando al fin sale, se hace gran fiesta de comer y de
cantar. Luego se busca otro cacique importante que entra y permanece en el
templo de la misma manera.
Hace ya mucho tiempo que nuestros dioses no vienen ni les
hablan; pero antes lo solían hacer, según nuestros antepasados. En un año
tenemos veintiún días de fiesta, para no trabajar en ellos, sino holgar y
emborracharse, cantar y bailar alrededor
de la plaza. Nuestros antepasados nos dejaron los ídolos hechos de piedra, y
conforme a su modelo hacemos otros que tenemos en nuestras viviendas, para
cuando queremos conseguir alguna cosa, rogarles que nos la den, así como la
buena salud. Pero estos ídolos de casa no les ofrecemos sacrificios.
Veamos ahora cómo anda las fiestas religiosas en la actual
ciudad de Masaya y el pueblo indio Monimbó, que es hoy uno de sus barrios. En
la ciudad de Masaya, en la festividad de San Jerónimo (30 de septiembre), salía
a las calle el Toro-Venado “de rama”, de carácter foklórico, siquiera sea por
lo remoto de su origen.
El despertar era al son de violines de talalate de
Güisquiliapa y de guitarras, de gritos estentóreos en honor de San Jerónimo “Doctor”.
La noche anterior, en casa de la “promesanta”, se habían prodigado mancarronas
(rosquillas), tamales, tibio, chicha y café.
Por la mañana se toca pito y tamborcito, desde temprano, para
que todo mundo alistara máscaras y atavíos, originalmente muy pobres y
estrafalarios. Las máscaras era de palo o de huacales con olotes como narices;
se llevaban leontinas de maíz y sombreros de palma adornados con flores de
jalacate, sardinillo o malinche; y en la mano una rama de malinche, guásimo o
madero, de donde le vino el nombre de Toro-Venado “de rama” a este Toro-Venado
de primitivo.
La figura central del desfile era una muchacha hermosa,
llamada María, la que tal vez originalmente fuese una hija del cacique. Tenía
que ser acompañada por unos cincuenta disfrazados, para defenderla del ataque
de animales dañinos, principalmente el Tigre, que también se suma al desfile y
a la danza, llevando una piel de dicho animal a manera de delantal, otra
cubriéndole las espaldas, y una tercera a manera de gorro. Se llama Toro-Venado
al desfile, a la danza y al grupo. Y es
también un Toro-Venado cada uno de los participantes, a excepción de María y
del Tigre.
Los comparsas llevan a San Jerónimo “Doctor” ofrendas como una
iguana disecada, un garrobo, una ardilla, un mono, un gato de monte o un mico
de palo. Y los que van disfrazados de
mujer pueden ir barrigonas, a pedir a
San Jerónimo que el niño nazca sano; o ya con el niño entre los brazos,
representado por un muñeco de palo o de trapo, a pedirle al “Doctor” que le
cure de alguna enfermedad.
El grupo se encamina al son del pito y del tamborcito hacia
la iglesia. La danza es sencilla y a veces se abandona o desfigura ante la
monotonía del son, compuesto de cuatro partes poco diferenciadas. Cuando más
alegres van los bailantes, por los guacales de chicha ya ingeridos, aparece el
Tigre en acción, arremetiendo a cuerazos a la comparsa, al compás de la música,
que trata de reflejar sus movimientos. En el alboroto de esas arremetidas del
Tigre se repite con insistencia el grito general de “¡Jule, María, que te
agarra el Tigre!” En el habla popular nicaragüense, la palabra jule es una invitación a correr, y se
usa habitualmente dirigida a perros y otros animales.
Tras la llegada a la iglesia, los Toro-Venados regresan a
casa de la dueña o “promesanta”, donde son atendidos a cuerpo de rey con
alimentos y bebidas.
El Toro-Venado tradicional fue abandonado como espectáculo
hacia 1937. En fecha reciente se ha querido revivir, más con aportes extraños,
modernos y grotescamente burlescos, que lo privan de su antiguo valor.
Hablemos ahora de la Fiesta de San Lázaro (Domingo de Lázaro
o Procesión de los Perros), que exclusivamente se celebra en Monimbó en la
iglesia de la Magdalena y en torno a ella.
La imagen venerada, probablemente de origen colonial, es de
un hombre barbado, descalzo con túnica corta y de aspecto enfermizo, la cabeza
vendada y con llagas en rodillas y piernas; apoyado en un báculo, a sus pies
dos perritos que lamen sus heridas. Es el mismo Lázaro bíblico, que pedía
limosna a la puerta del rico Epulón. Es pues un personaje mítico, que nunca
tuvo existencia real, a diferencia de Lázaro verdadero, canonizado, el hermano
de Marta y María Magdalena, muerto bajo el flagelo de la lepra y resucitado a
los tres días por Jesucristo, según el relato evangélico.
Sin duda el culto va dirigido a este Lázaro verdadero, pero
se generó una confusión y se pusieron al santo características imaginarias, del
Lázaro ficticio.
La fiesta se realiza en dos días, sábado y domingo
inmediatamente anteriores al Domingo de Ramos. El Sábado Santo es traído de su
camarín a una mesa con manteles y flores, al alcance de promesantes y devotos;
todo el día hay disparos de cohetes y repiques de campanas; por la noche hay
vela, con música y juegos de pólvora. En la plaza y en el atrio se han
instalado ruedas de caballitos y taburetes, ruletas y otros juegos, y chinamos
que venden refrescos, licores y fritangas.
Algunos de los promesantes, que ofrecieron repartir chicha
gratis, terminan bañándose con los chingastes. A esto el pueblo llama
gráficamente “baño de chingastes” o “chicha de sudor” y también se produce en
otras fiestas populares religiosas.
En la fiesta de Lázaro también se dan los juegos de Cuepas,
los Dulces de Concha y el Desfile de los Perros. En el juego de cuepas se trata
de acertar con una pelota de cera a otra pelota igual que el adversario sitúa
en el piso del atrio. Los dulces de la Concha proceden de los pueblos de La
Concepción y San Juan de la Concepción del departamento de Masaya, y son de
excelente artesanía, elaborados de azúcar y limón, con graciosas y delicadas
formas de muñecos, animales, frutas, flores, objetos diversos, inmaculadamente
blancos, decorados con trazos de anilina roja.
Para el Desfile de los perros, los promesantes llevan a sus
perros muy aseados y adornados con flores, cintas y papeles de colores. Se
compra a la puerta del templo una candela de cebo, la que se enciende delante
del Santo; se deposita la limosna y se reza, hasta que la candela se consume.
Es muy atrayente por su colorido este Desfile de los Perros, único en todo el
país; como también lo es la fiesta en general, exclusiva del barrio de Monimbó,
antiguo pueblo de indígenas, extremadamente pobres y asaz necesitados de
auxilios extraordinarios.
En Masaya, en torno a San Jerónimo hay celebraciones
religiosas y diversiones populares desde el 20 de septiembre hasta el último
domingo de octubre: más o menos 40 días.
El 20 de septiembre por la noche es la “Gran Alborada”, en
la plaza del Santo: juegos artificiales y música.
Del 21 al 29 es la novena. Entretanto van llegándolos fiesteros
a instalar chinamos con toda clase de juegos y diversiones (ruletas,
toros-rabones, etc.), cantinas, comiderías, charlatanes, adivinos y
prostitutas. Se instalan ruedas giratorias de caballitos, chinitos (pequeños
taburetes), carros chocones, ola giratoria, y la llamada “rueda Chicago”. Esto
se extiende de San Jerónimo a otras dos plazas. La de la Asunción y la de Estación
ferroviaria.
En esta ocasión hay una “Gran Exposición de Artesanías”,
montada por la municipalidad.
Entre las diversiones simultáneas vale mencionar el tope de
los toros (29 septiembre) y la lidia o corrida de los mismos a la manera del
país, el concurso hípico, las carreras de caballo, el desafío del “palo lucio”,
para ver quién es capaz de ascender por él y atrapar el premio colocado en su
cúspide; y las “alboradas” a base de juegos artificiales.
En el período de las fiestas, el Santo sale en procesión en
dos ocasiones: el 30 de septiembre, día de la fiesta; y el 7 de octubre, día de
la “octava”. El 30 el Santo va de su propia iglesia a la de la Asunción, sobre
la Calle Real; después de una misa solemne, regresa por donde fue. El 7, en
cambio, se desvía por numerosas calles, de toda categoría. En la procesión del
30 también participa la imagen de San Miguel Arcángel, cuyo día fue el 29. El
pueblo se reúne, los pasea y les rinde homenaje conjuntamente.
San Jerónimo va sobre gruesas andas de bambú cubiertas por
una montaña de flores; San Miguel va adornado con cintas de colores que se
enrollan en su espalda flameante.
En el apretujado desfile van numerosos conjuntos de baile
con sus respectiva marimbas, guitarras y tambores. A estos grupos se los
denomina con el nombre genérico de “bailes”. Los más atrayentes, bien definidos
y cultivados son los Bailes de las Inditas. El Toro-Venado “de rama”, en que
los Toro-Venados, con disfraces casi uniformes, defendían, blandiendo ramas
contundentes, a una aparente reina o princesa que presidía el desfile. Aquí se
ostentan los más variados disfraces, muchas veces remedando y haciendo mofa de políticos
impopulares. Un personaje imprescindible es la Vieja del Toro-Venado, con
máscara negra, arrugada, dientona y mechuda; y en la mano una bulliciosa
sonaja.
Otro es el Macho-Ratón, con cabeza de macho en actitud de
mordisquear, y cuerpo de ratón, terminado en la cola característica. Los
toros-venados que lo rodean tratan de manosearlos, y él se defiende a
dentelladas. Todo al son de una música adecuada. El Tigre, que es otro disfraz, con pieles de este animal
adelante y atrás, después de muchas vueltas, al fin se encuentra con el
Macho-Ratón, y se arma la pelea. Allí entran los toro-venados a castigarlos y separarlos
valiéndose de las ramas de malinche que portan; y también entre la Vieja
agitando la sonaja; por fina aparece el Alcalde de Vara, tocando tatil (pito) y tumcún (tamborcito), y establece la paz.
Por otro lado están los promesantes, a veces avanzando
arrodillados, sostenidos por manos caritativas, a veces con los ojos arrasados
en lágrimas y musitando cosas ininteligibles o profiriendo gritos desaforados a
consecuencia del estado histeroide en que se encuentran.
Buena parte de los concurrentes se empeñan en lanzar gritos
y consignas, impregnadas del desabrido sabor “político” acostumbrado por años y
años: “¡Viva el que todo lo puede! ¡Viva el patrón de este lugar!” Es lo que
siempre habían querido escuchar los politiqueros que viven a expensas de la
confianza del pueblo. Pero era dudoso que a un verdadero santo le fueran
agradables tales adulaciones. Los “políticos” desacreditados, como algunos de
los que se han llamado “presidentes de la República” han asistido para dar su
brincadita, bailando en honor a San Jerónimo; pero en realidad buscando
manipular al pueblo y dejarlo para la explotación mediante la benévola
interpretación de aquella bufonada carente de motivación honesta y de sentido
real y valedero.
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