miércoles, 28 de mayo de 2014

NO HAY PETRÓLEO PERO  HAY  NEGOCIO. Por: Pedro Rafael Gutiérrez. En: La Prensa, 22 de agosto de 1976.


* Mucho dinero y ningún pozo.

* La primera concesión: 1902.

* El más famoso concesionario.

* Actualmente: 22 exploraciones.

* El que hay: ¡Para cosméticos!

Esta impresionante draga, cuya magnitud revela la mano de Howard Huges, estuvo perforando el mar territorial de la zona atlántica. Un barco recientemente llegado con equipo idéntico, sigue en la búsqueda del petróleo, la riqueza más escurridiza de Nicaragua, que vive gracias a otros oros: el propiamente dicho, el blanco y el verde, mientras el ansiado Negro no asoma jamás. 

A partir de las deliciosas crónicas de Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés, la presencia del petróleo parece ser cosa indiscutible en Nicaragua, en tanto la fiebre por el llamado oro negro no ha producido suficiente nafta en el país, para un encendedor de cigarrillos.

Los indios contemporáneos al descubrimiento de América usaban el petróleo y sus derivados en asuntos vinculados a ritos religiosos, pero especialmente en cosmetología. El número de tatuajes hechos a base de brea, era un símbolo de importancia. Actualmente, en las riberas de los ríos de la frontera norte, el petróleo que corre sobre los pantanos y riachuelos, es usado para calafatear las pequeñas embarcaciones de los miskitos que habitan la zona donde precisamente se han perforado el mayor número de pozos, que de acuerdo con informaciones de los concesionarios no han producido el valioso hidrocarburo en cantidades rentables.

En un salto de más de cuatrocientos años, la afición del nicaragüense al petróleo ha crecido y en una forma u otra nuestro destino pende de dos mitos: el canal y la gasolina hecha en casa.

No obstante, el uso cosmético que daban nuestros caciques a los derivados petrolíferos parece haberse sofisticado. A la muerte el multimillonario Paul Getty, el rey del petróleo mundial, una bella nicaragüense resultó ser heredera de una pequeña donación hecha por el apergaminado misántropo, que destinó para los gastos de Rosibel Bursch cerca de 80 mil dólares, que incidentalmente significara apenas la mitad del gordo de la Lotería. Rosibel, con gran desparpajo, declaró a una de esas revistas frívolas del jet set, que destinaría ese dinero para aumentar sus existencias de cosméticos.

A cuatrocientos cincuenta años, la bella dama nicaragüense parecía opinar exactamente que Agateyte, para quien el petróleo o el dinero que obtuviera a través de él, sólo serviría a los nicaragüenses para pintarse la cara.

UN COCHE SIN CABALLOS

En 1874 ya contaba Managua con alumbrado a base de kerosene, pero nada indicaba que el consumo de combustible despertaría la ambición de exploradores del subsuelo en busca de oro negro.

Una húmeda mañana de octubre de 1902, los provincianos habitantes de la vieja Managua se sorprendieron al paso de un coche que caminaba sin necesidad de caballos. Era un flamante automóvil, ruidoso como una madrugada de navidad que recorría las calles polvorientas dejando una estela que olía sospechosamente a los faroles que alumbraban la capital.

Don Teofilo Mauricio Salomón, Gerente de la recién fundada Compañía Eléctrica de Managua, manejaba lleno de orgullo el nervioso automóvil y a cada esquina hacía sonar su pito neumático, exactamente igual a las peras que usan en los hospitales para aplicar enemas.

Era el primer vehículo a gasolina que recorría Managua, que iniciaría en muy breves días la perforación del subsuelo nicaragüense, en busca del combustible que habría de sustituir poco a poco al zacate de jaragua que daba impulso a los caballos que halaban los coches.

El mismo año de 1902, el 24 de diciembre, se instalaba el alumbrado eléctrico y cuando un grito salió de los pechos de los managüenses celebrando el brillo de la lámpara incandescente, un suspiro se escapó de los labios de don Federico K. Morris, el ingeniero de cabecera de José Santos Zelaya: “¡Petróleo…!” dijo el constructor del tren de los pueblos, mientras acariciaba en sus bolsillos la concesión que le habían otorgado para explotar una región circular de tres millas de radio, la primera concesión petrolera firmada con todas las de ley en Nicaragua.

El 20 de noviembre de 1902 Morris podría usar de su contrato para perforar el subsuelo. Habría en esta forma de ser honrosamente el primero en no encontrar petróleo.

Muchos más como él, tampoco lo encontrarían o guardarían sus resultados en cajas fuertes de Wall Street. El subsuelo nicaragüense podrá tener hoy la constitución de un queso gruyere, pero ninguna torre se levanta todavía bajo el rugiente chorro del lodo millonario.

Posteriormente el mismo contrato del ingeniero Morris fue ampliado a 15 años, pero nunca encontró hidrocarburos. Se aburrió, abandonó la idea y cuando ya Managua tenía más de cien automóviles, debió contentarse con mandar a traer a Corinto los barriles con gasolina importada.

1907: NACE LA FIEBRE

Don José Antonio Montalván no hizo caso del fracaso del ingeniero alemán y  consiguió otra concesión, firmada en forma optimista por 30 años, pero quedó reducida por voluntad ejecutiva a sólo 5 meses. Tampoco encontró nada.

Las picas, palas y taladros subterráneos, empezaron a llegar a los puertos nicaragüenses. El petróleo había entrado a la historia de Nicaragua con mucho retraso. Casi tanto como el propio país. Ya Marco Polo habla de transporte de petróleo en caravanas en el Siglo X., una especie de oleoductos de cuatro patas. No es sino en los primeros años del Siglo XIX cuando en Rumanía, Galitzia y Alsacia se perforaron los primero pozos verdaderamente importantes.

Nosotros, después de 1902 estábamos capacitados para consumirlo y buscarlo por todos lados. Todavía dicen que no lo encontramos.

A partir de 1908 crecía la importación de gasolina y el afán por encontrar petróleo en nuestro subsuelo. En esa fecha el gobierno autorizó a don Ascención Flores y a Carlos Zubiria a buscarlo en Siquia, por un término de 40 años. Jorge Heisch obtuvo después una concesión para 90 años, firmada en 1917 y siguieron así, sucesivamente, obteniendo permiso para horadar el subsuelo la Central American Exploration, el primer intento en ese sentido con capital norteamericano, para realizar la búsqueda de oro negro en Rivas, Chontales, Bluefields y Siquia por 40 años.

La década de los veinte fue generosa en solicitudes y el gobierno en concesiones. El país comenzaba a percibir ingresos por estos permisos y la situación parece seguir igual, aun cuando nadie ha confesado haberlo encontrado.

Así lograron concesiones James P. Wilkiams, por 50 años; James M. Hall, por 90 años; Claude Dewhorst por 90 años; Narciso Lacayo, por 90 años; Costar Rica Petroleum, por 40 años; Robert Mc. Kinley, por 50 años; Nicar Petroleum Corporation, por 50 años; José Pasos Díaz, por 50 años; William Paeffle, por 50 años; Ernesto Carazo, por 50 años; el doctor Félix E. Guandique, en los departamentos de Managua, León y Carazo, por 45 años; la Oriente Oil and Gas Company, por 50 años; don Pablo Hurtado, por 50 años; quien la cedió a la Compañía Petrolera de Nicaragua y muchísimas otras más concesiones, algunas con plazos astronómicos que de todos modos murieron por consunción, se retiraron por quiebras o abandonaron los taladros por cansancio.

UN PETROLERO SIN PETRÓLEO

Pero sin duda, la más interesante de todas las concesiones, fue la otorgada el 18 de junio de 1938, al flamante conde don Miguel Jerónimo de Escoto y Muñoz, de quien el general José María Moncada afirmó que no era conde, ni coto.

En cualquier forma, don Miguel, de haber encontrado aquí petróleo, se habría bañado de hidrocarburos y sería por lo menos Jefe de Protocolo de la OPEP.

La concesión lo autorizaba a perforar cualquier parte del territorio nacional, incluyendo la cocina de la Hacienda San Jacinto.

Los planos de su contrato era bien fácil de conservar en la memoria. El terreno limitaba al norte con Honduras, el sur con Costa Rica, al este con el Océano Atlántico y al oeste con el Océano Pacífico, incluyéndose “terrenos cubiertos con agua”.

Otras pequeñas concesiones funcionaron después, a favor del general Carlos Castro Wassmer y don José María Castellón y autorizan a don Miguel Escoto a pasar su contrato a Joseph J. Conney. Se crea en 1941 la Comisión del Petróleo, hasta que varios años después se suspenden los términos del alegre contrato con el Conde, quien queda como antes, Sin un solo pozo funcionando pero con mucho éxito económico en los subarriendos de su concesión.

Todavía en 19489 se había ratificado que los derechos de exploración del Conde Escoto comprendían el territorio nacional, tal como estaba delimitado por la Constitución Política.

SE RACIONALIZA LA BÚSQUEDA

La década de los 50 siguió el mismo ritmo de búsqueda apasionada y los años setenta continuaron en forma exactamente igual. Ni un pozo produciendo.

Todas las concesiones fueron cayendo por viejas una a una y el millonario sin petróleo entraba al Cuerpo Diplomático, con un currículum que lo acreditaba como Conde y como Petrolero.

CASI OCHO MILLONES DE HECTÁREAS EN ACCIÓN

Una increíble superficie de 7. 689.593 hectáreas están actualmente bajo concesión del Departamento de Hidrocarburos del Ministerio de Economía. Estas son exploradas en 20 concesiones en la plataforma marítima del Atlántico  y 8 de tierra firme y 12 concesiones marítimas en el Pacífico, con tres en zona continental, que cubren territorios de toda la costa oeste del país, excepción hecha de Chinandega y Rivas, que en otro tiempo también fueron exploradas. En Rivas hasta quedó una carretera o trocha hecha hace escasos 4 años.

Hace algunos meses, la Shell perforó un pozo en la zona de Cayo King, al que se llamó Pozo Perla Uno. Un chorro del petróleo saltó alegre por la boquilla del complicado aparato, pero decidieron que seis mil barriles diario no eran suficientes para explotarlo con utilidades y el pozo, se llenó de agua de mar o fue taponeado.

Actualmente operan estas empresas, debidamente legalizadas: Union Oil, Western Caribbean, Chevron, Montara, Texaco, Frank K. Petroleum, Jack Grigsby, Gayle K. Hamilton, Donald Spencer JR., Oceanic Exploration, Pacific anda Oceanic Resources, Eceanic Western Hemisphere Exploration, Nicarao Petroleum Company, Pacific Caribbean Petroleum, Nicaragua Resources Limited, Nicaragua Exploration Company, Nicaragua Mineral Inc. Nicaragua Oil Resources Inc. Nicaragua Oil Ltda., y en el Pacífico, Oleoductos Nicaragüenses y Marítima Mundial.

En algunas de estas compañías están en juego las inversiones de Howard Hughes, pero su suerte no bastó tampoco para encontrar petróleo. El pasado 11 de agosto otro perforador, el Buque Caribbean Tide llegó a la Costa Atlántica a continuar con sus taladros la exploración de la Costa, muy cerca del pozo Perla Uno. Si encuentran o no, sólo ellos lo sabrán, aunque el petróleo que no tenemos, produzca impuestos al Estado.

Estos planos del departamento de Petróleo del Ministerio de Economía, no totalmente actualizados, muestran las zonas de las concesiones. Actualmente hay 43 en vigencia, con el mismo resultado: cero petróleo.


lunes, 26 de mayo de 2014

La hermosa vida de Monseñor Lezcano... DEL CONGRESO AL ARZOBISPADO. Por Pedro Rafael Gutiérrez.

Introducción 
Por: Eduardo Pérez-Valle hijo, editor del Blogspot

En esta fotografía que forma parte del Archivo Histórico "Dr. Eduardo Pérez-Valle",  puede apreciarse al Presidente Anastasio Somoza García  sentado al lado  y conversando con  Monseñor José A. Lezcano y Ortega, Arzobispo de Managua, 
En nuestro país siempre se pronuncia el nombre de José Antonio Lezcano y Ortega, primer Arzobispo de Managua. El nombre del personaje  perdura en la memoria colectiva. Nació en Granada, Nicaragua, el 10 de abril de 1866 y falleció el 6 de enero de 1952, al momento de su deceso cifraba 85 años.

Este sacerdote ha sido en nuestra historia política, el único que vistió sotana y con esa indumentaria clerical llegó durante muchos años a desempeñar el cargo de diputado ante la Asamblea Nacional de Nicaragua en representación de Nagarote. En esta “ventana histórica” construida con la pluma del recordado periodista Pedro Rafael Gutiérrez, éste, también lo evoca como un santo operador de milagros, aunque la actual jerarquía eclesiástica de nuestro país, ahora ni siquiera lo aluda o mencione algo relacionado al tema de santidad, del conspicuo antecesor. Sin embargo, Lezcano y Ortega integra el reducido número de sacerdotes recordados con gratitud por sucesivas generaciones de nicaragüenses.  

Algunos ciudadanos de apellido Ortega, ubican al Prelado en línea recta o parentesco de consanguinidad y afinidad, paterna. El ingeniero Orlando Ortega Reyes, caraceño, bloguero, veraz y ameno escritor, cronista de tiempos idos, asegura que Lezcano y Ortega fue hijo de doña Isabel Ortega, quien falleció en plena juventud. Algunos biógrafos atribuyen la paternidad de Lezcano y Ortega, al licenciado Juan José Lezcano y Morales, cuya síntesis de vida puede localizarse en la Revista Conservadora dirigida por Joaquín Zavala Urtecho. El texto íntegro dice: 


"Datos biográficos del Muy Ilustre Arcediano Prbo José Antonio Lezcano y Morales

Nació en Granada el 2 de abril de 1818, hijo de D Juan Carlos Lezcano y Da. Justina Morales. Tío paterno de Monseñor Lezcano y Ortega al que amparo de niño de dos años y huérfano de madre y padre.

Se ordenó sacerdote en 1844 y sirvió las Parroquias de Tipitapa, Acoyapa, Nandaime, Managua y Jinotepe. La de Managua por ocho años, desde 1855 a 1863; y en 1857, que ocurrió la invasión del cólera asiático, en la capital; de modo muy espantoso y terrible, el párroco Lezcano y Morales se comportó heroicamente cual el buen pastor que expone la vida por sus ovejas.

Durante nueve días, con sus noches, en los que la epidemia tuvo su mayor violencia, el Párroco Lezcano y Morales, sin quitarse la sotana, ni dormir, ni comer, asistió a las innumerables víctimas del flagelo, administrando los Santos Sacramentos a todos los moribundos; y por tres veces congregó a sus feligreses en el templo parroquial para darles la absolución de sus pecados, a todos en general, en medio de un pavor indescriptible.

Durante los nueve días indicados, se alimentó únicamente con aguas cocidas azucaradas y su descanso lo redujo a recostarse en una hamaca, mientras su caballo, del que se servía, día y noche, para ir de una parte a otra de la ciudad, era abrevado y tomaba un pienso.

El sacerdote que le ayuda de coadjutor falleció víctima de la peste, desde los primeros días.

Si el párroco Morales y Lezcano, en medio de tantos horrores de muerte, sin descansar, ni alimentarse suficiente, por más de una semana, no desfalleció y murió, fue sin duda, por un milagro patente de la divina protección.

El Pbro. Morales fue Canónigo Penitenciario de la Catedral de León, en 1881, después ascendió a la dignidad de Arcediano, que la tuvo hasta su muerte, ocurrida en Managua, el 12 de Septiembre de 1897.

En tal ocasión, la Asamblea Nacional, Legislativa, presidida por el Dr. Gabriel Rivas, decretó que el Meritísimo Párroco de Managua, en recompensa de sus méritos fuera sepultado en el Templo Parroquial de la Capital de la República.  La que se verificó en la Capilla del Señor de Los Milagros; y allí permanecieron sus venerados restos hasta en 1926, que se desenterraron por el derribo del templo para edificar la nueva Catedral, en cuya cripta funeraria reposan definitivamente.

También en recompensa de sus méritos se ha colocado su estatua en una de las hornacinas exteriores de la misma Catedral managüense; de la que fue Primer Arzobispo el desvalido huérfano que él amparó con su caridad sacerdotal." 

El descendiente de Lezcano y Morales, mantuvo un largo desempeño en puestos de dirección de la Iglesia Católica de Nicaragua. La Catedral de Managua constituye la obra más emblemática que emprendió el Arzobispo, edificación que aún se conserva, deteriorada, después de sufrir severos daños durante el terremoto de 1972.  Fue un político hábil. Fundador y miembro de número de la Academia de la Lengua. Vivió en medio de diversos regímenes de Gobierno. 

Uno de estos regímenes, el de Somoza García, siempre mantuvo cercanía estratégica con el “poder” de la Iglesia, y viceversa, la Iglesia con el "poder" ejercido desde el Gobierno. No determinamos de dónde provino la decisión o qué motivó a Somoza para regalarle a Monseñor Lezcano uno de los carros asignados a la Casa Presidencial, que los diarios de la época destacaron de la siguiente manera: "El 14 de Febrero de 1937, Somoza delegó al Teniente Icaza, jefe de los talleres de reparación de Casa Presidencial, para que entregara un magnífico automóvil marca Studebaker, ostentando la placa oficial No. 24, a Monseñor José Antonio Lezcano y Ortega, Arzobispo de Managua.”

STUDEBAKE, MODELO 1936.  Internet.
Tampoco precisamos, si el Arzobispo recibió el “Studebaker”, meses antes o meses después de coronar –a petición de miembros de la Guardia Nacional--  a Lilliam Somoza Debayle, hija del dictador, escogida por lo militares como “Reina del Ejército”.

Monseñor Lezcano celebró 50 años de vida sacerdotal el 15 de abril de 1938. Ese mismo año, el 1º de diciembre, como parte de los festejos por  las Bodas de Oro Sacerdotales, el artista Salvador Sacasa Vela entregó un retrato al óleo del Arzobispo, que fue colocado en La Catedral. No se sabe qué sucedió con ese retrato, si aún existe, localizado en alguna pared de la actual Curia Arzobispal, en la avenida que conduce hacia las Sierritas de Santo Domingo.

Quizás, Lezcano y Ortega hubiese sido el primer Cardenal de Nicaragua, expectativa que no llegó a cumplirse, aunque así lo sugerían las notas periodísticas y los mensajes cablegráficos; el diario La Noticia en su edición del 23 de Octubre de 1938, publicaba: “QUE MONSEÑOR LEZCANO SEA CARDENAL.- De Ciudad Vaticano se informa hoy que Su Santidad el Papa reunirá próximamente el Sacro Colegio, para elegir nuevos cardenales. Sugerimos que el Gobierno de Nicaragua, que tiene ministro acreditado ante el Papa, exponga en alguna forma seria la complacencia que sentiría el pueblo nicaragüense si nuestro Arzobispo, Monseñor José Antonio Lezcano y Ortega, mereciese tan alta distinción.”

Entre las razones que hacían pensar en la factibilidad de la postulación y la elección cardenalicia, está la noticia divulgada el 24 de octubre de 1937, dando a conocer que la Secretaría de la Sociedad Misionera de Propagación de la Fe, en Nicaragua, participaba que “el Vaticano nombró a Su Señoría Monseñor José Antonio Lezcano y Ortega, Arzobispo de Managua, Presidente de la Unión Misionera del Clero de la República de Nicaragua”.

Como ya se consigna, con más detalles en el artículo de Pedro Rafael Gutiérrez, este personaje de la Historia, fue y ha sido el único cura con curul propio. De aquellos episodios políticos, se recuerda la instalación de la Asamblea Constituyente, que un año más tarde deparó la elección de Somoza García, la sesión aconteció el 15 de diciembre del 1938, presidida por el Dr. Enoc Aguado, en calidad de Presidente. Al Arzobispo le correspondió, como parte del Protocolo, entregar el mensaje de la Iglesia Católica, es así que el discurso, del culto, experimentado político y orador, jamás fue olvidado, sobre todo cuando al final advirtió a los presentes con la conocida frase: --“Dad al César lo que es del César; y procurad dar a Dios, lo que es de Dios”.

******************///////////////////////******************

La hermosa vida política de Monseñor Lezcano

DEL CONGRESO AL ARZOBISPADO. Por: Pedro Rafael Gutiérrez. En: La Prensa, 19 de diciembre de 1976.

Los turbulentos días que siguieron a la llamada Guerra de Mena, en la que se conjugaron la sangrienta ocupación yanqui, el nacimiento de una nueva moneda que habría de llamarse Córdoba y la virtual entrega del país a Wall Street, tuvo su contrapartida en la presencia de un humilde sacerdote, magnífico escritor, finísimo humorista que en una forma u otra alivió la tensión de uno de los momentos más difíciles y controversiales que haya registrado nuestra historia.

Electo Diputado por Nagarote, el presbítero José Antonio Lezcano y Ortega, cuya inolvidable presencia en el terremoto de 1931 habría de recordarse con cariño, tuvo una prominente actuación en la Asamblea Constituyente, que celebró su primera sesión el 12 de diciembre de 1912, precisamente el día que se celebraba en muchísimas iglesias de Nicaragua la fiesta de la Virgen de Guadalupe.

El virtuoso sacerdote, de quien con insistencia que opera milagros y cuya imagen de bondad es imborrable, llegó al Arzobispado de Managua, directamente de una curul en la Constituyente, cuyo prestigio realzaba, según la voz oficial de esos días.

LA LLEGADA DE MONSEÑOR CAGLIERO

Tres semanas antes de realizarse una vistosa ceremonia en el Palacio, donde fueron juramentados los Diputados, había llegado al país el 27 de noviembre, Monseñor Juan Cagliero, Nuncio de Su Santidad, ante los gobiernos centroamericanos y entre los miembros de la comitiva que lo recibirían, figuraba el talentoso y humilde sacerdote José Antonio Lezcano y Ortega.

Monseñor Cagliero llegaba acompañado de su Secretario, Monseñor Valentín Nalio y de los comisionados de la Curia, Nicolás Tijerino y Manuel Pérez.

La recepción del representante del Vaticano se realizó por etapas y hasta León, llegó para recibirlo, el oficial Mayor del Ministerio de Relaciones Exteriores, señor don Juan Manuel Caldera. En Managua, la comitiva de recepción subió de escalafón, y en la estación estuvo el entonces Sub-Secretario de Relaciones José Andrés Urtecho, el Ministro de Hacienda, el Jefe de Estado Mayor Presidencial y Monseñor Lezcano.   

A falta de un hotel confortable, que estuviese a la altura de la categoría de Cagliero, se le hospedó con toda comodidad en la Escuela Normal, en tanto a las pocas horas de su arribo fue recibido por el presidente Díaz.

Oficialmente se consignó: “Dígnese Monseñor Cagliero de recibir nuestro cordial y respetuoso saludo y los votos que hacemos porque el éxito más cumplido corone el importante negocio espiritual que Su Santidad tuvo a bien encomedarle”.

31 DE DICIEMBRE DE 1912, LAS CAMPANAS ECHADAS AL VUELO

La noche del 31 de diciembre de 1912 transcurrió en forma alegre, no obstante el férreo estado de sitio que imperaba en el país, decretado a raíz de la resistencia manifiesta de los patriotas nicaragüenses, contra la ocupación yanqui.

El ambiente era propicio para el gobierno, ya que era virgen de la toma de posesión del presidente Díaz y del vicepresidente, don Fernando Solórzano.

Monseñor Lezcano estuvo entre los diputados integrantes de la Asamblea que presenciaron la toma de posesión, en la cual Díaz pronunció un discurso en que invitó a la paz y a la concordia nacional.

Monseñor Lezcano llevaba en esos días, a pesar de que es probable que ya conociese la decisión de Roma, de nombrarlo Primer Arzobispo de Mangua, una intensa vida política.

Las crónicas de la época señalan su puntual asistencia a las sesiones de la Constituyente, entre ellas la del 28 de diciembre de 1912, en que se había decretado una prórroga al Estado de Sitio, establecido justamente el 4 de octubre, día de la muerte de Zeledón.

POR LA ENSEÑAZA RELIGIOSA COMO PRECEPTO CONSTITUCIONAL

Es lógico que Monseñor Lezcano tuviera una destacada actuación en sus intervenciones ante el cuerpo legislativo, en relación con la inclusión de la enseñanza religiosa como precepto constitucional.

En la sesión del 2 de enero de 1913, el diputado Lezcano y Ortega leía a la Cámara una carta del Apostolado de Jinotepe, en la que le pedían se incluyera en la Constitución que la religión del Estado era la católica.

En un ambiente caldeado, el diputado Urtecho manifestó que los representantes del pueblo no estaban obligados a cumplir  fielmente los deseos de sus electores, llevándole la contraria al futuro Arzobispo y en ese momento compañero de Cámara.

Unos cuantos días después, la Constituyente estudiaba una moción para los efectos de encausar al ex presidente Zelaya  por los fusilamientos de Sixto Pineda y Domingo Toribio, calificados de asesinato por varios representantes.

Monseñor guardó en esos debates un elocuente silencio.

Luego intervino activamente para que se consignara en la Carta Magna que se redactaba que Nicaragua era una sección segregada de la República Mayor de Centroamérica, y para que se eliminara de la Constitución la obligación de pertenecer a estado seglar para ser representante ante el Congreso. Su moción fue aprobada con seis votos en contra.

EN UNA COMISIÓN MIXTA

En esos días se mocionó para la supresión del Departamento de Estelí y la anexión de La Trinidad a Jinotega, así como la segregación de Teustepe, asuntos en los que intervino como miembro de la comisión respectiva, en la que llevaba como compañero a los diputados Ramón Castillo y A. G. Lovo.

Otra comisión que le encargaron durante su estancia en la Constituyente, fue llevar al Hospital General, junto con los colegas Reñazco y Calero, una donación de 500 córdobas.

UN GENERAL RECHAZA SUS ESTRELLAS

El 13 de mayo, se produjo una calidad sesión cameral, en la que se hicieron varios ascensos a militares que habían participado en los combates de esos días.

No obstante las discrepancias de los representantes, fueron ascendidos a generales de división, los señores Tomás Masís, Luis Correa, J. F. Sáenz, Arsenio Cruz y Frutos Bolaños Chamorro; y a generales de brigada, Bartolomé Víquez, Gustavo Argüello, Roberto Hurtado, Evaristo Enríquez Silvestre Vargas, Tadeo Olmos, Antonio Barraza e Isaac Gutiérrez.

La sorpresa la dio el señor José Solórzano Díaz, quien envió una enérgica carta al Congreso, en la que renunciaba en forma irrevocable al ascenso que se le había ofrecido.

Mientras tanto, Monseñor Lezcano, por su parte renunciaba al Congreso, en la sesión del 8 de abril, renuncia que no le aceptaron y el 16 pedía: “se le digne conceder permiso indefinido para no asistir a las sesiones por motivos de su quebrantada salud”.

En esta forma Monseñor Lezcano se ponía al margen de las convenciones firmadas por el gobierno, que finalmente constituirían una mancha en nuestra historia.

En el seis de enero, la Cámara lo felicitó por su nombramiento de Arzobispo, recaído en su persona mientras ejercía el cargo de diputado.
PRIMER ARZOBISPO DE MANAGUA

El Papa Pío X suscribió en Roma el 2 de diciembre de 1913 la Bula “Quum Juxta Apostolicum Effatum”, en que se nombraba Arzobispo a Monseñor Lezcano, y se consignaban, según dio a conocer el nuevo arzobispo, varios importantes puntos: a) sustracción de Nicaragua del derecho metropolitano de la Arquidiócesis de Guatemala; b) creación de tres diócesis y del Vicariato Apostólico del Atlántico; c) elevación al rango de catedral a la iglesia de Santiago de Mangua; y d) elevar igualmente a Catedral la Iglesia de Nuestra Señora de la Concepción de Granada. La comunicación al público de estos detalles la hizo Monseñor el 19 de marzo de 1914, firmando así: “José Antonio, Arzobispo electo de Managua. Cipriano Vélez, secretario Ad Hoc”.

CONSAGRADO EL 3 DE MAYO DE 1914

Finalmente, un verdadero día de fiesta nacional constituyó la Consagración de Monseñor Lezcano, que hacía unas semanas había celebrado sus Bodas de Plata Sacerdotales.

Fueron padrinos de la Consagración, el presidente Díaz y el vice, señor Solórzano, y oficiaron la impresionante ceremonia Monseñor Pereira y Castellón, Obispo de León y Monseñor Piñol y Batres Obispo de Granada.

Casi de inmediato también se consagró a Monseñor Isidro Carrillo, como Obispo Auxiliar de Managua, con sede en la ciudad de Matagalpa.

PRESIDIÓ EL CONGRESO Y ABANDONÓ EL CURUL

La última actuación de Monseñor Lezcano como diputado, no obstante, las renuncias que nunca le fueron aceptadas, tuvo lugar el día 15 de diciembre de 1914, ese día Monseñor presidió el Congreso en la sesión en que el presidente Díaz dirigió un mensaje al concluir la mitad del primer período de su presidencia.

A partir de entonces Monseñor Lezcano se dirigió al Palacio Arzobispal y se dedicó por entero a su ministerio.
Su larga administración como jefe de la Iglesia nicaragüense, dejó recuerdos imborrables.

La Catedral, a pesar de los destrozos causados por el terremoto, es su mejor monumento. La cripta donde se guardan sus restos, precisamente al frente de los de José Dolores Estrada, que él cuidó amorosamente, recientemente fue saqueada por vándalos que nunca fueron perseguidos.

Monseñor Lezcano es amado por muchísimas gentes que tuvieron el honor de tratarlo.

Dejo algo para reflexionar: después de él, es imposible que otro diputado sea nombrado arzobispo, y mucho menos, que se vaya al cielo. 
Relatos de Hospital  (Cuento) 

LA COMPETENCIA, I

Por: Eduardo Pérez-Valle

El doctor Rebolledo, egresado de nuestra Universidad Nacional y con serios estudios de postgrado en México e Italia, era sin duda un buen hombre y un excelente médico. De baja estatura, regordete y barrigón, los brazos le venían demasiado cortos; su cabeza, de calvicie deslumbrante, daba la impresión de no estar muy cómoda sobre los hombros, como si el cuello no contara con todas las vértebras que debía tener, o a éstas les faltase la movilidad propia de un humano. Como resultado, el doctor Rebolledo parecía andar siempre viendo para arriba, la barbilla proyectada hacia adelante, en un gesto falsamente desafiante y antipático.

Para mayor abundamiento, sobre este feo conjunto irremediable descansaba un par de gruesos lentes, con grandes rebordes, que parecían quitados de alguna antigua escafandra de buzo, o construidos con los enormes cristales de algún faro desmantelado. Con ellos la figura del eminente doctor Rebolledo adquiría el aspecto de una cucaracha enferma. Y aunque decían que aquellos aparatos eran de aumento, la verdad es que los ojos del Dr. Rebolledo, naturalmente saltones y hasta desorbitados, quedaban reducidos a un diminuto ojal transverso tras la espesura de aquellos vidrios increíbles.

Para colmo, el sabio galeno se gastaba un timbre de voz entre cascado y ronquillo, como si fuese a sacarla de triple, pero que una telaraña inexplicable se enredara en las cuerdas vocales y tupiera los ventiladores naturales, resultando aquel sonido anacrónico, emparentado con la voz del primitivo gramófono de cilindros de cera que inventara Thomas Alva Edison.

Sobre todo esto, el doctor Rebolledo tenía otro inconveniente: que siempre andaba apurado. Quizás por el gran cúmulo de sus ocupaciones, quizás por el deseo vehemente de volver rápidamente a descansar, el hecho es que siempre llegaba al hospital sudoroso e impaciente. Tiraba por ahí el maletín y se encaminaba a la sala para hacer la visita. Cuando lo veían llegar, enfermeras y monjas se ponían nerviosas, como en guardia para hacer frente a cualquier emergencia que pudiera crear la presencia del doctor Rebolledo. La enfermera de turno cogía rápidamente un rollo de expedientes y se encaminaba a pasitos rápidos hacia la sala, para acompañar en la visita al inquieto e inquietante galeno.

Éste tomaba el pulso a los enfermos, espetaba con aquella vocecita unas cuantas preguntas apresuradas, casi ininteligibles y de todo punto injustificadas, y por último recetaba inyecciones, píldoras y cápsulas, que ya la enfermera y hasta los pacientes se sabían de memoria. Parece que este hombre cerraba sus puertas a los visitadores médicos, de ahí lo escaso y trillado de su repertorio terapéutico, que más parecía aprendido en los almanaques y las revistas de barbería que en un tratado a fondo o en las aulas de la Universidad.

De modo que bien merecida se tenía el doctor Rebolledo la competición que le hacía el Cabito.

¿Quién era este Cabito? Había llegado al hospital hacía tres años, procedente del Mombacho, atacado de “mal de piedra”, con un cólico pegado en el riñón izquierdo, que lo hacía rabiar y revolcarse. Le dijeron que lo iban a operar de inmediato, pero él se opuso enérgicamente en medio de su tortura, y allí no más comenzó a recetarse él mismo. Las monjas y las enfermeras, ante su terquedad, y atontadas por la alarma general que producían sus terribles dolores y bramidos, terminaron por obedecerle.

Pidió primero que le preparasen una tisana diurética a base de bicarbonato y “pelo ´e mai”. Después ordenó que le administraran una lavativa aromática,  compuesta de agua de rosa acentuada con eucaliptol y extracto de bergamota. Por último se tomó un pocillo de agua cloral, que le trajo un sueño pesado, con ronquidos y lo demás.

Al despertarse, después de seis horas, ya el Cabito estaba curado. Aquel éxito dramático lo consagró a la vista de toda la sala, enfermos y enfermeras, como un verdadero sabio, un genio de la medicina, de esos que nacen así, en cualquier parte, una vez al siglo, quien sabe por qué.

Cuando el Cabito se sintió sano, al término de un mes, él mismo, así como se había curado, se dio de alta. Sólo faltó que firmara su expediente. Pero quedó picado de una nostalgia del hospital, de la admiración, el cariño que le dispensaban y la fe ciega que ponían en él, en su saber, los enfermos y el  personal.

Pronto estuvo de vuelta, con cualquier pretexto; y así una y otra vez, hasta que al fin se quedó definitivamente, de enfermero, de ayudante de limpieza, de velador, de cualquier cosa.

Por eso cuando el doctor Rebolledo hacía la visita, el Cabito siempre andaba por ahí cerca, haciendo como que hacía algo por las camas vecinas, para escuchar de aquella vocecita de grillo acatarrado las insípidas preguntas y las conocidas recetas.

Y cuando el doctor Rebolledo, muy serio y convencido de su excelencia, abandonaba presuroso la sala por la puerta lateral, rumbo a su consultorio, a esperar un paciente que nunca llegaba, el Cabito comenzaba la verdadera “visita” a la sala de medicina de varones.

--¡Vos, Juan, no te aflijás, que el que se aflije se afloja! Lo que tienes es sólo punto de angina de pecho. Aquí lo que hay que hacer es calmar los nervios del corazón. Te voy a conseguir un vinito de quina ferruginado, y agua de azahar para cuando te sintás nervioso. Además, para quitar todo el peligro, te voy a poner una lavativa de linaza, con una yema de huevo y una cucharada de asafétida, para mantener limpio el intestino y evitar los cólicos, que pueden subirse.

El enfermo se quedaba mirando fijo al Cabito, y un halo de esperanza iluminaba su rostro. El Cabito pasaba a la siguiente cama:--Vos, Catalinó, lo que tienes es un catarro al pecho, que te lleva puta. Si no, ahí tenés esa tos incansable que siempre te aumenta en la madrugada; y esa opresión que casi no te deja respirar, y la calentura. ¿Qué más querés? ¡Si está claro! El dolor en las costillas es de la misma tos. Aquí lo que hay que hacer es calmarla, y procurar que el catarro madure pronto.

Lo primero es un buen purgante, de lo que a vos más te guste: sal o píldoras rosadas, que son buenas catárticas. Vas a tomar también un cocimiento de malva, que es para el pecho y hace sudar. No hablés mucho, ni te estés moviendo, que te cansás. Y te voy a preparar un sinapismo líquido de pimienta para que metás los pies. Eso es bueno para devolverle a la sangre el calor que le quitó el resfrío. Si querés tomar las cápsulas que te recetó el doctor, tomalas, que no perjudican; pero no sirven y hay que ayudarles con lo que te digo.

Y pasaba a la otra cama:

--¡Hombré Toñó, esa tu inflamación del intestino es lo más fácil de curar, hom...!  ¡No te aflijás! Si lo malo es que si uno se descuida el intestino se brota y se sale; y da pena estar enseñando lo que es su secreto de uno.

¡En primer lugar, cuidado de comer! ¡Ni un bocado! Para que estés mantenido mientras baja la inflamación, que te preparen una tortilla de huevo para aplicarla al estómago, tibiecita, tibiecita. ¡Cuidado te la comés! Y para que no te dé tentación, la vamos a empapar en láudano, para que te rebaje los dolores. Lo único que podés tomar es tu agüita de arroz, tu cebadita perlada, cocida, y tu agua de linaza. También un cocimiento de salvia, con cuatro o cinco gotas de láudano, para desterrar los dolores y parar la currutaca.

Toño había quedado inmóvil mirando al Cabito durante todo el tiempo que había durado aquella inspirada receta, y al final sólo dijo, con gran convencimiento:

--Tenés razón. Voy a decirle a la Chayo que me traiga todas esas aguas y esa tort´ e huevo que decís.

El Cabito ya se había acercado a la cama de don Chepe, un viejito que había llegado con un ataque de anemia que lo hacía cruzar las canillas para andar, y que lo mantenía noqueado en la cama durante largas horas. El doctor Rebolledo le mandaba reposo y vitaminas en cápsulas e inyecciones, pero todo era como echarlo en un pozo. No producían el menor efecto.

Don Chepe miró al Cabito con una gran interrogación en los ojos mortecinos.

--Vea don Chepe—dijo el taumaturgo, rascándose con el dedo mayor de la mano derecha el remolino de la coronilla, --pa´ que le vo´ a decir, esas vitaminas que le receta el doctor son buenas, sí, son buenas; pero yo creo que el caso suyo más que de inyecciones y cápsulas es de buena alimentación. Esa anemia profunda es cosa de alimentación especial. Dígale a doña Adelaida que le prepare buenos caldos, buenas substancias, lo suficientemente fuertes; como de hígado o de frijoles, con sus buenos huevos. ¡No tenga miedo! ¡Y si le dan ganas, pues se come también la buñiga!  Eso sí, como despacio, masticando muy bien, y no se dé cólera ni preocupaciones. Y por la tarde, todos los días se me toma su tazón de sopa de mondongo, temprano, como a las cinco; y después su café negro, cargadito. ¡Vamos a ver si no se levanta en una semana! Pero para mientras, se me va a tomar por agua del tiempo su “agüita de hierro”: que le consigan unos cinco clavos nuevos, medianos, y que los pongan a calentar en las brasas, luego los echan en una poronguita con agua limpia, de beber. Allí los dejan para que se oxiden. Y cada vez que vaya a beber, mueva bien la poronga, para que los clavos suelten. ¡Ya verá qué remedio! Dentro de un mes usted estará sano y coloradote. ¡Y adiós anemia!

Todavía el Cabito pasó a ver a Belisario Robleto, con su reumatismo crónico, al que le prometió traerle una medicina a base de salicilato, y una pomada también con salicilato, alcanfor, tintura de yodo, etc.

--¡Y ya verás que es tu santo remedio!  --le dijo al despedirse para pasar a ver a Tomás Sánchez, a quien le había caído una fuerte erisipela en una pierna. Le recetó infusión de borraja a cantaradas, y paños tibios con agua de flor de sauco. Esto, mientras no fuera necesario untar glicerina y ungüento de soldado y espolvorear con subnitrato de bismuto.

Cuando el Cabito dio por terminada su “visita” y se fue por ahí a buscar algo de lo que había recetado, quedó flotando en la sala un aire de alivio y  confianza, muy diferente de aquella atmósfera de frialdad y escepticismo que el eminente doctor Rebolledo, con su premura galopante, su voz desastrada y su aspecto de coleóptero engreído, creaba siempre en torno suyo.

Después de la “visita” del Cabito todos respiraban optimistas, querían sanar y generalmente lo lograban, a espaldas del doctor Rebolledo, de sus postgrados, diplomas y recetas cajoneras.

Por aquel natural “ojo clínico” y aquella pintoresca habilidad diagnóstica y terapéutica, el Cabito, hacía más de cuarenta años, había logrado aquel rango militar sin disparar un tiro, en forma, diríamos, honoraria, durante una de nuestras inveteradas rebatiñas entre las tradicionales partidas dizque políticas. El Cabito era eso porque no podía ser más; pero tampoco pudo quedar en soldado raso. Era “cabo-enfermero”, y con esa investidura hizo maravillas entre la soldadesca y fuera de ella en las haciendas, pueblos y ciudades donde azotaba el flagelo de la montonera. Ejercitándose en aquella “medicina natural”, como él la llamaba, inquiriendo de viejos y comadronas, y sobre todo experimentando por sí mismo, había llegado a ser un gran curandero, el más grande y completo de cuántos se tuviera memoria. Porque aparte del conocimiento de las virtudes curativas de las plantas y diversas substancias medicamentosas, el Cabito, tal vez sin darse cuenta, movía con su estilo de curar los hilos sutiles de la tramoya sicológica. De modo que ponía en juego los ingentes recursos de lo que después se ha llamado “medicina psicosomática”, que aprovecha para generar salud en el cuerpo la fuerza reprimida en profundos resortes espirituales. El Cabito creaba confianza en el enfermo, que tal vez se debatía en equilibrio imposible al borde de la tumba; le infundía el deseo de sanar y vivir, y ponía parte del éxito en sus manos: con ello liberaba y centuplicaba las fuerzas últimas que anidan en el humano mientras le queda un hálito de vida. En cambio en el doctor Rebolledo, por sobre los postgrados y diplomas, venía a cumplirse a cabalidad el sabio contenido del refrán segoviano: el que nació pa´zompopo no pasa del corredor.

A propósito de lo que debemos enmendar... 

TRAPOS ARRIMADOS A LA BANDERA NACIONAL

Por: Eduardo Pérez-Valle hijo.

Harapos de Bandera Nacional son los que a diario observamos los capitalinos ondeando en sitios públicos. Los símbolos patrios son inherentes a la condición ciudadana, son parte de la exaltación y el orgullo patrio. A veces las autoridades de gobierno disponen banderas con fines de expresión estética. En ese estado las cosas se hacen manifiestas la ignorancia cívica y de la ley misma, que desde el año 1971 se elaboró para observarla y cumplirla.

Un poco de historia nos remonta al año 1969, en el cual, el Gobierno, a través del Ministerio de Gobernación, le solicitaba al Dr. Eduardo Pérez-Valle, miembro de la Academia de Geografía e Historia de Nicaragua: “una interpretación fiel de los símbolos patrios, conforme la letra y el espíritu del Decreto Legislativo de septiembre de 1908”.  En el año de 1971, dos años después, se aprobaba por coincidencia numérica, el Decreto 1908, en La Gaceta, Diario Oficial.

Dice la ley en su Arto. 6: “La Bandera Nacional deberá ser izada diariamente en Casa Presidencial y en todos los Cuarteles de la República, con los honores correspondientes”. El Arto. 5: “La Bandera Nacional deberá ser izada a las 6: 00. a. m. y arriada a las 6: 00. p. m.

A través del tiempo, ha podido constatarse la falta de observancia en las diferentes sedes donde hubo desempeño y, realizan labores, los elegidos como Presidentes de la República. Los regímenes hacen de las suyas, algunas veces la bandera ondea raída, en otras llega a jirones; las dejan ante las inclemencias del tiempo, y no menos, azotadas por la succión y la languidez del erario público.  

Durante el Gobierno del ingeniero Enrique Bolaños, la gigantesca Bandera izada en la Casa Presidencial permaneció perforada, con un hoyo descomunal entre las dos franjas azules y la franja blanca, ésta última, interpretada como símbolo de pureza e integridad.

La Bandera Nacional izada en  diversos edificios de Empresas Privadas parecen los jirones de cualquier trapo de limpieza. Cualquier embozo de significado o naturaleza mercantil, divulgador de marca, o trapo-bandera de algún “saca pecho” del capital acumulado, tiene asta y flanquea nuestra Bandera Nacional, por lo general “igualado” a la misma altura de la Divisa Nacional.

Respecto a las características de los símbolos patrios hay total desmedro, cada institución privada con deseo de tener bandera, paga al “mantero-publicista”, el diseño que brota de la imaginación más retorcida. Ahora, en este país-aldea, todos hacen de “creativos”, elaboran “composiciones de arte” con el escudo nacional.  

Ocurre en las oficinas de los banqueros, de las transnacionales que venden agua carbonatada, los expendedores de salsas embotelladas y baterías de lámparas mano, las sedes de los Gobiernos Locales, en fin, en instituciones públicas y privadas. En la mayoría y en contadas excepciones, el Escudo Nacional de la Bandera Patria no alcanza, ni siquiera el dibujo de un antojadizo muchacho de colegio primario. El istmo es un islote. El Gorro Frigio o Gorro de la Libertad, sostenido por un palo ensartado en el volcán central. El arco iris escondido en el ángulo superior reducido a su mínima expresión. Los colores fueron pasados por químico blanqueador de ropa. El escudo no guarda estricta proporción con las dimensiones que la ley establece.

En todo este asunto ¿qué le correspondería al Ministerio de Educación Pública, siendo esta institución la más importante para la enseñanza cívica? La ley LE OBLIGA a velar porque se cumpla en todos los centros de enseñanza el Arto. 28: “En todos los Centros de Enseñanza de la República, nacionales o particulares, se rendirá culto a la Bandera Nacional. El día lunes de cada semana, antes de iniciarse las clases, los cinco alumnos que hubiesen distinguido por su aplicación y conducta en la semana anterior, izarán el pabellón de la República en el lugar de honor del Centro, y todos los alumnos cantarán el Himno Nacional”.

El citado artículo concluye: “Al concluir las clases el último día de la semana será arriada la Bandera Nacional con los mismo honores y por los mismos alumnos. Los Directores o Profesores que no diesen cumplimiento a esta disposición serán sancionados”.

Volvamos al asunto de las abundantes banderas en harapos. El Poder Ejecutivo, según el Arto. 34, “dispondrá la confección de diecinueve (19) banderas de tela de seda con las dimensiones, colores y Escudo conforme se definen en la presente Ley. Estas banderas servirán de patrón y se entregarán para tal fin como sigue: Poder Legislativo; Poder Ejecutivo; Poder Judicial; Poder Electoral; Ministerios de Estado; Academia de Geografía e Historia; Archivo General de la Nación; Museo Nacional; Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua; Universidad Centroamericana”.

Sabemos que el aumento de la burocracia estatal está relacionado al surgimiento de nuevos ministerios, entes autónomos, programas adjuntos, apertura de nuevas embajadas y consulados, etc., habrá entonces que variar el antedicho artículo, y en ese interés de cumplir con la Ley, no debe olvidarse las facilidades concedidas por el asombroso avance de las técnicas del diseño gráfico, en donde cada ordenador del creativo empresarial está obligado a poseer la “plantilla” o el diseño cabal del Escudo Nacional.

Al Director de Cultura le corresponde, en buena parte, estudiar, actualizar y divulgar la Ley; a tal fin puede o debe buscar el apoyo de la Academia de Geografía e Historia de Nicaragua con sede propia en el Instituto Nicaragüense de Cultura (INC), en el antiguo Palacio Nacional.

Hay vehículos del Estado que andan la Bandera Nacional grabadas a la par del número de las placas. Ese Escudo Nacional viaja del timbo al tambo, acompaña siempre al “digno representante de la Patria”, en días de trabajo como días francos, donde el distintivo no separa los festivos y etílicos; el Escudo es la señal visible de algo que llaman inmunidad, que no es otra cosa que la desigualdad entre los ciudadanos.

Lo anterior ocurre hasta con los superlativos abogados de la Corte (Suprema) de Justicia, ellos llevan placas con Bandera y Escudo Nacional; el Legislador y los Soberanos Jueces violan el Arto. 25 de la Ley: “No debe estamparse leyenda de ninguna clase sobre la Bandera Nacional, ni usarse en forma que signifique anuncio. No deberá imprimirse o dibujarse en bandejas, cojines, servilletas, cajas, etc., destinados al uso comercial”.

Conforme el Arto. 48, se dispone: “El Escudo Nacional deberá figurar en tamaño y material adecuados, en la parte exterior de los edificios que ocupen los Poderes del Estado y demás oficinas a que se refiere el artículo anterior”.

Podrá ser pintado en el automóvil, en la aeronave, barco y vagón ferroviario al servicio oficial del ciudadano Presidente de la República”. Aunque eso del tren, quedó como recuerdo perpetuo, desde que doña Violeta Barrios y su yerno nos dejaran sólo la Locomotora a la entrada del Parque “Las Piedrecitas”.

Hay que suprimir el abuso de poner el Escudo, tal y como se observa en los vehículos del Estado. En el caso de los diputados, la ley sólo les concede, según el Arto. 50, lo siguiente: “Los ciudadanos que conforme a la Constitución Política y demás leyes de la República gocen de inmunidad podrán llevar en la solapa izquierda como insignia el Escudo Nacional, de dieciocho (18) milímetros de diámetro. Debajo aparecerá el nombre del cargo que ostente.

Suficientes, claros y precisos, son los Artículos de la ley referidos eruditamente a las características de los símbolos patrios: Citemos como ejemplo dos incisos del Arto. 44: “g) El gorro de la libertad se trazará sobre la línea del eje o altura del triángulo a 2 centímetros por debajo del arco iris, con dimensiones de 3 centímetros de altura y 2. 5 centímetros de ancho en su parte inferior”. Esto se establece para una Bandera de 1.50 x 2. 50 metros. “h) Los rayos de luz que emite el gorro de la libertad partirán de un punto central situado en éste y sobre el eje o altura del triángulo, a 35 milímetros sobre el horizonte. Se trazarán 45 rayos de 3 grados de anchura, y quedarán entre ellos sectores de cielo de 5 grados; uno de  los rayos bajará perpendicularmente sobre el horizonte”. Y el Arto. 45 ordena: “Siempre que se quiera dar otra dimensión al Escudo Nacional sus elementos guardarán estricta proporción con las que aquí se señalan”.

Al compatriota que está físicamente lejos del terruño, al que ama su procedencia, al que sin poder evitarlo lo invade la nostalgia de la distancia, al que atrapa a su Patria en los recuerdos del corazón y del alma, a ese, no tengo dudas, le importa el orgullo de su Bandera y de su Escudo.

Ojalá que nunca, esa misma Bandera que nunca dejaron caer los patriotas que enfrentaron el esclavismo sureño, filibustero, de William Walker; nuestra bandera, la que décadas más tarde, en 1912 levantó Benjamín Zeledón; la que llegó en relevo histórico y fue enarbolada por los hombres que derrotaron al Ejército invasor de los Estados Unidos en la guerrilla de Las Segovias encabezada por el General Augusto C. Sandino, la que nunca Rubén Darío olvidó y Nicaragua agradecida puso sobre su féretro; ojalá que nunca, a nuestros Símbolo Patrios, los ensucie la inopia, la incuria de quienes creen ser los Prometeos del momento.

Ojalá y nunca nuestra Bandera termine como estampa en piezas de lencería; o nuestro Himno Nacional un día de tantos no suene majestuosamente y de pronto se convierta en un alocado ritmo rapero. En la ley está el rumbo, el Decreto 1908, del viernes 27 de agosto de 1971, en La Gaceta, Diario Oficial, No. 194.

¡Viva Nicaragua, Jodidoooo!

¡Viva el Bóer!